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domingo, 13 de octubre de 2013

Poliglotismo y polidiotismo

A los compañeros de Baleares, 
con admiración.

  En cierta ocasión, paseando por Jaipur, se me acercó un hombre joven que, en un castellano más que correcto, me preguntó si yo era español. Asentí de mala gana porque sabía a qué venía aquello. No obstante, entablamos una breve conversación, insisto, en castellano, en la que me mostró su sorpresa por encontrar españoles allí en aquella época del año, afirmó no conocer España, aunque se la imaginaba como un país bonito y, como yo sospechaba desde un principio, me invitó a visitar su tienda antes de dejar la ciudad. La India, además de un crisol de religiones, es una torre de Babel, con cientos de lenguas y dialectos. Los niños suelen aprender un par de ellos en casa y otros dos o tres apenas comienzan a moverse por su barrio. Cuando llegan al colegio, indefectiblemente, les enseñan inglés. El resultado es que, con pocas repeticiones, aprenden a manejar algunas palabras básicas. Con algo más, están defendiéndose en cualquier lengua. De todos modos, éstas son las condiciones que hacen posible su sorprendente capacidad para aprender idiomas, no la causa. La causa es la necesidad. Junto con un Estado benefactor en temas como la educación, la India padece un mercado libre regido más que por la ley de la oferta y la demanda, por la ley del más fuerte. En esencia, quien no vende, no come. Ud. tendrá un posgrado en marketing, habrá realizado un máster en técnicas de ventas y se habrá leído todo lo publicado sobre inteligencia emocional, pero si no ha visto a un vendedor indio en acción, apenas conoce los rudimentos de ese negocio. Para ellos, un “no” es un desafío y cuando le dice que sí, lo que está haciendo es desafiar a diez vendedores de la competencia que se lanzarán sin dudarlo a por su yugular. Nadie les ha explicado que la mejor manera de vender es dominar el idioma del cliente potencial, esa información la llevan en los genes.
   En el polo opuesto está España. Los españoles no aprendemos idiomas ni a tiros. Durante años vivimos del turismo bajo la espectacular divisa: “si quieren visitarnos, que se molesten en aprender nuestro idioma”. Los hoteles con personal que manejara el inglés (por supuesto, no iban a pedir exquisiteces como el alemán o el sueco), lo anunciaban con grandes carteles en la recepción por la novedad que suponía. El pobre turista perdido por las calles de Sevilla sería atendido con extremada simpatía, eso sí, en andalú, andalú, andalú. Es difícil explicar las causas de este catetismo tan profundamente arraigado en nuestra mentalidad. Durante la dictadura se nos inculcó lo “imperial” de nuestra lengua en cuyas fronteras no se ponía el Sol. Era, además, una lengua en expansión, próxima a conquistar, cual nueva religión, el poder en el actual imperio. A ello hay que añadir, el atroz miedo del español a hacer el ridículo. Aún hoy, salvo los más descarados o quienes se saben perfectos dominadores de otra lengua, se resisten a hablar lo que saben de un idioma por miedo al “qué dirán”. Por si fuera poco, siempre hemos ido diez años por detrás de Francia en cuestiones culturales y, hasta hace muy poco, pretender que un francés hablase la lengua de Shakespeare era poco menos que mentarle la madre.
   Ahora las cosas se han ido al otro extremo. Vivimos una histeria anglófila en materia lingüística que no deja de ser una nueva versión de nuestro catetismo. Hay que aprender inglés como sea y si no sabes inglés no eres nadie. El inglés, se nos dice, es muy necesario, es la lingua franca, es el idioma que, dentro de muy poco, hablará todo el mundo... Por tanto, los niños tienen que manejarlo con soltura antes de los 10 años. Los centros de enseñanza bilingüe se extienden como la peste, los padres lo exigen. ¿Alguien oyó hablar alguna vez de un centro que impartiera enseñanza de calidad y no fuese bilingüe?
