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domingo, 23 de septiembre de 2012

Portugal

   España limita al Norte con Francia, al Este con el Mediterráneo, al Sur con Marruecos y al Oeste con una cosa que todos sabemos que está ahí, pero que nadie conoce. Si uno analiza el turismo español, encontrará que, tradicionalmente, ha habido más afluencia a la lejana y cara Praga que a Lisboa. Ud. dice: "he pasado unos días en Lisboa" y la gente le mira raro, como si, repentinamente, se hubiesen acordado de la existencia de una remota ciudad con ese nombre. En las hermosas tierras lusitanas, encontrará numerosos portugueses que hablan español o, al menos, una versión suavizada y sin acentos de su lengua, versión ésta a la que se conoce como "portuñol". ¿Cuántos españoles hablan portugués? Ni uno. Bueno, es mentira, yo tengo un primo que estudió portugués, pero eso sólo demuestra lo raros que somos en mi familia. Los españoles no aprendemos idiomas ni a tiros. Nos inculcan con cinco años que nuestra lengua la hablan 300 millones de personas y que es un idioma en expansión, así que los niños ven inútil aprender inglés, alemán, chino o cualquier cosa parecida. Ahora las cosas están cambiando, las familias se pirran porque sus hijos estén en un colegio bilingüe y dominen el inglés antes de saber leer. En cualquier caso, sigue habiendo algo pacato en nuestra mentalidad. Hablar idiomas significa hoy hablar inglés. ¿Para qué aprender varios idiomas si con el inglés se puede ir a todas partes? Pero me estoy desviando del tema sobre el que quería escribir.
   Portugal es un país lleno de encanto, con ciudades maravillosas, playas preciosas (aunque de aguas heladas) y una dulce melancolía que lo envuelve todo. Los portugueses son gente humilde, trabajadora, que siempre parecen estar y no estar, como si tratasen de pasar desapercibidos. Naturalmente, hay gente engreída, pero un portugués engreído es un español modesto... Y después está Mourinho. Por algo los portugueses declararon fiesta nacional el día en que lo fichó el Chelsea.
   La relación entre españoles y portugueses es la de un matrimonio feliz, dormimos espalda con espalda. Históricamente siempre hemos estado en alianzas diferentes, nosotros con los franceses y ellos con los ingleses. La cosa cambió con el surgimiento de la Comunidad Europea. Los ingleses entraron porque estaba Francia, aparte de eso nunca le han encontrado aliciente. Tampoco los portugueses se lo veían, pero la posibilidad de que entrase España cambió las cosas. Tuvieron que hacer una difícil elección. De un lado estaba la posibilidad de que un día dejara de existir su frontera con nosotros, de otro, que España estuviese en Europa y ellos no. Al final, se tragaron el sapo fronterizo y entraron.
   Los portugueses nos admiran, nos temen y nos desprecian a partes iguales. Desprecian nuestra arrogancia, temen el hecho de que seamos más que ellos y admiran nuestro civismo a la hora de conducir. Es imposible explicar esto último si Ud. no pasado por la inefable experiencia de conducir por las carreteras portuguesas. Todavía me acuerdo de una ocasión en la que estaba al volante de mi coche, esperando que un semáforo lisboeta se pusiera en verde. Llegó un conductor autóctono por detrás y empezó a echarme las largas para que me lo saltara. Pese a ello, a mí siempre me ha parecido que Portugal iba por delante de nosotros en muchas cosas. Por ejemplo, los portugueses se libraron de su dictadura un año antes que nosotros de la nuestra. Y no porque se les muriese el dictador en su cama como nuestro tormento, no. Una generación de mandos intermedios, ideologizados en las guerras coloniales, plantaron los tanques en la calle con dos narices. De inmediato, el pueblo salió a manifestarse, para dejar claro de parte de quién estaba. Ahí aparecieron los claveles y un nombre para la historia.
