domingo, 31 de mayo de 2015

El velo de la verdad

   Arthur Schopenhauer fue un filósofo alemán nacido en 1788 en el seno de una familia acomodada. Sus padres le procuraron una exquisita formación que incluyó contactos con lo más granado de la intelectualidad alemana y viajes por media Europa. Además del griego y el latín, parece que manejó con soltura el sánscrito y él mismo, en el prólogo de su obra capital, El mundo como voluntad y representación, recomienda a sus lectores un conocimiento profundo de los Vedas. Del mismo modo, les recomienda manejar con soltura la filosofía de Platón y Kant, fuentes todas estas que ayudaron a construir su filosofía aunque su filosofía, dice Schopenhauer, no está contenida en ellas, pues va mucho más allá. Como ya habrán podido deducir, Schopenhauer es un ejemplo de que una educación exquisita y una amplia cultura no bastan para hacer de alguien una buena persona. Desde luego no lo fue. Predicó el misticismo y el ascetismo al tiempo que desparramaba por su obra todo tipo de comentarios misóginos. Escribió mucho acerca del sufrimiento en el mundo y nunca hizo nada por mitigarlo en su más pequeña medida. Eso sí, puso de moda una género de misantropía que a muchos de sus seguidores les ha servido para esconder, bajo una cierta pose desencantada, el deseo de medrar a costa de los demás. 
   Después de exigir conocimientos tan amplios como los que él poseía, pide, igualmente, dos lecturas de su libro “para comprender bien el pensamiento aquí desarrollado”. Es cierto que, tras dos lecturas, uno acaba entendiéndolo bien, pero también acaba preguntándose si Schopenhauer llegó a leerse dos veces los textos de Platón, Kant y los Upanishades porque no parece haber entendido gran cosa de ellos. El “Kant” de Schopenhauer está interesado, sobre todo, por lo que hay más allá de los fenómenos que es, precisamente, lo que el Kant real dijo que jamás podemos llegar a conocer. A Platón se lo despoja de pretensiones ontológicas para hacer de su sistema una filosofía del arte, algo que, de vivir en ella, le hubiese costado a Schopenahuer la inmediata expulsión de la República platónica. Peor fue, sin embargo, el atentado contra los textos sagrados del hinduismo. Lo único que Schopenhauer parece haber leído en ellos es algo relacionado con un cierto "velo de Maya" que cubriría la realidad y que la intuición intelectual kantiana (ésa que Kant dijo que no teníamos), nos permitiría levantar para observar cómo son realmente las cosas. 
   La razón por la que digo que el atentado contra el pensamiento sagrado hindú fue peor es porque creó escuela. El “velo de Maya” se convirtió en un tópico común a la hora de entender dicho pensamiento. Todavía más, a partir de él, intentaron entenderse otras tradiciones. A principios del siglo XX, Martin Heidegger descubrió el velo de Maya no en el lejano pensamiento oriental sino en el seno mismo de la tradición occidental, esto es, en el pensamiento griego. La verdad, en griego antiguo, se designaba con la palabra “aletheia”, en la cual Heidegger descubrió un