domingo, 26 de mayo de 2013

Sexo, mentiras y aborto (y 2)


Nadie sabe más de música celestial que los encargados de administrar los bienes de la otra vida. La cejijunta interpelación de: “¿para qué me voy a poner un preservativo si tú puedes abortar?”, es lo que subyace a la posición de la iglesia católica y sus violentos monaguillos. El eslogan “la vida humana comienza con la fecundación” es tan disparatado que ni quienes lo vociferan se lo creen. Si de verdad se lo creyeran, emplearían la mitad del dinero que dedican a sus campañas de prensa en otra lucha que no debiera ser menos importante para ellos, exigir el humano entierro de todas los cuerpos que tuvieron humana vida, esto es, óvulos fecundados y fetos expulsados del cuerpo de su madre por abortos espontáneos. De hecho, si la iglesia católica creyese de verdad en lo que grita, habría de tener pilas bautismales en el interior de los paritorios. Su praxis, sin embargo, es mucho más acorde con la tradición, el sentido común y las ideas de algunos de sus filósofos más admirados. A este respecto hay que recordar que, para San Agustín, no se puede llamar homicidio el aborto de un feto menor de 40 ó 45 días y que en esta línea de pensamiento fue seguido nada menos que por San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, entre otros. Aunque todos ellos iniciaban, a partir de aquí, una larga disquisición que concluía en la condena del aborto (no vaya a ser que pudiéramos disfrutar del sexo sin castigo), ninguno fue tan tonto como para sostener la idea de que la humanidad comienza con la fecundación. Idea, por cierto, que sólo se convirtió en doctrina de la iglesia bien entrado el siglo XX. 
¿Por qué entonces defiende la iglesia ideas que van contra sus prácticas habituales y contra los fundadores de su doctrina? La intención de nuestros curitas es demoníacamente retorcida. Saben que prohibiendo el aborto le “cortarán el rollo” a muchos hombres, a quienes les saldrá más caro pagar un aborto clandestino que ponerse el consabido preservativo. Meter a Dios entre los cuerpos desnudos, convertirnos a todos en actores porno al servicio del divino voayeur, castigarnos por disfrutar del sexo, ha sido siempre el objetivo de la iglesia. Ahora podemos ver con claridad lo que debía haber sido obvio desde el principio, aquello con lo que deberían comenzar todos los debates sobre el aborto, si no lo impidieran el griterío de unos y otros, las vallas publicitarias y los anatemas lanzados con tonos suaves: que el aborto es un método de control de la población. Control de la población no sólo porque se controle su número. Control de la población, sobre todo, porque se ejerce un control muy real sobre la vida sexual de la población y cuanto más pobres, mayor control. Aquí no hay derechas ni izquierdas, no hay progresistas ni retógrados, no hay creyentes ni masones. Todos ellos están igualmente interesados en saber qué hacemos en nuestros tálamos. 
La ideología de la que hablaba el Sr. ministro no es su ideología, es la ideología común a todos los que aspiran al poder, la ideología que los lleva a autorizarnos o prohibirnos tener una vida privada que no quede más tarde o temprano atrapada en un modelo de informe. La prueba de cuanto vengo diciendo, a saber, que la visión que existe sobre el aborto no depende de posturas políticas, sino del simple hecho de tener o no acceso al poder, es que el mismo aborto que se percibe como una liberación para la mayoría de un país, es visto como una amenaza por las minorías étnicas de ese país. El mismo aborto que permite vivir a las mujeres con embarazos que implican riesgos para ellas, es el aborto que mata sistemáticamente a niñas en culturas en las que éstas son consideradas una carga. El progresista derecho al aborto fue la obligación de las atletas chinas para que progresaran en la consecución de marcas olímpicas. 
Cualquiera que pretenda obligarnos a responder con un sí o un no al aborto, pretende, de un modo u otro, nuestra colaboración en el eterno juego del dominio de las mujeres por los hombres, de las minorías por las mayorías, de los que no tienen nada por los que lo tienen todo. Si no queremos colaborar con que las mujeres sigan siendo “libres” pero agredidas, con que la razón esté necesariamente de parte de los que suman más, con que sólo se oiga la voz de quienes tienen medios para que resulte atronadora, debemos plantear la cuestión en otros términos. Y la cuestión del aborto nunca puede ser sí o no, la cuestión es ¿aborto para qué o para qué no? ¿Para que decaiga el uso de preservativos? ¿para controlar mejor a las minorías? ¿para traer al mundo niños cuya vida sólo puede ser un calvario de sufrimientos? ¿para que las mujeres violadas se vean obligadas a criar al hijo de su agresor? De este modo aparece, diáfana, la única respuesta posible a esta cuestión, una respuesta que no cierra el debate, muy al contrario, lo abre a un nuevo horizonte, a saber, que no existe motivo alguno, ni siquiera la caridad cristiana, para prohibir un aborto dirigido a no aumentar el sufrimiento en el mundo.