   Otra razón por la que creo que Portugal va por delante de nosotros es que tiene curiosas tradiciones. Una de ellas es que si un ministro tiene responsabilidad en un escándalo, ofrece un trato de favor a un familiar, insulta a un diputado o cualquier cosa semejante, ¡dimite! Sí, sí, los ministros pueden dimitir. Yo me enteré, precisamente, por la noticia de la dimisión de un ministro portugués. Siempre había pensado que las constituciones democráticas lo prohibían. En España, cuando a uno le entregan la cartera de ministro, en ella van los correspondientes remaches del 14 especial, con los cuales queda ya atornillado a la poltrona hasta el siguiente cambio de gobierno. El único ministro que dimitió, hasta donde yo recuerdo, fue Manuel Pimentel. Este singular personaje de la derecha española, no dejó el gobierno por un escándalo, sino por desacuerdos con la política sobre inmigración, es decir, por principios. No me extrañó que después acabase por abandonar la cúpula del PP cuando Pepe Mari decidió pasar a la historia invadiendo Irak. Manuel Pimentel es un ejemplo más de que quien no entra en la política para medrar, acaba por irse.
   Portugal nos mostró el camino, de nuevo, cayendo al abismo antes que nosotros. En realidad, no había motivos para ello. Sus cifras macroeconómicas no habían empeorado significativamente en los últimos años, sus bancos no se habían vuelto locos de codicia como en Irlanda, no habían mentido sobre las cuentas públicas como Grecia y ni siquiera habían tenido una burbuja inmobiliaria como la nuestra. Simplemente, era una economía pequeña, era posible tumbarla y los merkados fueron a por ella. Si Portugal hubiese tenido el tamaño de España, estaría todavía viéndolas venir, como Francia o Bélgica. Y llegaron los hombres de negro, con sus hojas de cálculo, sus informes de mil páginas y sus poderosísimas herramientas de análisis para hacer lo mismo que hacía mi madre cuando los rosales no daban rosas: podar todo lo podable. Algunas veces, a mi madre le salía bien y el rosal, escarmentado, comenzaba a echar flores antes de que le volvieran a salir las hojas. La mayor parte de las veces les ocurría como a los países sudamericanos en las décadas de los 70 y los 80, como a Grecia, a Irlanda, a España y a Portugal, esto es, se deprimían y se morían. Los portugueses, de hecho, llegaron a la conclusión de que no querían un país recortado, que les habían metido a la fuerza en un proyecto en el que no querían estar, que les estaban robando la vida para que unas cifras, que por sí mismas no significan nada, cuadrasen. El sábado 15 de septiembre se lanzaron a la calle, unos 300.000 en Lisboa, alrededor de un millón en todo el país. Las manifestaciones las llenaron los perroflautas de siempre: jubilados, policías de paisano, funcionarios en general, parados, estudiantes, familias enteras. Corearon esloganes simples, pidieron cosas elementales: que se les dé a quienes lo necesitan, que se les quite a quienes tienen, que se emplee racionalmente lo recaudado, que no se les robe el futuro a generaciones enteras. Ahora, esos perroflautas asisten a cada acto político, a cada cena pagada con dinero público, a cada bonita fotografía para la posteridad, con huevos, tomates y carteles donde puede leerse: "ladrones". Este sábado, más de 10.000 personas se han concentrado frente a la sede de la jefatura de Estado, a la hora en que estaban reunidos el Presidente de la República, el Primer Ministro y buena parte de su gabinete, entre otras personalidades. A diferencia de la, supuestamente, democrática España, no se ha detenido a ningún instigador de la protesta antes de que haya cometido delito alguno. El Sr. Passos Coelho, que hasta ayer, como el Sr. De Guindos, sólo parecía ufano cuando los podadores le daban una palmadita en la espalda, ya ha dicho que una cosa es ser firme y otra intransigente. Su sólido gobierno se tambalea y acaba de descubrir que, al fin y al cabo, en las reuniones de primeros ministros europeos hay 25 para tirarle de las orejas y en las calles portuguesas hay millones. Por todo ello, pienso que nuestros vecinos peninsulares están, otra vez, mostrándonos el camino a seguir.

jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Más Europa, es la guerra!

   Lo he ido insinuando por aquí y por allá, pero quiero decirlo con todas las letras: creo en Europa, creo en la vieja, decadente y burocratizada Europa. Si consultan con cualquier experto, discrepará mientras sonríe complacientemente. Les hablará de la potencia China, del imperio americano al que, aunque en crisis, todavía le queda mucho por colear, les mencionará que el número de patentes europeas desciende año tras año, incluso puede que les hable de la India o Brasil. Desconfíen. Probablemente será el mismo experto que puso por modelo a los "tigres asiáticos" hasta el mes antes de que se derrumbaran, el mismo que renombró a Irlanda como el "tigre celta" y que no se enteró de nada de lo que estaba pasando en Grecia hasta que fue tarde. Es cierto que las patentes europeas van disminuyendo progresivamente, pero también lo es que los científicos norteamericanos envidian proyectos como el LHC. Saben que en Europa es más fácil conseguir fondos para ciencia "pura" y temen que, a medio o largo plazo, eso suponga una ventaja estratégica. En cuanto a la India, ha progresado de modo asombroso, desgraciadamente le queda mucho para llegar a ser una potencia de índole mundial. Y, por supuesto, está China, que crece a un ritmo del 9% anual, mientras Europa no consigue pasar de un raquítico 2%. Lo que no se suele mencionar es que China necesita crecer a porcentajes de dos cifras para crear empleo y, creciendo a porcentajes de dos cifras es casi imposible evitar la inflación. Esta es una palabra de resonancias bíblicas en China. La inflación derivada de un patrón monetario fijado a la plata fue lo que desencadenó las turbulencias que culminaron en la guerra civil y el triunfo del Partido Comunista. Nadie mejor que ellos sabe que la inflación tumba gobiernos. Combinar creación de empleo con dominio de la inflación, desarrollo de las "zonas especiales" con el mantenimiento de la mayor parte de la población dedicada a la agricultura, no es un reto menor. Claro, que si estuviésemos hablando de Europa, sería una fruslería.
   Hagamos un poco de historia. En 1648 termina la Guerra de los Treinta Años. Para nosotros, seres medicalizados, es difícil imaginar la catástrofe que supuso esta guerra. El hambre, las enfermedades, que no los combates, dejaron despoblada centroeuropa. En buena medida, la guerra termina porque la escasez de habitantes ha dejado a los contendientes sin recursos económicos. Países en cuyo suelo no se combatió, como España, inician un declive del que ya no saldrán. Para cualquier región del mundo, la historia hubiese acabado aquí por unos cuantos siglos. Sin embargo, en esta guerra participa Descartes. Leibniz, Newton y Leeuwenhoek, entre otros muchos de una brillante generación de científicos y matemáticos, ya están en el mundo cuando termina. El siglo XIX se inicia con el ciclo de guerras napoleónicas. En 1848, las revoluciones románticas ponen de manifiesto que los problemas iniciados por ellas no han terminado. Pues bien, Hegel escribe su Fenomenología del Espíritu mientras oye los cañones de Napoleón a las puertas de Jena. Antes de que termine el siglo, Europa acaba de hacer una aportación a la humanidad que, para bien o para mal, lo cambiará todo: la revolución industrial. No contenta, el nuevo siglo lo inicia, otra vez, con una guerra. Aunque no es muy destructiva desde el punto de vista militar o económico, se lleva por delante una generación de jóvenes en los campos de Verdún o el Somme. Una década después, ya está alcanzando su madurez una nueva generación de científicos brillantes, la de Einstein o Heisenberg. Como todos estos retos parecían pequeños, decidimos hacernos el harakiri. 1945 es el año cero para Europa. No ha quedado nada en pie de lo que fue, ni militar, ni económica, ni arquitectónica, ni moralmente hablando. Devastada, medio hibernada por culpa de una guerra fría, veinte años después está asombrando al mundo con una revolución en la cultura de masas. Salimos de nuestro estado de hibernación a finales de los ochenta y todavía hay quien se asombra de que tengamos las articulaciones rígidas.
