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domingo, 2 de junio de 2013

Furgo

Mientras se celebran manifestaciones contra las políticas neoliberales de recortes en toda Europa, la atención de los españoles está centrada en algo muchísimo más importante: la última jornada de la liga profesional de furgo (o, como dicen los cursis, fútbol). El furgo es apasionante. Si Ud. observa un partido cualquiera, especialmente esos que los comentaristas califican de “intenso”, comprobará que el balón no suele estar en movimiento más de cuarenta minutos. De esos cuarenta minutos, aproximadamente veinte, el movimiento del balón consiste en que los defensas se lo pasan de uno a otro o bien se lo envían al portero, con lo que el “apasionante” juego real se reduce al 22% del tiempo total. A ello hay que añadir que en ese mísero 22% ni de lejos suelen intervenir la totalidad de jugadores. En esencia ocho o diez de los jugadores de ambos equipos están verdaderamente implicados, el resto mira. Curiosamente, en cuanto es necesaria una prórroga o, simplemente, conforme avanza la temporada, los jugadores sufren de calambres, punzadas en el costado y demás males que cualquiera de nosotros sufriría en condiciones parecidas. Al cabo de 38 jornadas de una liga regular, más, digamos, otras 38 de competiciones paralelas, no hay un solo jugador de una plantilla profesional que haya jugado todos los partidos. “Es imposible”, coinciden todos los entrenadores, “las rotaciones son imprescindibles”. Imprescindibles lo son, desde luego, en la NBA, en la que la temporada regular consta 82 partidos, playoff aparte. Allí, el que se queda mirando en más de dos jugadas se va al banquillo ipso facto, no hablemos ya del que “tiene una punzadita” o muestra cansancio.
¿Qué lesiones pueden apartar a un jugador de un partido? Hay muchas, por ejemplo, una “microrrotura fibrilar”, una contusión o el famoso “pinchazo” en el isquiotibial. Recuerdo haber visto un partido de los Leicester Tigers de la Aviva Premierschip de rugby en el que dos de sus jugadores chocaron fortuitamente. Uno se hizo una brecha terrible en la cabeza por la que sangraba abundantemente. Naturalmente, siguió jugando. El otro se quedó tumbado en el césped. No se movía. Al cabo de unos minutos las asistencias lograron reanimarlo. Tuvieron que sacarlo a empujones del campo. A pesar de estar completamente desorientado, quería seguir jugando para no dejar en la estacada a sus compañeros. Insisto, era un partido más de la liga, nada trascendental. De todos modos, es injusto comparar al furgo con el rugby. El rugby es un deporte (para muestra un botón). El furgo es... furgo.
Es común ver jugadores en la temporada regular del fútbol americano, que compiten con el brazo partido y los tobillos vendados a la bota. Parte del entrenamiento que ellos desarrollan va destinado a evitar las lesiones, lo cual les permite realizar acrobacias y recibir golpes verdaderamente espectaculares. También es injusto comparar al fútbol americano con el furgo. Al furgo juega cualquiera que tenga un grupo de amigotes con el que hacerlo. Al fútbol americano sólo juegan hombres de hierro.
¿A qué dedican sus entrenamientos los jugadores de furgo? En realidad, más que entrenar, los jugadores de furgo ensayan. Puede comprobarse en cualquier partido. Un lance conduce  a que uno de los jugadores acabe en el suelo en medio de un grito que le sale del alma. Se retuerce de dolor hasta que se acerca el fisioterapeuta. Vierte sobre la pierna del jugador un líquido prodigioso y, en unos segundos, éste se levanta pletórico de facultades y sin rastro de lesión. ¿Por qué no venden ese producto milagroso en las farmacias? ¿por qué no lo emplean en los hospitales? ¿acaso es todo una burda patraña? ¿son los futbolistas unos mentirosos patológicos? En tal caso ¿por qué  les creemos cuando afirman que sienten los colores del club, que jamás se han dopado, que no saben nada de amaños de partidos? Ahora bien, los fisioterapeutas participan también en el engaño, ¿por qué debemos creerles cuando nos aseguran que no proporcionan a los jugadores ningún producto ilegal? ¿Qué cabe decir de los entrenadores, de los directivos, que fichan, protegen y defienden a semejante caterva de embusteros? ¿Hay algo relacionado con el furgo que no sea truco, engaño o mentira?
La práctica totalidad de las grandes ligas europeas han sufrido escándalos de partidos amañados, Inglaterra, Francia, Alemania... En Italia, una mafia con epicentro en la Juve lo controlaba todo, jugadores, representantes, árbitros, calendario, fichajes, resultados, clasificaciones... España es un caso único. Jamás ha habido una sentencia por amaño de partidos. Al final de cada temporada surge el habitual rumor acerca de cierto maletín que va y viene hasta que se inician los torneos de verano y después ya nadie se acuerda. Básicamente, este carácter excepcional de nuestro país, sólo tiene dos explicaciones posibles. La primera es que vivimos en una nación conocida mundialmente por su honradez y honestidad, que desconoce el significado del término “chanchullo”. La segunda es que la extensión del sistema de amaños español y el nivel de los cargos implicados en él es muchísimo mayor que en Italia. Quédese con la que le parezca más plausible.
Pero, claro, se me dirá, el furgo genera mucho dinero y hay que proteger eso. Cierto, el furgo genera mucho dinero, lo que ya no tengo tan claro es para quién. Según un estudio reciente sólo cuatro clubes españoles son económicamente viables. El resto, de ser empresas, estarían ya cerradas por quiebra técnica. Tras el rescate bancario, más pronto que tarde, tendremos un rescate futbolístico. Aflorará el agujero que ahí existe y lo taparán echando paladas de dinero público. Dinero que habrá que sacar de alguna parte. Tal vez cierren otro hospital, tal vez prescindan de otro centenar de profesores o, casi con toda probabilidad, ambas cosas. Es lógico, entre una sistema sanitario y educativo de calidad y un mal partido de furgo la elección casi  no tiene color.