domingo, 19 de mayo de 2013

Sexo, mentiras y aborto (1)


Otra cosa se le podrá criticar a nuestro eximio ministro de Justicia, el Sr. Gallardón, pero no la falta de sinceridad. “La ley sobre el aborto es una cuestión de ideología”, ha dicho. Ciertamente lo es. Más exactamente, cualquier ley sobre el aborto podría ser calificada como “ley del último recurso”, porque es a lo que recurren todos los gobiernos, de derechas o de izquierdas, cuando las cosas van mal, los escándalos afloran, las ideas faltan y no se sabe qué hacer para ganar votos en unas próximas elecciones. Es comprensible. Se trata de un debate que apasiona, divide a la sociedad, se le puede dar vueltas como a un tiovivo sin ir a ninguna parte, por tanto, marea, distrae a la opinión pública y todo eso por el módico precio de lo que cuesta el papel en el que sale promulgada la ley. El reverso es que nunca cambia nada. A lo largo de los años, las tasas de aborto permanecen prácticamente estables, sin verse afectadas por permisos o prohibiciones. La cuestión no es, por tanto, si va a seguir habiendo abortos o no, la cuestión es si se practicarán con todas las garantías de una sanidad recortada o de modo clandestino.
He dicho que el debate sobre el aborto apasiona. Quizás sería mejor decir que es un debate pasional. Los razonamientos  brillan por su ausencia. Abundan los gritos, las imágenes escabrosas y sangre, mucha sangre. En definitiva, es un debate  típicamente español. Por tanto, hay muy poco que decir sobre semejante diatriba. Otra cosa son los eslóganes y las grandes palabras que suelen usarse, pretendiendo hacerlos pasar por razonamientos. “Vida”, por ejemplo. ¿De verdad alguien tiene una definición que podamos considerar plausible todos? En tal caso, ¿por qué no la ha hecho pública ya? Hace más de veinticuatro siglos que la filosofía busca tal cosa y hay un jamón esperando a quien lo haga. ¿Poseen vida los óvulos fecundados? ¿y los no fecundados? ¿y los que sí han sido fecundados pero su núcleo no se ha fundido con el núcleo del espermatozoide? ¿poseen vida los virus? ¿y los programas de inteligencia artificial? La cosa empeora si a una palabra mal definida se le añade un adjetivo oscuro. Así nace la expresión “vida humana”. ¿Qué diferencia la "vida humana" de la vida de un simio? ¿el 1,2% de los genes? Muchos grupos animales han sido clasificados dentro de la misma especie teniendo un porcentaje de diferencias genéticas mayor. ¿Acaso son vidas humanas las que han llevado los niños salvajes? ¿es vida humana la de un tetrapléjico cuya familia no puede atenderle? ¿es vida humana la de un bebé sin extremidades, sin riñones, con un daño cerebral profundo? ¿Qué humanidad, qué caridad cristiana, qué lógica demoníaca, lleva a semejante condena cuando quienes así defienden la vida humana sostienen con igual vigor que lo mejor nos aguarda tras la muerte?
Las grandes palabras sin significado comúnmente aceptado dan lugar a eslóganes perfectos. “La vida humana comienza con la fecundación”, “nosotras parimos, nosotras decidimos”, son ejemplos magníficos. ¡Qué bien suenan! ¡Cómo enervan a las masas! ¡Qué sensacional compendio de estupideces en tan pocas palabras! Comencemos por el segundo. El único corolario posible de “nosotras parimos, nosotras decidimos” es: “nosotros preñamos y después pasamos”. Un feminismo descerebrado y populachero hace de la posesión física la base para decidir el futuro, línea argumentativa ésta exhaustivamente utilizada por Mussolini, Hitler y Milosevic.  De este modo, se le sirve en bandeja el triunfo al machismo  más cerril y no menos descerebrado. Negar el derecho a decidir al varón es, eo ipso, negarle cualquier responsabilidad. “Aborto libre y gratuito” es el lema que suscriben la inmensa mayoría de los hombres de este país. En primer lugar, les supone una ventaja económica, se ahorran comprar preservativos. En segundo lugar, a poco que pregunte Ud. por ahí, hallará que a los machos ibéricos les “corta el rollo”, ponerse una gomita, literalmente, en lo mejor del querer. La  explicación de tan arriesgada actitud o bien se halla en que la disfunción eréctil es una plaga en este país, o bien en nuestra incultura sexual, que reduce las artes amatorias a lo que puede verse en las películas pornográficas. Para los machitos patrios, pues, los eslóganes feministas suenan a música celestial.

