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domingo, 9 de abril de 2017

La presciencia de Trump (1 de 2)

   18 de febrero de 2017, a las 17:00 el presidente Donald Trump da un discurso en el aeropuerto internacional de Orlando-Melbourne, Florida, durante el cual dice: 
"We've got to keep our country safe. You look at what's happening in Germany, you look at what's happening last night [es decir, el viernes] in Sweden. Sweden, who would believe this. Sweden. They took [inmigrantes] in large numbers. They're having problems like they never thought possible. You look at what's happening in Brussels. You look at what's happening all over the world. Take a look at Nice. Take a look at Paris".
   Las redes sociales no tardan mucho en hervir comentando estas palabras. La prensa sueca no da noticia alguna acerca de ningún incidente de importancia. El propio gobierno sueco acaba pidiendo explicaciones al Departamento de Estado norteamericano.  El ex primer ministro sueco, Carl Bildt, escribe en su cuenta de twitter: 
"¿Suecia? ¿Un ataque terrorista? ¿Qué se ha fumado?" 
Al día siguiente, 19 de febrero, al menos desde las nueve de la mañana, la prensa ya parece haberle encontrado un sentido a las palabras del presidente. El viernes por la noche, la cadena Fox, emitió una entrevista con Ami Horowitz acerca de su próximo documental. En él se atribuye el aumento de la criminalidad en Suecia a la política de puertas abiertas con la inmigración. Todo el mundo sabe que Trump ve la Fox, así que ahí podría estar la explicación de sus palabras. Ese mismo día, tras más de doce horas de especulaciones periodísticas, es decir, a las once de la noche, el presidente tuitea un mensaje en el que confirma esta versión. Se trata del primer tuit de Donald Trump del que se tiene noticias en el que explica, matiza o parece pedir excusas por algo que ha dicho. Hemos de recordar sus enfrentamientos con numerosos líderes mundiales, por ejemplo, el primer ministro australiano y sus numerosas salidas de tono, sin más explicaciones. Lo de Suecia parece requerir algo diferente.
   A principios de marzo, el gobierno sueco hace públicas una serie de medidas destinadas a reforzar el ejército del país. Supone la reinstauración del servicio militar obligatorio (si bien sólo acabarán cumpliéndolo un 5% de la población en edad de hacerlo). El propio gobierno sueco lo indica en el comunicado oficial: 
“Hay una situación de seguridad nueva. El restablecimiento del servicio militar obligatorio es una señal al mundo de que estamos aumentando nuestra defensa militar”. 
Nadie tiene la menor duda de que “el mundo”, significa “Rusia”. Al menos desde 2014, los servicios de inteligencia suecos han estado informando a su gobierno de un creciente interés ruso por el Báltico. Entre numerosos incidentes menores, en marzo de 2015, el ejército ruso realizó unas maniobras en las que simulaba tomar la isla de Gotland, situada frente al enclave de Kaliningrado y de soberanía sueca. A finales de ese año, el gobierno sueco decide incrementar un 11% el gasto militar. Para septiembre de este año 2017 están previstas unas maniobras conjuntas de la OTAN con el ejército sueco en territorios de este país, que incluyen ejercicios de defensa de sus fronteras, en particular, de la citada isla de Gotland.
   El 3 de abril de 2017, Vladimir Putin se encuentra en San Petesburgo. Le esperan dos eventos importantes. El primero es la visita de Alexánder Lukashenko, tiránico gobernante del otrora país hermano, Bielorrusia. Tras décadas de servilismo, Lukashenko ha comenzado a recelar de la voracidad de su vecino y a hacerle ojitos a Europa. Primero quiso comprobar la bondad de los rusos pidiéndoles una rebaja en la factura del gas y, al no recibirla, ha entrado en negociaciones con la Unión Europea que, de momento, ya han fructificado en la eliminación de visados para los ciudadanos de aquélla que quieran visitar Bielorrusia. Los rusos están interesados en reconducir a Lukashenko al redil sin necesidad de sacar músculo. En San Petesburgo, Putin también va a tener un encuentro con periodistas de provincias y participará en el foro de un movimiento fundado por él mismo. La propia visita a la ciudad es significativa. Es su ciudad, en la que ejerció como agente del KGB e hizo sus primeros pinitos en política. Por otra parte, la oposición ha decidido desafiarle en las calles recientemente y Rusia, particularmente Moscú, ha sufrido varios atentados en los últimos tiempos, en especial, en su metro. ¿Alguien se imagina San Petesburgo esos días sin policías en las calles, sin agentes de paisano infiltrados en la multitud, sin un peinado continuo de los servicios secretos? ¿Tampoco habrá agentes bielorrusos protegiendo a su presidente e impidiendo cualquier manifestación de esos opositores a los que se machaca en su país? ¿Y las comunicaciones electrónicas? 
   Casualmente desde que Snowden llegó a Moscú los servicios secretos rusos parecen haber dado un salto cualitativo en su capacidad para intervenir en el espectro radioeléctrico. Es algo extraño. Nos contaron que Snowden era empleado de una subcontrata. Aunque tuviera acceso a material clasificado, difícilmente podría reconstruir la tecnología que utilizaba. Otra cosa sería si estuviésemos hablando de alguien mucho más cercano al núcleo duro de la NSA, un ingeniero de alto nivel, alguien a quien los EEUU estuviesen interesados en juzgar por alta traición. En cualquier caso, ¿unos servicios secretos capaces de intervenir en el proceso electoral de otro país no habrían cribado exhaustivamente las comunicaciones de una ciudad a visitar por su presidente en las semanas, si no meses, anteriores a la visita? ¿Y no fueron capaces de encontrar nada?

