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domingo, 22 de septiembre de 2013

¿Es inhóspita la filosofía para las mujeres? (2)

   La filosofía fue escrita por hombres, en consecuencia, las mujeres no pueden encontrar en ella más que los esquemas machistas habituales. Si las mujeres quieren hacer filosofía tienen que evitar la corriente fundamental del pensamiento filosófico y dedicarse a hacer historia de la filosofía de género o a construir filosofía de género. Es éste un razonamiento típico del feminismo radical que, como suele ser habitual con las ideas del feminismo radical, fue entusiásticamente acogido por el machismo más recalcitrante. En efecto, el corolario lógico de este razonamiento es que si las mujeres no pueden reconocerse en la línea central del pensamiento filosófico, no hay lugar para ellas en la filosofía, al menos no en los modos habituales de entender la filosofía, luego hay que echarlas de allí. Todo esto es tan disparatado que no merecería la pena mencionarlo de no ser porque, como muchos otros disparates, se ha hecho muy popular y personas versadas e inteligentes, lo sueltan sin darse cuenta de la barbaridad que están diciendo.
Efectivamente, la filosofía ha sido escrita por hombres, pero, ¿por qué quedarse ahí? Esos hombres tenían un rasgo adicional que era ser europeos y blancos, por tanto, tampoco hay lugar en la filosofía para negros y orientales en general. La conclusión lógica entonces es que negros y orientales deben dedicarse a recuperar a los cientos de filósofos de sus razas que, sin duda, ha habido, pero que fueron apartados de los manuales al uso por prejuicios raciales. Llegados aquí no hay motivos para pararse. Si se quiere hacer una generalización mucho más exacta, habrá que decir que quienes se dedicaron a la filosofía (hombres o mujeres), pertenecieron, al menos desde Platón, a dos grupos muy claros aunque, a veces, mezclados, a saber, eran de clase media o alta y un número significativo de ellos fueron judíos. Por tanto, cualquier gentil, hijo de obreros, debería dedicarse a recuperar a los cientos de filósofos ignorados por razones de clase. Es más, esta perspectiva conduce a la novedosa exigencia de elaborar un pensamiento obrero no judío o un pensamiento feminista de clase obrera. Todavía podemos afinar un poco más. Si exceptuamos a Sócrates, Platón y algunas elaboraciones en el París del siglo XVII, la filosofía ha florecido de un modo particularmente frondoso en mansiones aisladas, pequeñas urbes o, todo lo más, capitales de provincia, desde Anjou a Königsberg. Ergo la filosofía es provinciana. Cualquiera que no sea hombre, blanco, de clase media o alta, judío, ni proceda de provincias, en filosofía sólo puede estar perdiendo el tiempo o asimilando esquemas que no le son propios. Con ello ya hemos conseguido excluir de la corriente central de la filosofía a la práctica totalidad de estudiantes, licenciados y profesores de filosofía que existen. ¡Y todavía podemos seguir! También en música clásica los compositores son hombres, también en la moda la mayor parte de los modistos son hombres, también la inmensa mayoría de los cocineros reputados son hombres, luego a las mujeres no debe interesarles ni la música clásica, ni la moda, ni comer bien.
  ¡Por supuesto que la filosofía ha sido elaborada por hombres blancos de buena posición social! ¿Quién, hasta finales del siglo XIX podía tener los estudios, el tiempo libre suficiente, la posibilidad, por tanto, de filosofar? Ya lo dijo Aristóteles, para elaborar teorías de cualquier género había que tener las necesidades básicas cubiertas y pocas preocupaciones mundanas. Tampoco hubo escultoras, pintoras, ni novelistas hasta esa época. ¿Qué significado tiene eso a la hora de juzgar los escritos de estos hombres? No debería tener ninguno. Los clásicos son clásicos porque, aunque exista una enorme lejanía respecto de ellos, siguen diciéndonos cosas, cosas que a todos nos interesan y nos preocupan. Curiosamente, cuando se habla de lejanía, suele entenderse lejanía temporal. No parece haber ningún inconveniente en que el mito de la caverna platónico, descrito hace veintiséis siglos, siga diciéndonos cosas hoy día. Se pretende, sin embargo, que el hecho de que un filósofo contemporáneo sea hombre levanta un muro insoslayable para que una mujer pueda encontrar algo interesante en él. 
