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domingo, 7 de septiembre de 2014

Métodos de riego

   Lo malo del regreso de las vacaciones es que los políticos también regresan a la actividad (es un decir). Este año, antes de que ninguno haya podido tener el primer ocurrendo, ha entrado en escena nuestro heroico Super Mario Draghi para anunciar lo que a nadie se le puede estar escapando: que tras la brutal poda de la crisis, el arbusto de la economía crece débil y paliducho. Para vitaminarlo y mineralizarlo, Super Mario trae bajo el brazo una caja de herramientas. Hay quienes argumentan que son medidas tibias y cobardes. Por el contrario, yo pienso que Super Mario ha demostrado toda su valentía. La caja de herramientas que está dispuesto a abrir, está asentada en “una mayoría confortable”. Dicho de otro modo, las ha sacado adelante en contra de la opinión de quienes tienen que dar el visto bueno para que continúe en el cargo (léase, los alemanes). Básicamente se trata de comprar títulos y bonos respaldados por la deuda privada en manos de los bancos. En definitiva, se trata de regar de dinero a los bancos a la vez que se penaliza su posibilidad de mantener ese dinero “congelado”. La esperanza es que comiencen a prestar dinero de una vez. El trasfondo de estas decisiones merece la pena ser analizado.
   En primer lugar, tenemos, de nuevo, al lobo de la deflación asomando las orejas. Como ya dijimos en otra entrada, el capitalismo es inflacionario, necesita de la inflación como un burro necesita de una zanahoria delante de sus ojos para andar. El BCE, que fue creado para controlar la inflación, se encuentra ahora con la paradoja de que tiene que fabricarla. Por supuesto, las mentes cuadriculadas no se las manejan muy bien con las paradojas y ésta es una de las razones para que los alemanes se opongan a cualquier medida en dicha dirección. La otra es que ya lo hicieron en un pasado y ningún político que se precie cambiará nunca de rumbo por mucho que los hechos hayan demostrado que va camino del precipicio. Pero hay una último motivo en esta actitud alemana que no es tan pueril. Hace ya tiempo que se vienen cuestionando los instrumentos que miden la masa monetaria en circulación en Europa. Echar dinero en un mercado cuya masa monetaria no se conoce con exactitud es una medida mucho más arriesgada de lo que la prudencia (alemana) puede aconsejar.
   Un segundo aspecto a considerar es que estas medidas vienen a producirse unos años después de que las adoptaran Japón, EEUU y Reino Unido. Hay quienes ven en semejante retraso, pruebas de la inoperatividad de las instituciones europeas. Yo más bien creo que es una muestra de sensatez... si se sacan las lecciones oportunas de lo que ha ocurrido en estos países. Porque lo que ha ocurrido es que, tras unos meses de cierta euforia el enfermo vuelve a tener constantes vitales planas. ¿Por qué? Supongamos que las medidas de Super Mario consiguen, al fin, despertar el ansia de los bancos por prestar dinero. Supongamos que hay un empleado de banca en una mesa esperando ansiosamente que alguien se siente ante él para darle un préstamo. Supongamos que un joven emprendedor se sienta, en efecto, allí, con el deseo de conseguir dicho préstamo. Supongamos, finalmente, que dicho joven emprendedor es, por ejemplo, promotor inmobiliario. Quiere construir casas. El empleado, sin hacer muchas preguntas, comenzará a rellenar mecánicamente las casillas del formulario para dar el préstamo. En una de ellas pondrá: plan de negocio. “¿Plan de negocio?” preguntará al joven emprendedor. “¿Plan de negocio?” responderá éste. “Sí, ¿a quién le va a vender las casas? ¿cómo? ¿en qué plazo?” ¿Qué puede responder el joven emprendedor? ¿a quién le va a vender las casas? ¿a los parados? ¿a quienes ya tienen una hipoteca que se les come más de la mitad de su sueldo?
   La idea de Draghi es que si se les facilita dinero a los bancos, éstos se lo prestarán a sus mejores clientes, los cuales generarán empleo, trabajo y, por fin, la recuperación económica. En resumen, es la vieja idea neoconservadora, tantas veces refutada ya, de que lo mejor para la economía es que los ricos tengan cada vez más dinero. Lo cierto es que si la mayoría de los ciudadanos carece de poder adquisitivo, ningún cliente de un banco, por muy rico que sea, podrá vender nada y si su banco tiene la más mínima sospecha de que ésta es la situación, ni locos le prestarán dinero, más bien se lo quedarán para aprovisionar el aumento de la morosidad. Cuando, en ciertos momentos de la historia, los Estados han recurrido a la máquina de hacer billetes, la inflación se ha desbordado de modo inmediato porque los Estados inyectaban dinero en todos los niveles de la sociedad. Por supuesto, obtenían crédito de los bancos, pero también realizaban ellos mismos obra pública y regaban las clases más pobres con ayudas y subvenciones de todo tipo. Pero si la inyección de dinero se produce únicamente en las  capas más altas de la economía, en los grandes actores, el efecto durará lo que dure la frescura de la tinta en los billetes. Super Mario, como sus antagonistas alemanes, como la mayor parte de los economistas que ejercen influencia sobre los gobiernos, siguen sin querer enterarse de que la recuperación tras una crisis no es un asunto de macroeconomía, sino de microeconomía. Quienes necesitan un estímulo no son los bancos, son las cuentas de cada ciudadano de a pie. Si este problema se solucionara, si se mejorara la capacidad adquisitiva de cada hogar europeo, el otro supuesto problema, el problema financiero, se esfumaría como las tinieblas con la salida del sol.

