domingo, 27 de noviembre de 2016

Dime con quién andas...

   Si Trump fuese diferente de Ronald Reagan o de George Bush (de cualquiera de ellos) por lo que dice, si fuese un problema de “valores”, quiero decir, de imagen, nos hallaríamos ante un futuro inmediato poco halagüeño. La cuestión está en que los valores que realmente se hallan en juego no son los que atisban a ver los Popovich de este mundo. Averiguar la gravedad de la situación que se avecina apenas exige recapitular los primeros movimientos del presidente in pectore. Como jefe de gabinete ha sido designado Riece Priebus, hasta ahora presidente del Comité Nacional Republicano, es decir, un hombre del partido. En apariencia, por tanto, se trata de una designación muy pertinente. El jefe de gabinete en EEUU es un cargo clave, pues se trata de una especie de fontanero que tiene que hacer lo posible para que las políticas del gobierno se pongan en práctica, además de ser quien permite o impide el acceso al presidente. Teniendo en contra a casi todo el aparato del partido republicano, que domina ambas cámaras, resulta muy sensato elegir como jefe de gabinete a una de las máximas autoridades dentro del partido. A la vez que Priebus, en lo que la prensa interpretó, erróneamente, como un movimiento de contrabalanceo, fue designado como estratega jefe y consejero principal Stephen Bannon. Ídolo del Ku Klux Klan, homófobo, antisemita, racista, xenófobo, el honorable Sr. Bannon, tenía todas las papeletas para ocupar un puesto de relevancia dentro de la nueva administración. 
   El cargo de Loretta Lynch, mujer negra que ocupó la fiscalía general, va a parar a Jeff Sessions, cuya carrera en la administración comenzó con una serie de nombramientos bajo el mandato de Ronald Reagan y que tiene a sus espaldas un largo historial de persecución de toda persona de color que bordease los límites de la ley y de tolerancia con los criminales blancos pertenecientes al KKK. Partidario de la tortura, del maltrato a los detenidos y de considerar a los inmigrantes delincuentes, y pese al generoso apoyo de numerosas empresas de sanidad y seguros, el propio partido republicano tuvo reparos para seguir otorgándole ascensos... hasta ahora.
   El nuevo asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, es un demócrata, criado, según propias palabras, en una familia extremadamente demócrata, contrario a la tortura, el maltrato de prisioneros, defensor del derecho a decidir de las mujeres en el tema del aborto, militar de carrera y jefe de la unidad de inteligencia del Pentágono durante la administración Obama. Ha sido la persona que le ha enseñado a Donald Trump dónde está México. Tras su retiro de la vida militar, fundó una empresa de “asesoría” con su hijo que, entre otros clientes, tuvo al gobierno del muy islamista presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. 
   Mike Pompeo es miembro del Tea Party y de la National Rifle Asociation, se opone al aborto, a la idea del calentamiento climático, al sistema de seguridad social impulsado por Obama y es partidario, eso sí, de darle carta blanca a la NSA para que espíe a quien le dé la gana cuando le dé la gana sin necesidad de pedir autorización a nadie. De hecho, Pompeo ha pedido la extradición de Snowden para que sea juzgado en los EEUU por alta traición. Nadie mejor que él, por tanto, para dirigir la CIA. Finalmente, esta semana se ha nombrado a las dos primeras mujeres del gabinete: Nikki Halley, estrella emergente del partido republicano como embajadora ante la ONU y Betsy DeVos, no menos republicana, como secretaria de Educación.
   Pero aún más significativos que los nombrados, son los no nombrados. Por el camino se ha quedado Ben Carson, figura bastante popular en los EEUU por ser un neurocirujano de color que ha realizado espectaculares operaciones como la separación de gemelos tras 70 horas de quirófano. Filántropo, protagonista de un par de películas, entró en la carrera por la nominación que acabó ganando Trump. Por supuesto, Carson está contra el sistema de asistencia sanitaria universal y gratuita, contra el aborto y contra la admisión de nuevos inmigrantes. Tras figurar en las quinielas durante varias semanas, él mismo dijo preferir “apoyar al nuevo gobierno desde fuera”.
