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domingo, 3 de junio de 2012

Basura

   Hacia mediados de los años noventa, casi cualquier residencia de estudiantes alemana tenía su sistema de separación de basuras. Por un lado estaban los envases, de todo tipo, con un símbolito de dos flechas entrelazadas a modo de Ying-Yang. Por otro estaban los residuos orgánicos. Aparte se depositaban el papel y los cartones. Pilas y cristales se repartían los dos depósitos restantes. Me hablaron de un centro de investigación en donde había no menos de una docena de cubos de basura diferentes. En los parques podían verse igualmente papeleras con cuatro o cinco secciones para cada tipo de residuos. Alguien medio salvaje como yo, acostumbrado a tirar las cabezas de gambas al suelo de los bares y a mear en las esquinas de la catedral de Sevilla cada madrugada de juerga, no podía dejar de considerar todo aquello cierto síntoma de esquizofrenia.
   Estuve en una residencia en la que se organizaban turnos para tirar los diferentes tipos de basura. Yo quería ir a tirar la basura con la francesita que me enseñó cómo funcionaban las cosas por allí el primer día. Pero, entre ella y una polaca que lo mangoneaba todo, se las apañaban para que el cubo con los cristales lo llevásemos siempre un nigeriano y yo. Me recuerdo casi cogido de la mano del nigeriano, cargando con tres quintales de botellas y peregrinando de un contenedor a otro. Porque el vidrio, como es lógico, se tiraba en diferentes contenedores según fuese su color. En medio de un cierto cachondeo, que ningún alemán hubiese aprobado, sorteábamos a qué contenedor tirar las botellas de colores exóticos. Muchos años después, los contenedores para el vidrio llegaron hasta mi hogar en el salvaje Sur. Pero el Sur demostró ser mucho más avanzado que el civilizado Norte. En Andalucía estamos tan avanzados en el reciclaje que no necesitamos separar los vidrios por colores. Me imagino que aquí tenemos unas máquinas en las que, por un lado se meten trozos de botellas de todos los colores y, dependiendo del botón que se pulse, salen botellas perfectamente transparentes, marrones, verdes o azules. Algo semejante ocurre con el contenedor de las flechitas. Ahí metemos el plástico, con independencia de que tenga o no flechitas. En cambio, los embalajes de cartón con las flechitas se meten junto con el papel... si se puede, claro. Aunque han ido agrandándola, la bocana sigue siendo estrecha y, como no huele, es el que de más tarde en tarde se recoge. El resultado es que no siempre es fácil meter los papeles y cartones en él.
   Hubo una época en que el papel reciclado era casi omnipresente. Se lo podía comprar en cualquier parte, la administración lo adoptó por norma y en el papel higiénico se hallaban trocitos de periódicos. En Alemania se pusieron muy contentos. No por cuestiones ecológicas, no. Se pusieron muy contentos porque el papel reciclado que usábamos era suyo. Por más que se subvencionaba a las empresas españolas, eran incapaces de competir con las germanas, que llevaban mucho más tiempo dando satisfacción a una amplia demanda.. De este modo, cada uno de nosotros pagaba con sus impuestos la subvención a una serie de empresas que recogían y procesaban el papel, pero no lo vendían. Lo vendían las empresas alemanas que, al transportarlo desde allí, anulaban por completo los supuestos beneficios ecológicos del reciclaje. Rápidamente los españoles cogimos onda y hoy en día, el papel que Ud. y yo depositamos en un contenedor azul, suele acabar en China, donde es convenientemente reciclado y devuelto en forma de, por ejemplo, embalaje de ese iPad que está Ud. pensando comprarse. Las estadísticas dicen que España es uno de los mayores consumidores y recicladores de papel de Europa. Lo que la estadística no dice es que el papel que consumimos sea el mismo papel que reciclamos. "Bueno, al menos se está evitando la destrucción de bosques", pensará Ud. Sí, se estaría evitando la destrucción de bosques si el papel se elaborase a partir de hayas y robles. El caso es que la principal fuente de celulosa son los pinos y eucaliptos que, la verdad, más que bosques, en nuestro país conforman plantaciones de uso industrial. Otra cosa, por supuesto, es que muchos bosques quemados por el fuego, hayan sido replantados con pinos y eucaliptos para uso y disfrute de la industria papelera nacional. En cualquier caso, si aún sigue pensando en comprarse un iPad para que se ahorre papel, debo comunicarle que la mayor parte del papel que se consume en el mundo no está destinado a fabricar libros (¡ojalá!) sino el embalaje de su iPad, el papel de regalo que lo envuelve y el ticket de compra, papeles que, estos sí, acabarán en la basura, rumbo a China para volver a iniciar el proceso.
