domingo, 30 de abril de 2017

Por qué soy omnívoro.

   En Selling Sickness: How the World's Biggest Pharmaceutical Companies Are Turning Us All Into Patients, Alan Cassels y Ray Moynihan contaban la anécdota de cierto directivo de una empresa farmacéutica que se decía cansado de fabricar medicamentos para enfermos y deseoso de fabricar pastillas para gente sana. ¿Cómo se puede fabricar pastillas para personas sanas? Esta pregunta tiene dos respuestas posibles, la primea es convencerlas de que no están sanas. Un ejemplo es la osteoporosis. La OMS (Organización del Miedo Sistemático) o WHO, en sus siglas en inglés (World Hysterical Organization), decidió adoptar como densidad promedio del hueso de una mujer el de las mujeres de treinta años. A partir de entonces, una mujer de 31 años, por definición, es una mujer enferma que tiene que tomar algo para paliar su enfermedad. Otra posible respuesta es convencer a la gente de que puede estar todavía más sana. Así nacieron las campañas en favor del vegetarianismo que culminaron cuando en octubre de 2015, la OMS (¡qué casualidad, la OMS sale dos veces en esta historia!) declaró cancerígena a la carne, la procesada, la roja y la que está buena en general. El éxito de esta segunda vía de acción sobre la mente de los seres humanos resulta indudable. La población de vegetarianos en el mundo alcanza ya los 600 millones de personas, airean los medios, y van en aumento. Casi les falta el corolario lógico: 600 millones no pueden estar equivocados, coma Ud...
   Con cifras contundentes, la propagación de miedos “científicamente” fundamentados y tiernos argumentos acerca de la vida de los animales, se hace el truco de los trileros para que evitemos preguntarnos lo obvio: ¿cómo puede ser que el camino hacia una vida más sana esté empedrado de píldoras? Si yo quiero estar sano, es decir, no enfermar para no tener que curarme tomando pastillas, debo tomar... ¿pastillas? ¿Cómo puede ser sano un régimen alimenticio que pone a las personas al borde de la hipovitaminosis? ¿Qué disparatado concepto de “salud” han inoculado en nuestras cabezas? 
   Es posible que si Ud. no practica el vegetarianismo ni el veganismo, ni se halla en contacto cotidiano con alguien que lo haga, no sepa a lo que me estoy refiriendo. Un vegetariano estricto, es decir, alguien que no come carne en ninguna ocasión o un vegano, es decir, alguien que no ingiere ningún tipo de producto animal (incluyendo leche y huevos), queda desprovisto de las fuentes más habituales de vitaminas A, D, el complejo vitamínico B, zinc, yodo, hierro, calcio, ácidos grasos en general y omega-3 en particular, sin mencionar el tema de las proteínas. Rápidamente cualquier vegetariano/vegano, le dirá que  adoptando una dieta adecuada se pueden obtener todos esos nutrientes sin necesidad de ingerir carne. El problema está en que los expertos carecen de los conocimientos necesarios para especificar en qué consiste esa "dieta adecuada", conocimiento, sin embargo, que los vegetarianos parecen poseer de forma intuitiva. 