   No menos popular, ni menos reaccionario es Chris Christie, la gran esperanza blanca del partido republicano a quien todos daban como rival de Hillary Clinton en estas elecciones. Gobernador del Estado de New Jersey, no le ha dolido prendas reconocer algunas actuaciones del gobierno de Obama. Contrario a los matrimonios homosexuales, apoya que se ayude a los padres que lleven a sus hijos a colegios confesionales, considera que cualquier protección del medio ambiente implica reducir las oportunidades de negocio, que a las empresas contaminantes hay que ponerles unas multas mínimas y, naturalmente, cree que hay que levantar un muro en las fronteras del país. Aunque su figura declinó con el descubrimiento de que dos de sus asesores se habían dedicado a crear atascos en el pueblo de un alcalde republicano a quien Christie se la tenía jurada, no es ése el motivo por el cual se ha quedado, una vez más, en la cuneta.
   Por último, Trump parece tener problemas para encontrar al futuro secretario del tesoro. Los requisitos son simples, debe ser algún género de “lobo de Wall Street” cuyo nombramiento deje patentemente clara la bacanal de desregulación que se avecina. Sin embargo, por más que ha removido JP Morgan con Golman Sachs (es decir, Roma con Santiago), el nombramiento no acaba de cristalizar. ¿Por qué? O, de un modo más general, ¿qué tienen Priebius, Sessions, Flyn, Bannon, que no tengan Carson o Christie? El caso de Halley y DeVos no tiene misterio. Como mujeres que son, Trump las ha nombrado para cargos que no le importan un bledo. El hecho mismo de que Halley lo criticase durante la campaña muestra que su nombramiento es un gesto de desprecio hacia una institución que, simplemente, será ignorada a partir de ahora, la ONU.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Valor y política.

   Sé que muy pocos estarán de acuerdo conmigo si digo que Gregg Popovich es uno de los entrenadores más sobrevalorados de la NBA. En mi opinión, los San Antonio Spurs han sido campeones cinco años a pesar de él, más que gracias a él. Arisco, cuando no arrogante con los periodistas, que, naturalmente, no entienden sus “genialidades”, aprovechó una rueda de prensa la pasada semana para lanzar una durísima proclama contra el recién elegido presidente de los EEUU e ídolo de los fabricantes de peluquines, Donald Trump. Lo que dijo no fue muy diferente de lo que dice la inmensa mayoría de americanos con dos dedos de frente y tampoco destacó de la postura nada tibia adoptada por la NBA en su conjunto, con su comisionado actual, Adam Silver y su ex-comisionado David Stern a la cabeza. Sin embargo, me llamó la atención el porqué de su invectiva, que coincide, probablemente, con los motivos que han llevado a la NBA y a otros muchos a adoptar la postura que han adoptado. “No estoy diciendo esto por una cuestión de política, se trata de una cuestión de valores”, afirmó. Cuando Ronald Reagan consiguió componer uno de los Tribunales Supremos más reaccionarios de la historia y regó de dinero a los islamistas radicales que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán, convirtiéndolos en líderes del Islam, se trataba de una cuestión de política. Cuando George Bush hijo decidió montarse una guerrita particular para enriquecer a los amigotes, se trató de política. Ahora, sin embargo, no se trate de política, se trata de valores. ¿Por qué? ¿qué ha cambiado? ¿Es Donald Trump más fascista, más reaccionario, más retrógrado que los últimos presidentes republicanos? No dice nada que otros con anterioridad no hayan hecho y parece un requisito de su administración haber sido promovido previamente por algún presidente anterior si se quiere optar a un cargo. Por tanto, ¿qué ha cambiado? ¿acaso que Trump no disimula lo que es? 
