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domingo, 5 de julio de 2015

Tragedia griega

   Una de las características de la tragedia, tal y como se la entendió en la Grecia clásica, era que cada uno de los personajes que intervenían en ella hacían lo único que podían hacer estando en sus circunstancias. Cumpliendo con su papel, estaban abocados a un callejón sin salida, al menos sin una salida satisfactoria para todos. El género gozó de una enorme aceptación en su época y, desde entonces, no ha dejado de tener adeptos, si bien, se la ha modificado de acuerdo con los gustos de cada momento, en especial, volviéndola bastante menos sanguinolenta. Tanto éxito ha tenido, que muchos seres humanos hacen lo posible por verse llevados a esas situaciones desesperadas en las que sólo caben tremebundas decisiones. Y, por supuesto, los gobernantes no han sabido resistirse a su influjo.
   Cuando Varoufakis y el gobierno de Syriza dijeron que la deuda era impagable para una economía de su tamaño, los llamaron hasta bonitos. Ahora es un principio comúnmente aceptado. Cuando algunos economistas señalaron que las medidas de austeridad impuestas a los helenos no podían conducir a nada bueno, los tacharon de perroflautas. Ahora hasta el FMI está de acuerdo. Cuando se acusó al gobierno alemán de confundir la tozudez con la ceguera, se tildó a quienes sostenían semejante anatema de revolucionarios de salón. Ahora nadie duda de que estaban en lo cierto. ¿Qué impide, pues, un acuerdo cuando, al fin, todos hemos llegado a las únicas conclusiones a las que se podía llegar?
   Lo primero que hay que entender es que el gobierno griego no podía haber hecho nada diferente de lo que ha hecho. Se lo puede acusar de arrogante, de usar formas inadecuadas, de poco diplomático en una situación que exigía mucha mano izquierda, incluso de poco inteligente, pero, al cabo, no podían hacer ni más ni menos que lo que han hecho. Uno de esos gobiernos que hay por ahí (y no quiero señalar a nadie), preocupado ante todo por sus respectivas poltronas, se habría contentado con un amago de negociación, hubiese presentado los escasos réditos conseguidos como un gran éxito y se habría sentado a esperar que dentro de cuatro años los votantes se hubiesen olvidado de lo poco conseguido. Un gobierno nacionalista, centrado en el interés egoísta de los ciudadanos griegos, se hubiese enrocado en torno a la necesidad de una quita y hubiese presentado la negativa a proporcionarla como un agravio contra el orgullo patrio y la recuperación del dracma como un triunfo. Un gobierno a la venezolana, habría dado el portazo hace tiempo a los acreedores y se hubiese lanzado de cabeza al precipicio pensando, como dijo aquel insigne ideólogo de la revolución bolivariana, que ya “Dios proveerá”. Tsipras y los suyos no han hecho ni lo uno ni lo otro. Son incontables las reuniones que han mantenido buscando en todo momento un acuerdo. De hecho, han ido deponiendo una tras otra sus líneas rojas, dejándose, como debían hacer, el pellejo en cada palabra, en cada coma, en cada punto. Por encima de todo, ninguno está atornillado a su poltrona. Sin dudarlo, con loable inconsciencia de recién llegados, han atado sus destinos al resultado de la negociación. No han hecho de la quita bandera de batalla, anteponiendo los intereses de los acreedores a los intereses de los ciudadanos griegos. Ni siquiera han frivolizado con lo que supone la salida del euro. Cuando ha quedado claro que o aceptaban sin más las condiciones impuestas por Europa o volvían a hacer circular el dracma, se han sacado de la manga un referéndum que será inconstitucional y precipitado, pero que otorga el poder de decidir a quien nunca debe dejar de tenerlo.
   ¿Podrían haber conseguido más si se hubiesen presentado ante las autoridades europeas de otra forma? ¿Merecía la pena enredar las cosas para llegar al final a lo inevitable? En estos días está muy de moda comparar a Grecia con Portugal. Nuestros vecinos peninsulares (sí, sí, Portugal es un país que lo tenemos ahí al ladito), como siempre, humildes y esforzados, aceptaron las draconianas medidas de la troika hace unos años y ahora sus cifras macroeconómicas comienzan a mostrar mejoría. Con repugnante obscenidad, sus autoridades sacan pecho afirmando que las arcas públicas están repletas. Los hospitales siguen careciendo de todo, la educación agoniza y las vías de comunicación son tercermundistas o de pago, pero las arcas públicas están repletas. ¿Esta es la prosperidad que nos aguarda tras los sacrificios sinnúmero? ¿qué próspero futuro es aquél en el que el dinero de todos no beneficia a nadie y se limita a fulgurar en las sombrías cámaras de un banco central? ¿Acaso debemos ser modernos reyes Midas, rodeados de oro pero hambrientos? ¿De verdad alguien puede creer que el gobierno griego ha hecho mal intentando privar a sus ciudadanos de este cruel destino?
   Quien, aparentemente tenía margen de maniobra en esta tragedia era Frau Nein. La Sra. Merkel parecía tener la opción de decir por una vez que sí, que aceptaba una propuesta que no venía del cerrado círculo de sus banqueros. Fue entonces cuando pudo comprobar las férreas leyes de la tragedia griega. La opinión pública de su país, a la que había intoxicado con la idea de que los griegos habían mentido, habían faltado a su palabra y, aún más, a su deber moral, enterada de que se había aceptado algo mejor para ellos que el infierno, alzaron su clamor con tal vehemencia que su canciller no tuvo más remedio que volver a pronunciar su palabra favorita, nein. Todo esto demuestra, una vez más, que siempre que se habla de la simplicidad de los números, del carácter aséptico de las cifras macroeconómicas, de la pura economía, en realidad no se está hablando de nada simple, aséptico ni “puro”. Se está hablando, lisa y llanamente, de ideología.