   Las vitaminas se presentan en cantidades exiguas, aunque imprescindibles, en nuestro organismo y aún más exiguas en los alimentos. Determinar cuánto de ellas hay en un alimento que no se caracteriza por ser “rico” en dicha vitamina puede ser muy complicado y aún más establecer qué cantidad de ese alimento hay que tomar para alcanzar la ingesta mínima requerida. Todavía peor, la mayor parte de las vitaminas no son absorbidas directamente, sino que se toman en forma de provitaminas que después transformamos en la vitamina en cuestión. No todos los ciclos que llevan de la provitamina a la vitamina se conocen con exactitud y muchas sustancias teóricamente susceptibles de ser transformadas por nosotros en vitaminas, en la práctica no lo son, caso de la pseudovitamina B12 de algunas algas. El recurso a los suplementos dietéticos resulta, pues, inevitable. Pero aquí, una vez más, nos hallamos en manos de esa industria que nos alimenta con medias verdades y resulta frecuente que en los análisis de sangre de los vegetarianos aparezcan déficits de algún elemento indispensable para la vida. 
   Ludwig Feuerbach afirmó en el siglo XIX que somos lo que comemos. Un vegetariano tiene ahora dos opciones. La primera es no aceptar la afirmación de Feuerbach, lo cual implica que lo que comemos no es nada esencial para nosotros, esto es, que el vegetarianismo constituye una cuestión de moda o una pose. La otra posibilidad es que acepte lo que decía Feuerbach, en tal caso debe concluir que si somos seres inteligentes es por lo que hemos estado comiendo hasta ahora. En efecto, lean para qué sirven la vitamina A, la D, el complejo vitamínico B, los ácidos grasos de cadena larga, el zinc, etc. Una y otra vez encontrarán mencionado al sistema nervioso central o, lo que viene a ser lo mismo, el sistema inmunitario. Nuestros primos los chimpancés, con los que compartimos más del 98% de los genes, necesitan ingerir carne al menos una vez al mes. En partidas de caza perfectamente coordinadas, los machos rodean en las copas de los árboles algún primate de menor tamaño, lo matan, lo descuartizan y se lo comen. El reparto de la carne sigue rigurosamente la pirámide social, mostrando, de este modo, la importancia de semejante aporte dietético. Los más de 200 millones de neuronas que rodean nuestro aparato digestivo se han desarrollado, entre otras cosas, para extraer hasta el último nutriente necesario de una dieta extremadamente diversificada y con carne abundante y el crecimiento de nuestro cerebro ha corrido paralelo a, por no decir se ha producido como consecuencia de, esta dieta.
   Asunto diferente, por supuesto, es que una industria cada vez más salida de madre, nos sirva carnes con generosas proporciones de antibióticos, anabolizantes, conservantes y residuos de piensos que propician el crecimiento rápido del ganado y del cáncer. Pero de tales males no se hallan libres frutas y verduras, cuyo consumo es tan sano y natural que no debe hacerse sin un intenso lavado que, en realidad, nadie lleva a cabo en su casa, suponiendo, cosa harto dudosa, que todos los pesticidas y abonos se queden en la piel como nos han venido contando. Nada de eso altera el hecho de que durante un millón de años hemos sido cazadores recolectores y que una decisión cultural adoptada en el curso de una vida difícilmente puede cambiarlo para bien. Aún más, lo que están intentando los vegetarianos ya lo intentó la naturaleza antes. En el curso de la evolución que llevó hasta nosotros, existió un género de homínido llamado Paranthropus robustus. Provisto de un aparato masticador mucho más poderoso que el de sus primos los Australopithecus, se cree que su dieta era predominantemente, si no exclusivamente, vegetariana, mientras que muchos Australopithecus eran casi exclusivamente carnívoros. Los Australopithecus acabaron por dar lugar a nosotros, los Paranthropus se extinguieron.

