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lunes, 21 de mayo de 2012

¿Falta sensatez o falta vergüenza?

   Se está discutiendo mucho acerca de si esta es una crisis financiera o fiscal, de si demuestra el predominio de los mercados o de la democracia, de si estamos ante una crisis más o ante el inicio de una nueva época. Para mí, la cuestión, la gran cuestión que se está dilucidando en este momento, es si lo que más escasea entre la clase política en el poder es la sensatez o la vergüenza.
   Veamos, desde que Tales de Mileto abrió los ojos al cielo estrellado, Grecia ha sido siempre un ejemplo para el resto del mundo, ejemplo en el sentido de que se podía aprender mucho de ella. La semana pasada pudimos ver cómo los políticos del país heleno lo arrojaban por el precipicio por un quitáme de ahí esa poltrona. En lugar de preocuparse por el desastre que significaba acudir a unas nuevas elecciones, su principal preocupación ha sido cuántos diputados iban a obtener en ella. Frente a semejante interés ¿qué importancia podía tener lo demás? Entre otras razones para esta actitud está el que gobernar en medio de la bancarrota es mucho más fácil si uno está particularmente falto de inteligencia y/o vergüenza. En un país mucho más joven, Argentina, comenzaron a salir de la crisis del “corralito” el día en que los ciudadanos asaltaron la Casa Rosada y De la Rúa y buena parte de la clase política que ascendió con él, tuvo que salir por piernas (cargados de billetes, eso sí). Tras él vino una generación de políticos quizás no mejor ni peor, pero sí capaz de tener un ojo puesto en la calle mientras el otro controlaba los juegos de salón. En España estamos lejos de tener una clase política de esa naturaleza. Aquí lo más importante son los jueguecitos de despacho y las colas para recoger comida en Cáritas son despachadas con una sonrisa autosuficiente. Este gobierno, que va camino de convertirse en el peor que hemos tenido desde la llegada de la democracia (¡ahí es nada!), no deja pasar día sin demostrarnos hasta qué punto es ajeno a la desesperación en que está cayendo la ciudadanía y resulta muy difícil decidir si este desprecio a la calle se debe a falta de vergüenza o de inteligencia.
   Hace una semana, las manifestaciones para conmemorar el nacimiento del 15-M, semilegales, como no podía ser de otra manera, estuvieron rodeadas por un fuerte dispositivo de policías preparados para la tercera guerra mundial. Está claro que los ciudadanos sólo pueden ser rehenes de unos y otros en forma de números de una estadística. En cuanto pretenden hacer algo más que dejarse abducir por televisión, se los encarcela. Y es que, ahora que se va a tener mano blanda con los terroristas, es necesario endurecerla con quienes no están dispuestos a optar por la violencia por mucho que el gobierno los incite a ello. No de otra manera cabe entender los cambios en la legislación que equiparan la resistencia pasiva con el atentado contra la autoridad. De un modo nada disimulado se nos anima a cargar contra los policías, pues la pena que nos puede caer por ello será la misma que la que nos ganaremos por resistirnos pasivamente. Lo cierto es que la legislación es tan disparatada que, de acuerdo con ella, esta insinuación por parte del gobierno debería acarrearle a todos sus miembros pena de cárcel, por lo que volvemos, nuevamente, a la cuestión de la inteligencia y la vergüenza.
   Una vez zarandeados los ciudadanos, magullados algunos perroflautas por hacer gala de verdades como puños y disueltas las acampadas de quienes no tienen vivienda, quedaba la segunda parte, mofarse de ellos. Nadie mejor que el Sr. Wert para cumplir esta misión. En una entrevista televisada, a la pregunta del presentador de si no se sentía mal por ser el ministro peor valorado del gobierno (y no se sabe qué es más sorprendente si esa pregunta por parte de un vocero oficial o conseguir tal calificación entre una caterva de pésimos ministros), respondió algo así como que su hermano estaba extrañado de que él, el Sr. Wert, que lloraba en sus tiempos de estudiante por sacar un notable, ahora se mostrase la mar de ufano con semejante valoración. Mientras el ministro reía su astuta autoalabanza, el espectador medio comprendía lo que el hermano no pudo (está claro que la falta de luces es congénita): está tan tranquilo porque ahora tiene asegurada una pensión millonaria y vitalicia.