domingo, 22 de diciembre de 2013

No es país para investigadores

   Por diferentes motivos, estos últimos meses he conocido a tres jóvenes investigadores españoles. Me ha impresionado que alguien tenga hoy día el valor de decirle a sus familiares que se va a dedicar a la investigación. Les expresé en privado mi simpatía y admiración, que hoy quiero hacer públicas. 
   El primero de ellos es un profesor de instituto que cogió este verano su coche y se plantó en el corazón de Alemania para trabajar con los inéditos del autor objeto de su investigación. Sabía que no tendría tiempo suficiente, así que renunció también a su paga durante un par de meses hasta completar lo que había ido a hacer en tierras germanas. Su investigación, la investigación de la que, de un modo u otro, acabaremos beneficiándonos todos, no la hemos financiado, le ha costado el dinero a él.
   La segunda historia es la de un joven que está intentando iniciar su carrera investigadora. Pretende solicitar una beca para ello y ha tropezado conmigo en su laberíntico intento de rellenar todos los papeles que le piden. En esencia, el protocolo para solicitar una beca de investigación en este país se ha convertido en un proceso kafkiano, absurdo y mastodóntico, cuya única finalidad es desanimar a cualquier individuo con la pretensión de iniciarlo. Eso sí, se ata al pobre incauto que pretenda ampliar las fuentes de conocimiento de la ciudadanía, con gruesas cadenas, a todos los miembros de un grupo de investigación, que no tendrán demasiado difícil utilizarlo como negro en cuantas tareas le convengan.
   El tercer caso es todavía mejor. Me he encontrado a un joven que persigue acrecentar nuestros conocimientos mientras se gana la vida vendiendo casas o, mejor dicho, alimentando el proceso deflacionario de la vivienda que están llevando a cabo, concienzudamente, las empresas inmobiliarias. Cómo puede uno participar en la mentira de que estamos en una crisis y que todo aquello por lo que tanto pagamos no vale nada, mientras busca la verdad histórica, es algo que no me atreví a preguntarle. Siempre he dudado si yo hubiese podido escribir la tesis doctoral que quería a la vez que trabajaba, por lo que siento enorme respeto hacia quienes tienen que compatibilizar ambas cosas.
   Don Santiago Ramón y Cajal ya advirtió que “investigar en España es llorar”. El investigador es en este país un marginado, un predicador en el desierto, un apestado. Hasta aquí nada nuevo.  Lo novedoso es que, en la última década, a la marginación, a la burla, al deseo generalizado de enterrarlo vivo, se ha unido la voluntad de escarnio, el cinismo casi criminal, la intención franca de volverlo loco. Tomemos, precisamente, a Ramón y Cajal, no al insigne genio que hizo lo imposible en un país donde era imposible hacer nada semejante, sino al programa de becas que tomó su nombre. La idea con que se publicitó era excelente, traer de vuelta a la enorme cantidad de investigadores españoles que estaba dando los mejor de su carrera en el extranjero. Habría que ver sus caras al recibir la noticia. Seguro que les embargó la emoción. Podrían hacer lo mismo que estaban haciendo pero cerca de sus familiares y amigos. Podrían devolver a la ciudadanía lo que ésta había invertido en su formación. ¡Quién sabe! tal vez, podrían hasta obtener reconocimiento de sus compatriotas. ¿Cuál fue la realidad? Tras malgastar aquí unos años, sobre todo, rellenando papelotes inmundos, los que no consiguieron pegarse al catedrático de turno, precisamente lo que se habían negado a hacer cuando se marcharon al extranjero, tuvieron que volver a hacer las maletas. A los que lucharon contra viento y marea por quedarse les aguardaba lo peor: apenas asomó la crisis vivieron la vergüenza de que un burócrata de mierda les dijera que “carecían de capacidad de liderazgo”, o una mamarrachada parecida, antes de dejarlos sin beca.
  La crisis, o, por decirlo más exactamente, el deliberado plan de nuestros dirigentes para convertirnos en un país de zafios, ha hecho algo más. Los centros de investigación están recibiendo uno tras otro la carta en la que se les comunica que o se asocian con alguna universidad o con una empresa privada o cierran. El CSIC está en proceso de demolición (a lo mejor también se sospecha de él que está lleno de rojos, masones y ateos, como ciertas secciones de Hacienda o los departamentos de filosofía de los institutos). El investigador que, libre de politiqueos y de la presión del mercado, se puede dedicar a buscar resultados a medio y largo plazo, ha pasado a ser un proscrito. Hay precio por su cabeza. La fortuna astronómica empleada en formar esos investigadores, en dotar esos centros de lo necesario, en conseguir que adquiriesen un cierto nombre y respeto, se tira a la basura como si hubiese crecido en los árboles. Y para que el cinismo no tenga límites, se vende el mayor despilfarro de la historia de este país como un ahorro. Mientras tanto, unos y otros discuten acerca de si España dedica una cantidad ridícula o esmirriada a investigación. La realidad es que esa cantidad sólo da para que el politicastro de turno pueda salir por la tele diciendo que se financia la investigación. No porque sea pequeña o grande, sino porque el año que viene o el otro, será recortada o ampliada, se cambiarán los criterios o las finalidades, se encauzarán por un organismo nuevo o arcaico, de modo que se haga imposible una cierta continuidad en la política investigadora.
  Para esto, para que un día se construya el más lujoso centro de investigación sobre el cáncer y al día siguiente se lo entregue a la piqueta, para que alguien que ha obtenido su cargo a dedo tenga sus cinco minutos de telediario, para que cuatro catedráticos con amigotes en los puestos importantes mantengan su tajada habitual mientras los demás se rifan el botijo, para esto, insisto, mejor que se suprima el presupuesto de investigación y se dedique a carreteras. Todos, incluidos los jóvenes con deseos de investigar que ya no verían crecer falsos espejismos ante ellos, seríamos más felices. Al menos, hasta que las consecuencias de este desastre nos alcancen.

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿Qué ha cambiado?

