miércoles, 15 de noviembre de 2023

¿Qué es el futuro?

   Hasta ahora, la metafísica solo ha sabido decirnos lo que el ser es. Y lo malo de una metafísica que habla desde el ser, sobre el ser y para el ser no consiste en que incurra en absurdas circularidades ni en que momifique la realidad, momifique la razón y hasta momifique a quienes la hacen, lo verdaderamente perverso que hay en ella radica en que pretende reducir nuestro horizonte a las formas del ser. Nada mejor para conseguirlo que cercenar cualquier capacidad productiva, predictiva, innovadora. Si todo lo que es ha sido desde siempre, si el futuro de la metafísica radica en pensar por adelantado lo que viene hacia nosotros desde la esencia de la identidad de hombre y ser, exactamente del mismo modo que fue hacia Heráclito y Parménides, si se trata de corresponder a cualquier forma de esencia, entonces nada nuevo cabe esperar del futuro más que lo que ya ocurrió, ninguna novedad habrá en una forma de destrucción masiva del porvenir que no se encontrase ya contenida en las primeras formulaciones del principio de razón suficiente y, por encima de todo, ninguna capacidad inventiva necesitaremos para enfrentarnos a ello. El futuro no es más que el pasado. Ser futuro significa para la tradición vigesimica ser uno, eterno, inmutable, esférico, ser por todas partes lo mismo, ser permanente e inmóvil. La historia, como la flecha de Zenon, nunca puede salir de sí misma, nunca puede proyectarse más allá de sus límites, nunca puede avanzar. Y si en algún momento avanzase, si en algún momento hubiéramos de admitir que existe un fin que perseguir, un objetivo que lograr, una causa final que lo mueve todo y hacia la que todo tiende, la unicidad de ese fin no nos llevaría más que al mismo punto de partida, como el sol, como la luna, como la esfera de las estrellas fijas. El movimiento es perpetuación de lo mismo, mantenimiento de las formas eternas, con horizonte fijado en la catarata del fin del mundo. Al cabo, Occidente solo ha predicado el ser verdadero de lo que no tiene futuro, de Aquel para quien pasado y futuro significan exactamente lo mismo: nada. He ahí el punto de vista de la filosofía. Desde luego el punto de vista sub specie aeternitatis, pero, por encima de todo, el punto de vista del futuro en singular, en el que culminan el Espíritu Absoluto o el Capital, en el que todo vuelve o todo acaba, que para el caso significan lo mismo. No hay más que leer a Schelling para constatar que la filosofía se ha entendido a sí misma como testigo de lo que hace época, de lo que queda en la historia, de lo que la autoconciencia reconoce como su pasado. Las tareas de la filosofía coinciden en este sentido con la historiografía, hasta el punto de que los más adelantados predican que filosofía e historia de la filosofía coinciden. Y, como la historiografía, la filosofía ha adoptado el punto de vista de la narración victoriosa, de la narración que, por cuestiones políticas, económicas, militares o de pura meritocracia administrativa, se impusieron a las otras, convirtiéndolas en el punto de vista sancionado por la racionalidad. La narración del pasado, la filosofía entendida como narración acerca de lo que le sucedió al ser, al Espíritu, al Capital o a la religión, no hace más que servir rastreramente a lo dado. Los cartagineses, los judíos, los palestinos, los indios exterminados en América o en la India, el comunismo, no solo sucumbieron a las derrotas, el exterminio y el abandono, además, por eso mismo, se los priva de contenido, de razón, de ser. El ser, como el talento, constituye un privilegio de quien triunfa. Queda únicamente dar la vuelta a esta afirmación: puesto que lo que es triunfó, ya nunca podrá dejar de ser. La democracia liberal sobrevivirá con mucho al Reich de los 1.000 años perdurando por toda la eternidad ya que sus alternativas no son. No se trata, como quiere Inayatullah (“Futures through Stories”, Critical Muslim, Jaunary-March 2019, 29, págs. 57 y 59), de una letanía que de tanto repetir la descripción del futuro oficial acaba por hacerlo... oficial. Se trata de que el futuro es incuestionable porque la narración acerca de lo que es solo puede tomar la forma de una letanía, en la que futuro y pasado se confunden e intercambian. La crítica a la fantasía, el desprecio a la imaginación, taparse ojos y oídos para obstinarse en que la filosofía no puede hacer prospectiva, forman parte de la propia pregunta acerca del ser, pues, obviamente, los innovadores no utilizan como faro de sus pesquisas lo que las cosas son. Bien al contrario, los creadores, los inventores, los forjadores de nuevas teorías, llámense Maxwell, Edison, Hölderlin o Leibniz, se han preocupado siempre por lo que las cosas no son. Si el riesgo de abandonar el ser, de olvidarnos del ser, consiste en que podemos aventurarnos por los caminos de H. G. Wells cuando predijo la creación de los tanques, de Julio Verne cuando anticipó los submarinos o de Isaac Asimov cuando mostró la posibilidad de satélites geoestacionarios, podemos lanzarnos tranquilos por semejantes derroteros, pues, no cabe duda, la posteridad nos juzgará con benevolencia.

