domingo, 25 de diciembre de 2016

DSM-V (2 de 2)

   Si hemos de creer las tasas de prevalencia que presentamos, el 101% de los niños y el 116% de los adultos tiene algún género de trastorno mental, quiero decir, todos y cada uno de nuestros niños y todos y cada uno de nosotros necesitamos atención por parte de psicólogos y/o psiquiatras. Por supuesto se puede discutir si las categorías resultan excluyentes o si tal o cual tasa de prevalencia corresponde o no a la realidad, en cualquier caso, apenas si he reproducido unas cuantas líneas de las 996 páginas que tiene el DSM-V. Dicho de otro modo, no se trata ya de que todos y cada uno de nosotros tengamos algún trastorno desde la infancia, además, por pura estadística, debemos tener tres o cuatro enfermedades más de las aquí relatadas, como mínimo. Semejante conclusión despierta, de inmediato, una catarata de cuestiones. Vamos a repasar las más elementales.
   Por definición, un “trastorno” consiste en una alteración de un estado o comportamiento “normal”. Ahora bien, si resulta que el 101% de los niños y el 116% de los adultos tiene algún género de trastorno, ¿cómo podemos definir un niño “normal” o un adulto “normal”? ¿Acaso se trata de un ente ideal, inexistente, al que hemos de parecernos aunque para ello tengamos que medicarnos desde la tierna infancia? Y, si semejante individuo no existe ni ha existido jamás, ¿cómo sabemos que podemos alcanzar su estado ideal? Aún más, ¿quién, bajo qué criterio, ha establecido que resulta aconsejable llevar una vida semejante a la de esa ficción? 
   No obstante, vamos a aceptar cándidamente que todos padecemos, al menos, cuatro enfermedades mentales. ¿Desde cuándo? La respuesta parece bastante simple, desde nuestra infancia, pues siempre hemos padecido algún género de enfermedad. Y aquí viene el retruécano definitivo: la causa última de la inmensa mayoría de estas enfermedades se ignora, por tanto, tienen que tener una causa genética o como suelen expresarlo los “científicos”, “no conocemos su causa, pero pensamos que es de origen genético”. Vamos a ver, ¿no conocemos su causa o su causa se halla en los genes? Porque las dos cosas a la vez no pueden ocurrir. Quizás se nos pretende decir otra cosa. Hubo una época en que, cuando no se conocía la causa de algo, se le atribuía a Dios. Nosotros, que hemos abandonado definitivamente ese oscurantismo de la mano de la "ciencia", cuando no conocemos la causa de algo ... ¿se la atribuimos a los genes? ¿He captado mejor con esta explicación lo que se pretende decir con semejantes afirmaciones?
  Resulta habitual el relato según el cual, en aquellas épocas de oscuridad, a los esquizofrénicos, a los enfermos mentales, se los encerraba en sórdidas mazmorras y se los sometía a todo género de torturas. Ahora, el DMS-V nos ha descubierto una nueva versión de los hechos. Dado que todos padecemos trastornos mentales, también en aquellas épocas de oscuridad todo el mundo debía padecer trastornos mentales, así que no todos los enfermos mentales fueron encerrados y sometidos a torturas. La mayoría, vivió en libertad, tuvo familias, trabajos, aspiraciones, hicieron descubrimientos en ciencia, escribieron música y literatura, crearon extraordinarias obras de arte... Y todo ello sin necesidad de ningún tratamiento psicológico o psiquiátrico, aún más, ¡maravilla de las maravillas! sin medicinas de ningún género. ¿Cómo pudo ocurrir que todo el caudal de trastornos mentales del pasado, cómo pudo ocurrir que personas con tres o cuatro enfermedades mentales generación tras generación, dieran  lugar al progreso humano? Esta pregunta admite únicamente dos respuestas y no sabría decir cuál de ellas resulta más terrorífica.
   La primera respuesta pasa por considerar que la inmensa mayoría de los trastornos recogidos en el DSM-V responden a realidades inventadas, triviales o, en el peor de los casos, superables sin necesidad de tratamiento alguno. Esta posibilidad resulta terrible porque convierte a quienes usan el DSM-V para catalogar a los seres humanos en simples charlatanes que juegan a ser principitos ordenando al sol que salga en cada amanecer. Un corolario de esta manera de entender las cosas pasa por considerar DSM-V como el catalizador de un gigantesco fenómeno de granfalloon, quiero decir, proporciona etiquetas arbitrarias con las que los sujetos se van a identificar en cuanto se los presione un poco para ello.
   La segunda respuesta no parece menos terrorífica, porque significa que no, que en aquellas épocas oscuras del gran encierro de locos, no todos padecían enfermedades mentales. La universalidad del trastorno mental nos caracteriza a nosotros, a quienes vivimos actualmente, a quienes padecemos un género de vida cuya única consecuencia, tanto pronto como tarde, pasa necesariamente por el trastorno mental. En tal caso, todos esos que dicen luchar contra él, deberían orientar sus esfuerzos a erradicar su causa última si no quieren, una vez más, recibir la acusación de charlatanería.

domingo, 18 de diciembre de 2016

DSM-V (1 de 2)

   El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, contiene una clasificación de los trastornos mentales y proporciona descripciones claras de las categorías diagnósticas, con el fin de que los clínicos e investigadores de las ciencias de la salud puedan diagnosticar, estudiar, intercambiar información y tratar los distintos trastornos mentales. Se halla en la quinta edición, conocida como DSM-5 publicada el 18 de mayo del 2013. En él se incluyen (entre otros) los siguientes trastornos:
   - Dislexia, trastorno psicológico caracterizado por  una dificultad de aprendizaje que afecta a la lectoescritura, posee un carácter específico y persistente y se calcula que afecta a un 5% de la población.
   - Discalculia o dificultad de aprendizaje específica en matemáticas, equivalente a la dislexia, sólo que en lugar de tratarse de los problemas que enfrenta un niño para expresarse correctamente en el lenguaje, se trata de dificultad para comprender y realizar cálculos matemáticos, al igual que la dislexia. Al menos un 5% de la población se ve afectada por ella.
   - La disgrafía se trata de un trastorno que se manifiesta en la dificultad para escribir las palabras de manera ortográficamente adecuada y que afecta a cerca del 5% de la población.
   - El trastorno del lenguaje expresivo se caracteriza por una capacidad de uso expresivo del lenguaje hablado muy por debajo del nivel adecuado para la edad mental. Afecta a un 3% de los niños escolarizados.
   - El trastorno mixto del lenguaje receptivo-expresivo consiste una alteración tanto del desarrollo del lenguaje receptivo como del expresivo verificada por las puntuaciones obtenidas en evaluaciones del desarrollo del lenguaje receptivo y expresivo que afecta a un 3% de los niños.
   - El trastorno fonológico se caracteriza porque los niños no utilizan ninguno o utilizan sólo algunos de los sonidos del habla que se esperan para su grupo de edad, afecta a un 3% de los niños.
   - La tartamudez consiste en un trastorno de la comunicación que se caracteriza por interrupciones involuntarias del habla que se acompañan de tensión muscular en cara y cuello, miedo y estrés, lo padece un 5% de los niños.
   - Los trastornos del espectro autista (TEA) engloban diagnósticos relacionados con déficit en la comunicación, dificultades para integrarse socialmente, una exagerada dependencia de las rutinas y hábitos cotidianos, y una alta intolerancia a cualquier cambio o a la frustración. Aunque su incidencia inicial no llegaba a uno de cada 2.500 niños, actualmente se considera que cerca del 1,5% de la población lo padece y se considera un género de trastorno en expansión.
   - El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es un trastorno del comportamiento caracterizado por distracción moderada a grave, periodos de atención breve, inquietud motora, inestabilidad emocional y conductas impulsivas. Aunque se suele considerar que un 5% de los niños lo padece, los diagnósticos superaran ya el 6% en España y comienza a considerarse que acaba afectando a las personas también en su edad adulta.
   - El trastorno de pica consiste en una variante de un tipo de trastorno alimentario en el que existe un deseo irresistible de comer o lamer sustancias no nutritivas y poco usuales como tierra, tiza, yeso, virutas de la pintura, bicarbonato de soda, almidón, pegamento, moho, cenizas de cigarrillo, papel o cualquier otra cosa que no tiene, en apariencia, ningún valor alimenticio. Hasta el 30% de los niños menores de seis años presentan este trastorno.
   - El síndrome de Tourette se caracteriza por múltiples tics físicos (motores) y vocales (fónicos) que afecta casi a un 4% de los niños.
   - El trastorno de tic transitorio consiste en una afección en la cual una persona hace uno o muchos movimientos o ruidos (tics) breves y repetitivos sin proponérselo, en torno al 12% de los niños lo padecen.
   - La encopresis infantil consiste en la defecación involuntaria que sobreviene al niño mayor de 4 años, sin existir causa orgánica que lo justifique y que padecen hasta el 6% de los niños.
   - La enuresis radica en la persistencia de micciones incontroladas más allá de la edad en la que se alcanza el control vesical, afecta al 13% de los niños.
   - El trastorno depresivo se caracteriza por un estado de ánimo invasivo y persistente acompañado de una baja autoestima y una pérdida de interés o de placer en actividades que normalmente se considerarían entretenidas. Más del 11% de la población lo padece. 
   - El trastorno bipolar se da en aquellos individuos que han experimentado un episodio maníaco añadido a un episodio depresivo cosa que ocurre casi en el 2% de la población.
   - El trastorno de ansiedad engloba varias formas diferentes de un tipo de trastorno mental, caracterizado por miedo y ansiedad anormal y patológica. Afecta a casi el 20% de la población. 
   - Un 11% de la población presenta fobias que se caracterizan por un miedo intenso y desproporcionado ante objetos o situaciones concretas.
   - El trastorno obsesivo-compulsivo se caracteriza por pensamientos intrusivos, recurrentes y persistentes, que producen inquietud, aprensión, temor o preocupación, y conductas repetitivas denominadas compulsiones, dirigidas a reducir la ansiedad asociada. Lo padece un 3% de la población.
   - La hipocondría lleva al paciente a creer, de forma infundada, que padece alguna enfermedad grave, hasta un 9% de la población la padece.
   - Los trastornos disociativos se definen como todas aquellas condiciones patológicas que conllevan disrupciones o fallos en la memoria, conciencia, identidad y/o percepción, hasta un 10% de la población podría padecerlos.
   - Al menos un 50% de la población mundial padece algún género de trastorno sexual entendido como alteraciones del deseo, cambios psicofisiológicos en la respuesta sexual normal, malestar o problemas interpersonales relacionados con el tema.
   Mientras escribo la continuación de esta entrada le sugiero que vaya sumando los porcentajes que le acabo de proporcionar, verá qué gracia.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Un futuro sombrío.

