domingo, 30 de diciembre de 2018

Para una filosofía de la psiquiatría (1. Spitzer y Habermas)

   Dentro de la filosofía existen diferentes ramas. Tenemos, por ejemplo, la filosofía de la ciencia, la filosofía de la física, la filosofía de la biología, la filosofía de la matemática y, orientadas hacia las humanidades, la filosofía del arte o estética, la filosofía del derecho, la filosofía de la historia, etc. Sin embargo, de la filosofía de la economía apenas si hay retazos y todo lo que Foucault dijo (y lo que no dijo) en su Historia de la locura, no ha bastado para asentar una filosofía de la psiquiatría. Haberse dedicado al ser de los entes y no a una crítica del conocimiento psiquiátrico, marcando hasta dónde puede llegar y en base a qué método, constituye otra de las anotaciones que hacer en el debe de la filosofía vigesimica, sobre todo porque nos hubiese aclarado mucho más acerca de uno de sus queridos temas, el de la racionalidad, que todo lo que puede hallarse en esa mercancía estandarizada a la que llamaron sus libros. Si alguien quisiera, en un futuro sin duda lejano, empezar de nuevo a hacer filosofía en condiciones y no a lo que se dedicaron los hombres del siglo pasado, podría tomar The Loss of Sadness. How Psychiatry Transformed Normal Sorrow Into Depressive Disorder, de Allan V. Horwitz y Jerome C. Wakefield, (Oxford University Press, 2007), como sucinto catálogo de cuestiones a tratar por una filosofía de la psiquiatría.
   El mismo prólogo del libro merece toda una suerte de consideraciones pues lo firma nada menos que Robert L. Spitzer. Casi una década antes de que Jürgen Habermas señalara como uno de los méritos de su teoría de la acción comunicativa que en ella podía hallarse una fundamentación del psicoanálisis freudiano, Spitzer elevó a los foros de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) la voz de numerosos colectivos gays para que dejara de considerarse la homosexualidad como un trastorno psiquiátrico de acuerdo con los que Habermas consideraba “emancipadores” criterios de Freud (un ejemplo de lo designado por el adjetivo “emancipador” en los escritos del emérito profesor de Chicago). La psiquiatría, en plena crisis por los ataques recibidos, entre muchos otros, de Foucault, vio con buenos ojos la campaña de Spitzer, que contribuía a limpiar su imagen de estructura de poder normalizador dedicado al control y la opresión. En el marco de ese intento, la APA consideró que nadie mejor que él podría encargarse de la reedición de su marco teórico y conceptual, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales, (DSM).
   Spitzer situó en el departamento de psiquiatría de la Washington University en St. Louis y al New York State Psychiatric Institute los dos centros de reclutamiento para la creación de los grupos que habrían de redactar las diferentes secciones del DSM. El requisito básico de cualquier candidato a integrar uno de esos grupos consistía en tener una sólida carrera profesional que permitiera considerarlo como prototipo de un sector importante de la psiquiatría norteamericana y haber dado muestras suficientes de fidelidad a una visión biologicista de la enfermedad mental. Los vínculos con la industria farmacéutica, simplemente, no entraron en consideración. Para dejar claro que no pretendía excluirse a nadie, Spitzer reclutó, incluso, a un psicoanalista. Dicho de otro modo, en la época en que Habermas teorizaba acerca de una “comunidad ideal de los hablantes”, en donde exclusivamente la fuerza de la razón llevara al consenso, dejando bajo la mesa cualquier interés particular, quiero decir, cualquier contrato vigente o pasado con la industria, Spitzer construía una tal comunidad. Por supuesto “todos los interesados en el tema a tratar” a los que hacía referencia la propuesta habermasiana, no podía incluir a los enfermos mentales, dado que ellos, por definición, no manejan un discurso racional. La “comunidad ideal de habla”, en su misma constitución, deja nítido quién no va a hablar, quién va a quedar excluido del consenso y, eo ipso, a quién se declara sujeto de discurso no racional. La racionalidad del consenso se garantiza no por algún criterio objetivo, ajeno al consenso mismo, sino por el acto en el cual éste se alcanza, pues los hablantes tienen la potestad de decidir entre ellos qué puede considerarse racional igual que deciden qué tiene “fuerza argumental” y qué no. Donald Klein, integrante de uno de los grupos de trabajo le contó a James Davies, que, en cierta ocasión, mientras se leía la enumeración de comportamientos que iban a considerarse síntomas de una enfermedad, alguien dijo: “¡oh, no! No podemos incluir eso, yo lo hago”. Dado que formaba parte de la comunidad ideal de los hablantes, a salvo, por definición, de cualquier comportamiento irracional, se consideró un argumento con suficiente fuerza como para excluir ese comportamiento de la lista de síntomas del trastorno en cuestión (1) .
   Pero me he alejado del tema. Pretendía subrayar que el DSM-III, la base de todo lo que vino después, no se apoyó en ningún hecho “científico”, en ningún descubrimiento, en ningún hallazgo que hubiese exigido un cambio en la manera de pensar, sino, simplemente, en el consenso alcanzado por un grupo que sólo podía llegar a acuerdos basados en la fuerza de la razón porque en lo fundamental, a saber, en el carácter estrictamente biológico de las enfermedades mentales, no podían disentir. Pretendía señalar que el consenso sólo puede hacerse si se olvidan las teorías y las causas, si se adopta por toda explicación una ristra de síntomas sin criterio de enumeración, sin delimitación del contexto en el cual suceden y sin cláusula de exclusión alguna, lo cual convierte a las categorías así forjadas, simplemente, en redes para atrapar clientes. Pretendía denunciar que la filosofía viegsimica, tomó una y otra vez como hechos irrebatibles simples productos de las campañas de imagen lanzadas por todo género de instancias de poder. Pretendía, en definitiva, mostrar que un consenso como el deseado por cualquiera de los que afirman que las relaciones humanas han de entenderse en términos de acción (y su consiguiente reacción), parió algo que recuerda enormemente la enciclopedia china con la que se abre Las palabras y las cosas de Foucault y que, sin embargo, asfaltó el camino para un tratamiento explosivamente medicalizado de la enfermedad mental. Y quería centrarme en estos puntos porque a ellos, hablando del tema de la depresión, se dirigen las críticas de Horwitz y Wakefield.


   (1) James Davies, Cracked. Why Psychiatry is doing more harm than good, Icon Books, London, 2013, pág. 31.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Todo lo que se me permite decir

   Tras mis experimentos con el E-prime y un artículo de inteligencia más allá de los calificaticos aparecido en esa gacetilla de chismorreos en que se ha convertido El País, he decidido no sólo deprivar al castellano del “ser”, sino también de todos los términos que rezumen machismo, sexismo, xenofobia, homofobia, racismo, etnocentrismo, imperialismo, desprecio hacia los pobres, las minorías, los marginados, los ricos, los políticos, los jubilados, los niños, los bajitos, los altos, los calvos, los tíos con coleta, los conductores, los ciclistas, los bomberos, los policías, ese señor que pasea por el parque y/o los habitantes de otros barrios, ciudades, provincias, comunidades autónomas, países, continentes y planetas. Se trata de emplear un lenguaje del que se haya borrado hasta la menor brizna de opresión, dominio y ejercicio no igualitario del poder. He aquí, pues, una extensa muestra de todo lo que se puede decir con este lenguaje inmaculado, prístino, y por fin, absolutamente neutro:





















































































domingo, 16 de diciembre de 2018

Contagio (2 de 2)

   Matemáticamente, la epidemia que sufrió Hong Kong a partir de 1.994 no tiene misterio alguno, obedece al mismo patrón que una epidemia de gripe cualquiera. Multitud de modelos de abigarrada matemática podría dar cuenta milimétricamente de los datos. Pero si en lugar de plantear la pregunta “¿cómo?” se plantea la pregunta “¿por qué hubo esto y no cualquier otra cosa?”, los números aparecerán como simple tapadera de algo mucho más difícil de explicar. 
   En 1.994 una joven de catorce años llamada Charlene Hsu Chi-Ying, se desplomó en una calle de Hong Kong muriendo de forma casi inmediata. La autopsia desveló que Charlene había muerto de hambre, dejó de comer hasta que su cuerpo se convirtió en poco más que un esqueleto caminante con un corazón que pesaba 85 gramos. Salvo un puñado de médicos occidentales, la práctica totalidad de los legos y profesionales de la ciudad desconocían a qué se enfrentaban. La anorexia, como se diagnosticaba en occidente, simplemente, carecía de casos hasta ese momento en Hong Kong. Muy pronto la cosa cambió, a Charlene la siguieron unas cuantas jóvenes en los siguientes meses y muchas más conforme pasaba el tiempo, de modo que los especialistas comenzaron a ver varios casos cada semana en su consulta, hasta que la tasa de expansión se multiplicó por 25. De hecho, el aumento de casos corría paralelo al tamaño de las campañas preventivas e informativas. Eso sí, en su inmensa mayoría las pacientes pertenecían a la población autóctona de Hong Kong, las jóvenes procedentes de la China continental han resultado inmunes a cualquier forma de contagio de la enfermedad. En torno a un 40% de las jóvenes hongkonesas reconocen hoy día hallarse preocupadas por su peso y un 5% afirman de sí mismas “soy anoréxica” o “soy bulímica”. 
   Podríamos hipotetizar, una vez más, que los médicos constituían la vía de contagio fundamental. No se trataba de que no hubiese ejemplos antes de Charlene, sino, simplemente, de que no se los reconocía como tales. Este caso, la campaña informativa que se montó en torno a él y las subsiguientes campañas preventivas, sirvieron para que los profesionales tomaran conciencia de una realidad que ignoraban. Tal hipótesis, sin embargo se encuentra con un problema significativo. En los casos esporádicos de desórdenes alimenticios documentados por los médicos antes de 1.994 en Hong Kong, las mujeres no mostraban preocupación por su peso ni reportaban pasar hambre. Más bien se trataba de lo contrario, expresaban sentir aversión a la comida. A partir de 1.994, la preocupación por el sobrepeso y la experiencia del hambre aparecieron reiteradamente en los relatos de las jóvenes anoréxicas. Resulta complicado escapar a la explicación de que no se habían contagiado con una enfermedad, ni a través de un virus, las había contagiado un discurso, un discurso que propagaban los medios de comunicación, las campañas preventivas y los profesionales. Un discurso único y monocorde que se había apropiado de ellas, haciendo que se reconocieran a sí mismas y que otros las reconocieran en él. Un discurso repetido sin alteraciones individualizadoras, interpretado canónicamente, sin que nadie se planteara sus límites, quiero decir, su superficie de afloramiento, pese a la evidencia de que había sujetos que se reconocían a sí mismos gracias a otros discursos que se hablaban en ellos, incompatible con el anterior y que impedía que el contagio se extendiera a todos.
   Abandonemos las exóticas tierras del extremo oriente y volvamos a nuestro país, a Andalucía por ejemplo. Pocos por estas latitudes ignoran lo que ocurre desde hace décadas en El Ejido.  Los cultivos bajo plásticos transformaron una comarca extremadamente deprimida en una zona boyante hace más de treinta años. Pero esta base económica exige mano de obra a precios irrisorios, así que los inmigrantes, sobre todo ilegales, desplazaron rápidamente a los jornaleros autóctonos. Los ejidenses saben que sin ellos se arruinarían, pero les recuerdan cotidianamente las miserias por las que pasaron hasta hace tan poco tiempo. Dicho de otro modo, los necesitan tanto como los desprecian, o, resumidamente, los odian. Durante décadas, los sucesivos gobiernos regionales y nacionales, hicieron bien poco por remediar la situación más allá de oportunas “campañas de integración” destinadas a que los amigotes de siempre se lo llevaran calentito. En su camino de la perfección, los chicos de Vox pusieron su maquinaria electoral en marcha para convertirse en la fuerza más votada en la localidad. Nadie duda de quién ganará allí las próximas elecciones municipales. Afortunadamente de Albuñol no habían oído hablar. A 45 kilómetros de El Ejido, con la misma base económica, pero ya en la provincia de Granada, Vox obtuvo uno de cada cinco votos, sin haber realizado en esta localidad ningún acto de campaña, sin la comparecencia de nadie destacado del partido y sin haber distribuido propaganda más que de un modo testimonial. Tenemos, una vez más, un caso de contagio sin necesidad de ningún agente transmisor.
   Con unos medios de comunicación que no paran de hablar de ellos, con unos partidos políticos que no dejan de hacérnoslos presentes, con unos votantes que se asoman de cotidiano a nuestras pantallas, con un programa tan simple que no se puede comentar sin repetirlo, con una ciudadanía incapaz de entender ya cualquier explicación que case medianamente con la complejidad de los hechos, ¿quién de entre los que ocupan nuestro espacio público podrá pergeñar un discurso que nos inmunice contra el contagio de Vox?