   "Bueno, se me dirá, todo eso es historia, el futuro..." El futuro es brillante. Como se decía en el filme del majadero de Lars von Trier, esto es Europa y aquí todo el mundo ha traicionado a todo el mundo. No sólo nos hemos traicionado, nos hemos peleado, combatido, humillado, violado y exterminado de todas las maneras que cabría imaginar. En cualquier otro lugar del planeta eso hubiese significado la perduración de odios atávicos. En Europa nos ha hecho llegar a la conclusión de que es hora de intentar lo que nunca antes habíamos intentado: entendernos y convivir. Países sin una tradición cultural, sin un idioma, sin una política común, han decidido crear un proyecto de Estado.
   Un amigo mío que no es hermeneuta, me planteó una cuestión digna de tal: "¿cómo voy a compartir yo cosas con un granjero escocés? ¿qué tengo yo en común con un granjero escocés?" Pues ésa es la gracia de toda esta historia. Como han demostrado los chats, los foros y demás, con quien estamos dispuestos a compartir cosas es con quien no tenemos nada que ver, aunque sí posibilidades de comunicarnos. Con quien lo tenemos todo en común, lengua, cultura, costumbres y normas de comportamiento, es con nuestro vecino de al lado, ése al que no podemos ver ni en pintura y al que, por no comunicarle, ni siquiera le damos los buenos días. Al nivel de países, un caso que a mí me resulta particularmente triste es el de Iberoamérica. Desde río Bravo a Tierra del fuego, una pluralidad de pueblos comparte un idioma y un bagaje cultural común (por mucho que pueda considerarse que fueron impuestos). ¿Para qué les ha servido? Pues, hasta ahora, desgraciadamente, para que se entiendan sin problemas cuando se insultan. Bolivia perdió su acceso al mar a resultas de la Guerra del Pacífico (o del guano o del salitre) en 1883. El tratado de paz entre ambos países tardó 21 años en firmarse. ¡¡Y el artículo correspondiente en la Wikipedia todavía está sometido a discusión!! Por lo que tengo entendido, a los niños bolivianos se les sigue inculcando el odio a Chile como si la guerra hubiese terminado ayer.
   En esta Europa en la que no compartimos lengua ni cultura, tenemos un país llamado Polonia. No es que le hayamos quitado su salida al mar, es que nos lo hemos repartido un par de veces. Prácticamente todas las sagradas tierras de nuestros padres fueron holladas por botas francesas y la inmensa mayoría también por botas alemanas. ¿Inculcamos el odio al vecino en nuestros hijos? ¡Hombre, la verdad es que ganas no nos faltan! Pero, en lugar de eso, los europeos han creado las becas Erasmus. Mediante ellas, miles de estudiantes europeos pasan seis u ocho meses en universidades de otro país. Es el mayor instrumento de integración jamás puesto en marcha. Ha contribuido, de modo fundamental, a fomentar no ya el entendimiento o la comprensión, sino el amor entre los pueblos... o, por lo menos, el sexo. Y es que, seamos francos, nuestra opinión acerca de otro país mejora sensiblemente cuando uno consigue, por fin, echar un buen polvete en él (aunque sea con nuestra/o novia/o de toda la vida). Si de verdad se quiere consolidar la integración en Iberoamérica, en lugar de grandilocuentes discursos, haría falta generalizar unas becas de este tipo. Aunque no es preciso ir tan lejos. Nada contribuiría más a la unidad de España que unas becas Erasmus internas. Estudiantes de Sevilla podrían ir becados al País Vasco, Cataluña, Canarias o Galicia y todas las viceversas posibles. Con un instrumento de este género, la rémora de los nacionalismos (vasco, catalán, gallego, canario, español, etc.) que llevamos arrastrando más de dos siglos, desaparecería de nuestras vidas tan rápido como suelen hacerlo los preservativos usados. Pero, claro, políticamente no interesa.