   El futuro es nada, no es, pero no porque carezca de realidad, sino porque carece de la unicidad, del estatismo, de la inmovilidad del ser. El futuro se dice únicamente en el discurso que no afirma ni niega nada del ser de las cosas. El futuro, a diferencia del ser, se dice siempre en plural. No hay futuro, hay futuros. Futuros posibles, futuros probables, futuros improbables y futuros imposibles. A nosotros nos corresponde elegir hacia cual de todos ellos queremos ir. Después vendrán los filósofos y nos contarán que ese futuro era inevitable.

domingo, 27 de agosto de 2023

Duelo de titanes.

   Vivimos en España una lucha de poder sin igual, una confrontación entre dos modos de entender el destino de este país, entre dos Weltanschauungen que decidirá nuestro destino en la próxima década. Y no me refiero a la formación de gobierno, que eso apenas si será una carambola del duelo de titanes al que me estoy refiriendo, el de Pedro Sánchez con Luis Rubiales.

   Ya he explicado aquí que se llama diwan a la corte de las maravillas que rodea a Su Majestad, el sátrapa de Marruecos. El diwan tiene una ideología, un objetivo y un modelo de país muy claro y definido llamado dinero. Constituye uno de los pilares de la monarquía alauí. El otro es el apoyo norteamericano desde su fundación. Pero, claro, los norteamericanos no dan dinero, más bien, hay que ponerle una alfombra roja a quien venga de allí para quedarse con cualquier parcela de lo económicamente rentable. Si tu hambre de oro no queda saciada con lo que puedes arrebatarle a tus súbditos, existe una manera de multiplicarlo llamado "Mundial de fútbol". Marruecos lleva 30 años intentando conseguir uno. Siempre ha tenido factores en contra. Primero fue que carecía de la infraestructura básica, después su irrelevancia futbolística y, finalmente, lo otro. En qué consiste "lo otro" lo comprobó en sus propias carnes el insigne Luis Rubiales. Cuando llegó a la presidencia de la honorabilísima Real Federación Española de Fútbol, encontró encima de la mesa de su despacho un generoso sobre de billetes a modo de felicitación de Su Majestad, el déspota de Marruecos. Ni corto ni perezoso, Rubiales decidió que la Supercopa de España de ese año se celebrara en Tánger, que en aquella época era el estadio más grande del mundo sin luz ni agua. Los argumentos del impresentable de Rubiales para esta decisión fueron contundentes: el rey lo pagaba todo. Y allí que fueron equipos y un puñado de aficionados para entender cómo se sentía uno trabajando como animador en una fiesta de Su Majestad. Rubiales el facineroso no se quedó ahí, se sacó de la manga que los problemas marroquíes con el mundial se solucionarían acudiendo conjuntamente con España. Se lo largó a Pedro "el hermoso", junto con el regalo que le habían hecho los marroquíes, y a Pedro se le pusieron los ojos como platos. Pero cuando Rubiales acudió con la milonga a la UEFA se topó con "lo otro".

   La UEFA es un Estado dentro de ese Estado llamado FIFA. Agrupa a las ligas más rutilantes del mundo y nunca han entendido cómo sus votos valen dentro de la FIFA tanto como los votos de Oceanía. De hecho, se tomaron como una ofensa que los marroquíes los hubiesen intentado sobornar… con las mismas cantidades que a los demás. Peor se tomaron que los puentearan llevándose la Supercopa de Francia e Italia a su país y aún peor que Rubiales hubiese hecho lo propio sin consultarles. Da cuenta de la dimensión de la bronca que recibió, que cuando Pedro el venusto dio a conocer la candidatura conjunta de Marruecos y España a los pies de Su Majestad alauí, la RFEF dijo que no sabía nada. Los mensajes que se intercambiaron Pedro y Luis fueron elocuentes. Pedrito le echó en cara haberlo dejado con el culo al aire y Luisito le respondió que tenía que explicarle (lo que le habían dicho en la UEFA). Pero Pedro ya se la tenía jurada, así que le dijo que hablara con el Ministro de Deportes, que, para un presidente de la RFEF, es como decirle que hable con Satanás. La respuesta del baboso de Rubiales fue contundente: si quería un mundial, tenían que hablar ellos dos. Pedro "el hermoso" se encontró en una situación difícil. Por una parte, necesitaba el trabajo de "gota a gota" que Rubiales podía hacer en la UEFA para conseguirle el mundial a Marruecos. Por otra parte, había que hacerle pagar a Rubiales su traición. Así que hizo lo que cualquier político hace cuando quiere deshacerse de alguien: acercarse a él, protegerlo, convencerlo de que tiene el control, vamos lo que Putin ha hecho con Prigozhin. Pero los marroquíes ya le habían pinchado el teléfono a Pedro el especioso gracias a un software que recibieron como premio por su reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. Conocían sus secretos más íntimos, los puticlubs de los que tuvieron que echarlo, sus cuentas corrientes en Panamá, sus servicios a China, en fin, lo normal de cualquier político español. Lo primero que tenía que hacer si quería deshacerse de Rubiales era convencer a los marroquíes de la fidelidad a la causa, así que les regaló el Sahara Occidental…