   Esta semana hemos vivido la confirmación oficial de algo que  se rumoreaba desde hacía algunas semanas: España (e Irlanda) ya no necesitan las medidas de emergencia que se adoptaron para ellas. Europa ha celebrado el éxito del rescate de estos dos países y el gobierno español ha obtenido la palmadita en la espalda que estaba buscando. El PP ha comenzado a colgarse medallas y hasta hay quien está empezando a vender optimismo. 2014 está ahí mismo y es el año de la recuperación. Si uno lee estas noticias y vive lejos de España pensará, sin duda, que la crisis ha comenzado a ser cosa del pasado y que ya sólo queda que las buenas noticias macroeconómicas lleguen a los hogares de una semana para otra. La realidad es muy distinta.
   La deuda pública se ha disparado en los últimos años. Cuando eso que se ha dado en llamar "crisis" nos alcanzó de lleno y el pánico cundió en los mercados, apenas suponía el 62% del PIB. En el tercer trimestre de 2013, alcanzó el 92,30%. Pocos dudan de que en los próximos años llegará al 100% e, incluso, puede superar esa cifra. Es extremadamente poco probable que tales porcentajes se reduzcan a medio plazo. Existen básicamente tres factores que han contribuido a este crecimiento geométrico. El primero es la necesidad del Estado de dinero para tapar el agujero que habían dejado en el sistema financiero las cajas de ahorro dirigidas por políticos retirados y otros en formación. El segundo es el aumento de los tipos de interés a pagar por culpa del aumento de la famosa “prima de riesgo”. El tercero es absolutamente incontrolable por parte del gobierno: la contracción brutal del PIB provocada por una retirada masiva de efectivo del mercado por parte del propio Estado. Evidentemente, si la  deuda se calcula respecto del PIB y éste no hace más que disminuir, el porcentaje aumentará. Así, desde 2008, la deuda pública per capita se ha duplicado (ha pasado de los 9.500 € a los 19.000) y otro tanto ha ocurrido en millones de euros (de 436 mil millones a 884 mil millones). En porcentaje, sin embargo, ha pasado del 40,20% al 86% del PIB.
   Exactamente el mismo problema podemos encontrar en el déficit público. Con una progresiva disminución del PIB, el objetivo de alcanzar un 4,5% este año apareció como imposible a las propias autoridades europeas. No obstante, el 6,5% en el vamos a acabar con toda probabilidad está por encima de lo que todo el mundo anunciaba. Claro que esto no es ningún problema si lo comparamos con lo que queda por delante. Europa nos exige estar por debajo del 3% del PIB en 2016. Con un crecimiento esencialmente nulo, estamos ante la exigencia de un ajuste al menos tan drástico como el que se ha producido en estos últimos años. Difícilmente se puede alcanzar un objetivo así sin recortar de nuevo el sueldo de los funcionarios, los servicios públicos, y las pensiones e incrementar los impuestos. De hecho, tras festejar la salida de España de la recesión, la Comisión Europea  ha advertido al gobierno que tiene que ir aclarando de dónde va a detraer los 35.000 millones que hay que quitar de las cuentas públicas de aquí a 2016. Por supuesto el gobierno se ha subido por las paredes. Si en 2011 España estaba gobernada por una mayoría absoluta que permitía hacer todas las barrabasadas que se propusiese sin problemas, 2015 es un año electoral y el partido gobernante no quiere llegar a esta cita con el anuncio de nuevos recortes fresco en la memoria de los electores.
   Falta un tercer elemento. Gracias a la última reforma laboral, la cifra de paro en España es descomunal. Casi uno de cada tres trabajadores potenciales está desempleado. Ni las previsiones más optimistas hablan de una reducción de esa cifra en el próximo lustro. Sin prestaciones por desempleo, sin ayudas, sin perspectivas de una mejora en su situación, viviendo de las pensiones de unos padres que acabarán por verse mermadas, la situación se puede tornar de aquí a poco en explosiva.
   El resumen de todo lo anterior es muy simple, la situación de España es hoy mucho peor que hace tres o cuatro años. Aún más, nada parece indicar que las cifras macroeconómicas vayan a mejorar a corto o medio plazo. Y, sin embargo, el diferencial con el bono alemán, es decir, la famosa “prima de riesgo” ha caído desde el 612 que alcanzó en el 30 de julio de 2012, al 215 del pasado viernes. En numerosas publicaciones económicas se está empezando ya a hablar de España como un país en el que existen grandes oportunidades para invertir y ha saltado a la primera página de los periódicos la entrada de Bill Gates en Fomento de Construcciones y Contratas, S. A.  Dicho de otro modo, todos los indicadores son iguales o peores que tres años atrás, la percepción que se tiene de nuestro país ha cambiado radicalmente. ¿Cómo explicar esto? Muy fácil, los operadores internacionales, los “mercados”, tienen hoy muy claro algo que hace dos, tres o cuatro años no tenían tan claro, a saber, que el inmenso agujero económico que dejó el despilfarro y la corrupción de políticos, banqueros y honrados emprendedores de la construcción, lo vamos a pagar todos aquellos que no participamos en el despilfarro y la corrupción. Es un hecho que los causantes de los males económicos van a quedar impunes financiera y judicialmente.  Aún más, sus ganancias y sus sueldos no han dejado de incrementarse en estos años de crisis. No obstante, en economía las promesas no valen de mucho. Los ciudadanos de a pie tenemos que pagar hasta el último céntimo que se dilapidó. Sólo entonces la economía comenzará a crecer, es decir, comenzará a montarse otra burbuja económica con la que puedan arrebatarnos lo que hayamos conseguido ahorrar quitándole el pan de la boca a nuestros hijos.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Portugal

