sábado, 26 de enero de 2013

Lecturas del cuerpo (2)


La razón por la cual I can read You like a book es un mal libro sobre lenguaje corporal es porque en él Hartley y Karnich no cuentan nada que no pueda descubrir cualquiera de nosotros por simple sentido común. Aún peor, la casi totalidad de los ejemplos están sacados de películas o entrevistas con actores. Es cierto que un buen actor debe tener la habilidad de copiar gestos de su entorno para saber usarlos en las situaciones adecuadas. No obstante, el resultado siempre es, aún más, tiene que ser, estereotipado, para que cualquiera pueda reconocer el gesto en cuestión. Esto lleva a que en el cine se empleen gestos reconocibles por todos pero que jamás emplearíamos en nuestra vida cotidiana. Uno muy característico y llamativo es el típico gesto de ir continuamente moviendo el volante en una escena en la que se supone que el personaje está conduciendo. Si cualquiera de nosotros hiciera eso, sería detenido inmediatamente por conducción bajo los efectos del alcohol. No obstante, se puede ver actores de la talla de Walter Matthau agitando ferozmente el volante mientras habla tranquilamente con un copiloto que, en la vida real, estaría vomitando incontroladamente.
Otro tanto cabe decir de lo que constituye el grueso de los restantes ejemplos de Hartley y Karnich: los políticos. Entre otras cosas, los políticos de cierto nivel tienen asesores encargados de enseñarles determinados gestos y eliminar otros de su repertorio para pulir la imagen del político en cuestión. Tampoco a ellos se los puede considerar una fuente fidedigna de gestos no estereotipados. Con esta base de datos no resulta extraño que Hartley y Karnich acaben concluyendo que, en realidad, ningún gesto significa nada. Todo depende del sujeto, de la circunstancia, de la hora del día y puede que hasta de los cafés que se hayan tomado. Uno acaba preguntándose qué demonios le enseñaron a Hartley en la US Army Interrogation School y temiéndose que si el ejército de los Estados Unidos interroga con estos supuestos, la información que maneja sea tan válida como la que se puede obtener en los foros de Internet sobre sexo. Es obvio que Hartley ha escrito cerca de 285 páginas para no contar nada, marear un poco la perdiz y hacer caja. La verdad está en otra parte.
Y la verdad es que todos los especialistas en el tema están de acuerdo en que el gesto de cruzar los brazos encierra una actitud defensiva. Es uno de los gestos denominados “de barrera”, que pone un obstáculo entre el sujeto en cuestión, que no necesariamente está hablando y que, normalmente, no lo está haciendo, y su interlocutor. Esa barrera puede implicar una actitud claramente defensiva o bien puede consistir en un marcar distancias, en un alejarse del otro para ejercer una actitud crítica sobre él. Por supuesto, la inmensa mayoría de las veces que adoptamos esta postura no somos conscientes ni de que la estamos adoptando, ni del género de barrera que estamos levantando, ni, mucho menos, de por qué lo estamos haciendo. Lo que sí alcanza nuestra conciencia es la comodidad que nos otorga esa postura en ese momento concreto. Pues bien, esta postura no es exclusiva de la audición, también la adoptamos al leer un texto y es muy frecuente que uno de nuestros brazos genere también una barrera menos firme mientras el otro escribe, por ejemplo, a bolígrafo. Hay estudios que demuestran que quienes leen con los brazos cruzados tienen una actitud más crítica y menos receptiva hacia un texto que quienes lo hacen colocando ambos brazos a los lados del mismo. Todavía mejor, ese estudio demuestra que si se obliga a un grupo de estudiantes a adoptar esta última postura, inevitablemente, se vuelven más receptivos y menos críticos hacia lo que han leído. Que nuestra postura incide en nuestra actitud lo sabe cualquier maestro y, sin lugar a dudas, lo conoce Hartley muy bien, por más que se cuide muy mucho de mencionarlo.
Si ahora trasladamos estos hechos a la moderna tecnología, encontraremos que los actuales ebooks nos invitan disimuladamente, con su ligereza y sus pantallas que rápidamente pierden el ángulo óptimo de lectura, a sujetarlos con nuestras manos en sus laterales mucho más que a poner una barrera ante ellos. Dicho de un modo simple, los modernos aparatos de lectura nos hacen adoptar para con ellos una postura en la que nuestra capacidad crítica disminuye y nuestra permeabilidad para aceptar lo que se nos dice aumenta. Y esto, que todavía puede ofrecer matices, es rotundamente cierto respecto de los teclados y el ratón. El espantoso Word® de Microsoft hace imposible el menor género de barrera entre lo que se está escribiendo y el sujeto en cuestión. Quizás esta sea una de las razones por las que hoy día muy poca gente lee y todo el mundo escribe, hemos perdido capacidad de crítica respecto de nuestros propios textos... Pensándolo bien, mejor dejo de escribir y me releo todo esto.