   Mientras tanto, el repugnante de Rubiales sirvió como regadera del dinero de Marruecos para la UEFA hasta el punto de que lo han nombrado vicepresidente por unanimidad "casualmente" a la vez que la UEFA cambiaba su postura respecto de la candidatura conjunta de Portugal, Marruecos y España. "Casualmente" también, Marruecos ha ido adquiriendo relevancia futbolística y en el último mundial eliminó a España y a Portugal. "Casualmente" España no consiguió marcar ni un solo penalti en su eliminatoria con Marruecos, algo que el sinvergüenza de turno, quiero decir, el seleccionador nacional, se tomó con tranquilidad estoica sentado en su banquillo. Pero, claro, tantas casualidades, tanto ascenso, tantos cariñitos de Pedro "el hermoso" y tantas juergas a cargo de las tarjetas de la federación se han subido a la brillante cabeza de Rubiales. Así que, tras haberse puesto a punto los huevos junto a Su Majestad la Leti, le largó un morreo ante las cámaras de todo el mundo a una de las jugadoras españolas que había conseguido el histórico hito de ganar el mundial femenino, convirtiendo así este hito histórico en un montón de mierda. Pedro "el hermoso" ha visto llegada su oportunidad y se ha puesto a la cabeza del clamor popular contra Rubiales. Al fin y al cabo, parece que el voto de la UEFA está asegurado y eso le da el mundial o su parte correspondiente a Marruecos, así que Rubiales se ha vuelto prescindible. Pero Rubiales es presidente de la RFEF, es decir, es Dios y no solo no va a dimitir, sino que va a llamar a Casablanca a decirles que sin él se quedan sin su mundial. Sánchez sobrevivió a la Susanita, sobrevivió a todas las campañas que El País lanzó contra él, ha sobrevivido a encuestas en contra, pero desde esta semana se enfrenta a su reto más desafiante, sobrevivir a Rubiales. En cualquier caso, ya sabemos quién va a salir perdedor de esta duelo de titanes, Jennifer Hermoso y, por añadidura, el resto de sus compañeras de la selección, que para eso son mujeres y les han dado a las mujeres de este país y a quienes en él aman el deporte de verdad una alegría.

domingo, 4 de junio de 2023

Nuevas reglas.

   La primera entrada de este blog apareció el 30 de mayo de 2011. Han pasado 12 años y 636 entradas, el equivalente a más de 1.200 páginas de un libro. El día en que publiqué aquella entrada, tenía dos o tres más en mente, pero de ninguna de las maneras imaginé que había en mí todo lo que vino después. Le estoy muy agradecido a este blog. Por formación, ponía una cita antes de cada punto y, de tanto hacerlo, acabé confundiendo lo que era realmente mío y lo que era de otros en lo que escribía. Este blog me enseñó a abandonar aquella costumbre, me dio mi propia voz, me otorgó un lenguaje propio. Además, me permitió retomar el contacto con personas que habían ido quedando atrás y conocer a gente interesante que tenía cosas que decir. Como saben los que lo han intentado, modero los comentarios y el blog no se verá embarrado por aquellos a los que el odio los ahoga de tal manera que tienen que ir vomitándolo para poder respirar. Siempre me divirtió mucho comprobar cómo me deseabais que lo pasara la mitad de mal de lo que lo estabais pasando vosotros, pero no, vuestros deseos no serán publicados aquí. Admito, eso sí, las críticas, bien intencionadas o no, constructivas o destructivas. Todas han visto la luz y lo seguirán haciendo. Mucho más trabajo me costó admitir que tendría que publicar también las alabanzas, en especial las poco justificadas, pero vieron la luz por mucho sonrojo que me produjesen. Los que habéis dejado comentario y los que no, los que habéis pasado por aquí de casualidad y los que habéis venido expresamente a leer mis cosas, me habéis hecho mejor de lo que un día fui y solo tengo para vosotros agradecimiento. Cada fin de semana sonrío ante los 48 españoles que me siguen fielmente, el millar de norteamericanos que unos meses están y otros no, los rusos que se asoman a cualquier entrada en la que figura “Rusia” o “Putin”, las dos decenas de franceses y alemanes que se atreven mensualmente con un blog de filosofía en español, quienes se aferran a ella desde Iberoamérica y hasta esos turkmenistanos que llegaron a pasar por aquí entre tantos y tantos otros. Gracias a todos por estar ahí.

   Comencé a escribir porque, como a muchos, la realidad que se vivía en el año 2011 me indignaba. Escribo muy bien enfurecido, con extremada precisión cuando estoy deprimido y mierda insoportable cuando estoy alegre. Cada trabajo requiere un estado de ánimo, el de enfrentarse a los problemas filosóficos, quiero decir, a los problemas de la realidad, también. Han pasado doce años y han pasado por mí doce años. Tal vez el mundo es más triste hoy, yo soy más viejo o ambas cosas, pero las cosas ya no me enfurecen ni me deprimen, me apenan. Me da pena en lo que se han convertido las gentes de este país, me dan pena los restos del naufragio en Cataluña, me da pena la población ucraniana, me dan pena todos y cada uno de los rusos que tienen ojos para ver, pero no capacidad para evitar, me da pena el trampantojo en que se ha convertido la filosofía y me da pena estar tan apenado. Y, mientras tanto, mientras la congoja se apodera de mí, me he embarcado en una lucha por el futuro. Por el futuro de la filosofía, por el futuro del pensamiento, por el futuro de la creatividad. Si todo sale bien y va rápido, esta lucha terminará dentro de 20 o 25 años. Probablemente, yo ni siquiera vea ese final. No elegí empezarla ni puedo elegir abandonarla, me ha tocado y no cabe otra. Paso las semanas a machetazos limpios contra la maleza que tapa el camino para llevar a la filosofía procedimientos heurísticos que se emplean en la ingeniería o la industria desde hace décadas. Llego al fin de semana exhausto, sacando fuerzas de la idea de que ya me queda una semana menos y, entonces, me veo confrontado con la amargura de comprobar que lo que para mí fue un goce, se ha convertido en una obligación.