   España limita al Norte con Francia, al Este con el Mediterráneo, al Sur con Marruecos y al Oeste con una cosa que todos sabemos que está ahí, pero que nadie conoce. Si uno analiza el turismo español, encontrará que, tradicionalmente, ha habido más afluencia a la lejana y cara Praga que a Lisboa. Ud. dice: "he pasado unos días en Lisboa" y la gente le mira raro, como si, repentinamente, se hubiesen acordado de la existencia de una remota ciudad con ese nombre. En las hermosas tierras lusitanas, encontrará numerosos portugueses que hablan español o, al menos, una versión suavizada y sin acentos de su lengua, versión ésta a la que se conoce como "portuñol". ¿Cuántos españoles hablan portugués? Ni uno. Bueno, es mentira, yo tengo un primo que estudió portugués, pero eso sólo demuestra lo raros que somos en mi familia. Los españoles no aprendemos idiomas ni a tiros. Nos inculcan con cinco años que nuestra lengua la hablan 300 millones de personas y que es un idioma en expansión, así que los niños ven inútil aprender inglés, alemán, chino o cualquier cosa parecida. Ahora las cosas están cambiando, las familias se pirran porque sus hijos estén en un colegio bilingüe y dominen el inglés antes de saber leer. En cualquier caso, sigue habiendo algo pacato en nuestra mentalidad. Hablar idiomas significa hoy hablar inglés. ¿Para qué aprender varios idiomas si con el inglés se puede ir a todas partes? Pero me estoy desviando del tema sobre el que quería escribir.
   Portugal es un país lleno de encanto, con ciudades maravillosas, playas preciosas (aunque de aguas heladas) y una dulce melancolía que lo envuelve todo. Los portugueses son gente humilde, trabajadora, que siempre parecen estar y no estar, como si tratasen de pasar desapercibidos. Naturalmente, hay gente engreída, pero un portugués engreído es un español modesto... Y después está Mourinho. Por algo los portugueses declararon fiesta nacional el día en que lo fichó el Chelsea.
   La relación entre españoles y portugueses es la de un matrimonio feliz, dormimos espalda con espalda. Históricamente siempre hemos estado en alianzas diferentes, nosotros con los franceses y ellos con los ingleses. La cosa cambió con el surgimiento de la Comunidad Europea. Los ingleses entraron porque estaba Francia, aparte de eso nunca le han encontrado aliciente. Tampoco los portugueses se lo veían, pero la posibilidad de que entrase España cambió las cosas. Tuvieron que hacer una difícil elección. De un lado estaba la posibilidad de que un día dejara de existir su frontera con nosotros, de otro, que España estuviese en Europa y ellos no. Al final, se tragaron el sapo fronterizo y entraron.
   Los portugueses nos admiran, nos temen y nos desprecian a partes iguales. Desprecian nuestra arrogancia, temen el hecho de que seamos más que ellos y admiran nuestro civismo a la hora de conducir. Es imposible explicar esto último si Ud. no pasado por la inefable experiencia de conducir por las carreteras portuguesas. Todavía me acuerdo de una ocasión en la que estaba al volante de mi coche, esperando que un semáforo lisboeta se pusiera en verde. Llegó un conductor autóctono por detrás y empezó a echarme las largas para que me lo saltara. Pese a ello, a mí siempre me ha parecido que Portugal iba por delante de nosotros en muchas cosas. Por ejemplo, los portugueses se libraron de su dictadura un año antes que nosotros de la nuestra. Y no porque se les muriese el dictador en su cama como nuestro tormento, no. Una generación de mandos intermedios, ideologizados en las guerras coloniales, plantaron los tanques en la calle con dos narices. De inmediato, el pueblo salió a manifestarse, para dejar claro de parte de quién estaba. Ahí aparecieron los claveles y un nombre para la historia.
   Otra razón por la que creo que Portugal va por delante de nosotros es que tiene curiosas tradiciones. Una de ellas es que si un ministro tiene responsabilidad en un escándalo, ofrece un trato de favor a un familiar, insulta a un diputado o cualquier cosa semejante, ¡dimite! Sí, sí, los ministros pueden dimitir. Yo me enteré, precisamente, por la noticia de la dimisión de un ministro portugués. Siempre había pensado que las constituciones democráticas lo prohibían. En España, cuando a uno le entregan la cartera de ministro, en ella van los correspondientes remaches del 14 especial, con los cuales queda ya atornillado a la poltrona hasta el siguiente cambio de gobierno. El único ministro que dimitió, hasta donde yo recuerdo, fue Manuel Pimentel. Este singular personaje de la derecha española, no dejó el gobierno por un escándalo, sino por desacuerdos con la política sobre inmigración, es decir, por principios. No me extrañó que después acabase por abandonar la cúpula del PP cuando Pepe Mari decidió pasar a la historia invadiendo Irak. Manuel Pimentel es un ejemplo más de que quien no entra en la política para medrar, acaba por irse.
   Portugal nos mostró el camino, de nuevo, cayendo al abismo antes que nosotros. En realidad, no había motivos para ello. Sus cifras macroeconómicas no habían empeorado significativamente en los últimos años, sus bancos no se habían vuelto locos de codicia como en Irlanda, no habían mentido sobre las cuentas públicas como Grecia y ni siquiera habían tenido una burbuja inmobiliaria como la nuestra. Simplemente, era una economía pequeña, era posible tumbarla y los merkados fueron a por ella. Si Portugal hubiese tenido el tamaño de España, estaría todavía viéndolas venir, como Francia o Bélgica. Y llegaron los hombres de negro, con sus hojas de cálculo, sus informes de mil páginas y sus poderosísimas herramientas de análisis para hacer lo mismo que hacía mi madre cuando los rosales no daban rosas: podar todo lo podable. Algunas veces, a mi madre le salía bien y el rosal, escarmentado, comenzaba a echar flores antes de que le volvieran a salir las hojas. La mayor parte de las veces les ocurría como a los países sudamericanos en las décadas de los 70 y los 80, como a Grecia, a Irlanda, a España y a Portugal, esto es, se deprimían y se morían. Los portugueses, de hecho, llegaron a la conclusión de que no querían un país recortado, que les habían metido a la fuerza en un proyecto en el que no querían estar, que les estaban robando la vida para que unas cifras, que por sí mismas no significan nada, cuadrasen. El sábado 15 de septiembre se lanzaron a la calle, unos 300.000 en Lisboa, alrededor de un millón en todo el país. Las manifestaciones las llenaron los perroflautas de siempre: jubilados, policías de paisano, funcionarios en general, parados, estudiantes, familias enteras. Corearon esloganes simples, pidieron cosas elementales: que se les dé a quienes lo necesitan, que se les quite a quienes tienen, que se emplee racionalmente lo recaudado, que no se les robe el futuro a generaciones enteras. Ahora, esos perroflautas asisten a cada acto político, a cada cena pagada con dinero público, a cada bonita fotografía para la posteridad, con huevos, tomates y carteles donde puede leerse: "ladrones". Este sábado, más de 10.000 personas se han concentrado frente a la sede de la jefatura de Estado, a la hora en que estaban reunidos el Presidente de la República, el Primer Ministro y buena parte de su gabinete, entre otras personalidades. A diferencia de la, supuestamente, democrática España, no se ha detenido a ningún instigador de la protesta antes de que haya cometido delito alguno. El Sr. Passos Coelho, que hasta ayer, como el Sr. De Guindos, sólo parecía ufano cuando los podadores le daban una palmadita en la espalda, ya ha dicho que una cosa es ser firme y otra intransigente. Su sólido gobierno se tambalea y acaba de descubrir que, al fin y al cabo, en las reuniones de primeros ministros europeos hay 25 para tirarle de las orejas y en las calles portuguesas hay millones. Por todo ello, pienso que nuestros vecinos peninsulares están, otra vez, mostrándonos el camino a seguir.