domingo, 9 de diciembre de 2018

Contagio (1 de 2)

   Adoro los enigmas que se esconden bajo las cosas cotidianas. Uno de ellos se llama “contagio”. En apariencia, todo resulta muy fácil, de hecho, empezaremos con el caso aparentemente más elemental, la gripe. Desde 2.008, la Red de Vigilancia Europea de la Gripe, coordina el seguimiento de esta enfermedad, informando regularmente de las cepas de virus en circulación, de los países afectados y en qué medida. En España, la gripe suele comenzar en el norte peninsular, bajando lentamente conforme van pasando las semanas. El virus, presente en una persona, pasa a otra a través de pequeñas gotitas de mucosa que se propagan por el aire hasta acabar en las manos de quien acabará resultando contagiado. Doce, veinticuatro horas después del contagio, la persona comenzará a sentirse mal y acudirá al médico. Tras un examen rutinario, le hará un diagnóstico que, por vías bastante retorcidas, acabará en la Red de Vigilancia. Todo muy simple, muy fácil, muy obvio. 
   Realicemos ahora un análisis de sangre a las personas diagnosticadas de gripe, ¿en cuántos de esos análisis podrá detectarse el virus de la gripe? La respuesta a esta pregunta perogrullesca nos muestra un laberinto: apenas una de cada tres en la fase más aguda de la epidemia y poco más de uno de cada ocho durante el resto de la misma. Las dos terceras partes de las personas diagnosticadas con gripe no tienen en su cuerpo el virus de la gripe. Quizás Ud. mismo ha vivido la experiencia de acudir a una consulta plagada de griposos. Después de otros cuatro pacientes entra Ud. y le relata a su doctor que tiene mal cuerpo, algo de mocos y cierta destemplanza. Difícilmente escapará de allí habiéndose librado de un diagnóstico de "síndrome gripal". Formulemos ahora las preguntas incómodas: ¿tienen todos los pacientes diagnosticados de gripe los mismos síntomas? ¿con la misma intensidad? ¿con la misma intensidad que si no se los hubiese clasificado como griposos? ¿quién contagia entonces la gripe? ¿un virus? ¿unas gotículas de moco dispersadas en el aire? ¿el médico? ¿por qué se alcanza en un determinado momento el pico en la epidemia de gripe? ¿porque en ese momento hay más personas en la fase aguda de la enfermedad? ¿porque los médicos la diagnostican más? Y en caso afirmativo, ¿por qué la diagnostican más? ¿porque hay más personas con síntomas o porque los medios de comunicación de masas en general y los medios de comunicación médicos en particular hacen especial énfasis en la llegada de esa fase de la epidemia? ¿Exactamente cómo podemos definir ahora una “epidemia”? ¿y el contagio?
   Si nos dejamos atrapar por las preguntas anteriores, nos vemos conducidos inevitablemente a un laberinto, el laberinto, por ejemplo, con el que se abre la Historia de la locura de Michel Foucault: “al final de la Edad Media, la lepra desaparece del mundo occidental”. La lepra, la primera enfermedad que obliga a la intervención de poderes que acabarán exigiendo estructuras como las de los Estados, ha dejado de asolar Europa, ha dejado de llenar instituciones creadas para manejar su poder indomeñable, en definitiva, ha dejado de contagiarse. Las 43 leproserías que rodeaban París comienzan a vaciarse con el correr del siglo XV. A principios del siglo XVI se trata de instituciones que esperan la muerte de los dos o tres internos que las ocupan para reconvertir sus funciones. ¿Por qué, cómo, dejó de contagiarse la lepra? ¿acaso tuvieron éxito las precarias medidas de aislamiento? ¿de verdad se consiguieron prendas, protocolos de asepsia, más eficaces de los que verán la luz con la inauguración de los primeros hospitales? 
   El algoritmo Google Flu, utiliza el número de consultas sobre síntomas y tratamientos que los internautas realizan en el famoso buscador para pronosticar la evolución de la enfermedad y avisar a las autoridades antes de que los enfermos lleguen a los hospitales. Pues bien, durante ocho años, de 2.004 a 2.012, el algoritmo de Google predijeron con acierto los datos que a posteriori daban las autoridades sobre la epidemia de gripe. A partir de 2.012, sin embargo, esta racha se rompió y durante varios años, sus resultados doblaban la incidencia real de la gripe. 
   La búsqueda de algoritmos exitosos para seguir el contagio se inició con el eximio matemático húngaro George Polya (1887-1985). Polya desarrolló un modelo basado en los típicos problemas de extracción de bolas de colores de una urna que enlazaba directamente con las redes y los paseos  aleatorios. El modelo de urnas de Polya se halla a la base de la inmensa mayoría de los enfoques matemáticos que tratan de dar cuenta de cómo algo, un virus, una información, una moda, se expande por una población. La clave se halla precisamente en el verbo “expandir”. Tales modelos no pretenden contarnos cómo una enfermedad, por ejemplo, inicia su decurso en un determinado ámbito y, en consecuencia, tampoco cómo desaparece. Con mayor o menor fortuna, se acercan a los datos reales de expansión sin plantear las cuestiones claves, por ejemplo, que en 1920  Greenwood y Yule utilizaron urnas de Polya para modelizar fenómenos que no podían categorizarse como “contagios” ni en un sentido matemático ni médico. De hecho, si a cualquier cosa que podamos calificar de “contagio” se le aplica la teoría de probabilidades se producirá un curioso fenómeno de autocontagio, pues, por pura aritmética, la probabilidad de un fenómeno B, dado A, necesariamente tiene que resultar mayor que la probabilidad de A sola. Las compañías de seguro aplican este cálculo a rajatabla. Con los números en la mano, la probabilidad de sufrir un accidente por parte de un conductor que ya ha sufrido uno resulta superior a la probabilidad de un conductor que no ha sufrido ninguno. Nos contagiamos a nosotros mismos la siniestralidad vial. Desde luego, esto demuestra, y muy lejos de la mecánica cuántica, que el aumento de nuestro conocimiento sobre un sistema, inevitablemente, modifica el entramado que lo describe, pero sigue dejando abierta la pregunta de cómo y por qué.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Andalucía + adelante.

   Como viene siendo habitual, este domingo los andaluces hemos votado después de hablar, discutir y pensar en temas que no son los nuestros. Sigue habiendo cortijos, pobreza y contrabandistas como en tiempos de José María el tempranillo, pero nuestros políticos apenas si disimulan sus ansias por coger el AVE a Madrid, empezando, cómo no, por nuestra inefable Susanita Díaz, la dirigente con menos carisma popular que el PSOE andaluz ha parido desde Suresnes. Perdió unas elecciones a la secretaría general de su partido hechas a su antojo, demostró su capacidad para empeorar los últimos resultados autonómicos y cuesta trabajo encontrar en la calle alguien dispuesto a hablar bien de ella. Sin embargo esta noche se proclamará vencedora de las elecciones y tendrá razón. No lo ha logrado gracias a su buen hacer, ni a que haya mejorado las condiciones de los ciudadanos, ni a su capacidad para sembrar ilusión entre quienes oyen sus toscos discursos. Simplemente, el PP se desmorona y eso le favorece estadísticamente. Porque el caso es que tampoco gana los votos que la derecha pierde. Su campaña ha sido genial, aparece en los carteles tal y como lleva todos estos años en la poltrona, con los brazos cruzados, eso sí, prometiendo “+”. No se sabe si “+” inoperancia, “+” casos de prostíbulos pagados con las tarjetas protocolarias de los altos cargos, o "+" ceros en su cuenta corriente, pero, en cualquier caso, “+” de lo mismo. Inauguró sus proclamas prometiendo defendernos a todos de quienes se metieran con nosotros (sin preguntarse si acaso seríamos menos objeto de burla si no tuviéramos dirigentes como ella) y ha terminado recordando que estas elecciones sólo son un preparatorio de las generales. Las encuestas le dan aún menos votos que en 2.015, aunque en los últimos días se han visto algunas que auguran una subida. Forma parte de la tradición. Siempre ha habido muchos más votantes del PSOE de los que están dispuestos a reconocerlo. Sin embargo, parece dudoso que eso ocurra en esta ocasión, pues de esta bolsa de socialistas de última hora se han nutrido Ciudadanos y Podemos. Todavía peor, la llamada a rebato se producía anunciando la victoria del PP si no se votaba al PSOE, así que, paradójicamente, el hundimiento del PP ha privado al PSOE del as que habitualmente guardaba en la manga.
   El PP ha prometido 600.000 puestos de trabajo y una bajada masiva de impuestos, entre otras cosas. Me pregunto por qué no han prometido también disminuir la jornada laboral, ampliar los días del fin de semana y pagarle las vacaciones a todos los andaluces. Total, ni ellos se creen que puedan verse en la tesitura de cumplir sus promesas. Privados del centro político por Ciudadanos y del electorado reaccionario por Vox, los peperos han visto tan reducido su caladero electoral que un meme de la campaña lo ha constituido el vídeo de José Manuel Moreno pidiéndole el voto a una vaca. Todos los sondeos dan por seguro que perderán escaños, pero nadie acierta a concretar si se quedarán como el principal partido de la oposición o como el cuarto en discordia. En cualquier caso, su propaganda electoral era bien explícita, los  candidatos aparecían en los carteles con colores desvaídos, como salidos del baúl de los recuerdos en el que puede acabar el partido más pronto de lo que muchos piensan.
   Lo de Ciudadanos es espectacular. Gran estrella de las encuestas conforme el gobierno de Mariano Rajoy iniciaba su cuesta abajo, la maniobra de la moción de censura los dejó fuera de juego. Desde entonces trataron de maniobrar en una situación mucho más pantanosa. En Madrid iniciaron una confrontación sin cuartel con el “corrupto” gobierno de Sánchez, haciéndole un guiño al electorado del PP al mostrarse como el único partido capaz de arrebatarles la poltrona a los socialistas. Mientras, seguían sosteniendo el no menos corrupto gobierno de Susanita. Al cabo, rompieron con ella abocándola a estas elecciones y lanzándose a  comprobar cuánto de sus maniobras han entendido los ciudadanos ante un electorado que no había demostrado mucho entusiasmo por ellos. Hasta se han traído a Inés Arrimadas, que aparece arrimándose ora a éste ora a aquél, mientras que el de turno parece pinchar al que se pone delante de sus carteles con un palo provocando la risa de los demás. Todas las encuestas señalan que pueden casi triplicar los resultados, sin que quede claro si eso les servirá para ganarles en algo al PP o para quedarse, una vez más, como vencedores morales.
   Cada día que pasa parece más claro que Podemos se ha convertido en la enésima reencarnación del Partido Comunista de toda la vida. Este empezó nuestra andadura democrática como una opción clara de gobierno, pero, a partir de ahí, las múltiples peleas internas, condujeron al partido a una decadencia de la que sólo renació cambiando sus siglas por Izquierda Unida. A esta refundación le sucedió una larga agonía que casi la convirtió en una fuerza extraparlamentaria hasta que llegó Podemos. Y Podemos puede cada día menos. En Andalucía, que le otorgó tantas alcaldías, muchos consideran un triunfo mantenerse en las cifras de 2.015. Esas cifras, desde luego, olerían a victoria, a triunfo... a poltrona. Descontando la alianza con PP y con Ciudadanos, descontando que el PSOE andaluz sólo sabe hacer política con el rodillo en la mano y no gobernará en solitario, sólo les queda gobernar con Podemos y aquí es donde comienza la cuesta de enero de Susana Díaz. En efecto, si por algo se caracterizó su oposición a Pedro Sánchez fue por acusarlo de buscar el entendimiento con los moraos. Pactar con ellos, cosa que nadie duda que hará, la va a privar de cualquier argumento con el que convencer a alguien de que ella es la persona indicada para liderar algo. Teresa Rodríguez Khaleesi ha comenzado a tener las extrañas visiones del personaje de Juego de tronos y ha afirmado que investirá a Susanita de presidenta, pero que no apoyará su gobierno, actitud difícil de explicar a su electorado y a cualquiera con dos dedos de sentido. De hecho, la mejor manera de vender un pacto con el PSOE entre sus seguidores consistiría en exigir la cabeza de Susana Díaz.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Tiempos híbridos (2 de 2)