   Ciertamente, la cosa está muy bien, es muy bonita y nadie puede estar en contra de ella en la teoría. Algo muy distinto es la práctica. Veamos, ¿en qué consiste el bilingüismo? Para poner más horas de inglés en el horario semanal de un alumno cualquiera habrá que borrarlas de otras cosas. ¿De dónde? ¿qué horas se van a borrar? ¿Las de religión? ¡Por Dios, no! ¿Quitaremos alguna asignagili como “Proyecto integrado”, la hora de tutoría lectiva? ¡No! ¡por Dios, por Dios! ¡sería antipedagógico!.. ¡Ya está! Hagamos lo siguiente, la mitad de las asignaturas serán impartidas en otro idioma. Así tendremos matemáticas en inglés, física en inglés, historia de España en inglés y, ¿por qué no? lengua castellana en inglés. Para ello se puede contratar profesores nativos para dar esas clases. Pero, claro, eso es muy caro. Con el sueldo que se le paga en este país a un docente, olvídense de contratar a un buen profesor inglés de física. Es mucho más barato si por las buenas o por decreto se obliga al profesorado a aprender otra lengua en sus ratos libres. Si tienen suerte y el presupuesto llega, hasta se les pueden quitar dos horas de clase a la semana (porque con eso da de sobra para aprender otro idioma) y pagarles unos días del verano en el país en cuestión. ¿Qué ocurre con los profesionales que se niegan a pasar por el aro? Se los arrincona o, en el caso de la enseñanza privada, directamente se los despide, con independencia de su valía como docentes. Mejor tener enseñantes mediocres en otro idioma que buenos en el propio
   ¿Que a los alumnos que tenían dificultades en matemáticas ahora la asignatura les resulta imposible al impartirla en otro idioma? ¿Que por mucho que se intente es imposible avanzar igual de rápido en los temarios? ¿Que, al final, hay que repetir en español lo que antes se dijo en inglés para que alguien lo entienda? ¿Y qué más da? ¿Acaso no saben nada de la nueva pedagogía? Las capacidades son lo importante y no los contenidos. Hay que desarrollar capacidades. ¡Los contenidos se aprenden en una tarde! Después, estos alumnos tan “capacitados” llegan a una facultad de ingeniería y cuando un profesor les pide que se aprendan de memoria un libro con las características de cada material, como no tienen hábito de adquirir contenidos, se estrellan y acaban en la carrera de arte dramático, donde los contenidos sí que se aprenden en una tarde. 
   Como me dijo una vez un director de un centro escolar, los alumnos aprenden a pesar de los sistemas educativos, así que es posible que, al final, podamos declarar el inglés segunda lengua nacional. Será muy útil, ya que, con el acervo de conocimientos que le vamos a transmitir a nuestros jóvenes, acabaremos siendo el país de camareros que, desde los alemanes a nuestros sucesivos gobiernos (todos ellos muy patriotas, muy henchidas sus venas por España), desean que seamos. Porque si la intención no fuese esa, si todo no fuese el enésimo truco para volvernos más incultos, más garrulos, más manipulables, se habría arbitrado una solución mucho mejor por simple, barata, eficaz y protectora de la industria cultural española, ésa por la que tanto claman contra la piratería: dejar de doblar cada película, cada serie, cada programa infantil, mantener el idioma original incluso en las retransmisiones de la NBA. Si las televisiones, y no las aulas, fuesen bilingües, como ocurre en Holanda, como ocurre en Portugal, como ocurre en Finlandia, hasta Ana Botella acabaría hablando en inglés.

jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Más Europa, es la guerra!