domingo, 22 de julio de 2012

Todo es mentira

   Hacia principios de los años treinta la radio era un lujo que sólo una pequeña parte de la población alemana se podía permitir. La emisoras estaban en manos de las autoridades de cada uno de los Estados federales y la variabilidad de sus consignas hacían de ellas un modo más de generar confusión en los confusos estertores de la República de Weimar. Erich Scholz, por entonces ya muy cercano al nazismo, fue quien puso orden en aquel descontrol desde su puesto de "Comisario para la Radio del Ministerio del Interior". Scholz se aseguró de uniformizar las líneas editoriales, el formato y la programación misma de las diferentes emisoras, hasta hacer de ellas una voz única. Para Scholz, la radio alemana debía de estar al servicio "del pueblo alemán" y excluir todo lo que fuese en contra de los intereses "del pueblo". Scholz dimitió de su cargo el 22 de noviembre de 1932, unos cuarenta días antes de que Hitler fuese nombrado Canciller. Hitler y Goebbles no "se dieron cuenta" de las potencialidades de la radio una vez llegados al poder, el ascenso del totalitarismo y la desaparición de la pluralidad en la radio corrieron paralelos, hasta el punto de que cabe preguntar si hubiese ocurrido lo primero de no haberle allanado el terreno lo segundo.
   Hasta entonces, escuchar la radio era un acto social. Dado el coste de los aparatos, grupos de conocidos o amigos se reunían en torno a él y debatían el contenido de las noticias. Lo que hicieron Hitler y Goebbles fue encargarle a Otto Griessing la fabricación de un modelo barato, muy barato, de modo que cada hogar alemán se lo pudiera permitir. Se trataba de conseguir que la voz de Hitler, hablase personalmente a cada alemán, eliminando cualquier posibilidad de discutir el mensaje transmitido. No obstante, como acabo de decir, Erich Scholz realizó su fecunda labor bajo un gobierno no dictatorial(1). Existen multitud de métodos para lograr la unificación de mensajes de un modo mucho más sutil, aunque no menos peligroso, que las drásticas amenazas nazis. Uno de los más fáciles se llama "reducción de costes" y consiste en subcontratar el suministro de informaciones con alguna de las agencias de noticias al uso. De este modo, lo que el oyente entiende que es un contraste de fuentes por oír la noticia en dos emisoras de signo político contrapuestos, se trata, simplemente, de la repetición de una y la misma fuente. Pongamos ahora esta situación en contexto. Hoy día la radio no se escucha habitualmente en la intimidad del hogar y, mucho menos, prestándole nuestra atención plena como en época de los nazis. Se escucha mientras se conduce, se trabaja manualmente o se hace ejercicio, actividades todas ellas que exigen una parte de nuestra atención, mientras que la otra va absorbiendo la información de trasfondo con bastante poca capacidad crítica. Por tanto, aunque el porcentaje de población al que se alcanza se ha reducido, el poder intonxicador de la radio permanece intacto. Comprobarlo es simple, preste atención a lo que dice cualquier grupo de ciudadanos "bien informados", con independencia de que sean abogados, médicos, albañiles o barrenderos. Si han acudido a sus puestos de trabajo con la radio puesta, podrá observar en ellos la más sorprendente uniformidad en la consideración de cuáles son los "hechos" y de qué es "lo importante" de ellos. Apenas entorne un poco los ojos, hasta podrá oír las expresiones del comentarista radiofónico que habla por sus bocas.
   La demostración última de que nadie en su sano juicio puede dudar de que esos son los "hechos", de que eso es lo "importante", lo da el que otro medio (al cabo, de nuevo, la misma fuente), viene a confirmarlo y de ese otro medio no se puede dudar pues en él "vemos" lo que ocurre, la televisión. Es verdaderamente irónico que hoy día, que todos tenemos en nuestro ordenador un eficiente programa para manipular imágenes, llamado Photoshop, sigamos creyendo en la fidelidad de las imágenes que proyecta nuestra pantalla de televisor. Cualquier estudio que consulte le dirá que la televisión es el mejor medio para mentir.
   Cuento todo esto a propósito de la situación actual. Puede entrar Ud. en cualquier bar, participar en cualquier reunión, acudir a cualquier cena y oirá hablar de la prima de riesgo como si, efectivamente, fuese la prima de todos los presentes. Un borrachín de taberna cualquiera, es capaz hoy en día de disertar acerca de las implicaciones de que la deuda pública tenga un tipo de interés cercano al 7% en el mercado secundario. Y, por supuesto, por encima de todo, hasta los niños de parvulario saben que estamos en crisis. Que esté tan claro, que todo se pueda explicar de un modo tan simple, que todo sea tan obvio, lejos de ser una prueba de que estamos ante hechos "objetivos", muestra que estamos ante una buena campaña publicitaria. Los síntomas se acumulan.
   El sistema educativo conocido como "Ley del 70" fue sustituido, sin evaluar sus ventajas o desventajas, por una ley orgánica conocida como LOGSE. La LOGSE fue seguida por la LOSE a la que sucedió la LOE, la cual, a su vez, ha sido modificada en múltiples ocasiones. Todos estos cambios han tenido una dirección nítida, el sistema educativo español es cada vez peor, como lo demuestran hasta las evaluaciones más proclives al mismo. ¿Casualidad? ¿Lleva la educación española treinta años en manos de tontos?
   Nuestro queridísimo y amadísimo Sr. ex-Presidente del Gobierno, el Zapatitos, ejecutó un drástico recorte del sueldo de los funcionarios para ajustar el gasto público. La reducción del poder adquisitivo de los funcionarios generó una contracción de la economía y, con ello, hizo imposible alcanzar el objetivo de reducir el déficit público porque el Estado no recaudaba lo suficiente. Para solucionarlo, el gobierno de D. Naniano Rajoy ordenó a las autonomías un recorte en el gasto del sueldo de sus funcionarios que ha generado una nueva contracción de la economía, volviendo a hacer imposible alcanzar los objetivos marcados. Para solucionarlo, se acaban de aprobar nuevas medidas que implican nuevos recortes en el sueldo de los funcionarios y un aumento del IVA, cuya única consecuencia posible es la congelación total de la economía española y condenarnos al rescate o la bancarrota.
   Dado que estamos en crisis, las empresas tienen que despedir tantos trabajadores como puedan para reducir costes, aumentando la jornada laboral de los que quedan. Cuantos más trabajadores despidan y mayor la jornada laboral de quienes queden, menos consumidores potenciales tienen, con lo que menos demanda habrá en el mercado y menos ventas, lo cual sólo puede conducir a despedir a todos los trabajadores y cerrar la empresa.
   Si alguien tropieza en una piedra y se cae, es humano. Si tropieza dos veces en la misma piedra, es tonto. Si tropieza tres... es que tiene un plan.
   Para empezar, como ya he dicho, no hay ninguna crisis. Quien hable de crisis miente y, lo que es peor, miente porque tiene un motivo para ello, porque trabaja para quienes hacen todo lo posible por ocultar los hechos. El capitalismo no está en crisis y, mucho menos, es Europa la que está en crisis. De lo que se trata es, simplemente, de que a los ciudadanos de a pie nos han dado el timo de la estampita y ahora pretenden que nos conformemos con los recortes de periódico en lugar de nuestro ahorros. Nos han timado. Nos han timado diciéndonos que no había ningún motivo para endeudarnos más allá de nuestras posibilidades, nos han timado diciéndonos que nuestros pisos valían un precio irreal, nos han timado con escandalosas hipotecas que escapaban al más simple criterio del sentido común, nos han timado diciéndonos que podíamos confiar en las Cajas de Ahorro y nos siguen timando al pretender que paguemos (por partida doble) a los bancos. Por tanto, reducir sueldos, reducir empleo, reducir salarios, reducir la calidad de la educación, reducir el tamaño del Estado, no es la forma de salir de esta crisis, porque no hay tal crisis. Todo es un plan preconcebido para hacernos creer que los timadores son, en realidad, nuestros amigos y que nos están protegiendo, cuando lo que realmente están haciendo es volvernos más tontos, más pobres y más indefensos.