domingo, 1 de febrero de 2015

Apertura griega

   Poco a poco, el partido gobernante en Grecia, Syriza, va demostrando que lo pregonado durante la campaña no era el habitual programa electoral que se arroja al cubo de la basura al día siguiente, sino un auténtico programa de gobierno. Teniendo en cuenta que acaban de ganar las elecciones podían haber mirado para otra parte mientras tratan de averiguar qué hay en los cajones de los respectivos ministerios. Sin embargo, ha rechazado el nuevo paquete de sanciones contra Rusia, ha otorgado el honor de la primera recepción oficial, que tradicionalmente correspondía al embajador norteamericano, a su homólogo ruso y, para terminar la semanita, le han largado a la delegación conjunta de la Comisión Europea, el BCE y el FMI, que no están dispuestos a hablar con ellos, aunque sí con las instituciones a las que representa. El objetivo parece consistir en renegociar los términos del plan de rescate. 
   Dudo mucho que los miembros del actual gobierno ignoren la magnitud del reto que supone tal objetivo. Yanis Varufakis, ministro de finanazas, por ejemplo, es autor de un libro de referencia sobre teoría de juegos aplicada a la economía y un firme defensor de la idea de que los flujos económicos en un mercado libre no tienen por qué tender hacia el equilibrio. De lo que ya no estoy tan seguro es de si ha llegado a ser consciente de las consecuencias últimas de tal afirmación. Porque negar que el capitalismo tienda a un equilibrio, además de ser una obviedad, implica tirar por la borda los fundamentos de toda la teoría económica tal y como la conocemos. De hecho, la única manera de racionalizar entonces los flujos económicos es tomarlos conjuntamente con su ambiente o, en jerga, con su Umwelt. Dicho de otro modo, para comprender cómo funciona un mercado hay que tomar en consideración las cantidades monetarias que van de un lado para otro, junto con los cambios ecológicos que producen y el coste social que comportan. Ciertamente, es el único camino para hacer de la economía algo más que ideología con una pátina matemática. Este tipo de planteamientos presenta, eso sí, el inconveniente de que, tras cuarenta años, ha proporcionado un sin fin de estudios empíricos, pero ningún modelo general capaz de proporcionar guías de actuación para casos tan complejos como la deuda externa de un país. Tampoco hay que entender esto como una crítica. Cuando Roosevelt lanzó el New Deal, el keynesianismo era poco más que una nebulosa de ideas. Por otra parte, la economía clásica ha sido capaz de engendrar todo tipo de modelos que proporcionan guías muy eficaces de actuación cuando todo va bien, pero que conducen al abismo en cuanto aparece la menor crisis, ella misma siempre impredecible. En resumen, los griegos tenían que elegir entre las ortodoxas soluciones que conducen al desastre o las nuevas ideas de su ministro de finanzas que nadie sabe a donde conducen. No es de extrañar el resultado de su elección.
   Por otra parte, el pulso llega en un momento en que ha quedado claro que la austeridad rigurosa que Frau Merkel recetó para el enfermo europeo acabará por matarlo. Hasta el BCE se ha atrevido a contravenir sus deseos. Pero, claro, estamos hablando de políticos. Un político jamás se equivoca y si lo hace da igual, porque persevera en su error, aunque eso conduzca a una situación en la que todo el mundo pierde. Recordemos que si los tramos de ayuda pactados no llegan a Atenas, el Estado griego no podrá afrontar los sucesivos vencimientos de su deuda y que si se hace efectiva dicha suspensión de pagos, los primeros en irse por el desagüe van a ser los tenedores de la misma, es decir, entre otros, los bancos alemanes. Por eso es probable que Berlín se saque de la manga un as antes del vencimiento de la deuda, un as llamado Turquía.
   La rivalidad entre griegos y turcos procede de la época en que éstos formaban parte del imperio persa. Son los dos únicos países a punto de enfrascarse en una guerra pese a pertenecer ambos a la OTAN. Los turcos hace meses que olieron sangre y están maniobrando. Para Erdogan y los suyos la entrada en la Unión Europea no es ningún leitmotiv, pero si se la ofrecen a buen precio y a cambio de una humillación para los griegos no la van a rechazar. Por eso han arrastrado a las facciones clave de un bando del conflicto libio a Ginebra para que firmaran el acuerdo de formación de un gobierno de unidad en el que tan interesado están los europeos. Libia es, en efecto, una perita en dulce, un país necesitado de reconstrucción con abundante petróleo para pagarla y con presencia de empresas europeas sobre el terreno. Al fin los turcos tienen algo que Europa quiere. Casualmente, además, los primeros choques del nuevo gobierno griego con sus socios europeos, han coincidido con una gira por el viejo continente del negociador turco para la adhesión. 
   La partida que el gobierno griego ha abierto es de largo alcance y con un resultado menos previsible de lo que parece. Habrá que ver, en efecto, si los votantes de Syriza, que tan dispuestos están a salirse del euro si hace falta, también están dispuestos a ver su plaza ocupada por los turcos. Habrá que ver si el acercamiento de Grecia a Rusia es una estrategia decidida o la moneda de cambio que se va a poner sobre la mesa para renegociar la deuda. Lo segundo, desde luego, es brillante; lo primero, una estupidez. Rusia, con los actuales precios del petróleo y enfrascada en la guerra de Ucrania, difícilmente va a estar en condiciones de prestar ayuda duradera a nadie. Habrá que ver cuántos aliados consigue reclutar Grecia pues si el desafío griego logra despertar la simpatía de los ciudadanos, el gobierno de Hollande, que vuelve a tener constantes vitales en las encuestas tras los atentados de París, podría apoyar sus reclamaciones. Habrá que ver, finalmente, cómo se toma EEUU todo este asunto. De su actitud dependerá, en buena medida, la del FMI y, cuestión también de cierta relevancia, la unidad de acción con Berlín para conseguir un gobierno de concentración nacional entre PP y PSOE en España que cierre el paso a esa formación política desde la que tanto se está aludiendo como modelo a Syriza.

domingo, 7 de octubre de 2012

Monadología como mercadología (y 2)