prefijo negativo “a-“ que permitía traducirla como “des-velamiento”, “des-ocultación”. Mejor aún, liberado por completo de influencias racionalistas, Heidegger negaba la capacidad del sujeto para levantar ni siquiera un velo. Por tanto, nada de intuiciones intelectuales, ni de actitudes estéticas, y ni siquiera de música, como había propuesto Schopenhauer. Lo que uno debía escuchar era a esa realidad tras el velo en sus manifestaciones o, dicho de otro modo, debemos quedarnos “escuchando la voz del Führer”. ¡Uy, perdón! Me he equivocado, he querido decir “escuchando la voz del Ser”.
   Lo cierto es que la religión hindú es milenaria y sutil. Ha dado lugar a decenas de interpretaciones, doctrinas, teorías y prácticas. Resumirlo todo en la idea de que hay algo que des-velar, que des-ocultar, que hay que levantar un supuesto velo, como si fuese una alfombra para ver qué colillas se han ocultado bajo ella, es una manera de proceder muy occidental, pero poco respetuosa con el original. Es obvio que para el pensamiento hindú las apariencias no conforman la realidad, sin embargo, el velo de Maya no se puede ni se debe levantar. Si levantáramos el velo de Maya, caeríamos en el extravío pues más allá de él no hay nada sensible ni categorizable, nada captable por los sentidos ni por la razón, nada a lo que estemos acostumbrados ni que podamos utilizar, en definitiva, erraríamos en un vacío en el que no podríamos agarrarnos a nada. La verdad no es lo que está “debajo” del velo, la verdad es que el velo está ahí y cubre algo. No podemos, por tanto, levantar el velo, debemos explorarlo, seguir los hilos que lo constituyen para ver cómo está anudado, analizar cada uno de sus pliegues para deducir qué fuerzas lo han constituido. De ese modo, negándonos a quedarnos con lo dado y tratando de ir siempre más allá, llegaremos a la verdad.  Y la verdad, según el pensamiento tradicional hindú, insisto, no es lo que está más allá del velo, la verdad es que lo real está velado. Esta idea, ciertamente, no pertenece a una exótica manera de entender las cosas de una remota civilización, bien al contrario, parece haber sido una idea muy común en diferentes culturas tradicionales. Por eso no debe resultar extraño encontrarla también en el pensamiento clásico de Grecia. La “a-letheia”, la verdad griega, no es la “des-ocultación”, pues nada parece haber sido más patente que el hecho de que lo aparente no agota la realidad. La “a-letheia” es el des-cubrimiento, el resultado de una actividad exploratoria que nos hace salir al mundo y cartografiar sus posibilidades. Aquí hay quienes han querido ver una influencia de la India en Grecia o de Grecia en la India, incluso los hay que han encontrado en semejante coincidencia una prueba de cierta philosophia perennis. En realidad, la fuente de tal coincidencia es la vida cotidiana. Todos sabemos que des-cubrir cómo es realmente una persona, descubrir su verdad, no consiste en desnudarla (pues la silicona seguiría sin salir a la luz), consiste en comprender cómo y por qué sus acciones dimanan de ella.

