domingo, 27 de mayo de 2012

¡Cumpleaños!

   El próximo jueves hará un año que apareció la primera entrada de este blog. Había comenzado a sentir la necesidad de responder a muchas cosas que estaban sucediendo. El 15-M fue el catalizador final que me trajo hasta aquí. Aquel día de mayo no me planteé como reto lograr que este blog llegase vivo a su primer año de existencia. De hecho, mi reto fue mucho más modesto. Sabía que tenía material para escribir dos o tres entradas, después, todo era un proceloso mar de oscuridad en el que no tenía muy claro cuántas semanas podría durar mi singladura. En cualquier caso, tracé una línea roja que me propuse no traspasar,  escribir por escribir. Las entradas habrán sido mejores o peores, pero siempre han respondido a la necesidad que he ido teniendo de escribir acerca de eso. No sé lo que motiva a los demás a emborronar las hojas con palabras. Yo necesito escribir sobre determinados temas del mismo modo que necesito leer, investigar, averiguar su estructura interna. Ambas necesidades van unidas. Naturalmente, miro las estadísticas, pero, para mí, el trabajo está terminado cuando la entrada ha sido colgada. No siento satisfacción ni orgullo, simplemente, siento paz. No suelo releerme si puedo evitarlo. Releerme es sinónimo de rescribir. Ahí es cuando aparece la satisfacción y el orgullo, cuando, por un motivo u otro, tengo que releer lo escrito y no encuentro manera mejor de expresar lo que quería decir. Pero esa situación rara vez se produce.
   Después está lo otro. Ya lo había comprobado con mi página web y con mis libros, pero no puedo dejar de asombrarme cuando se produce: ¡soy leído! Me resulta muy difícil explicar hasta qué punto me siento asombrado y agradecido hacia las personas que me leen y, aún más, hacia las que me escriben. Me resulta asombroso que alguien pueda perder una fracción de su tiempo leyendo cosas que, por otra parte, yo no he escrito para nadie en concreto, sino porque tenía la necesidad de hacerlo. Por ello, me siento profundamente agradecido hacia esas personas. Esa sorpresa y agradecimiento va en aumento cuando uno va descubriendo cosas de sus lectores. Algunos son muy cercanos, personas con las que se comparte el día a día pero con las que no se tiene tiempo de hablar más que de las cosas cotidianas. Otros son lejanos, extremadamente lejanos. Es fabuloso saber que hay gente, tan lejana geográficamente, que, sin embargo, se interesa por lo que escribes.
   Otra de las sorpresas que me ha proporcionado estre blog es su propia temática. En realidad, es casi monotemático, sólo hablo de España. Y es una sorpresa porque la inmensa mayoría de noticias que leo no hacen referencia a este país. Cuando cojo un periódico leo de modo sistemático noticias internacionales. Cada vez que tengo tiempo, ojeo la Neue Zürcher Zeitung, el Moscow Times, el Mail & Guardian nigeriano y hasta la versión en español del Diario del pueblo chino, entre otros. En la sección "nacional" de un periódico español, rara vez paso de los titulares. Sigo el malestar de los estudiantes chilenos, el desgobierno hacia el que se encamina Malí, la violencia interminable en Sudán, la expansión del terrorismo en Nigeria, la aparente evolución hacia la democracia de Birmania... No me pregunten quién gobierna en Cantabria. Sin embargo, ahí está España, en una entrada y en otra también. El caso es que este país me asfixia, me cansa, me irrita, pero no puedo decir que me importe. Para mí es más una nube tóxica que un problema. Desesperé de encontrarle una solución hace ya mucho tiempo. Siempre hemos sido lo mismo, una potencia aparente y huera y no creo que vayamos a cambiar, al menos, en el próximo milenio. La única explicación que encuentro para una obsesión que no me apasiona es que, en el fondo, muy en el fondo, más allá de donde puede alcanzar mi razón, sigue existiendo un pequeño rescoldo de esperanza de estar equivocado.