domingo, 20 de enero de 2013

Lecturas del cuerpo (1)


He terminado de leer, por fin, I can read You like a Book  de Gregory Hartley y Maryann Karinch. Es un (mal) libro acerca del lenguaje corporal. El tema del lenguaje corporal es un tema de sumo interés para la filosofía o, dicho de otro modo, un tema sobre el que pocos filósofos, particularmente del lenguaje, han mostrado interés. La práctica totalidad de primates acompañan la emisión de sonidos con mímica, generando una duplicidad de sentidos para sus mensajes. Mientras el sonido se desplaza hasta lugares desde los que no se puede observar al emisor, la mímica va dirigida hacia los congéneres en la proximidad inmediata. En el caso de los seres humanos hay algo muchísimo más complicado que una mera duplicidad de mensajes. Por una parte, la proferencia de sonidos va acompañada de una entonación que, con frecuencia, determina la naturaleza del mensaje transmitido. Esto es precisamente lo que hace tan penosa la comunicación a través de las modernas tecnologías, desde una llamada telefónica hasta WhatsApp, pasando por sus antepasados el correo electrónico y los chats. Hemos tenido que inventar unos signos tan convencionales como cualesquiera otros, para dar un género de entonación a una sucesión de palabras que, por sí mismas, podían significar muchas cosas. Pues bien, estos marcadores de entonación artificiales, los emoticones, son caras. Ponemos caras con gestos estereotipados a nuestras palabras para que éstas puedan adquirir un significado pleno. Se puede decir de un modo mucho más directo, los seres humanos logramos comunicarnos gracias a que tenemos rostros y no por las simples virtualidades del lenguaje. Obviamente, no se trata sólo de rostros. Acompañamos nuestras palabras de gestos, poses, miradas y de una escenografía completa que les otorga el marco imprescindible para hacerlas significativas. Todo esto es lo que conforma el contexto de la comunicación lingüística, lo que según Wittgenstein hacía del lenguaje un juego o una forma de vida. Hasta aquí llega el territorio medianamente explorado por los filósofos del lenguaje, cuando, en realidad, éste es el comienzo de algo mucho más interesante.
Es un lugar común en la filosofía del lenguaje asumir que la entonación, los gestos, las posturas y las miradas que acompañan una prolación son parte integrante de la misma, dado que proceden del mismo sujeto, de la posición cero del lenguaje ocupada por quien está hablando. Indudablemente, puede haber mayor o menor congruencia entre lo que se está diciendo y los gestos que se están utilizando, pero, dado que el significado de cualquier expresión se hace equivalente a su uso, un sujeto sólo puede estar queriendo decir una cosa. La incongruencia entre gestos y palabras sería, simplemente, la demostración de que el sujeto en cuestión no sabe usar de modo adecuado el lenguaje. Si ponemos esta afirmación a la inversa, comprenderemos lo alejada de la realidad que se encuentra. En efecto, el reverso de esta afirmación es que los gestos que habitualmente no suelen acompañar una determinada intención comunicativa carecen de significado, esto es, si hay un gesto que habitualmente no acompaña una situación comunicativa, este gesto no significa nada. ¿De verdad es eso lo que ocurre? ¿hemos visto acompañar a situaciones comunicativas el jugueteo con cualquier objeto, el señalar con cualquier tipo de puntero, el colocar entre nosotros y el hablante cualquier tipo de obstáculo? Vamos a poner un ejemplo aunque, en una demostración más de lo que estamos diciendo, es muy difícil entender el significado pleno de lo que estamos diciendo sin vivirlo, es decir, sin ver exactamente la sucesión de gestos. Intentémoslo, no obstante. Supongamos que estamos recabando información de un vendedor, de un empleado, de un sujeto cualquiera. Mientras nos responde con un discurso bien construido y creíble, se obstina en mantener firmemente cruzados sus brazos salvo en las numerosas ocasiones en que se rasca la nariz. ¿Quedaríamos absolutamente convencidos por su relato? ¿por qué? ¿porque hemos visto mil veces cómo ese comportamiento forma parte del juego de mentir y de ningún otro? ¿sabríamos explicar racionalmente qué motiva nuestras sospechas? Todavía mejor, ¿sabría él por qué su relato no nos resulta totalmente creíble? 
En realidad, hay una alianza profunda entre las modernísimas filosofías del lenguaje y las antiquísimas filosofías de la conciencia. Piénselo detenidamente. Siempre tenemos claro qué es lo que queremos significar con nuestras palabras y por qué es sobre eso sobre lo que queremos hablar. Rara vez puede decirse lo mismo respecto de la postura que adoptamos, de hacia dónde miramos o de los gestos que empleamos. Ellos también tienen un significado, un significado rara vez consciente y, por tanto, ignorado por las filosofías del lenguaje. El gesto de señalar con el índice lo hemos visto miles de veces con una intención muy clara. Miles de veces hemos visto también el gesto de cruzar los brazos, pero, ¿con qué intención? ¿qué significa? Aún mejor, ¿por qué en determinadas circunstancias nos sentimos cómodos con los brazos cruzados e incómodos cuando alguien los cruza delante de nosotros? Todavía podemos ir un poco más allá. Si al cruzar los brazos nos sentimos cómodos, ¿induce en nosotros cierta actitud el simple hecho de cruzar los brazos y de modo general, el adoptar una postura? ¿es nuestro pensamiento el que lleva a un cierto movimiento del cuerpo o es el movimiento del cuerpo el que lleva a ciertos pensamientos? ¿acaso hemos llegado por aquí al viejo problema de la relación entre alma y cuerpo o, como se dice hoy día, entre mente y cerebro?
Si he logrado despertar su curiosidad con estas preguntas y está esperando alguna respuesta a ellas, sólo le voy a dar una pista: Gregory Hartley es graduado de la US Army Interrogation School, posee numerosas condecoraciones por sus servicios a la nación como interrogador e instructor de interrogadores del ejército de los Estados Unidos y trabajó para la CIA.