¿Han existido filósofas relegadas al olvido? Naturalmente.  Y no sólo filósofas. El motivo por el cual a determinados filósofos se les presta enorme atención mientras otros caen en el olvido siempre resulta oscuro. Muchas veces se trata, simplemente, de un tipo de discriminación. El filósofo que elaboró la gran síntesis medieval, el filósofo que marcó el pensamiento medieval y no sólo en filosofía, fue Avicena. Sin embargo, encuentren una historia de la filosofía que le dedique algo más de unas paginitas. A Santo Tomás, el mayor plagiario de la historia, se le dedican largos capítulos. ¿Por qué? Obviamente porque Avicena era musulmán y una historia de la filosofía elaborada en Europa tiene que hacer todo lo posible por olvidar el pensamiento musulmán. Si en las exposiciones habituales de la filosofía hay una clara discriminación religiosa no cabe esperar otra cosa con el sexo. Mi amigo Bernardino Orio de Miguel, dedicó buenos años de su vida a estudiar el pensamiento de Lady Conway y contaba a quien quisiera oírle que era escandaloso que a esta mujer se le hubiese dedicado poco más que una mención en algunas de las más exhaustivas historias de la filosofía publicadas hasta la fecha. Con toda seguridad no es un caso único. Sin embargo, tampoco me parece justo hacer de ello un casus belli. Resulta extremadamente difícil, por no decir imposible, escribir un compendio de filosofía que haga justicia a todas las escuelas, todos los planteamientos, todas las etnias, todas la religiones y todos los sexos. No creo que sea realista pedir tal cosa. Más bien, debe ser un ideal que debemos perseguir. Mientras nos vamos aproximando a él, hay que hacer todo lo posible por recuperar, al menos, los olvidos más sangrantes. Por otra parte, no me cabe la menor duda de que, a finales de este siglo, existirá un puñado de mujeres que habrán logrado figurar entre los grandes filósofos del futuro, no por ser mujeres, sino por la valía de su pensamiento.
En resumen, ¿hay algo inhóspito para la mujer en la filosofía? No creo que haya mayor ni menor hostilidad hacia ellas de la que pueda haber hacia hijos de obreros, habitantes de las grandes ciudades, judíos o gentiles. Y, desde luego, si alguien consigue demostrarme que la filosofía es inhóspita para las mujeres, habrá conseguido, ipso facto, que abandone cualquier dedicación a ella.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Por qué soy neomachista (2)

   Una de las características del feminismo teórico es su alianza con el Estado. El feminismo del siglo XX es un feminismo de Estado. No se trata ya de que los Estados hayan adoptado políticas de discriminación positiva, es que esto es lo único que podía ocurrir. ¿Por qué? Voy a contar un cuento. Érase una vez que se era, una miembro* numeraria del Opus casada y con tantos hijos como Dios había querido mandarle. Un día descubrió que tendría más facilidad para publicar, recibiría más becas y subvenciones si, en vez de dedicarse a los temas de investigación que le permitía la Obra, se dedicara al feminismo. Se salió del Opus, se divorció del tirano de su marido y fue feliz y comió perdices a costa de los fondos de los congresos sobre feminismo que organizó. Esta bonita historia lleva a una pregunta: ¿cuántas teóricas feministas van a seguir haciendo gala de su militancia ahora que las ayudas públicas van a sufrir un drástico recorte? Puedo formular esta pregunta de un modo todavía peor. Las investigaciones financiadas por las empresas farmacéuticas, casualmente acaban concluyendo que sus productos sirven para el tratamiento de determinadas enfermedades. Las encuestas encargadas por un partido político, casualmente dan resultados favorables a ese partido político. ¿Es también casualidad que los estudios feministas subvencionados con dinero público, acaben exigiendo, en este o aquel ámbito, la intervención del Estado? ¿Por qué tantas propuestas feministas pasan por apelar a papá el Estado?
