domingo, 28 de octubre de 2012

Emotional rescue



   Dicen que es fácil reconocer a un gallego porque es esa persona que nunca se sabe si sube o baja una escalera. La verdad es que los gallegos que he tenido la oportunidad de conocer en esta vida no respondían para nada a esta descripción. Sin embargo, todo es ver a nuestro queridísimo y amadísimo Sr. Presidente de gobierno D. Nanniano Rajoy y es que se me viene a la cabeza el tópico. A ver, ¿cuánto tiempo llevamos ya al borde del rescate? Si es que yo ya ni me acuerdo cómo era este país antes de que todo el mundo lo diese por rescatado. ¿Cuánto tiempo más vamos a estar paseándonos por el fondo de un precipicio fingiendo que todavía estamos en el borde? Como esto siga así, al final tendrá que haber no sólo un rescate financiero sino, también, como decía la canción, un rescate emocional, porque vamos a terminar todos con los nervios destrozados.
   El rescate tenía que haber sido solicitado hace un año y si hace un año no se pudo hacer, hace seis meses y si hace seis meses no se pudo hacer, hace tres... Era una cosa de antes de ayer, no del año que viene. Cuanto más tardemos en pedir un rescate, mayor será su coste, peores las condiciones y menor el margen de maniobra. Argumenta el gobierno que no hay que precipitarse porque sería peor tener que pedir un rescate un mes después de haber pedido el primero. Como demuestran el caso de Grecia y de Portugal, la sucesión de rescates es una consecuencia de la posibilidad de un gobierno de negarse a ciertas imposiciones y no de lo bien que se cuenten los céntimos que faltan. Por eso, cuanto menos se tarde en pedir el rescate, mayor será el margen de maniobra y menos probable la necesidad de pedir otro. Aún más, el rescate que se pida debe ser cualquier cosa menos ajustado a las necesidades del país. Hay que hacer un cálculo por lo alto y, una vez establecido, solicitar el doble. En la situación en la cual nos hallamos, lo que realmente desatará el pánico de los mercados sería una demanda de ayuda a la baja o, dicho de otro modo, sería precisamente esa solicitud a la baja la que desataría la necesidad de pedir otro rescate. Curiosamente, nos hallamos de nuevo en un punto sobre el que ya he insistido con frecuencia, el que nos desbarranquemos o no es responsabilidad exclusiva de nuestros políticos, con independencia de cuáles sean las cifras macroeconómicas. Y, precisamente aquí es donde está el mayor riesgo que corremos en este momento.
   El próximo mes de septiembre se celebran elecciones en Alemania. Según todos los sondeos, la CDU de Merkel y el SPD, la socialdemocracia, están virtualmente empatados. Si, efectivamente, estas encuestas reflejaran el resultado final, los grandes perdedores serían los liberales del FDP, que han hecho de su euroescepticismo el banderín de enganche para sus electores. Una coalición entre los dos grandes partidos para formar gobierno, única posibilidad con estos números en la mano, llevaría, probablemente, a que los socialdemócratas dejaran la Cancillería y el Ministerio de economía en las mismas manos en que se encuentran. Dicho en plata, Merkel y Schäuble cuentan con estar cuatro años más en la poltrona. Por tanto, están muy interesados en que las cosas, de aquí a septiembre, se muevan lo menos posible y todo esté en calma. Recordemos, Alemania es la gran beneficiada con la situación actual de los países del Sur más Irlanda. ¿También le conviene a éstos que todo esté en calma y apaciguado? ¿cómo puede interesarle al que sale beneficiado y a los perjudicados el mismo estado de cosas? ¿de verdad alguien piensa en el gobierno español que si le facilitan la reelección a Dña. Angelota, ésta nos lo va a agradecer aflojando la soga?
   Si faltan once meses hasta las elecciones alemanas, hay que lanzar once bombas, una tras otra, hasta que la Sra. Merkel pierda de una vez la calma y pida una tregua que vaya más allá de su reelección. ¿Cómo? Lo acabo de decir, para empezar, solicitar una ayuda que rompa todas las previsiones. Al mes siguiente recordar que el rescate no tiene por qué venir de la Unión Europea, el FMI también tiene fondos y los ha puesto a nuestra disposición (por cierto, aunque ninguna de las dos sea mi tipo, entre que te flagele Madame Lagarde y lo haga Frau Merkel, es que no hay color). Al siguiente mes declarar que las condiciones impuestas por el FMI tampoco nos satisfacen, así que vamos a imponer una quita a todos los deudores extranjeros (me imagino la cara de los banqueros alemanes leyendo la noticia en la Bild Zeitung). Al siguiente mes afirmar que, debido a nuestra situación económica y para clarificar los trámites en caso de que Cataluña se independice, nos salimos de la UE. Y al siguiente mes, decir que bueno, que a lo mejor con un 80% del rescate que inicialmente se pidió, igual teníamos para pagar lo que debemos y otra vuelta a la matraca. Para entonces el electorado alemán estaría en un estado tal de efervescencia que más de uno sacaría la bandera blanca. Pero, claro, para hacer todo eso necesitaríamos que nos gobernase alguien con pinta de ser tan tonto como para cumplir sus faroles (por ejemplo, su Majestad Arturo Mas) y no alguien que nos cante:

"¿Acaso no sabes que las promesas nunca fueron hechas para ser cumplidas?
Igual que la noche se disuelve en el sueño
Seré tu salvador, firme y auténtico
Acudiré a tu rescate emocional
Acudiré a tu rescate emocional"
(Rolling Stones, Emotional rescue)

domingo, 21 de octubre de 2012

Homeland

  
   La ganadora de la reciente edición de los premios Emmy ha sido Homeland, serie que tuve la ocasión, digamos, de ver, a lo largo del verano. El artículo de El País en el que se daba cuenta de este hecho, gloriaba unos guiones que funcionaban como un mecanismo de relojería, para no estropear el tópico. La verdad es que es una de esas ocasiones en las que me pregunto si el periodista ha visto la misma serie que yo o si ha visto alguna en general. Los guiones de Homeland rozan lo inverosímil cuando están bien cosidos. En el resto de los casos, se mantienen en los márgenes del disparate. Así ha salido el tal Nicholas Brody, un marine capturado por los talibanes y que parece tan feliz al lado de su esposa como al lado de su amante, junto al vicepresidente de los EEUU y junto al líder terrorista, vestido con su uniforme y con un chaleco explosivo. Más que un alma atormentada, carece de alma, es un monigote, puro cartón piedra del que se puede esperar todo y nada pues los guiones circulan por su interior sin alterarlo lo más mínimo. No es de extrañar que haya una segunda temporada. Con un personaje así puede haber una tercera, cuarta y una quinta, en la que se le cambiará de sexo. El punto fuerte de la serie está en otro lado, en haber reunido un elenco de actores realmente fantástico, que dan verosimilitud a un espectáculo más falso que el rey Miguel. Ahí está, por ejemplo, Mandy Patinkin, dándole vida a un extraño agente de la CIA del que no sabemos muy bien de dónde viene ni a dónde va, cómo aprendió árabe, por qué se separa de su mujer ni por qué defiende a su aprendiz. Aunque la tarea del héroe ha recaído en un ex-alumno de Eton, de nombre Damian Lewis. Lo descubrí, me imagino que como la mayoría, en Hermanos de sangre. Grande, pelirrojo, con un rostro atravesado por numerosos surcos en cuanto realiza el menor gesto, debió aprender muy pronto que, si quería ser actor, debía autocontenerse y componer el personaje por su modo de andar, de moverse, de (no) gesticular. Es de esos actores que le dan un empaque muy propio y característico a un papel en cuanto aparece en pantalla. Desde luego, la persona ideal para insuflar vida en ese monigote que es el sargento Brody.
   Goloso en extremo es el personaje de su némesis, la desgraciada agente de la CIA Carrie Mathison. Frágil, inmisericorde, desequilibrada, sagaz, obcecada e insegura. Al cabo, una víctima más del espionaje norteamericano como aquellos a quienes ella misma ha enviado a la tumba. Claire Danes sabe moverse entre los extremos, mostrar siempre nuevos gestos que transparentan su clarividencia ante todo, salvo a ante su propio estado mental. De hecho, lo mejor de la primera temporada es el brutal y fugaz romance entre ambos personajes, Brody y Mathison, un idilio apasionado y falso, feroz y tierno, sin esperanza y, por encima de todo, nada idílico. Hasta ahí llega la audacia de la serie. Su transgresión, su capacidad para romper tabúes, acaba, prácticamente, donde termina la cabecera. En ese montaje inicial hay, ciertamente, muchas más cosas explicadas acerca de lo que ha sucedido en los últimos veinte años, que en muchos tratados sobre el tema y, desde luego, hay muchas más explicaciones que en lo que viene a continuación en cada capítulo. Es una constante de los actores, guionistas y personajes de la serie la insistencia en que no se pueden hacer sinónimos Islam y terrorismo, pero lo cierto es que todos los musulmanes que vemos en su minutaje, participan, apoyan o defienden las acciones terroristas. Por este lado, siempre queda claro quiénes son los malos, aunque su intención sea vengar el asesinato de 82 niños.
   El mérito de la serie, si es que queremos encontrar alguno, radica en que nunca está muy claro quiénes son los buenos. Por la propia Mathison, uno puede sentir ternura, nunca simpatía. Miente, presiona, se salta las normas, buscando siempre su salvación personal más que otra cosa, sin importarle demasiado qué o a quién se tenga que llevar por delante. Los que están por encima de ella tampoco son mejores. Como sabe cualquier buen conocedor de los servicios secretos, el enemigo contra el que se combate es una mera excusa para acabar con el verdadero enemigo, a saber, el tipo que está sentado en el despacho de al lado. De hecho, la parte central de cada capítulo de Homeland son los tiras y aflojas entre Mathison y sus inmediatos superiores. Y es que los servicios secretos son un caldo de cultivo perfecto para las rencillas personales, las envidias y los odios entre sus miembros. En el caso de la CIA, hay dos factores que contribuyen a multiplicar exponencialmente este clima de guerra de todos contra todos. El primero de ellos es la complejidad de este mastodonte que, de tanto abarcar, rara vez ha sido capaz de imponer una cierta coherencia a sus acciones en teatros diferentes. El segundo consiste en ser una de esas curiosas agencias de espionaje que proporciona candidatos a cubrir los altos cargos políticos, costumbre ésta típica de las dictaduras y que hace de dos de las grandes potencias nucleares, democracias bajo sospecha.