   (1) Sobre la relación entre el nazismo y la radio, pueden consultar este magnífico post del blog Cabovolo.

miércoles, 13 de julio de 2011

De crisis y fantasmas (1)


   La mayor parte de las crisis vienen provocadas por fantasmas. Es el caso de nuestras crisis personales, que suelen iniciarse cuando nuestros fantasmas nos acorralan. Pero también es válido para las crisis económicas, que no existirían sin cierto género de fantasmas. Son múltiples los fantasmas que se le vienen a uno a la mente cuando piensa en esta crisis. El primero de todos es uno muy parecido a la rana Gustavo, pero cuyo nombre es Alan Greenspan. Hasta que llegó él, el presidente de la Reserva Federal era un señor discreto, que aparecía en televisión una vez al año y a quien sus vecinos le decían: "¿presidente de la Reserva Federal? ¿de verdad existe ese cargo?" Greenspan no quería pasar desapercibido entre sus vecinos, así que decidió aparecer ante los medios de comunicación con la regularidad de los presentadores de telediarios. Los periodistas no entendían muy bien para qué demonios un presidente de la Reserva Federal quería hacer tantas declaraciones y, en verdad, entendían bastante poco de sus datos y análisis. Un día, uno, más avispado que el resto, descubrió que, cuando el Sr. Greenspan, en medio de su avalancha de datos, arqueaba la ceja derecha es que iban a subir los tipos de interés. Por contra, cuando arqueaba la ceja izquierda, es que iban a bajar los tipos de interés. Pronto esta observación se convirtió en una predicción económica. Es más, algunos periodistas de mayor perspicacia, llegaron a establecer que cierta inflexión en la voz de Greenspan anunciaba que, en su próxima comparecencia, arquearía la ceja derecha o la izquierda. Durante un tiempo la cosa pareció funcionar. Greenspan arqueaba su ceja, los periodistas anunciaban la buena (o mala) nueva y los mercados bajaban o subían de acuerdo con ella. El propio Greenspan llegó a la conclusión de que las cosas estaban bien así y, literalmente no movió una ceja, mientras el mercado creaba nuevas herramientas financieras que elevaban a límites disparatados los riesgos. Todo el mundo, incluido Greenspan, parecía estar convencido de que el único riesgo del capitalismo eran sus cejas y que, por tanto, no hacía falta medida regulatoria del mercado alguna. Al final de su mandato apareció toda una oleada de biografías preguntándose si de verdad para pasar a la historia de la economía había que ser un economista teórico y no, por ejemplo, un presidente de la Reserva Federal. Algunos de esos libros estaban firmados por prestigiosos ejecutivos de agencias de calificación y otros por autores que ahora no paran de escribir libros sobre lo mal que se hicieron las cosas en aquella época. Hace poco, cuando se le preguntó a Greenspan por qué no advirtió la catástrofe que se avecinaba, hizo una revelación significativa: levantó las cejas (ambas dos).
   En cualquier caso, el modelo Greenspan triunfó. Los líderes europeos se lanzaron a buscar alguien con cejas bien pobladas que pudiera ejercer las funciones comunicativas que, se suponía, eran las únicas de importancia en el presidente de un banco central. El elegido fue Jean-Claude Trichet. Pero el bueno de Trichet no ha tenido suerte. Nunca entendió muy bien por qué los mercados no seguían las subidas y bajadas de sus cejas. La verdad es que, al principio, estaban más pendientes de las de Greenspan que de las suyas y después ya no miraban las cejas de nadie. Trichet lo intentó todo, se subía y bajaba las gafas, se atusaba el pelo, hacía gestos de cansancio, incluso trató de mover las orejas. Hace poco, con voz cavernosa, anunció que no dudaría en mover un dedo si con eso la Unión Europea volvía a la senda de la recuperación. Ni flores. El pobre hombre aún no ha comprendido que la hora de los gestos pasó, es hora de hacer algo, es decir, es la hora de crear un ministerio de finanzas europeo.
   España, como siempre, es diferente. Formamos parte del poco recomendable club de países con un gobernador del banco central que terminó en la cárcel (¡por fraude a Hacienda!). Como siempre que pasan estas cosas, los políticos se pusieron de acuerdo en nombrar a alguien que le devolviera algo de prestigio a la institución y así acabó de gobernador Luis Ángel Rojo. Tengo que decir, que, durante su paso por el Banco Central de España, me pareció un funcionario gris, en la cara opuesta a Greenspan, alejado de los medios de comunicación y trabajando de puertas para adentro. Fue una entrevista concedida después de dejar el cargo, la que me desveló a un tipo realmente inteligente, que decía verdades como puños y que sabía dónde estaban los problemas. Revisándolo con perspectiva me parece que este señor hizo unas cuantas cosas bien, cosas que nos evitaron caer en el desastre en el que nos encontramos mucho antes. En esto se diferencia del Sr. Fernández Ordóñez. Alguien debería advertirle que, aunque sea gobernador de un banco, él no es banquero. Es realmente difícil encontrarle una declaración que no resulte del agrado de lo más rancio del banquerío español. Cuando no es un ajuste de cuenta con las cajas de ahorro, es un ajuste de cuentas con los salarios o, mejor aún, con las nóminas de los funcionarios.
   Claro, estas cosas ocurren porque los bancos centrales han estado es manos de hombres. Todos sabemos que los hombres somos testoterónicos, pendencieros, agresivos, poco dados al diálogo y poco sensibles. Otra cosa ocurriría si el mundo lo gobernaran mujeres. Ahí tienen el ejemplo de la Sra. Lagarde, primera mujer al frente del FMI. Apenas ha llegado al cargo y ya ha soltado que los planes de ajuste presentados hasta ahora por parte del gobierno griego son demasiado blandos. Es necesaria sangre, mucha más sangre. Hay articulaciones que todavía se mantienen intactas, así que es necesario darle un par de vueltas más al potro. Eso sí, lo ha dicho con esa sonrisa maternal y ese tono tan elegante que la caracteriza. No me cabe la menor duda de que será una excelente directora del FMI, otra cosa es que le aporte algo más que testosterona, insensibilidad y vampirismo.
   Acabar con una crisis siempre exige acabar con los fantasmas que la causaron o, al menos, ponerlos en su sitio. Recordarles que son producto de la propia imaginación o de la imaginación colectiva y que están ahí gracias a nosotros. Dicho de otra manera, que seguirán provocando crisis mientras no les plantemos cara. A veces, en casos extremadamente graves, hace falta llamar a un exorcista para que nos ayude. Conozco a uno que promete maneras. Se llama Joseph Stiglitz, ¿les he hablado de él?