domingo, 24 de mayo de 2015

La verdad del velo

   En el ámbito musulmán es habitual calificar a los países occidentales de hipócritas o de usar una doble moral. La acusación tiene, desde luego, buenos fundamentos. Los occidentales vamos dando lecciones de democracia por Africa y Asia, a la vez que pactamos con los dictadorzuelos de turno para que nuestras empresas hagan suculentos negocios. En España es habitual considerar la democracia marroquí una democracia de baja calidad, pero nadie acusará a la familia real saudí de ejercer una férrea tiranía feudal sobre sus ciudadanos, a pesar de que lo hace y no tiene intención de cambiar. La doblez occidental es aún más patente en el caso de la religión, tema en el cual, con frecuencia, prejuicios en defensa del cristianismo son presentados bajo la verborrea del (supuesto) carácter laico del Estado, cuando no de la defensa de derechos individuales irrenunciables. Comento todo esto porque Holanda acaba de subirse al carro de los países europeos que han prohibido “el velo” (en realidad, el niqab y el burka) en los edificios públicos. Hasta 405 € de  multa podrá recibir cualquier mujer que se obstine en usarlos. Es de esperar que progres, feministas y gentes de bien de toda laya aplaudan esta medida “liberadora” que satisface a las mentes (cristianas y) biempensantes. Si quieren, se lo digo de otro modo, es de esperar que hablen sobre este tema gente que no tiene ni la menor idea de lo que está defendiendo.
   Para empezar, que las mujeres su cubrieran la cabeza con un velo era costumbre en Oriente Próximo mucho antes de la llegada del Islam. Se trataba de un signo de distinción que solían usar las mujeres de alcurnia o quienes aspiraban a serlo. Por contra, las esclavas, no llevaban nunca velo, precisamente para demostrar su estado de sumisión. Asimilar el velo con una religión concreta o con el sometimiento de la mujer al varón es, por tanto, fruto del absoluto desconocimiento histórico, algo que resulta tan abundante entre los occidentales como entre los fieles defensores de la fe de Mahoma. Desde ese punto de vista, ni unos ni otros pueden entender el mensaje liberador que encierra el Corán. Si el Corán exige que la mujer lleve velo es porque reconoce la dignidad de toda mujer, independientemente de cuál sea la clase social a la que pertenezca. Toda mujer debe llevar velo porque toda mujer merece ser respetada. Como buena religión que es, el Islam no puede dejar de lanzar tabúes sexuales y el velamiento de la mujer tiene otro fundamento, a saber, que el cabello femenino emite reflejos que vuelven locos a los hombres. Pero también los brazos de los hombres emiten reflejos que vuelven locas a las mujeres, así que nada de cabellos al viento ni de mangas cortas. De este modo, cuando las leyes occidentales prohíben el velo de las mujeres pero no las mangas largas de los hombres en verano o las barbas descuidadas, está instaurando una clara discriminación por razones de sexo dado que los hombres pueden mostrar su adscripción religiosa, pero las mujeres no. 
   Por sí mismo, el Islam no es ni más ni menos machista que cualquier otra religión. Otra cosa son las diferentes culturas con las que se asimiló y el propio velo refleja mucho a este respecto. Entre el velo que cubre el cabello de la mujer y el burka existe la misma distancia y la misma gradación continua que hay entre las costas de Marruecos y la isla de Mindanao en Filipinas. El Islam, por mucho que los integristas se empeñen en lo contrario, no es monolítico ni tiene los mismos ritos ni el mismo significado en todas partes del mundo. Y si no me creen investiguen un poco acerca de las cofradías de Marruecos, los santones de la India o las conversiones que causaron furor en la población negra de los EEUU hace medio siglo. De hecho, el velo, su significado original y su significado adquirido fue motivo de debate en el pensamiento islámico desde un siglo antes de que los occidentales reparásemos en él hasta la llegada de la revolución islámica en Irán. El Imam Jomeini dejó claro que la mujer debía usar el velo con una argumento interesante: la necesidad de protegerla de la mirada lasciva del varón. Este discurso, el de la necesidad de proteger a la mujer del hombre, forma parte de una cierta línea argumentativa dentro del feminismo occidental y, de hecho, ha conducido a muchas feministas musulmanas a adoptar el velo y acusar a sus correligionarias occidentales de eurocéntricas.
   Tampoco el deseo de prohibir el velo nació como una reivindicación de la libertad femenina. Las primeras leyes proceden de los “jóvenes turcos”, el Sha Rezza Pahlevi y Sadam Husein. De hecho, la reciente ley holandesa es únicamente el intento por parte de un gobierno de centro-izquierda de robarle votos a Geert Wilders, el xenófobo líder político holandés que va camino de acabar ganando unas elecciones. Que Occidente, de la mano de sus más ilustres progresistas, corra a alinearse con semejantes elementos, debería habernos llevado hace tiempo a reflexionar un poco sobre el tema. Al menos los “jóvenes turcos” fueron coherentes, no sólo prohibieron el velo, también masacraron a los armenios, muy cristianos ellos. Nosotros ni siquiera podemos presumir de eso. Prohibimos el velo de las mujeres musulmanas, pero no de nuestras monjas, que podrán seguir entrando en los edificios públicos sin descubrir sus cabezas ni pagar multa alguna. Afirmamos que nuestras escuelas son laicas y no toleran símbolos religiosos, sin que nadie ponga pegas a que un/a alumno/a lleve una cruz, la medalla de una virgen o una estampita de un Cristo del tamaño de una calculadora. Consideramos que una mujer está siendo denigrada aunque se tape el cabello voluntariamente y, sin embargo, nos parece “sexy” que lleve un colgante con el conejito de Playboy o, todavía mejor, que se lo tatúe. Y, por si fuera poco, en medio de toda esta hipocresía, las víctimas inocentes: la ley antivelo de 2004 en Francia causó la expulsión del colegio de tres chicos sijes a los que su religión exige llevar el pelo recogido con un turbante, pese a que no tienen nada que ver con el Islam.