sábado, 12 de enero de 2013

Nada es lo que parece (esto tampoco)

    El titular de El País decía que en torno a 200 políticos españoles están implicados en causas judiciales sin dejar de estar protegidos por su condición de aforados o por sus correspondientes partidos. Los hay de izquierda, de derecha, de centro, de nada, de Cataluña, de Andalucía, de Valencia, de Baleares, procedentes de los ayuntamientos, de las diputaciones, de los parlamentos, altos cargos de la administración... Quien más y quien menos sospecha que son sólo la punta del iceberg, los más torpes cubriéndose las espaldas o los más descarados en sus tejemanejes, pero que hay muchos otros que han hecho y siguen haciendo cosas aún peores. Basta leer entre las líneas de los periódicos, charlar con personas medianamente conocedoras de algunos temas, para acabar siendo apresado por tal impresión. A poco que se escarbe, uno acaba preguntándose si hay algo pagado con dinero público en este país, desde los parques infantiles a las grandes obras de infraestructura, pasando por los contratos de suministros para hospitales, que no haya originado la correspondiente comisión.
Supongamos que alguien, alguien con un trasfondo intelectual de cierto nivel, llegado hace poco a la arena política, reclamase “salvar al Estado, no a los políticos”, exigiendo, por ejemplo, pasar un control de integridad a cualquier político que pretendiese presentarse a unas elecciones. Control que, entre otras cosas, implicase averiguar cuánto paga de impuestos. Se trataría de refundar el Estado sobre bases éticas, de permitir que los desfavorecidos participasen también en el poder, de un cambio radical en las bases del juego político. Supongamos que, para apoyar sus reivindicaciones, convocase una marcha sobre la capital, una marcha que aspirase a concentrar un millón de personas. Es fácil imaginar que desde el poder alguien le respondería que sus ideas son imposibles de llevar a la práctica, que lo que de verdad se esconde tras sus palabras es un intento de golpe de Estado, que es “ilógico” salvar al Estado sin salvar a los políticos porque, en el fondo, la clase política es el Estado. 
Vamos a realizar un experimento mental. Tómese unos segundos y piense de parte de quién estaría. 
¿Ya lo ha decidido? Bien, ahora vamos a añadir un poco de información más y veamos si eso altera su decisión. En realidad, quien ha convocado esa marcha no es ninguna persona ni colectivo español, lo ha hecho Muhammad Tahir ul Qadri en Pakistan. La marcha, partiendo de Lahore debe llegar el día 14 a la capital, Islamabad. El Dr. Tahir ul Qadri es el líder de la organización Minhaj ul Quran International. Por su parte, el gobierno pakistaní es un fiel aliado de Estados Unidos y de occidente en general, en su lucha contra los talibanes a uno y otro lado de su frontera con Afganistán. ¿Sigue estando de parte de los mismos en este desafío? Y si ha cambiado de opinión, ¿por qué lo ha hecho?