   Si lo que vimos en la primera parte de esta entrada es verdad respecto de los instrumentos de análisis, no deja de serlo respecto de los planteamientos habituales sobre los mercados. Es un dogma neoliberal que la información se distribuye de modo homogéneo, puesto que está "ahí" y sólo hay que descubrirla. Los críticos del neoliberalismo señalan que la información se concentra allí donde hay concentración de dinero, con lo que no hay distribución homogénea de información y, por tanto, tampoco de oportunidades. Ambos tienen razón. La información se distribuye de modo homogéneo dentro de unos círculos concéntricos cuyo perímetro viene trazado por la cantidad de dinero disponible para la inversión. De un modo burdo podemos decir que hay tres de estos círculos. El primero y más numeroso es el conjunto de pequeños y medianos inversores cuyas fuentes de información son las noticias que pululan por los periódicos o Internet. Entre ellos puede haber diferencias notables en lo referente a la cantidad de dinero y de información disponible, pero estas diferencias son menores de las que guardan, como conjunto, con los integrantes del segundo círculo, el de los agentes que se dedican a efectuar compras y ventas en el mercado. Finalmente, están los grandes potentados, directores de los grandes fondos de inversión, presidentes de grandes entidades financieras y otros actores capaces de determinar con sus decisiones las tendencias que seguirán los anteriores. Es cierto que un pequeño inversor tiene las mismas oportunidades que cualquier otro, pero, en absoluto puede competir con el empleado de un banco que maneja una cantidad de dinero de éste invirtiéndola en bolsa y no digamos con el presidente del mismo. Por tanto, los mercados no son eficientes en un sentido general y sin restricciones. Lo son en la distribución de ganancias entre los actores que manejan las mismas herramientas de análisis y entre los que tienen una cantidad de información y de dinero comparable.
   Insisto, Stevens es inteligente y calla más de lo que dice. Por eso el libro comienza advirtiendo a los lectores, sin llegar a decir una palabra, de las consecuencias que para sus bolsillos puede tener todo lo anterior. El modo que suele hacerse eso tradicionalmente es recitando los consejos de la doctrina neoliberal sobre "cálculo de riesgos". Ése fantástico charlatán que es Nassim Taleb contaba en El cisne negro (maravilloso ejemplo de cómo escribir un libro para no decir nada), una anécdota esclarecedora sobre lo que es el "cálculo de riesgos". En el transcurso de una jornadas sobre dicho tópico, organizadas por un conglomerado de casinos de Las Vegas, se le mostraron, previa firma de un compromiso de confidencialidad, todas las medidas de seguridad que se seguían en las diversaas salas de juego. Las medidas, le aseguraron a Taleb, cubrían todos los riesgos posibles. No obstante, también le confesaron que habían pasado dos situaciones apuradas. La primera fue cuando un empleado, en lugar de entregar cada día a sus superiores el obligatorio formulario para Hacienda, los fue guardando en un cajón. La broma le costó a la entidad una multa que casi la arruina. La segunda ocurrió cuando unos mafiosos secuestraron a la hija de uno de los mayores accionistas. La conclusión, correcta, que saca Taleb es que resulta absurdo hablar de prevención de riesgos. El riesgo, por definición, es el conjunto de circunstancias que no podemos prever. Hablar de prevención, de cálculo de riesgos, es, simplemente, un modo de tranquilizar a quienes están destinados a correrlos, a la vez que se libera de responsabilidades a quienes sacan beneficios de que los demás los corran.
   Pues bien, exactamente, ¿cuántas cosas hay que cambiar en el libro de Stevens para convertirlo en un buen tratado de nigromancia? Veamos, las líneas de los gráficos se pueden sustituir fácilmente por líneas de la mano. El reconocimiento de patrones, el descubrimiento de indicios, la identificación de las tendencias predominantes, son algo tan aplicable a lo uno como a lo otro. Charles Dow ya descubrió el secreto de todo buen nigromante, a saber, la capacidad para beneficiarse de los sentimientos del mercado (o del cliente). Todos esos "puede" que Stevens utiliza cuando habla de que los patrones, los indicadores "pueden" servir (o no) para predecir el comportamiento del mercado, es posible dejarlos sin alteración en lo que se refiere a las líneas de la mano. Las profecías que se autocumplen son el secreto del éxito en ambas disciplinas. Muchos inversores juegan en bolsa (y hacen fortuna) siguiendo los consejos de sus astrólogos. No estaría mal que alguien del MIT investigase qué disciplina tiene mayores porcentajes de acierto, el análisis técnico o la nigromancia.
   Ahora, hagamos como hace Stevens, pongámoslo todo junto. De una parte, tenemos unos mercados que funcionan gracias a métodos de análisis cuya "objetividad" consiste en que todo el mundo utiliza las mismas herramientas y, por tanto llegará a las mismas conclusiones; tenemos, por tanto, un sin fin de profecías que se autocumplen; tenemos una "ciencia" que en poco se diferencia de la más tramposa adivinación mágica; tenemos actores económicos capaces de determinar tendencias; tenemos cálculos de riesgos que no calculan nada; tenemos mercados que reparten eficazmente beneficios en función del capital que se posea; tenemos a la muy socialista familia Papandreu especulando con seguros sobre impagos mientras uno de sus miembros dirigía Grecia hacia el impago de la deuda; y tenemos países atrapados en una espiral de recortes por recomendación de quienes los han lanzado a necesitar esa espiral de recortes. De otra parte, tenemos diabéticos griegos que acuden a Médicos Sin Fronteras porque no tienen para pagar su dosis diaria de insulina. ¿A qué conclusión llegamos?