   Podemos definir la voluntad del pueblo como los números que escupen los medios de comunicación tras el acto institucional configurado, demarcado y predigerido por ciertos cargos políticos. De esta definición se deduce que las cifras concretas, su significado real y, por encima de todo, lo que piensen los ciudadanos, carece de la menor importancia. Lo único relevante viene constituido por lo que aparece en las imágenes. Rácz cuenta cómo "la participación del 87%" de los ciudadanos del este de Ucrania y de Crimea que, "en un 97% de los casos votaron por la independencia”, en realidad, apenas si respondía a un 30% de participación, con algo así como un 15% de votos a favor de dejar atrás su relación con Ucrania. En definitiva, “la mitad más uno” que tan ferozmente defienden “demócratas” independentistas mucho más cercanos a nosotros. “El pueblo de Crimea”, por tanto, “habló” a favor de una independencia que rápidamente sus líderes entendieron como voluntad de que Rusia se anexionara la península. 
   Si el texto de András Rácz, Russia’s Hybrid War in Ukraine. Breaking the Enemy’s Ability to Resist, se hubiese limitado a mostrar la genealogía del término “guerra híbrida” o de la “voluntad popular” de los ciudadanos del Este de Ucrania, merecería el calificativo de notable. Pero en él hay algo más, en concreto, un análisis bastante certero de las causas por las que Rusia consiguió su objetivo. Como dice Rácz, en las fechas en las que aparecieron en su territorio los “hombrecillos verdes”, Ucrania presentaba todo un catálogo de debilidades. En primer lugar, tras la caída del gobierno de Viktor Yanukovich, se desmantelaron las fuerzas de choque policiales, que tan triste fama habían alcanzado bajo su mandato, de modo que no había unidad policial o militar preparada para enfrentar desafíos de la población civil. La corrupción, por otra parte, constituía moneda corriente de la policía, el ejército, los funcionarios y el poder político. A Rusia no le costó demasiado dinero reclutar mandos policiales y militares ucranianos para que cambiasen de bando, aumentando con ello la desmoralización generalizada. En semejantes condiciones, su propaganda penetró, cual cuchillo ardiendo en la mantequilla, hasta lo más profundo de la mente de los ciudadanos de Ucrania, que en ningún momento se sintieron capaces de contrarrestar con efectividad la ofensiva rusa. Y aquí el análisis de Ràcz flaquea por primera vez. Quizás influido por las circunstancias que se viven en Finlandia, considera que el éxito de Moscú dependió en buena medida de su superioridad en términos militares y del control de medios de comunicación con capacidad para expandir sus mensajes en territorio del país atacado. Lo primero colocaría a la guerra híbrida como mero apéndice de la amenaza y coacción, mientras que lo segundo omite la posibilidad más importante de este tipo de guerra, a saber, utilizar los recursos del adversario contra sus intereses. Sin duda, ambos factores favorecen el triunfo de una estrategia como la llevada a cabo por Rusia, pero de ninguna manera puede considerárselos condiciones de posibilidad de la misma. Sin embargo, por mucho que aquí se halle la única objeción que se le puede poner a los análisis de Ràcz, apenas preludia la parte más importante de su estudio, a saber, que existe una posición mental decisiva para el éxito o no de la guerra-imagen: la posición legitimidad. El hecho de que lo identificado por el alto mando ruso como ejemplos de "guerras híbridas" hayan partido de una posición de legitimidad desierta o débilmente ocupada, lo demuestra bien a las claras. Repasemos, las revoluciones de colores y la primavera árabe se caracterizaron por movilizaciones populares contra gobiernos que, de ninguna manera, podían reclamar para sí la legitimidad. En el caso de Ucrania, todas las maniobras rusas en las fases iniciales del conflicto se dirigieron a minar la idea de que Ucrania pudiera llamarse legítimamente un país o de que los sucesivos gobiernos contrarios a los intereses rusos merecieran el calificativo de legítimos en algún sentido. Si el agresor consigue ocupar la posición “legitimidad”, tendrá todos los elementos necesarios para lograr sus objetivos. Un Estado legítimo en todas y cada una de sus instituciones tiene buenas oportunidades de defenderse en el caso de que se pongan en marcha contra él máquinas de guerra-imagen por parte de enemigos internos o externos. El hecho de que todas sus instituciones, poder ejecutivo, legislativo, judicial, jefatura de Estado, etc. se hallen revestidos de un carácter legítimo, hará de la defensa frente a tal ataque algo baladí. O, como dice Ràcz:
   Hence, the best defence against hybrid warfare is good governance. However, good governance needs to be interpreted in the broad sense. In addition to a democratic political structure and wellfunctioning public administration, it includes respect for human rights, transparency, media freedom, the rule of law and proper rights guaranteed to ethnic, national, religious and other minorities, all in order to improve the domestic democratic legitimacy and support of the government, and hence the very stability of the state. Special attention needs to be paid to the fight against corruption, at all state and societal levels. Corruption has been one of the main means of Russia’s infiltration into the political, administrative, economic and security structures of Ukraine. From the perspective of defence against hybrid warfare, of particular importance is the anti-corruption control of public officials, as well as of members of the armed forces, police and security services.
...
All in all, an informed, conscious, coherent and wellgoverned society is the best defence against the threat of hybrid warfare.”(1)
   Y ahora ya podemos entender el terror de las autoridades rusas a sufrir una agresión híbrida.


(1) András Rácz, Russia’s Hybrid War in Ukraine. Breaking the Enemy’s Ability to Resist, The Finnish Institute of International Affairs, Ulkopoliittinen instituutti, Helsinki, 2015, págs. 92-93.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Tiempos híbridos (1 de 2)

   Cuanto más se haya profetizado un acontecimiento, más sorpresa causa cuando aparece. Los avisos sobre el advenimiento de un nuevo tipo de guerra menudearon en los años 90 del siglo pasado, si bien pocos supieron identificar la raíz de los cambios. Sin embargo, todo el mundo se alarmó cuando el 27 de febrero de 2.014, unidades de las fuerzas especiales rusas, sin distintivos nacionales en sus uniformes, comenzaron a tomar posiciones en Crimea. Los sucesos de Ucrania de ese año hicieron sonar las alarmas en las capitales de todos los miembros de la OTAN, de los aspirantes a pertenecer a dicha organización y llegaron hasta Pakistán y China. Un país cuyo ejército tocó fondo en Chechenia, que bordeó el ridículo en Georgia y que ha tenido que cancelar recientemente sus programas de desarrollo de nuevos cazas y tanques, se mostraba, de repente, capaz de sostener una política exterior agresiva incorporando por la fuerza nuevos territorios. Los estrategas militares de occidente corrieron como pollos sin cabeza a la búsqueda de algún marco conceptual que les permitiera entender lo ocurrido y, a toda prisa, construyeron un entramado de tópicos típicos, en cuyo centro reside el concepto de “guerra híbrida”. Poco a poco, tan torpes herramientas se convirtieron en requisito para quien quisiera solicitar becas o publicar estudios. En este panorama, rápidamente esclerotizado y viciado por los intereses pecuniarios de cada cual, da gusto encontrarse con alguien que ha pretendido revisarlo todo, pensar sin concesiones a los intereses creados, plantear la pregunta filosófica por excelencia (¿por qué hay esto y no cualquier otra cosa?), en definitiva, avanzar, como decía Descartes, solo y en la oscuridad. Mérito éste acrecentado porque el autor de dicho intento procede de Finlandia, país en el que la presión constante de las ambiciones rusas ha vuelto el ambiente irrespirable, como ya explicamos a propósito del caso de Jesikka Aro. Pues bien, en esto consiste el intento que András Rácz, del Instituto Finés de Asuntos Internacionales, llevó a cabo en Russia’s Hybrid War in Ukraine. Breaking the Enemy’s Ability to Resist (2015).
   Para empezar Rácz realiza un apasionante estudio no del origen mítico de la guerra híbrida, sino de su superficie de afloramiento. Data su primera aparición en un escrito de William J. Nemeth de 2.002 en el que, como resulta habitual, designaba una cosa completamente diferente de lo que pretende designarse con él hoy día. De hecho, Nemeth no intentaba referirse a un tipo de conflicto bélico, sino a un tipo de sociedad, en concreto, la sociedad chechena, una sociedad “híbrida”, según Nemeth, en la que se confundían abigarradamente caracteres de sociedades tribales y modernas. "Gerra híbrida", por tanto, designaría las guerras desarrolladas en sociedades híbridas como la de Chechenia en 2.002. Seis años despúes, John McCuen amplió la extensión del concepto para abarcar las guerras de Vietnam, Irak y Líbano. Como consecuencia de esta ampliación, el propio concepto sufrió una primera mutación que lo hizo equivalente a “guerra de amplio espectro” (“full spectrum wars”), que exigía luchar en el campo de batalla, en la mente de los habitantes del territorio ocupado y en las mentes de los ciudadanos del propio país. Por supuesto McCuen no se planteó que hoy día, la mente de los ciudadanos no difiere de las pantallas de su televisores, tablets y móviles, como Nemeth no se planteó que el mismo carácter “híbrido” de Chechenia tienen muchos países africanos en los que hace más de 60 años que se matan mediante las mismas guerras de siempre. Con tales planteamientos no se debía esperar gran cosa de las conclusiones y de hecho, McCuen profetiza, nada menos, que para ganar una guerra hay que vencerla en los tres frentes. Tales deficiencias no impidieron que en 2.009, Russell Glenn volviera a ampliar su base empírica con los enfrentamientos entre Hezbolah e Israel. La sociedad híbrida y los tres frentes mutaron así en medios políticos, económicos, sociales e informativos, con métodos convencionales, irregulares, catastróficos (!?), terroristas, disruptivos (??) y criminales, llevados a cabo por agentes estatales y no estatales, definición ésta que permite calificar como guerra híbrida todo lo que hacen las hinchadas futbolísticas para apoyar a sus equipos. Y ahora, ya que hemos conseguido un disparate, sólo queda institucionalizarlo. Eso precisamente hicieron el ejército norteamericano en 2.010 y la OTAN en 2.014, cuando adoptaron como propias la definición dada por Frank G. Hoffman en 2.007 que constituye una versión abreviada de la de Glenn.
   Rácz muestra muy claramente cómo, desde Rusia, se siguió pormenorizadamente todas estas mutaciones y ampliaciones que acabaron conformando un Frankenstein de difícil uso y, con él en la mano, interpretaron las revoluciones de los colores y la primavera árabe. De este modo, los levantamientos populares contra regímenes, algunos de los cuales constituían paradigmas de fidelidad a los intereses occidentales, recibieron en Rusia la etiqueta de operaciones encubiertas de la CIA para achicar la esfera de acción de Moscú. Los teóricos rusos se creyeron, pues, en la obligación de concretizar un concepto ya vacío y etéreo, que lo abarcaba todo y nada. Rácz persigue los esfuerzos del consejero presidencial Andrei Illarionov, de los generales Makhmut Gareev, Nikolai Makarov y, cómo no, Valeri Gerasimov, para convertir al humo en doctrina militar. Desde luego consiguieron hallar una interpretación de las interpretaciones que los teóricos occidentales habían hecho unos de otros cuando interpretaron lo sucedido en varias guerras. Eso sí, lo consiguieron a costa de rellenar con una nebulosa los viejos odres de la doctrina sobre la guerra subversiva del KGB. De hecho, a Rácz no le cuesta encontrar un precedente de la “novísima” guerra híbrida, "consecuencia de los modernos avances tecnológicos y de nuestra era de la información", en el intento de golpe de Estado en Estonia de diciembre de 1.924.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Los intereses de la nación (y 3)