Continuemos. Minhaj ul Quran International es una ONG, con cierto reconocimiento por parte de la ONU, cuyo objetivo es la ayuda a los paquistaníes, en particular, y los musulmanes en general, repartidos por el mundo, la defensa de una visión sufí y moderada del Islam y el diálogo intercultural. Implantada en multitud de países, entre otras cosas, ha promovido fiestas en institutos catalanes para celebrar el fin del Ramadán y es muy activa, por ejemplo, en el barrio del Raval de Barcelona. El Dr. Tahir ul Qadri, en su faceta de estudioso del Corán, publicó una fatwa en 2010 que constituye un poderoso alegato contra el terrorismo. Entre otras cosas, recordaba que el Corán también es un manual de reglas de compromiso, es decir, indica cómo y cuándo deben actuar las tropas en combate. Básicamente, decía Tahir ul Qadri, los únicos objetivos legítimos según el Corán son las tropas combatientes enemigas, ni las mujeres, ni los niños, ni los ancianos, ni, de modo generalizado, quienes financian indirectamente los ejércitos. Las 600 páginas de su fatwa no dejan muchos resquicios a quienes deseen encontrar apoyo en los textos sagrados para justificar sus bombazos.
Dicen las estadísticas que hasta un 70% de la clase política paquistaní no paga nunca sus impuestos. El propio presidente, Asif Ali Zardari, era conocido en su época de presidente-consorte (de Benazir Bhutto), como “Mr. 5%”. Si bien el gobierno apoya a los Estados Unidos, realmente quien hace y deshace en el país es el todopoderoso ISI (Inter-Service Intelligence, la inteligencia militar -sí, ya sé el chiste de que son términos incompatibles), que pone y quita gobernantes (caso, por ejemplo, del golpista Pervez Musharraf), organiza atentados contra India en cuanto las diplomacias de uno y otro país acuerdan el menor paso para la reconciliación y da cobertura a Al-Qaeda y a los talibanes como brazos ejecutores de muchas de sus políticas. “Casualmente” el desafío de Tahir ul Qadri ha sido seguido, casi de inmediato, por una oleada de atentados contra la minoría chií, azuzando un conflicto interreligioso justo a las puertas de la primera transmisión del poder de un gobierno civil a otro. 
¿De parte de quién está ahora? ¿Acaso ha vuelto a cambiar  sus preferencias? ¿por qué?
Quedan todavía dos datos. El primero es la ingente cantidad de dinero que parece manejar Minhaj ul Quran International. A su implantación en medio mundo hay que añadir que ha comprado, prácticamente, cada cuña publicitaria de las diferentes televisiones paquistaníes y no existe una esquina de las grandes ciudades que no esté empapelada con carteles de dicho movimiento. Hasta la página en la versión española de la wikipedia dedicada al movimiento, ha sido cuidadosamente redactada por alguien cuya lengua materna, obviamente, no es la de Cervantes. Si nada se mueve en Pakistán que no sea supervisado por el ISI, y éste es el segundo dato, es poco imaginable que alguien como Tahir ul Qadri lo haya hecho y sólo su supervivencia física nos dirá hasta qué punto es tolerado o no por aquél. Pese a ello, si sus preferencias han vuelto a cambiar, le recordaré que las revoluciones populares existen, pueblan la historia y sólo el paso del tiempo permite disipar las dudas acerca de su naturaleza.