   Lo he ido insinuando por aquí y por allá, pero quiero decirlo con todas las letras: creo en Europa, creo en la vieja, decadente y burocratizada Europa. Si consultan con cualquier experto, discrepará mientras sonríe complacientemente. Les hablará de la potencia China, del imperio americano al que, aunque en crisis, todavía le queda mucho por colear, les mencionará que el número de patentes europeas desciende año tras año, incluso puede que les hable de la India o Brasil. Desconfíen. Probablemente será el mismo experto que puso por modelo a los "tigres asiáticos" hasta el mes antes de que se derrumbaran, el mismo que renombró a Irlanda como el "tigre celta" y que no se enteró de nada de lo que estaba pasando en Grecia hasta que fue tarde. Es cierto que las patentes europeas van disminuyendo progresivamente, pero también lo es que los científicos norteamericanos envidian proyectos como el LHC. Saben que en Europa es más fácil conseguir fondos para ciencia "pura" y temen que, a medio o largo plazo, eso suponga una ventaja estratégica. En cuanto a la India, ha progresado de modo asombroso, desgraciadamente le queda mucho para llegar a ser una potencia de índole mundial. Y, por supuesto, está China, que crece a un ritmo del 9% anual, mientras Europa no consigue pasar de un raquítico 2%. Lo que no se suele mencionar es que China necesita crecer a porcentajes de dos cifras para crear empleo y, creciendo a porcentajes de dos cifras es casi imposible evitar la inflación. Esta es una palabra de resonancias bíblicas en China. La inflación derivada de un patrón monetario fijado a la plata fue lo que desencadenó las turbulencias que culminaron en la guerra civil y el triunfo del Partido Comunista. Nadie mejor que ellos sabe que la inflación tumba gobiernos. Combinar creación de empleo con dominio de la inflación, desarrollo de las "zonas especiales" con el mantenimiento de la mayor parte de la población dedicada a la agricultura, no es un reto menor. Claro, que si estuviésemos hablando de Europa, sería una fruslería.
   Hagamos un poco de historia. En 1648 termina la Guerra de los Treinta Años. Para nosotros, seres medicalizados, es difícil imaginar la catástrofe que supuso esta guerra. El hambre, las enfermedades, que no los combates, dejaron despoblada centroeuropa. En buena medida, la guerra termina porque la escasez de habitantes ha dejado a los contendientes sin recursos económicos. Países en cuyo suelo no se combatió, como España, inician un declive del que ya no saldrán. Para cualquier región del mundo, la historia hubiese acabado aquí por unos cuantos siglos. Sin embargo, en esta guerra participa Descartes. Leibniz, Newton y Leeuwenhoek, entre otros muchos de una brillante generación de científicos y matemáticos, ya están en el mundo cuando termina. El siglo XIX se inicia con el ciclo de guerras napoleónicas. En 1848, las revoluciones románticas ponen de manifiesto que los problemas iniciados por ellas no han terminado. Pues bien, Hegel escribe su Fenomenología del Espíritu mientras oye los cañones de Napoleón a las puertas de Jena. Antes de que termine el siglo, Europa acaba de hacer una aportación a la humanidad que, para bien o para mal, lo cambiará todo: la revolución industrial. No contenta, el nuevo siglo lo inicia, otra vez, con una guerra. Aunque no es muy destructiva desde el punto de vista militar o económico, se lleva por delante una generación de jóvenes en los campos de Verdún o el Somme. Una década después, ya está alcanzando su madurez una nueva generación de científicos brillantes, la de Einstein o Heisenberg. Como todos estos retos parecían pequeños, decidimos hacernos el harakiri. 1945 es el año cero para Europa. No ha quedado nada en pie de lo que fue, ni militar, ni económica, ni arquitectónica, ni moralmente hablando. Devastada, medio hibernada por culpa de una guerra fría, veinte años después está asombrando al mundo con una revolución en la cultura de masas. Salimos de nuestro estado de hibernación a finales de los ochenta y todavía hay quien se asombra de que tengamos las articulaciones rígidas.
