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domingo, 25 de marzo de 2018

El próximo Oriente (Medio)

   Insisten los medios occidentales en que, desde la llegada al trono de Salmán bin Abdulaziz en enero de 2017, Arabia Saudí se halla en plena ebullición. Responsable sería no tanto el rey como su ambicioso hijo, Mohamed Ibn Salmán, nombrado heredero en junio del año pasado y que une a dicha designación los cargos de Ministro de Defensa y vicepresidente del Consejo de Ministros. Para muchos es el artífice de la agitación que ha embargado al país y que se ha hecho, en cierta medida, bajo las viejas formas. Recordemos que la voz de Riad era temida en los años setenta porque solía transmitirse al mundo a través del portavoz de la Organización de Países Productores de Petróleo que, en última instancia, dictaminaba el devenir de las economías occidentales. Después, comenzaron a aparecer productores de petróleo no adscritos a la OPEP, el fraking inundó el mercado de crudo y el gobierno saudí tuvo que hacerse a la idea de que la época de las vacas gordas había pasado. Inició entonces una defensa de sus intereses mucho menos "multilateral".
   Cuando se habla de "los intereses de Arabia Saudí", hay que tener claro lo que esta expresión implica: en esencia, lo contrario de lo que quiera Irán. Si bien la casa real no muestra una actitud displicente hacia ninguna crítica, el chiísmo supone una réplica a todos y cada uno de los elementos sobre los que aquélla se entiende asentada: ha constituido una república, el poder religioso se sitúa por encima del temporal y, para acabar de rematarlo, no reconoce su autoridad como protectora de los santos lugares del Islam. La posibilidad de que los chiíes acaben dominando un territorio que abarca desde el Hari Rud hasta el Mediterráneo, aterroriza a la familia Saud. 
   Casualmente, en los tiempos en los que la OPEP había devenido irrelevante, se alzó en el Irak ocupado por los EEUU una resistencia suní mucho más eficaz que el ejército de Sadam Husein, al que sucedió Al Qaeda y los lunáticos del Estado Islámico. Casualmente la disensión que llevó a que éstos se separaran de aquéllos consistió, precisamente, en la necesidad de fundar un Califato, esto es, en el creación de un territorio libre de influencia chií, justo entre Irak y Siria. Y casualmente también, el ascenso del nuevo monarca, ha resultado contemporáneo de los más sonados reveses del Estado Islámico cuyas huestes se han desvanecido en las arenas del desierto. 
   Arabia Saudí parece haber constatado el fracaso de los intentos de frenar a los iraníes por su cuenta (corriente) o, lo que es lo mismo, por fuerzas interpuestas y ha decidido dar un paso adelante en la escena internacional. A Saad Hariri, nominalmente presidente de Líbano, lo obligaron a buscar refugio en casa de sus patrones y, posteriormente, a regresar a hombros de muy espontáneas manifestaciones de apoyo para dejar claro que, por mucho poder que tengan los chiíes de Hezbola en el país del cedro, hay líneas rojas que los saudíes no van a permitir que se traspasen.
   Ibn Salmán se encuentra detrás del bloqueo a Qatar y de la intervención directa de las fuerzas saudíes en la carnicería de Yemen. En ambos casos, el enemigo era el mismo, aliados o, simplemente, lo que a ojos de Riad aparecen como elementos condescendientes con Irán. En ambos casos, igualmente, podemos ver cómo Arabia Saudí ha tratado de volver a cierto multilateralismo buscando el apoyo, aunque sea simbólico, de otras monarquías del Golfo. Esta visión, un tanto más acorde con las realidades del mundo contemporáneo, incluye la apreciación de que a Irán no bastará con bombardearlo o con aislarlo, al menos no con las fuerzas que los saudíes y sus aliados del Golfo puedan aportar. De aquí la aproximación, cada vez menos disimulada, a Israel. Es un secreto a voces los contactos,  a alto nivel, de los responsables de seguridad de ambos países. Incluso se ha permitido a un ministro declarar a la prensa que un atentado terrorista debe ser condenado con independencia del país donde se produzca, aunque se trate de un país cuya existencia su gobierno no reconoce como es el caso de Israel. 