   Y, después de todo esto, lo importante, gobernar, es decir, prolongar las intrigas de palacio. En el consejo de política autonómica, las cuentas presentadas por el gobierno andaluz, fueron rechazadas de entrada sin mayor problema. Al fin y al cabo, son poco más del 13% de las cuentas públicas y con el país bajo una prima de riesgo cercana a medio punto sobre el bono alemán, sólo era un suicidio no aprobarlas. Afortunadamente, intervino el consejero económico catalán, en una demostración más del alto sentido de responsabilidad de Estado de los nacionalistas catalanes, dicho de otro modo, en una demostración más de que el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos, en realidad, siempre actúan con un guión pactado. Los técnicos, esos políticos de segunda fila cuya función principal es acompañar siempre al ministro para que no se quede solo (porque cuando un ministro se queda solo la lía, es decir, tiene ideas), estos técnicos, decía el consejero catalán, estaban allí, ¿por qué no trataban de llegar a un acuerdo? Lo lograron en sólo una hora. La diferencia, la diferencia real, la diferencia entre dar la excusa perfecta para un incendio generalizado o apagar la cerilla, era de unos 200 millones (algo así como el 0,62% del total). Pero para eso están De Guindos y el propio Rajoy, para destrozar todo lo que Montoro no logra reventar.
   Vamos a ver, ¿a qué cabeza de chorlito se le puede ocurrir que, precisamente en este momento, lo mejor que se puede hacer es criticar al gobernador del Banco de España? ¿De verdad es el mejor momento para demostrar los desacuerdos internos que existen en la supervisión de las entidades financieras? ¿Le daría Ud. un crédito a una empresa cuyos dos socios principales están peleados? Pues buena parte de los miembros del partido gobernante piensan que sí. “Son tontos”, pensarán Uds. No está tan claro. El Banco de España lleva más de una década clamando en el desierto contra las arriesgadas maniobras del las cajas en el mercado inmobiliario, mientras los políticos las empujaban cada vez con mayor ahínco, a comer tanto ladrillo como abarcaran sus fauces. Y ahora, ahora que han reventado de tanto tragar, el culpable resulta ser... quien advirtió de la catástrofe. Está claro que Esperanza Aguirre, quien forzó todos los chanchullos imaginables para no perder la mayoría en el consejo cuando la entidad se tambaleaba, que Rodrigo Rato, que, aparte de forrarse el riñón, ha hecho menos por su barco que el capitán del Costa Concordia, y el propio consejo de Bankia, lleno de gente nombrada a dedo por el PP, no han tenido culpa de nada, la culpa ha sido del supervisor. ¿De verdad estas excusas son debidas únicamente a la estupidez? Pero ¿por qué conformarse con desautorizar al gobernador del banco de España? ¿no sería mucho más desastroso entregar sus funciones a gestores privados y al Banco Central Europeo? De ese modo, quedamos intervenidos desde ya, anulando cualquier margen de maniobra que nos pudiera quedar. Y, lo más divertido, mientras se les hace entrega de las llaves del país, ministro de economía y presidente de gobierno, andan preguntando, cual Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall, si los que están ya pilotando la nave van a venir en algún momento a rescatarnos.