   "Bueno, se me dirá, todo eso es historia, el futuro..." El futuro es brillante. Como se decía en el filme del majadero de Lars von Trier, esto es Europa y aquí todo el mundo ha traicionado a todo el mundo. No sólo nos hemos traicionado, nos hemos peleado, combatido, humillado, violado y exterminado de todas las maneras que cabría imaginar. En cualquier otro lugar del planeta eso hubiese significado la perduración de odios atávicos. En Europa nos ha hecho llegar a la conclusión de que es hora de intentar lo que nunca antes habíamos intentado: entendernos y convivir. Países sin una tradición cultural, sin un idioma, sin una política común, han decidido crear un proyecto de Estado.
   Un amigo mío que no es hermeneuta, me planteó una cuestión digna de tal: "¿cómo voy a compartir yo cosas con un granjero escocés? ¿qué tengo yo en común con un granjero escocés?" Pues ésa es la gracia de toda esta historia. Como han demostrado los chats, los foros y demás, con quien estamos dispuestos a compartir cosas es con quien no tenemos nada que ver, aunque sí posibilidades de comunicarnos. Con quien lo tenemos todo en común, lengua, cultura, costumbres y normas de comportamiento, es con nuestro vecino de al lado, ése al que no podemos ver ni en pintura y al que, por no comunicarle, ni siquiera le damos los buenos días. Al nivel de países, un caso que a mí me resulta particularmente triste es el de Iberoamérica. Desde río Bravo a Tierra del fuego, una pluralidad de pueblos comparte un idioma y un bagaje cultural común (por mucho que pueda considerarse que fueron impuestos). ¿Para qué les ha servido? Pues, hasta ahora, desgraciadamente, para que se entiendan sin problemas cuando se insultan. Bolivia perdió su acceso al mar a resultas de la Guerra del Pacífico (o del guano o del salitre) en 1883. El tratado de paz entre ambos países tardó 21 años en firmarse. ¡¡Y el artículo correspondiente en la Wikipedia todavía está sometido a discusión!! Por lo que tengo entendido, a los niños bolivianos se les sigue inculcando el odio a Chile como si la guerra hubiese terminado ayer.
   En esta Europa en la que no compartimos lengua ni cultura, tenemos un país llamado Polonia. No es que le hayamos quitado su salida al mar, es que nos lo hemos repartido un par de veces. Prácticamente todas las sagradas tierras de nuestros padres fueron holladas por botas francesas y la inmensa mayoría también por botas alemanas. ¿Inculcamos el odio al vecino en nuestros hijos? ¡Hombre, la verdad es que ganas no nos faltan! Pero, en lugar de eso, los europeos han creado las becas Erasmus. Mediante ellas, miles de estudiantes europeos pasan seis u ocho meses en universidades de otro país. Es el mayor instrumento de integración jamás puesto en marcha. Ha contribuido, de modo fundamental, a fomentar no ya el entendimiento o la comprensión, sino el amor entre los pueblos... o, por lo menos, el sexo. Y es que, seamos francos, nuestra opinión acerca de otro país mejora sensiblemente cuando uno consigue, por fin, echar un buen polvete en él (aunque sea con nuestra/o novia/o de toda la vida). Si de verdad se quiere consolidar la integración en Iberoamérica, en lugar de grandilocuentes discursos, haría falta generalizar unas becas de este tipo. Aunque no es preciso ir tan lejos. Nada contribuiría más a la unidad de España que unas becas Erasmus internas. Estudiantes de Sevilla podrían ir becados al País Vasco, Cataluña, Canarias o Galicia y todas las viceversas posibles. Con un instrumento de este género, la rémora de los nacionalismos (vasco, catalán, gallego, canario, español, etc.) que llevamos arrastrando más de dos siglos, desaparecería de nuestras vidas tan rápido como suelen hacerlo los preservativos usados. Pero, claro, políticamente no interesa.