   Por supuesto, el acercamiento a Israel, aunque se produzca fuera de los focos, tiene un precio y los Salmán están dispuestos a pagarlo. Permitir que las mujeres conduzcan ha sido un primer paso para ganar sustento popular, pero el más importante lo constituye la campaña contra la corrupción que ha enviado a más de 200 personas ante los jueces, incluyendo empresarios, ministros y, lo más novedoso, príncipes. Nadie dejará de observar que entre  los detenidos no figura ningún fiel seguidor del nuevo monarca o su heredero, pero la redada ha sido bien acogida por los ciudadanos saudíes de a Mercedes (ciudadanos saudíes de a pie no los hay), hartos de la impunidad en que se mueven las élites del país. Incluso los ulemas declaran a los medios occidentales su satisfacción por unas reformas que la gente demandaba. Pero claro, el horizonte no está libre de nubarrones.
   En primer lugar, aunque no es lo más importante, tenemos la cuestión palestina, con la que tradicionalmente la monarquía saudí se ha dicho tan vinculada. A Hamas, que domina la franja de Gaza y que nunca ha ocultado sus contactos y simpatía con Hezbolá, el cambio dinástico le ha pillado, además, enfrentado a un gobierno egipcio que no le perdona sus afinidades con otra formación maldita en la región, los Hermanos Musulmanes. La diplomacia saudí se encuentra ante la cuadratura del círculo: ofrecerle algo a Mahmoud Abbas que le permita presentarse como victorioso, humillando a Hamas y, a la vez, que tenga el visto bueno de Israel. De momento, la primera propuesta de la diplomacia saudí ha sido recibida con indignación por parte de la vieja guardia de la OLP.
   En segundo lugar, Yemen va camino de convertirse en el Vietnam saudí. No sólo el país recuerda ya a Somalia, no sólo los aliados de Irán mantienen el control sobre el terreno sin muchas dificultades, no sólo los bombardeos propiciados por su vecino del Norte han demostrado causar muchas más víctimas inocentes que progresos, sino que, por si fuera poco, las facciones apoyadas por Riad y sus aliados se hallan en guerra entre sí, como demostró la toma de Aden por parte de milicianos separatistas del sur. Irán ya ha puesto sobre la mesa la solución más humillante que quepa imaginar para los Salmán: una conferencia internacional de paz.
   Por último y, sin embargo, lo más importante, la nueva monarquía ha acelerado la carrea atómica. Recientemente han contratado un bufete de abogados norteamericanos para constituir un lobby a favor de este programa nuclear. Dicen las malas lenguas que el bufete en cuestión ha sido utilizado en múltiples ocasiones por empresas del presidente norteamericano y, casualmente, también ha defendido intereses de personas muy próximas al Kremlin en los EEUU. Hay quien acusa a los saudíes de estar ingresando dinero directamente en las cuentas de Donald Trump. El problema no es tanto el programa nuclear en sí, teóricamente pacífico, sino el hecho de que los saudíes pretenden desarrollarlo sin firmar tratado de no proliferación alguno. Ciertamente en Tel Aviv estarán contentos de tener otra parte de la pinza con la que pretenden conducir a EEUU al bloqueo de las maniobras iraníes, pero parece poco probable que reciban con agrado la propuesta de que exista una nueva potencia nuclear en su entorno aun cuando se les ponga por delante la zanahoria de un reconocimiento por parte de Arabia Saudí.
   Todo esto conduce a una cuestión ciertamente inquietante, la de qué nos cabe esperar de un futuro monarca en Riad, que haya fracasado en todos sus intentos diplomáticos pero esté en posesión de un botón nuclear.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Siria, palabra e imagen

   Hubo una época en que los seres humanos se reunían alrededor de un fuego y las narraciones de los ancianos trasmitían los conocimientos y significados que daban cohesión al grupo. Hubo una época en que los caracteres permitían viajar en el espacio y el tiempo y quienes los dibujaban no tenían que explicar de qué color era el pelo de Cenicienta, ni cuántas torres tenía el castillo de la Bella Durmiente, ni cómo era el calzado de los marcianos, ni la marca de móviles que usaban los reporteros de investigación, ni el tipo de bebida alcohólica con la que empapaban sus discursos. El escritor no pretendía forjar imágenes, era simple guía de un mundo desconocido sobre el que iba trazando, junto con el lector, mapas sucesivos. Había complicidad entre ambos. La escritura dejaba amplios territorios sin cartografiar para que el lector tuviese un papel activo, rellenándolos con su imaginación. La narración era producto y, a la vez, ajena a los dos, una continua re-creación. Hubo una época en la que se rodaban escenas de tórrido erotismo sin necesidad de enseñar actores o actrices desnudos. Hubo una época en que palabras como “libertad”, “democracia”, “justicia”, tenían un significado intrínseco, que no dependía del uso que imponían los políticos de turno ni sus esbirros en los medios de comunicación. Esa época periclitó hace tiempo.