domingo, 17 de mayo de 2015

To can or not to can, that's the question

   Hace cuatro años, ciudadanos de diferentes países habían salido a la calle para mostrar su hartazgo con los líderes tradicionales. En España, los afectados por esa estafa monumental llamada “burbuja inmobiliaria”, decidieron que ya era hora de seguir el ejemplo y ocuparon plazas a lo largo de toda nuestra geografía. Los políticos, acostumbrados a robar y acudir después sonrientes al juzgado bajo la certeza de que nada grave les iba a ocurrir, tuvieron que afrontar escraches y protestas antes sus casas. “No nos representan” era el clamor popular mientras nuestro queridíssssssssssssssimo y amadísssssssssssssssssssssimo Sr. Presidente, Don Tancredo, declaraba que la indignación se solucionaba votando en las inminentes elecciones municipales. Es posible que esta frase alertara a algunos de esos grupos que tan generosa y silenciosamente contribuían a las campañas electoras de los partidos existentes hasta aquel momento. De aquella movilización popular podía surgir algo, algo que no controlaban y que haría inútil todo el dinero gastado y todos los parientes de políticos a los que habían enchufado. Era necesario, pues, movilizarse. Se necesitaba gente que no se hiciera ilusiones respecto a las bondades del sistema asambleario, gente que pudiera aparentar ser los portavoces del pueblo aunque hablara de otras cosas, gente que no se tomase en serio la peligrosísima idea de la democracia directa, en definitiva, gente que pasara por allí, pero que, por encima de todo, tuviera la misma repulsión que los políticos tradicionales a que se hiciera democracia en las calles. La verdad es que la búsqueda no era especialmente ardua. Hace décadas que los sindicatos de estudiantes de las universidades españolas son la cantera en la que se foguean futuros políticos, particularmente de izquierdas. Por otra parte, había grupúsculos voceando lo que ahora decía todo el mundo, particularmente en Cataluña. Por supuesto el problema era cómo lograr que el pueblo los “descubriera”, cómo hacerlos sobresalir por entre la marea de partidos y asociaciones a las que dio lugar el 15-M, muchas de ellas formadas por gente que estuvo allí. En realidad, el método estaba ya inventado. Lo había empleado la Casa Real para preparar la sucesión del heredero hacía unos años. Casualmente los españoles se acostumbraron al rostro de la futura reina, mucho antes de descubrir que lo era. Así fue como Pablo Iglesias, el otro Pablo Iglesias, acabó apareciendo en los programas de Jiménez de los Santos. Dice la historia oficial que el Sr. de los Santos quedó fascinado por la brillantez y frescura del otro Pablo Iglesias y decidió llevarlo a su programa. ¿Acaso no les suena a final feliz de cuentos de hadas? En realidad, al Sr. de los Santos lo embaucaron fácilmente haciéndole creer que participaba en una operación para erosionar el voto socialista.
   ¿Que Podemos ha recibido dinero de Venezuela? Sin duda, pero, ¿han visto la tranquilidad con que sus líderes afrontan semejante acusación? Saben que con el dinero que les dio Venezuela no tuvieron ni para costear la campaña de las elecciones europeas. La parte del león no viene de ahí. El dinero viene de los de siempre, de donde siempre, quizás no de todos los de siempre, pero sí de algunos de los de siempre. La amenaza de nacionalizar la banca fue casi simultánea de las declaraciones de la Sra. Botín en las que afirmaba que veía a Podemos como “una alternativa de gobierno”. ¿Nadie ha reparado en ello? Estamos hablando del Banco Santander, ¿recuerdan? el banco que ha estado tras el ascenso del Partido de los Trabajadores, el de la estrella roja, parido por teólogos de la liberación y trotskistas, ése al que Lula da Silva alejó de toda ideología (peligrosamente) marxista para concentrarlo “en la acción” (¿no les suena al vertiginoso tránsito desde la revolución bolivariana al centro-izquierda pasando por la socialdemocracia?) Casualmente ahora el banco Santander hace más dinero en Brasil que en España. Pero, insisto, no se trata únicamente de un banco y tampoco se trata de que haya dejado de darle dinero a quienes comparten con ellos tonalidad en el logotipo (igual que el otro partido la comparte con el BBVA) para dárselo a otros. Como siempre, se trata de diversificar para atenuar los riesgos. Que se lo digan a Abengoa, que en su consejo de dirección tiene consejeros delegados procedentes de todos los grupos políticos. ¿Han observado que este año, incluso los partidos políticos más residuales, parecen tener fondos de sobra para inundar cada ciudad de carteles? Y eso que dicen que los bancos ya no prestan dinero con la facilidad de antes.
   En cualquier caso, esta(s) operación(es) de marketing ha(n) triunfado. Quienes pagan pueden estar tranquilos, sus intereses estarán protegidos pase lo que pase. Los ciudadanos saben qué tienen que votar, tanto si quieren seguir con lo de antes como si quieren hacer la revolución. Porque eso sí que ha quedado claro, lo del 15-M fue una revolución, pues ha cumplido con el requisito básico de toda buena revolución: que alguien, ajeno a ella, se la apropie.