   La receta económica de Donald Trump para engrandecer América (del Norte) es tan desquiciante como lo fue la de aquel Reagan a quien los norteamericanos recuerdan con tanto cariño. La simple expulsión de tres millones de inmigrantes que han cometido un delito (ni que decir tiene que la cifra es inventada), elevaría el costo de la mano de obra a niveles insostenibles para la economía, especialmente en el sector alimentario y la industria de base. Trump, como tantísimos tontísimos que hay en el mundo, no entiende que la fraternal acogida de nuestros hermanos de otros países encierra, en realidad, la exigencia del capitalismo de aumentar el paro para mantener los salarios al nivel de la subsistencia. ¿Por qué creen que Alemania se muestra tan generosa con los inmigrantes?
   Una subida de los costos laborales conllevará, inevitablemente, una subida de precios, quiero decir, un aumento de la inflación. Pero Trump no se conforma con eso, quiere emprender una agresiva política de obras públicas que no sólo inundará las bolsillos de los amigotes de dinero, sino que, además, retirará lo que quede de mano de obra barata del mercado laboral, presionando la inflación hacia arriba por partida doble. ¿De dónde va a salir todo ese dinero? De los impuestos no. Como buen reaccionario, Trump ya ha anunciado una significativa rebaja de impuestos con un IRPF de tres tramos, lo cual significa que se dejarán de recaudar miles de millones de las grandes fortunas. Cuando un político dice que va a bajar los impuestos todo el que tiene dos dedos de frente entiende lo que se está diciendo, a saber, que se van a subir los impuestos. Se bajarán los directos que gravan en función de las rentas y se subirán los indirectos que gravan los productos que todos compramos o, mejor aún, que compramos los que menos ingresos tenemos. ¿Hace falta decir que nos hallamos ante otro factor que incrementará la inflación? Pues súmenle a los anteriores un mercado especulativo absolutamente desregulado como el que se está buscando.
   Difícilmente se podrá atajar toda esa masa inflacionaria que se va a crear artificialmente mediante una subida de los tipos de interés, pues eso enfriaría la economía en contra de los deseos presidenciales. Más bien se piensa, como ha sido costumbre, en exportar la inflación. Durante décadas EEUU pudo hacerlo por dos motivos: era la fábrica del mundo y su moneda era el patrón con el que se comparaban el resto de monedas. Hace tiempo que ambos factores se han vuelto algo más que cuestionables. Ni EEUU es ya la fábrica del mundo ni su moneda es el único patrón que ahora impera. Resulta poco probable, pues, que se pueda desaguar mucha inflación por aquí. Sólo queda, pues, una manera de amortiguar los efectos inflacionistas de todas las políticas que Trump ha propuesto: inyectando oro en circulación, oro negro. Producir enormes cantidades de petróleo le permitiría bajar a precios irrisorios la factura energética, amortiguando el efecto de los otros factores. 
   Una de las pocas cosas por las que pasará Obama a la historia, además de por el color de su piel, es por haber convertido el petróleo en el arma para vencer a sus enemigos internacionales. Inundar el mercado de petróleo en una época de crisis, o, lo que viene a ser sinónimo, disminuir la cantidad de petróleo que EEUU compra, fue un movimiento genial que colocó contra las cuerdas a Irán, Venezuela y Rusia, además de convertir en irrelevante a un aliado incómodo como fueron siempre las monarquías del golfo pérsico. Particularmente para Rusia fue la puntilla a sus ambiciones imperialistas. Unida a las sanciones internacionales por su adhesión de media Ucrania, la bajada del petróleo la pilló en plena modernización de las fuerzas armadas, en la que había comprometido gran parte de los recursos que se suponía que iba a obtener. 
   Además del levantamiento de las sanciones, Rusia buscará algún tipo de pacto con los EEUU que eleve el precio del petróleo, un movimiento que todos los humillados por Obama están buscando desesperadamente. De hecho, esta semana, la OPEP acordó reducir su producción. Tan pomposa declaración, que atrajo de nuevo a los especuladores al mercado del crudo, es poco más que un brindis al Sol. Su papel en la producción mundial se ha reducido sensiblemente y, por eso, su segundo movimiento ha consistido en intentar acordar una reducción semejante con los países que no forman parte del cartel, iniciativa que Rusia ha apoyado de modo entusiasta. No obstante, la parte divertida de esta maniobra es que si consiguieran alcanzar la solicitada reducción atraerían de nuevo hacia la producción a todas las empresas norteamericanas que la abandonaron precisamente por la caída de los precios, además de activar las colosales reservas canadienses, dejando su maniobra en agua de borrajas. Por si fuera poco algunas de las economías de los integrantes de la organización están ya tan dañadas, que difícilmente soportarán la reducción de ingresos que, a corto plazo, supondrá el recorte en la producción, por lo que no parece muy probable que el acuerdo llegue a materializarse.
   El resumen de todo lo anterior es simple: el imperialismo ruso exige un barril por encima de los 60$, el recalentamiento artificial de la economía norteamericana exige un barril claramente por debajo de los 40$. A menos que la “admiración” por Putin que padece Trump le lleve a entregarle las llaves de la caja fuerte, el acuerdo parece improbable. No obstante, en toda esta ecuación falta un elemento importante.
   En el año 2000, unas reñidas elecciones entre Al Gore y George Bush (hijo) se decidieron cuando el primero renunció a que se continuara la revisión del recuento en Florida. El país quedó dramáticamente dividido “como no lo había estado nunca” en palabras de la prensa. No faltaron voces que acusaron a los republicanos de haber dado un golpe de Estado privando de su cargo al candidato legítimamente elegido por los ciudadanos. Casualmente, apenas un año después, un terrible atentado y sus guerras subsiguientes unieron al país tras su comandante en jefe como un solo hombre. Este noviembre hemos vivido unas elecciones presidenciales en las que la candidata más votada se ha quedado sin su cargo. El país vuelve a estar dividido “como no lo había estado nunca”. ¿Qué sangrientas casualidades habremos de vivir para que se una en torno a su presidente como un solo hombre?

domingo, 4 de diciembre de 2016

Enhorabuena, Sr. Putin.

   Lo que hace a Donald Trump mucho más terrible que Reagan y que los Bush, lo que exige que cualquiera que tenga valores de verdad se oponga radicalmente a su gobierno, más allá de que cumpla o no la ley, lo revela, precisamente, la naturaleza de sus nombramientos. Quienes han obtenido cargos hasta ahora lo han hecho por tres razones, razones que han dejado fuera a quienes hasta ahora no han obtenido nombramiento alguno. La primera de ellas es la lealtad ciega y absoluta al líder. Priebius, Sessions, Flyn, Bannon y todos los demás que están siendo nombrados, estuvieron con Trump cuando subía y cuando caía en las encuestas, cuando llamaba a Hillary Clinton “asquerosa” y cuando se jactaba de agarrar a las mujeres por el coño y hubiesen seguido estando con él si Trump hubiese salido a la calle pegándole tiros a los transeúntes. De ninguna de sus muy blancas y libres bocas saldrá nunca nada que pueda interpretarse como un atisbo de crítica, de cuestionamiento, hacia las decisiones del líder, Trump tiene siempre razón, porque es Trump. Ni siquiera son cabezas capaces de pensar por sí mismas, de tomar decisiones por sí mismos, de ninguno de ellos se podrá escuchar un juicio acerca de lo que es bueno o malo sin que su líder lo haya hecho previamente. Este es el requisito que Carson no cumple.
   Si el primer requisito es el requisito básico de cualquier dictador, de cualquier tiranía, el requisito que Christie no cumple es aún más preocupante. Christie no está ahí, no porque sea capaz de pensar por sí mismo o porque su mezquindad le lleve a aprovechar su cargo para venganzas personales. Christie no está ahí porque no es del agrado de la corte que Trump ha montado a su alrededor. Encerrado en sus propiedades, el acceso al presidente está controlado por la Santa Trinidad de sus hijos varones y su yerno, en una suerte de corte fantasmal que inauguró en los tiempos modernos Boris Yeltsin, que no ha dejado de reactualizarse en las pseudodemocracias de Asia Central y que importó a América su majestad Ortega I de Nicaragua. Más que Priebus, más que Bannon, más que cualquiera de los cargos que hasta ahora ejercían esas funciones controladas por la ley, el acceso a Trump necesitará pasar el filtro de sus familiares inmediatos, con sus propios intereses, finalidades y negocios y, desde luego, ajenos al control del Congreso o el Senado.
   Pero aún queda un tercer requisito, un tercer indicio no menos inquietante de qué nos aguarda. Algo común a todos los designados, incluyendo el presidente, es su rusofilia o, para ser más precisos, su “admiración” por (Ras)Putin. “Admiración” que, casualmente, comparten con Igor Dodon, recién elegido presidente de Moldavia, con Rumen Radev, recién elegido presidente de Bulgaria, con Marie Le Pen, futura candidata a la presidencia francesa, con los líderes de la emergente Alternativa para Alemania, con los mandamases de los “Auténticos Finlandeses” y con quienes promovieron el referendum sobre el brexit en Gran Bretaña, entre otros. ¿Han mirado Uds. a (Ras)Putin? ¿lo han mirado de cerca, detenidamente? ¿han sido capaces de encontrar en él algo que, en algún acceso de fiebre, pudiera poder parecerles admirable? “Yo admiro a Putin”, pues, sólo puede significar una cosa: “yo he recibido dinero/ayuda de Putin” o “yo le estoy agradecido a Putin”. 
   Durante la guerra fría, el KGB demostró reiteradamente lo fácil que le resultaba infiltrar el FBI. El descarado acoso que su director ha realizado durante toda la campaña a Hillary Clinton, demuestra que tales prácticas no han cesado. Trump tiene motivos para admirar a Putin, quiero decir, para estarle agradecido, no sólo por eso, también por el continuo espionaje electrónico ejercido sobre la campaña de Clinton y del cual apenas si hemos atisbado a ver la filtración de sus e-mails a través de Wikileaks. No me cabe la menor duda de que Trump es muchas cosas, pero no un desagradecido, especialmente cuando quien tiene semejante poder puede utilizarlo contra él, que tantos cadáveres tiene en los armarios. Lo que Trump va a entregarle a Putin a cambio va a ser una minucia: el mundo entero para que Rusia haga y deshaga a su antojo. El problema es que los grandes dictadores nunca se han conformado con aquello que se les ha dado por las buenas y siempre han querido más, siempre han querido aquello que sólo se puede obtener por la fuerza de sus malas artes. Y Putin, en efecto, quiere algo más, quiere el petróleo.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Dime con quién andas...

   Si Trump fuese diferente de Ronald Reagan o de George Bush (de cualquiera de ellos) por lo que dice, si fuese un problema de “valores”, quiero decir, de imagen, nos hallaríamos ante un futuro inmediato poco halagüeño. La cuestión está en que los valores que realmente se hallan en juego no son los que atisban a ver los Popovich de este mundo. Averiguar la gravedad de la situación que se avecina apenas exige recapitular los primeros movimientos del presidente in pectore. Como jefe de gabinete ha sido designado Riece Priebus, hasta ahora presidente del Comité Nacional Republicano, es decir, un hombre del partido. En apariencia, por tanto, se trata de una designación muy pertinente. El jefe de gabinete en EEUU es un cargo clave, pues se trata de una especie de fontanero que tiene que hacer lo posible para que las políticas del gobierno se pongan en práctica, además de ser quien permite o impide el acceso al presidente. Teniendo en contra a casi todo el aparato del partido republicano, que domina ambas cámaras, resulta muy sensato elegir como jefe de gabinete a una de las máximas autoridades dentro del partido. A la vez que Priebus, en lo que la prensa interpretó, erróneamente, como un movimiento de contrabalanceo, fue designado como estratega jefe y consejero principal Stephen Bannon. Ídolo del Ku Klux Klan, homófobo, antisemita, racista, xenófobo, el honorable Sr. Bannon, tenía todas las papeletas para ocupar un puesto de relevancia dentro de la nueva administración. 
   El cargo de Loretta Lynch, mujer negra que ocupó la fiscalía general, va a parar a Jeff Sessions, cuya carrera en la administración comenzó con una serie de nombramientos bajo el mandato de Ronald Reagan y que tiene a sus espaldas un largo historial de persecución de toda persona de color que bordease los límites de la ley y de tolerancia con los criminales blancos pertenecientes al KKK. Partidario de la tortura, del maltrato a los detenidos y de considerar a los inmigrantes delincuentes, y pese al generoso apoyo de numerosas empresas de sanidad y seguros, el propio partido republicano tuvo reparos para seguir otorgándole ascensos... hasta ahora.
   El nuevo asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, es un demócrata, criado, según propias palabras, en una familia extremadamente demócrata, contrario a la tortura, el maltrato de prisioneros, defensor del derecho a decidir de las mujeres en el tema del aborto, militar de carrera y jefe de la unidad de inteligencia del Pentágono durante la administración Obama. Ha sido la persona que le ha enseñado a Donald Trump dónde está México. Tras su retiro de la vida militar, fundó una empresa de “asesoría” con su hijo que, entre otros clientes, tuvo al gobierno del muy islamista presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. 
   Mike Pompeo es miembro del Tea Party y de la National Rifle Asociation, se opone al aborto, a la idea del calentamiento climático, al sistema de seguridad social impulsado por Obama y es partidario, eso sí, de darle carta blanca a la NSA para que espíe a quien le dé la gana cuando le dé la gana sin necesidad de pedir autorización a nadie. De hecho, Pompeo ha pedido la extradición de Snowden para que sea juzgado en los EEUU por alta traición. Nadie mejor que él, por tanto, para dirigir la CIA. Finalmente, esta semana se ha nombrado a las dos primeras mujeres del gabinete: Nikki Halley, estrella emergente del partido republicano como embajadora ante la ONU y Betsy DeVos, no menos republicana, como secretaria de Educación.
   Pero aún más significativos que los nombrados, son los no nombrados. Por el camino se ha quedado Ben Carson, figura bastante popular en los EEUU por ser un neurocirujano de color que ha realizado espectaculares operaciones como la separación de gemelos tras 70 horas de quirófano. Filántropo, protagonista de un par de películas, entró en la carrera por la nominación que acabó ganando Trump. Por supuesto, Carson está contra el sistema de asistencia sanitaria universal y gratuita, contra el aborto y contra la admisión de nuevos inmigrantes. Tras figurar en las quinielas durante varias semanas, él mismo dijo preferir “apoyar al nuevo gobierno desde fuera”.
   No menos popular, ni menos reaccionario es Chris Christie, la gran esperanza blanca del partido republicano a quien todos daban como rival de Hillary Clinton en estas elecciones. Gobernador del Estado de New Jersey, no le ha dolido prendas reconocer algunas actuaciones del gobierno de Obama. Contrario a los matrimonios homosexuales, apoya que se ayude a los padres que lleven a sus hijos a colegios confesionales, considera que cualquier protección del medio ambiente implica reducir las oportunidades de negocio, que a las empresas contaminantes hay que ponerles unas multas mínimas y, naturalmente, cree que hay que levantar un muro en las fronteras del país. Aunque su figura declinó con el descubrimiento de que dos de sus asesores se habían dedicado a crear atascos en el pueblo de un alcalde republicano a quien Christie se la tenía jurada, no es ése el motivo por el cual se ha quedado, una vez más, en la cuneta.
   Por último, Trump parece tener problemas para encontrar al futuro secretario del tesoro. Los requisitos son simples, debe ser algún género de “lobo de Wall Street” cuyo nombramiento deje patentemente clara la bacanal de desregulación que se avecina. Sin embargo, por más que ha removido JP Morgan con Golman Sachs (es decir, Roma con Santiago), el nombramiento no acaba de cristalizar. ¿Por qué? O, de un modo más general, ¿qué tienen Priebius, Sessions, Flyn, Bannon, que no tengan Carson o Christie? El caso de Halley y DeVos no tiene misterio. Como mujeres que son, Trump las ha nombrado para cargos que no le importan un bledo. El hecho mismo de que Halley lo criticase durante la campaña muestra que su nombramiento es un gesto de desprecio hacia una institución que, simplemente, será ignorada a partir de ahora, la ONU.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Valor y política.