martes, 21 de junio de 2011

Lo llaman crisis y no lo es


   La mejor descripción del capitalismo que conozco aparece en Uno, dos, tres, por boca de un joven comunista de la DDR a punto de alcanzar un título nobiliario. Dice así: "el capitalismo es como una sardina podrida, brilla ¡pero apesta!" En efecto, lo que ha hecho al capitalismo el sistema económico imperante no es su eficacia a la hora de aprovechar los recursos, ni su eficiencia en la distribución de bienes, ni su capacidad para incorporar innovaciones tecnológicas. Lo que hace superior al capitalismo es que brilla y mucho. Es estéticamente atrayente. Cualquiera que tuviese la oportunidad de pasear alternativamente por las calles del Berlín Este antes de la caída del muro y por las del Oeste, no tendría la menor duda de qué sistema era el mejor. Los anuncios de neón, los escaparates, el arco iris sin fin de los anuncios, conferían una alegría, un fulgor a las calles del Berlín occidental que la oferta cultural del comunismo no podía igualar. El propio Billy Wilder, para quien esta idea parece haber sido una obsesión, lo cuenta con detalle en Ninotchka. La gélida comisaria soviética acaba convertida al capitalismo gracias a las luces de París, un disparatado sombrero y el bigotillo de Melvyn Douglas.
   Los filósofos en general han entendido mal hasta qué punto los ideales estéticos son un poderoso motor de conducta. Cuando Marx analizaba el capitalismo de su época no acababa de ver por qué los individuos se enrolaban en un sistema tan perverso y aportaba como única explicación que se veían forzados a ello. Ningún sistema funciona durante mucho tiempo si la recluta de participantes en él se hace por la fuerza y el capitalismo dura ya demasiado. Los obreros nunca bajaron a la mina porque alguien les azotara. La levita del burgués, los restaurants recién importados de París, los lujosos coches y los empolvados lacayos, ejercían sobre ellos una fascinación como la que ejerce la luz sobre los mosquitos. Desde entonces el capitalismo no ha dejado de embrujarnos con visiones cada vez más sofisticadas y hermosas. De hecho, se ha inventado un aparato cuya única finalidad es embaucarnos cotidianamente, con su promesa infinita de un mundo mejor.
   Digámoslo de otra manera. El capitalismo es el mejor sistema económico que existe porque es el que con más profusión genera ilusiones. Vivimos en un mundo de ilusiones continuamente recreadas a nuestro alrededor para que no nos demos cuenta de que la sardina está podrida. Existen infinidad de ellas, pero aquí quisiera centrarme en dos.
   La primera es la que yo llamaría la ilusión de los lunes por la mañana y figuraba como lema a la entrada de Auschwitz. Somos atraídos hacia un trabajo que nos empobrece física y/o mentalmente gracias a la ilusión perpetua de que el trabajo nos hará libres. Sí, es lunes y nuestro jefe nos va a cantar las cuarenta delante de todo el mundo y la montaña de papeles que me aguarda da miedo, pero... el año que viene me espera un ascenso, las vacaciones se acercan, el próximo fin de semana me lo voy a pasar de lujo o, lo mejor de todo, dentro de poco me podré comprar... Demostrar que es simplemente un espejismo es fácil. Esta ilusión se propaga a lo largo de todas las jerarquías laborales. También nuestro jefe cree tener al alcance de la mano el ascenso, las vacaciones soñadas, o la compra del fueraborda. Ascender, económica o socialmente no significa alcanzar los sueños deseados, significa cambiar de segmento, es decir, que el sistema proyectará para nosotros otro tipo de espejismos que nos hagan seguir hacia delante. Y cuando parece que ya no hay forma alguna de ilusionar a la gente, el capitalismo siempre se saca de la chistera su conejo favorito: "gracias a mí puedes tener suerte". A este conejo se le suele llamar lotería, quinielas o cupones. Siempre hay una zanahoria delante de nuestro hocico, lo bastante jugosa para que sigamos moviendo la sempiterna noria de lo mismo.
   Si analizan la biografía de las personas que conocen, de sus jefes, de los triunfadores y fracasados de esta vida, descubrirán que, en realidad, el trabajo no hizo nunca libre a nadie. Todo lo más, el trabajo unido a un golpe de suerte, el sacrificio durante años por una visión, una amplia red de contactos sociales cuya fuente última suele ser la familia, permitió a un puñado reducidísimo de individuos alcanzar sus sueños. Diferentes estudios lo indican, el ascensor social está parado, la cantinela de que cualquiera puede triunfar si se esfuerza es mentira. Los hijos de obreros acaban siendo obreros y los hijos de familias pudientes acaban teniendo pudientes negocios con contadísimas excepciones. El sacrificio, el esfuerzo, la sucesión interminable de lunes horrorosos, puede llevarnos a subir un tramo o dos en el IRPF... hasta que nos jubilemos. Poco más.