   Decíamos en la entrada anterior que Defex cargaba sistemáticamente sus operaciones con un 8, 17 ó 66% de sobrecosto. Si se hubiese negociado el contrato de las corbetas de Arabia Saudí, por elegir la cifra intermedia, sus directivos y los funcionarios saudíes sobornados se habrían repartido unos 30 millones de euros. Pero Defex, al menos en teoría, ya no existe y sus directivos ya no pueden repartirse nada. De seguir su modus operandi, habría pues unos 15 millones de euros por repartir. Casualmente Navantia, la empresa pública adjudicataria del contrato, ha anotado en sus cuentas de gasto una cifra muy parecida a la anterior, 25 millones de euros, en concepto de “costes de producción” de unas corbetas que todavía no se hallan en fase de producción. Casualmente, además, políticos de todo el espectro se dan golpes de pecho a cada cual más fuerte para defender semejante contrato. Ahí tenemos a la muy socialista alcaldesa de San Fernando afirmando que “los derechos humanos se vulneran constantemente, nosotros hacemos buques” o al aún más izquierdista alcalde de Cádiz, el que tiene un retrato de Fermín Salvochea y Álvarez en su despacho, que se ha mostrado dispuesto a besar el trasero de Trump si éste encargase a los astilleros de la bahía la flota para la invasión de Venezuela. Lo malo de nuestros políticos no consiste en que abandonen sus ideas en cuanto alguien les arroja un puñado de billetes, lo malo consiste en que ni siquiera tienen ideas propias. La afirmación “los derechos humanos se vulneran constantemente, nosotros hacemos buques”, parece sacada de las declaraciones de los directivos de IG Farben a las autoridades aliadas. Este colorido conglomerado industrial, formado por empresas tan respetables como Bayer, BASF o Agfa, dio de comer a muchos miles de familias alemanas en tiempos muy difíciles gracias a sus contratos con el gobierno nazi, entre otras cosas, para fabricar gas Zyklon B. Por supuesto, ningún directivo de la compañía, ningún trabajador, ningún miembro inocente de sus familias se preguntó jamás para qué quería el gobierno alemán tantas toneladas de un gas utilizado inicialmente como pesticida y durmieron plácidamente cada noche pensando que “masacres se cometen todos los días, nosotros sólo fabricamos gases”. Los españoles siempre hemos considerado esto una hipocresía y no hemos entendido nunca cómo ni por qué la mayor parte de la población alemana “no se dio cuenta” del genocidio judío. Sin embargo resulta extremadamente fácil de comprender: como a nosotros, sus políticos les prometieron un futuro mucho mejor, en nuestro caso concreto, 1.800 millones de euros mejor. 
   Si uno revisa las noticias al respecto encontrará una curiosa discrepancia. Según algunos medios, las cinco corbetas le costarán a los saudíes 1.8000 millones. Otros medios, por contra, informan de que las cinco corbetas suponen 1.800 millones “de inversión”. ¿Exactamente cuánto de esos 1.800 millones va a salir de los bolsillos árabes? Ya expliqué cómo y por qué le pagamos la luz a los saudíes. No he explicado, pero podría, cómo y por qué los conductores españoles vamos a pagarles también el billete de AVE a La Meca. Tras cuatro años permitiendo que las autoridades españolas dieran por hecho el contrato de las corbetas, en enero de este año una delegación de Riad se presentó en Madrid con un acuerdo redactado íntegramente por ellos en el cual se establecía que empresas saudíes, además de quedarse con el mantenimiento de los buques, participarían en todos y cada uno de los acuerdos que Navantia firme en el futuro. La cantidad concreta de petrodólares que acabará llegando a España quedó oculta al escrutinio público dado que el acuerdo tiene carácter confidencial. Vistos los antecedentes parece claro que, al final, Arabia Saudí se habrá llevado cinco corbetas y 1.800 millones de los contratos que Navantia firme y nosotros nos quedaremos con una empresa pública sin futuro pues su destino se hallará vinculado a unos socios ahora mismo apestados. De hecho, tres meses después de la firma del contrato confidencial, casualmente, Navantia perdió un concurso para renovar la flota australiana cuyo monto se elevaba a 22.000 millones de euros. Las migajas que se van a desparramar por la bahía de Cádiz preparan pues el hambre de mañana. Pero nada de esto resulta importante para nuestros políticos. Lo que verdaderamente les importa a todos ellos radica en tener la excusa para sacar a relucir, una vez más, la vara con la que se nos lleva amaestrando desde que los latifundios llegaron a estas tierras, la vara que exhiben ante nosotros tanto los que se pasean a lomos de sus yeguas blancas como los que vienen envueltos en cancioncillas revolucionarias, esa vara que se llama “pan o dignidad”. Y nosotros elegimos “pan” porque no queremos oír el llanto de nuestros hijos famélicos sin darnos cuenta de que no llenamos sus estómagos con alimentos, sino con la obligación de que ellos agachen también la cabeza cuando les vuelvan a enseñar la fusta maldita.
   “Los intereses de la nación” nunca designan algo así como la necesidad de trabajo de doce mil familias, designan siempre la necesidad de cambiar de yate de los 120 sinvergüenzas de turno. El verdadero interés de cualquier nación democrática sólo puede consistir en imponer el Estado de derecho allí donde alcance su ámbito de actuación ya que el mundo no “es como es”, ni siquiera tiene por qué “ser”, el mundo lo hacemos cada día con nuestro obrar y en nosotros radica el poder de decidir cómo queremos que amanezca mañana.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Los intereses de la nación (2)

   El mismo Parlamento español que hace unos días aprobó por unanimidad que volviera a impartirse la asignatura de ética en los institutos, ha decidido que, por un descuartizamiento de nada, no debemos dejar de proporcionarle armas a Arabia Saudí importunando sus múltiples y reiteradas carnicerías. La ética, nos han dicho con claridad los padres de la patria, queda muy bien para los niños, los adolescentes y los pobres, para que los filósofos levanten cortinas de humo con dilemas imaginarios, para hacer negocios y política importa menos que la opinión de un tieso. La política, los negocios, pertenecen a los adultos, al mundo “que es como es”. En ellos la ética sólo constituye un molesto forúnculo del que hay que librarse para que no altere la cuenta de resultados. Nuestros buenos amigos saudíes han tenido a bien encargarnos fabricar cuatrocientas bombas que los niños yemeníes ansían recibir por navidad y cinco corbetas desde las que podrá bombardeárselos como las tropas franquistas hicieron en la carretera Málaga-Almería. Hablamos de miles de millones, de contratos futuros que inundarán nuestro país de riquezas inauditas y, por encima de todo, como nuestro presidente de gobierno, Pedro “el hermoso”, nos ha recordado, de los “intereses de España”. Frente a semejantes intereses superiores, no mencionemos ya la ética, el recuerdo de sufrimientos que nosotros mismos padecimos mientras que otros se enriquecían fabricando las armas que nos mataban, la memoria histórica y hasta las ideologías, palidecen. 
   ¡Ah, los intereses de la nación! Nadie ha hecho más por los intereses de la nación que Defex. Durante 23 años, esta empresa pública española, de cuyo accionariado también formaban parte empresas norteamericanas, vendió armamento sin preguntar contra quién se iba a usar, defendiendo los intereses nacionales, el pan nuestro de cada día de tantísimas familias pues, como todo el mundo sabe, nada da más dinero que el negocio de la guerra. Sin embargo esa sabiduría popular se niega a sacar la consecuencia lógica, quiero decir, que si un sistema económico prima, por encima de todo, la industria del asesinato colectivo, entonces dicho sistema económico sólo puede merecer el calificativo de intrínsecamente malo, putrefacto y pernicioso. ¿Lo ven? El infantilismo me puede, no consigo olvidarme de la ética y con ella en la mano, Defex no hubiese podido dedicarse a sus nobles negocios. Por ejemplo, la venta de armas a la policía de Angola por 152 millones de euros, los 16 contratos de venta de armas a Arabia Saudí entre 1992 y 2014 cuyo costo total podemos vislumbrar sabiendo que uno de ellos por “municiones”, alcanzó los 19 millones de euros o el contrato de obra pública conseguido en Brasil por un monto de 200 millones. Defex no sólo defendió valientemente los intereses nacionales de las pobres criaturitas que se ganan el sustento con la fabricación de armas, sino que también proporcionó beneficios millonarios al Estado año tras año para el bien de todos, pese a no tener más de 20 empleados. Lógico parece, por tanto, que en su esfuerzo por generar empleo, realizara parte de sus negocios bajo el paraguas de esa partida de los presupuestos llamada “ayuda al desarrollo” y que siempre se destina al bien de la humanidad.
   En 2014 las autoridades bancarias de Luxemburgo y Suiza, tan acostumbradas al hedor del dinero sucio, detectaron movimientos en las cuentas de Defex que apestaban demasiado incluso para ellas. Rápidamente alertaron a las autoridades españolas, que, pese a tener interventores e inspectores de hacienda incrustados en Defex como en cualquier otra empresa pública, “no se habían dado cuenta” de nada. Resulta que del contrato con Angola apenas si llegó al país africano material por valor de 50 millones, las “municiones” llegadas a Arabia Saudí difícilmente superaban los 14 millones y 60 de los millones destinados a Brasil acabaron en cuentas de Luxemburgo. Por término medio, todas y cada una de las operaciones realizadas por Defex tenían un sobrecoste del 8%, que, cuando los contratos subían en número de ceros, podía ascender al 17 ó el 66%. Rápidamente, cualquiera de los que exhibe los “intereses de España” nos aclarará que, en la realpolitik, en la política para adultos, en este mundo que “es como es”, para obtener contratos hay que sobornar funcionarios, porque la ética no sirve para el mundo de los negocios. Ninguno de los que así argumenta mencionará, sin embargo, que, levantada la infantil barrera de la ética, ya todo vale.
   Los sobrecostos de Defex, en efecto, no iban a parar únicamente a los bolsillos de los funcionarios sobornados, se lo repartían a partes iguales con los directivos de la empresa. Casualmente, por tanto, tenemos, una vez más, lo que ya vimos en la entrada anterior, a saber, que “los intereses nacionales” se identifican con los intereses de personas con nombres y apellidos concretos como los dueños de Cueto-92, que formó una UTE con Defex para el contrato con Angola o las privilegiadas empresas que integran el accionariado de la empresa pública y que se han llevado jugosos dividendos durante años sin aportar nada más que la mano para cobrar. Casualmente, también, los encausados por llevarse comisiones salvajes, desde familiares de Cristina Cifuentes hasta ex-ministros socialistas, pertenecen a los mismos partidos políticos que votaron a favor de continuar vendiéndole armas a Arabia Saudí.  Casualmente, la lista de países cuyas puertas nos abrirá este contrato para fabricar corbetas coincide con la lista de clientes que hasta ahora tenía Defex. Casualmente en el asunto Defex aparecen apellidos indesligables de la política nacional de los últimos años como (un hijo de Jordi) Pujol o (una sobrina de Francisco) Paesa. Aún hoy permanece el misterio de la identidad del comisionista máximo, aquél que sacó tajada de todas y cada una de las corruptas operaciones de Defex, cuyo nombre supone “palabras mayores” según la declaración del último presidente de la empresa ante el juez y al que se apodaba “king” o “el rey” en las anotaciones contables. Por cierto, ahora que hablamos de reyes, casualmente el inicio del escándalo de Defex coincide con la abdicación, un tanto sorpresiva, del anterior monarca.
   Podemos concluir, pues, que hemos hallado otra característica definitoria tanto de los "intereses nacionales", como de la realpolitik, la política para adultos, el mundo “que es como es”, ése que “es” sin ética, a saber, que se hallan preñados de “casualidades”.