   Sé que muy pocos estarán de acuerdo conmigo si digo que Gregg Popovich es uno de los entrenadores más sobrevalorados de la NBA. En mi opinión, los San Antonio Spurs han sido campeones cinco años a pesar de él, más que gracias a él. Arisco, cuando no arrogante con los periodistas, que, naturalmente, no entienden sus “genialidades”, aprovechó una rueda de prensa la pasada semana para lanzar una durísima proclama contra el recién elegido presidente de los EEUU e ídolo de los fabricantes de peluquines, Donald Trump. Lo que dijo no fue muy diferente de lo que dice la inmensa mayoría de americanos con dos dedos de frente y tampoco destacó de la postura nada tibia adoptada por la NBA en su conjunto, con su comisionado actual, Adam Silver y su ex-comisionado David Stern a la cabeza. Sin embargo, me llamó la atención el porqué de su invectiva, que coincide, probablemente, con los motivos que han llevado a la NBA y a otros muchos a adoptar la postura que han adoptado. “No estoy diciendo esto por una cuestión de política, se trata de una cuestión de valores”, afirmó. Cuando Ronald Reagan consiguió componer uno de los Tribunales Supremos más reaccionarios de la historia y regó de dinero a los islamistas radicales que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán, convirtiéndolos en líderes del Islam, se trataba de una cuestión de política. Cuando George Bush hijo decidió montarse una guerrita particular para enriquecer a los amigotes, se trató de política. Ahora, sin embargo, no se trate de política, se trata de valores. ¿Por qué? ¿qué ha cambiado? ¿Es Donald Trump más fascista, más reaccionario, más retrógrado que los últimos presidentes republicanos? No dice nada que otros con anterioridad no hayan hecho y parece un requisito de su administración haber sido promovido previamente por algún presidente anterior si se quiere optar a un cargo. Por tanto, ¿qué ha cambiado? ¿acaso que Trump no disimula lo que es? 
   Trump es repugnante no por lo que piensa sino porque lo dice y lo dice públicamente y se jacta de ello. Que, como ha indicado Popovich, la cuestión haya dejado de ser política y se haya convertido en una cuestión de valores quiere decir, por consiguiente, que los valores son algo que aparecen por la televisión. Lejos de residir en el respeto a los seres humanos con independencia de su origen, en tratar a las personas como personas y no como cosas, en anteponer determinados principios a cualquier interés privado o público, el valor consiste en la actitud, en la pose, en el modo en que uno se deja atrapar por las imágenes. Trump sería nauseabundo por la imagen que proyecta. En este sentido, Trump no dejaría de ser un síntoma de una época que apesta por ella misma o, mejor dicho, el tufo hediondo que suelta el personaje no procede de su peluquín, ni de sus testículos, ni de sus negocios, procede de todos nosotros, que hemos perdido la más liviana noción de lo que representa un valor. Resulta lógico que quienes se solazan en la idea de que el valor de las cosas es la etiqueta que lleva encima con su precio, que quienes están acostumbrados a considerar que cualquier cosa que se poseen se puede vender, incluyendo la dignidad, que quienes ven como normal que la libertad del mercado exija la esclavitud de los asalariados, no hayan podido resistirse a la pesturria de macho alfa que las feromonas de Trump generan a su alrededor. Le han votado, precisamente, por una cuestión de “valores”, porque, como los partidarios del brexit o de la independencia de Cataluña, querían atención mediática, salir en películas, noticiarios y programas de televisión en general, que se hablase de ellos, vamos. “Sí, yo voté a Trump/por el brexit/por la independencia de Cataluña y me siento orgulloso de ello”, proporciona atención de las cámaras, algo que los seres humanos de nuestra era desean con más fuerza que los griegos la felicidad. Naturalmente, la mayoría de quienes así alardean de su zafiedad, son hombres. Esperan, ilusionados, que se haga realidad la promesa de su líder, ésa que lo ha catapultado a la Casa Blanca, a saber, que con poco más que cinco minutos de fama, las mujeres les dejarán agarrarlas por el coño.
   Lo cierto es que también la idea de “yo vote por la primera mujer presidenta de los EEUU”, hubiese proporcionado atención de los medios y ésa es la razón por la que estas elecciones han acabado siendo tan apuradas desde el punto del vista del número real de votos (cosa que, dicho sea de paso, resulta absolutamente irrelevante en cualquier sistema democrático que se precie de serlo). Hillary Clinton consiguió, de hecho, más votos que Donald Trump, lo cual viene a demostrar, una vez más que, en realidad, los EEUU son y ha sido siempre un país de demócratas y bastante liberal, pero ésa es otra historia.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Crítica de la razón tableteada (y 3)

   He sido demasiado ingenuo. Decía que las nuevas tecnologías condicionan deliberadamente nuestro modo de escribir. Es mentira, su objetivo no es condicionar nuestro modo de escribir, su objetivo declarado es que no escribamos. Nadie espera que lo hagamos en una tablet. El dispositivo está hecho para que tomemos imágenes o, mejor aún, para que reproduzcamos imágenes, para que continuemos la infinita cadena de su (re)transmisión sin abrir la boca o, a lo sumo, balbuceando algo. Somos libres de elegir entre unas imágenes u otras, pero no para expresar lo que pensamos acerca de ellas. Inténtelo, intente escribir algo medianamente profundo, una reflexión serena, un tratado, con el endiablado teclado en pantalla de una tablet o, aún mejor, con uno de esos teclados que proporciona Apple como funda. Descubrirá que unos y otros han sido diseñados para seres irracionales, es decir, para niños o, al menos, para quienes tengan manitas del mismo tamaño que ellos. El esfuerzo para no pulsar varias teclas a la vez, hará que cese pronto su actividad, que se rinda al predictor, sin llegar a la mitad de páginas de una Crítica de la razón pura, aunque, eso sí, teniendo ya la misma chepa que Kant. 
   Pero si Ud. pretende anular por completo la capacidad crítica, cercenar la divergencia, enmudecer los posibles discursos alternativos, existe una herramienta aún mejor, que lo consigue sin que nadie llegue siquiera a sospechar de sus intenciones manipulativas, se llama PowerPoint y no por casualidad se ha convertido en algo tan popular que cualquier imberbe lo maneja con la habilidad de un experto. El truco resulta extremadamente simple. Para empezar, se condena a la pretendida audiencia a la triste condición de los prisioneros en la caverna de Platón. Se apagan las luces para que no quede más claridad que la que emite la pantalla en la que se proyectarán las sombras, las paupérrimas copias de la realidad que los prisioneros no tendrán más remedio que aceptar como el mundo verdadero pues en la oscuridad a la que se hallan sometidos difícilmente podrán consultar ningún dato o informe que contradiga lo que ven. 
   Por supuesto, nada de argumentaciones, nada de soportar las propias ideas con datos, nada de aportar contrastaciones. “En presentaciones, cuanto menos texto y más imágenes, mejor”, aconseja Gonzalo Alvarez Marañón, “asesor y entrenador de comunicación de altos directivos y lideres empresariales”, que dirige un blog llamado “El arte de presentar” y que, con los mismos méritos, podría llamarse “El arte de no pensar”. Exponer críticamente las ideas de cierto autor “recarga las mentes de forma innecesaria”, mejor se presenta una fotografía del autor en cuestión y se comenta poco o nada de lo más tópico de sus ideas. “El arte de presentar” consiste en simplificar, pero no en simplificar para que la información compleja se haga asimilable, simplificar para que no exista información alguna que asimilar pues “la gente no quiere que le informen, quieren que le entretengan”, asevera nuestro ínclito experto. Se trata de eso, de divertir, de entretener, de pasar el rato haciendo creer que se ha aprendido algo. PowerPoint es exactamente lo contrario de un instrumento revolucionario, “debería usarse sólo para transmitir información, no para inspirar o motivar a la gente”.  Difícilmente se puede conseguir desmotivar más a las personas que leyéndoles lo que ellos ya pueden leer por sí mismos. Así se consigue un doble objetivo. Por una parte, la sobrelectura conseguirá una especie de hipnosis en la que lo leído suena a algo que “ya se había escuchado antes” (de hecho, se está escuchando en ese momento) y que, por tanto, tiene que ser verdad. Por otra parte, a fuerza de repetirlo, puede lograrse que los individuos no deseen leer a solas, acto extremadamente peligroso del que han nacido todas las subversiones. Todavía mejor, si Ud. tiene que dar cuatro conferencias en un mes, no necesita redactar cuatro textos diferentes, basta con que encuentre cuatro modos distintos de ordenar una presentación, cuatro fondos de pantalla distintos, cuatro ritmos distintos y cualquiera que haya asistido a sus cuatro ponencias jurará que Ud. trató también cuatro temas distintos. De este modo, todos los discursos se reducen al discurso único de la imagen que, como todos sabemos, consiste en el mutismo. Porque, en efecto, ¿cuántas cosas se pueden decir acerca del Guernica? Pero, ¿cuántas imágenes distintas se pueden presentar de él? Para PowerPoint, la Crítica de la razón pura es la portada de un libro, El Quijote un viejo con barbas sobre un caballo escuálido y la teoría de la relatividad un tipo canoso y mal peinado sacando la lengua. Al final gracias a las nuevas tecnologías, gracias a su sólida implantación en toda forma de transmisión del saber, nuestro espíritu ha acabado alimentándose del mismo pan con que se alimenta nuestro estómago, un pan en el que la cascarria va por una parte y la miga por otro, aunque, como ya no estamos acostumbrados a ella, la tiramos a la basura.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Crítica de la razón tableteada (2)