   Hoy día las palabras no significan nada por sí mismas, ni siquiera tienen una grafía fija y estable. Su uso correcto es el uso de la mayoría, su significado exacto es el que dictaminan las masas, es decir, quienes le dicen a las masas qué es lo que tienen que significar las palabras. Todo se ha vuelto abstracto, vaporoso, tenue, relativo. Uno oye hablar de “guerra civil”, “exterminio”, “ataques a la población civil” y parece un conjunto de ideas tan lejano y confuso como las esferas de cuatro dimensiones. Nadie es capaz de imaginar los cadáveres achicharrados en las aceras, las mujeres embarazadas muertas a balazos, ni los fetos ahogados en su propia sangre antes de nacer. Siria parece lejana, Palmira parece lejana, todo lo que se dice, se cuenta, se narra, parece tan, tan lejano, tan relativo...
   Hoy día sólo la imagen cuenta. Depende de un punto de vista, de un encuadre, de la iluminación, pero es nuestro Absoluto. Por eso vivimos en la era de las injusticias, porque la justicia es esquiva a las imágenes. Por eso la democracia es un vago recuerdo, porque no hay modo de fotografiarla. Por eso cada mañana hay una fila nueva de barrotes en nuestras celdas, porque no hay manera de grabar la libertad. Por eso la fotografía de un niño muerto ha conmocionado nuestras hipócritas mentes europeas de un modo que no lo han hecho los relatos acerca de los 11.000 niños muertos fuera de plano en lo que lleva su país de guerra civil.
   Nos contaron que la gente, la gente como Ud. o como yo, se había hartado de dos generaciones de dictadorzuelos sanguinarios y se habían levantado contra el gobierno. Pero no eran europeos, así que no hicimos nada por ayudarles. Nos contaron que el régimen se descomponía pues los ciudadanos querían tomar las riendas de sus destinos, como en Tunez, como en Libia, como en Egipto, como en España y recientemente en Guatemala. Pero no eran cristianos, así que nos contentamos con desearles suerte. Nos contaron que estalló una guerra civil y que la oposición laica nos pidió armas, dinero, apoyo. Tenían ciudades milenarias, tenían una historia abrumadora tras de sí, tenían cultura, pero no tenían retornos que ofrecer a nuestras empresas, pues ya hacen negocios allí, así que nos encogimos de hombros. Nos contaron que llegaron otros con dinero, con armas, con mucho y muy buen apoyo para unos y para los otros, que la oposición se llenó de barbudos alucinados dispuestos a arremeter contra cualquiera, que el régimen recuperó la iniciativa gracias a sus aliados de Hezbolá, que los kurdos tuvieron que luchar por su supervivencia como han tenido que hacer tantas veces, que el conflicto se volvió una locura infernal en la que todos atacaban y eran atacados por todos, una guerra de desgaste sin fin en la que el único acuerdo era infligir un castigo ilimitado a la población civil. Pero nosotros miramos hacia otra parte y construimos grandes muros para proteger nuestras fronteras, muros que hicieran jugarse la vida a cualquier que quisiera venir a molestarnos con los relatos del peligro que corrían sus hijos, de los amigos y familiares que habían perdido, de los recuerdos de algo tan lejano, tan abstracto, tan irreal.