   Por si la cosa no fuese ya bastante confusa, una serie de municipios vascos gobernados por la izquierda abertzale, han decidido implantar un sistema personalizado de recogida y reciclado de residuos. Cada vivienda debe colocar un tipo de basura en un lugar identificado individualmente en un día señalado de la semana. Para cerciorarse de que el sistema funciona, unos operarios se encargan de inspeccionar la basura e iniciar los trámites para multar a quien saque basura que no corresponde o bien las mezcle inadecuadamente. La iniciativa, jaleada por ciertas instituciones dado su valor medioambiental, ha sido criticada por el resto de formaciones políticas. Naturalmente, critican el cómo y el quién, no el qué. El control de la basura es el control de la población y en ese objetivo desde la muy radical izquierda abertzale a la no menos radical derecha españolista, todos están de acuerdo. Y si cree que estoy exagerando, piénselo por un momento. La basura lo cuenta todo acerca de nosotros, nuestro sexo, edad, estado civil, nivel de ingresos, intereses, aficiones, cuáles son nuestros familiares o amigos (¿nunca ha tirado una foto a la basura?), tipo y frecuencia de compras, cuánto nos crecen las uñas y si tenemos por costumbre hurgarnos la nariz. Si Ud. practica el sexo con frecuencia, si su pareja usa preservativo o anticonceptivo, si se tiran Uds. los platos a la cabeza, de todo ello queda registro en la basura. Los servicios de inteligencia lo saben y el primer paso para espiar a alguien es recoger sistemáticamente su basura. Desde luego, cualquiera que viva en uno de esos municipios vascos y pertenezca a un partido no nacionalista o, simplemente, haya agitado una banderita española en su casa para animar a la selección, hará bien en comprarse una buena trituradora de papel.
   Reciclar está muy bien. Ahorra agua, energía y materias primas. Pero el reciclaje es un parche, no la solución. Y ni siquiera llega a parche cuando se hace de él una industria, porque entonces, queridos amigos, la basura se convierte en un bien, un bien con el que se comercia y trafica, un bien que, por definición, siempre será escaso y del que hace falta cantidades cada vez mayores, hasta que quedemos enterrados en nuestros propios bienes, es decir, en nuestras propias basuras. La solución, por tanto, no es el reciclaje. La solución es buscar un nuevo modelo económico en el que riqueza y derroche no sean sinónimos.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Por qué soy neomachista (2)

   Una de las características del feminismo teórico es su alianza con el Estado. El feminismo del siglo XX es un feminismo de Estado. No se trata ya de que los Estados hayan adoptado políticas de discriminación positiva, es que esto es lo único que podía ocurrir. ¿Por qué? Voy a contar un cuento. Érase una vez que se era, una miembro* numeraria del Opus casada y con tantos hijos como Dios había querido mandarle. Un día descubrió que tendría más facilidad para publicar, recibiría más becas y subvenciones si, en vez de dedicarse a los temas de investigación que le permitía la Obra, se dedicara al feminismo. Se salió del Opus, se divorció del tirano de su marido y fue feliz y comió perdices a costa de los fondos de los congresos sobre feminismo que organizó. Esta bonita historia lleva a una pregunta: ¿cuántas teóricas feministas van a seguir haciendo gala de su militancia ahora que las ayudas públicas van a sufrir un drástico recorte? Puedo formular esta pregunta de un modo todavía peor. Las investigaciones financiadas por las empresas farmacéuticas, casualmente acaban concluyendo que sus productos sirven para el tratamiento de determinadas enfermedades. Las encuestas encargadas por un partido político, casualmente dan resultados favorables a ese partido político. ¿Es también casualidad que los estudios feministas subvencionados con dinero público, acaben exigiendo, en este o aquel ámbito, la intervención del Estado? ¿Por qué tantas propuestas feministas pasan por apelar a papá el Estado?