domingo, 14 de octubre de 2012

Sobre pijos ácratas

  
   Los hechos son bien conocidos, pero no estará de más recapitularlos. La pasada primavera, dos mujeres que se conocían por Internet, decidieron poner en marcha una protesta bajo el lema "ocupa el Congreso", que recordaba el ya famoso "ocupa Wall Street". Rápidamente, una serie de microcolectivos se unieron a la protesta amplificando su magnitud. Alguien colgó en youtube un texto leído por un sintetizador de voz llamado "Jorge", con las reivindicaciones a conseguir. Entonces surgió la magia. La efervescencia virtual era de tal grado que los políticos recuperaron el espíritu de la Transición, es decir, sintieron miedo. ¿Qué hace un padre de la democracia cuando ve peligrar su poltrona? Muy fácil, intenta aterrorizar a la población. Las concentraciones preparatorias del 25-S comenzaron a llenarse de policía más o menos infiltrados, que tomaban nota, grababan e identificaban a quienes más se dejaban ver. Por cierto, ¿sabe Ud. cuántas identificaciones lleva a cabo la policía española, por qué motivos y con qué resultados? ¿No lo sabe? Ni Ud. ni nadie, es un secreto de Estado. Desvelarlo pondría en peligro los fundamentos de nuestra democracia, es decir, dejaría en claro que tenemos una apariencia de democracia.
   En cuanto los cabecillas de este movimiento sin líderes fueron identificados, se los detuvo. El delito cometido era muy claro, impedir la celebración de un pleno que todavía no se había celebrado. Ahora había que llevarlos ante un juez. Pero, como siempre en estos casos, era preciso espera a que estuviera de guardia el juez apropiado. Debía ser alguien fácilmente influenciable, con ambiciones y proclive al gobierno, aunque no demasiado. Era preciso dar cierta apariencia de instrucción ecuánime. Por último, si tenía buena presencia, mejor. ¿Qué tal Santiago Pedraz? A él llegó un informe policial que hablaba de golpe de Estado, de masas alucinadas que tomaban las calles, en definitiva de un peligroso levantamiento popular para ocupar ilegítimamente esa casa del pueblo que es el Congreso. Alarmado, el juez hasta pidió los nombres de quienes habían ingresado dinero en las cuentas para pagar los autobuses.
   Y llegó el 25 de septiembre. El terror estatal surtió efecto y hubo mucha menos gente de la esperada. También surtió efecto en otra dirección. Lo que inicialmente era una fiesta se había llenado de gente nerviosa, crispada, atenta al primer incidente. Frente a ellos, policías traídos de toda Esapaña, lo cual lleva a la pregunta inevitable: ¿por qué traídos de toda España? ¿No había policías suficientes en Madrid o es que los políticos no se fiaban de ellos? Aún más, ¿a quiénes se llevó a Madrid? ¿cómo se hizo la selección? ¿eran unidades disponibles? ¿eran voluntarios? ¿se eligió a los más bragados en situaciones difíciles, a los que eran capaces de detener feroces turbas con absoluta sangre fría o a las unidades más aguerridas?