domingo, 12 de mayo de 2013

Comportamiento verbal cognitivo (y 2)


Las metáforas empleadas por los lingüistas cognitivos son estupendas. Ahí es nada la metáfora que permite hablar de “figura y fondo” en lugar de “sujeto y predicado”. Sus resonancias gestaltistas hacen pensar en leyes tan inmutables como las que rigen nuestra percepción. Desgraciadamente, a lo más que pueden llegar los lingüistas cognitivos por este camino es a la conclusión de que siempre tiene que haber una figura y un fondo. Conclusión que no es que sea falsa, simplemente o es lo que ya había dicho la Escuela de la Gestalt 80 años antes o bien es la perogrullada de que siempre hay un sujeto y un predicado en una proposición. Otro tanto cabe decir del “fenómeno de la prominencia (salience)”, mencionado más de 300 veces en este escrito y que esconde detrás de tanta relevancia la trivialidad de que siempre que se habla se habla de algo o de alguien.
Igualmente magnífica es la metáfora según la cual el significado de los términos no depende de un diccionario, sino de una enciclopedia. Una vez más, estamos ante una metáfora inspiradora. ¿Se tratará de una enciclopedia como la de los ilustrados, destinada a hacer progresar a la humanidad? ¿Acaso será una enciclopedia china, como la que abre Las palabras y las cosas de Michel Foucault y que ya leyó Charles Darwin? Pero, claro, ¿quién necesita una enciclopedia en nuestra internáutica época? ¿No sería mejor decir, como efectivamente permiten las ideas acerca de la categorización de los lingüistas cognitivos, que el significado depende de una red? ¿No podría ser el significado cada uno de los nodos, de las posiciones, de esa red? ¿No sería eso más fructífero, cognitivamente hablando, dado que nuestros procesos mentales también dependen de una serie de posiciones en una red (neuronal)? ¿no permitiría eso explicar las relaciones del lenguaje con el territorio (toponimia), del territorio con sus mapas, de los mapas con los atractores? Olvídense, no va por aquí la cosa. Los lingüistas cognitivos no parecen haber leído a Wittgenstein lo suficiente como para comprender que el significado no siempre es el uso.
Pero si lo que Ud. busca no son metáforas, sino teorías, o, peor aún, la teoría que podría denominarse “lingüística cognitiva”, no se moleste en leer estas 1334 páginas, no la hay. Esta es la razón por la cual, muchos de quienes escriben en este volumen se refieren a la lingüística cognitiva como una “disciplina”. Curiosa disciplina, ciertamente, la que nace por su confrontación a una teoría, ¿o acaso la gramática generativa también es una disciplina? Lo más parecido a una teoría de lingüística cognitiva son la teoría de los prototipos de Berlin y Kay y los