   Llegamos así a la razón por la que tengo que creer en el proyecto Europa: detesto las fronteras. Nadie ha matado más gente ni ha causado más infelicidad que el tipo que las inventó. Se pueden argumentar muchas cosas a favor de ellas. Yo entiendo algunos de esos argumentos, pero nada me evitaría ser feliz si me diesen una goma con la que borrar de los mapas todas las fronteras. Por eso, un proyecto que pretende anular las fronteras entre 27 ó 30 países, las fronteras por las que tanta sangre se ha vertido, sólo puede contar con mi más caluroso y entusiástico apoyo. Y de nada me sirve que se me argumente que esta Europa es la Europa del capital o la Europa de los políticos. Ambos son argumentos que implican un error deductivo. Si se dice que ésta es la Europa del capital, se están presuponiendo los planteamientos marxistas. Leyendo detenidamente a Marx uno encontrará que, según él, el capital se mueve de modo contradictorio y anula las fronteras a la vez que las reconstituye. Pero cuando Marx dice eso, está simplemente, describiendo una situación. Lo que el proletariado debe hacer es aprovechar ese carácter contradictorio del capital en su propio beneficio. En lo que a nosotros se refiere, decir que ésta es la Europa del capital es, en realidad, un argumento para participar en ella y aprovechar los resquicios que ofrece para transmutarla en otra cosa.
   Aún más grave es el oxímoron que pasa por rechazar el proyecto de construcción europeo como un proyecto "de los políticos". En efecto, esta afirmación revela una grave contradicción en nuestras ideas. Por una parte, asumimos que el nivel de estulticia en la sangre de los políticos es bastante más alto que en la población en general. Por otra, nos oponemos a hacer lo que los políticos nos piden porque consideramos que siempre favorecerá sus intereses, dado que son... ¿muy inteligentes? Si, efectivamente, son tontos, desearán cosas que, en realidad, están lejos de favorecerles. Comprobar que es ésta, precisamente, la situación, es fácil, basta con observar el rictus que se les queda a nuestros gobernantes, empezando por Frau Merkel y Herr Schäuble, cada vez que se menciona en su presencia la palabra "eurobono".

miércoles, 10 de agosto de 2011

"Son puras matemáticas" (y 2)

   No son las matemáticas las que han conducido a Grecia donde está. Grecia ha llegado donde está porque carece de un sistema fiscal serio (los inspectores de hacienda griegos tienen fama, no sé si merecida o no, de ser los más corruptos de Europa), ha gastado más de lo debido durante años y, encima, ha mentido reiteradamente acerca de sus cuentas públicas. Irlanda, como Islandia, alentó la expansión de unos bancos que llegaron a tener más dinero invertido en productos especulativos del que podían generar sus pequeñas economías patrias. Portugal, país que quizás sea el primero en salir del agujero, nunca ha tenido una economía muy productiva. Pero España, como siempre, es diferente.
   A pesar de todos los pesares, el Banco de España es la institución más seria del país. No es que eso sea decir mucho en este país de opereta, pero es un dato a tener en cuenta. Desde hace décadas lleva a cabo una lucha soterrada con los políticos por el control (es decir, el descontrol) de las cajas de ahorro. Si queremos entender la raíz del problema hay que aclarar que las cajas de ahorro en España son como el sistema de correos en Japón, el retiro dorado al que se van los políticos y altos cargos que abandonan poltronas más visibles. A cambio, las cajas son las que más generosamente dan créditos en época de elecciones. No sólo daban créditos a los partidos políticos. En contra de las recomendaciones del Banco de España, dieron barra libre a los promotores inmobiliarios, esos que se las apañaban para conseguir la recalificación de terrenos y dar un pelotazo tras otro. ¿Y quiénes eran los encargados de efectuar esas recalificaciones? Obviamente, los políticos no realizaban tales favores a cambio de comisiones para financiar los partidos, era todo por amor al servicio público. Resultaba lógico, por tanto, que hicieran lo posible para dejar el sistema financiero en manos de las cajas. Llegaron a promulgar una ley por la cual una caja podía comprar un banco pero no a la inversa. Cuando la tendencia económica cambió, las cajas de ahorro se encontraron con un montón de créditos imposibles de cobrar.