   El resto está colgado en youtube: cargas policiales en Neptuno, desde donde sólo con un mortero se podía impedir el normal funcionamiento de las Cortes; heroicos policías defendiendo a palos nuestra democracia de peligrosísimos viajeros que pretendían tomar... un tren en las estación de Atocha; y padres de familia ejemplarmente apaleados delante de sus hijos, para que éstos vayan aprendiendo a dónde se llega con el pacifismo. A la mañana siguiente hubo un juez que se levantó y, al mirarse en el espejo, vio a alguien a quien habían tomado por un tonto útil. Por si acaso, pidió las actas de la sesión del Congreso. Después le faltó tiempo para cerrar el caso y dejar a los imputados en libertad sin cargos. "Las convocatorias origen de estas diligencias, -dice el auto- no suponen comisión de delito alguno. Ninguno de los imputados en la presente causa, como otros identificados inicialmente como posibles partícipes de la convocatoria, ha cometido delito alguno". Y continúa: "La gravedad aventurada por la Policía no era tal". Para terminar, un poco de sentido común: "No cabe prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejen o incluso pongan en cuestión el marco constitucional, ni, menos aún, de prohibir la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad, máxime ante la convenida decadencia de la denominada clase política".
   El gobierno ha ganado la batalla en la calle, pero sus objetivos iban más lejos, anhelaban escarmentar a futuros convocantes. La presión de los ciudadanos les molesta y mucho. Hay que pararla como sea. La represión policial y jurídica era el camino elegido. Pero, en lugar de ello, se han encontrado con la reconvención del juez. ¿Qué hace un gobierno democrático cuando choca con los límites de su poder? Insulta y amenaza. "Pijo ácrata", "indecente", "inaceptable", "impresentable" e "intolerable", fueron las lindezas que le dedicó el portavoz adjunto del Grupo Popular en el Congreso, Rafael Hernando. Entre líneas, el habitual estribillo mafioso: "prepárate, porque vamos a por ti". El resto de partidos reaccionó de modo más matizado, aunque todos coincidían en lo esencial, el juez Pedraz había cometido el error de creerse esa tontería de que el poder judicial es un poder independiente.
   Sin pretenderlo, porque no creo que la mollera del Sr. Hernando dé para tanto, el portavoz del PP ha trazado de un modo nítido la línea que está fracturando España y que, desde luego, no pasa por el Ebro. A un lado están los pijos y los ácratas, los padres de familia y los estudiantes, los jueces y los perroflautas, la gente que está en paro y la gente que transita por los apeaderos de Atocha camino del trabajo. Unas recientes declaraciones públicas han dado la pista para identificar a los que están al otro lado. Al otro lado están quienes han convertido la crisis económica y social que atraviesa el país en una cuestión de orden público. ¿Que quién ha dicho eso? Pues José María Benito, portavoz del Sindicato Unificado de Policía.

domingo, 7 de octubre de 2012

Monadología como mercadología (y 2)