campos semánticos de Trier y Weinrich. Trier y Weinrich no son problemáticos, en este libro se los prohija como lingüistas cognitivos avant la lettre sin el menor pudor. Este proceder o es puro cinismo o es desconocimiento de sus escritos, pues el concepto de campo semántico tal y como lo usa Trier y, especialmente, Weinrich, aplicado a las metáforas, permite sistematizaciones tanto sincrónicas como diacrónicas entre las diferentes lenguas (no hay más que recordar su “Münze und Wort” de 1958). Y aquí llegamos a la piedra de toque de toda esta historia: ¿por qué no se prohija también a Berlin y Kay? Muy fácil, porque Berlin y Kay han dedicado buena parte de sus estudios a demostrar la falsedad de la tesis de Sapir-Whorf.
Con su énfasis en que el significado es el uso, con su insistencia en la pragmática por encima, incluso, de la semántica, la lingüística cognitiva no tiene más remedio que declararse relativista. El problema es que ha llegado al mundo cuando ya nadie en el campo lingüístico cree en el relativismo. Por otra parte, tampoco puede pretender buscar universales lingüísticos, pues en esa orilla está, desde el comienzo, su gran coco malo, papá Chomsky. Es divertidísimo leer el capítulo dedicado a “Cognitive linguistic and linguistic relativity”, en el que Eric Pederson hace todo tipo de malabarismos para demostrar que... “ya veremos”. Memorable es el apartado dedicado a la construcción de contrafactuales y relaciones causales en las diferentes lenguas. El chino (que, por cierto, es un idioma que no existe, pues en China se hablan una infinidad de dialectos con cierto “aire de familia”) carece de contrafactuales, razón por la cual los chinos establecen relaciones causales de modo diferente a los ingleses. Claro que también el japonés carece de contrafactuales y las secuencias causales de sus hablantes son como las de los angloparlantes. El árabe que tiene contrafactuales no genera, en cambio, relaciones causales como las de los ingleses. ¡Hombre! concluye Pederson, de relativismo lingüístico, de relativismo lingüístico en sentido estricto, no se puede hablar... “No está demostrado” que el lenguaje determine el pensamiento... A lo mejor en un futuro... Pero, y éste es el suelo firme sobre el que se asienta la lingüística cognitiva, sí se puede decir que la cultura determina el pensamiento. Dicho de otro modo, Pederson dedica 32 páginas a demostrar que las culturas son un modo de ver el mundo. De semejante conclusión, como del resto de este volumen, no se puede decir que sea errónea, lo que sí se puede decir es que es trivial. Simplemente, para semejante viaje, no hacían falta tantas alforjas.

domingo, 5 de mayo de 2013

Comportamiento verbal cognitivo (1)