   Me hubiese gustado equivocarme en muchas cosas que he escrito. Ya lo he dicho, intento no releerme si puedo evitarlo. Tampoco me gusta autocitarme y mucho menos recordar que no me equivoqué allí donde quise hacerlo. No es mi estilo. Siento alivio cuando leo un comentario, una reseña, un editorial, con ideas que yo ya había tenido pero sobre las que no había encontrado ocasión de escribir. Me libera de tener que hacerlo. No forma parte de mi manera de entender las cosas el escribir para decir lo que dice todo el mundo. Si es eso lo que pienso que estoy haciendo lo dejo de inmediato y me dedico a otra cosa. Por eso, aunque la referencia a noticias de actualidad ha sido inevitable, tampoco he querido seguir fielmente lo publicado en la prensa. Tal vez, en ocasiones, he dado la imagen de estar verdaderamente en una torre de marfil hablando de filosofía mientras lo que estaba en boca de todo el mundo era otra cosa, pero, siempre que he encontrado, aunque sea indirectamente, citado en lo ya escrito, por mí o por otro, un comentario oportuno de la actualidad, me he escabullido de repetir los temas.
   También ha habido cosas que no salen. Algunas porque al releerlas no las he encontrado de suficiente calidad u originalidad. Otras porque no hubo ocasión. Al menos dos veces he intentado escribir sobre baloncesto hasta que una cuestión de última hora se ha metido de por medio. Prometo, eso sí, que acabaré escribiendo sobre fútbol americano.
   En fin, gracias por venir, graciaspor estar ahí, gracias por leerme, gracias por escribirme. Intentaré hacerlo mejor a partir de ahora.

lunes, 21 de mayo de 2012

¿Falta sensatez o falta vergüenza?

   Se está discutiendo mucho acerca de si esta es una crisis financiera o fiscal, de si demuestra el predominio de los mercados o de la democracia, de si estamos ante una crisis más o ante el inicio de una nueva época. Para mí, la cuestión, la gran cuestión que se está dilucidando en este momento, es si lo que más escasea entre la clase política en el poder es la sensatez o la vergüenza.
   Veamos, desde que Tales de Mileto abrió los ojos al cielo estrellado, Grecia ha sido siempre un ejemplo para el resto del mundo, ejemplo en el sentido de que se podía aprender mucho de ella. La semana pasada pudimos ver cómo los políticos del país heleno lo arrojaban por el precipicio por un quitáme de ahí esa poltrona. En lugar de preocuparse por el desastre que significaba acudir a unas nuevas elecciones, su principal preocupación ha sido cuántos diputados iban a obtener en ella. Frente a semejante interés ¿qué importancia podía tener lo demás? Entre otras razones para esta actitud está el que gobernar en medio de la bancarrota es mucho más fácil si uno está particularmente falto de inteligencia y/o vergüenza. En un país mucho más joven, Argentina, comenzaron a salir de la crisis del “corralito” el día en que los ciudadanos asaltaron la Casa Rosada y De la Rúa y buena parte de la clase política que ascendió con él, tuvo que salir por piernas (cargados de billetes, eso sí). Tras él vino una generación de políticos quizás no mejor ni peor, pero sí capaz de tener un ojo puesto en la calle mientras el otro controlaba los juegos de salón. En España estamos lejos de tener una clase política de esa naturaleza. Aquí lo más importante son los jueguecitos de despacho y las colas para recoger comida en Cáritas son despachadas con una sonrisa autosuficiente. Este gobierno, que va camino de convertirse en el peor que hemos tenido desde la llegada de la democracia (¡ahí es nada!), no deja pasar día sin demostrarnos hasta qué punto es ajeno a la desesperación en que está cayendo la ciudadanía y resulta muy difícil decidir si este desprecio a la calle se debe a falta de vergüenza o de inteligencia.