domingo, 23 de abril de 2017

Democracia y votación.

   Una de las máximas que llevan grabados todos los políticos españoles en la frente es que la democracia consiste en votar. El voto es la esencia de la democracia, el requisito necesario y suficiente para que algo pueda ser considerado democrático. La democracia se reduce al acto por el cual una mayoría se impone a una minoría o, mejor aún, democracia es algo que se hace una vez cada cuatro años. No importa cuál sea la cuestión, no importa cuáles sean las circunstancias, no importa qué sea lo que se pregunte, si la mitad más uno de los votantes muestra su acuerdo con algo, la democracia ha hablado y ha quedado sentenciada la línea que distingue el bien del mal, la verdad de la mentira, la justicia de la injusticia. Por eso, en democracia, todo se dirime en las elecciones. El nepotismo, la corrupción, la estupidez, la incapacidad, la desvergüenza, no existen a menos que las urnas nieguen la victoria a quienes las practican con fruición.
   Si tuviéramos que tomarnos en serio la propuesta de nuestros políticos, resultaría que España es una democracia desde 1947, fecha en la que Franco convocó la primera de las tres elecciones a Cortes que viviría el régimen. Ciertamente eran unas elecciones bastante peculiares, sólo podían votar los varones y el ser cabeza de familia o miembro del partido único, confería votos adicionales. También fue siempre una "democracia" la ya extinta URSS. Se me argumentará, probablemente, que en tales casos no se puede hablar verdaderamente de votaciones, pues se trataba de elegir entre miembros del todopoderoso partido único y algún que otro “independiente” más o menos descolgado del régimen dominante. Bien, cambiemos entonces de aires.
   Desde la revolución islámica, las autoridades iraníes presumen de ser la mayor democracia del mundo musulmán. Periódicamente se celebran elecciones a nivel local, regional y nacional, a las que se presentan candidatos de diferentes formaciones y tendencias, resultando elegidos los más votados. No obstante, para preservar la Revolución, los padres fundadores del nuevo Estado pusieron una salvaguarda, el "Consejo de Guardianes de la Revolución". Tiene doce miembros, seis de ellos son nombrados directamente por el Líder Supremo y otros seis por el parlamento. Una de sus funciones es analizar la idoneidad de los candidatos presentados a las elecciones. Ciertamente no es el único filtro que deben haber pasado éstos. Antes de que su candidatura llegue al Consejo es necesario el visto bueno del Ministerio de Inteligencia, del Poder Judicial y de la policía. En última instancia, el Consejo decidirá sobre el grado de fidelidad a la Revolución, es decir, la adecuación o no del candidato para figurar en las listas. En esencia, en la cuestión clave, es decir, en no alterar la estructura de poder y en mantener en el mando a los mismos de siempre, todos los candidatos están de acuerdo. Eso sí, la gente vota. Por tanto, estamos ante una democracia... ¿o no? “Sigue Ud. con las mismas, se me argumentará, para que una votación lo sea realmente, para que haya democracia, hace falta pluralismo político y en Irán, realmente, no lo hay”. Bueno, cambiemos entonces de continente.
