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domingo, 20 de noviembre de 2016

Valor y política.

   Sé que muy pocos estarán de acuerdo conmigo si digo que Gregg Popovich es uno de los entrenadores más sobrevalorados de la NBA. En mi opinión, los San Antonio Spurs han sido campeones cinco años a pesar de él, más que gracias a él. Arisco, cuando no arrogante con los periodistas, que, naturalmente, no entienden sus “genialidades”, aprovechó una rueda de prensa la pasada semana para lanzar una durísima proclama contra el recién elegido presidente de los EEUU e ídolo de los fabricantes de peluquines, Donald Trump. Lo que dijo no fue muy diferente de lo que dice la inmensa mayoría de americanos con dos dedos de frente y tampoco destacó de la postura nada tibia adoptada por la NBA en su conjunto, con su comisionado actual, Adam Silver y su ex-comisionado David Stern a la cabeza. Sin embargo, me llamó la atención el porqué de su invectiva, que coincide, probablemente, con los motivos que han llevado a la NBA y a otros muchos a adoptar la postura que han adoptado. “No estoy diciendo esto por una cuestión de política, se trata de una cuestión de valores”, afirmó. Cuando Ronald Reagan consiguió componer uno de los Tribunales Supremos más reaccionarios de la historia y regó de dinero a los islamistas radicales que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán, convirtiéndolos en líderes del Islam, se trataba de una cuestión de política. Cuando George Bush hijo decidió montarse una guerrita particular para enriquecer a los amigotes, se trató de política. Ahora, sin embargo, no se trate de política, se trata de valores. ¿Por qué? ¿qué ha cambiado? ¿Es Donald Trump más fascista, más reaccionario, más retrógrado que los últimos presidentes republicanos? No dice nada que otros con anterioridad no hayan hecho y parece un requisito de su administración haber sido promovido previamente por algún presidente anterior si se quiere optar a un cargo. Por tanto, ¿qué ha cambiado? ¿acaso que Trump no disimula lo que es? 
   Trump es repugnante no por lo que piensa sino porque lo dice y lo dice públicamente y se jacta de ello. Que, como ha indicado Popovich, la cuestión haya dejado de ser política y se haya convertido en una cuestión de valores quiere decir, por consiguiente, que los valores son algo que aparecen por la televisión. Lejos de residir en el respeto a los seres humanos con independencia de su origen, en tratar a las personas como personas y no como cosas, en anteponer determinados principios a cualquier interés privado o público, el valor consiste en la actitud, en la pose, en el modo en que uno se deja atrapar por las imágenes. Trump sería nauseabundo por la imagen que proyecta. En este sentido, Trump no dejaría de ser un síntoma de una época que apesta por ella misma o, mejor dicho, el tufo hediondo que suelta el personaje no procede de su peluquín, ni de sus testículos, ni de sus negocios, procede de todos nosotros, que hemos perdido la más liviana noción de lo que representa un valor. Resulta lógico que quienes se solazan en la idea de que el valor de las cosas es la etiqueta que lleva encima con su precio, que quienes están acostumbrados a considerar que cualquier cosa que se poseen se puede vender, incluyendo la dignidad, que quienes ven como normal que la libertad del mercado exija la esclavitud de los asalariados, no hayan podido resistirse a la pesturria de macho alfa que las feromonas de Trump generan a su alrededor. Le han votado, precisamente, por una cuestión de “valores”, porque, como los partidarios del brexit o de la independencia de Cataluña, querían atención mediática, salir en películas, noticiarios y programas de televisión en general, que se hablase de ellos, vamos. “Sí, yo voté a Trump/por el brexit/por la independencia de Cataluña y me siento orgulloso de ello”, proporciona atención de las cámaras, algo que los seres humanos de nuestra era desean con más fuerza que los griegos la felicidad. Naturalmente, la mayoría de quienes así alardean de su zafiedad, son hombres. Esperan, ilusionados, que se haga realidad la promesa de su líder, ésa que lo ha catapultado a la Casa Blanca, a saber, que con poco más que cinco minutos de fama, las mujeres les dejarán agarrarlas por el coño.
   Lo cierto es que también la idea de “yo vote por la primera mujer presidenta de los EEUU”, hubiese proporcionado atención de los medios y ésa es la razón por la que estas elecciones han acabado siendo tan apuradas desde el punto del vista del número real de votos (cosa que, dicho sea de paso, resulta absolutamente irrelevante en cualquier sistema democrático que se precie de serlo). Hillary Clinton consiguió, de hecho, más votos que Donald Trump, lo cual viene a demostrar, una vez más que, en realidad, los EEUU son y ha sido siempre un país de demócratas y bastante liberal, pero ésa es otra historia.