   Hace una semana, las manifestaciones para conmemorar el nacimiento del 15-M, semilegales, como no podía ser de otra manera, estuvieron rodeadas por un fuerte dispositivo de policías preparados para la tercera guerra mundial. Está claro que los ciudadanos sólo pueden ser rehenes de unos y otros en forma de números de una estadística. En cuanto pretenden hacer algo más que dejarse abducir por televisión, se los encarcela. Y es que, ahora que se va a tener mano blanda con los terroristas, es necesario endurecerla con quienes no están dispuestos a optar por la violencia por mucho que el gobierno los incite a ello. No de otra manera cabe entender los cambios en la legislación que equiparan la resistencia pasiva con el atentado contra la autoridad. De un modo nada disimulado se nos anima a cargar contra los policías, pues la pena que nos puede caer por ello será la misma que la que nos ganaremos por resistirnos pasivamente. Lo cierto es que la legislación es tan disparatada que, de acuerdo con ella, esta insinuación por parte del gobierno debería acarrearle a todos sus miembros pena de cárcel, por lo que volvemos, nuevamente, a la cuestión de la inteligencia y la vergüenza.
   Una vez zarandeados los ciudadanos, magullados algunos perroflautas por hacer gala de verdades como puños y disueltas las acampadas de quienes no tienen vivienda, quedaba la segunda parte, mofarse de ellos. Nadie mejor que el Sr. Wert para cumplir esta misión. En una entrevista televisada, a la pregunta del presentador de si no se sentía mal por ser el ministro peor valorado del gobierno (y no se sabe qué es más sorprendente si esa pregunta por parte de un vocero oficial o conseguir tal calificación entre una caterva de pésimos ministros), respondió algo así como que su hermano estaba extrañado de que él, el Sr. Wert, que lloraba en sus tiempos de estudiante por sacar un notable, ahora se mostrase la mar de ufano con semejante valoración. Mientras el ministro reía su astuta autoalabanza, el espectador medio comprendía lo que el hermano no pudo (está claro que la falta de luces es congénita): está tan tranquilo porque ahora tiene asegurada una pensión millonaria y vitalicia.
   Y, después de todo esto, lo importante, gobernar, es decir, prolongar las intrigas de palacio. En el consejo de política autonómica, las cuentas presentadas por el gobierno andaluz, fueron rechazadas de entrada sin mayor problema. Al fin y al cabo, son poco más del 13% de las cuentas públicas y con el país bajo una prima de riesgo cercana a medio punto sobre el bono alemán, sólo era un suicidio no aprobarlas. Afortunadamente, intervino el consejero económico catalán, en una demostración más del alto sentido de responsabilidad de Estado de los nacionalistas catalanes, dicho de otro modo, en una demostración más de que el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos, en realidad, siempre actúan con un guión pactado. Los técnicos, esos políticos de segunda fila cuya función principal es acompañar siempre al ministro para que no se quede solo (porque cuando un ministro se queda solo la lía, es decir, tiene ideas), estos técnicos, decía el consejero catalán, estaban allí, ¿por qué no trataban de llegar a un acuerdo? Lo lograron en sólo una hora. La diferencia, la diferencia real, la diferencia entre dar la excusa perfecta para un incendio generalizado o apagar la cerilla, era de unos 200 millones (algo así como el 0,62% del total). Pero para eso están De Guindos y el propio Rajoy, para destrozar todo lo que Montoro no logra reventar.