domingo, 23 de septiembre de 2012

Portugal

   España limita al Norte con Francia, al Este con el Mediterráneo, al Sur con Marruecos y al Oeste con una cosa que todos sabemos que está ahí, pero que nadie conoce. Si uno analiza el turismo español, encontrará que, tradicionalmente, ha habido más afluencia a la lejana y cara Praga que a Lisboa. Ud. dice: "he pasado unos días en Lisboa" y la gente le mira raro, como si, repentinamente, se hubiesen acordado de la existencia de una remota ciudad con ese nombre. En las hermosas tierras lusitanas, encontrará numerosos portugueses que hablan español o, al menos, una versión suavizada y sin acentos de su lengua, versión ésta a la que se conoce como "portuñol". ¿Cuántos españoles hablan portugués? Ni uno. Bueno, es mentira, yo tengo un primo que estudió portugués, pero eso sólo demuestra lo raros que somos en mi familia. Los españoles no aprendemos idiomas ni a tiros. Nos inculcan con cinco años que nuestra lengua la hablan 300 millones de personas y que es un idioma en expansión, así que los niños ven inútil aprender inglés, alemán, chino o cualquier cosa parecida. Ahora las cosas están cambiando, las familias se pirran porque sus hijos estén en un colegio bilingüe y dominen el inglés antes de saber leer. En cualquier caso, sigue habiendo algo pacato en nuestra mentalidad. Hablar idiomas significa hoy hablar inglés. ¿Para qué aprender varios idiomas si con el inglés se puede ir a todas partes? Pero me estoy desviando del tema sobre el que quería escribir.
   Portugal es un país lleno de encanto, con ciudades maravillosas, playas preciosas (aunque de aguas heladas) y una dulce melancolía que lo envuelve todo. Los portugueses son gente humilde, trabajadora, que siempre parecen estar y no estar, como si tratasen de pasar desapercibidos. Naturalmente, hay gente engreída, pero un portugués engreído es un español modesto... Y después está Mourinho. Por algo los portugueses declararon fiesta nacional el día en que lo fichó el Chelsea.
   La relación entre españoles y portugueses es la de un matrimonio feliz, dormimos espalda con espalda. Históricamente siempre hemos estado en alianzas diferentes, nosotros con los franceses y ellos con los ingleses. La cosa cambió con el surgimiento de la Comunidad Europea. Los ingleses entraron porque estaba Francia, aparte de eso nunca le han encontrado aliciente. Tampoco los portugueses se lo veían, pero la posibilidad de que entrase España cambió las cosas. Tuvieron que hacer una difícil elección. De un lado estaba la posibilidad de que un día dejara de existir su frontera con nosotros, de otro, que España estuviese en Europa y ellos no. Al final, se tragaron el sapo fronterizo y entraron.
   Los portugueses nos admiran, nos temen y nos desprecian a partes iguales. Desprecian nuestra arrogancia, temen el hecho de que seamos más que ellos y admiran nuestro civismo a la hora de conducir. Es imposible explicar esto último si Ud. no pasado por la inefable experiencia de conducir por las carreteras portuguesas. Todavía me acuerdo de una ocasión en la que estaba al volante de mi coche, esperando que un semáforo lisboeta se pusiera en verde. Llegó un conductor autóctono por detrás y empezó a echarme las largas para que me lo saltara. Pese a ello, a mí siempre me ha parecido que Portugal iba por delante de nosotros en muchas cosas. Por ejemplo, los portugueses se libraron de su dictadura un año antes que nosotros de la nuestra. Y no porque se les muriese el dictador en su cama como nuestro tormento, no. Una generación de mandos intermedios, ideologizados en las guerras coloniales, plantaron los tanques en la calle con dos narices. De inmediato, el pueblo salió a manifestarse, para dejar claro de parte de quién estaba. Ahí aparecieron los claveles y un nombre para la historia.
   Otra razón por la que creo que Portugal va por delante de nosotros es que tiene curiosas tradiciones. Una de ellas es que si un ministro tiene responsabilidad en un escándalo, ofrece un trato de favor a un familiar, insulta a un diputado o cualquier cosa semejante, ¡dimite! Sí, sí, los ministros pueden dimitir. Yo me enteré, precisamente, por la noticia de la dimisión de un ministro portugués. Siempre había pensado que las constituciones democráticas lo prohibían. En España, cuando a uno le entregan la cartera de ministro, en ella van los correspondientes remaches del 14 especial, con los cuales queda ya atornillado a la poltrona hasta el siguiente cambio de gobierno. El único ministro que dimitió, hasta donde yo recuerdo, fue Manuel Pimentel. Este singular personaje de la derecha española, no dejó el gobierno por un escándalo, sino por desacuerdos con la política sobre inmigración, es decir, por principios. No me extrañó que después acabase por abandonar la cúpula del PP cuando Pepe Mari decidió pasar a la historia invadiendo Irak. Manuel Pimentel es un ejemplo más de que quien no entra en la política para medrar, acaba por irse.
   Portugal nos mostró el camino, de nuevo, cayendo al abismo antes que nosotros. En realidad, no había motivos para ello. Sus cifras macroeconómicas no habían empeorado significativamente en los últimos años, sus bancos no se habían vuelto locos de codicia como en Irlanda, no habían mentido sobre las cuentas públicas como Grecia y ni siquiera habían tenido una burbuja inmobiliaria como la nuestra. Simplemente, era una economía pequeña, era posible tumbarla y los merkados fueron a por ella. Si Portugal hubiese tenido el tamaño de España, estaría todavía viéndolas venir, como Francia o Bélgica. Y llegaron los hombres de negro, con sus hojas de cálculo, sus informes de mil páginas y sus poderosísimas herramientas de análisis para hacer lo mismo que hacía mi madre cuando los rosales no daban rosas: podar todo lo podable. Algunas veces, a mi madre le salía bien y el rosal, escarmentado, comenzaba a echar flores antes de que le volvieran a salir las hojas. La mayor parte de las veces les ocurría como a los países sudamericanos en las décadas de los 70 y los 80, como a Grecia, a Irlanda, a España y a Portugal, esto es, se deprimían y se morían. Los portugueses, de hecho, llegaron a la conclusión de que no querían un país recortado, que les habían metido a la fuerza en un proyecto en el que no querían estar, que les estaban robando la vida para que unas cifras, que por sí mismas no significan nada, cuadrasen. El sábado 15 de septiembre se lanzaron a la calle, unos 300.000 en Lisboa, alrededor de un millón en todo el país. Las manifestaciones las llenaron los perroflautas de siempre: jubilados, policías de paisano, funcionarios en general, parados, estudiantes, familias enteras. Corearon esloganes simples, pidieron cosas elementales: que se les dé a quienes lo necesitan, que se les quite a quienes tienen, que se emplee racionalmente lo recaudado, que no se les robe el futuro a generaciones enteras. Ahora, esos perroflautas asisten a cada acto político, a cada cena pagada con dinero público, a cada bonita fotografía para la posteridad, con huevos, tomates y carteles donde puede leerse: "ladrones". Este sábado, más de 10.000 personas se han concentrado frente a la sede de la jefatura de Estado, a la hora en que estaban reunidos el Presidente de la República, el Primer Ministro y buena parte de su gabinete, entre otras personalidades. A diferencia de la, supuestamente, democrática España, no se ha detenido a ningún instigador de la protesta antes de que haya cometido delito alguno. El Sr. Passos Coelho, que hasta ayer, como el Sr. De Guindos, sólo parecía ufano cuando los podadores le daban una palmadita en la espalda, ya ha dicho que una cosa es ser firme y otra intransigente. Su sólido gobierno se tambalea y acaba de descubrir que, al fin y al cabo, en las reuniones de primeros ministros europeos hay 25 para tirarle de las orejas y en las calles portuguesas hay millones. Por todo ello, pienso que nuestros vecinos peninsulares están, otra vez, mostrándonos el camino a seguir.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Paisajes otoñales