   Desde el primer día tuve muy claras las reglas que regirían este blog:

   1º) No repetiría tema a sabiendas.

  2º) Aunque se trataba de ver cómo la filosofía afloraba en las cuestiones de actualidad, no seguiría borreguilmente los titulares de la prensa.

   3º) Cada entrada sería original, en su enfoque, en sus conclusiones y/o en su contenido.

   4º) Habría una nueva entrada cada semana, moldeada el sábado, rematada el domingo por la mañana y publicada el domingo a mediodía.

   He estado enfermo, cansado, aburrido, preguntándome qué sentido tenía todo, de viaje, de fiesta, pero no he faltado ni un solo fin de semana a mi cita con vosotros. Cuando descubrí TRIZ, un fascinante universo de posibilidades se abrió ante mí. Sé que no terminaré de explorarlo, pero quería trazar, al menos, las líneas principales. Para ello he tenido que aparcar proyectos en los que llevaba décadas trabajando. He tenido que alterar el programa semanal de estudios que he seguido desde que era un mozuelo. A cambio, solo he conseguido que cada línea de investigación se abriera un abanico nuevo y aún más asombroso de posibilidades. Desde hace dos años sé que todo eso, más pronto que tarde, incidiría en la vida de este blog. Me he resistido a ello todo lo que he podido, pero al final solo ha servido para convencerme de que estaba aplazando lo inevitable.

   Este blog no va a morir, no va a desaparecer, al menos, no mientras yo siga con vida, simplemente no puedo seguir acudiendo a mi cita con vosotros cada semana. Aunque hay entradas que se han quedado en el tintero, ahora mismo mi prioridad es encontrar horas en el día para todos los proyectos que tengo en mente. Cuando me dejen tiempo y fuerzas volveré por aquí. Quizás sea la semana que viene, quizás el mes que viene, quizás el año que viene, sea cuando sea, no dejéis nunca de reír y filosofar.  

domingo, 28 de mayo de 2023

ChatGPT (2 de 2)

   Todas las versiones de ChatGPT aparecidas has ahora solo sirven para prolongar interminablemente la perorata de cosas sabidas por todos sobre los temas que todo el mundo conoce, narrados tal y como se ha hecho hasta el momento, pero, para eso, sinceramente, mejor no prolongar la sucesión de memeces fotocopiadas que pueblan Internet a menos que queramos volverlo inservible. A quienes pretenden crear cosas nuevas y alejarse de lo consabido le sirven únicamente como guías negativas, para saber lo que no tiene que decir, lo que no tiene que citar y el punto de vista que no debe adoptar. Mis intentos de ahorrar tiempo con ellos siempre han terminado igual, teniendo que comprobar los datos y revisando páginas y páginas de cháchara inservible con un puñado de líneas aprovechables. Al final, seleccionar lo interesante me consumía más tiempo que si hubiese hecho yo mismo todo el trabajo desde el principio. Para labores de mayor precisión, sus citas inventadas, sus ridículas confusiones y su incapacidad para reconocer el motivo de sus errores los hacen absolutamente inservibles. Los padres de estas criaturas (que no los inversores) saben de todos estos problemas, saben que las investigaciones en Inteligencia Artificial llevan casi medio siglo atascadas intentando solucionar los problemas por la vía del más y no del “de otra manera”. Pero, mientras el dinero siga llegando, callan y esperan que los “likes” y “dislikes” de los usuarios corrijan el algoritmo como las bolitas de comida de Skinner moldeaban el comportamiento de las palomas. Ignoran o hacen todo lo posible por ignorar, que hasta los psicólogos tenían más inteligencia que las palomas reforzándolas como resultaba adecuado. El usuario medio de estas herramientas no tiene ni la más remota idea de la respuesta correcta a las preguntas que plantea y acepta como la palabra de Dios los resultados que el programa le ofrece. El “like” o “dislike” no provendrá de lo acertado de la respuesta, indicará únicamente la cercanía o lejanía de la misma a lo que cree saber quien no sabe idea de nada (v. g. los periodistas). En el supuesto de que estos programas “aprendan por sí mismos” de las respuestas ofrecidas, cosa que dudo mucho que signifique algo más que reforzar unas cadenas de Markov respecto de otras, van a aprender a volverse cada vez más tontos y zafios, precisamente lo que ha ocurrido con todos y cada uno de los modelos de “inteligencia” artificial que en línea se han puesto.