   Trump es repugnante no por lo que piensa sino porque lo dice y lo dice públicamente y se jacta de ello. Que, como ha indicado Popovich, la cuestión haya dejado de ser política y se haya convertido en una cuestión de valores quiere decir, por consiguiente, que los valores son algo que aparecen por la televisión. Lejos de residir en el respeto a los seres humanos con independencia de su origen, en tratar a las personas como personas y no como cosas, en anteponer determinados principios a cualquier interés privado o público, el valor consiste en la actitud, en la pose, en el modo en que uno se deja atrapar por las imágenes. Trump sería nauseabundo por la imagen que proyecta. En este sentido, Trump no dejaría de ser un síntoma de una época que apesta por ella misma o, mejor dicho, el tufo hediondo que suelta el personaje no procede de su peluquín, ni de sus testículos, ni de sus negocios, procede de todos nosotros, que hemos perdido la más liviana noción de lo que representa un valor. Resulta lógico que quienes se solazan en la idea de que el valor de las cosas es la etiqueta que lleva encima con su precio, que quienes están acostumbrados a considerar que cualquier cosa que se poseen se puede vender, incluyendo la dignidad, que quienes ven como normal que la libertad del mercado exija la esclavitud de los asalariados, no hayan podido resistirse a la pesturria de macho alfa que las feromonas de Trump generan a su alrededor. Le han votado, precisamente, por una cuestión de “valores”, porque, como los partidarios del brexit o de la independencia de Cataluña, querían atención mediática, salir en películas, noticiarios y programas de televisión en general, que se hablase de ellos, vamos. “Sí, yo voté a Trump/por el brexit/por la independencia de Cataluña y me siento orgulloso de ello”, proporciona atención de las cámaras, algo que los seres humanos de nuestra era desean con más fuerza que los griegos la felicidad. Naturalmente, la mayoría de quienes así alardean de su zafiedad, son hombres. Esperan, ilusionados, que se haga realidad la promesa de su líder, ésa que lo ha catapultado a la Casa Blanca, a saber, que con poco más que cinco minutos de fama, las mujeres les dejarán agarrarlas por el coño.
   Lo cierto es que también la idea de “yo vote por la primera mujer presidenta de los EEUU”, hubiese proporcionado atención de los medios y ésa es la razón por la que estas elecciones han acabado siendo tan apuradas desde el punto del vista del número real de votos (cosa que, dicho sea de paso, resulta absolutamente irrelevante en cualquier sistema democrático que se precie de serlo). Hillary Clinton consiguió, de hecho, más votos que Donald Trump, lo cual viene a demostrar, una vez más que, en realidad, los EEUU son y ha sido siempre un país de demócratas y bastante liberal, pero ésa es otra historia.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Crítica de la razón tableteada (y 3)

   He sido demasiado ingenuo. Decía que las nuevas tecnologías condicionan deliberadamente nuestro modo de escribir. Es mentira, su objetivo no es condicionar nuestro modo de escribir, su objetivo declarado es que no escribamos. Nadie espera que lo hagamos en una tablet. El dispositivo está hecho para que tomemos imágenes o, mejor aún, para que reproduzcamos imágenes, para que continuemos la infinita cadena de su (re)transmisión sin abrir la boca o, a lo sumo, balbuceando algo. Somos libres de elegir entre unas imágenes u otras, pero no para expresar lo que pensamos acerca de ellas. Inténtelo, intente escribir algo medianamente profundo, una reflexión serena, un tratado, con el endiablado teclado en pantalla de una tablet o, aún mejor, con uno de esos teclados que proporciona Apple como funda. Descubrirá que unos y otros han sido diseñados para seres irracionales, es decir, para niños o, al menos, para quienes tengan manitas del mismo tamaño que ellos. El esfuerzo para no pulsar varias teclas a la vez, hará que cese pronto su actividad, que se rinda al predictor, sin llegar a la mitad de páginas de una Crítica de la razón pura, aunque, eso sí, teniendo ya la misma chepa que Kant. 
   Pero si Ud. pretende anular por completo la capacidad crítica, cercenar la divergencia, enmudecer los posibles discursos alternativos, existe una herramienta aún mejor, que lo consigue sin que nadie llegue siquiera a sospechar de sus intenciones manipulativas, se llama PowerPoint y no por casualidad se ha convertido en algo tan popular que cualquier imberbe lo maneja con la habilidad de un experto. El truco resulta extremadamente simple. Para empezar, se condena a la pretendida audiencia a la triste condición de los prisioneros en la caverna de Platón. Se apagan las luces para que no quede más claridad que la que emite la pantalla en la que se proyectarán las sombras, las paupérrimas copias de la realidad que los prisioneros no tendrán más remedio que aceptar como el mundo verdadero pues en la oscuridad a la que se hallan sometidos difícilmente podrán consultar ningún dato o informe que contradiga lo que ven. 