domingo, 10 de mayo de 2015

Responsable, el videojuego (y 3)

   Han afirmado, quienes la conocen, que la familia del preadolescente presunto asesino de un profesor, es una familia “normal”. Personalmente no me cabe la menor duda de que lo es. Es normal que las familias de este país consideren que no es misión suya educar a sus hijos, eso debe estar en manos de profesionales como los maestros y los profesores. Es normal que si su hijo es agredido por otro niño en un parque público, la familia de éste se ría en su cara de sus quejas, porque Ud. es un tontaina que no entiende que ésas son “cosas de niños”, que no merecen que un adulto intervenga para regañar al agresor. Es normal que los padres de un alumno que ha insultado a una profesora (porque nadie quiere darse cuenta de que, casualmente, suelen ser alumnos los que insultan a profesoras), es normal, digo, que los padres insten a la profesora a dialogar con su hijo porque, obviamente, hay un conflicto entre ellos que la profesora debe hacer cuanto esté en su mano por resolver. Es normal que las familias responsabilicen de todas las faltas de comportamiento y de la interminable ristra de suspensos de su hijo al tutor de su curso. Es normal que alumnos/as con ocho o diez asignaturas suspensas reciban como castigo en casa un móvil de última generación o una flamante moto, para que no se sientan discriminados con respecto a sus compañeros que han obtenido buenas notas. Casualmente también resulta normal encontrar padres que declaran a quienes quieran escucharles: “ya no sé qué hacer con mi hijo/a”. Es más, cada año aumenta el número de familias que acuden a los servicios sociales con la intención de dejar allí a su hijo o, mejor aún, jóvenes que abandonan el hogar familiar para irse a vivir con sus abuelos. En este contexto, también es normal que una familia no haya comunicado al centro escolar de su hijo el apoyo psicológico que estaba recibiendo y que se le hayan escapado los preparativos que estaba realizando para llevar a cabo una carnicería de proporciones mucho mayores de la que finalmente se produjo. Pretender ahora que ha habido “desatención” de dicha familia hacia el menor y amenazarla con retirarle la custodia legal, como se ha hecho, es pura hipocresía. 
   ¿Cómo se puede evitar que se repita esta situación en el futuro? La solución es muy simple y ya la han pedido los sindicatos de docentes: aumentar la dotación de orientadores y psicopedagogos en las aulas de secundaria. Esto también es muy curioso. Uno coge los informes que vienen de primaria de sus alumnos/as y ninguno tiene dificultades educativas, perfil problemático, ni problemas psicológicos. Todos han “progresado adecuadamente”, sin la menor necesidad de ayuda en ninguna asignatura y, líbrenos Dios, de repetir ningún curso. Directores de centros de primaria hay que afirman que “es imposible” detectar problemas de ningún género en el alumnado que se lleva ocho años en sus aulas. En Enseñanza Secundaria es diferente. Aquí, en seis años, hay que detectar los problemas y corregirlos, a la vez que se educa a los alumnos/as y se les imparte una enseñanza que ha de llevarlos a la universidad, a los ciclos formativos o al mercado laboral. 
   Aumentemos, pues, el número de orientadores y psicopedagogos, detectemos precozmente cuanto problema queramos detectar, anotémoslo en los informes correspondientes y rellenemos cuantos papelotes sean necesarios al efecto. ¿Y, después, qué? Después, seguiremos dando clase con la misma fingida normalidad de costumbre. Casos hay de alumnos/as con problemas psicológicos graves en los que la detección precoz sirvió para que el psiquiatra de turno enviara al centro educativo un escrito conminándolo a que, bajo ningún concepto, se sancionara al alumno/a fuese cual fuese su conducta. Ciertamente, el alumno/a podía pasarse horas repitiendo en voz alta una palabra, de connotación más o menos sexual, mientras el/la profesor/a trataba de explicarle a él y a sus treinta y cuatro compañeros algún tema. Sus compañeros y profesores terminaban el día medio tarumbas, sin haber sido capaces de recibir/impartir una asignatura de modo decente. Eso sí, la eminencia psiquiátrica correspondiente dormía a pierna suelta cada noche pensando que su paciente se hallaba felizmente integrado en un centro educativo gracia a él.
   El caso es que, en medio del panorama que acabo de describir, todos sabemos, en el fondo, que alguien tiene que ser responsable. Aunque yo, como profesor, no puedo ser responsable, aunque los alumnos/as no son responsables, aunque las familias no son responsables de la educación de sus hijos, aunque los políticos no son responsables de las leyes que hay ni de su funcionamiento, aunque, como ya hemos dicho, en realidad, nadie es responsable de nada, a todos nos queda una cierta inquietud de que sí, de que alguien debe haber que se responsabilice de esta locura. Siempre que hay una inquietud, hay quien se gana la vida apaciguándola, lo que habitualmente se conoce como un “experto”. Y, en efecto, ya hay “expertos” que han acudido en nuestra salvación: el responsable de cuatro asesinatos en grado de tentativa y uno consumado son los videojuegos, esos videojuegos violentos a los que todos hemos jugado sin que se nos haya pasado por la cabeza cometer un asesinato. Claro que nadie que tenga cierta tendencia a usar su intelecto podrá quedarse satisfecho con esta respuesta porque, ¿quién compra a los niños videojuegos no indicados para su edad? ¿quién autoriza la comercialización libre de esos videojuegos? ¿por qué se fabrican videojuegos en los que hay que triturar un proxeneta con una segadora? 
   ¿Resultará, al fin, que sí hay responsables, que no es tan difícil identificarlos, que no se quedan en el agente último de la acción (aunque tampoco engloban a todos) y que éstos, los responsables, podrían haber actuado de otra manera si se les hubiese dado, o si se hubiesen molestado en buscar, una oportunidad para hacerlo? ¿Resultará que este crimen no es algo “único” ni “excepcional”, sino un síntoma más de todo lo que en este país anda mal?