   Leo las sesudas discusiones acerca del fin de la creatividad humana a manos de la inteligencia artificial, del peligro de que estas "inteligencias artificiales" dominen el mundo, de que la maldad intrínseca cuando entren en los debates políticos y me troncho. No, a ChatGPT y a los programas que que aguardan a la vuelta de la esquina no cabe atribuirles el fin de la creatividad humana, ni el comienzo de la humana estupidez. El fin de la creatividad humana va a provocarlo la herencia del siglo XX si no conseguimos sacudírnosla de una vez. El siglo XX nos convenció de que la creatividad era cuestión de genética, de que si teníamos unos genes, necesariamente produciríamos genialidades, de que en los resultados de una combinatoria no podía haber nada nuevo y diferente de los elementos que daban lugar a la misma, de que “probabilidad” no significa nada diferente de lo que es, será y ha sido siempre, quiero decir, que solo mide nuestra ignorancia. Los programas de Inteligencia Artificial hacen uso de la combinatoria, de la probabilidad, de la creatividad ínsita en el azar que ya descubriera Darwin en el siglo XIX y, claro, quienes han hecho lo posible por defenestrar a los que propusieron métodos reglados para utilizar semejantes técnicas en pro de la creatividad humana, tiemblan aterrorizados. La humanidad, nos avisan con gesto serio, corre un grave peligro porque las máquinas van camino de conseguir algo extremadamente revolucionario y subversivo que casi se había logrado extinguir del género humano: creatividad. Cualquiera de las técnicas de creatividad que ya explicamos en su día aquí puede dotar a un ser humano de una capacidad creativa que ni estos programillas de IA ni los que verán la luz en el próximo cuarto de siglo podrán alcanzar.

   No obstante, pese a que quepa sospechar que toda la fanfarria en torno a esta supuesta “inteligencia” artificial viene subvencionada por las empresas sobre las que se ha hablado en ella, hay algo bueno y positivo en que los periodistas le hayan dado cobertura. Tengo un robot de limpieza “inteligente” y después de muchos años con él, todavía no me queda claro si compré el más inteligente o el más tonto de los que había en la tienda. Tal y como lo programo se lanza como una flecha hacia el primer cable, el primer cordón de zapato, el primer asa de una bolsa que no he recordado quitar de en medio y allí que se queda atrapado después de una “limpieza” de cinco minutos. Sin embargo, cuando funciona conmigo presente, no se engancha con nada. Cada vez que oigo hablar de bombas o de armas “inteligentes”, me acuerdo de mi robot de limpieza y me echo a temblar. Creo que ya he contado que Isaac Asimov, el padre de la robótica, escribió toda una serie de relatos acerca de que un robot, incluso armado del primer principio de la robótica (“un robot jamás hará daño a un ser humano”), podría acabar por hacerle daño a un ser humano. Nosotros, ejemplo palmario de la “inteligencia” que adorna a nuestra especie, venimos creando robots de guerra carentes del primer principio de la robótica. ¿Podemos esperar algo diferente de una tragedia? ¿Qué cabe esperar de un tanque dirigido de forma autónoma por un programa dispuesto a inventarse bibliografías, citas y eslóganes religiosos? Dicen que el ejército comienza allí donde termina la lógica ¿en serio vamos a dejar que los militares programen para matar inteligencias artificiales?

domingo, 21 de mayo de 2023

ChatGPT (1 de 2)

   Se entiende por "cadena de Markov" una serie de eventos tales que la probabilidad de cualquiera de ellos solo depende del evento inmediatamente anterior. Mientras de los procesos puramente aleatorios se dice que "no tienen memoria", pues cada suceso no depende de los sucesos anteriores, en las cadenas de Markov, sí hay un cierto “recuerdo”. A este “recuerdo” se lo denomina "propiedad de Markov", en honor del matemático ruso Andréi Andréyevich Márkov (1856-1922), padre del concepto. Hacia mediados de los años 90, unos ingenieros norteamericanos tuvieron la ocurrencia de construir un algoritmo basado en las cadenas de Markov para generar textos. La idea resultaba muy simple. Primero tomaron unos cuantos centenares de libros en inglés y calcularon para cada palabra la probabilidad de que la siguiera otra. A continuación, tomaban un escrito cualquiera no contenido en el corpus anterior. El programa comparaba la probabilidad de sucesión de palabras en el texto con las que tenía guardada en su memoria como correspondiente al inglés medio y elegía para la secuencia proporcionada como iniciadora la palabra más probable, comenzando así su "comentario". Con esta palabra insertada por él, volvía a realizar el mismo cálculo y así sucesivamente. El discurso generado de esta manera resultaba desternillante. Tras una serie de sentencias que parecían presentar cierta coherencia, la cosa iba degenerando en una suerte de espiral cada vez más disparatada que, en uno de los ejemplos que leí, terminaba afirmando que "había pasado una agradable velada hablando con un grano de sal". Los autores del experimento no se limitaron a esto. Conectaron su programa a una de las salas de chat que comenzaban a brotar por aquel Internet incipiente y causaron el espanto de sus usuarios. Muchos de ellos quedaron convencidos de haberse enfrentado a un prototipo de inteligencia artificial de algún oscuro organismo estatal. Aquella reacción marcó lo que había de venir porque convenció a muchos ingenieros informáticos de que, aliñando un conductismo ya moribundo con las cadenas de Markov, se abrirían las puertas del santo grial: programas capaces de remedar la inteligencia humana.