   Ahora las imágenes nos asaltan. Ahora tenemos fotografías de muertos en las playas, vídeos de estaciones de tren llenas de refugiados, entrevistas en los albergues con familias más o menos mutiladas y nuestros dirigentes se reparten el horror como quien reparte cromos. Ahora las imágenes hacen que todo parezca muy cercano. Ahora las imágenes nos dicen que todo está aquí. Pudimos escapar a las narraciones, pudimos hacer oídos sordos a los testimonios, pudimos ignorar el significado de las palabras. Como buenos hijos de esta época no podemos dejar de mirar las imágenes, no podemos escapar a su fascinación, no podemos dejar de sentir las emociones que ellas nos imponen. Y nuestros dirigentes, nuestros dirigentes tienen también que cuidar... su imagen. Seguro que ya se han forjado una imagen de cómo ha de ser el futuro, la imagen de un Bashar al-Asad triunfante, cerrando las fronteras a sangre y fuego. Mientras tanto cuál pueda ser el referente de palabras como “paz”, “paz en Siria”, paz sin tiranos para que los ciudadanos puedan tener una esperanza en su propio país, para que la paz en Líbano carezca de amenazas, para que gente como Bibi Netanyahu no tengan excusas para existir, sigue siendo abstracto, tenue, vacío.

domingo, 8 de septiembre de 2013

La liberación de Siria

   Alemanes y rusos siempre han considerado a Polonia su patio trasero. Cuando no la han invadido, se la han repartido como buenos amigos. Por eso, el ascenso al poder de Stalin primero y Hitler después, debieron suponer negros presagios para los polacos. Finalmente fueron los nazis los primeros en declararles la guerra, una guerra que duró realmente poco y sometió a toda Polonia. Hacia julio de 1944, las tornas habían cambiado. El ejército soviético avanzaba imparable hacia la frontera polaca y las tropas alemanes cedían doblegadas por su empuje. El gobierno polaco en el exilio albergaba pocas dudas acerca de qué era lo que les cabía esperar con la entrada de los rusos en su país. La propaganda soviética no desaprovechaba ocasión para acusar a los patriotas polacos de colaboracionistas con el régimen nazi y la matanza del bosque de Katyn, ocurrida cuatro años antes, dejaba claro que no se trataba de pura retórica. Pero la propaganda soviética no sólo trataba de desprestigiar al Ejército Territorial polaco, también llamaba a la población a levantarse contra la ocupación alemana y, particularmente, a cortar vías de transporte y abastecimiento. 
   La resistencia polaca y el gobierno en el exilio discutieron largamente cuál era la mejor opción a tomar y, finalmente, se decidieron por alzarse en armas en agosto de 1944. Los alemanes se llevaron un susto mayúsculo. Consideraban a Polonia una especie de colchón de seguridad entre el ejército rojo y la frontera alemana y, de pronto, se convirtió en una trampa con enemigos de frente y por la espalda. Sin embargo, los soviéticos, en lugar de continuar su tremendo empuje, se pararon justo a las puertas de Varsovia, lo cual permitió que los alemanes se centraran en la resistencia polaca. Tras dos meses de combates más de 250.000 polacos habían muerto y buena parte de Varsovia había sido devastada. De la magnitud del susto alemán da cuenta su respuesta una vez cesaron los combates. La población de Varsovia fue deportada “temporalmente” a campos de internamiento los más afortunados y de exterminio los menos. La ciudad quedó desierta para que las órdenes de Hitler pudieran ser ejecutadas sin estorbo y éstas no eran otras que convertir Varsovia “en un lago”. Buena parte de lo que quedaba en pie fue dinamitado o incendiado, de modo que cuando las tropas del ejército rojo entraron en la capital polaca (¡en enero de 1945!) había realmente muy poco que liberar.
   Los historiadores militares soviéticos han explicado reiteradamente que el repentino parón en el avance del ejército rojo se debió a cuestiones tácticas. La ofensiva realizada en los últimos meses había sido muy rápida, las líneas de abastecimiento se habían hecho peligrosamente largas y cuando por fin los alemanes se habían replegado más allá de la antigua frontera, nadie tenía ganas de arriesgar las pocas tropas frescas que quedaban por un objetivo, Varsovia, que estratégicamente, no tenía demasiada relevancia en ese sector del frente. La verdad es que estas razones no eran, desde luego, baladíes y, probablemente, fueron el motivo inicial del parón en la ofensiva. Que después el ejército rojo se llevara dos meses contemplando cómo, a unos pocos kilómetros, los ejércitos alemanes masacraban a la población de Varsovia, sólo pudo deberse a órdenes directas de Stalin que, desde luego, no quería tener que darle la mano a nadie, salvo a un gobierno impuesto por él, cuando visitase Polonia.