sábado, 2 de mayo de 2015

Responsable, el videojuego (2)

   Muchísimo más interesante que la majadería del “brote psicótico”, explicación del asesinato de un profesor por un alumno al que ni siquiera impartía clases, me parecen las declaraciones del consejero de Salud de la Generalitat, el muy honorable Sr. Boi Ruiz. Esta eminencia gris ha dicho lo siguiente: “hay una víctima que no podemos salvar. Pero hay una segunda víctima que la sociedad tendría que poder recuperar” (El País, 22 de abril de 2015). Me encanta esta afirmación por varios motivos. En primer lugar, porque hay una legión de estómagos agradecidos en el mundo de la filosofía, entre los cuales merecen mención destacada Harry G. Frankfurt y Daniel Dennett, que no paran de repetir que el determinismo es perfectamente compatible con la responsabilidad moral. Más allá de bizantinas discusiones acerca de cuántos significados tiene el verbo “poder”, semejante falacia viene sirviendo de apoyo a las draconianas medidas sociales auspiciadas por el Tea Party, porque la conclusión que se extrae de ella es muy simple. Si un niño de las 3000 viviendas cruza la Avenida de la Paz, entra en el hipermercado Alcampo, se pone unas botas de motorista, una chaqueta de motorista, unos guantes de motorista, un casco de motorista e intenta salir del centro comercial sin pagar nada, de acuerdo con Frankfurt y Dennett, él y únicamente él, es el responsable de sus actos. Por tanto, habrá de ser aplastado por la ley con tolerancia cero. En España, que nos las damos de mucho más “progres” y nadie quiere ser calificado de “facha”, estas mismas ideas se están utilizando para apoyar un tópico contrario, aunque no menos corrosivo, el tópico tan hábilmente expuesto por el brillantísimo Sr. Ruiz. Si, de acuerdo con la norma establecida en el mundo de la filosofía actual, hay que elegir entre una opción u otra (pero sin cuestionar los principios de los cuales se parte, porque eso denota pertenencia al grupo de filósofos que no salen en la foto de la Academia), yo, personalmente, que tampoco quisiera ser tachado de facha, prefiero resguardarme a la sombra de la mente prodigiosa del Sr. Ruiz. Lo que ocurre es que, hasta hace muy poco, uno no podía decir estas cosas en voz alta sin que le acusaran de apología del terrorismo, porque, justamente éste, era el argumento de los pro-etarras: los que colocan bombas y los que mueren como resultado de su explosión son víctimas, por igual, de “El Conflicto”. Ahora que, según ha demostrado el Sr. Ruiz, ya se puede decir esto con toda naturalidad, yo afirmo que sí, que este pobre chico catalán (como aquellos pobres chicos vascos) es una víctima, exactamente igual que el interino al que mató. Ambos merecen, como los etarras, un homenaje. Es más, yo estoy por ampliar esta afirmación y decir que Rodrigo Rato, pues también él es una víctima. Una víctima de la sociedad, de su familia y, todavía mejor, del FMI, como todo el mundo. ¿Y Urdangarín? ¿qué me dicen de Urdangarín? Pues una víctima también, de la sociedad, de la familia y de esa otra institución anacrónica que es la corona. ¿Para qué hablar de su esposa, esa pobre Infanta, esa desvalida duquesa, que firmaba papeles sin leerlos porque ella no era ni siquiera maestra como José Antonio Viera, el inocente consejero andaluz que firmaba papeles sin entenderlos? De hecho, todos los asesinos, los violadores, los traficantes de droga, son inocentes víctimas que deben ser excarceladas cuanto antes. Pero, no seamos injustos, extendamos este principio más allá de nuestras fronteras, ¿acaso no fueron los pobres nazis tan víctimas de los campos de concentración como los judíos?