   La segunda ilusión que deseo citar es una ilusión de cuño reciente. Se trata de la ilusión de que el capitalismo funciona porque los ricos reparten su dinero en forma de salarios, inversiones, consumo, etc. Es una ilusión que no existía en la época de la Revolución Industrial porque, entonces, el mismo patrono que te empleaba, te alquilaba una casa y te vendía el alcohol en su cantina, con lo que quedaba muy clara la dinámica del sistema. La externalización contribuyó a oscurecerla. Así surgió una ilusión que el propio John Rawls presupone como una verdad absoluta en sus planteamientos y que los neocons convirtieron en bandera de sus propuestas como si fuera un hallazgo. En realidad, el capitalismo funciona precisamente por lo contrario, porque siempre encuentra maneras de que quienes tienen menos le  den dinero a quienes tienen más. Hay varias formas en que esto puede llegar a ocurrir. La más simple es cuando pagamos el recibo de la luz.
   Una forma un poco más compleja es la que ha tenido lugar en los últimos años. Comienza por un generoso patrón que reparte dinero en forma de salarios entre personas menos ricas. Digamos, 2.000 € mensuales. No está mal, son 28.000 € al año. Una pequeña fortuna. ¿No se compraría con este dinero el coche de su vida, el coche que le hará libre, feliz, la envidia de sus vecinos? Claro que su vecino está en la misma dinámica que Ud. Es posible, por tanto, que en los últimos años Ud. se haya comprado no uno sino dos coches de su vida. ¿De cuanto dinero estamos hablando? ¿30, 40, 50.000 euros? Bueno, han pasado unos años, el FMI, la OCDE, las agencias de calificación, todo el mundo dice que todo va bien. ¿Por qué no atreverse con la casa de sus sueños, la casa que le hará libre, feliz, la envidia de sus vecinos? Sólo tiene que llevar fotocopia de sus dos últimas nóminas al banco. Una casa a cambio de dos papelillos de nada. La vida es de los que se arriesgan. ¿Tiene ya la casa y el coche de sus sueños, esos que estaba harto de ver en televisión? Bien pues ahora está Ud. en el paro. ¿Cuál es el saldo neto de siete, ocho años de bonanza? ¿cuánto ha ganado gracias a la generosidad de quienes tenían más que Ud.? En realidad tiene 226.000 € menos que antes de empezar el ciclo de bonanza. Eso si no ha confiado Ud. en el buen corazón de quienes tienen más dinero que Ud. y ha "refinanciado" su deuda o se ha embarcado en una de esas hipotecas que "para facilitarle la vida" implicaba pagar menos los primeros años y más después.
   La casa de sus sueños, la que le haría libre y feliz, costaba 300.000 € euros sobre el papel. Con los intereses de la hipoteca y la subida del euribor tendrá suerte si se le ha quedado por debajo de los 400.000 €. "Bien, se me dirá, pero tengo una casa". ¡Enhorabuena, ha llegado el momento de ver qué había en su sobrecito! ¿Habrá dinero de verdad? ¿habrá estampitas? Ni una cosa ni otra. Lo que hay es un papel que pone "puede valer por 200.000 €". Ése es el precio por el que algún día, no hoy, podrá vender la casa por la que tendrá que pagar hasta dentro de doce años el doble. ¿Qué ha pasado? Es un viejo truco de los tahures del póker. Al novato que llega a la partida hay que dejarle ganar al principio, de este modo se le podrá sacar todo después. Esto es cuanto hay tras la propaganda que exige facilitarle la vida a quienes poseen más recursos porque acabarán invirtiendo. 
   Los artesanos del timo de la estampita saben que, una vez realizado el intercambio hay que quitarse de en medio antes de que el primo abra el sobre. Cuando este timo se realiza a gran escala, no hay posibilidad de salir por piernas, de modo que se busca una supuesta explicación que impida a las víctimas del timo, es decir, a toda la población, darse cuenta de su condición de timados. La mejor manera de hacerlo es diciendo que "hay crisis". La "crisis" es, simplemente, el momento final de la partida, cuando todas las cartas han sido ya repartidas y sólo queda ajustar las cuentas para ver quién tiene que pagar a quién y ¡miren qué casualidad! les toca pagar a quienes llegaron con menos dinero a la timba.