   Aunque, para nosotros, aquellos acontecimientos forman parte de uno de los tristes episodios de algo que ocurrió el siglo pasado, en Polonia las heridas siguen estando vivas. En la celebración del alzamiento de Varsovia realizada este año, ha habido algo más que palabras entre los partidos políticos cuando el ministro de Asuntos Exteriores acusó al gobierno polaco en el exilio de irresponsabilidad por poner en marcha un levantamiento que, obviamente, no conducía a ninguna parte.
   Hoy los vientos de guerra son otros. La habitual falta de noticias veraniega ha conducido a las portadas una guerra que parecía condenada al olvido. En estos días no puedo evitar acordarme de estos hechos cuando oigo hablar de Siria. Desde 2011 la población siria soporta una guerra (in)civil entre los ejércitos de un dictador sin escrúpulos y diferentes facciones armadas rebeldes con objetivos e ideologías dispares. Se pudo haber intervenido de un modo decisivo cuando comenzaron las deserciones en el ejército, porque se hubiese contribuido a ahondarlas. Se pudo haber intervenido cuando los soldados entraron a sangre y fuego en Homs y Alepo (cualquiera de las veces que lo han hecho). Se pudo haber intervenido cuando los servicios secretos sirios provocaron atentados en territorio turco. Se pudo haber intervenido la primera vez que se usaron armas químicas, evitando males mayores. Y si todo eso causaba recelos y resistencia en la opinión pública o en las monarquías del golfo (salvo la qatarí), se podía haber intervenido decisivamente poniendo los medios económicos y la adecuada política del palo y la zanahoria para conseguir la articulación de las fuerzas rebeldes en un frente amplio, con unos objetivos comunes y un mando unificado mínimos. Pero nada de eso se hizo. Como el ejército rojo nos hemos quedado a las puertas de Varsovia, amenizando nuestras tardes veraniegas con las luces lejanas de la masacre, eso sí, nosotros lo hemos hecho durante dos años. Y ahora, ahora que lo más presentable de las fuerzas rebeldes está criando malvas, ahora que nuestros presidentes no tendrán otras manos que estrechar cuando vayan a visitar el país que las de sus títeres, ahora parece que ya estamos preparados para liberar lo que queda en pie.

domingo, 9 de octubre de 2011

First we take Manhattan...

   Cuando el año 2.012 comience, habrá quedado en claro la cuestión que va a decidirse en los próximos meses. Esta cuestión es bien simple, a saber, si las revoluciones mediterráneas supondrán un hito histórico o bien se quedarán como un fugaz rayo de esperanza. Los contendientes saben de la seriedad de lo que se avecina y están tomando posiciones. No hace falta más que mirar las diferentes trincheras. En Túnez y Egipto, las fuentes de esta revolución, los detentadores del poder han optado por imponer un ritmo lento de reformas para conseguir que, de tanto esperar, al final la ciudadanía se olvide de qué estaba pidiendo y se acabe acostumbrando a otro dictadorzuelo "provisional". En Libia, ha comenzado la cuenta atrás para la fotografía que nos muestre al sátrapa colgado cabeza abajo, como aquella gloriosa instantánea de Mussolini. En Siria falta muy poco para que se "libianicen". En España quedan seis semanas para las elecciones. Hay que recordar que unas elecciones son la gran fiesta de la democracia. Es responsabilidad de todos nosotros que sea eso, una fiesta, una gigantesca fiesta y una gigantesca fiesta de la democracia, de la democracia real. Y, lo más sorprendente, el Mediterráneo ha resultado tener una orilla en New York. El movimiento "Ocupa Wall Street", se ha propuesto, algo tan extraño en los Estados Unidos como expropiar a los expropiadores, rescatar nuestro futuro de las manos de aquellos que ya se quedaron con nuestro pasado.