   Llegamos así a la razón por la que tengo que creer en el proyecto Europa: detesto las fronteras. Nadie ha matado más gente ni ha causado más infelicidad que el tipo que las inventó. Se pueden argumentar muchas cosas a favor de ellas. Yo entiendo algunos de esos argumentos, pero nada me evitaría ser feliz si me diesen una goma con la que borrar de los mapas todas las fronteras. Por eso, un proyecto que pretende anular las fronteras entre 27 ó 30 países, las fronteras por las que tanta sangre se ha vertido, sólo puede contar con mi más caluroso y entusiástico apoyo. Y de nada me sirve que se me argumente que esta Europa es la Europa del capital o la Europa de los políticos. Ambos son argumentos que implican un error deductivo. Si se dice que ésta es la Europa del capital, se están presuponiendo los planteamientos marxistas. Leyendo detenidamente a Marx uno encontrará que, según él, el capital se mueve de modo contradictorio y anula las fronteras a la vez que las reconstituye. Pero cuando Marx dice eso, está simplemente, describiendo una situación. Lo que el proletariado debe hacer es aprovechar ese carácter contradictorio del capital en su propio beneficio. En lo que a nosotros se refiere, decir que ésta es la Europa del capital es, en realidad, un argumento para participar en ella y aprovechar los resquicios que ofrece para transmutarla en otra cosa.
   Aún más grave es el oxímoron que pasa por rechazar el proyecto de construcción europeo como un proyecto "de los políticos". En efecto, esta afirmación revela una grave contradicción en nuestras ideas. Por una parte, asumimos que el nivel de estulticia en la sangre de los políticos es bastante más alto que en la población en general. Por otra, nos oponemos a hacer lo que los políticos nos piden porque consideramos que siempre favorecerá sus intereses, dado que son... ¿muy inteligentes? Si, efectivamente, son tontos, desearán cosas que, en realidad, están lejos de favorecerles. Comprobar que es ésta, precisamente, la situación, es fácil, basta con observar el rictus que se les queda a nuestros gobernantes, empezando por Frau Merkel y Herr Schäuble, cada vez que se menciona en su presencia la palabra "eurobono".

domingo, 21 de agosto de 2011

Siria

   Con frecuencia, los países quedan atrapados en su acto fundacional y no son capaces más que de recrearlo una y otra vez bajo diferentes formas. Es el caso de Pakistán y su traumática separación de la India, es el caso de España y la unificación de las coronas de Castilla y Aragón y es caso de Siria y Líbano. Para los sucesivos gobiernos sirios y para una parte de la población libanesa, la frontera que separa a ambos países es, simplemente, un resultado de la frontera que delimitaba los protectorados francés y británico. El panarabismo sirio, sus reyertas con Israel y su intervencionismo en Líbano son tres aspectos de esta fijación. Pero, cuando se plantean de este modo las cuestiones, acaban por no ser nunca unidireccionales y así llegamos a la situación actual.
   Siria es un Estado autoproclamado socialista, con lo que tiene el dudoso honor de ser la primera monarquía republicana y socialista de la historia. Aunque suene raro, existen numerosos ejemplos de esta suerte de oxímoron. Napoleón, por ejemplo, fue emperador de una república y, en tiempos más recientes, Corea del Norte es una monarquía comunista. Otro caso es Grecia, una república parlamentaria con una familia real, los Papandreu que, cada cierto tiempo, heredan el cargo de presidente del PASOK y, a la corta o a la larga, de Primer Ministro. El trono sirio está ocupado por un tipo que es mismamente el príncipe Felipe pero con bigote y expresión mucho más aviesa.