   Decir que buena parte del feminismo, al menos del feminismo teórico, es pensamiento subvencionado no constituye, con todo, lo más duro que se puede decir. Los documentos de las grandes teóricas del feminismo son poco más que una colección de chistosas anécdotas acerca de hombres de Marte y mujeres de Venus, una pormenorizada casuística obtenida de novelas y otros relatos de ficción (y esto es aplicable a las mismas madres fundadoras del movimiento), denuncias en las que no se mencionan nombres, victimismo a raudales, el consabido presupuesto de que los hombres somos testosterónicos, alusiones al patriarcado romano y, en el caso de la línea más radical, reivindicación de los métodos del apartheid sexual decimonónico, ahora amparado en motivos especularmente distintos.
   Es inútil pedirles una cierta lógica, algo de coherencia, la más mínima fundamentación histórica. La lógica, la coherencia, la exigencia de fundamentación histórica, son típicos corsés masculinos, cuya utilización sólo puede conducir a la reproducción de los esquemas machistas. No vale decir que el patriarcado romano no pudo surgir de la nada y que otras sociedades, sin antecedentes romanos, son tan o más machistas que la nuestras, por lo que ahí no puede buscarse la razón de lo que está ocurriendo hoy. Huelga afirmar que por las venas de las mujeres también circula testosterona. Y si se nos dice que menos, la cosa se pone todavía mejor. Si la testosterona fuese la culpable de todo, los hombres que producen más testosterona que la media serían más machistas, tesis que difícilmente resistiría la más mínima contrastación empírica. Ni siquiera se puede reclamar que la idea de que los hombres somos "por naturaleza" algo, además de haber sido la base para todo tipo de discriminaciones a lo largo de la historia, lleva a la conclusión lógica de que, si efectivamente somos así "por naturaleza", nada ni nadie va a cambiar las cosas, con lo que sólo queda plegarse a los hechos. Como digo, nada de esto es argumentable porque el deseo de argumentar es ya una clara muestra de pensamiento masculino, es decir, machista. Sin embargo, insisto, la apertura de librerías en las que sólo pueden entrar mujeres no ha detenido las violaciones, las humillaciones, ni los asesinatos.
   Está muy bien que haya organizaciones feministas, subvencionadas por papá Estado, apoyando a las mujeres maltratadas. Estaría mejor que las hubiera dedicadas a denunciar a los maltratadores que cobran pensiones de viudedad por sus mujeres y víctimas y que no fuese papá Estado quien tenga que descubrir estas cosas. Está muy bien que papá Estado multe a las empresas que discriminan a las mujeres. Sería mucho mejor que las organizaciones feministas hicieran listas públicas de los establecimientos y empresas multados y promovieran el boicoteo de sus productos. Está muy bien que se enseñe igualdad de género en las escuelas de papá Estado. Más eficaz sería negarse a comprar productos cuyos anuncios reproduzcan lo más rancio de la asignación de roles sexistas (productos de limpieza del hogar o adelgazantes promocionados por mujeres, coches deportivos que sólo conducen hombres, etc.) Es muy bonito que papá Estado obligue a hacer listas electorales "cremallera". Mucho más hermoso serían los programas deportivos "cremallera", es decir, que cada minuto de información deportiva masculina fuera correspondido por un minuto de información de deportes femeninos y que las mujeres protagonizaran una campaña de apagado de televisiones hasta que eso ocurriese. Las historias de la ciencia "de género" subvencionadas por papá Estado son fabulosas. Una fábula mucho más útil sería que las científicas pudieran incluir en sus curricula la maternidad, pues ésta suele ir acompañada de una ralentización en sus investigaciones que las pone en inferioridad respecto de sus compañeros varones. Luchar por la igualdad de género en nombre de papá Estado está muy bien. Lo ideal, sin embargo, es luchar por la dignidad de las personas, con independencia de qué les cuelgue en la entrepierna. Pero, claro, esto es peligroso, pues no sólo acabaría con los acosadores, los maltratadores y las discriminaciones por razón de sexo.

   * ¿O miembra? Ahora bien, si toda parte femenina integrante de un organismo es una miembra, mi pierna no es uno de mis miembros, sino una de mis miembras.