   Qué se espera de nosotros, los ciudadanos, está claro y qué debemos hacer también. Túnez, Egipto y España necesitan de una acción decidida por nuestra parte. Como ya he dicho, la democracia se convierte periódicamente en una gran fiesta. Hemos de festejar nuestras democracias por venir en cada calle, en cada plaza, en cada mitin, en cada rueda de prensa, en cada acto en que alguien que no sean los ciudadanos quiera robarnos el protagonismo de una fiesta que nunca debió de dejar de ser nuestra, de todos. No obstante, no hay que ser ingenuos. No va a ser fácil. El ejemplo de Gadafi, de Al Assad cunde. Hasta 700 detenidos hubo en New York por ocupar un puente y su alcalde ya ha amenazado con hacer valer los derechos de la mayoría silenciosa, es decir, con sofocar cualquier intento de no ser obediente. En Bruselas la policía ni siquiera permitió la concentración de los peligrosísimos manifestantes. En España las señales también son nítidas. El pasado viernes, una valerosa unidad de élite de ese cuerpo de seguridad que tienen en Cataluña, apellidado "escuadra"(1), detuvieron a un puñado de perroflautas que tomaban una copa en la cafetería de la Ciudad de la Justicia a la espera de entregarse al juez en cuanto éste se lo permitiera. Dicen que los miembros de la "escuadra" de asalto, haciendo gala de la habitual contención policial, no emplearon sus armas reglamentarias para repeler un durísimo roce de las rastras de uno de los detenidos. El juez de guardia intentó ponerse en contacto con el juez competente y éste, actuando conforme a la ley (del Talión), se negó a aceptar su entrega si no era esposados y previo paso por los calabozos. No era menos lo que merecían, ciertamente, estos facinerosos que hasta se atrevieron a arrojar pintura a uno de los que hace tiempo que debería estar en el calabozo donde ellos durmieron por apropiarse de lo que es de todos en nombre de los necesarios recortes.
   Andalucía no es como Cataluña. Aquí gozamos de un espléndido gobierno de izquierdas que ha tenido la gentileza de aprobar una ley de participación ciudadana, calcada de la estatal aprobada hace ya hace unos años. Una comisión del 15-M explicó a los miembros del Parlamento andaluz lo que ellos ya sabían, que con una ley de este género van a llegar a dicho Parlamento el mismo número de leyes por iniciativa ciudadana que los que han llegado al Parlamento nacional. ¿Cuántas leyes se han aprobado hasta ahora por iniciativa popular en este país? Pues, en números redondos, cero. Es normal, la cantidad de trámites es tan elevada, el procedimiento tan prolijo, las molestias que ocasiona a sus promotores de tal calibre, que sólo alguien con enormes recursos y fácil acceso a los medios de comunicación podría tramitar una cosa así. ¡Adivinen! Los únicos con medios para lograr que una ley sea aprobada por iniciativa popular son los ricos. Pero, insisto, esto es muy diferente al modo de gobernar en Cataluña. Es un gobierno de izquierdas. Un gobierno de izquierdas tiene siempre en la sensatez del gasto y su beneficio para la mayoría la guía de su actuación. Por ejemplo, para restaurar el Palacio de San Telmo, patrimonio de todos los andaluces y, por casualidad, sede de la presidencia de la Junta de Andalucía, se han gastado 53.000.000 de euros. Aunque la oposición asegura que la factura real asciende a 100 millones de euros y los rumores que circulan por Sevilla la elevan a 200 millones. Y si Ud. se está preguntando cuántos desahucios se podrían evitar con cincuenta y tres millones de euros, es que Ud. también es un maldito antisistema con rastras, más o menos como yo.
   Lo anterior demuestra que, en las actuales circunstancias, las reivindicaciones de cualquier movimiento social que se precie no pueden ser estrictamente políticas. Poco a poco, las cartas van quedando al descubierto. La última rebaja del rating de la deuda española por parte de la agencia de calificación Fitch muestra cuál es la dinámica real. Siempre se nos ha contado que las agencias de calificación analizan los datos de determinadas entidades, emiten informes resultantes de esos análisis y los inversores actúan en consecuencia. Es mentira. El funcionamiento real de las agencias de calificación es otro. Son los grandes inversores internacionales los que analizan la situación de determinadas entidades para ver las posibles acciones que pueden conducir a pingües beneficios. Una vez establecidas éstas, piden a las agencias que suban o bajen la calificación para que el movimiento consiguiente de los inversores medianos y pequeños acabe por proporcionarles los beneficios ya calculados. A España se la ha bajado dos escalones en la escala de riesgo de Fitch sin ninguna justificación objetiva. Simplemente, la acción concertada de los bancos nacionales había tirado por tierra las apuestas ya hechas por los grandes inversores de un despeñamiento de las economías europeas. Había que poner en marcha una reacción brutal de los mercados que sobrepasara toda capacidad de actuación por parte de los bancos nacionales y la respuesta era, obviamente, una bajada de dos escalones. Ahora los beneficios de los grandes inversores quedan salvaguardados.