   Vamos a ver, ¿a qué cabeza de chorlito se le puede ocurrir que, precisamente en este momento, lo mejor que se puede hacer es criticar al gobernador del Banco de España? ¿De verdad es el mejor momento para demostrar los desacuerdos internos que existen en la supervisión de las entidades financieras? ¿Le daría Ud. un crédito a una empresa cuyos dos socios principales están peleados? Pues buena parte de los miembros del partido gobernante piensan que sí. “Son tontos”, pensarán Uds. No está tan claro. El Banco de España lleva más de una década clamando en el desierto contra las arriesgadas maniobras del las cajas en el mercado inmobiliario, mientras los políticos las empujaban cada vez con mayor ahínco, a comer tanto ladrillo como abarcaran sus fauces. Y ahora, ahora que han reventado de tanto tragar, el culpable resulta ser... quien advirtió de la catástrofe. Está claro que Esperanza Aguirre, quien forzó todos los chanchullos imaginables para no perder la mayoría en el consejo cuando la entidad se tambaleaba, que Rodrigo Rato, que, aparte de forrarse el riñón, ha hecho menos por su barco que el capitán del Costa Concordia, y el propio consejo de Bankia, lleno de gente nombrada a dedo por el PP, no han tenido culpa de nada, la culpa ha sido del supervisor. ¿De verdad estas excusas son debidas únicamente a la estupidez? Pero ¿por qué conformarse con desautorizar al gobernador del banco de España? ¿no sería mucho más desastroso entregar sus funciones a gestores privados y al Banco Central Europeo? De ese modo, quedamos intervenidos desde ya, anulando cualquier margen de maniobra que nos pudiera quedar. Y, lo más divertido, mientras se les hace entrega de las llaves del país, ministro de economía y presidente de gobierno, andan preguntando, cual Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall, si los que están ya pilotando la nave van a venir en algún momento a rescatarnos.
   A estas alturas ya resulta difícil responder a la cuestión de si nos gobierna una general falta de inteligencia o de vergüenza, pero la cosa empeora cuando uno se asoma a los gobiernos autonómicos. En una entrevista en El país, el consejero económico de Murcia, un chico joven, que llegará lejos, sin duda, aseveraba que no merecía la pena intentar averiguar cómo hemos llegado a esta situación. Desde luego a él no le merece la pena ya que ha llegado. A los demás, que si lo hiciéramos descubriríamos hasta qué punto todo lo que está ocurriendo es responsabilidad exclusiva de nuestro políticos, no sé. Y, para rematarlo, está el gobierno andaluz, ¿recuerdan? ése al que todos los trabajadores de Europa estaban mirando. Se les deben haber caído los clisos. Primera medida: reducción del sueldo de los “trabajadores públicos” (no se va a especificar cuántos son empleados públicos y cuántos funcionarios, no vaya a acabar descubriéndose el gran secreto de Estado, a saber, cuántas empresas públicas hay, a qué se dedican y cómo están sus cuentas), mileurización de los interinos, recortes sociales generalizados... Los que anteayer defendían las redistribución de la riqueza han aclarado, una vez llegados a la poltrona, que se referían a la riqueza de los asalariados, porque los ricos de verdad, ya se sabe, son poderosos y mejor no importunarlos con la milonga de la justicia social. Eso sí, ellos también se recortan sus salarios, pero no un 30% como la izquierda francesa, no, un 5%, no vaya a ser que los tachen de radicales. Naturalmente, todo esto se hace “por imperativo legal”, aunque también porque “otra política económica es posible”... con otros gobernantes, claro.

domingo, 13 de mayo de 2012

El futuro de la ciencia

   Un aspecto frecuentemente olvidado de la teoría de la evolución de Darwin es que la selección natural no es el único mecanismo que preserva individuos dentro de la variedad que presentan las especies. Junto a ella está la selección sexual. Darwin la describe como una competencia, típicamente, de los machos por las hembras, que lleva a unos ejemplares a aparearse  con más frecuencia que otros, es decir, a tener mayor descendencia. Desde un punto de vista evolutivo no es un factor trivial. Si todo el juego dependiese, como suele decirse, de la supervivencia del más apto, las especies no evolucionarían. La clave está en que, al sobrevivir, los más aptos pueden dejar descendencia con sus caracteres. Por tanto, dependiendo de las circunstancias, ambos tipos de selección tendrán, o no, el mismo peso en el devenir de una especie, pero es fundamental comprender que los caminos evolutivos a los que conducen una y otra pueden ser absolutamente divergentes (piénsese en el mimetismo del plumaje de las perdices frente a la cola de los pavos reales). Aún hay otra diferencia entre estos dos tipos de selecciones. La selección natural consiste en que sobreviven (y se aparean) los individuos que son mejores que el resto en un aspecto u otro. La selección sexual permite tener descendencia a los individuos con mejor apariencia en un sentido u otro. Y, como todos sabemos, ser no es lo mismo que parecer.