   Claro, si los asesinos son la consecuencia inevitable de la sociedad, los genes o cualquier otro factor no especificado, como sostienen desde hogares alejados de los guetos, Frankfurt y Dennett, toda la sociedad, es decir, todos, somos culpables. Y si todos somos culpables, la búsqueda de responsabilidades resulta trivial o superflua. Es trivial si, con Frankfurt, Dennett y el Tea Party, se afirma que únicamente al agente inmediato de la acción delictiva se le puede adjudicar responsabilidad. Es superflua si uno se pasa al campo de la progresía, pues entonces, nadie puede catalogado de verdadero responsable de una acción. Tal es el caso de España, aquí nadie es responsable de nada, empezando por las élites del país. Ningún ministro, ningún consejero, ningún político, es responsable de nada que pueda ocurrir. Sus cargos, como a los demás la edad, los eximen de cualquier responsabilidad que merezca la pena llamarse tal.
   Por otra parte, rescatar a esta pobre víctima que es el presunto asesino de 13 años, va a implicar, como no puede ser de otra manera, todo un esfuerzo por parte de psiquiatras, médicos y políticos, además de las autoridades jurídicas y educativas. Si lo quieren se lo explico de otra manera, este joven, este caso único, nos va a costar a Ud. y a mí una pasta, básicamente en dietas para las sucesivas reuniones de los comités correspondientes. Y esto es curioso. La detección de superdotados en el medio educativo resulta casi gratuita. Se trata de poco más que de un test que cuesta el dinero de las fotocopias. Una vez detectados, todo lo que se les ofrece es pasar a un curso superior, porque no pueden subir más que un curso. No hay una ayuda posterior por parte de alguna instancia educativa para atender su capacidad de aprendizaje, no hay centros en los cuales pueda sacarse provecho de todo lo que pueden llegar a rendir, no hay nada en el sistema educativo español para ellos, salvo el aburrimiento. Cuanto de especial tiene su condición ha de ser solventado por el profesor de turno que tendrá que realizar un seguimiento especial de ellos... exactamente igual al seguimiento que realiza del resto de los 120 ó 150 alumnos/as que tiene, lo contrario sería discriminatorio. Resumiendo, la administración no se gasta en los alumnos sobredotados ni un euro.
   Que varios millares de alumnos/as sobredotados no merezcan ni la más mínima inversión por parte del Estado y que un único caso de asesino precoz vaya a suponer una inversión para nada baladí hablando en los términos del gasto medio por alumno en este país, sólo tiene una explicación compatible con los hechos. Y es que, los/as alumnos/as sobredotados deben ser detectados porque su integración en el sistema es cuestionable y, por tanto, hay que tener nombres y apellidos de quiénes son y por donde se mueven, hay que asegurarse de que se aburran de una vez y dejen de estar por encima de la media. Sin embargo, en los asesinos precoces sí que hay que invertir, porque de ellos sí que se espera su futura integración en un sistema que, con toda seguridad, les hallará un puesto adecuado a sus capacidades.