domingo, 11 de diciembre de 2016

Un futuro sombrío.

   La receta económica de Donald Trump para engrandecer América (del Norte) es tan desquiciante como lo fue la de aquel Reagan a quien los norteamericanos recuerdan con tanto cariño. La simple expulsión de tres millones de inmigrantes que han cometido un delito (ni que decir tiene que la cifra es inventada), elevaría el costo de la mano de obra a niveles insostenibles para la economía, especialmente en el sector alimentario y la industria de base. Trump, como tantísimos tontísimos que hay en el mundo, no entiende que la fraternal acogida de nuestros hermanos de otros países encierra, en realidad, la exigencia del capitalismo de aumentar el paro para mantener los salarios al nivel de la subsistencia. ¿Por qué creen que Alemania se muestra tan generosa con los inmigrantes?
   Una subida de los costos laborales conllevará, inevitablemente, una subida de precios, quiero decir, un aumento de la inflación. Pero Trump no se conforma con eso, quiere emprender una agresiva política de obras públicas que no sólo inundará las bolsillos de los amigotes de dinero, sino que, además, retirará lo que quede de mano de obra barata del mercado laboral, presionando la inflación hacia arriba por partida doble. ¿De dónde va a salir todo ese dinero? De los impuestos no. Como buen reaccionario, Trump ya ha anunciado una significativa rebaja de impuestos con un IRPF de tres tramos, lo cual significa que se dejarán de recaudar miles de millones de las grandes fortunas. Cuando un político dice que va a bajar los impuestos todo el que tiene dos dedos de frente entiende lo que se está diciendo, a saber, que se van a subir los impuestos. Se bajarán los directos que gravan en función de las rentas y se subirán los indirectos que gravan los productos que todos compramos o, mejor aún, que compramos los que menos ingresos tenemos. ¿Hace falta decir que nos hallamos ante otro factor que incrementará la inflación? Pues súmenle a los anteriores un mercado especulativo absolutamente desregulado como el que se está buscando.
   Difícilmente se podrá atajar toda esa masa inflacionaria que se va a crear artificialmente mediante una subida de los tipos de interés, pues eso enfriaría la economía en contra de los deseos presidenciales. Más bien se piensa, como ha sido costumbre, en exportar la inflación. Durante décadas EEUU pudo hacerlo por dos motivos: era la fábrica del mundo y su moneda era el patrón con el que se comparaban el resto de monedas. Hace tiempo que ambos factores se han vuelto algo más que cuestionables. Ni EEUU es ya la fábrica del mundo ni su moneda es el único patrón que ahora impera. Resulta poco probable, pues, que se pueda desaguar mucha inflación por aquí. Sólo queda, pues, una manera de amortiguar los efectos inflacionistas de todas las políticas que Trump ha propuesto: inyectando oro en circulación, oro negro. Producir enormes cantidades de petróleo le permitiría bajar a precios irrisorios la factura energética, amortiguando el efecto de los otros factores. 