   Normalmente no se suele aludir a la selección sexual cuando el darwinismo es usado como modelo en otros campos. Es divertidísimo oír hablar a los economistas de que el mercado es una jungla en la que sólo sobreviven los mejores. Si el mercado fuese, de verdad, una jungla, no se venderían coches grandes, no sería importante la moda, ni existiría el packaging. Más bien, el mercado es como ese típico bar de copas al que todo el mundo va a ligar... y al final sólo folla el camarero. Algo parecido está ocurriendo en la ciencia. También aquí las teorías deben superar una criba en todo comparable a la selección natural. Sólo ganan nuevos adeptos (es decir, procrean), las que son capaces de sobrevivir a su confrontación con los datos y con teorías rivales. Pero, como observó Kuhn hace tiempo, existe, igualmente, una selección sexual. Teorías bien promocionadas, teorías apoyadas por buenos vendedores de las mismas o, más simplemente, teorías de moda, pueden ocupar una buena cantidad de tiempo de los investigadores. Esta deriva ha existido siempre, pero da la impresión de que se ha acentuado con los años. Las revistas científicas tienden a seguir la línea marcada por Science y Nature, con artículos cada vez más breves e impactantes. Como consecuencia, ha comenzado a confundirse la estructura de un artículo con la propia de ponencias y conferencias. Las ilustraciones ocupan ahora mayor espacio, se han hecho más grandes y más vistosas. A la información transmitida por palabras, se sobreimpone una información icónica, que, como en el caso de los congresos y simposios, roza lo superfluo. Estos, por su parte, sufren de una powerpointitis aguda que ya ha llevado a algunos a preguntarse si las presentaciones no nos estarán volviendo estúpidos a todos.
   Una presentación con PowerPoint tiene la expresa intención de captar la atención del público y es un hecho comprobado que los seres humanos prestamos más atención cuanto menos información escrita estamos viendo. El resultado es que se escamotean los argumentos, se sustituye la conexión causal por la jerarquización, a ser posible, simplificadora y parca en detalles y, por tanto, se hace extremadamente fácil introducir asunciones no siempre clarificadas. La correcta exposición de los hechos ha comenzado a ser sustituida por la adecuada selección del tipo de gráficos, el orden correcto de la explicación por la correcta asignación de colores y, en definitiva, lo que se dice ha perdido importancia respecto de lo que se ve. En ciencia, como en tantas otras cosas áreas de nuestra vida, lo más importante ha comenzado a ser la imagen que se proyecta.
   Se nos dirá, “el PowerPoint no lo es todo, únicamente es el acompañamiento de la exposición”. Así debiera ser, por supuesto, pero quien argumente de esta manera sólo está mostrando su candidez ante la dinámica que toda imagen impone. La palabra no está ahí para ser subrayada por la imagen que se proyecta. Es exactamente a la inversa, la palabra está ahí para subrayar la imagen. De otro modo no podría entenderse que el conferenciante pare su discurso hasta que el pantallazo adecuado ha sido proyectado. Lo único que hace la palabra en una presentación al uso es ofrecerle una continuidad a la gramática de la imagen de la que ésta, por sí misma, carece, pero que necesita para hacerse inteligible. Una presentación con PowerPoint tiene, de hecho, dos tiempos diferentes que muy pocos saben integrar adecuadamente, el tiempo de una imagen que, en principio, es la instantaneidad y el tiempo que tarda en leerse lo escrito en ella. Pero, como siempre que se trata de imágenes, ellas se quedan en exclusiva con el tiempo, distribuyéndolo entre las palabras a su antojo. Hacer correlativos ambos tiempos sólo es posible asimilando la palabra a la pobreza informativa de la imagen, diciendo lo mínimo que se puede decir, o, mejor aún, diciendo lo que ya todo el mundo sabe.