   En lo que llevamos de año se ha levantado una enorme polvareda periodística en este bendito país acerca de ChatGPT, un prototipo de inteligencia artificial con la que los usuarios pueden interactuar mediante el lenguaje escrito y del que existen multitud de versiones. El asombro despertado entre quienes lo han probado ha provocado una auténtica paranoia entre quienes no lo han hecho y, sobre todo, ha movido a los gigantes Microsoft y Apple a apostar ingentes cantidades de dinero en su mejora y desarrollo. Detrás de tantos millones, tanta palabrería y tanto pánico, no se esconde nada mejor que los prototipos de hace 30 años basados en las cadenas de Markov. Como aquellos, los ultramodernos e inteligentísimos ChatsGPT no dejan de ofrecer unas líneas de sensatez escritas muy fluidamente y una sucesión interminable de vueltas y más vueltas en torno a tópicos previamente establecidos en cuanto se les pide que prolonguen algo más su perorata. Por supuesto, estas modernas versiones tienen una diferencia cuantitativa respecto de las anteriores, pero no cualitativa. La diferencia consiste en que, en lugar de la base de datos de unos pocos centenares de libros, a estos se los ha dotado de una gigantesca base de datos con millones de textos. También se les han puesto salvaguardas ad hoc y “saben” que la tripulación de Cristóbal Colón no amenizó su viaje con programas de televisión o que Julio César nunca tuvo un perfil en Facebook. Maravillas de las maravillas, algunos de estos prototipos han mostrado el rendimiento de un buen alumno en nuestras pruebas de acceso a la universidad, lo cual demuestra, únicamente, que nuestras pruebas de acceso a la universidad cada día exigen menos. A partir de ahí todo va convirtiéndose en un chascarrillo. La “extraordinaria” aplicación de OpenAI tuvo a bien ofrecerme una “bibliografía” sobre el tópico “Cervantes y la cochinilla del azúcar” que incluía: "Cervantes y la cochinilla del azúcar: Una revisión de la figura en el Siglo de Oro" de José María Fernández Álvarez; "La cochinilla del azúcar en la literatura española: De la economía a la ficción" de Soledad Fernández Gracia; "El comercio de cochinilla en España durante el Siglo de Oro" de Carlos Fernández-Shaw; "The Evolution of Evolution: German Evolutionary Theory from Darwin to Haeckel" de Stephen Jay Gould; "Darwin in the Cultural Imagination" de Ernst Haeckel y otros; y "La poesía del Siglo de Oro" de Mario Benedetti. La cita “cuando me hablan de la patria me llevo la mano al chaleco porque ese viene por mi cartera” la localizó en el “Romancero de la Guardia Civil” de Federico García Lorca. Playground AI no solo me explicó qué quiere decir el lema budista “todos para uno y uno para todos”, sino que, cuando le advertí que había metido la pata, insistió en que sí, que ese lema lo repetían con frecuencia los budistas. Perplexity.ai, siempre mucho más prudente y menos creativo, me advirtió que “no está científicamente comprobado que los calvos conduzcan más velozmente”, lo cual no le impidió dedicar algunas líneas a explicarme en qué consiste la calvicie y en qué consiste el exceso de velocidad a ver si por alguna parte podía hincarle el diente a la cuestión. Enfrentado a un problema de disolución como el que resuelven los jóvenes de 15 años, atinó a plantearlo acertadamente, pero al realizar las operaciones pertinentes cometió un error aritmético elemental. Al ya mencionado OpenAI no le ocurrió eso, su error se produjo durante el desarrollo del problema, con lo que ninguno de los dos llegó al resultado correcto. Todos llevan a cabo con facilidad listados y enumeraciones, fallan catastróficamente en el apoyo imprescindible que quien quiera escribir con sentido sobre algo necesita. Como resulta lógico, deslumbrantes teóricos de la psicopedagogía ya andan engrosando sus cuentas corrientes con cursos en los que explican cómo utilizar semejantes máquinas de generar disparates en la educación, a ver si consiguen que los estudiantes se vuelvan tan tontos como ellos...

domingo, 14 de mayo de 2023

Tiempos oscuros (y 5)

   Resulta desternillante ver el modo en que Hollywood se narra a sí mismo la historia de su lucha “por la libertad de expresión” contra MacCarthy y sus secuaces. Estos relatos mitológicos del enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, siempre cuentan lo mismo, los implacables censores triunfan hasta que, de buenas a primera y sin que se nos explique por qué, quienes los apoyaban comienzan a rechazarlos. Hollywood vio con buenos ojos la defenestración de sus hijos más levantiscos hasta que la televisión penetró en los hogares estadounidenses. Cuando su poder se volvió patente en la recaudación de las salas de cine, echó mano de los mismos mecanismos que había empleado en la crisis del 29 y decidió que, para la nueva cruzada, necesitaba de todos y cada uno de sus sirvientes, incluyendo los de veleidades “comunistas”. La rehabilitación de quienes se vieron incluidos en la lista negra se produjo a la vez que el archivo del código Hays y una sucesión de producciones más y más transgresoras. ¡Hasta se le hizo un homenaje a Freaks! El número de reglas rotas cada año por las producciones de la industria sigue exactamente el número de nuevos televisores vendidos. Llegó un momento en que casi podía leerse el eslogan “todo lo que no verá en su casa” en la promoción de las nuevas películas. No se trató solo del sexo, de la violencia, de la crítica a las leyes, al gobierno y a los políticos, de la hagiografía de mafiosos y criminales, la propia estructura, las propias convenciones de los géneros y los estilos narrativos se rompieron para tratar a los espectadores como esos adultos a los que la televisión, característicamente un entretenimiento “familiar”, les negaba cualquier madurez. Esos “especialistas” de cine que menudean por Internet y que califican a Tenet como una película “difícil de entender”, deberían explicar qué pasa y por qué en Point Blank, rodada por John Boorman en 1967. Y a quienes incluyen a Irreversible entre las películas más “difíciles de ver”, había que atarlo a un asiento para presenciar Cruising, rodada en 1980. El catálogo de películas “de la industria” que rompieron todos los límites entre Point Blank y Cruising incluye algunos de los grandes hitos de la historia del cine que todos conocemos, pero merece la pena detenerse en esta última por múltiples motivos. 