domingo, 28 de octubre de 2018

Los intereses de la nación (1)

   A Jamal Ahmad Khashoggi, periodista y duro crítico del actual régimen saudí, se lo vio por última vez con vida el pasado 2 de octubre, entrando en el consulado en Estambul de su país. En una primera versión, el gobierno de Arabia Saudí, afirmó que había abandonado la delegación diplomática ese mismo día. Posteriormente corrigieron esta versión, se habían dado cuenta de que había muerto por asfixia tras una pelea, sin que, hasta el momento, hayan conseguido encontrar el cuerpo, traspapelado sin duda. Fuentes próximas al gobierno turco informaron, sin embargo, hallarse en posesión de grabaciones que demostraban que a Khashoggi lo habían torturado, asesinado y descuartizado en el consulado, esparciendo sus restos por unos bosques cercanos que, previamente, había inspeccionado el equipo llegado desde Riad para realizar semejante tarea. Incluso se ha dejado entrever la existencia de una conversación postrera entre Khashoggi y el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammad bin Salman, a quien el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, señaló, por omisión, como responsable último de toda la trama en una declaración ante el Parlamento. Durante la misma, Erdogan reclamó el derecho de Turquía a conocer toda la verdad.
   Resulta obligado reconocer como parte de la verdad que todos los acuerdos internacionales al respecto prohíben realizar grabaciones dentro de las delegaciones diplomáticas. Igualmente, puede considerarse verdadero que si uno coloca micrófonos en una delegación diplomática, lo hace en el despacho del cabeza de la misma, en el que puede ocupar el posible responsable de los servicios de inteligencia, pero no en un garaje, sótano o almacén, en el que difícilmente habrá conversaciones de interés. Verdadero, sin duda, cabe considerar que si uno quiere torturar, asesinar y descuartizar a una persona no lo hará en un despacho, sino en un garaje, sótano o almacén, donde, para más inri, pocos pensarían que puede haber micrófonos. También debe formar parte de la verdad que dichas grabaciones no se escuchan sobre la marcha, sino que se someten, con posterioridad, a un trabajo informático para determinar si hay en ellas algo de interés, por lo que difícilmente el gobierno de turno se hallará en condiciones de filtrar dicha información apenas unas horas después de lo sucedido. Por lo mismo, puede considerarse verdadero que el analista que supervisa los resultados no tiene capacidad operativa para poner un equipo, por ejemplo, a seguir a sospechosos de pertenecer a los servicios secretos de otro país, incluso antes de que en las grabaciones pueda apreciarse nada de interés, sino que esto lo tiene que ordenar un superior jerárquico, lo cual lleva su tiempo. Además, todo el mundo consideraría verdadero que un servicio de inteligencia como el turco, que ha demostrado durante años su incapacidad para controlar lo que entraba y salía por la frontera con Siria, no puede haber montado sobre la marcha una vigilancia exhaustiva de las idas y venidas de agentes saudíes en su territorio. Por tanto, la verdad debe consistir en que había un operativo montado por parte de la inteligencia turca antes de que se produjeran los acontecimientos que llevaron a la muerte de Khashoggi y preparado para seguirla y registrarla minuciosamente en directo. Aquí nos encontramos precisamente con una característica que siempre permite identificar a la verdad, a saber, que conduce a nuevas preguntas. La primera consiste en cómo sabía el servicio secreto turco lo que iba a ocurrir. Difícilmente un servicio tan volcado en los asuntos internos puede haber penetrado en el hermetismo característico de la corte de Riad para obtener esta información de fuentes propias. De hecho, a esas alturas hay pocos servicios secretos en la región que puedan acceder aparte de los israelíes, poco interesados en este momento por poner en apuros a la actual monarquía. En cambio, si miramos a todos los que la meteórica ascensión de bin Salman ha dejado en la cuneta, tenemos una lista bastante jugosa de candidatos para filtrar la información a quien más daño pudiera hacer. Las propias esferas gubernamentales saudíes sospechan de ellos como lo demuestra el reciente cometido encargado personalmente a bin Salman por el rey de “reformar” los servicios secretos.
   Las siguientes preguntas obtienen a partir de aquí una fácil respuesta. Que al actual régimen saudí la vida o muerte de los demás le importa menos que el parto de una camella constituye una certeza para cualquiera que haya seguido, siquiera de lejos, la intervención saudí en la guerra de Yemen. Sin duda, las sonrisas intercambiadas en sus giras con todo el que manda un poco en Occidente, llevó al joven príncipe heredero a pensar que tenía vía libre para descuartizar a quien le viniese en gana y que, todo lo más, le costaría unos milloncejos acallar los resquemores que levantaran sus tropelías.
   En cuanto a los turcos, desde que los occidentales hemos adoptado esa política tan absolutamente "brillante" de denegar la entrada en nuestros países incluso a quienes huyen de la tortura y el asesinato, han abierto sus puertas a todos los disidentes que llaman a ella. De este modo, los perseguidos que obtienen acogida, reemplazan al tropel de opositores turcos que huyen de un régimen igualmente opresivo y sin compasión. Régimen que, gracias a esta política ha logrado atraer las simpatías de las capas populares de múltiples países de la zona, entre quienes comienza a despuntar como el modelo en el que el gobierno turco quiere convertirse. Pero hay otro aspecto mucho más importante y con miras más largas. La declaración ante el Parlamento de Erdogan no iba dirigida sólo contra Arabia Saudí. El presidente advertía a todos los países con disidentes acogidos en Turquía, que, en el futuro, si quieren secuestrar, asesinar o descuartizar a cualquiera de ellos, tendrán que pagar, previamente, el peaje que Erdogan quiera imponerles. Y ahora ya sabemos por qué, pese a hallarse sobre aviso de lo que iba a ocurrir, Turquía no hizo nada para evitarlo: porque su muerte servía a los intereses de la nación. Pero, además, nos hallamos capacitados para comprender el significado último de esta expresión. “Intereses de la nación” designa siempre el interés personal y privado de personas concretas, en este caso, del muy megalómano Recep Tayyip Erdogan.

domingo, 21 de octubre de 2018

Democracia y religión (2 de 2)

   Probablemente en la entrada anterior me fui demasiado lejos sin necesidad. En las últimas elecciones andaluzas, Vox, el partido ultraderechista al que las encuestas le dan ya un asiento en el Parlamento, realizó una campaña de buzoneo equiparable a las grandes formaciones nacionales. ¿De dónde obtuvo su dinero? Mirando sus listas resulta claro. El Opus Dei, tras concurrir a las elecciones bajo marcas blancas, como el PP o el PSOE (sí, el PSOE, ¿no se acuerdan de José Bono? ¿cuántos cargos de este partido han recibido títulos de capacitación en la Fundación San Telmo?) ha decidido ocupar el espacio público con su propio partido. ¿Qué tenemos aquí, una vez más? Pues no resulta difícil adivinar, el odio al extranjero, el nacionalismo y, cómo no, la defensa del cristianismo que conforma nuestra cultura frente a la “islamización que propone Podemos” (sic). 
   Pero si alguien cree que trato de demostrar el carácter antidemocrático del cristianismo debería leer las palabras de Galagoda Aththe Gnanasara Thero, líder del Bodu Sala Sena o Fuerza del Poder Budista (BBS), actualmente en la cárcel por intimidar a la esposa de un dibujante de cómics desaparecido para que cesara en su campaña de acusaciones contra el servicio secreto. Gnanasara proclama que Sri Lanka pertenece a los cingaleses y que los extranjeros, blancos, tamiles y musulmanes, han creado todos los problemas que azotan su isla. "Estamos tratando de devolver el país a los cingaleses. Y vamos a pelear hasta que lo consigamos". No se trata de una metáfora, la ocupación de centros musulmanes, los escraches a sus escuelas, han degenerado en incidentes violentos como los que dejaron tres muertos en Aluthgama en 2.015. El BBS invitó por esas fechas a Sri Lanka a Ashin Wirathu, autodenominado “el Bin Laden birmano” y líder del Movimiento 969. Sus soflamas, fáciles de conseguir en los mercados del país y que se ponen como música de fondo en los autobuses militares, han provocado numerosas acciones violentas contra los musulmanes en Myammar, incluyendo la limpieza étnica de Meiktila. En la región  de Bago, al sur del país, personas vestidas con túnicas anaranjadas y la cabeza rapada han participado, colaborado y apoyado ataques contra la población musulmana, mientras el ejército detenía a miembros de ella acusándolos de provocar los ataques. La violencia que ha desencadenado el Movimiento 969 ha puesto en entredicho al primer gobierno democrático de Myammar, cuya cabeza visible, la otrora Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, ha tenido que mirar hacia otro lado mientras el ejército masacraba a los rohingya entre el aplauso generalizado de los budistas. Esta deriva violenta del budismo que, como vemos, comparte discurso con el nacionalismo característico de otros países muy lejanos, tampoco constituye un fenómeno nuevo. El militarismo japonés de principios del siglo XX se abrió paso gracias a la simpatía y la colaboración de diferentes sectas budistas del país.
   En definitiva, hemos repasado a lo largo y ancho del globo multitud de hechos que conducen a una única conclusión. Conclusión, por otra parte, que se puede extraer fácilmente de un razonamiento en abstracto: religiones basadas en la fe, la autoridad y la jerarquía, en ningún caso pueden llevarse bien con un sistema político que debiera encontrar su fundamento en la argumentación, la crítica racional y la igualdad. El que dicha religión diga basarse en el Coran, la Biblia, o las obras de Buda, no quita ni pone nada sobre el hecho de que, para cualquier religión resulta más importante su propia existencia que el mantenimiento de un régimen democrático, con el cual puede hallarse en estado de no beligerancia, pero nunca de paz.