   Una de las pocas cosas por las que pasará Obama a la historia, además de por el color de su piel, es por haber convertido el petróleo en el arma para vencer a sus enemigos internacionales. Inundar el mercado de petróleo en una época de crisis, o, lo que viene a ser sinónimo, disminuir la cantidad de petróleo que EEUU compra, fue un movimiento genial que colocó contra las cuerdas a Irán, Venezuela y Rusia, además de convertir en irrelevante a un aliado incómodo como fueron siempre las monarquías del golfo pérsico. Particularmente para Rusia fue la puntilla a sus ambiciones imperialistas. Unida a las sanciones internacionales por su adhesión de media Ucrania, la bajada del petróleo la pilló en plena modernización de las fuerzas armadas, en la que había comprometido gran parte de los recursos que se suponía que iba a obtener. 
   Además del levantamiento de las sanciones, Rusia buscará algún tipo de pacto con los EEUU que eleve el precio del petróleo, un movimiento que todos los humillados por Obama están buscando desesperadamente. De hecho, esta semana, la OPEP acordó reducir su producción. Tan pomposa declaración, que atrajo de nuevo a los especuladores al mercado del crudo, es poco más que un brindis al Sol. Su papel en la producción mundial se ha reducido sensiblemente y, por eso, su segundo movimiento ha consistido en intentar acordar una reducción semejante con los países que no forman parte del cartel, iniciativa que Rusia ha apoyado de modo entusiasta. No obstante, la parte divertida de esta maniobra es que si consiguieran alcanzar la solicitada reducción atraerían de nuevo hacia la producción a todas las empresas norteamericanas que la abandonaron precisamente por la caída de los precios, además de activar las colosales reservas canadienses, dejando su maniobra en agua de borrajas. Por si fuera poco algunas de las economías de los integrantes de la organización están ya tan dañadas, que difícilmente soportarán la reducción de ingresos que, a corto plazo, supondrá el recorte en la producción, por lo que no parece muy probable que el acuerdo llegue a materializarse.
   El resumen de todo lo anterior es simple: el imperialismo ruso exige un barril por encima de los 60$, el recalentamiento artificial de la economía norteamericana exige un barril claramente por debajo de los 40$. A menos que la “admiración” por Putin que padece Trump le lleve a entregarle las llaves de la caja fuerte, el acuerdo parece improbable. No obstante, en toda esta ecuación falta un elemento importante.
   En el año 2000, unas reñidas elecciones entre Al Gore y George Bush (hijo) se decidieron cuando el primero renunció a que se continuara la revisión del recuento en Florida. El país quedó dramáticamente dividido “como no lo había estado nunca” en palabras de la prensa. No faltaron voces que acusaron a los republicanos de haber dado un golpe de Estado privando de su cargo al candidato legítimamente elegido por los ciudadanos. Casualmente, apenas un año después, un terrible atentado y sus guerras subsiguientes unieron al país tras su comandante en jefe como un solo hombre. Este noviembre hemos vivido unas elecciones presidenciales en las que la candidata más votada se ha quedado sin su cargo. El país vuelve a estar dividido “como no lo había estado nunca”. ¿Qué sangrientas casualidades habremos de vivir para que se una en torno a su presidente como un solo hombre?