   Por supuesto, nada de argumentaciones, nada de soportar las propias ideas con datos, nada de aportar contrastaciones. “En presentaciones, cuanto menos texto y más imágenes, mejor”, aconseja Gonzalo Alvarez Marañón, “asesor y entrenador de comunicación de altos directivos y lideres empresariales”, que dirige un blog llamado “El arte de presentar” y que, con los mismos méritos, podría llamarse “El arte de no pensar”. Exponer críticamente las ideas de cierto autor “recarga las mentes de forma innecesaria”, mejor se presenta una fotografía del autor en cuestión y se comenta poco o nada de lo más tópico de sus ideas. “El arte de presentar” consiste en simplificar, pero no en simplificar para que la información compleja se haga asimilable, simplificar para que no exista información alguna que asimilar pues “la gente no quiere que le informen, quieren que le entretengan”, asevera nuestro ínclito experto. Se trata de eso, de divertir, de entretener, de pasar el rato haciendo creer que se ha aprendido algo. PowerPoint es exactamente lo contrario de un instrumento revolucionario, “debería usarse sólo para transmitir información, no para inspirar o motivar a la gente”.  Difícilmente se puede conseguir desmotivar más a las personas que leyéndoles lo que ellos ya pueden leer por sí mismos. Así se consigue un doble objetivo. Por una parte, la sobrelectura conseguirá una especie de hipnosis en la que lo leído suena a algo que “ya se había escuchado antes” (de hecho, se está escuchando en ese momento) y que, por tanto, tiene que ser verdad. Por otra parte, a fuerza de repetirlo, puede lograrse que los individuos no deseen leer a solas, acto extremadamente peligroso del que han nacido todas las subversiones. Todavía mejor, si Ud. tiene que dar cuatro conferencias en un mes, no necesita redactar cuatro textos diferentes, basta con que encuentre cuatro modos distintos de ordenar una presentación, cuatro fondos de pantalla distintos, cuatro ritmos distintos y cualquiera que haya asistido a sus cuatro ponencias jurará que Ud. trató también cuatro temas distintos. De este modo, todos los discursos se reducen al discurso único de la imagen que, como todos sabemos, consiste en el mutismo. Porque, en efecto, ¿cuántas cosas se pueden decir acerca del Guernica? Pero, ¿cuántas imágenes distintas se pueden presentar de él? Para PowerPoint, la Crítica de la razón pura es la portada de un libro, El Quijote un viejo con barbas sobre un caballo escuálido y la teoría de la relatividad un tipo canoso y mal peinado sacando la lengua. Al final gracias a las nuevas tecnologías, gracias a su sólida implantación en toda forma de transmisión del saber, nuestro espíritu ha acabado alimentándose del mismo pan con que se alimenta nuestro estómago, un pan en el que la cascarria va por una parte y la miga por otro, aunque, como ya no estamos acostumbrados a ella, la tiramos a la basura.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Crítica de la razón tableteada (2)

   Si el pan industrial nos priva del goce de los sentidos, las nuevas tecnologías nos cercenan el disfrute de las emociones. Aquellas cartas emborronadas por las lágrimas, aquellas misivas perfumadas de amor, aquellas grandiosas declamas en letras temblorosas de pasión, han dejado paso a un texto uniformado, homogeneizado, sometido a los cánones de unos tipos de letra preestablecidos. Primero perdimos el rostro de nuestro interlocutor, Whatsapp nos ha privado hasta del tono de su voz. Quien quiera expresar una emoción, quien quiera hacernos llegar algún gesto cálido, humano, tendrá que buscarlos en el catálogo de estereotipos que le permita su terminal. Todos los guiños se han convertido en el mismo guiño, todos los pulgares levantados se han convertido en el mismo pulgar, todas las sonrisas en la misma sonrisa de máquina, se nos insinúa, sin mucho disimulo, que todos los cuerpos son el mismo cuerpo, el cuerpo digitalizable, pixelable, transmisible en forma de paquetes de datos, en el que no hay lugar para la individualidad, para la singularidad y, en consecuencia, tampoco para la innovación, para la libertad. El gesto, la gestualidad  característica que nos diferencia a todos, ha dejado paso al emoticón, al estándar, al prototipo con el que nos podemos identificar pero que no nos identifica. Si las nuevas tecnologías nos hubiesen privado únicamente del rostro, ya habríamos perdido nuestra humanidad, pero no han terminado ahí nuestras pérdidas.