domingo, 14 de octubre de 2018

Democracia y religión (1 de 2)

   El 12 de junio de 1.990, el Frente Islámico de Salvación (FIS) obtuvo el 65% de los votos emitidos en las primeras elecciones municipales multipartidistas de la Argelia independiente. Aunque su gestión de los ayuntamientos no resultó del gusto de todos los electores, éstos, hartos de la corrupción que se había adueñado del hasta entonces partido único, el FLN, votaron en masa a los islamistas en la primera vuelta de las elecciones generales de 1.991. Anticipando su victoria en la segunda vuelta y con pocos deseos de abandonar la poltrona, el FLN provocó un autogolpe, anulando las elecciones. El FIS dejó paso a su rama armada, el EIS, el cual perdió protagonismo en favor de una oscura facción más violenta, el GIA, el cual cedió terreno ante los aún más oscuros y violentos Grupos Salafistas para la Predicación y el Combate que cometieron masacres debajo mismo de las gorras del ejército sin que éste interviniera para evitarlas. El FLN condujo al país a la hecatombe bajo los eslóganes “nosotros defendemos la democracia” y “el Islam es incompatible con la democracia”. Ambos eslóganes, que el nepotismo y la corrupción constituyen cualidades que pueden adornar a los defensores de la democracia y que no puede haber “democracia islámica” como hubo “democracia cristiana”, se han convertido en principios evidentes aceptados por todos, incluyendo los supuestos “expertos” y “estudiosos” del tema. Aún mejor, la propia marca electoral “democracia cristiana” se interpreta como una equivalencia de términos que nadie parece poner en tela de juicio. Merece la pena, sin embargo, repasar la historia reciente para ver si realmente hay algo de verdad en esta supuesta equivalencia.
   Effrain Ríos Montt alcanzó la presidencia de Guatemala en 1.982 tras un golpe de Estado en nombre (¿lo adivinan?) de la honradez y para poner fin a la corrupción. Cabeza visible de la iglesia evangélica “El Verbo”, multitud de miembros de dicha iglesia coparon altos puestos de una administración que creó tribunales especiales para el exterminio de los opositores e impuso el estado de sitio. Ríos Montt acabó ante un tribunal por genocidio y crímenes contra la humanidad por el asesinato y violación de varios miles de indígenas de la etnia ixil. Pero antes, tras su derrocamiento, fundó el Partido Republicano Institucional, que se calificaba a sí mismo de “cristiano y republicano” y que logró colocar en la poltrona presidencial a Alfonso Portillo, envuelto en oscuros casos de lavado de dinero y corrupción.
   En su primera entrevista tras su reciente victoria en las elecciones brasileñas a Jail Bolsonaro le faltó tiempo para mostrar su gratitud hacia los líderes evangélicos que tanto han peleado para encumbrarlo. El apoyo a Bolsonaro, de hecho, se ha convertido en el aglutinante de las múltiples comunidades neopentecostales de Brasil. Los evangélicos, en ascenso desde hace cuarenta años, parecen haber visto en este hombre, que se ha declarado partidario de la tortura, de la diferencia salarial entre hombres y mujeres y entre blancos y negros, de ametrallar los barrios pobres desde el aire y de pegar a los homosexuales,  en el demócrata que siempre habían buscado. He aquí, sin duda, la declaración democrática que lo descubrió ante sus ojos: 
"Dios encima de todo. No quiero esa historia de estado laico. El estado es cristiano y la minoría que esté en contra, que se mude. Las minorías deben inclinarse ante las mayorías".
   El ascenso al poder y su anclaje al mismo de Daniel Ortega tampoco puede entenderse sin el apoyo de la iglesia evangélica que siempre optó en Centroamérica, como estrategia de expansión, por sostener movimientos ajenos a lo establecido con independencia de sus ideas, objetivos y, por supuesto, cualidades democráticas. En realidad, si se observa el comportamiento del cinturón bíblico norteamericano, se comprende que siempre ha obrado de la misma manera, actuar preservando exclusivamente sus intereses. Eso explica que permitiera a Bill Clinton convertirse en gobernador de Arkansas y que apoye incondicionalmente a alguien en las antípodas de sus supuestos valores como Donald Trump. Mientras tanto, con unos y otros, recibe amplios beneficios e implanta medidas de hondo calado democrático, como la prohibición de enseñar la teoría de la evolución en las escuelas o la más reciente legislación que avanza, estado tras estado, prohibiendo la ocupación de cargos públicos por ateos.
   El Partido Ley y Justicia (PiS) polaco, se declara no menos conservador que católico y, en palabras de su líder, Jaroslaw Kaczynski, no habría alcanzado el poder sin el apoyo de Radio Maria. En realidad, Radio Maria, fundada y dirigida por el sacerdote Tadeusz Rydzyk, conforma hoy día un imperio mediático que incluye radio, televisión y un periódico, todos ellos vomitando el mismo discurso tan brutalmente antisemita, xenófobo, homófobo y ultranacionalista que el mismísimo Benedicto XVI trató de llamarlos al orden. No tuvo mucho éxito dado el decidido apoyo de quienes ayudó a encumbrar. Mientras tanto, el PiS ha impulsado todo tipo de medidas para amordazar al Tribunal Constitucional, al Tribunal Supremo y a los medios de comunicación públicos y privados. Una vez más, tenemos la misma historia, casualmente repetida, un partido, ahora católico, socavando los cimientos mismos de la democracia con el aplauso de la iglesia correspondiente. 
   El caso polaco recuerda poderosamente a Hungría, cuyo presidente, Viktor Orban, defiende que “una política cristiana es posible”, que “Dios ha nombrado vigías también a los políticos”. Se trata del mismo Viktor Orban, que para hacer cristiana la política y vigilar como Dios manda, ha alterado las leyes electorales en su favor, ha maniatado a la prensa independiente y restringido el campo de acción de las ONGs y de cualquiera que altere su concepción del poder, esencialmente unipersonal. Pero Orban no mira al Vaticano ni a Bruselas, mira a Ankara y a Moscú, cuyos  democráticos líderes, Putin y Erdogan, tiene por modelos. Su Unión Cívica aspira a convertirse en la versión cristiana del Partido de la Justicia y el Desarrollo turcos. Observando el caso Orban uno se pregunta si tantos que tachan al Islam de antidemocrático lo hacen por sus deseos de defender la democracia o por la envidia que les causa no tener en la escena nacional fundamentalistas católicos tan radicales como los que invocan el nombre de Alá.