   A estas alturas ya resulta difícil responder a la cuestión de si nos gobierna una general falta de inteligencia o de vergüenza, pero la cosa empeora cuando uno se asoma a los gobiernos autonómicos. En una entrevista en El país, el consejero económico de Murcia, un chico joven, que llegará lejos, sin duda, aseveraba que no merecía la pena intentar averiguar cómo hemos llegado a esta situación. Desde luego a él no le merece la pena ya que ha llegado. A los demás, que si lo hiciéramos descubriríamos hasta qué punto todo lo que está ocurriendo es responsabilidad exclusiva de nuestro políticos, no sé. Y, para rematarlo, está el gobierno andaluz, ¿recuerdan? ése al que todos los trabajadores de Europa estaban mirando. Se les deben haber caído los clisos. Primera medida: reducción del sueldo de los “trabajadores públicos” (no se va a especificar cuántos son empleados públicos y cuántos funcionarios, no vaya a acabar descubriéndose el gran secreto de Estado, a saber, cuántas empresas públicas hay, a qué se dedican y cómo están sus cuentas), mileurización de los interinos, recortes sociales generalizados... Los que anteayer defendían las redistribución de la riqueza han aclarado, una vez llegados a la poltrona, que se referían a la riqueza de los asalariados, porque los ricos de verdad, ya se sabe, son poderosos y mejor no importunarlos con la milonga de la justicia social. Eso sí, ellos también se recortan sus salarios, pero no un 30% como la izquierda francesa, no, un 5%, no vaya a ser que los tachen de radicales. Naturalmente, todo esto se hace “por imperativo legal”, aunque también porque “otra política económica es posible”... con otros gobernantes, claro.

domingo, 19 de febrero de 2012

Los idus de marzo

   Los idus de marzo es una película de George Clooney en la que se relata la cara oculta de cualquier político, por renovador que pueda parecer. Antes de eso, los idus hacían referencia a los días de buen augurio que, según los romanos, tenían todos los meses. Los de marzo se hicieron famosos porque favorecieron a los asesinos de Julio César, consiguiendo su objetivo en el año 44 a. C. Unos dos mil años más tarde, los del corriente 2.012, parecen también unos idus difíciles de interpretar y uno no sabe bien si los buenos augurios iluminarán a quienes están en el poder o a quienes aspiran a ello. Dicen los videntes que quien debe tener cuidado es nuestro pequeño Julio César andaluz, a quien desean apuñalar tantos de sus correligionarios que, casi mejor, van cogiendo número. "Lo habrá hecho mal", pensarán Uds. ¡Hombre! Muy bien, muy bien no lo ha hecho, pero, como siempre, la cuestión no es la capacidad real del personaje para tomar decisiones adecuadas. Normalmente se trata de su acierto o no para rodearse de las personas más capacitadas. Resulta muy claro que el Sr. Griñán, no ha tenido mucha fortuna. Su mano derecha, la Señora Díaz, ha resultado ser una pirómana metida a bombero y de ahí para abajo, hasta llegar al último mentecato nombrado a dedo para repartir a su antojo 647 millones de euros, las cosas casi que van a peor. Eso explica el aspecto que luce nuestro particular Bruto. Hace ya semanas que el Sr. Arenas apenas sonríe. Está empezando a temer que, esta vez, va a ser verdad que le toca gobernar y ya veremos si eso le resulta tan divertido como hacer oposición.
   Pero, como siempre en política, lo malo no es que maten a César, lo malo es lo que viene detrás. Según sus asesinos, César fue acuchillado, en nombre de la libertad, por tirano. Lo cierto es que su muerte abrió las puertas al gobierno de Augusto que, tras la apariencia de un Estado republicano y el rechazo del cargo de dictador (porque sus poderes le parecían escasos), acabó siendo nombrado emperador y dios, nada menos. Son múltiples las voces que indican que tras la histórica victoria del PP en Andalucía, nuestro amadisssimo presidente, el Sr. Naniano Rajoy, jugará con el mapa de España de un modo parecido a como lo hacía Chaplin con el globo terráqueo en El gran dictador. Otros señalan, por contra, que lo único que pretende hacer con este país es un inmenso recortable.