   Si el pan industrial nos priva del goce de los sentidos, las nuevas tecnologías nos cercenan el disfrute de las emociones. Aquellas cartas emborronadas por las lágrimas, aquellas misivas perfumadas de amor, aquellas grandiosas declamas en letras temblorosas de pasión, han dejado paso a un texto uniformado, homogeneizado, sometido a los cánones de unos tipos de letra preestablecidos. Primero perdimos el rostro de nuestro interlocutor, Whatsapp nos ha privado hasta del tono de su voz. Quien quiera expresar una emoción, quien quiera hacernos llegar algún gesto cálido, humano, tendrá que buscarlos en el catálogo de estereotipos que le permita su terminal. Todos los guiños se han convertido en el mismo guiño, todos los pulgares levantados se han convertido en el mismo pulgar, todas las sonrisas en la misma sonrisa de máquina, se nos insinúa, sin mucho disimulo, que todos los cuerpos son el mismo cuerpo, el cuerpo digitalizable, pixelable, transmisible en forma de paquetes de datos, en el que no hay lugar para la individualidad, para la singularidad y, en consecuencia, tampoco para la innovación, para la libertad. El gesto, la gestualidad  característica que nos diferencia a todos, ha dejado paso al emoticón, al estándar, al prototipo con el que nos podemos identificar pero que no nos identifica. Si las nuevas tecnologías nos hubiesen privado únicamente del rostro, ya habríamos perdido nuestra humanidad, pero no han terminado ahí nuestras pérdidas.
   Crúcese de brazos y trate de mostrar un comportamiento amigable hacia algo o alguien. Ahora trate de hacer lo contrario, abra los brazos, extienda las manos con las palmas hacia arriba y adopte un comportamiento crítico con algo o alguien. ¿Puede hacerlo? Le costará, como poco, varios ensayos. Acabo de leer After Phrenology de Michael L. Anderson y explica cómo en multitud de áreas neuronales en donde se ha “localizado” determinado comportamiento, como, por ejemplo, el verbal (el archiconocido “área de Broca”), se llevan a cabo también, muchas veces simultáneamente, otras tareas que no parecen tener que ver con las lingüísticas. Un caso típico es la activación del mapa neuronal que corresponde a los dedos de nuestras manos cuando se está contando. El “área de Broca”, tantas veces citada como ejemplo de perfecta localización cerebral de un comportamiento lingüístico, en realidad se encarga de regular diversas actividades motoras. Eso explica que el lenguaje verbal vaya acompañado de lo que se llama el lenguaje corporal, no porque todo juego del lenguaje sea una forma de vida, sino porque el recorrido por ciertas posiciones mentales se manifiesta físicamente de diferentes formas. 
   ¿Puede Ud. leer lo que aparece en la superficie de una tablet con los brazos cruzados? ¿durante cuánto tiempo? ¿utiliza Ud. varias tablets dispuestas a su alrededor para contrastar lo que figura en cada una de ellas con las demás como puede hacerse con los libros? Pues entonces, el simple hecho de leer en una tablet disminuye su capacidad crítica, haciéndole más proclive a creer cuanto en ella figura con independencia de que sea algo verdadero o no. Y esa actitud crítica, sutilmente reducida por las nuevas tecnologías, se aplica igualmente a sus propias producciones. Cuando escribíamos a mano, cuando hacíamos bocetos de nuestras obras con carboncillo, cuando teníamos que construir una maqueta para hacernos una idea de cómo iba a ser un edificio, el momento final en el que considerábamos terminado nuestro acto creativo se dilataba en el tiempo. Todavía necesitaba un penoso pasado a limpio, una corrección que podía prolongarse durante días porque en la transcripción mecanográfica de nuestros pensamientos descubríamos un error clave, un paso oscuro, una sentencia mal explicada, que necesitaba reflexión. La pestaña “enviar” acabó con todo eso. Apenas tipeado, el texto se puede mandar, como si todo acto creativo hubiese terminado en el instante mismo de su producción, como si todos nosotros fuésemos un Mozart de cuyas cabezas nacen perfectas Minervas dispuestas a iluminar el mundo. Todavía mejor, los modernos sistemas predictivos hacen incluso superflua la necesidad de concluir el proceso de escribir un texto, apenas marcadas las primeras letras ya nos atosigan con sus sugerencias para que no dilatemos más el acto de enviar y dar por concluido el proceso. Descartes fundó la filosofía moderna gracias a su retiro en Amsterdam, donde pudo reflexionar tranquilamente, alejado del bullicio y las distracciones. Kant se negó a publicar durante diez años para trabajar en torno a los problemas que siempre le habían preocupado y que acabaron cristalizando en sus escritos del período crítico. ¿Quién de nosotros puede hacer eso mientras le acecha, impaciente, la mirada del botón “enviar”? ¿Las prisas incrementan la creatividad o, por el contrario, cuando uno es presionado por la inmediatez del corto plazo tiende a engendrar cosas que no destaquen mucho para no meter demasiado la pata, dado que han sido hechas con prisas? ¿Cómo pueden, pues, incrementar nuestra creatividad las nuevas tecnologías mientras la tentación del envío inmediato acecha cualquier perspectiva innovadora? ¿Reflexionar? ¿quién se para a reflexionar cuando todo está ya dispuesto para el envío desde el mismo momento en que se inicia la redacción? “Thinking on speed” se ha convertido en la atroz exigencia que las nuevas tecnologías nos imponen. Hay que recibir inmediata información de lo que está ocurriendo, información estandarizada, clasificada, predigerida, lo más lejos posible del dato bruto, que exija una racionalización. Ésta ya ha sido hecha por la propia tecnología para que todos los que son como nosotros reciban lo mismo, puedan ver lo mismo, respondan, a toda velocidad, lo mismo y, a posteriori para que todos acabemos pensando lo mismo.

domingo, 30 de octubre de 2016

Crítica de la razón tableteada (1)

   Llevo toda mi vida comiendo pan de la misma panadería, el negocio familiar de unos vecinos de mi madre. Nada eché tanto de menos durante mis estancias en el extranjero como el pan, ese pan blanco, capaz de resistir que se lo congelase para volver a oler a pan recién echo en cuanto recuperaba la temperatura ambiente. Recuerdo la oposición de Antonio, el fundador del negocio, a instalar hornos eléctricos y los montones de leña apilados en la entrada de la panadería. Al final no tuvo más remedio que ceder, pero fue casi al final, cuando pocos hacían ya el pan a fuego de leña. Después vinieron sus peleas para obtener harina de la calidad que deseaba, sal del tipo que le gustaba, los ingredientes que consideraba imprescindibles para seguir haciendo pan como le enseñaron. Con los años múltiples tragedias asolaron la familia y ahora lleva el negocio como puede su hijo, asediado por el pan barato de los supermercados, que apenas si aguanta unas horas aparentando ser algo comestible. En ocasiones la pena lo ahoga y su pan lo nota, pero todavía conserva algo de ese sabor a pan hecho del modo tradicional y esa consistencia digna del buen amasado. Mientras tanto, en Sevilla, tan necesitada siempre de pan de calidad, han comenzado a aparecer nuevas panaderías que prometen pan artesanal, pan de pueblo, pan de masa madre... Alguna hay que ofrece de verdad un producto que incluso permite recordar el sabor del pan de siempre, pese a la perfecta homogeneidad de todas las piezas, que tan nervioso ponía a Antonio, y que delata su auténtico origen.
   En La corrosión del carácter, Richard Sennett entraba en el interior de una panadería griega de Boston para descubrir que sus empleados, eran pakistaníes, chinos y cubanos, ajenos por completo a la tradición del pan que elaboraban. Robots y hornos programables, con interfaces extremadamente parecidas al escritorio de Windows y que hoy han sido sustituidas por tablets, permitían, mediante la manipulación de variables de acuerdo con unos protocolos prefijados, elaborar un pan griego absolutamente dentro de los cánones norteamericanos del buen pan. Desde la sustitución de los hornos de leña por los hornos eléctricos hasta las modernas panaderías en las que los empleados ni siquiera necesitan lavarse las manos porque no tocan el producto, se ha producido un progreso tecnológico cuya consecuencia es un pan de sabor, peso y consistencia estandarizado, que llena el estómago pero no alimenta los sentidos, que acompaña las comidas sin añadirles nada y que sustituye el atávico placer de paladear un trozo de pan sin más condimento por algo muy parecido a la rutina de mascar un chicle que ha perdido su sabor. ¿En qué medida hemos progresado? ¿de qué modo nos ha hecho mejores la tecnología? ¿hasta qué punto la sustitución de unas máquinas por otras nos ha proporcionado una vida mejor, nos ha hecho más felices, más capaces de disfrutar,? ¿Qué papanatas podría defender que el pan por sí mismo no es importante, que lo importante es cómo se haga o, mejor aún, que el tratamiento de la masa que proporciona la tecnología le añade algo que ningún ser humano podría añadirle por los procedimientos tradicionales?
   No hablemos ahora de alimentar nuestro estómago, hablemos de alimentar nuestro espíritu. No hablemos de la masa madre, hablemos del conocimiento. No hablemos de amasar y cocer, hablemos de transmitir el saber. ¿Por qué ahora todos nosotros nos convertimos en papanatas que defienden la necesidad de utilizar las nuevas tecnologías para añadirle algo a los viejos contenidos? ¿Por qué pensamos que una tablet, que una pantalla, que un ordenador van a proporcionarnos resultados mejores que las viejas herramientas? ¿Por qué nos resulta tan obvio que las nuevas tecnologías permiten crear cosas nuevas? ¿Por qué las autoridades insisten con tanto ímpetu en la necesidad de incorporar las nuevas tecnologías a la enseñanza? ¿Para hacernos más libres, más críticos, mejores ciudadanos? ¿Desde cuando nuestras autoridades se preocupan por eso? En cuanto nos plantan un aparato enchufable a Internet delante de los ojos olvidamos el argumento que nos lleva a buscar el pan de nuestros abuelos, las alfombras que se tejían en el pueblo, el queso que se compraba a los pastores y nos lanzamos a entregarles a nuestros infantes todo tipo de artilugios novedosos convencidos de que sólo pueden salir maravillas de ellos. Sabemos que cualquier tecnología en manos irresponsables conduce a la catástrofe, sabemos que las manos de nuestros jóvenes se cuentan entre las más irresponsables de la humanidad y les entregamos la última tecnología del mercado convencidos de que vamos a contemplar... ¿maravillas?
   Dele un trozo de papel a un niño. Lo pintarraqueará, lo arrugará, hará con él un avioncito, lo convertirá en una bola que podrá encestar en la papelera, lo transformará de mil maneras que difícilmente Ud. podía haber previsto. Conocí a cierto adolescente que tenía la costumbre de coger las tizas de clase y, con un tornillo extraído de una banca, agujerearlas de lado a lado. Era un trabajo que exigía considerable precisión, pero lo más divertido era que cuando se acumulaba el polvo de tiza en el tornillo, tendía a partir la tiza, así que cada cierto tiempo, sacudía el polvo por el curioso procedimiento de tirar el tornillo al suelo para que rebotara y volviera a su mano. Recuerdo haber visto en el Museo Reina Sofía un cuadro que consistía en un lienzo en blanco desgarrado, Lucio Fontana se hizo famoso por acuchillar de diferentes formas telas rojas, verdes, rosadas... Entréguele una tablet a un niño, ¿podrá arrugarla? ¿hacer que vuele? ¿encestarla en la papelera? ¿taladrarla? ¿tirarla al suelo para que rebote? ¿Pueden los artistas que usan las nuevas tecnologías desgarrarlas, acuchillarlas, deconstruirlas de algún modo? Sólo pueden hacer lo que el marco de las aplicaciones establecidas les permite, la única libertad que tienen consiste en deambular por celdas con barrotes perfectamente fijados e inamovibles, la única creatividad que fomentan las nuevas tecnologías consiste en la creatividad sometida a los estándares de la industria, esa industria a la que todos sabemos nociva, empequeñecedora y ruin.