   Si los movimientos ciudadanos quieren convertirse en actores reales de los acontecimientos que van a venir, es imprescindible un programa económico. En qué debe consistir éste resulta claro. A partir de este momento a España lo que le queda es ver cómo los tipos de interés solicitados para su deuda aumentan exponencialmente. Como consecuencia, aumentará nuestra deuda soberana, lo cual provocará, en un círculo vicioso, el aumento de los intereses. Al final, el FMI se ofrecerá para "ayudarnos". El caso de Suramérica en los años 70, de los países africanos en diferentes etapas y de Grecia, Irlanda y Portugal recientemente, muestra que, lo que debemos evitar, no es la bancarrota sino, precisamente, es "ayuda" del FMI que, después de sacrificios bestiales sin fin acaba conduciendo.... a la bancarrota. Por tanto los ciudadanos debemos exigir una reestructuración inmediata de la deuda soberana y autonómica. Debemos reestructurar nuestra deuda ¡ya! haciendo una quita significativa y progresiva, mayor para los grandes inversores. Reestructurar nuestra deuda ahora significará ahorrarnos varios años de sacrificios absolutamente inútiles que, como demuestra el caso griego, al final sólo agravan el mal que pretendían curar. Naturalmente, esta reestructuración debería hacerse sin la "ayuda" del FMI ni de Europa, quiero decir, deberá hacerse mediante una salida del euro a partir del próximo 1 de enero de 2.012. De hecho, deberíamos invitar a todos los países de la zona euro a salirse del mismo, salvo aquellos países sin problemas fiscales. Es cierto que esto dejaría al euro circulando únicamente por Alemania y Finlandia, pero las circunstancias lo exigen. Quizás esta medida suponga que se dispare la inflación, pero hay que recordar que ese aumento de la inflación conduciría, en realidad, a la práctica cancelación de la deuda que quede tras la reestructuración.
   En este punto se me puede acusar de inconsistente, pues en una entrada anterior manifesté mi adhesión a la idea de Europa y a su moneda única. No hay tal inconsistencia. Únicamente se trata de una diferencia entre táctica y estrategia. Los países con problema fiscales deben abandonar momentáneamente la zona euro. ¿Durante cuánto tiempo? ¿hasta que acaben sus problemas fiscales? Tal vez no sea necesario esperar tanto, bastará con volver a la zona euro cuando en ella no manden ni Herr Schäuble ni Frau Merkel. Aunque, claro, habría que ver cuánto tiempo sobrevivirían, políticamente hablando, si un solo país concretase su amenaza de abandonar el euro. Y entonces... entonces tomaremos Berlín.



   (1) Por cierto que, como siempre, no todos los miembros del colectivo están cortados por el mismo patrón y, si no me creen, lean, lean

domingo, 21 de agosto de 2011

Siria

   Con frecuencia, los países quedan atrapados en su acto fundacional y no son capaces más que de recrearlo una y otra vez bajo diferentes formas. Es el caso de Pakistán y su traumática separación de la India, es el caso de España y la unificación de las coronas de Castilla y Aragón y es caso de Siria y Líbano. Para los sucesivos gobiernos sirios y para una parte de la población libanesa, la frontera que separa a ambos países es, simplemente, un resultado de la frontera que delimitaba los protectorados francés y británico. El panarabismo sirio, sus reyertas con Israel y su intervencionismo en Líbano son tres aspectos de esta fijación. Pero, cuando se plantean de este modo las cuestiones, acaban por no ser nunca unidireccionales y así llegamos a la situación actual.
   Siria es un Estado autoproclamado socialista, con lo que tiene el dudoso honor de ser la primera monarquía republicana y socialista de la historia. Aunque suene raro, existen numerosos ejemplos de esta suerte de oxímoron. Napoleón, por ejemplo, fue emperador de una república y, en tiempos más recientes, Corea del Norte es una monarquía comunista. Otro caso es Grecia, una república parlamentaria con una familia real, los Papandreu que, cada cierto tiempo, heredan el cargo de presidente del PASOK y, a la corta o a la larga, de Primer Ministro. El trono sirio está ocupado por un tipo que es mismamente el príncipe Felipe pero con bigote y expresión mucho más aviesa.