   Si he de decirles la verdad, yo no tengo ningún miedo. Aquel día en que el Sr. Zapatero se acostó socialdemócrata y se levantó neoliberal rabioso, pues claro, cogió las tijeras y se lió a dar cortes por donde primero le pareció. Pero el actual gobierno del PP llevará a finales de marzo casi seis meses en el cargo. Ha tenido tiempo de sobra para encargar a una agencia de evaluación, interna o externa, un análisis de los gastos del Estado, ha tenido tiempo de sobra para pedir a cada departamento un estudio de las partidas en las que se puede ahorrar, ha tenido tiempo en abundancia para realizar un seguimiento de las políticas en ejecución y la eficacia de la que han gozado hasta el momento (como han hecho siempre todos los gobiernos, pues lo contrario, sería una irresponsabilidad). Aún más, ha podido contemplar, desde la oposición y desde el gobierno, la evolución de las economías en las que se han practicado recortes indiscriminados y el sorprendente (para algunos tontainas neoliberales con másteres en economía) crecimiento de los índices económicos en los EEUU que, pese a un déficit desbocado, se niega a seguir recortando. No me cabe, pues, el más mínimo género de dudas de que los recortes que se van a efectuar, afectarán a todas las partidas que son síntomas inequívocos de despilfarro y que, ahorrando cantidades brutales de dinero, para nada van a afectar a las prestaciones que se ofrecen a los ciudadanos o al poder adquisitivo de ese importante sector de la población activa que son los funcionarios.
   Que es fácil recortar sin causar el menor sufrimiento social es evidente. En el propio gobierno conocen el modo. La "ley del despido porque sí", también conocida como "reforma laboral", lo señalaba claramente al hacerse extensible a las empresas públicas. Una empresa pública es esa empresa de la que Ud. no sabe ni el nombre, que se sostiene con fondos públicos pues, habitualmente, sus pérdidas son astronómicas, que el gobierno de turno dice que es fundamental y cuyos despachos están ocupados por políticos en situación de retiro (dorado). Yo no digo que tales empresas no deban existir. Lo que sí me parece a mí (revolucionariamente) lógico es que los despachos de tales empresas estén ocupados por personas capaces de optimizar el servicio público que supuestamente prestan y no por amigotes. La verdad, parece sospechoso, por decirlo de un modo muy suave, que un gobierno autonómico diga, pongamos por caso, que existen unas cien empresas públicas en esa comunidad y que Hacienda asegure tener constancia de más de trescientas. ¿Tan poco públicas son esas empresas que nadie conoce siquiera su número exacto?
   Naturalmente las empresas públicas no son la única fuente de ahorro. Hay muchas otras extremadamente fáciles de detectar. Basta con hacerse algunas preguntas inocentes de este tipo: ¿cuántos tratamientos médicos introducidos en los últimos quince años han demostrado tener una eficacia comparable o inferior a tratamientos más antiguos y baratos? ¿cuántos contratos de suministro de la administración están sobredimensionados? ¿cuántas nuevas tecnologías introducidas en la enseñanza no justifican su coste teniendo en cuenta su utilización real? Yo iría, incluso, un poco más allá. Puesto que, en este país, cualquier investigador que se precie acaba o en el extranjero o dejando la investigación, ¿para qué continuar financiando un programa de Formación de Personal Investigador que, para lo único que sirve, es para ilusionar, inútilmente, a nuestros mejores expedientes académicos? Está muy bien que inventen ellos, pero no con personal formado por nosotros. Todavía más, si, con el presupuesto que se avecina, los laboratorios sólo van a poder comprar un botijo y a plazos, mejor no tengamos laboratorios. Dado que no somos lo suficientemente inteligentes como para adoptar una política de Estado relativa a las inversiones en investigación, al menos, seamos sinceros.
   En fin, son todas éstas, ideas que se me ocurren a mí que soy medio tonto y pobre ignorante de los asuntos de gobierno. Estoy seguro que a las brillantes mentes que, como no puede ser de otra manera, conforman el gobierno de la nación y actúan con vistas al interés general, habrán tenido ideas mucho mejores para ahorrar, a la vez, dinero y sufrimiento social. Por tanto, no hay motivo alguno para temer a los idus de marzo... ¿o sí?