   En Sudáfrica siempre existió el pluralismo político. Las primeras elecciones de la entonces llamada Unión Sudafricana tuvieron lugar en 1910 y a ella ya concurrieron diferentes formaciones políticas, si bien los partidos que después conformarían la vida parlamentaria del país aparecieron un poco más tarde. El Partido Comunista de Sudáfrica se fundó en 1921, el Partido Nacional en 1914, el Partido Sudafricano en 1911, a esa época pertenece también el Partido Laborista Sudafricano. Las votaciones decidían el gobierno de la colonia y en 1960, por votación, se declaró la independencia de Gran Bretaña. Difícilmente un político español pondrá pega alguna a la muy democrática República Sudafricana. Ahora bien, ¿ha sido realmente Sudáfrica una democracia durante toda su historia? Desde el tratado de Vereeniging que puso fin a la Segunda Guerra Boér en 1902, los negros carecían de derecho a voto. Cuatro millones de ciudadanos decidían sobre el destino de 24 millones de personas tratadas como poco más que animales en su propio país. ¿Acaso es esto una democracia?
   Vayamos ahora al principio de todo, vayamos a Atenas, la cuna de la democracia, la inventora de la democracia. ¿Había pluralidad de partidos políticos en Atenas? ¿Había elecciones en Atenas? La Asamblea era un órgano de participación directa, es decir, estaba conformada por los propios ciudadanos y no sus representantes. Apenas un centenar, del millar largo de cargos atenienses, eran efectivamente elegidos, el resto se sorteaba. Probablemente no había un protocolo fijo para la toma de decisiones de la Asamblea y el hecho de que pudiera estar compuesta hasta por 6000 personas hace muy poco probable que todos los asuntos fuesen sometidos a votación. El asentimiento, la aclamación y el recuento a ojo de las manos levantadas constituía el proceder habitual. La votación con bolas de color para el sí o el no sólo se efectuaba cuando resultaba difícil establecer de qué lado estaba la mayoría. El voto en Atenas era más bien la excepción que la regla.
   Podemos ir más allá. Imaginemos un país en el que todos sus ciudadanos sean exactamente iguales ante la ley. Ni el dinero, ni el cargo, ni la familia, ni la religión, ni el sexo, ni el color de la piel, ejercerán el menor influjo sobre sus derechos, deberes o posible movilidad social. Todos tendrán las mismas oportunidades, entre otras cosas, de alcanzar cargos públicos, todos se sabrán igualmente alcanzables por el brazo de la justicia. ¿No se deduce de aquí el derecho al voto? O, mejor aún, como en el caso de Atenas, ¿no resultará excepcional la utilización del voto en este país? Y al contrario ¿acaso del derecho al voto se deduce el igual sometimiento a la ley de todos los ciudadanos? Pues ahora ya sabemos lo que quieren decir nuestros políticos cuando afirman que la democracia consiste en votar. Quieren decir que, como ocurría en Sudáfrica, como ocurre en Irán, una minoría, los que siempre han mandado, los que acumulan la riqueza, los que controlan el pluralismo político por la vía de prestar más o menos dinero a quienes han de presentarse a las elecciones, conservarán siempre la sartén por el mango con independencia de cuantas votaciones se hagan. Quieren decir que los derechos están en función del cargo, de la familia o de la cuenta bancaria. Quieren decir que todos los pobres son iguales ante la ley. Quieren decir, en definitiva, que no ven el momento de acabar con el estado de derecho.