   Hubo un día en que congresos y simposios fueron lugares de intercambio de información, eficaces distribuidores de innovaciones, acontecimientos clave en la difusión de nuevas ideas. Todo eso se hace hoy de un modo mucho más discreto, a través de Internet o, cada vez con mayor frecuencia, no se hace. El fabuloso congreso que adorna los curricula de los investigadores no pasa de ser una brillante exhibición de colas de pavo real. La selección sexual, el reino de la apariencia, el predominio de la imagen, es ya la clave para entender la ciencia contemporánea. Hasta qué punto esto es así puede comprobarse siguiendo el rastro de los recientes escándalos por fraude. La mayor parte de ellos han sido detectados no porque alguien repitiera los experimentos con otros resultados (algo mucho más frecuente de lo que se piensa), sino porque alguien acabó por darse cuenta de la reiterada utilización de los mismos gráficos o las mismas fotografías. Hacia dónde vamos es fácil de predcir. Dentro de poco, los científicos serán marcas comerciales, las teorías más aceptadas las que más anuncios pueden permitirse y las publicaciones científicas un género de Bild-Zeitung pero sin foto de jovencita desnuda en la contraportada.

miércoles, 9 de mayo de 2012

De poleas y cuerdas

   El lunes, cuando ya casi había terminado de leer un libro de matemáticas, me encontré que, en la demostración de un teorema, se aludía, de modo algo críptico, a la teoría de poleas (no sé si es la traducción habitual de “theory of sheaves”). Sospechando que no se trataba de lo que me habían enseñado a mí en el instituto acerca de garruchas y correas, me puse a indagar por Internet. Conseguí averiguar que son complejos operadores que permiten analizar datos vinculados a conjuntos abiertos de un espacio topológico. Como seguía (por cierto, sigo) sin ver el vínculo con el teorema que se pretendía demostrar, estuve dando vueltas hasta que encontré una conferencia en la página del Institute for Avanced Study. La gente de este centro de investigación privado (ahora que ya tenemos algunas fortunas en la lista Forbes me imagino que comenzarán a proliferar este tipo de instituciones en nuestro país), ha tenido la encomiable idea de colgar los vídeos de las conferencias que se van impartiendo en dicha institución sobre las cuatro áreas de interés del centro: historia, matemáticas, ciencias sociales y ciencias naturales. Y no es moco de pavo, pues por allí pasaron Einstein, von Neumann, Weyl o Panofky.
   Entre tanta conferencia rutilante y tantas estrellas del mundo de la ciencia actual, no puede evitar la tentación y empezar a ver una de Edward Witten sobre nudos y teoría cuántica. Había visto fotos suyas e, incluso, alguna entrevista para un documental. Los años no han sido misericordes con él. En su autobiografía, Max Planck explicaba que, en ciencia, realmente, uno no logra convencer a nadie de las nuevas ideas. Hay que esperar a que la generación anterior de físicos vaya muriendo y generaciones coetáneas de esas nuevas ideas y, por tanto, ya habituadas a ellas, vayan accediendo a los cargos académicos, para que una teoría acabe por imponerse. Eso es lo que, posteriormente, Kuhn identificó con los paradigmas (que, como los extraterrestres, no existen, por lo menos en ciencia). Witten ha librado una larguísima batalla por las supercuerdas y ahora que la generación de teóricos, de la que él ha sido un exponente bien visible, está entrando en la cuesta abajo, no parece que la haya ganado. La verdad, es una pena. Siento real simpatía por la magia de las supercuerdas. Tengo varias razones para ello. La primera es que estamos, por fin, ante una teoría acerca de todo o, por decirlo mejor, es la teoría total. Las supercuerdas explican desde la asimtería del universo, pasando por su conformación hasta la interacción entre partículas elementales. Si, además, a estas cuerdas les hacemos “nudos”, las convertimos en sistemas capaces de asimilar y producir información, dicho de otro modo, se convierten en ácidos nucleicos o en quipus incas, es decir, en lenguaje, pues la gramática es el modo en que las cuerdas interactúan. En verdad, cualquier red es un conjunto de cuerdas anudadas. Pero, claro, hay un pequeño problema. El pequeño problema es que nadie sabe qué demonios es una supercuerda. Las diferentes descripciones matemáticas no casan entre sí y, como los propios partidarios de la teoría reconocen, serían necesarias cantidades de energía varios órdenes de magnitud superiores a los que manejan los aparatos cientíificos más grandes, para hacer algo parecido a un experiemento sobre supercuerdas.