   Desde hace unos años, el Banco de España está tratando de poner orden. En primer lugar, exigió que las cajas se reagruparan y trabajaran bajo una licencia bancaria. Esencialmente esta última maniobra las dejaba bajo su control exclusivo. En cuanto a agruparlas, también era una medida sensata. No es lo mismo intervenir cuatro entidades, aunque sean grandes, que veinte pequeñas. Lo primero sería interpretado por los inversores internacionales como actuaciones puntuales, lo segundo como una señal de que el sistema está podrido.
   Por otra parte, se ha actuado de modo implacable contra quienes han osado desviarse lo más mínimo del guión. Es el caso de la CAM y fue el caso de CajaSur. El Banco Central realizó un asalto fulgurante a la caja de la Iglesia... ¡Un momento! ¿La caja de la Iglesia?... ¿los seguidores de Jesucristo se dedicaban a la usura?... No puede ser. Esperen, voy a consultar mis fuentes... Pues sí, la caja de la Iglesia, ¡qué cosas! Como decía, tras asaltarla, fue puesta a la venta y adjudicada a una entidad vasca pese a los gritos de nuestro presidente de la Junta de Andalucía, Pepito Griñán. Que efectivamente esta adjudicación obedeciese a una maniobra del gobierno para conseguir el necesario apoyo del PNV o no, no viene al caso. De cara a la galería todo quedó como un proceso realizado de acuerdo con las exigencias del banco central.
   Pues bien, la cantidad de dinero que las cajas tienen expuesta en forma de créditos a la vivienda de difícil cobro es lo que se conoce como “exposición al ladrillo” y es una de las causas de que los inversores internacionales no quieran comprar bonos españoles, esto es, del aumento del “riesgo país”. Curiosamente, como hemos visto, los responsables últimos de esta situación son nuestros políticos. El temor actual radica en la sospecha de que la cantidad real de dinero expuesto de esta manera sea muy superior a lo declarado. En realidad, no es una sospecha, es un hecho. No obstante, la situación no es tan grave. En el peor de los casos, que las cajas de ahorros tuvieran que acudir a una especie de concurso de acreedores, siempre tendrían algo que llevar a él, a saber, pisos o terrenos, cuyo valor tal vez fuese escaso, pero tendrían algún valor. Si los bancos irlandeses, franceses o alemanes se vieran en esta situación, lo único que tendrían que llevar a ese concurso de acreedores serían pilas enormes de cheques sin fondo, es decir, bonos de países en suspensión de pagos. Por tanto, el agujero de las cajas de ahorro puede ser grande, puede ser enorme, pero nunca será un agujero negro que se trague al país entero, como ha ocurrido con Irlanda.
   Por otra parte, el mercado inmobiliario español puede bajar, puede bajar mucho, pero difícilmente se desplomará. Un factor que no parece estar tomándose en consideración en los diferentes análisis del sector es que éste es un país con una escasa movilidad geográfica. La mayoría de la gente se muere en un radio de unos 20 Km del lugar donde ha nacido. El resultado es que, incluso en estos tiempos, permanecemos aferrados a la idea de que alquilar una vivienda es tirar el dinero a la basura y que una casa en propiedad es una inversión a largo plazo. Por tanto, es poco probable que la "exposición al ladrillo" acabe por convertirse en un agujero sin fondo. Estos factores, en cuanto la situación se calme un poco y los análisis vuelvan a ser racionales, jugarán a nuestro favor.