domingo, 27 de noviembre de 2016

Dime con quién andas...

   Si Trump fuese diferente de Ronald Reagan o de George Bush (de cualquiera de ellos) por lo que dice, si fuese un problema de “valores”, quiero decir, de imagen, nos hallaríamos ante un futuro inmediato poco halagüeño. La cuestión está en que los valores que realmente se hallan en juego no son los que atisban a ver los Popovich de este mundo. Averiguar la gravedad de la situación que se avecina apenas exige recapitular los primeros movimientos del presidente in pectore. Como jefe de gabinete ha sido designado Riece Priebus, hasta ahora presidente del Comité Nacional Republicano, es decir, un hombre del partido. En apariencia, por tanto, se trata de una designación muy pertinente. El jefe de gabinete en EEUU es un cargo clave, pues se trata de una especie de fontanero que tiene que hacer lo posible para que las políticas del gobierno se pongan en práctica, además de ser quien permite o impide el acceso al presidente. Teniendo en contra a casi todo el aparato del partido republicano, que domina ambas cámaras, resulta muy sensato elegir como jefe de gabinete a una de las máximas autoridades dentro del partido. A la vez que Priebus, en lo que la prensa interpretó, erróneamente, como un movimiento de contrabalanceo, fue designado como estratega jefe y consejero principal Stephen Bannon. Ídolo del Ku Klux Klan, homófobo, antisemita, racista, xenófobo, el honorable Sr. Bannon, tenía todas las papeletas para ocupar un puesto de relevancia dentro de la nueva administración. 
   El cargo de Loretta Lynch, mujer negra que ocupó la fiscalía general, va a parar a Jeff Sessions, cuya carrera en la administración comenzó con una serie de nombramientos bajo el mandato de Ronald Reagan y que tiene a sus espaldas un largo historial de persecución de toda persona de color que bordease los límites de la ley y de tolerancia con los criminales blancos pertenecientes al KKK. Partidario de la tortura, del maltrato a los detenidos y de considerar a los inmigrantes delincuentes, y pese al generoso apoyo de numerosas empresas de sanidad y seguros, el propio partido republicano tuvo reparos para seguir otorgándole ascensos... hasta ahora.
   El nuevo asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, es un demócrata, criado, según propias palabras, en una familia extremadamente demócrata, contrario a la tortura, el maltrato de prisioneros, defensor del derecho a decidir de las mujeres en el tema del aborto, militar de carrera y jefe de la unidad de inteligencia del Pentágono durante la administración Obama. Ha sido la persona que le ha enseñado a Donald Trump dónde está México. Tras su retiro de la vida militar, fundó una empresa de “asesoría” con su hijo que, entre otros clientes, tuvo al gobierno del muy islamista presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. 
   Mike Pompeo es miembro del Tea Party y de la National Rifle Asociation, se opone al aborto, a la idea del calentamiento climático, al sistema de seguridad social impulsado por Obama y es partidario, eso sí, de darle carta blanca a la NSA para que espíe a quien le dé la gana cuando le dé la gana sin necesidad de pedir autorización a nadie. De hecho, Pompeo ha pedido la extradición de Snowden para que sea juzgado en los EEUU por alta traición. Nadie mejor que él, por tanto, para dirigir la CIA. Finalmente, esta semana se ha nombrado a las dos primeras mujeres del gabinete: Nikki Halley, estrella emergente del partido republicano como embajadora ante la ONU y Betsy DeVos, no menos republicana, como secretaria de Educación.
   Pero aún más significativos que los nombrados, son los no nombrados. Por el camino se ha quedado Ben Carson, figura bastante popular en los EEUU por ser un neurocirujano de color que ha realizado espectaculares operaciones como la separación de gemelos tras 70 horas de quirófano. Filántropo, protagonista de un par de películas, entró en la carrera por la nominación que acabó ganando Trump. Por supuesto, Carson está contra el sistema de asistencia sanitaria universal y gratuita, contra el aborto y contra la admisión de nuevos inmigrantes. Tras figurar en las quinielas durante varias semanas, él mismo dijo preferir “apoyar al nuevo gobierno desde fuera”.
   No menos popular, ni menos reaccionario es Chris Christie, la gran esperanza blanca del partido republicano a quien todos daban como rival de Hillary Clinton en estas elecciones. Gobernador del Estado de New Jersey, no le ha dolido prendas reconocer algunas actuaciones del gobierno de Obama. Contrario a los matrimonios homosexuales, apoya que se ayude a los padres que lleven a sus hijos a colegios confesionales, considera que cualquier protección del medio ambiente implica reducir las oportunidades de negocio, que a las empresas contaminantes hay que ponerles unas multas mínimas y, naturalmente, cree que hay que levantar un muro en las fronteras del país. Aunque su figura declinó con el descubrimiento de que dos de sus asesores se habían dedicado a crear atascos en el pueblo de un alcalde republicano a quien Christie se la tenía jurada, no es ése el motivo por el cual se ha quedado, una vez más, en la cuneta.
   Por último, Trump parece tener problemas para encontrar al futuro secretario del tesoro. Los requisitos son simples, debe ser algún género de “lobo de Wall Street” cuyo nombramiento deje patentemente clara la bacanal de desregulación que se avecina. Sin embargo, por más que ha removido JP Morgan con Golman Sachs (es decir, Roma con Santiago), el nombramiento no acaba de cristalizar. ¿Por qué? O, de un modo más general, ¿qué tienen Priebius, Sessions, Flyn, Bannon, que no tengan Carson o Christie? El caso de Halley y DeVos no tiene misterio. Como mujeres que son, Trump las ha nombrado para cargos que no le importan un bledo. El hecho mismo de que Halley lo criticase durante la campaña muestra que su nombramiento es un gesto de desprecio hacia una institución que, simplemente, será ignorada a partir de ahora, la ONU.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Valor y política.