viernes, 14 de abril de 2017

La presciencia de Trump (2 de 2)

   Poco antes de las tres de la tarde del 3 de abril de 2017, una bomba explota en un vagón de metro en pleno centro de San Petesburgo. Las primeras informaciones señalan que las cámaras han registrado cómo un individuo arrojaba una mochila en el interior de un vagón justo antes de que se cerraran las puertas del mismo. La versión policial habla de dos sujetos, uno que se habría inmolado y otro de barba oscura que habría colocado un artefacto en otra estación de metro, cercana a la estación de trenes de la ciudad. No hay explicaciones acerca de cómo se halló esta segunda bomba, cuál era su material explosivo, si coincidía con la anterior ni por qué no explotó. El sujeto de barba oscura identificado por la policía se entrega para poner de manifiesto que no tiene nada que ver con los atentados. 
   El ISIS, que reivindica como acciones propias hasta los accidentes de tráfico, no ha hecho público mensaje alguno sobre este atentado. Hasta el momento presente ninguna organización terrorista lo ha reivindicado. Resulta muy conveniente como lo demuestra la precavida reacción de Putin. Durante meses la prensa afín (aunque sería mejor decir, la prensa rusa, a secas) ha estado vendiendo la especie de que el apoyo al carcinero sirio ha tenido por objetivo librar a Rusia de los ataques del ISIS. Este atentado sería un duro golpe si tal organización lo reivindicara como propio o si hubiese sido llevado a cabo por alguien relacionado con Siria. Por eso resulta providencial que en medio de los cuerpos destrozados del metro, la policía rusa identifique con espectacular velocidad los restos de Akbarzhón Dzhalílov, de origen uzbeco aunque nacido en Kirguizistán y que recibió pasaporte ruso con 16 años. Residía en San Petesburgo desde 2011. La policía informa que se habría convertido al islamismo radical en un curso exprés de cuatro semanas recibido durante un viaje a su tierra natal. Posteriormente será detenido un grupo de personas en San Petesburgo y Moscú también procedentes de Asia Central. Durante los arrestos se encontrará otra bomba casera de material sin identificar. 
   7 de abril de 2017, viernes (como había predicho Donald Trump), Estocolmo, capital de Suecia (como había predicho Donald Trump), un extranjero (como había predicho Donald Trump), irrumpe en una céntrica calle peatonal a bordo de una furgoneta, mata a cuatro personas y deja once heridos. A bordo del vehículo se encuentra una bomba casera que no llega a explotar y de material no identificado. Casualmente también se trata de un uzbeco.
   Supongamos que no hubiese habido atentado en San Petesburgo. Las autoridades suecas tendrían motivos para mirar hacia Moscú, sospechando que sus servicios secretos habían jugado sucio, al no avisarles de los tejemanejes de un ciudadano de su órbita llegado a la capital sueca y con turbios contactos. Pongamos sobre la mesa el atentado de San Petesburgo, ¿acaso no debería aumentar la colaboración entre Suecia y Rusia contra un enemigo común que ha atacado a ambas? ¿acaso el gobierno sueco no debería restablecer relaciones de confianza con Putin, obviando sus jueguecitos estratégicos en el Báltico? ¿acaso la OTAN puede proteger a Suecia de situaciones como esta? Porque está claro que, de existir colaboración con ellos, los servicios secretos rusos sí que pueden.
   ¿Cuánto esfuerzo puede costarle a un servicio secreto, con toda la información que tiene acumulada sobre cada uno de nosotros, convencer a alguien de que está cometiendo un atentado en nombre de una organización con la que, realmente, no ha tenido ningún contacto? Cuando el terrorismo consistía en “organizaciones”, más o menos estructuradas, se produjeron numerosos casos de células reclutadas por un movimiento terrorista que, en realidad, estaban obedeciendo órdenes de alguien que no tenía nada que ver con él. En estos tiempos de terrorismo por inspiración, de pishing, de "lobos solitarios", la impostura resulta trivial. 
   ¿Y Trump? ¿qué bola de cristal utilizó? ¿o acaso no fue una bola de cristal? ¿un informe, una comunicación verbal? ¿pero de quién? Porque se equivocó en la fecha (no en el día). ¿O tal vez no se equivocó y, simplemente, se precipitó, obligando a retrasar los planes, a reelaborarlos, a pegarles por delante un atentado que no estaba previsto de antemano para que la cosa no quedase demasiado evidente? ¿O quizás fue a la inversa? ¿Quizás se trataba de confirmar a posteriori las afirmaciones de Trump? Ciertamente la Casa Blanca lo agradecería aunque fuese a costa de una luna de miel entre Estocolmo y Moscú.
   Cabe otra explicación, que estamos hablando de casualidades. Ciertamente, se trata de una versión sólida pues toda la historia del terrorismo está llena de casualidades. Sólo hay una cosa que no es casualidad: que, una vez más, han sido ciudadanos inocentes, como Ud. o como yo, quienes han pagado con su vida.