domingo, 7 de octubre de 2018

Gerra al arte

   Si no he hablado antes de Manuel Domínguez Guerra, se debe a que, además vivir en la misma calle que yo, nos hallamos emparentados. Sus obras, su trayectoria y él mismo, se mezclan con los recuerdos de sus padres y de los míos, de modo que carezco de la separación, de la distancia que la filosofía exige. Nuestra relación personal podría calificarse de esporádica en caso de que se quieran emplear superlativos. Hemos hablado un par de veces en los últimos cuatro años y, probablemente, constituye la etapa más intensa de diálogo que hemos vivido desde que comenzamos a afeitarnos. Sin embargo, no puedo ocultar mi simpatía hacia él. Cuando todos vemos en nuestro futuro algo nebuloso a lo que no se sabe muy bien cómo llegaremos, él tomó dos decisiones proteicas: vivir de la pintura y hacerlo sin salir de Alcalá de Guadaíra. Hay que entender el reto. Su padre conducía camiones y su madre se dedicaba a sacar adelante un hogar con cuatro hijos. En un entorno obrero en el que cada paso adelante se pagaba, literalmente, con el sudor del cabeza de familia, él decidió dedicar su vida al arte. Sus padres, el mismo Domínguez Guerra lo recordaba en la inauguración de la retrospectiva que le ha dedicado el Museo de Alcalá y yo lo oí de boca de su padre contándoselo a los míos en su día, no le dijeron “estás loco” o “no nos lo podemos permitir”, le dijeron “inténtalo”. Y él lo intentó. El joven pintor se dedicó a hacer retratos, fotografías al óleo como las que pedían quienes podían pagarse un cuadro en el pueblo, muchas veces copiadas tal cual de una instantánea, en los que el más leve asomo de una pincelada creativa por parte del artista se pagaba con un regateo infinito acerca del precio acordado. 
   Y después lo otro. Para que a alguien se le llame pintor en este pueblo tiene que pintar sus famosos paisajes. El “arte” no radica en la originalidad, en la paleta de colores, en la delicadeza con la que se capte ese paisaje, el “arte” para mis paisanos consiste en que podamos jugar a ese juego autóctono llamado “adivina en qué punto concreto del parque puso su caballete el pintor”. Quien encuentre muchos de tales puntos nuevos recibe el calificativo de "gran artista", con independencia de la calidad que atesore su obra. En Sevilla, pintar significa pintar santos y toreros y si a uno le gustan, por ejemplo, las libélulas, como a cierto tocayo mío, más vale que vaya comprando un billete de AVE para Madrid. Pero a Domínguez Guerra, al pintor impresionante que había en él, no le interesaban ni la copia fiel de la realidad, ni la búsqueda de un nuevo punto donde poner el caballete, ni el tronío sevillano, quería hallar un estilo propio, un lenguaje característico, en una búsqueda sin concesiones a los localismos, las corrientes ni las modas.
   Vocaciones (1973-2018), la exposición inaugurada el pasado viernes en el Museo de Alcalá de Guadaíra, muestra los espectaculares resultados de esa búsqueda. Recuerdo a una de sus tías contándole con desazón a mi madre que “Manolín está ahora pintando santos con dos narices, unas cosas muy modernas. Yo se lo he dicho, a mí no me gusta”. “Los artistas son así”, le respondió mi madre. Traté de hacerles ver que intentaba captar el movimiento, romper con ese instante ficticio que refleja la pintura. No tuve ningún éxito. Cuando vi los cuadros de aquella época en una exposición cerca de la Plaza de la Encarnación de Sevilla, entendí que la cosa iba mucho más allá. Sí, allí aparecían los cristos, las vírgenes, los santos y toreros sin los que esta ciudad, tan progre en lo político y tan reaccionaria en lo cultural, parece que no puede vivir, pero pintados como  Giacomo Balla pintó su perro salchicha. Sin embargo, a Domínguez Guerra no le interesan las máquinas ni la velocidad, sino los pausados movimientos de los seres humanos reales. Por eso su San Francisco Levitando (1996), tiene tres brazos y no las cuarenta patas con las que había que pintar un caballo según el Manifiesto técnico de la pintura futurista (1910). Su Juan Belmonte (1995), sentado en la calle Betis con el río a la espalda, respira, se agita inquieto, incómodo en su papel de modelo. El pintor tiene que seguirlo, aunque a costa de desenfocar la Giralda del fondo. Las composiciones de Domínguez Guerra recuerdan las poses inauditas de algunos relieves del románico. Sus pieles, esa piel humana tan generosamente exhibida, carece de poros, de vello, de arrugas, parece cuarteada, con la textura de los bronces antiguos, como si un pintor que se ha mantenido fiel a la bidimensionalidad del cuadro pretendiera esculpir en él con los pinceles. Sus esculturas, por contra, echan de menos el lienzo horizontal en el que nacieron y que nunca se nos muestra. Siento la tentación de llamarlas esculturas en bandeja como ese Cristo (1999), carente de dolor, de sufrimiento, poco menos que sensual, elevando apenas sus hombros de un reborde de madera, apetitoso primer plato en la ceremonia de canibalismo ritual que los católicos llaman eucaristía. 
   La mitología, cristiana o pagana, funciona en Domínguez Guerra como substrato común, como canal comunicativo a través del cual se nos narra lo que el pintor quiere decirnos. Por eso vemos a Icaro (1994), ese traidor a nuestra especie, no desde abajo, sino desde un plano cenital para que podamos apreciar que el laberinto del que intentaba escapar no consistía en la construcción de algún rey perturbado, sino en nuestro propio mundo. La mujer de Lot (2007), sobre un fondo de apasionado rojo, desnuda y sin brazos, como una Venus de Milo, no brilla cual estatua de sal, emite reflejos dorados, como la chica Bond muerta en Goldfinger (1964), pues, de la Biblia al celuloide, nuestra mitología siempre nos recuerda el fin que le aguarda a las mujeres que tratan de escapar al control de sus hombres. Pero, sobre todo, Caín y Abel (2008), un cuadro, como la inmensa mayoría de los pintados por Domínguez Guerra, al que las fotografías no le hacen justicia. A Caín no parece moverle la ambición ni la avaricia, sino un ciego destino que lo hace sentirse furioso por el crimen que tiene que cometer. Y Abel, el hermano pequeño, que admiraba y quería a su hermano mayor, que sabe que no puede nada contra su violencia y la violencia de un destino que lo convierte en víctima, se aferra buscando protección a sus ovejas, como peluches de una infancia de la que acaba de salir, lleno de terror y resignación, pues una parte de él quiere seguir creyendo que algo de razón y de bondad debe haber en cualquier cosa que haga su hermano. Este cuadro, este cuadro conmovedor, casi monocromo, dice algo profundo y terrible acerca de nosotros, de esta época de luces y colorines, en la que hay que prevenir a los niños contra los mayores que deberían guiarles en su caminar por la vida.
   Y ahora, por fin, sí, los paisajes de Alcalá, pero no porque el guión lo exija ya, sino porque al pintor le place recrearse en ellos en este momento de su carrera. Pero los paisajes de Alcalá pintados con la pátina de los libros viejos, no como los ven los espectadores actuales, sino como verán esos lienzos quienes se asomen a ellos dentro de cien años, para que cada alcalareño que intente jugar con ellos al consabido jueguecito oiga esa voz que le susurra: “recuerda que eres mortal”. El propio Manuel Domínguez Guerra nos recordó el viernes su mortalidad y ha empezado a preocuparse por qué ocurrirá con sus "semillas” cuando él no pueda acompañarlas. Pero nosotros, los que lo admiramos, no queremos pensar en ese futuro, esperemos que muy lejano, preferimos quedarnos con otro futuro, a más corto plazo, en el que nos vuelva a permitir disfrutar con nuevas muestras de su extraordinario arte.

domingo, 30 de septiembre de 2018

Pensar antes de hablar.

   A veces tengo la sospecha de que existe un complot para volvernos gilipollas a todos. A veces, sin embargo, tengo la absoluta certeza. En una entrevista a Nova/Esxpress, decía el Ozymandias de Watchmen que no se consideraba el ser humano más inteligente del planeta, pero que esperaba no ser el único ser inteligente del planeta. Escuchando lo que vomitan desde sus púlpitos los estómagos agradecidos de turno se tiene la impresión de que muy pronto los temores de Ozymandias se harán realidad y la única persona inteligente en el mundo será un personaje de ficción.
   El otro día Iñaki Gabilondo dedicaba un editorial en primera plana de El País a preguntarse a qué espera el gobierno de Sánchez para convocar elecciones. Es cierto que Iñaki Gabilondo nunca se ha enterado de nada y es cierto también que el único periodismo de investigación que realiza ya El País se refiere a las ofertas de Amazon y Ebay. Pese a ello, dedicar un editorial a marear la perdiz sobre el sexo de las elecciones sólo puede entenderse como una manera de atontar al personal. Sánchez no llegó al gobierno guiado por su ambición sino por miedo a caer él mismo y su partido en la irrelevancia. Desde entonces, su gobierno no gobierna, hace precampaña, entregado frenéticamente a la política-imagen. Cada día toma una iniciativa, no importa cómo de ridícula, pero que acapare portadas, que cueste poco y que no cambie nada. Se decide, por ejemplo, desenterrar a Franco, que es muy de izquierdas y que le ahorra a tantos nostálgicos los gastos de desplazamiento al quinto rábano con objeto de que puedan reunirse en mayor número y con mayor cobertura mediática en pleno centro de Madrid. Se bate el récord del ministro con menor duración en el cargo y de mayor número de ministros dimitidos en una legislatura de la democracia y, mientras tanto, se cierran los ojos ante la voracidad de los bancos por endeudar a los ciudadanos, que comienza a tomar, otra vez, peligrosa carrerilla. Como todo el mundo sabe, meterse con la banca no es de izquierdas.
   Afortunadamente siempre hay intelectuales subvencionados dispuestos a echar un capote allí donde haga falta. Este sábado, también en El País (si es que de donde no hay, no se puede sacar), Daniel Gascón publicaba un opinando titulado “Política para adultos” y en el que intentaba barruntar la idea de que hablar de “bien y mal” en política conduce a evitar que se haga política (precisamente el objetivo que debe tener todo ciudadano decente), lo cual, venía a intuirse, porque el personaje no era capaz ni de expresarlo con claridad, es malo. Como resulta lógico, citaba a “Savater”, ejemplo de profundidad filosófica máxima a la que llegan sus entendederas, quien afirmó en su momento que “ética es lo que le falta a los otros”. “Savater”, es, en realidad, Nietzsche, cuando  señalaba que la base de toda ética es:“tú eres malo, luego yo soy bueno”. En un claro síntoma de los tiempos, dedica una entrada en inglés de su blog a demostrar lo que no necesita de demostración más allá de recapitular los hechos: que los independentistas catalanes han construido toda su estrategia sobre los sólidos pilares de la mentira. Así que Mr. Gascón piensa, en perfecto inglés, que la política debe desentenderse de la ética pero no de la verdad, como si faltar sistemáticamente a la verdad no constituyera el criterio básico para que a uno lo acusen de malo. Tal vez, Mr. Gascón debería leer no a Savater, sino a las fuentes originales, quiero decir, a Nietzsche, aunque sea en inglés.
   Pero no, el problema no es El País y su desesperado intento por vender su apoyo a un gobierno a cuyo líder ha tratado reiteradamente de crucificar. Hace unos meses nació el Instituto Seguridad y Cultura, interesantísima iniciativa de la que forma parte Manuel Torres, profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y del que he leído un par de cosas verdaderamente meritorias (por cierto, ¿se han dado cuenta de qué se nombra cuando se intercambian las vocales en las siglas de esta universidad? ¿por qué será?) A este grupo se lo ha invitado a unas jornadas en Córdoba subvencionadas por los que difunden la especie de que todos los que se oponen a que la mezquita siga utilizándose para el culto cristiano son miembros del Estado Islámico en ciernes. En el seno de estas jornadas, el Prof. Carlos Echeverría, también miembro del Instituto, profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, Research Fellow del Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea, Visiting Scientist del Instituto de Prospectiva Tecnológica, colaborador del Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional y de la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra, la Academia General Militar y otras instituciones de enseñanza de las Fuerzas Armadas, soltó  que cualquier español de bien tiene el deber moral de sentirse orgulloso “de la reconquista y de las Navas de Tolosa”. Por supuesto, no se le puede pedir a ningún español que sepa algo de la historia de su país más allá de los tópicos típicos, ni siquiera a todos los que tienen una licenciatura en la materia... siempre que manejen bien el inglés.  No obstante, merece la pena constatar que si a lo que se produjo en la península ibérica se lo puede llamar re-conquista, entonces también fueron “reconquistas” la invasión de Albania por parte de Mussolini y la fundación del Estado de Israel. Como es obvio, ningún historiador en su sano juicio utiliza semejante término para describir estos hechos, pero el cerrilismo patrio sigue empeñándose en utilizar como categoría histórica un eslogan de los vencedores. La “re-conquista”, la iniciaron unos reinos que ni política, ni cultural y ni siquiera religiosamente tenían nada que ver con el reino visigodo que conquistaron los musulmanes. De hecho, resulta históricamente inexacto, conceptualmente ridículo y claramente tergiversador, identificar con un nombre un supuesto proceso que abarca la totalidad de la presencia islámica en esta parte de Europa. En cuanto a las Navas de Tolosa, fue una batalla tan absolutamente decisiva que la conquista del valle del Guadalquivir no comenzó hasta treinta años después de ella. Y, desde luego, prefiero ser el peor de los españoles que sentirme orgulloso de la victoria de la barbarie cristiana, que acabó expulsando a judíos y moriscos, sobre la civilización en la que, mal que bien, se logró un remedo de convivencia entre las tres religiones.
   La filosofía del siglo pasado vociferó la identidad de pensamiento y lenguaje. No hay pensamiento sin lenguaje, salmodiaban y, en consecuencia, todo lenguaje lleva implícita alguna forma de pensamiento. El problema no consiste ya en negar la evidencia de una forma de pensamiento en los niños de menos de un año o en los primates, el problema radica en que daban marchamo de racionalidad a cualquier cosa que saliera por nuestras boquitas... y así nos estamos quedando.

domingo, 23 de septiembre de 2018

El nuevo biopoder (10)