domingo, 23 de octubre de 2016

Cuanto peor, mejor

   La diferencia entre un estadista y un politicastro del tres al cuarto es que un estadista prefiere ser ciudadano anónimo en un país rico que presidente del gobierno en un país arruinado. Políticos de este segundo género los ha habido siempre, el problema es que en este siglo XXI sólo parece haber políticos así. Por comenzar desde lo más cercano e inmediato, la Sra. Susana Díaz es un excelente ejemplo de lo que acabo de enunciar. Llegó a la presidencia de la Junta de Andalucía por la puerta de atrás, se “legitimó” en unas elecciones europeas en las que, como viene siendo habitual, la gente votó no a favor de ella sino en contra del gobierno. Cuando hubo de dar la cara por sí misma, obtuvo los peores resultados de la historia del socialismo andaluz. En sus declaraciones mostró cierto titubeo por tan bochornosos resultados, declarando ora que la culpa la tenían los dirigentes de su partido en Madrid ora que en Andalucía habían ganado las “fuerzas progresistas”. Eso sí, inmediatamente pactó con Ciudadanos, compartiendo con los votantes de dicha formación el espejismo de que Albert Rivera lidera algo así como un partido de izquierdas o, al menos, de centro. El pacto nunca fue explicado ni a los votantes de una formación ni a los de la otra, simplemente, “era lo que tocaba” y a callar que no mandáis nada. Desde entonces la política andaluza no ha existido, ni se han aprobado leyes novedosas, ni se han hecho esos gestos grandilocuentes que tanto gustan a los políticos, ni ha ocurrido nada que merezca la pena reseñar en el parlamento autonómico. La Sra. Díaz se ha limitado a escudriñar el horario de trenes hacia su sillón en Madrid, deseo último de cualquier político andaluz que se precie. Para encontrar su oportunidad no ha dudado en socavar uno de los dogmas del PSOE al menos desde los tiempos de Suresnes, a saber, que la federación andaluza, pese a ser la más numerosa y disciplinada dentro del partido, nunca ha puesto sobre la mesa la ley de los números y ha hecho como si hubiese cierto equilibrio regional en las decisiones adoptadas. Desde el mismo momento en que asumió las riendas de dicha federación, la Sra. Díaz dejó claro su intención de utilizarla como palanca para alcanzar el poder. La propia gestora que ahora preside el partido lo pone de manifiesto. Hasta cuatro federaciones se han quedado fuera de ella, pero el PSOE-A tiene dos representantes, de hecho, el infeliz del Sr. Fernández Fernández tiene que confiarle sus espaldas nada menos que a la mano derecha de la Sra. Díaz en el parlamento andaluz, por si acaso le dan veleidades de pensar que manda algo. El está ahí para llevarse las bofetadas y, a su debido momento, ser defenestrado, precisamente, por la razón por la cual ha sido elegido para el cargo: entregarle el bastón de mando a Rajoy.
   Con el PSOE-A como ariete, la Sra. Díaz se lanzó a derribar la puerta del anterior secretario general aún a costa de conducir al partido al borde del abismo y a poner en duda la inteligencia de sus votantes. Resulta que el PSOE se obstinó en mantener su no a Don Tancredo, pese a que todo el mundo alertaba contra la catástrofe de mantener al país sin gobierno. Sin embargo, ahora que lo que peligra no es el país, sino las poltronas de los gerifaltes socialistas, a punto de sufrir el sorpasso de Podemos, ahora sí que están dispuestos a permitir que gobierne Rajoy, Donald Trump o el demonio en persona. A quienes votan socialista se les pretende hacer creer que es “un mal menor”, como si no estuviese pendiente la aprobación de un presupuesto, que Bruselas quiere que incluya sustanciales recortes, y que necesitará el favor del PSOE si no desea ver convocadas nuevas elecciones antes de la fecha elegida por la Sra. Díaz para el próximo congreso extraordinario del partido. Muy torpes habrán de ser los muchachitos de Podemos si no aprovechan la coyuntura para presentarse como la auténtica alternativa de izquierdas.
   Pero si el “cuanto peor, mejor”, se ha convertido en el emblema de las izquierdas del nuevo milenio, ¿qué decir de la derecha? El Sr. Mariano Rajoy ya ha demostrado, en activo y en funciones, su absoluta incapacidad para hacer nada, para tomar ninguna iniciativa, para encarar ningún proyecto, su absoluto talento para precipitar la catástrofe y sobrevivir a ella. Ahora, sin embargo, se ha planteado un nuevo reto, tampoco decir nada. Si la inoperancia le ha servido en bandeja la reelección, el mutismo puede hacerle entrar en los libros de historia. Que esta línea  de (in)acción haya conducido a que la situación en Cataluña se pudra hasta límites inauditos no le ha importado lo más mínimo, siempre que sirviese para apresurar su puesta de largo. Pero en este desgraciado ranking de despropósitos, sin duda, son los políticos catalanes los que se llevan la palma. Realmente me pregunto si hay alguien lo suficientemente inocente como para creer que se están arriesgando a ir a la cárcel por el bien de la nación catalana y no por el bien de sus propios bolsillos. Ciertamente, de haber alguien así, sería una demostración palpable de la terrible malignidad de la inocencia.

domingo, 16 de octubre de 2016

Una leche (2 de 2)

   El coste ecológico de un litro de leche es desproporcionado. Hay que criar una vaca durante unos años, con lo que eso supone en pienso y, sobre todo, en agua. Su digestión genera, además, gran cantidad de gases residuales tales como el metano y el óxido nitroso, de importantes efectos contaminantes. Por tanto, si se consiguiera sustituir la leche de vaca por otro tipo de leche, contribuiríamos de un modo decisivo a la reducción de costes de la industria y, lo que resulta más importante, a la reducción de los efectos contaminantes. Probemos con la soja. La soja como tal no tiene mucho que ver con la leche, pero si se la modifica genéticamente, podremos obtener proteínas que acaben por parecerse mucho en textura y sabor a la leche, hasta el punto de que habremos encontrado un sustitutivo barato de producir y sostenible ecológicamente... ¿O no? Ni que decir tiene que la soja modificada genéticamente se halla sometida a patentes, patentes que, como es natural, están en manos de los grandes consorcios alimenticios. Puedo decir lo mismo de otro modo, los beneficios de las plantaciones de soja no van a ir a los países pobres o en vías de desarrollo, más bien, por el contrario, sobre ellos van a caer todos los problemas, pues si la soja llegara a desplazar a la leche de vaca, buena parte de las zonas forestales que aún quedan en el mundo, acabarían por desaparecer debido a la demanda de suelo cultivable. Aún más, la cantidad de agua que acabaría por necesitarse para ello dejaría en ridículo la que se necesita para atender al ganado vacuno y, no lo hemos de olvidar, esta demanda de agua se produciría en países donde está lejos de ser abundante. De modo que hemos llegado al mismo punto con que concluíamos la entrada anterior, por mucho que se produzcan alimentos, sobra gente en el mundo o, para ser más exactos, sobran pobres en el mundo. A menos, claro está, que, como buenos ciudadanos con conciencia ecológica aceptemos desayunar leche de cucaracha...
   Lo cierto es que, todo este “científico” argumento tiene truco, pues el problema, el problema real, no está en las bocas que hay que alimentar, ni en la cantidad de alimento que hay que producir, el problema radica en cómo se produce ese alimento o, mejor dicho, en para qué se produce ese alimento. Porque el alimento que se produce en el mundo, desde los tiempos de Malthus, no se produce para ser consumido, se produce para ser vendido. Volvamos a la segunda frase de esta entrada y preguntemos lo que habitualmente no se pregunta: ¿contamina lo mismo una vaca europea que una de la India? La respuesta es no. La razón por la que nuestras vacas resultan tan contaminantes es porque se las alimenta con piensos compuestos muy útiles para acelerar su crecimiento y con pastos ricos en abonos nitrogenados, cosas todas ellas que causan una digestión particularmente ineficaz. Si la industria alimentaria tuviera verdadero interés por saciar las necesidades humanas y no por maximizar beneficios, nuestras vaquitas serían tan inofensivas para el medio ambiente y tan generosas dándonos leche como lo han sido siempre.
   Supongamos, no obstante, que la leche de soja o la de cucaracha fuese la solución, que pudieran proporcionar un alimento tan rico como la bovina y que ninguna de ellas tuviera efectos negativos sobre la salud humana como consecuencia de su consumo a largo plazo. ¿Habríamos acabado con el problema de la escasez de recursos? Sigamos el proceso. La leche, sea de la procedencia que sea, se fabrica, se le añaden los conservantes y colorantes necesarios, se envasa... y se le coloca una fecha de caducidad muy por debajo del máximo que la conservarán apta para el consumo humano los muy tóxicos conservantes que se les ha añadido. A continuación, los productos así etiquetados llegan a los supermercados, donde, una vez más, para aumentar las ventas, serán sometidos a agresivas campañas de 2x1 o, todavía mejor, al “maxitamaño” que genera un “maxiahorro”. Presionado hasta lo indecible, el consumidor particular, es decir, Ud. o yo, acabamos comprando cantidades que difícilmente podremos consumir antes del breve plazo que nos impone la fecha de caducidad con que ha sido etiquetado. Y así llegamos a la verdad de Malthus, a la verdad de “la escasez de alimentos que amenaza a la humanidad”, a la razón última de por qué sobran tantos pobres en este mundo: la mitad de la comida que se produce se tira a la basura. La tiran los supermercados, la tiran los restaurantes, la tiran los hospitales y los cuarteles, pero, sobre todo, la tiramos Ud. y yo, porque se nos ha birlado, deliberadamente, cualquier criterio de racionalización de nuestras compras. El problema no está, pues, en el progreso “aritmético” o “geométrico”, el problema no está en lo que la técnica pueda hacer o dejar de hacer por nosotros, el problema es que al sistema capitalista le importa un comino que nos alimentemos o no, lo único que le interesa es que compremos. Y si compramos para tirar a la basura, mucho mejor. Tiramos la comida porque está erróneamente etiquetada, porque hay que demostrar la propia opulencia sirviendo más comida de la que cualquiera puede comer o porque no se corresponde a la imagen idealizada que tenemos de lo que debe ser una lechuga, una manzana o un pollo y que, en verdad, nos hace compararlas con la lechuga, la manzana o el pollo de plástico que sale en los anuncios pero no con lo que podía verse en la granja de nuestros abuelos. Tiramos la comida, insisto, porque existe una presión disimulada pero extremadamente eficaz, para que nuestros frigoríficos se vacíen antes de lo que conseguirían hacerlo nuestras necesidades alimenticias. Tiramos la comida, en definitiva, porque es la única manera de que compremos más de lo que necesitamos, o dicho de otro modo, porque es la única manera de que haya gente que pase hambre en el mundo. 

domingo, 9 de octubre de 2016

Una leche (1 de 2)