   Crúcese de brazos y trate de mostrar un comportamiento amigable hacia algo o alguien. Ahora trate de hacer lo contrario, abra los brazos, extienda las manos con las palmas hacia arriba y adopte un comportamiento crítico con algo o alguien. ¿Puede hacerlo? Le costará, como poco, varios ensayos. Acabo de leer After Phrenology de Michael L. Anderson y explica cómo en multitud de áreas neuronales en donde se ha “localizado” determinado comportamiento, como, por ejemplo, el verbal (el archiconocido “área de Broca”), se llevan a cabo también, muchas veces simultáneamente, otras tareas que no parecen tener que ver con las lingüísticas. Un caso típico es la activación del mapa neuronal que corresponde a los dedos de nuestras manos cuando se está contando. El “área de Broca”, tantas veces citada como ejemplo de perfecta localización cerebral de un comportamiento lingüístico, en realidad se encarga de regular diversas actividades motoras. Eso explica que el lenguaje verbal vaya acompañado de lo que se llama el lenguaje corporal, no porque todo juego del lenguaje sea una forma de vida, sino porque el recorrido por ciertas posiciones mentales se manifiesta físicamente de diferentes formas. 
   ¿Puede Ud. leer lo que aparece en la superficie de una tablet con los brazos cruzados? ¿durante cuánto tiempo? ¿utiliza Ud. varias tablets dispuestas a su alrededor para contrastar lo que figura en cada una de ellas con las demás como puede hacerse con los libros? Pues entonces, el simple hecho de leer en una tablet disminuye su capacidad crítica, haciéndole más proclive a creer cuanto en ella figura con independencia de que sea algo verdadero o no. Y esa actitud crítica, sutilmente reducida por las nuevas tecnologías, se aplica igualmente a sus propias producciones. Cuando escribíamos a mano, cuando hacíamos bocetos de nuestras obras con carboncillo, cuando teníamos que construir una maqueta para hacernos una idea de cómo iba a ser un edificio, el momento final en el que considerábamos terminado nuestro acto creativo se dilataba en el tiempo. Todavía necesitaba un penoso pasado a limpio, una corrección que podía prolongarse durante días porque en la transcripción mecanográfica de nuestros pensamientos descubríamos un error clave, un paso oscuro, una sentencia mal explicada, que necesitaba reflexión. La pestaña “enviar” acabó con todo eso. Apenas tipeado, el texto se puede mandar, como si todo acto creativo hubiese terminado en el instante mismo de su producción, como si todos nosotros fuésemos un Mozart de cuyas cabezas nacen perfectas Minervas dispuestas a iluminar el mundo. Todavía mejor, los modernos sistemas predictivos hacen incluso superflua la necesidad de concluir el proceso de escribir un texto, apenas marcadas las primeras letras ya nos atosigan con sus sugerencias para que no dilatemos más el acto de enviar y dar por concluido el proceso. Descartes fundó la filosofía moderna gracias a su retiro en Amsterdam, donde pudo reflexionar tranquilamente, alejado del bullicio y las distracciones. Kant se negó a publicar durante diez años para trabajar en torno a los problemas que siempre le habían preocupado y que acabaron cristalizando en sus escritos del período crítico. ¿Quién de nosotros puede hacer eso mientras le acecha, impaciente, la mirada del botón “enviar”? ¿Las prisas incrementan la creatividad o, por el contrario, cuando uno es presionado por la inmediatez del corto plazo tiende a engendrar cosas que no destaquen mucho para no meter demasiado la pata, dado que han sido hechas con prisas? ¿Cómo pueden, pues, incrementar nuestra creatividad las nuevas tecnologías mientras la tentación del envío inmediato acecha cualquier perspectiva innovadora? ¿Reflexionar? ¿quién se para a reflexionar cuando todo está ya dispuesto para el envío desde el mismo momento en que se inicia la redacción? “Thinking on speed” se ha convertido en la atroz exigencia que las nuevas tecnologías nos imponen. Hay que recibir inmediata información de lo que está ocurriendo, información estandarizada, clasificada, predigerida, lo más lejos posible del dato bruto, que exija una racionalización. Ésta ya ha sido hecha por la propia tecnología para que todos los que son como nosotros reciban lo mismo, puedan ver lo mismo, respondan, a toda velocidad, lo mismo y, a posteriori para que todos acabemos pensando lo mismo.