   A raíz de las recientes revoluciones mediterráneas (porque ni en España ni en Israel ha habido muchos árabes en las manifestaciones), una parte de la población siria ha llegado a la conclusión de que ellos también quieren democracia y libertad (por cierto, a los que ya no somos jóvenes, ese grito de "democracia y libertad" nos suena de algo ¿verdad?) Pero Siria no es España, ni Israel, ni Egipto y ni siquiera Libia. Tiene un ejército que durante cuarenta y tantos años se ha estado entrenando, se suponía que para la liberación de los Altos del Golán, pero que ahora está claro para qué lo hacía. Si hemos de creer las noticias que llegan desde el interior del país, ese ejército lleva más de cinco meses disparando contra la población civil y arrasando ciudades. Si hemos de creer a la prensa oficial, está defendiendo a la población de bandas armadas que la masacran, pero que se dejan filmar tan ricamente cuando se acerca la televisión estatal. Juzguen Uds. mismos. Yo suelo creerme muy pocas de las cosas que dice una televisión estatal, sea del país que sea. Alguien que sabe que unidades del ejército van a asaltar su ciudad, que sabe que va a morir en el anonimato, que sabe que después de cinco meses la situación no avanza y que, aún así, está dispuesto a salir a la calle para manifestarse, merece respeto, admiración y apoyo. Respeto, admiración y apoyo que, desde luego, no les están llegando de las muy libres y democráticas sociedades occidentales.
   Las muy libres y democráticas sociedades occidentales están mirando hacia otro lado, como miraron en el caso de Bahrein y como ya habían hecho algo antes en el caso de Tian’anmen. Y es que, ya se sabe, la democracia y la libertad están muy bien para Europa, porque aquí está claro que no van a entrar en conflicto con otra libertad más importante, la del mercado, pero para otros países... Verdaderamente, ¿qué situación más beneficiosa para los intereses occidentales puede esperarse en Siria que la dictadura de este sátrapa? Francia y Estados Unidos parecen haber llegado a un acuerdo tácito con él por el que sus tejemanejes en Líbano se van a hacer ahora bajo una pátina democrática, es decir, cada uno apoyará a sus aliados políticos. Para Israel, los Asad desde la Guerra del Yon Kipur, son una perita en dulce. Mantienen el control de los Altos del Golán, desde los que se domina el camino hacia Damasco sin mayores sobresaltos. Cuando sacan un poco los pies del tiesto, les bombardean una central nuclear y ni rechistan. Es cierto que, de vez en cuando, les azuzan a las milicias de Hezbollah, pero eso está incluso bien si se pueden ocultar escándalos políticos, problemas económicos y crisis sociales con un buen bombardeo del sur del Líbano. A todo ello hay que añadir que, con el actual Asad, ha habido una liberalización económica que a todos ha interesado.
   Este es el punto en el que el intervencionismo sirio en Líbano obtiene su justo reflujo. Para empezar, se rumorea que si los opositores al régimen poseen teléfonos por satélite y acceso a Internet es gracias a poderosos hombres de negocios libaneses con poco apego por Siria. Además, el tipo con la cara del príncipe Felipe estreñido, sigue en el poder porque las clases medias de Siria y una buena parte del ejército (junto con las potencias occidentales), temen que su desaparición conduzca a una libanización de Siria, con partidos encerrados en sus comunidades étnicas y/o religiosas y la constante amenaza de una guerra civil.
   Todos los dictadores juegan con el fantasma de una guerra civil y a todos ellos se los mantiene en el poder porque la democracia no está hecha para... Libia, Egipto, Siria... España. ¿Se acuerdan? Los que ya vamos cumpliendo más años de la cuenta, recordamos que también los gritos pidiendo democracia y libertad en España solían obtener la réplica de que la democracia y la libertad no estaban hechos para los españoles. Los únicos que parecen haber creído en el derecho de cualquier pueblo a la democracia y la libertad han sido los "facinerosos" de Anonymous, que hace ya meses lanzaron un raid contra las páginas web de las embajadas sirias en Europa. Triste destino el de nuestras democracias ciertamente, si los únicos que defienden su exportación a otros países son los que se hallan en el límite de su legalidad. Y si la pregunta es "¿qué puedo hacer yo?" la respuesta es, como siempre, muchas cosas, empezando por aquí.