   Thomas Robert Malthus publicó su Essay on the Principle of Population en 1798. En él afirmaba que el crecimiento sin control de una población se produce en progresión geométrica, mientras que la producción de alimentos sólo puede aumentar aritméticamente, por lo que, más pronto que tarde, se llega a un límite en el que los alimentos escasean, anulando cualquier progreso conseguido anteriormente. El Essay estaba dirigido contra el núcleo mismo de los ideales ilustrados y, más en concreto, contra la “ley de pobres” aprobada por aquella época en Inglaterra, que trataba de proteger a los más desfavorecidos del alza de precios originado ya en las primeras etapas de la revolución industrial. Ayudar a los pobres era para Malthus un disparate, quienes no hubiesen conseguido subirse al carro de las clases medias merecía la muerte, pues cualquier migaja que se le arrojase la aprovecharía para engendrar más hijos, pobres como sus progenitores, multiplicando el problema en lugar de disminuirlo. Naturalmente, la sutileza de que cualquier ayuda proporcionada a los pobres es, en realidad, una inyección de liquidez a las empresas productoras por parte del Estado, se hallaba más allá de las entendederas de Malthus, para quien el mercado debía ser libre y los hombres emprendedores o sobrantes. 
   Como casi todos los libros que han cambiado la mentalidad europea, en el de Malthus escasean los datos y aun los argumentos y cuando unos u otros aparecen bordean el ridículo, hasta el punto de que los ejemplos que aporta de crecimiento de la población proceden, casi indefectiblemente, de situaciones históricas en que las fuentes de alimentación eran virtualmente ilimitadas. No obstante, su influencia ha sobrepasado lo estimable, contaminando todo tipo de pensamientos a izquierda y derecha. Se lo suele citar como una desafortunada influencia en Darwin, cuando Darwin, con la genialidad que le caracterizaba, supo ver que la teoría de Malthus era aplicable únicamente allí donde la cultura no actúa, esto es, a los animales y a etapas de la evolución humana en que ni la técnica, ni el cultivo, tenían un peso suficiente para influir en la producción, la procreación o el consumo. Mucho más desafortunada fue no la influencia sino la crítica que originó en Marx. En uno de sus arrebatos ilustrados, Marx consideró que el progreso técnico daría con el modo de esquivar las predicciones malthusianas, sobre cuya exactitud, por supuesto, no dudaba, como tampoco dudaron los ecologistas que las esgrimieron para alertar de la hecatombe a la que nos aproximábamos. De hecho, las tesis de Malthus han calado profundamente en nuestra manera de entender las cosas y todos asumimos, más o menos, que los alimentos son escasos y que o bien se los arrebatamos a los demás del plato o bien nos unimos a la lista de los que, como Malthus decía, “sobran”. Aún mejor, nadie duda de que buena parte de los problemas de los países subdesarrollados se acabarían “si tuvieran menos hijos”, bonito eslogan que soslaya el hecho de que para criar cualquiera de nuestros escasos vástagos europeos se necesita diez veces los recursos que consume un niño africano. Dicho de otro modo, somos nosotros, los europeos que hemos asumido la inevitabilidad de las familias monofiliales, los que tenemos demasiados niños.
   Pues bien, tomemos los disparates malthusianos y, sin someterlos al menor análisis crítico, solucionémoslos mediante el método de Marx, ¿cuál será el depurado producto de semejante proceder? ¿qué nombre podríamos ponerle? ¿leche de cucarachas tal vez? En contra de lo que nos enseñaron en la escuela, existen insectos vivíparos, por ejemplo, la Diploptera Punctata, una cucaracha asiática que cuida de sus crías y les suministra un líquido rico en proteínas, grasas, azúcares y con todos los aminoácidos esenciales, como no podía ser menos. Un grupo de investigadores indios ha propuesto, no ordeñar a las cucarachas, que podría resultar complicado, sino extraer la forma cristalina de esta sustancia que queda en el tracto digestivo de sus larvas y encontrar un modo de sintetizarlo. Como digo, se trata, simplemente, de una posibilidad, los insectos, en general, están siendo estudiados como una fuente de proteínas mucho más barata de producir y algunos no dudan en considerarlos la fuente alimenticia del futuro, dada la consabida “escasez de alimentos” a la que estamos abocados. ¿Que la leche de cucaracha le da asco? ¿que se niega a sustituir su filete por un buen plato de grillos? ¿que no quiere reemplazar las palomitas con mantequilla por una bolsa de hormigas fritas? Bueno, no pasa nada, simplemente, hágase a la idea de que una parte de la humanidad está de sobra. Pero tranquilícese, Ud. está en la otra parte, en la protegida por modernísimos ejércitos, por vallas con alambres de púas, por sensores de movimiento, que impedirán que los pobres le roben la comida de su plato.

domingo, 2 de octubre de 2016

Retraction Watch (y 4. Valor y precio)

   Cuenta la leyenda que Galileo conminó a los miembros de la Inquisición que le juzgaban a que mirasen por el telescopio y verían lo que él había visto, pero éstos se negaron a hacerlo aduciendo que sabían lo que había en los cielos por sus libros. Los científicos recitan cual papagayos este mito y se sienten reconfortados sabiéndose la vanguardia de la civilización en su lucha contra el oscurantismo y el principio de autoridad. Después se van a sus despachos, abren el sobre en el que alguna revista les ha enviado un artículo para que lo revisen y lo primero que hacen es averiguar en qué institución trabaja el autor del artículo, con quién se formó y a quién cita. En función del prestigio que parezca encerrar todo ello, se dignan mirar los datos que figuran en el artículo o no, suponiendo que la realidad se conforma a lo que dice la autoridad y no se muestra mirando a través de las tablas de datos. El funcionamiento de la ciencia como institución hoy día no es muy distinto del que exhibía la iglesia en la época en que se juzgó a Galileo. Todavía peor, si comparamos el número de retractaciones que los jueces obligan a publicar a las revistas de cotilleos con el número de artículos retirados por las más prestigiosas revistas científicas, habremos de concluir que la prensa del corazón tiene criterios editoriales más rigurosos que las publicaciones supuestamente científicas. Todos aquellos científicos y filósofos que concluyen que “ciencia” es lo que publican dichas revistas, no hacen más que colocar el rigor de la ciencia actual apenas por encima del nivel de los chismorreos.
   Que el sistema de peer review no funciona es ya una vieja canción. Nadie tiene tiempo de revisar los artículos que recibe cuando, a la vez, se le exige un rendimiento académico e investigador de modo continuado en el que no tiene cabida la repetición de experimentos realizados por otros. Si alguien tuviera tiempo para ello, desde luego, sería incapaz de encontrar financiación para hacerlo, pues ninguna fuente de financiación está interesada ni por la verdad en general, ni, mucho menos, por el buen funcionamiento de alguna ciencia en particular. Si alguien pudiera obtener financiación, sus críticas reiteradas a los artículos de ilustres investigadores como fueron Stapel, Boldt y Fujii, acabaría por hacer que las revistas dejaran de enviarle sus artículos para la revisión. Y si alguna revista tuviese la honradez hacerlo pese a ello, acabarían por recordarle que ellas, las revistas científicas, tienen que publicar algo, algo llamativo e impactante, algo que las haga la comidilla de la prensa generalista y que amplíe la base de suscriptores. Al fin al cabo, son revistas y hace tiempo que se apuntaron al lema de cualquier publicación periódica: no dejes que la verdad te estropee una buena noticia. La única verdad que persiguen las revistas científicas es la verdad que arroja la cuenta de resultados anual y a ella quedan supeditadas todas las demás. ¿En serio creen que los miembros del comité redactor de Science, de Nature, de Cell, se jugarían no ya la vida como hizo Galileo, sino sus honorarios para proteger el buen funcionamiento de la ciencia? ¿Creen que al comité de redacción de Anesthesia & Analgesia le importa más la verdad que los ingresos que generan sus anunciantes? ¿Me van a decir que el comité de redacción de cualquier revista médica está preocupado por las personas se van a curar gracias a los descubrimientos que muestran sus páginas y no por la generosa aportación que le proporcionan las empresas farmacéuticas?
   Cada falsificación, cada dato inventado, cada media verdad, es una mancha de aceite en el mundo de la ciencia, cuyos efectos se extienden en el tiempo haciendo difícil predecir sus resultados a medio y largo plazo. Cada falsificador encumbrado es una generación de científicos que han tenido que dirigir sus investigaciones en una dirección más que dudosa si querían recibir ayudas y subvenciones para sus estudios. Cada artículo retirado es una denuncia contra un sistema, el sistema creado por una industria cultural que ha usurpado el papel de faro de la cientificidad con la nada disimulada intención de hacer caja y envolver cada verdad en una bruma de mentiras. 
   Por supuesto, los propagandistas de “lo científico”, que continuamente nos escamotean la pregunta por la naturaleza de la ciencia, quieren hacernos creer que se trata de cuestiones menores. A esos filosofillos de la ciencia que se han hecho grandes en su especialidad leyendo las alucinaciones de Popper, las incoherencias del Kuhn de La estructura de las revoluciones científicas y cosas semejantes, no se les puede pedir que comprendan la importancia de Retraction Watch para tomarle el pulso a la ciencia real, pues no estamos hablando de casos aislados, hablamos de 500 ó 600, casos al año detectados, la punta de un iceberg que nadie se atreve a cuantificar. Todavía más grave, hablamos, en el fondo, de la misma historia repetida hasta la saciedad, la historia de alguien con notables habilidades sociales, con una ambición desmedida, que produce muy por encima de la media, con un prestigio que se ampara en el prestigio de quienes se avienen a publicarle o a publicar con él, en definitiva, hablamos del prototipo de lo que en economía se llamaría un emprendedor de éxito. Si, efectivamente, medimos una teoría científica por los réditos económicos que puede producir, si “saber venderse” resulta mucho más importante que saber hacer las preguntas correctas, si la vida de un equipo investigador depende de las subvenciones que puede lograr, si medimos la importancia de un experimento por el dinero que gana la revista que lo publica y si hemos sustituido el modelo de científico brillante por el de hombre de negocios exitoso, ¿cómo pretendemos que la ciencia nos cuente algo parecido a la verdad? A lo sumo, podremos pedirle que haga lo que hace cualquier empresa importante, que invente eslóganes sonoros, que fabrique anuncios ingeniosos y, sobre todo, que proteja los intereses de sus accionistas.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Retraction Watch (3. La persistencia del engaño)

   Si los casos de Stapel y de Boldt han llegado a sorprenderle, he de decirle que el número uno de los falsarios de la lista de Retraction Watch, tiene él solito más artículos retirados que Stapel y Boldt juntos. Se trata del honorable Dr. Yoshitaka Fujii, con ¡¡183!! artículos retirados de los 212 que llegó a escribir. Y, ¿a que no lo hubiesen adivinado? el Dr. Fujii también es anestesista. Su especialidad eran los medicamentos para tratar las nauseas y vómitos posoperatorios. En cierto modo, su éxito a la hora de publicar vino de la mano de su fracaso. Pese a que sus artículos aparecieron en las más prestigiosas revistas internacionales, fueron poco citados, así que el Dr. Fujii comenzó inventando los datos, después falsificó las autorizaciones de los comités de ética de los hospitales en los que se suponía que había realizado los ensayos, posteriormente añadió colaboradores a sus artículos por el procedimiento de falsificar sus firmas y, supongo que fatigado de tanta falsificación, acabó plagiando artículos, entre otros, de él mismo. Por mucho que el Dr. Fujii no supiera qué hacer para que le echaran el guante, desde 2000 había levantado las sospechas de un grupo de colegas alemanes que alertaron a Anesthesia & Analgesia sobre su prolífico colaborador. Anesthesia & Analgesia, prestigiosa publicación del sector que ya había sufrido en sus páginas el caso de Joachim Boldt, llegó a publicar 11 artículos más del Dr. Fujii antes de iniciar una investigación coordinada con otras revistas. El grupo alemán, encabezado por el Dr. Kranke, incluso se puso en contacto con la FDA para denunciar lo que a todas luces eran artículos de ciencia ficción del Dr. Fujii, lo cual es una muestra de su desesperación pues la FDA, como todos sabemos, sólo actúa con prontitud contra herbolarios y productos naturales.
   En 2012, 19 años después de su primer artículo, un comité de 23 revistas científicas, determinó que 126 de los artículos del Dr. Fujii habían sido inventados en su totalidad, sobre otros 37 existían sospechas que no podían ser confirmadas y únicamente tres de los analizados parecían auténticos. ¿Encabeza Yoshitaka Fujii la lista de falsificadores en cantidad de artículos retirados y duración de su carrera porque no ha habido hasta ahora nadie como él o porque hay falsificadores que van a batir de largo el tiempo que durarán sus engaños? Por mucho que la pregunta pueda parecer preocupante, su respuesta se queda en mera anécdota si la comparamos con otras cuestiones.
   “Visfatin: A protein secreted by visceral fat that mimics the effects of insulin” fue un artículo publicado por la prestigiosísima revista Science el 21 de enero de 2005. Los firmantes eran un equipo de 22 médicos japoneses, encabezados por Atsunori Fukuhara. La Universidad de Osaka inició una investigación sobre el artículo concluyendo, entre otras cosas, que existía un sesgo en la recopilación de los datos. Los autores no se arredraron y llegaron a amenazar al comité de la universidad con acciones legales. No obstante, tras numerosos tiras y aflojas, decidieron pedir ellos mismos la retirada del artículo, procedimiento al que Science dio curso en 2007 sin, como es habitual, explicar por qué un comité de una universidad había visto sin mayores problemas lo que los muy prestigiosos ojos de su equipo de redacción no había logrado encontrar. Hasta aquí, una historia como otra cualquiera. Pues bien, Retraction Watch recoge que el artículo en cuestión ha sido citado 1.023 veces. Dicho de otro modo, este artículo es lo que se suele llamar un "artículo de impacto", lo que cualquier chupatintas encargado de conceder subvenciones o ayudas exige escribir o, al menos, citar como apoyo de las teorías expuestas si uno quiere conseguir dinero para sus investigaciones. Todavía mejor, de esas 1.023 citas, 776, las tres cuartas partes, se produjeron después de la retirada del artículo. De hecho, el artículo puede consultarse en múltiples lugares de Internet en los cuales no se anuncia por ninguna parte que haya sido retirado. 
   Algo semejante ocurrió con “Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children”, artículo que otra revista puntera, The Lancet, publicó el 28 de febrero de 1998 y cuyo autor principal no es otro que A. J. Wakefield, el cirujano que demostró fraudulentamente el vínculo entre el autismo y la vacuna triple vírica. Pese a la magnitud de este escándalo y que fuese abundantemente aireado por la prensa generalista, fue citado 308 veces después de que fuese retirado en 2010.
   Podemos resumir todo lo anterior de un modo muy simple: lejos de perseguir “la verdad”, en la ciencia actual parece haber un singular empeño por perpetuar el engaño.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Retraction Watch (2. Stapel y Boldt)