   Recuerdo una novela, de autor ruso contemporáneo, que narraba el ascenso de un botarate a la cúpula de una organización mezcla de agencia publicitaria, secta y mafia. En su escalada, descubría que los personajes de la actualidad social, cultural y política eran, en realidad, el producto de unos buenos guiones y sofisticadísimas técnicas de animación. La totalidad de imágenes de los telediarios procedían de ahí, desde la visita a un hospital del Jefe de Estado, hasta los atentados en Chechenia. La cosa se complicaba porque, en un determinado momento, el protagonista recibía gruesos sobres de dinero y tarjetas de felicitación, enviados desde paraísos vacacionales y firmados por los nombres de los personajes, en teoría, sólo ficticios, de la actualidad del país. El relato terminaba con el tipo, ya encaramado en la cúpula de la organización, por voluntad de gente de un nivel superior de decisiones a quienes la novela no retrataba. Allí, aparte de una vida la mar de placentera, desarrollaba un cierto gusto por hacer apariciones, como personaje secundario, en diferentes anuncios. Toda esta historia me pareció horriblemente estrambótica y llegué hasta el final, sobre todo, porque estaba en la India y no conseguí encontrar nada más interesante que leer. Sin embargo, ha pasado a formar parte de esos libros y películas que, sin gustarme, recuerdo una y otra vez. De hecho, me acuerdo de ella siempre que leo noticias sobre Rusia. La última es que hasta la organización que se describía en la novela, ha llegado la crisis. Para reducir costes, han decidido no desarrollar nuevos personajes. Por tanto, los dos protagonistas principales de los telediarios de los últimos años, esto es, Putin y Mendeleiev, seguirán siéndolo durante seis o doce años más. Eso sí, para no conducir a los guionistas a un ataque de nervios, volverán a intercambiar sus papeles.
   Todos sabemos que Rusia es una democracia ficticia, España es diferente. Aquí tendremos la oportunidad, el próximo 20 de noviembre (bendita fecha), de elegir entre el PPSOE y el PPSOE para que nos apliquen una política de mercado. Hubo una época, que nos pareció espantosa, en que nuestros gobernantes tomaban sus decisiones basándose en los sondeos de alguna empresa creada a tal fin. Ahora parece una época gloriosa. Hace ya una buena temporada que las estadísticas que se consultan para tomar decisiones políticas son las que reflejan cómo va el mercado. Lo más divertido es ver a los políticos insistiendo en que deben ser los mercados quienes se plieguen a ellos, mientras miran de reojo el diferencial con el bono alemán para saber si van por buen camino o no. ¿Y quiénes componen ese mercado que decide sobre nuestro futuro? Pues, esencialmente, gente con muchísimo más dinero que el tal Alessio Rastani, pero con su misma mentalidad. Éste es un caso para la historia. La BBC, el paradigma de buen hacer periodístico, lleva a un programa de gran audiencia, un “experto” del que, al parecer, lo único que sabe, es su nombre, el monto de su hipoteca y que se dedica a invertir de modo privado (por el monto de su hipoteca, hemos de suponer que cantidades muy modestas). Si ése es todo el curriculum para ser citado como “experto” por la BBC, no quiero ni imaginarme cuál es el curriculum de los “expertos” que citan los medios de comunicación españoles.
   El tal Sr. Rastani, en sus quince minutos de fama, se dedicó a cocinar una buena receta de profecía que se autocumple y que, a buen seguro, le permitirá aparecer como “gurú” la próxima vez. De un modo nada disimulado comunicó a la audiencia que quienes no saquen inmediatamente su dinero de los bancos y lo inviertan en bolsa como hace él, lo perderán todo. Además, dio pistas de cómo hay que invertir: debemos apostar, y fuerte, porque la cosa se va a ir al garete. Tal y como están los mercados, lo único que les hace falta es una legión de pequeños inversores, corriendo como pollos sin cabeza, a la búsqueda de apuestas a la baja que les proporcionen un buen pelotazo. Efectivamente, eso lo mandaría todo al garete en un visto y no visto. Como digo, ésta es la mentalidad de quienes vienen haciendo dinero a espuertas desde hace más de treinta años, de aquéllos a quienes se suelen  considerar genios de las finanzas o, de un modo resumido, triunfadores. El moderno capitalismo nos ha enseñado de todas las maneras imaginable que la destrucción genera beneficios y que, cuanto más grande sea la destrucción, mayores serán los beneficios. Parece que ha llegado la hora de obtener beneficios récord tirando bombas H económicas por doquier. No sé si el Sr. Rastani es quien dice ser o no. Carece de importancia. Se trata de un revolucionario de primer orden al que le bastarían otros quince minutos ante las cámaras para lograr lo que Marx y su Partido Comunista no lograron en dos siglos.