   Sé que muy pocos estarán de acuerdo conmigo si digo que Gregg Popovich es uno de los entrenadores más sobrevalorados de la NBA. En mi opinión, los San Antonio Spurs han sido campeones cinco años a pesar de él, más que gracias a él. Arisco, cuando no arrogante con los periodistas, que, naturalmente, no entienden sus “genialidades”, aprovechó una rueda de prensa la pasada semana para lanzar una durísima proclama contra el recién elegido presidente de los EEUU e ídolo de los fabricantes de peluquines, Donald Trump. Lo que dijo no fue muy diferente de lo que dice la inmensa mayoría de americanos con dos dedos de frente y tampoco destacó de la postura nada tibia adoptada por la NBA en su conjunto, con su comisionado actual, Adam Silver y su ex-comisionado David Stern a la cabeza. Sin embargo, me llamó la atención el porqué de su invectiva, que coincide, probablemente, con los motivos que han llevado a la NBA y a otros muchos a adoptar la postura que han adoptado. “No estoy diciendo esto por una cuestión de política, se trata de una cuestión de valores”, afirmó. Cuando Ronald Reagan consiguió componer uno de los Tribunales Supremos más reaccionarios de la historia y regó de dinero a los islamistas radicales que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán, convirtiéndolos en líderes del Islam, se trataba de una cuestión de política. Cuando George Bush hijo decidió montarse una guerrita particular para enriquecer a los amigotes, se trató de política. Ahora, sin embargo, no se trate de política, se trata de valores. ¿Por qué? ¿qué ha cambiado? ¿Es Donald Trump más fascista, más reaccionario, más retrógrado que los últimos presidentes republicanos? No dice nada que otros con anterioridad no hayan hecho y parece un requisito de su administración haber sido promovido previamente por algún presidente anterior si se quiere optar a un cargo. Por tanto, ¿qué ha cambiado? ¿acaso que Trump no disimula lo que es? 
   Trump es repugnante no por lo que piensa sino porque lo dice y lo dice públicamente y se jacta de ello. Que, como ha indicado Popovich, la cuestión haya dejado de ser política y se haya convertido en una cuestión de valores quiere decir, por consiguiente, que los valores son algo que aparecen por la televisión. Lejos de residir en el respeto a los seres humanos con independencia de su origen, en tratar a las personas como personas y no como cosas, en anteponer determinados principios a cualquier interés privado o público, el valor consiste en la actitud, en la pose, en el modo en que uno se deja atrapar por las imágenes. Trump sería nauseabundo por la imagen que proyecta. En este sentido, Trump no dejaría de ser un síntoma de una época que apesta por ella misma o, mejor dicho, el tufo hediondo que suelta el personaje no procede de su peluquín, ni de sus testículos, ni de sus negocios, procede de todos nosotros, que hemos perdido la más liviana noción de lo que representa un valor. Resulta lógico que quienes se solazan en la idea de que el valor de las cosas es la etiqueta que lleva encima con su precio, que quienes están acostumbrados a considerar que cualquier cosa que se poseen se puede vender, incluyendo la dignidad, que quienes ven como normal que la libertad del mercado exija la esclavitud de los asalariados, no hayan podido resistirse a la pesturria de macho alfa que las feromonas de Trump generan a su alrededor. Le han votado, precisamente, por una cuestión de “valores”, porque, como los partidarios del brexit o de la independencia de Cataluña, querían atención mediática, salir en películas, noticiarios y programas de televisión en general, que se hablase de ellos, vamos. “Sí, yo voté a Trump/por el brexit/por la independencia de Cataluña y me siento orgulloso de ello”, proporciona atención de las cámaras, algo que los seres humanos de nuestra era desean con más fuerza que los griegos la felicidad. Naturalmente, la mayoría de quienes así alardean de su zafiedad, son hombres. Esperan, ilusionados, que se haga realidad la promesa de su líder, ésa que lo ha catapultado a la Casa Blanca, a saber, que con poco más que cinco minutos de fama, las mujeres les dejarán agarrarlas por el coño.
   Lo cierto es que también la idea de “yo vote por la primera mujer presidenta de los EEUU”, hubiese proporcionado atención de los medios y ésa es la razón por la que estas elecciones han acabado siendo tan apuradas desde el punto del vista del número real de votos (cosa que, dicho sea de paso, resulta absolutamente irrelevante en cualquier sistema democrático que se precie de serlo). Hillary Clinton consiguió, de hecho, más votos que Donald Trump, lo cual viene a demostrar, una vez más que, en realidad, los EEUU son y ha sido siempre un país de demócratas y bastante liberal, pero ésa es otra historia.