   Diederik Alexander Stapel obtuvo su doctorado cum laude en psicología social por la Universidad de Amsterdam en 1997 y tres años más tarde era profesor en la Universidad de Groningen. En 2006 pasó a la universidad de Tilburg, donde fundó el Institute for Behavioral Economics Research, convirtiéndose en decano de la Facultad de Ciencias Sociales y del Comportamiento en 2010. Un año antes, la Sociedad de Psicología Social Experimental le había concedido un premio a su trayectoria académica. Y es que, por entonces, Stapel era uno de los psicólogos sociales más importantes y reconocidos de su Holanda natal y de Europa en general, pues su ascenso institucional había venido acompañado por 124 publicaciones en las más prestigiosas revistas científicas del mundo incluyendo, por ejemplo, las todopoderosas Science y Nature. Obviamente, tal cantidad de artículos en revistas prestigiosas había generado en torno a mil citas de ellos, convirtiendo a Stapel en un factor de impacto, es decir, para cualquier revista suponía un valor añadido publicar un artículo suyo y cualquiera que quisiera mostrar que estaba al día en psicología social, tenía que citar algo de tan notable prohombre. El resultado es que algunas revistas llegaron a publicarle hasta 23 artículos. 
   Pero 2010 no fue sólo el año de la culminación de la carrera de Stapel, también marcó el inicio de su declive. Denunciado por varios compañeros de disciplina, se creó una comisión encargada de revisar sus artículos. A fecha de hoy, 58 de ellos han sido retirados por las diferentes revistas que los publicaron. Stapel no había dado “un empujoncito” a sus datos, ni había tenido una máquina que ofreciese lecturas erróneas, ni siquiera podía echarle la culpa a un “currito impaciente”, lo suyo era mucho más fácil: se inventaba los datos. Algunas de las más prestigiosas revistas científicas del mundo, ésas que establecen en qué consiste “la verdad de la ciencia”, se tragaron las patrañas de Stapel con la misma ingenuidad con que los niños se tragan el cuento de los reyes magos. Para sus colegas, encargados de revisar sus artículos y enviar el informe en el que se recomendaba o no la publicación, la voz de Stapel era la voz de Dios en persona.
   Stapel ha sido definido por su propia esposa como una persona enferma y todos sabemos en qué consiste la psicología.  Los psicólogos se ufanan de haber abandonado la palabrería de sus primos los filósofos porque hacen experimentos. Los filósofos les recuerdan que los experimentos científicos se caracterizan por ser repetibles y que en psicología no hay experimento que se pueda repetir ni aunque se haga con ajos y pimientos. Entonces los psicólogos llaman “casos clínicos” a los filósofos, los filósofos llaman charlatanes a los filósofos y comienza el reparto de tortas. Pero no, por una vez, la culpa no es de los psicólogos. De hecho, Stapel sólo ocupa la tercera posición en la lista de autores con más artículos retirados de Retraction Watch.
   El número dos corresponde Joachim Boldt y, abróchense los cinturones, el Dr. Boldt es anestesista. Ni que decir tiene que era extraordinariamente prolífico, casi cada mes llegaba un artículo con su firma a alguna revista de postín y, por supuesto, se lo consideraba una eminencia en su campo, el manejo de sustancias intravenosas, particularmente los coloides y, más en concreto, las soluciones de hidroxietilo de almidón. Pese a que los primeros experimentos con esta sustancia mostraron que podía producir muertes durante las intervenciones quirúrgicas, pérdidas excesivas de sangre e infarto cardíaco, el infatigable trabajo del Dr. Boldt, su carisma y la brillantez de su exposiciones en congresos y revistas convencieron a la comunidad científica de lo contrario. Boldt consiguió que el hidroxietilo de almidón fuera considerada al par con otras alternativas y se incluyera en los protocolos de tratamiento con fluidos intravenosos hasta el punto de que es una sustancia de uso común en toda Europa. Conforme aumentaba su prestigio, le fue resultando cada vez más fácil encontrar colegas que firmaran sus artículos sin pedir demasiadas explicaciones. Y cuantos más autores tenían, menos rigurosas eran las revisiones que se efectuaban de ellos, pues se daba por supuesto lo contrastado de los datos. En el artículo que acabó levantando las sospechas, Boldt era el primero de seis co-autores. Alguien encontró sorprendente que, pese al escaso número de sujetos en el experimento, los datos no mostraban desviación alguna respecto de lo deseado y lo denunció al comité de redacción de la revista en que publicó el artículo, Anesthesia & Analgesia. Ésta inició una investigación que se extendió a otras publicaciones. Al final del proceso noventa y cuatro artículos de Joachim Boldt habían sido retirados y, entre medias, se había descubierto que Boldt había cobrado de B. Braun, Baxter y Fresenius Kabiara, empresas con patentes sobre la fabricación del hidroxietilo de almidón. De modo que no, no es la psicología la única ciencia que tiene problemas a la hora de contar “la verdad”, particularmente cuando hay dinero de por medio.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Retraction Watch (1. No va de esto)

   Como ya he explicado reiteradamente, uno de los eslóganes que con más éxito se ha colado en nuestras mentes es el de que “la ciencia cuenta la verdad”. Que se trata de un eslogan y, para más señas, de un eslogan que permite que algunos consigan dinero, resulta extremadamente fácil de demostrar, pues una de las características de todo eslogan es que, en cuanto se lo analiza un poco, se queda en nada. En efecto, ¿qué es la “ciencia” ésa que dice la verdad? ¿lo que hacen los científicos? ¿”ciencia” es lo que hacen los científicos cuando van al cuarto de baño? ¿o se nos está afirmando que ciencia es lo que hacen los científicos cuando hacen ciencia? ¿”ciencia” es lo que figura en los libros... científicos? ¿lo que figura en las publicaciones... de ciencia? Profundicemos un poco más en este último aspecto. ¿Todo lo que publica una revista científica es “la verdad”? Fuera de los cuentos de hadas, es decir, en el mundo real, una publicación científica no se dedica exclusivamente a publicar artículos científicos, también debe retirarlos. Intuitivamente parece muy claro lo que significa “retirar un artículo”. En la práctica la cosa conlleva enormes complejidades. Antes, cuando las publicaciones científicas se hacían en papel, se daba por supuesto que nadie iba a ir por las bibliotecas con una cuchilla cortando las páginas del artículo retirado. Simplemente, se publicaba una nota del comité de redacción anunciando que tal o cual artículo ya no se consideraba digno de aparecer bajo las cubiertas de la revista en cuestión... pese a que, obviamente, no dejaba de hacerlo. Ahora que las revistas científicas tienen una versión digital todo parece más fácil, pues basta con borrarla del servidor de la misma. Sin embargo, la retirada sigue siendo simbólica  pues cada artículo es replicado en una pluralidad de bases de datos, ordenadores personales y servidores, de los cuales resulta tan improbable borrarlos como antes lo era el procedimiento de la cuchilla. De aquí la importancia de la tarea emprendida por Ivan Oransky y Adam Marcus, los creadores de Retraction Watch, en resumen, un blog en el que se intenta indexar los artículos retirados de las publicaciones científicas.
   A veces el o los autores de un artículo descubren que ciertos datos contenían errores, han sido mal tipografíados o cualquier cosa de este género. Entonces se envía una nota a la redacción de la revista en cuestión comentando lo sucedido. Es lo que se denomina una “corrección”. El contenido de esta nota puede no afectar para nada a las conclusiones del artículo, cambiarlas drásticamente o, lo que resulta el caso más frecuente, comprometerlas en un grado difícil de determinar. Retraction Watch no considera ninguno de estos casos una retirada, lo cual me parece un criterio correcto aunque no todo el mundo esté dispuesto a suscribirlo.
   La retirada de un artículo puede producirse a petición de uno o todos los autores del mismo. Puede ocurrir, por ejemplo, que se sientan disconformes con los principios que dirigieron la investigación, o bien se descubre que una máquina estaba dando resultados erróneos o que una muestra estaba contaminada, o, cosa mucho más frecuente, que se produjo un error humano. Dentro de los “errores humanos”, hay de todo, desde la alteración de dos números a la “impaciencia”. En un artículo con múltiples autores, por ejemplo, en el caso de España, el primero que aparece es el catedrático, que ni ha realizado los experimentos, ni ha escrito el artículo, ni, en la mayoría de los casos, se ha molestado en leerlo. Su trabajo consiste en formar el equipo investigador, conseguirle subvenciones y firmar lo que vayan presentando. En segundo  lugar aparecerán uno o dos profesores de universidad que son los que han ideado el experimento en cuestión y han escrito el artículo. Finalmente están los “curritos”, normalmente becarios, que son los que de verdad han estado al lado de la maquinita en cuestión, mañana, tarde y noche, siete días a la semana, hasta que han aparecido los resultados. En ocasiones, a uno de estos curritos le pica la “impaciencia”, impaciencia de ver a su novia, impaciencia por conseguir resultados, o impaciencia por obtener reconocimiento a su trabajo y decide “acelerar” el proceso. Si  todo esto lo envolvemos en las guerras de sexos y/o de poder que existen en cualquier relación humana, puede entenderse que la retirada de artículos se haya convertido en una tarea tan cotidiana como su publicación.
   Tampoco hay que dramatizar las cosas. Por mucho que sea doloroso y un científico lo sienta como si hubiese tenido que matar a un hijo, la decisión de pedir la retirada de un artículo es una demostración de su integridad profesional y del buen funcionamiento de la ciencia. Aún más, un artículo científico no es un diario de laboratorio, por lo que sólo un ignorante de lo que ocurre dentro de uno de ellos puede pretender que los artículos científicos reflejen fielmente lo sucedido. Si se espera que una medición esté entre 5,675 y 5,695, pero en el experimento aparece reiteradamente 5,668, nadie se va a rasgar las vestiduras porque a los resultados se les dé un “empujoncito”. Y a la inversa, si el resultado de tres mediciones es 0,600, 0,800 y 0,700, cualquier científico hará constar en su artículo 0,589, 0,801 y 0,697, pues unas cifras tan redondas difícilmente serían creíbles. Esto (y cosas peores) es algo que todo el mundo sabe y asume. Al fin y al cabo, la ciencia nos proporciona una aproximación a la realidad, el mapa no es el territorio y lo dicho hasta aquí no evita que las cosas funcionen. Obviamente, el material que nos proporciona Retraction Watch no tiene nada que ver con lo comentado hasta aquí.

domingo, 4 de septiembre de 2016

España es una península.