domingo, 9 de abril de 2017

La presciencia de Trump (1 de 2)

   18 de febrero de 2017, a las 17:00 el presidente Donald Trump da un discurso en el aeropuerto internacional de Orlando-Melbourne, Florida, durante el cual dice: 
"We've got to keep our country safe. You look at what's happening in Germany, you look at what's happening last night [es decir, el viernes] in Sweden. Sweden, who would believe this. Sweden. They took [inmigrantes] in large numbers. They're having problems like they never thought possible. You look at what's happening in Brussels. You look at what's happening all over the world. Take a look at Nice. Take a look at Paris".
   Las redes sociales no tardan mucho en hervir comentando estas palabras. La prensa sueca no da noticia alguna acerca de ningún incidente de importancia. El propio gobierno sueco acaba pidiendo explicaciones al Departamento de Estado norteamericano.  El ex primer ministro sueco, Carl Bildt, escribe en su cuenta de twitter: 
"¿Suecia? ¿Un ataque terrorista? ¿Qué se ha fumado?" 
Al día siguiente, 19 de febrero, al menos desde las nueve de la mañana, la prensa ya parece haberle encontrado un sentido a las palabras del presidente. El viernes por la noche, la cadena Fox, emitió una entrevista con Ami Horowitz acerca de su próximo documental. En él se atribuye el aumento de la criminalidad en Suecia a la política de puertas abiertas con la inmigración. Todo el mundo sabe que Trump ve la Fox, así que ahí podría estar la explicación de sus palabras. Ese mismo día, tras más de doce horas de especulaciones periodísticas, es decir, a las once de la noche, el presidente tuitea un mensaje en el que confirma esta versión. Se trata del primer tuit de Donald Trump del que se tiene noticias en el que explica, matiza o parece pedir excusas por algo que ha dicho. Hemos de recordar sus enfrentamientos con numerosos líderes mundiales, por ejemplo, el primer ministro australiano y sus numerosas salidas de tono, sin más explicaciones. Lo de Suecia parece requerir algo diferente.
   A principios de marzo, el gobierno sueco hace públicas una serie de medidas destinadas a reforzar el ejército del país. Supone la reinstauración del servicio militar obligatorio (si bien sólo acabarán cumpliéndolo un 5% de la población en edad de hacerlo). El propio gobierno sueco lo indica en el comunicado oficial: 
“Hay una situación de seguridad nueva. El restablecimiento del servicio militar obligatorio es una señal al mundo de que estamos aumentando nuestra defensa militar”. 
Nadie tiene la menor duda de que “el mundo”, significa “Rusia”. Al menos desde 2014, los servicios de inteligencia suecos han estado informando a su gobierno de un creciente interés ruso por el Báltico. Entre numerosos incidentes menores, en marzo de 2015, el ejército ruso realizó unas maniobras en las que simulaba tomar la isla de Gotland, situada frente al enclave de Kaliningrado y de soberanía sueca. A finales de ese año, el gobierno sueco decide incrementar un 11% el gasto militar. Para septiembre de este año 2017 están previstas unas maniobras conjuntas de la OTAN con el ejército sueco en territorios de este país, que incluyen ejercicios de defensa de sus fronteras, en particular, de la citada isla de Gotland.
   El 3 de abril de 2017, Vladimir Putin se encuentra en San Petesburgo. Le esperan dos eventos importantes. El primero es la visita de Alexánder Lukashenko, tiránico gobernante del otrora país hermano, Bielorrusia. Tras décadas de servilismo, Lukashenko ha comenzado a recelar de la voracidad de su vecino y a hacerle ojitos a Europa. Primero quiso comprobar la bondad de los rusos pidiéndoles una rebaja en la factura del gas y, al no recibirla, ha entrado en negociaciones con la Unión Europea que, de momento, ya han fructificado en la eliminación de visados para los ciudadanos de aquélla que quieran visitar Bielorrusia. Los rusos están interesados en reconducir a Lukashenko al redil sin necesidad de sacar músculo. En San Petesburgo, Putin también va a tener un encuentro con periodistas de provincias y participará en el foro de un movimiento fundado por él mismo. La propia visita a la ciudad es significativa. Es su ciudad, en la que ejerció como agente del KGB e hizo sus primeros pinitos en política. Por otra parte, la oposición ha decidido desafiarle en las calles recientemente y Rusia, particularmente Moscú, ha sufrido varios atentados en los últimos tiempos, en especial, en su metro. ¿Alguien se imagina San Petesburgo esos días sin policías en las calles, sin agentes de paisano infiltrados en la multitud, sin un peinado continuo de los servicios secretos? ¿Tampoco habrá agentes bielorrusos protegiendo a su presidente e impidiendo cualquier manifestación de esos opositores a los que se machaca en su país? ¿Y las comunicaciones electrónicas? 
   Casualmente desde que Snowden llegó a Moscú los servicios secretos rusos parecen haber dado un salto cualitativo en su capacidad para intervenir en el espectro radioeléctrico. Es algo extraño. Nos contaron que Snowden era empleado de una subcontrata. Aunque tuviera acceso a material clasificado, difícilmente podría reconstruir la tecnología que utilizaba. Otra cosa sería si estuviésemos hablando de alguien mucho más cercano al núcleo duro de la NSA, un ingeniero de alto nivel, alguien a quien los EEUU estuviesen interesados en juzgar por alta traición. En cualquier caso, ¿unos servicios secretos capaces de intervenir en el proceso electoral de otro país no habrían cribado exhaustivamente las comunicaciones de una ciudad a visitar por su presidente en las semanas, si no meses, anteriores a la visita? ¿Y no fueron capaces de encontrar nada?