Hacia mediados del siglo XX, el epíteto “cognitivo” era poco menos que tabú. Los psicólogos habían abandonado, por fin, el ultrajante dominio de los faraones filósofos para dirigirse hacia la tierra prometida de la cientificidad, guiados por el Moisés Skinner y sus adláteres. Cierto es que habían tenido que dejar atrás los prados que les dieron nombre (la psique humana), pero el milagro de poder elaborar gráficos con curvas y pendientes fue tal que hasta los lingüistas se sumaron a la marcha. En 1959, un joven David, llamado Noam Chomsky, lanzó una certera piedra a la frente misma del monstruoso Goliat que se había creado, su famosa reseña de Verbal Behavior, nada menos que la confirmación por parte de la suprema autoridad, Skinner, de que los lingüistas también eran una tribu del pueblo elegido. El Goliat conductista tardó mucho más en caer que el bíblico, pero hacia comienzos de los años sesenta, Neisser y otros ya se atrevían a utilizar el epíteto tabú en la portada de sus libros. Los propios lingüistas se habían convertido en la tribu perdida, liderados por el jovenzuelo que tan hábil demostró ser en el uso de la honda. Sin embargo, muy pronto, comenzaron a pensar que estaban perdidos en la península del Sinaí. Chomsky había ofrecido, en efecto, un marco teórico sólido, un lenguaje formalizado útil para jugar a científicos y una serie de prometedores contactos con campos como la Inteligencia Artificial, la genética y la propia psicología. A cambio, la gramática generativa se había ido convirtiendo en algo abstracto, lleno de excepciones y más preocupada por seres computacionales que por humanos parlantes. Eso sin contar con que, en algún momento, acabaría por aparecer el punto de contacto entre las estructuras generativas y el anarquismo o la defensa del régimen de Pol Pot de que ha hecho gala Chomsky.
Rápidamente las disensiones generaron un conflicto y los chomskyanos excavaron trincheras por el procedimiento de convertir su grito de combate habitual, “¡la sintaxis primero!”, en “¡la sintaxis lo único!”. Al otro lado se situaron quienes pretendieron construir nada menos que una semántica generativa, con George Lakoff a la cabeza. Que los chomskyanos ganaran estas guerras lingüísticas no impidió que su campo se fracturara sin remedio. Mientras tanto, el epíteto “cognitivo” no sólo dejó de ser tabú en la psicología, sino que empezó a tener cierto pedigrí. Bajo él se refugiaron las derrotadas huestes de Lakoff ya a finales de siglo y así nació la lingüistica cognitiva.
Qué es la língüistica cognitiva es fácil de explicar: ahora mismo nada, en un futuro por determinar la panacea. Tomemos, por ejemplo, el Oxford Handbook of Cognitive Linguistic de 2007. Se trata de un manual, es decir, debe contener teorías que ya se han convertido en acervo compartido, hechos aceptados por todos y explicaciones paradigmáticas. Pues bien, si Ud. repasa las conclusiones de cada uno de los artículos integrados en este volumen, comprobará que aquello en que están de acuerdo todos los lingüistas cognitivos es en que “ya veremos”.  Como muestra un botón. 
Dice Chis Sinha que el concepto de representación es quizás el concepto más importante dentro de todas las disciplinas apellidadas “cognitivas” (“Cognitive Linguistics, Psychology and Cognitive Science”, pág. 1280). La representación se define como “estados internos de un mecanismo cognitivo” (pág. 1284), magnífico ejemplo de cómo definir algo simple por algo mucho más oscuro. No es de extrañar que Sinha concluya que determinar qué es una representación es una de las tareas pendientes de las disciplinas cognitivas (pág. 1285).
Hoy por hoy la lingüística cognitiva es una miríada de estudios empíricos, un puñado de explicaciones y unas cuantas metáforas, poco más. Hechos, lo que se dice hechos, no podrá encontrar Ud. ninguno nuevo en las 1334 páginas de este libro. Aún más, los “hechos” en los cuales se basa la lingüística cognitiva son cosas como que el lenguaje de los expertos es más preciso que el de quienes no son expertos, que los niños aprenden antes nombres que verbos y que las metáforas son muy importantes. Cosas todas ellas accesibles a cualquiera sin necesidad de hacer estudios empíricos, ser lingüista y, mucho menos, ser cognitivo.
Por su parte, las explicaciones pueden alcanzar un cierto grado de interés. Especialmente porque, como es obvio, no se hacen mediante un lenguaje pseudoformal (algo que olería al azufre generativista), sino mediante esquemas muy inspiradores. Eso sí, no hay modo de manipular estos esquemas para que permitan hacer predicciones ni siquiera en el sentido más vago del término.