   No conozco a nadie, con independencia de su orientación sexual, que haya podido ver esta película sin sentirse extremadamente incómodo. El propio Al Pacino, uno de los pocos heterosexuales en el reparto, parece tan fuera de lugar durante todo el minutaje como el policía que encarna. Al director, William Friedkin, no se le ocurrió mejor cosa que codearse con la mafia para tener acceso a algunos de los clubes homosexuales de prácticas extremas de California. De ellos sacó a numerosos extras que, según cuenta la leyenda, obedecían instantáneamente la orden de “acción” pero hacían caso omiso de la de “corten”. Los “progres tolerantes”, a los que en otra época se hubiese descrito más certeramente con el despreciativo epíteto de “reformistas”, se retuercen en sus asientos conforme al personaje de Al Pacino se le van añadiendo toques más y más siniestros… hasta que llega el final. Por supuesto, la película, como la gran mayoría de las que se rodaron a partir de los 50, no resuelve nada y deja al espectador con una enorme desazón y ganas de ducharse. Lo más fácil resulta calificar a este, el film en cuyo reparto figuran más homosexuales de la historia del cine, de “homófobo”. De ese modo, se lo rechaza, las conciencias quedan tranquilas y todos podemos irnos a dormir. En realidad, su carga explosiva radica en otro punto, en la inquietante pregunta que nos lanza en cada escena, la de si eso que llamamos “natural” no tiene un carácter social, la de hasta qué punto todo lo que consideramos “propio” no constituye más que una apropiación de lo ajeno, en definitiva, la pregunta de qué hay en nosotros de “auténtico”.

   Cruising cerró una época, la época que hemos narrado en esta entrada y que abarca toda la lucha de la industria del cine contra la televisión. En 1983 la nueva versión de Scarface anunció lo que se avecinaba, pasando de puntillas por la relación incestuosa de la original y convirtiendo al superhombre nietzscheano rodado por Howard Hawks, que jugaba como un niño con la vida y con las convenciones culturales, en un yonqui desgraciado, con un problema de control de las emociones. Hollywood había reparado en su error. La televisión no se oponía a su modelo de hacer negocio, sino a sus canales de distribución. Los tiempos en los que el cine se veía en salas diseñadas para ello habían tocado a su fin, pero eso no tenía por qué afectar a lo que la industria hacía, sino, simplemente, a quién vendía sus productos. La televisión, el subsiguiente vídeo y, con posterioridad, las cadenas de streaming, comprendió al fin Hollywood, se habían convertido en sus clientes preferenciales y no quienes pagaban una entrada para un pase multitudinario. A partir de los años 80 el cine no se hizo por referencia directa a los espectadores. La cuestión no consistía en cómo sacar a los clientes de sus casas para ir a las salas de cine, la cuestión consistía en cómo vender el producto a aquellos encargados de llevarlo a las casas de los espectadores. El código Hays, la censura, la propia ñoñería de la calificación por edades, palidecen ante los criterios mercantiles de cualquier cadena de televisión, de cine de pago o de empresa patrocinadora de las producciones. Y estos criterios mercantiles velan por lo “políticamente correcto” hasta un punto en que los más ultramontanos censores no pudieron ni soñar. Habrá el sexo justo para parecer moderno, la violencia exacta para que nadie pregunte por su justificación, la crítica imprescindible para que todo el mundo crea que las injusticias se resolverán votando a quien resulta conveniente para los políticos de turno y, por encima de todo, al espectador se le darán historias en papilla, masticadas, predigeridas y ya narradas en los tráileres, para evitar que cualquiera de ellos acabe pensando algo. Entre medias, envueltas en migajones de corrección política, ruedas de molino de publicidad encubierta. Cruising, Point Blank, Freaks, Employees’ Entrance, Red-Headed Woman, Baby Face, etc. atentan contra la mediocridad moral de nuestra era con mayor ferocidad que lo hicieron contra la existente un siglo atrás. En estos tiempos en los que el brillo de nuestras pantallas ilumina la oscuridad de nuestras vidas, en estos tiempos en los que cada cual dice lo que quiere porque nadie dice algo diferente, en estos tiempos en los que podemos elegir lo que nos venga en gana (de entre los productos del mercado), la luz que nuestro mundo lanza al universo no basta para llenar las inmensas tinieblas de la época que nos ha tocado vivir.