   Nadie puede entender plenamente lo que significa el nuevo biopoder, nadie alcanza a comprender hasta dónde domestica la vida cotidiana de los individuos, nadie intuye hasta qué punto configura nuestra manera de pensar y de pensarnos sin ver la expresión que se les queda en la cara a los padres a quienes se les comunica que su hijo no tiene Trastorno de Déficit de Atención con o sin Hiperactividad. Refleja toda la desilusión, el desasosiego, de quienes encuentran cerrada la puerta del paraíso en el que viven sus vecinos, ésos cuyo hijo se queda “mejor que bien” con una pastillita. No debe extrañarnos, pues, que estos padres inicien un peregrinaje por los gabinetes de psicopedagogía hasta encontrar el tan ansiado diagnóstico.
   El TDAH constituye el gran anhelo de buen número de padres de nuestra era, aunque me he expresado mal, he debido decir que el gran anhelo de los padres de nuestra era consiste en tener, al fin, una píldora milagrosa que administrar a sus hijos para cuando atraviesen ese típico período inaguantable por el que pasan todos cada día. Entonces tendremos hijos modelo, con una infancia, como el mundo de Huxley, plenamente feliz, en la que ya no habrá una catarata de riñas, enfados ni pulsos hasta que el sueño los rinda. Esa venturosa época, en que la farmacología haya acabado con todas las angustias de la paternidad, se halla realmente cerca. Sabemos hoy, como cualquier página web que se moleste en buscar por Google le dirá, que el trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad se debe a los bajos niveles de dopamina en el cerebro, ya que la carencia de una misma sustancia puede provocar la hiperactividad o su contrario. Le explicarán también que se trata de un trastorno con una prevalencia entre el 7 y el 10% en los niños, aunque resulta muy común encontrar cifras mucho más elevadas y testimonios que no restringen este trastorno a la infancia. La OMS, sin embargo, utilizando su propio sistema diagnóstico, da unas cifras en el entorno del 3-5%. Incluso estas cifras más modestas plantean problemas, pues señalan una enorme cantidad de población que tiene “tasas de dopamina por debajo de lo normal” y aún no ha recibido el correspondiente diagnóstico. A partir de aquí hay tres líneas de razonamiento. 
   La primera sostiene que existe resistencia por parte de psicopedagogos, padres y profesores para reconocer los casos de TDAH. La segunda considera que se han sobredimensionado las cifras y los casos. La tercera, encabezada por Sarni Zimimi, Richard Saul y, en España, Marino Pérez, consideran que el TDAH, simplemente, no existe. Desde luego, no hay ningún diagnóstico posible de esta enfermedad basado en anormalidades neurológicas y, mucho menos, en mediciones de la cantidad de dopamina del cerebro. Las afirmaciones de que las deficiencias en la distribución de esta sustancia provocan la enfermedad, siguen teniendo una base empírica nula, algo que reconocen hasta los manuales de neuropsiquiatría de la American Psychological Asociation (1). La única demostración de que la dopamina se halla implicada en el TDAH consiste en que los medicamentos para tratarlo aumentan la secreción de dopamina. Ciertamente, se puede interpretar la existencia de un medicamento que hace algo como la “demostración científica” de que la enfermedad guarda relación con ese algo, pero si lo hacemos así, no usamos en este razonamiento “demostración científica” en el sentido que dicho término tenía antes de la segunda mitad del siglo pasado. Desechando las interpretaciones y ateniéndonos a los hechos, descubrimos que la existencia de medicamentos que provocan algo no demuestra, de ninguna de las maneras, que exista una enfermedad caracterizada por la falta de ese algo.
   Si bien todas las recomendaciones de organismos internacionales van en la línea de intentar el tratamiento farmacológico únicamente tras el fracaso de otras terapias, la realidad muestra que cada vez se recetan más fármacos para paliar este trastorno pese a los demostrados efectos que produce sobre el desarrollo de los niños. Marino Pérez señala que la intervención farmacológica se convierte con frecuencia en la herramienta única en la que médicos, familiares y educadores confían. De este modo se transmite el mensaje de que si los niños se “portan mal”, se debe a la enfermedad y si se alejan de esta tónica, bien mejorando su comportamiento o bien volviéndose desafiantes y agresivos, se debe a la medicación. En consecuencia, el joven pierde cualquier tipo de responsabilidad sobre su conducta, haciendo inútil el resto de intervenciones cognitivo-conductuales (2). En una conferencia auspiciada por el Instituto Nacional de la Salud de los EEUU en noviembre de 1998, no se logró alcanzar consenso alguno ni sobre las causas del trastorno ni sobre los beneficios de los actuales tratamientos del TDAH. 
   Entre 1.990 y 2.005 la producción de Ritalin, el nombre bajo el cual comenzó a comercializarse el metilfenidato, tratamiento base del TDAH, se multiplicó por 17. Junto con sus competidores ha generado 3.100 millones de dólares de ingresos en ese período sólo en los EEUU. Desde el inicio de la administración de Ritalin a niños con TDAH se han multiplicado por 5 los trastornos bipolares en ellos. Como un estudio encabezado por los doctores Strober y Carlsson decía, Ritalin permite "desenmascarar" trastornos bipolares presentes desde mucho antes de tomar esos medicamentos, como Prozac permitía "desenmascarar" las ideaciones suicidas y Vioxx los infartos de miocardio. 

(1) Whitaker, R. Anatomy of an epidemic. Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America, Crown Puglishers, New York, 2010, pág. 159.

(2) "Los padres se preocupan más por el TDAH que la incidencia real", El País, 1 de junio de 2018, consultado el 6 de junio de 2018.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Diplomacia cultural

   A Sidney Hook (1902-1989) se lo puede considerar el filósofo norteamericano más influyente en la década inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Profesor en la Universidad de New York y, tras su retiro, investigador emérito en la Hoover Institution on War, Revolution and Peace de la Universidad de Stanford, inició su andadura filosófica bajo la supervisión de John Dewey, de cuyos planteamientos jamás se alejó demasiado. Formaba parte de las ideas de Dewey que la ciencia constituye la única forma de conocimiento a la que se le puede reconocer validez, por lo que si las ciencias sociales querían tener utilidad, debían aproximarse a algún género de conocimiento científico. Hook consideró que la ciencia más a mano para lograr tal objetivo venía encarnada en el materialismo dialéctico, que se presentaba a sí mismo como “ciencia”, convirtiéndose en la punta de lanza del acercamiento que se produjo entre pragmatistas y marxistas en la década de los años 20 del siglo pasado. A este respecto hay que recordar que el propio Marx había considerado que toda verdad quedaba reducida a la utilidad práctica que para el hombre (o el partido) pudiera tener lo que se sostenía y que el propio hombre se hacía a sí mismo mediante esa actividad llamada trabajo. Hook llegó a publicar De Hegel a Marx, saludado en la tradición marxista como uno de los análisis históricos más profundos acerca del nacimiento del marxismo. En los años 30 realizó un viaje a Moscú en el que se lo recibió con todos los honores en los círculos académicos.
   Sin embargo, por motivos ajenos a los conceptos, los marcos teóricos y la filosofía en general, el pragmatismo norteamericano comenzó a sentir progresiva simpatía por el trotskismo, hasta el punto de que a los pragmatistas se les abrieron las páginas de Partisan Review, publicación de la que se habían hecho cargo los trotskistas y con la que acabarían quedándose los pragmatistas con Hook a la cabeza. A esta época pertenece una especie de juicio del “caso Trostki” con un juez único llamado John Dewey y que acabó dictaminando la inocencia del encausado respecto de todos los cargos que el estalinismo le adjudicaba. A raíz de semejante “prueba”, el pragmatismo norteamericano comenzó a abandonar sus devaneos con el marxismo, lo cual marcó el ascenso de Hook hacia el estrellato, con círculos, cada vez más amplios, que comentaban y loaban sus escritos.
   Tras la Segunda Guerra Mundial, en efecto, Hook se olvidó de la ciencia, la teoría y los grandes problemas para centrarse en la educación y la política. Fundó asociaciones para renovar la pedagogía universitaria y abogó por una mayor democratización del ámbito educativo. El punto central de las ideas de Hook en esta época se halla en una vaga generalización de los presupuestos básicos del pragmatismo que llevaba a huir de todo lo que pudiera considerarse “verdad absoluta”, “valor supremo” o “principio universal”. Como diríamos hoy, “todo son interpretaciones”. Por tanto, concluía Hook, no se podía sostener la existencia en la sociedades humanas de principios inamovibles, tales como la libertad de los ciudadanos. La libertad, como la verdad, como el conocimiento, tiene carácter relativo, relativo a las circunstancias en las que se encuentra una sociedad. En consecuencia, cuando la sociedad se ve amenazada resulta lógico que restrinja las libertades. Si el comunismo amenazaba los EEUU, la represión de todos cuantos hicieran alarde de ideas comunistas, más que justificable, constituía una necesidad insoslayable. Ciertamente, con semejante argumento en la mano, había motivos más que suficientes para que Stalin defenestrara a Trotski, pero prefiero subrayar que el macartismo no consistió en la histeria colectiva causada por un fanático llamado McCarthy, sino en un entramado de hechos, instituciones y conceptos que acabó agenciándose de un sujeto con tal apellido y en el que los filósofos jugaron un papel decisivo. Las estructuras, una vez más, dieron lugar a los sujetos, no a la inversa.
   Como buen intelectual, Hook se horrorizó del monstruo que él mismo había contribuido a crear y votó a favor de que Partisan Review criticara los procedimientos de McCarthy. No menos sarcásticamente, Hook fundó el American Committee for Cultural Freedom, que realizó múltiples congresos en diferentes países y contribuyó a la aparición de publicaciones de alto nivel desde Europa hasta la India. Del Comité formaban parte, entre otros, John Dewey, John Dos Passos, Max Eastman, John Kenneth Galbraith, el propio Sidney Hook, Karl Jaspers, Elia Kazan, Melvin J. Lasky, Mary McCarthy, J. Robert Oppenheimer, Jackson Pollock, James Rorty, Arthur M. Schlesinger y James Burnham.
   El caso de James Burnham resulta notable. Profesor universitario como Hook, filósofo como él, participó con él en la fundación del Partido de los Trabajadores Americanos, aunque su simpatía hacia los trotskistas, como dijimos, compartida por Hook, le llevó a formar parte de sus organizaciones. En 1940, más o menos como Hook, pero de un modo bastante más sorpresivo, repudió públicamente el marxismo. No se puede decir con exactitud si eso ocurrió antes o después de que lo reclutara la Oficina de Servicios Estratégicos, embrión del que acabaría naciendo la CIA y de la cual Burnham formó parte hasta su muerte. De hecho, la CIA financiaba económicamente el American Committee for Cultural Freedom, todas sus actividades y publicaciones, además de contribuir al engrandecimiento de muchos de sus miembros. El que en diversas ocasiones realizaran críticas, por lo demás inocuas, a las políticas orquestadas desde la Agencia, se utilizó, simplemente, para darle al Comité una pátina de independencia, como ese agente propio que hay que dejar matar para que otro infiltrado ascienda en la organización enemiga. A esto se lo llama "diplomacia cultural", utilizar la tolerancia de planteamientos que, en el fondo, no dañan lo más mínimo a lo establecido para adoctrinarnos en la infinita libertad que proporciona el pensamiento único. Se sigue practicando con profusión. Radio Sawa, por ejemplo, convence a los jóvenes musulmanes de lo acertado de la visión americana del mundo entre los soniquetes de Eminem, Ariana Grande, U2, Madonna y demás chundachunderos de moda.
   Todo lo anterior conduce, inevitablemente, a la pregunta de cuántos académicos, intelectuales y filósofos de hoy día redondean sus sueldos con el dinero de agencias estatales, departamentos de marketing y corporaciones, cuyos eslóganes propagan de soslayo.