   El segundo elemento que nos ha llevado a la situación en la que estamos es el déficit público. España tiene uno de los mayores déficits públicos de la zona euro. No obstante, ésta tampoco es una cuestión tan grave. Países como Italia o Bélgica están en una situación peor. Tal vez sus déficits no sean tan altos como el nuestro, pero es poco probable que lo disminuyan de modo significativo. Italia, el país que inventó una nueva acepción para el término "tangente", el país que ha promulgado varias amnistías fiscales y que poco menos que alienta la evasión de capitales, es poco probable que sea capaz de disminuir su déficit público. Por lo que me cuentan quienes conocen el país, en Bélgica hay carreteras que no conducen a ninguna parte. Simplemente había que construir una carretera en Valonia y había que hacer los mismos kilómetros de carretera en Flandes (o viceversa). No son circunstancias muy favorables para disminuir el déficit público. A ello hay que añadir que 400 días después de las elecciones los políticos belgas consiguieron ponerse de acuerdo no en la formación de un gobierno sino en los principios básicos que debían regir la negociación para la futura formación de gobierno (sí, en todas partes cuecen habas).
   En la época de Solbes, España encadenó un superávit detrás de otro. Que estos superavits fuesen ficticios o no, no quita para demostrar que, pese a nuestra habitual tendencia a vivir por encima de nuestras posibilidades, el Estado sabe cómo contener el gasto. De hecho lo está haciendo y, muy probablemente, los resultados serán incluso mejores de lo previsto. Otra cosa es que sea lo suficientemente bajo como para compensar el déficit de las autonomías. Pero, de nuevo, aquí las perspectivas son buenas. Si todo va como dicen las encuestas, de las próximas elecciones saldrá un gobierno del mismo color que las autonomías, lo cual debe contribuir a aunar esfuerzos en la reducción del déficit público. Este también debería ser un dato que cuente a nuestro favor cuando se racionalice la toma de decisiones por parte del mercado. En cualquier caso, de lo que acabamos de decir se deduce una curiosa consecuencia y es que, sin más análisis, ya podemos tener claro que el déficit público es responsabilidad de nuestros políticos.
   Finalmente, el tercer elemento que ha conducido a la desconfianza de los inversores internacionales es la deuda pública. En realidad, este dato habla claramente a nuestro favor. Hace apenas unos meses se daba por descontado que acabaría llegando al 80% del PIB. En estos momentos, ni los análisis más pesimistas tomando en consideración los resultados más adversos suponen que se vaya más allá del 75%, lo cual nos deja, en todo caso, por debajo de la media en la zona euro. Los cálculos dicen que si un Estado tiene que pagar más de un 7% por sus bonos, su situación se hace insostenible. Una deuda pública claramente por debajo de un 80% debería permitirnos incluso llegar algo por encima de ese tipo de interés, lo cual nos debería conceder un cierto margen de actuación. No es el caso de Italia. Con una deuda pública del 128%, un interés por encima del 5% implica que su deuda pública tendrá que aumentar necesariamente, esto es, resulta insostenible.
   De todo lo anterior se deducen una serie de consecuencias. La primera es que la situación de la deuda soberana de España no debería ser la que es. De hecho, debería ser sensiblemente mejor que la de Italia o Bélgica. La segunda es que, si no es ésta la situación en la que nos encontramos, los responsables últimos son los que hicieron que las cajas de ahorro prestaran dinero a quienes no debían y que el déficit público se disparase. Esos que parecen pertenecer a una generación de gente de su clase, que ocupa los altos puestos de toda Europa, con un nivel de estulticia en sangre muy superior al que debería estar permitido para ocupar esos cargos. Es de estos políticos incapaces de quienes los inversores internacionales, los “mercados”, como Ud. o como yo, no se fían ni mucho ni poco ni nada. La tercera y no menos importante de las consecuencias es que, a diferencia de lo que ocurre con las ciencias, en economía los problemas y las soluciones nunca son “pura matemática”.