   Afortunadamente, tenemos a nuestros políticos para salvarnos de estos subversivos. Sin pausa, avanza el plan de rescate para Grecia que, ¡adivinen! exigirá nuevos sacrificios, y también se está avanzando en un plan de rescate para la banca. Los buitres del FMI han descubierto que con otra subvención de tamaño descomunal los bancos podrán... ¿Esperar tranquilamente hasta la nueva subvención? Ya lo he dicho, soy viejo, he visto unas cuantas cosas. Recuerdo haber oído argumentar que el subsidio de desempleo no podía ser muy elevado ni demasiado duradero porque, de ese modo, los parados perdían el incentivo para buscar trabajo. ¿Las subvenciones a la banca sí pueden ser elevadas y duraderas? ¿para qué? ¿para que pierdan el incentivo de buscar clientes? Quien realmente necesita un plan de rescate, masivo e inmediato, no es Grecia ni la banca, son las familias. El nivel de endeudamiento alarmante es el de las familias, españolas en particular y europeas en general. Hasta que las subvenciones no vayan a las familias para que salgan de su asfixia cotidiana, esta crisis no va a hacer otra cosa que agrandarse. Pero claro, una de las cosas más graciosas de la macroeconomía es que los macroeconomistas olvidan que ése no es el nivel último de explicación posible, mejor todavía,  ése no es el nivel explicativo. Las explicaciones, las explicaciones reales, siempre están a nivel microeconómico porque la economía, como el poder, siempre es “micro”.
   Hablando de “micro” (es decir, de microcerebros), acabamos de enterarnos que el sueldo de Dña. Esperanza Aguirre es el de cinco profesores de secundaria. Como los profesores de secundaria sólo trabajamos 18 horas semanales, esto es, sólo trabajamos cuando estamos en clase con los alumnos/as, hay que suponer que ella trabaja 90 horas semanales. Lo cual significa, si mis cálculos no fallan, que la Sra. Aguirre se pasa 13 horas diarias en su despacho, porque, en justa correspondencia, consideraremos que ella, cuando no está en su despacho, es que no trabaja. Por supuesto, estas horas diarias incluyen sábados y domingos. Esas son las cuentas según la Sra. Aguirre y si resulta que ella no dedica 13 horas diarias a estar en su despacho es que trabaja menos que los profesores. Pero bueno, tampoco le vamos a pedir a la Sra. Aguirre que sepa de matemáticas. A estas alturas nadie le pide seriamente que sepa de nada. Son las cosas que pasan en Madrid. En la periferia estas cosas no pasan. Pasan otras.
   Es de agradecer la sensatez de CiU. Haciendo gala de una exquisita coherencia, ha decidido no inmiscuirse en las próximas elecciones del país vecino y ellos siguen recorta que te recortaré aquí y allá, hoy un geriátrico, mañana un hospital, pasado la enseñanza de nuevo, 1,6 millones de subvención al doblaje de películas americanas al catalán... ¡Huy, no! ¡Perdón! He leído mal la noticia. Los 1,6 millones sí que se los van a gastar. Es lógico, al fin y al cabo, con los recortes en educación, un profesor de lengua puede acabar dando matemáticas, eso sí, en catalán. Lo que los futuros catalanes aprendan, que se mueran en las salas de urgencia de los hospitales, no tiene mucha importancia. Que se enteren del discurso de Nochebuena del President, eso, eso es, fundamental. No sé si CiU va a presentar listas al parlamento de la nación vecina, quiero decir, al parlamento español. Quizás, debería sumarse al plan de ahorro y evitarse molestas porque, con cosas como éstas, no les van a votar ni los del Opus.
   Menos mal que, en medio de tanto desconcierto, uno siempre encuentra buenos motivos para reírse. Uno de ellos es que acaba de surgir un nuevo dúo cómico que son la monda. Se llaman Rubalcaba y Rajoy. La verdad es que no sé quién de los dos me resulta más gracioso. El primero ha dicho, muy serio, como mandan los cánones, que si los socialistas que bajaron el sueldo a los funcionarios ganan, les subirán el sueldo. Lo que no me ha quedado claro es si lo volverán a subir hasta donde estaba o si lo subirán a partir de donde estaba. Supongo que sólo es cuestión de que vayan pasando los días. El segundo ha asegurado que, si sale elegido, no vacilará en no mover ni un dedo, que se compromete a hacer ya veremos qué y que, con él, el país irá hacia alguna parte. Todavía mejor, su partido ya ha elegido lema de campaña. Es conciso, brillante, suena a honestidad, a ausencia de escándalos, a seriedad, a savoir faire. ¿Que cuál es el lema? Muy fácil: “Por el cambio”. Y el caso es que a mí este lema me suena de algo... En fin, para que después digan que estos señores no son capaces de crear ilusión.