domingo, 7 de mayo de 2023

Tiempos oscuros (4)

   Los políticos no tardaron mucho tiempo en utilizar como excusa lo que Hollywood había comenzado a producir a partir de 1929 para uno de sus deseos más antiguos, controlar el cine. Numerosos estados comenzaron a legislar sobre lo que podía o no podía verse en las pantallas situadas en su territorio. Hollywood no caía bajo su jurisdicción y multar a los distribuidores por un producto sobre el que no tenían control solo podía servir para generar pérdidas insostenibles para ellos. Pero la industria sintió pánico ante la situación que podría acabar por producirse: que cada cámara de representantes legislara en un sentido diferente, generando la necesidad de crear una versión de cada película para cada territorio de la Unión. Para evitar semejante locura, los estudios promovieron en 1930 lo que se conoció como "código Hays". Esencialmente, se trataba de un código de autocensura, pero su parte más interesante radica en la justificación del mismo. Nació para impedir la transmisión de mensajes viles, para impedir que en las pantallas aparecieran cosas que hirieran la sensibilidad del público, para librarlo de cualquier cosa que rebajase "el nivel moral de los espectadores". Por lo mismo, cabía entender que también quedaban prohibidas las películas que rebajasen el nivel moral de quienes participaran en ellas. Por tanto, para no denigrar a la mujer, prohibía presentarlas desnudas, quitándose las medias, mostrando el ombligo y, en particular, toda alusión a su sistema capilar, incluyendo las axilas. El mismo respeto a la mujer justificaba prohibirles a los hombres que se quitaran los pantalones o exhibiesen prendas que destacasen su aparato reproductor. Por supuesto, consideraba que las danzas que acentúan los movimientos indecentes tenían un carácter obsceno, en particular "todo menear de caderas y todo movimiento del bajo vientre deben ser vigilados estrictamente". Por respeto hacia las personas con malformaciones, se les prohibía aparecer en cualquier escena. La ley "natural o humana", no resultaría criticada en ningún aspecto. Mucho menos la ley divina, "los sacerdotes, los pastores y las religiosas nunca se podrán mostrar capaces de un crimen o de pertenecer a un grupo impuro". En consecuencia, quedaban prohibidas las palabras Dios, Señor, Jesús, Cristo, mierda, jodido, joder, caliente (referido a una mujer), virgen, puta, mariquita, cornudo, hijo de puta, condenado e infierno. Tanto la ley natural como la humana consagraban el matrimonio, de modo que no se atentaría en ningún momento contra él y ningún comportamiento sexual ilícito podría mostrarse de un modo preciso. De hecho, no se mostraría ni se haría alusión explícita a nada que tuviese que ver con las relaciones sexuales o la prostitución. La descripción de la víctima debatiéndose contra una violación quedaba prohibida. No se daría lugar "al alcohol en la vida norteamericana". De un modo semejante, por respeto a otras razas y a los extranjeros, se exigía no mostrar otras formas de vida diferentes de la del americano medio.    

   El código Hays, entró en vigor en 1930, pero todas las producciones de las que hemos venido hablando y muchas más jugaron con él como el gato con el ratón. Los realizadores sabían que si colocaban cinco escenas contrarias al código Hays cortarían las cinco, pero que si insertaban quince, seguirían cortando cinco. De un modo más simple, con la urgencia de atraer espectadores, nadie se tomó el código muy en serio. En cuanto los efectos del New Deal comenzaron a sentirse en la afluencia de público, todo cambió. El código se trasladó desde las salas de posproducción a los despachos. Ya no se trató de que se cortaran escenas, simple y llanamente, quien presentaba un proyecto que no encajaba en el código Hays por algún motivo podía contar con su rechazo. Ninguna de las películas mencionadas hasta aquí podrían haber visto la luz en el Hollywood nacido a partir de 1934. A la sombra del star system, durante más de 20 años, los estudios solo produjeron películas políticamente correctas, en las que una censura tan inmisericorde como ajena a cualquier registro, mostró una imagen de Norteamérica conveniente a los intereses de quienes ostentaban el poder político y económico. A este período de impoluta corrección política la conocen los historiadores del cine como "la época dorada de Hollywood". De hecho, la industria aceptó de buen grado la sobreimposición de otro género aún más duro de censura en los años 50 en forma de defenestración de quienes tuvieran veleidades “liberales”, lo que se conoció como "macartismo". Por aquella época, el sistema había comenzado a sufrir embates por parte de un cine europeo no sometido al código Hays y que se asomó a las pantallas norteamericanas con temas, situaciones y personajes a los que el público no se hallaba acostumbrado y que, por tanto, no dudó en rechazar. “Matrimonio a la europea” comenzó a designar esas otras formas de vida que lo rodado en Europa mostraba sin pudor y que no aparecía de ninguna de las maneras en las películas de Hollywood. Por mucho que se diga, estas producciones apenas si representaron pinchazos de alfiler en la piel de un elefante bien engrasado y cuyo funcionamiento generaba ingentes cantidades de dinero sin demasiadas dificultades, embobando al público con una realidad ficticia. Todo esto cambió hacia mediados de la década de los 50 con la llegada de una crisis, para el cine, peor que la del 29 y que tenía como eje un aparato de nombre ya de por sí satánico: televisión.