   Si lo que vimos en la primera parte de esta entrada es verdad respecto de los instrumentos de análisis, no deja de serlo respecto de los planteamientos habituales sobre los mercados. Es un dogma neoliberal que la información se distribuye de modo homogéneo, puesto que está "ahí" y sólo hay que descubrirla. Los críticos del neoliberalismo señalan que la información se concentra allí donde hay concentración de dinero, con lo que no hay distribución homogénea de información y, por tanto, tampoco de oportunidades. Ambos tienen razón. La información se distribuye de modo homogéneo dentro de unos círculos concéntricos cuyo perímetro viene trazado por la cantidad de dinero disponible para la inversión. De un modo burdo podemos decir que hay tres de estos círculos. El primero y más numeroso es el conjunto de pequeños y medianos inversores cuyas fuentes de información son las noticias que pululan por los periódicos o Internet. Entre ellos puede haber diferencias notables en lo referente a la cantidad de dinero y de información disponible, pero estas diferencias son menores de las que guardan, como conjunto, con los integrantes del segundo círculo, el de los agentes que se dedican a efectuar compras y ventas en el mercado. Finalmente, están los grandes potentados, directores de los grandes fondos de inversión, presidentes de grandes entidades financieras y otros actores capaces de determinar con sus decisiones las tendencias que seguirán los anteriores. Es cierto que un pequeño inversor tiene las mismas oportunidades que cualquier otro, pero, en absoluto puede competir con el empleado de un banco que maneja una cantidad de dinero de éste invirtiéndola en bolsa y no digamos con el presidente del mismo. Por tanto, los mercados no son eficientes en un sentido general y sin restricciones. Lo son en la distribución de ganancias entre los actores que manejan las mismas herramientas de análisis y entre los que tienen una cantidad de información y de dinero comparable.
   Insisto, Stevens es inteligente y calla más de lo que dice. Por eso el libro comienza advirtiendo a los lectores, sin llegar a decir una palabra, de las consecuencias que para sus bolsillos puede tener todo lo anterior. El modo que suele hacerse eso tradicionalmente es recitando los consejos de la doctrina neoliberal sobre "cálculo de riesgos". Ése fantástico charlatán que es Nassim Taleb contaba en El cisne negro (maravilloso ejemplo de cómo escribir un libro para no decir nada), una anécdota esclarecedora sobre lo que es el "cálculo de riesgos". En el transcurso de una jornadas sobre dicho tópico, organizadas por un conglomerado de casinos de Las Vegas, se le mostraron, previa firma de un compromiso de confidencialidad, todas las medidas de seguridad que se seguían en las diversaas salas de juego. Las medidas, le aseguraron a Taleb, cubrían todos los riesgos posibles. No obstante, también le confesaron que habían pasado dos situaciones apuradas. La primera fue cuando un empleado, en lugar de entregar cada día a sus superiores el obligatorio formulario para Hacienda, los fue guardando en un cajón. La broma le costó a la entidad una multa que casi la arruina. La segunda ocurrió cuando unos mafiosos secuestraron a la hija de uno de los mayores accionistas. La conclusión, correcta, que saca Taleb es que resulta absurdo hablar de prevención de riesgos. El riesgo, por definición, es el conjunto de circunstancias que no podemos prever. Hablar de prevención, de cálculo de riesgos, es, simplemente, un modo de tranquilizar a quienes están destinados a correrlos, a la vez que se libera de responsabilidades a quienes sacan beneficios de que los demás los corran.
   Pues bien, exactamente, ¿cuántas cosas hay que cambiar en el libro de Stevens para convertirlo en un buen tratado de nigromancia? Veamos, las líneas de los gráficos se pueden sustituir fácilmente por líneas de la mano. El reconocimiento de patrones, el descubrimiento de indicios, la identificación de las tendencias predominantes, son algo tan aplicable a lo uno como a lo otro. Charles Dow ya descubrió el secreto de todo buen nigromante, a saber, la capacidad para beneficiarse de los sentimientos del mercado (o del cliente). Todos esos "puede" que Stevens utiliza cuando habla de que los patrones, los indicadores "pueden" servir (o no) para predecir el comportamiento del mercado, es posible dejarlos sin alteración en lo que se refiere a las líneas de la mano. Las profecías que se autocumplen son el secreto del éxito en ambas disciplinas. Muchos inversores juegan en bolsa (y hacen fortuna) siguiendo los consejos de sus astrólogos. No estaría mal que alguien del MIT investigase qué disciplina tiene mayores porcentajes de acierto, el análisis técnico o la nigromancia.
   Ahora, hagamos como hace Stevens, pongámoslo todo junto. De una parte, tenemos unos mercados que funcionan gracias a métodos de análisis cuya "objetividad" consiste en que todo el mundo utiliza las mismas herramientas y, por tanto llegará a las mismas conclusiones; tenemos, por tanto, un sin fin de profecías que se autocumplen; tenemos una "ciencia" que en poco se diferencia de la más tramposa adivinación mágica; tenemos actores económicos capaces de determinar tendencias; tenemos cálculos de riesgos que no calculan nada; tenemos mercados que reparten eficazmente beneficios en función del capital que se posea; tenemos a la muy socialista familia Papandreu especulando con seguros sobre impagos mientras uno de sus miembros dirigía Grecia hacia el impago de la deuda; y tenemos países atrapados en una espiral de recortes por recomendación de quienes los han lanzado a necesitar esa espiral de recortes. De otra parte, tenemos diabéticos griegos que acuden a Médicos Sin Fronteras porque no tienen para pagar su dosis diaria de insulina. ¿A qué conclusión llegamos?