domingo, 21 de agosto de 2011

Siria

   Con frecuencia, los países quedan atrapados en su acto fundacional y no son capaces más que de recrearlo una y otra vez bajo diferentes formas. Es el caso de Pakistán y su traumática separación de la India, es el caso de España y la unificación de las coronas de Castilla y Aragón y es caso de Siria y Líbano. Para los sucesivos gobiernos sirios y para una parte de la población libanesa, la frontera que separa a ambos países es, simplemente, un resultado de la frontera que delimitaba los protectorados francés y británico. El panarabismo sirio, sus reyertas con Israel y su intervencionismo en Líbano son tres aspectos de esta fijación. Pero, cuando se plantean de este modo las cuestiones, acaban por no ser nunca unidireccionales y así llegamos a la situación actual.
   Siria es un Estado autoproclamado socialista, con lo que tiene el dudoso honor de ser la primera monarquía republicana y socialista de la historia. Aunque suene raro, existen numerosos ejemplos de esta suerte de oxímoron. Napoleón, por ejemplo, fue emperador de una república y, en tiempos más recientes, Corea del Norte es una monarquía comunista. Otro caso es Grecia, una república parlamentaria con una familia real, los Papandreu que, cada cierto tiempo, heredan el cargo de presidente del PASOK y, a la corta o a la larga, de Primer Ministro. El trono sirio está ocupado por un tipo que es mismamente el príncipe Felipe pero con bigote y expresión mucho más aviesa.
   A raíz de las recientes revoluciones mediterráneas (porque ni en España ni en Israel ha habido muchos árabes en las manifestaciones), una parte de la población siria ha llegado a la conclusión de que ellos también quieren democracia y libertad (por cierto, a los que ya no somos jóvenes, ese grito de "democracia y libertad" nos suena de algo ¿verdad?) Pero Siria no es España, ni Israel, ni Egipto y ni siquiera Libia. Tiene un ejército que durante cuarenta y tantos años se ha estado entrenando, se suponía que para la liberación de los Altos del Golán, pero que ahora está claro para qué lo hacía. Si hemos de creer las noticias que llegan desde el interior del país, ese ejército lleva más de cinco meses disparando contra la población civil y arrasando ciudades. Si hemos de creer a la prensa oficial, está defendiendo a la población de bandas armadas que la masacran, pero que se dejan filmar tan ricamente cuando se acerca la televisión estatal. Juzguen Uds. mismos. Yo suelo creerme muy pocas de las cosas que dice una televisión estatal, sea del país que sea. Alguien que sabe que unidades del ejército van a asaltar su ciudad, que sabe que va a morir en el anonimato, que sabe que después de cinco meses la situación no avanza y que, aún así, está dispuesto a salir a la calle para manifestarse, merece respeto, admiración y apoyo. Respeto, admiración y apoyo que, desde luego, no les están llegando de las muy libres y democráticas sociedades occidentales.
   Las muy libres y democráticas sociedades occidentales están mirando hacia otro lado, como miraron en el caso de Bahrein y como ya habían hecho algo antes en el caso de Tian’anmen. Y es que, ya se sabe, la democracia y la libertad están muy bien para Europa, porque aquí está claro que no van a entrar en conflicto con otra libertad más importante, la del mercado, pero para otros países... Verdaderamente, ¿qué situación más beneficiosa para los intereses occidentales puede esperarse en Siria que la dictadura de este sátrapa? Francia y Estados Unidos parecen haber llegado a un acuerdo tácito con él por el que sus tejemanejes en Líbano se van a hacer ahora bajo una pátina democrática, es decir, cada uno apoyará a sus aliados políticos. Para Israel, los Asad desde la Guerra del Yon Kipur, son una perita en dulce. Mantienen el control de los Altos del Golán, desde los que se domina el camino hacia Damasco sin mayores sobresaltos. Cuando sacan un poco los pies del tiesto, les bombardean una central nuclear y ni rechistan. Es cierto que, de vez en cuando, les azuzan a las milicias de Hezbollah, pero eso está incluso bien si se pueden ocultar escándalos políticos, problemas económicos y crisis sociales con un buen bombardeo del sur del Líbano. A todo ello hay que añadir que, con el actual Asad, ha habido una liberalización económica que a todos ha interesado.
   Este es el punto en el que el intervencionismo sirio en Líbano obtiene su justo reflujo. Para empezar, se rumorea que si los opositores al régimen poseen teléfonos por satélite y acceso a Internet es gracias a poderosos hombres de negocios libaneses con poco apego por Siria. Además, el tipo con la cara del príncipe Felipe estreñido, sigue en el poder porque las clases medias de Siria y una buena parte del ejército (junto con las potencias occidentales), temen que su desaparición conduzca a una libanización de Siria, con partidos encerrados en sus comunidades étnicas y/o religiosas y la constante amenaza de una guerra civil.
   Todos los dictadores juegan con el fantasma de una guerra civil y a todos ellos se los mantiene en el poder porque la democracia no está hecha para... Libia, Egipto, Siria... España. ¿Se acuerdan? Los que ya vamos cumpliendo más años de la cuenta, recordamos que también los gritos pidiendo democracia y libertad en España solían obtener la réplica de que la democracia y la libertad no estaban hechos para los españoles. Los únicos que parecen haber creído en el derecho de cualquier pueblo a la democracia y la libertad han sido los "facinerosos" de Anonymous, que hace ya meses lanzaron un raid contra las páginas web de las embajadas sirias en Europa. Triste destino el de nuestras democracias ciertamente, si los únicos que defienden su exportación a otros países son los que se hallan en el límite de su legalidad. Y si la pregunta es "¿qué puedo hacer yo?" la respuesta es, como siempre, muchas cosas, empezando por aquí.

miércoles, 10 de agosto de 2011

"Son puras matemáticas" (y 2)