   A raíz de las recientes revoluciones mediterráneas (porque ni en España ni en Israel ha habido muchos árabes en las manifestaciones), una parte de la población siria ha llegado a la conclusión de que ellos también quieren democracia y libertad (por cierto, a los que ya no somos jóvenes, ese grito de "democracia y libertad" nos suena de algo ¿verdad?) Pero Siria no es España, ni Israel, ni Egipto y ni siquiera Libia. Tiene un ejército que durante cuarenta y tantos años se ha estado entrenando, se suponía que para la liberación de los Altos del Golán, pero que ahora está claro para qué lo hacía. Si hemos de creer las noticias que llegan desde el interior del país, ese ejército lleva más de cinco meses disparando contra la población civil y arrasando ciudades. Si hemos de creer a la prensa oficial, está defendiendo a la población de bandas armadas que la masacran, pero que se dejan filmar tan ricamente cuando se acerca la televisión estatal. Juzguen Uds. mismos. Yo suelo creerme muy pocas de las cosas que dice una televisión estatal, sea del país que sea. Alguien que sabe que unidades del ejército van a asaltar su ciudad, que sabe que va a morir en el anonimato, que sabe que después de cinco meses la situación no avanza y que, aún así, está dispuesto a salir a la calle para manifestarse, merece respeto, admiración y apoyo. Respeto, admiración y apoyo que, desde luego, no les están llegando de las muy libres y democráticas sociedades occidentales.
   Las muy libres y democráticas sociedades occidentales están mirando hacia otro lado, como miraron en el caso de Bahrein y como ya habían hecho algo antes en el caso de Tian’anmen. Y es que, ya se sabe, la democracia y la libertad están muy bien para Europa, porque aquí está claro que no van a entrar en conflicto con otra libertad más importante, la del mercado, pero para otros países... Verdaderamente, ¿qué situación más beneficiosa para los intereses occidentales puede esperarse en Siria que la dictadura de este sátrapa? Francia y Estados Unidos parecen haber llegado a un acuerdo tácito con él por el que sus tejemanejes en Líbano se van a hacer ahora bajo una pátina democrática, es decir, cada uno apoyará a sus aliados políticos. Para Israel, los Asad desde la Guerra del Yon Kipur, son una perita en dulce. Mantienen el control de los Altos del Golán, desde los que se domina el camino hacia Damasco sin mayores sobresaltos. Cuando sacan un poco los pies del tiesto, les bombardean una central nuclear y ni rechistan. Es cierto que, de vez en cuando, les azuzan a las milicias de Hezbollah, pero eso está incluso bien si se pueden ocultar escándalos políticos, problemas económicos y crisis sociales con un buen bombardeo del sur del Líbano. A todo ello hay que añadir que, con el actual Asad, ha habido una liberalización económica que a todos ha interesado.
   Este es el punto en el que el intervencionismo sirio en Líbano obtiene su justo reflujo. Para empezar, se rumorea que si los opositores al régimen poseen teléfonos por satélite y acceso a Internet es gracias a poderosos hombres de negocios libaneses con poco apego por Siria. Además, el tipo con la cara del príncipe Felipe estreñido, sigue en el poder porque las clases medias de Siria y una buena parte del ejército (junto con las potencias occidentales), temen que su desaparición conduzca a una libanización de Siria, con partidos encerrados en sus comunidades étnicas y/o religiosas y la constante amenaza de una guerra civil.
   Todos los dictadores juegan con el fantasma de una guerra civil y a todos ellos se los mantiene en el poder porque la democracia no está hecha para... Libia, Egipto, Siria... España. ¿Se acuerdan? Los que ya vamos cumpliendo más años de la cuenta, recordamos que también los gritos pidiendo democracia y libertad en España solían obtener la réplica de que la democracia y la libertad no estaban hechos para los españoles. Los únicos que parecen haber creído en el derecho de cualquier pueblo a la democracia y la libertad han sido los "facinerosos" de Anonymous, que hace ya meses lanzaron un raid contra las páginas web de las embajadas sirias en Europa. Triste destino el de nuestras democracias ciertamente, si los únicos que defienden su exportación a otros países son los que se hallan en el límite de su legalidad. Y si la pregunta es "¿qué puedo hacer yo?" la respuesta es, como siempre, muchas cosas, empezando por aquí.