   Dada mi formación filosófica, estoy acostumbrado a hablar de cosas que no sé muy bien qué son realmente y me importa bastante poco si una teoría está comprobada empíricamente o no (ya lo estará). Tampoco le preocupa mucho a los matemáticos la proliferación de dimensiones a la que da lugar la teoría de las supercuerdas. Para ellos, una dimensión es, simplemente, un modo de caracterizar un sistema, así que puede tomar cualquier valor entre los números racionales, esto es, incluyendo los fraccionarios, pues eso son los fractales (¿o, más bien, entre los reales, es decir, podría ser un número negativos? ¿o, quizás, entre los complejos?). Pero a los  físicos, todas estas cosas les ponen nerviosillos. En general, ven con escepticismo la teoría de las supercuerdas y acusan a Witten y compañía de hacer “pura matemática”. Esa acusación tiene su gracia. Parafraseando un famoso chiste acerca de los bioquímicos, puede decirse que un físico es un señor que cuando está con matemáticos habla de tecnología, cuando está con ingenieros habla de matemáticas y cuando está con otros físicos habla... de mujeres. Hoy día, si se quiere ser físico, hay que ser estrábico, pues es preciso tener un ojo centrado en los desarrollos matemáticos más abstrusos y el otro en los desarrollos tecnológicos más innovadores. Por lo demás, lo de “hacer pura matemática” es muy habitual en la historia de la física. Recordemos la famosa constante λ, a la que Einstein otorgó un valor “puramente matemático” y, como reconoció más tarde, encerraba la forma que puede tener el universo.
   En cualquier caso, ocurra lo que ocurra con Witten y sus secuaces, su destino no será el de las cuerdas, pues éstas han acompañado a los sistemas de pensamiento desde la antigüedad. No hay que olvidar que fue precisamente el modelo de una cuerda vibrante el que llevó a los pitagóricos a la idea de que la realidad es matematizable y que existe armonía en el universo, es decir, que es un cosmos. Al describir esta armonía, Plotino decía que cada uno de nosotros es una cuerda colocada en el lugar oportuno. Hay, además, un tipo de cuerdas con posiciones no definidas, llamados esquemas, los cuales, según Kant, conforman el necesario elemento intermedio entre conceptos e intuiciones y son proporcionados por la imaginación. Pero, cuando Eduard von Hartmann quiso explicar la memoria no encontró otro modo de hacerlo que aludiendo a la resonancia que una cuerda afinada en una determinada tonalidad provoca en otra de la misma afinación (obviamente, Hartmann quería decir que la base de la memoria es la gramática). De hecho, cualquier tubo puede entenderse como el resultado de la unión de dos cuerdas cerradas y eso incluye los microtúbulos celulares a los que Penrose otorga tanta importancia para explicar el funcionamiento de la mente. A ello cabe añadir que, según algunos descubrimientos neurofisiológicos, la base de la conciencia sería cierta coherencia rítmica entre neuronas, cierta vibración monocorde, el ya famoso “ritmo gamma”...
   La apasionante historia de las cuerdas vibrantes es una historia (hasta donde yo sé) por escribir.