domingo, 2 de abril de 2017

El experimento frustracion (y 3. Pegarle a no importa quien)

   Otro experimento que aparecía con frecuencia en los libros sobre conductismo constituía, en realidad, una certera carga de profundidad contra él. En su primera fase se entrena a un sujeto, una paloma, por ejemplo, para realizar una conducta, digamos, darle a un botón. Se le recompensará con alimento cada vez que lo haga, pongamos por caso, cinco veces. La paloma se acostumbra a golpear cinco veces el botón para que le salga su comida. A continuación se la coloca en una caja de Skinner ligeramente diferente de la anterior. En ella, además del dispositivo con el botón y el comedero, habrá un congénere inmovilizado. La paloma que aprendió a golpear el botón se somete entonces a un programa de extinción de la conducta o, dicho en plata, no se le va a dar comida por mucho que golpee el botón. ¿Qué ocurre entonces?  Lo que ocurre lo describieron hace 51 años, Nathan Azrin, Donald Hake y R. Hutchinson, del Hospital Anna State de Illinois, en “Extincion-induce aggression” (Journal of Experimental Analuysis of Behavior, vol. 9, págs. 191-204). Nuestra paloma sometida a un programa de extinción golpea el botoncito cinco veces y cuando observa que no cae comida golpea al sujeto inmovilizado. Vuelve al botón y vuelve a agredir al sujeto inmovilizado y así sucesivamente. En realidad, Azrin, Hake y Hutchinson utilizaron una paloma simulada, porque Roberts y Kiess, dos años antes (Roberts, W. W. and Kiess, H. 0. "Motivational properties of hypothalamic aggression in cats", en J. comp. physiol. Psychol., 1964, 58, 187-193) habían demostrado que estos ataques llevaban a la muerte del individuo inmovilizado. Hasta tres meses después de haber aprendido la conducta de picotear el botón para obtener comida, el programa de extinción generaba agresiones. Tal y como lo enfocan Azrin, Hake y Hutchinson, el intento explicativo llevado a cabo por Skinner para fundamentar estos hechos en el experimento superstición carecía de solidez, entre otras cosas porque ellos utilizaron pichones criados en aislamiento, observándose la misma conducta. El condicionamiento operante encontraba aquí, pues, otro de sus límites. 
   Los autores del artículo consideraron que dos parámetros determinaban la naturaleza de la agresión: la brusquedad del programa de extinción y la capacidad del otro individuo para repeler la agresión. Cuanto más abrupto resulte el paso de obtener recompensa por el comportamiento a no obtenerla, mayor resulta la tasa de agresiones y lo mismo ocurre cuando la capacidad para repeler las agresiones del otro sujeto se halla disminuida por su tamaño, por su fuerza o, lisa y llanamente, por encontrarse inmovilizado. Programas en los que se iba dilatando la aparición del reforzamiento (hasta, digamos, diez golpes del botón o quince o diecisiete), convertían las agresiones en algo mucho más esporádico. Numerosos estudios han reproducido este tipo de comportamiento en ratas, gatos, monos y, por supuesto, personas. De hecho, nos hallamos ante el modelo estándar de experimentos para determinar la eficacia de medicamentos contra la agresividad: se programa una extinción brusca de un comportamiento recompensado, se le administra el fármaco al sujeto y se compara el grado de agresividad que desarrolla con el de un grupo de control.
   ¿Qué ocurriría si en lugar de en un programa de extinción nos encontrásemos en un programa de evitación de estímulos aversivos? Aquí no tenemos a una paloma que golpea un botón para obtener comida sino a una rata que tiene que pulsar una palanca para evitar una descarga eléctrica. Una vez la rata aprende a pulsar la palanca para evitar la descarga eléctrica, metemos a un congénere inmovilizado en la jaula y dejamos que la rata sufra descargas eléctricas pese a pulsar la palanca. Observaremos, una vez más, la aparición de agresiones sobre el individuo inmovilizado. Cambiemos ligeramente el modelo experimental, permitiremos que la rata siga escapando de las descargas mediante el procedimiento de pulsar la palanca y, a la vez, le presentamos un congénere inmovilizado. ¿Qué ocurrirá? En estas circunstancias, las ratas atacan al sujeto inmovilizado e ignoran la palanca a pesar de que pulsándola pueden escapar al dolor. Prefieren hacer sufrir a otro sujeto antes que dejar de hacerlo ellas mismas.
   Biológicamente, quiero decir, fuera de los planteamientos de Skinner, tales comportamientos tienen sentido. En la naturaleza, el sujeto que priva de comida o el que causa dolor  y el sujeto sobre el que se puede llevar a cabo la agresión coinciden, de modo que la agresión se muestra como un comportamiento adaptativo en situaciones de competición por el alimento, las hembras o la existencia. Experimentalmente, ambos sujetos resultan disociados y la agresión recae sobre quien no tiene culpa alguna de los padecimientos del sujeto en cuestión.  Si aquí se hallase la explicación de semejantes comportamientos podríamos entender con este modelo también que, como se ha observado, leones y chimpancés cuyo habitat natural resulta destruido por la rápida acción de los seres humanos ataquen a sus crías. 
   Pues bien, una de las características de nuestras sociedades radica precisamente en el hecho de que la responsabilidad última de los padecimientos de sus miembros se diluye en instituciones, entramados sociales o subjetividades difusas (“el Estado”, “los mercados”, “la situación social, política y/o económica”). Se puede leer en cualquier diario, por ejemplo, que el trabajo que estamos acostumbrados a hacer, ese trabajo por el que nos han estado pagando hasta ahora, puede desaparecer de un día para otro. La frustración de los individuos recae entonces no sobre el causante directo de sus males, pues tal responsable directo no resulta localizable, sino sobre quien se halla más cercano a nosotros, atado a nosotros por circunstancias familiares, laborales o, simplemente, resulta percibido como más débil, quiero decir, ancianos, niños y mujeres.