domingo, 6 de enero de 2013

Estampas navideñas


Estas fiestas han proporcionado una serie de imágenes que quedarán para siempre en nuestro recuerdo. La primera de ellas es que tuvieron lugar. Como ya es de dominio público, todo estaba preparado para que se acabase el mundo el día que los mayas habían previsto. Cuando se estaban haciendo las comprobaciones finales, se descubrió que el encargado de acabar el mundo en España, no se había presentado. Al parecer, está de baja y su sustituto no tenía ni idea de qué botón había que pulsar. Por ello, en una rápida reunión de los dirigentes mundiales, se decidió aplazar sine die el fin del mundo, no fuese a ser que se acabase en todas partes salvo en España. A cambio, el ministro de economía, Sr. De Guindos, dio una rueda de prensa. No es algo que mate tanto como el Apocalipsis, pero acongoja casi lo mismo. Citando a mi añorado Arzalluz, vino a decir que a España le sobran michelines y que el objetivo del gobierno que él encabeza (porque, a pesar de que hay ministros que reconocen tenerla como los toros, su cabeza destaca sobre las demás), es que los españoles alcancemos niveles de colesterol inferiores a los de Corea del Norte, país donde no sé muy bien si sólo los que gobiernan están gordos o si es que ponen a gobernar a todos los que consiguen llegar a gordos. 
Que la cosa está muy mal no hace falta que lo diga el Sr. De Guindos. En el chino que hay junto a mi casa, están de rebajas desde finales de noviembre y los reyes magos, en lugar de caramelos, están lanzando guijarros porque son más baratos, hacen el mismo daño sobre la cabeza de los viandantes y se pueden chupar durante mucho más tiempo. No obstante, es verdad que seguimos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Que se lo digan a Mediamarkt. Han sacado unas tablets a 250€ y ha habido guantazos por ellas. Eso sí, todo el mundo las ha financiado sacándose la correspondiente tarjeta de esta popular cadena de retales electrónicos. La pregunta, claro está, es a qué dedicó el dinero la gente en la época de bonanza para no tener ahora ni 250€ con los que comprar una tablet. Si esta pregunta le parece ofensiva, la puedo formular de otra manera: ¿para qué quiere una tablet alguien cuya cuenta corriente no alcanza los 250€ de saldo en positivo?
Si los españoles viven por encima de sus posibilidades, lo de las españolas ya es de traca. Calculo que están viviendo unos doce centímetros por encima de sus posibilidades. Recuerdo que, cuando estaba en el colegio, ansiaba ir al instituto para estar rodeado de chicas con tacones altos y pantalones ajustados. Desgraciadamente, el mismo año en que entré en el instituto, una alianza entre los partidarios de que siguiésemos siendo la Reserva Espiritual de Occidente y los que desfilan bajo la bandera arco iris, consiguió imponer la moda de vaqueros holgadísimos y zapatos planos. Adivinar los contornos de mis compañeras fue mi primer ejercicio de hermenéutica. La verdad, la etapa de instituto me resultó bastante triste. Durante una generación se nos ha machacado con la idea de que los tacones altos eran lo peor para la salud de las mujeres y, de pronto, se ha impuesto la moda de los supertacones y con plataformas. Quizás sea la edad o quizás que, después de una generación sin ellos, se ha perdido la sabiduría acerca de cómo emplearlos, el caso es que me resulta grotesco. Las calles se han llenado de jóvenes y no tan jóvenes subidas en unos tacones enormes, haciendo malabarismos para no partirse la crisma. Suelen quedar en casa de una amiga. Hasta allí llegan con sus zapatitos planos y se cambian para salir las dos agarradas, bajo el supuesto de que es más fácil mantenerse en pie sobre cuatro zancos que sobre dos. La otra opción es agarrarse al primero que pase, con independencia de que sea guapo o no. Es mejor ligar con un impresentable que caerse de bruces. Mientras están paradas la cosa tiene un pase. Uno las ve y por su modo de sujetarse a lo primero que tienen a mano, busca instintivamente la cámara fotográfica, pues es fácil pensar que están posando. Cuando andan parecen cigüeñas borrachas. La idea de que los tacones perjudican la salud de la mujer es falsa. Lo que va en contra de sus espaldas, beneficia sus hígados. Difícilmente se atreverán a tomar una copa cuando ya están mareadas viendo el mundo desde esa altura. En cualquier caso, han tenido suerte, ha llovido poco. La mayoría habrá podido regresar a su casa con los zapatos en la mano y los pies fríos, pero secos. Porque, a diferencia de lo que ocurre en los cuentos, en la vida real, las mujeres felices no son las que se pueden poner el zapatito de cristal, sino las que, por fin, pueden quitárselo.
Así, entre unas risas y otras, he pasado estas navidades, tratando de no ver lo que ocurría a mi alrededor e intentando desear prosperidad en el nuevo año sin que me saliese un tono demasiado sarcástico.