   No son las matemáticas las que han conducido a Grecia donde está. Grecia ha llegado donde está porque carece de un sistema fiscal serio (los inspectores de hacienda griegos tienen fama, no sé si merecida o no, de ser los más corruptos de Europa), ha gastado más de lo debido durante años y, encima, ha mentido reiteradamente acerca de sus cuentas públicas. Irlanda, como Islandia, alentó la expansión de unos bancos que llegaron a tener más dinero invertido en productos especulativos del que podían generar sus pequeñas economías patrias. Portugal, país que quizás sea el primero en salir del agujero, nunca ha tenido una economía muy productiva. Pero España, como siempre, es diferente.
   A pesar de todos los pesares, el Banco de España es la institución más seria del país. No es que eso sea decir mucho en este país de opereta, pero es un dato a tener en cuenta. Desde hace décadas lleva a cabo una lucha soterrada con los políticos por el control (es decir, el descontrol) de las cajas de ahorro. Si queremos entender la raíz del problema hay que aclarar que las cajas de ahorro en España son como el sistema de correos en Japón, el retiro dorado al que se van los políticos y altos cargos que abandonan poltronas más visibles. A cambio, las cajas son las que más generosamente dan créditos en época de elecciones. No sólo daban créditos a los partidos políticos. En contra de las recomendaciones del Banco de España, dieron barra libre a los promotores inmobiliarios, esos que se las apañaban para conseguir la recalificación de terrenos y dar un pelotazo tras otro. ¿Y quiénes eran los encargados de efectuar esas recalificaciones? Obviamente, los políticos no realizaban tales favores a cambio de comisiones para financiar los partidos, era todo por amor al servicio público. Resultaba lógico, por tanto, que hicieran lo posible para dejar el sistema financiero en manos de las cajas. Llegaron a promulgar una ley por la cual una caja podía comprar un banco pero no a la inversa. Cuando la tendencia económica cambió, las cajas de ahorro se encontraron con un montón de créditos imposibles de cobrar.
   Desde hace unos años, el Banco de España está tratando de poner orden. En primer lugar, exigió que las cajas se reagruparan y trabajaran bajo una licencia bancaria. Esencialmente esta última maniobra las dejaba bajo su control exclusivo. En cuanto a agruparlas, también era una medida sensata. No es lo mismo intervenir cuatro entidades, aunque sean grandes, que veinte pequeñas. Lo primero sería interpretado por los inversores internacionales como actuaciones puntuales, lo segundo como una señal de que el sistema está podrido.
   Por otra parte, se ha actuado de modo implacable contra quienes han osado desviarse lo más mínimo del guión. Es el caso de la CAM y fue el caso de CajaSur. El Banco Central realizó un asalto fulgurante a la caja de la Iglesia... ¡Un momento! ¿La caja de la Iglesia?... ¿los seguidores de Jesucristo se dedicaban a la usura?... No puede ser. Esperen, voy a consultar mis fuentes... Pues sí, la caja de la Iglesia, ¡qué cosas! Como decía, tras asaltarla, fue puesta a la venta y adjudicada a una entidad vasca pese a los gritos de nuestro presidente de la Junta de Andalucía, Pepito Griñán. Que efectivamente esta adjudicación obedeciese a una maniobra del gobierno para conseguir el necesario apoyo del PNV o no, no viene al caso. De cara a la galería todo quedó como un proceso realizado de acuerdo con las exigencias del banco central.
   Pues bien, la cantidad de dinero que las cajas tienen expuesta en forma de créditos a la vivienda de difícil cobro es lo que se conoce como “exposición al ladrillo” y es una de las causas de que los inversores internacionales no quieran comprar bonos españoles, esto es, del aumento del “riesgo país”. Curiosamente, como hemos visto, los responsables últimos de esta situación son nuestros políticos. El temor actual radica en la sospecha de que la cantidad real de dinero expuesto de esta manera sea muy superior a lo declarado. En realidad, no es una sospecha, es un hecho. No obstante, la situación no es tan grave. En el peor de los casos, que las cajas de ahorros tuvieran que acudir a una especie de concurso de acreedores, siempre tendrían algo que llevar a él, a saber, pisos o terrenos, cuyo valor tal vez fuese escaso, pero tendrían algún valor. Si los bancos irlandeses, franceses o alemanes se vieran en esta situación, lo único que tendrían que llevar a ese concurso de acreedores serían pilas enormes de cheques sin fondo, es decir, bonos de países en suspensión de pagos. Por tanto, el agujero de las cajas de ahorro puede ser grande, puede ser enorme, pero nunca será un agujero negro que se trague al país entero, como ha ocurrido con Irlanda.
   Por otra parte, el mercado inmobiliario español puede bajar, puede bajar mucho, pero difícilmente se desplomará. Un factor que no parece estar tomándose en consideración en los diferentes análisis del sector es que éste es un país con una escasa movilidad geográfica. La mayoría de la gente se muere en un radio de unos 20 Km del lugar donde ha nacido. El resultado es que, incluso en estos tiempos, permanecemos aferrados a la idea de que alquilar una vivienda es tirar el dinero a la basura y que una casa en propiedad es una inversión a largo plazo. Por tanto, es poco probable que la "exposición al ladrillo" acabe por convertirse en un agujero sin fondo. Estos factores, en cuanto la situación se calme un poco y los análisis vuelvan a ser racionales, jugarán a nuestro favor.
   El segundo elemento que nos ha llevado a la situación en la que estamos es el déficit público. España tiene uno de los mayores déficits públicos de la zona euro. No obstante, ésta tampoco es una cuestión tan grave. Países como Italia o Bélgica están en una situación peor. Tal vez sus déficits no sean tan altos como el nuestro, pero es poco probable que lo disminuyan de modo significativo. Italia, el país que inventó una nueva acepción para el término "tangente", el país que ha promulgado varias amnistías fiscales y que poco menos que alienta la evasión de capitales, es poco probable que sea capaz de disminuir su déficit público. Por lo que me cuentan quienes conocen el país, en Bélgica hay carreteras que no conducen a ninguna parte. Simplemente había que construir una carretera en Valonia y había que hacer los mismos kilómetros de carretera en Flandes (o viceversa). No son circunstancias muy favorables para disminuir el déficit público. A ello hay que añadir que 400 días después de las elecciones los políticos belgas consiguieron ponerse de acuerdo no en la formación de un gobierno sino en los principios básicos que debían regir la negociación para la futura formación de gobierno (sí, en todas partes cuecen habas).
   En la época de Solbes, España encadenó un superávit detrás de otro. Que estos superavits fuesen ficticios o no, no quita para demostrar que, pese a nuestra habitual tendencia a vivir por encima de nuestras posibilidades, el Estado sabe cómo contener el gasto. De hecho lo está haciendo y, muy probablemente, los resultados serán incluso mejores de lo previsto. Otra cosa es que sea lo suficientemente bajo como para compensar el déficit de las autonomías. Pero, de nuevo, aquí las perspectivas son buenas. Si todo va como dicen las encuestas, de las próximas elecciones saldrá un gobierno del mismo color que las autonomías, lo cual debe contribuir a aunar esfuerzos en la reducción del déficit público. Este también debería ser un dato que cuente a nuestro favor cuando se racionalice la toma de decisiones por parte del mercado. En cualquier caso, de lo que acabamos de decir se deduce una curiosa consecuencia y es que, sin más análisis, ya podemos tener claro que el déficit público es responsabilidad de nuestros políticos.
   Finalmente, el tercer elemento que ha conducido a la desconfianza de los inversores internacionales es la deuda pública. En realidad, este dato habla claramente a nuestro favor. Hace apenas unos meses se daba por descontado que acabaría llegando al 80% del PIB. En estos momentos, ni los análisis más pesimistas tomando en consideración los resultados más adversos suponen que se vaya más allá del 75%, lo cual nos deja, en todo caso, por debajo de la media en la zona euro. Los cálculos dicen que si un Estado tiene que pagar más de un 7% por sus bonos, su situación se hace insostenible. Una deuda pública claramente por debajo de un 80% debería permitirnos incluso llegar algo por encima de ese tipo de interés, lo cual nos debería conceder un cierto margen de actuación. No es el caso de Italia. Con una deuda pública del 128%, un interés por encima del 5% implica que su deuda pública tendrá que aumentar necesariamente, esto es, resulta insostenible.
   De todo lo anterior se deducen una serie de consecuencias. La primera es que la situación de la deuda soberana de España no debería ser la que es. De hecho, debería ser sensiblemente mejor que la de Italia o Bélgica. La segunda es que, si no es ésta la situación en la que nos encontramos, los responsables últimos son los que hicieron que las cajas de ahorro prestaran dinero a quienes no debían y que el déficit público se disparase. Esos que parecen pertenecer a una generación de gente de su clase, que ocupa los altos puestos de toda Europa, con un nivel de estulticia en sangre muy superior al que debería estar permitido para ocupar esos cargos. Es de estos políticos incapaces de quienes los inversores internacionales, los “mercados”, como Ud. o como yo, no se fían ni mucho ni poco ni nada. La tercera y no menos importante de las consecuencias es que, a diferencia de lo que ocurre con las ciencias, en economía los problemas y las soluciones nunca son “pura matemática”.