   Hace exactamente un mes, no pude evitar una sonrisa de satisfacción al leer el artículo de John Carlin, “España: isla de decencia y sensatez”. El argumento de Carlin, era extremadamente simple: la vieja costumbre española de criticar a nuestros políticos nos impide ver que hoy día casi en cualquier país ocurren cosas peores que aquí. Carlin comparaba las insulsas campañas electorales españolas con los disparates lanzados en la campaña del brexit, las interminables guerras de cifras entre nuestros políticos y la ausencia a cualquier dato en la campaña norteamericana, el juicio a la infanta Elena y la absoluta impunidad con la que los miembros de la familia real británica realizan negocios mucho más turbios y, lo que no es detalle menor, la inexistencia de partidos con representación parlamentaria que apelasen al racismo, la xenofobia o, simplemente, a la separación, muralla mediante, entre un “ellos” y un “nosotros”.  No soy un seguidor fiel de los artículos del Sr. Carlin en El País, me parecen demasiado sesgados por sus simpatías políticas y poco profundos en su nivel de análisis, con lo que sus conclusiones suelen tener mucho más de proclamas emocionales que de rigor predictivo. No obstante, aprecio las buenas intenciones que suele haber tras la mayoría de ellos y no pude dejar de reconocer que cierta razón había en lo que decía en éste. Lo tuitiée y rápidamente, uno de mis alumnos del año pasado, Alex, me recordó que ya teníamos muros como el que quiere Donald Trump en Ceuta y Melilla, hasta el punto de que el propio Trump llegó a confundir la valla de Melilla con la frontera de México. Alex, efectivamente, acertó con el matiz que falta en el artículo de Carlin y es que aquí no ocurre lo que ocurre en Estados Unidos o en Francia o en Austria o en Gran Bretaña... de la misma manera. España no es una isla, es una península, para más señas, situada entre Francia y Marruecos y no estoy hablando de geografía.
   Ciertamente, comparado con Donald Trump, Mariano Rajoy parece el adalid de la decencia y Pablo Iglesias un antipopulista. Pero es que el único político actual que puede salir perdiendo en una comparación con Donald Trump es el recién elegido presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, “El castigador”, que ha llegado al cargo presumiendo de la creación de escuadrones de la muerte contra los narcotraficantes bajo su mandato en Davao y que ya ha animado a sus ciudadanos a matar a todos los drogadictos que encuentren a su paso (sí, para esto murió Benigno Aquino). Los propios chicos del UKIP o Mme. Le Pen, parecen encantadores adalides de la libertad comparados con  Mr. Trump. Sin embargo, aquí Carlin tiene razón, nuestra situación no es la de Francia, donde pronto podrán “elegir” entre Manuel Valls, Marie Le Pen y Nicolas Sarkozy, que es como elegir entre un mini-Trump, una mini-Trump y un llavero de Donald Trump. Estas navidades nosotros podremos “elegir”, por tercera vez, entre políticos que no van a hacer nada y políticos a los que “las circunstancias” no les van a dejar hacer nada. Insisto en esta idea, tal y como está el patio, un político que no hace nada casi parece lo mejor que nos puede pasar.
   Es cierto que hemos llevado a miembros de la familia real al banquillo, lo cual no evita que Joseph Blatter haya pedido como abogados defensores a los fiscales encargados de “acusar” a tan ilustres reos. Y también es lógico que Donald Trump confundiera la valla de Melilla con la frontera con México, primero porque estoy convencido de que Donald Trump no sabe dónde está México, de hecho, sospecho que ni siquiera sabe qué es México y segundo, porque esa frontera salvaje que sale en las películas, que tanto nos espanta y que recorre el río Bravo, la tenemos aquí, a un tiro de piedra, en Ceuta y Melilla, mientras hacemos todo lo posible por no verla. Pero esa valla no es (todavía), un muro, ni lo ha pagado Marruecos sino Bruselas, ni está ahí para impedir la llegada de ciudadanos del país vecino, sino de subsaharianos, aunque bien que sirve para dejar sin corderos halal a la población musulmana de dichas ciudades con objeto de que los de siempre hagan su agosto en septiembre.
   Suele preguntarse por qué en España no ha fraguado ningún partido de ultraderecha como esos que avanzan por Europa. Hay muchas respuestas a esa pregunta. La primera es que no hay tradición. ¿Se imaginan un campo de exterminio español? El día en que hubiese gas, no habrían llegado los judíos; el día en que hubiesen llegado los judíos, no habría gas y el día en que hubiesen llegado los judíos y el gas, el tipo encargado de tirárselo se habría dado de baja y el becario no sabría cómo hacerlo. Pues lo mismo sería nuestra "rigurosa" política de expulsión de extranjeros, por eso nadie que pretenda ser tomado en serio la ha propuesto. Otra respuesta posible es que somos más abiertos, más tolerantes, en el fondo, mucho más democráticos de lo que jamás se sospechó de nosotros. Váyase Ud. a los barrios populares de cualquier gran ciudad, ésos donde el alto nivel educativo no es la tónica, ésos que nuestros años de pizza con champán llenaron de emigrantes, y escuche lo que allí se dice. En la carnicería, en la frutería, alrededor de un par de cervecitas, quien menos lo piense soltará comentarios que llenarían de orgullo a cualquier partido xenófobo europeo. El miedo al inmigrante, la xenofobia, la búsqueda de una estirpe que sirviera como chivo expiatorio de las propias miserias, no ha permitido ocupar escaños en Madrid porque mucho antes de que se dieran las condiciones sociopolíticas para que ocurriera, ya se lo utilizaba para copar escaños en Álava y hoy está sirviendo para construir ese país futuro llamado Catalunya. Escuchen el discurso de cualquier catalanista convencido, de ésos que se han criado oyendo en las escuelas que los invadieron en el siglo XVIII; oigan las propuestas para la futura democracia de los estómagos agradecidos que ya van haciendo hueco para lo que van a devorar y que quieren, no prohibir, por supuesto, que suena muy mal, pero sí “no autorizar” otra lengua que no sea el catalán; miren con detenimiento el rostro de todos los que se han sumado al carro en marcha y que no está claro si hay en ellos más de Rufián que de tonto o más de tonto que de Rufián y estarán contemplando la vidriosa mirada que adorna a los integrantes del Frente Nacional, la Alternativa para Alemania, el Amanecer Dorado, el Partido de los Finlandeses, el Partido Popular danés, o el Partido Liberal holandés. 
   No, España no es los EEUU, ni Francia, ni Alemania, ni Gran Bretaña, ni lo ha sido nunca, pero, si no lo remediamos, será sólo cuestión de tiempo que nos pongamos a su altura y no precisamente en lo bueno.

domingo, 28 de agosto de 2016

Historia de dos fracasos.

   Antonin Dvorak nació en Nelahozeves, una aldea al norte de Praga en 1841, como el primero de catorce hermanos. La fama le llegaría relativamente pronto, en 1873 con su “Himno patriótico” y, sobre todo, con sus “Danzas eslavas”. A partir de entonces no dejaría de recoger honores. El gobierno austriaco le proporcionó una beca de 400 florines de la época. En 1884 fue nombrado miembro de honor de la Sociedad Filarmónica de Londres. En 1889 recibió la Orden de la Cruz de Hierro otorgada por el emperador Francisco José I. En 1891, además de recibir el título de Doctor Honorario de Música por la Universidad de Cambridge y por la Universidad de Praga, se le concedió un sillón en la Academia de Ciencias y Bellas Artes de Checoslovaquia y de Berlín. Particularmente importante fue su etapa en New York, a donde se trasladó en 1892 para dirigir su recientemente creado Conservatorio. Fue, por tanto, un compositor de enorme éxito, que pudo vivir holgadamente de su trabajo y, además, obtuvo reconocimiento y alabanzas. Se suele decir de él que pertenece al movimiento nacionalista en música o al posromanticismo, que sus piezas recogen la tradición musical checa y aunque algunas composiciones están alejadas de la sensibilidad actual (como el Stabat Mater), sigue gozando del favor del gran público. Lo cierto es que, por muy nacionalista, apegado al terruño y conocedor del folklore, que fuese resulta muy difícil identificar en sus obras ninguna pieza concreta del mismo. Lo característico de Dvorak es que, mientras a otros compositores les cuesta Dios y ayuda crear una melodía medianamente reconocible, a Dvorak las melodías parecen brotarle como a los demás el pelo. En cada movimiento de sus sinfonías hay un par de ellas, todas convenientemente disciplinadas para no cansar al oyente, lo cual les proporciona una frescura que, aún en las composiciones de sus últimos años, parece proceder de un espíritu juvenil. El primer ejemplo magistral es la sinfonía nº 6 de 1880, frecuentemente olvidada en favor de la nº 7, mucho más turbulenta y romántica y la nº 8, que va a la velocidad de las locomotoras que tanto le gustaban incluso en el supuesto Adagio. Pero su obra más conocida es la Sinfonía nº 9, “Del nuevo mundo”, compuesta en los EEUU, cuando ya era un músico apreciado y reconocido. Mucho antes de que a nadie se le hubiese ocurrido juguetear con el jazz, un Dvorak recién llegado a New York, se declaró convencido de que la música norteamericana debería basarse en la música de los nativos y en los cantos de los afroamericanos, una idea curiosa, sin duda, acerca de cuáles deben ser los cimientos de una nación. Muchos siguen viendo en la Sinfonía nº 9, la luces de Bohemia, pero hay una fusión tan correcta con esas músicas citadas por Dvorak que Leonard Berstein no dudó en calificarla de una obra multirracial. En cualquier caso, como digo, esta sinfonía nº 9 goza de un inmensa popularidad incluso entre el público menos versado en música clásica.
   Pues bien, un aspecto que no se suele comentar muy a menudo es que el pobre Antonin Dvorak, murió en la plenitud de su éxito, sí, pero amargado porque, en realidad, siempre quiso ser un compositor de óperas. A pesar de la admiración que despertó en Brahms, a pesar del triunfo de sus sinfonías, él, el gran hito del mundo orquestal, quería ser un Leoncavallo, un Puccini, un Verdi. Decía Dvorak dos meses antes de su muerte: “deseo consagrar todas mis facultades a la creación lírica... la ópera es la forma de expresión que mejor se adapta a nuestra nación... lo que más me interesa es la creación dramática”. De sus once óperas, únicamente Rusalka se sigue representando con cierta asiduidad y, pese al aprecio que Dvorak y público checo tienen por ella, sólo el “Himno a la luna” está a la altura de sus grandes creaciones. 
   Veamos otro caso semejante. A lo mejor le suena un poco más. ¿Conoce Ud. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha? ¡Qué pregunta! ¡Pues claro que la conoce! ¿Quién no conoce esta obra? El nacimiento de la novela, el nacimiento de un nuevo género de relato, la obra más difundida, traducida y publicada después de la Biblia. Una obra genial, chispeante, brillante, que puede abrirse al azar para disfrutar de la agudeza de esa pluma inmortal que fue Don Miguel de Cervantes. ¿Cuántos libros se han escrito sobre ella? ¿cuántos lectores ha tenido? ¿de cuántos modos se ha cantado el inimitable talento de su autor? ¿hay algún autor, algún literato, algún novelista, que no diese sus dos manos por ser tan leído, tan reconocido, tan alabado como "el manco de Lepanto"? “El príncipe de los ingenios” se lo ha llamado. Es fácil calibrar la inmediatez de su éxito en términos de fortuna y fama por lo rápido que aparecieron continuaciones apócrifas, de hecho, Cervantes se pudo dedicar por primera vez en la vida (a los cincuenta y muchos años), a escribir sin el acuciante agobio de los acreedores.
   Una reciente producción televisiva ha traído a los ojos del gran público la verdad escondida debajo de tantos elogios hacia la figura de Cervantes y es que, nuestro inmortal autor, envidiaba profunda y virulentamente el éxito alcanzado por Lope. ¿Se acuerda de Lope de Vega? Hay que escarbar un poquito más, ¿verdad? Por supuesto, Lope de Vega fue un hito en el teatro español, pero, ¿resulta comparable con el talento, con la inmensidad de Cervantes? Pongámoslo en cifras: ¿cuántas traducciones ha tenido Lope? ¿cuántos lectores tiene en el mundo cada día? ¿cuántos estudios se han escrito sobre su teatro? ¿cuántos seguidores tuvo? ¿y versiones cinematográficas? ¿más o menos que Cervantes? Resumamos: ¿escribió Lope algo comparable con Don Quijote? ¿Hay algo comparable con Don Quijote? Pues bien, Cervantes nunca quiso ser un Dante o un Goethe, quiso ser un Shakespeare o, mejor aún, un Lope de Vega, alguien, quizás, con mucho menos talento para la literatura, pero mucho mayor para captar lo que el público realmente quería. ¿La novela? ¿a quién demonios le importaba la novela en el Siglo de Oro? El teatro fue el género que Cervantes trató una y otra vez de asaltar sin demasiado éxito, eclipsado por ese “monstruo de la naturaleza” con el que tan mal acabó llevándose, llamado Lope de Vega.
   Así que no, amigos míos, ni la fama, ni la fortuna, ni la gloria, ni la inmortalidad, sirven para contentar a los seres humanos, porque siempre nos las apañamos para querer otras cosas, para querer, precisamente, la única cosa que no tenemos.