   Decir que buena parte del feminismo, al menos del feminismo teórico, es pensamiento subvencionado no constituye, con todo, lo más duro que se puede decir. Los documentos de las grandes teóricas del feminismo son poco más que una colección de chistosas anécdotas acerca de hombres de Marte y mujeres de Venus, una pormenorizada casuística obtenida de novelas y otros relatos de ficción (y esto es aplicable a las mismas madres fundadoras del movimiento), denuncias en las que no se mencionan nombres, victimismo a raudales, el consabido presupuesto de que los hombres somos testosterónicos, alusiones al patriarcado romano y, en el caso de la línea más radical, reivindicación de los métodos del apartheid sexual decimonónico, ahora amparado en motivos especularmente distintos.
   Es inútil pedirles una cierta lógica, algo de coherencia, la más mínima fundamentación histórica. La lógica, la coherencia, la exigencia de fundamentación histórica, son típicos corsés masculinos, cuya utilización sólo puede conducir a la reproducción de los esquemas machistas. No vale decir que el patriarcado romano no pudo surgir de la nada y que otras sociedades, sin antecedentes romanos, son tan o más machistas que la nuestras, por lo que ahí no puede buscarse la razón de lo que está ocurriendo hoy. Huelga afirmar que por las venas de las mujeres también circula testosterona. Y si se nos dice que menos, la cosa se pone todavía mejor. Si la testosterona fuese la culpable de todo, los hombres que producen más testosterona que la media serían más machistas, tesis que difícilmente resistiría la más mínima contrastación empírica. Ni siquiera se puede reclamar que la idea de que los hombres somos "por naturaleza" algo, además de haber sido la base para todo tipo de discriminaciones a lo largo de la historia, lleva a la conclusión lógica de que, si efectivamente somos así "por naturaleza", nada ni nadie va a cambiar las cosas, con lo que sólo queda plegarse a los hechos. Como digo, nada de esto es argumentable porque el deseo de argumentar es ya una clara muestra de pensamiento masculino, es decir, machista. Sin embargo, insisto, la apertura de librerías en las que sólo pueden entrar mujeres no ha detenido las violaciones, las humillaciones, ni los asesinatos.
   Está muy bien que haya organizaciones feministas, subvencionadas por papá Estado, apoyando a las mujeres maltratadas. Estaría mejor que las hubiera dedicadas a denunciar a los maltratadores que cobran pensiones de viudedad por sus mujeres y víctimas y que no fuese papá Estado quien tenga que descubrir estas cosas. Está muy bien que papá Estado multe a las empresas que discriminan a las mujeres. Sería mucho mejor que las organizaciones feministas hicieran listas públicas de los establecimientos y empresas multados y promovieran el boicoteo de sus productos. Está muy bien que se enseñe igualdad de género en las escuelas de papá Estado. Más eficaz sería negarse a comprar productos cuyos anuncios reproduzcan lo más rancio de la asignación de roles sexistas (productos de limpieza del hogar o adelgazantes promocionados por mujeres, coches deportivos que sólo conducen hombres, etc.) Es muy bonito que papá Estado obligue a hacer listas electorales "cremallera". Mucho más hermoso serían los programas deportivos "cremallera", es decir, que cada minuto de información deportiva masculina fuera correspondido por un minuto de información de deportes femeninos y que las mujeres protagonizaran una campaña de apagado de televisiones hasta que eso ocurriese. Las historias de la ciencia "de género" subvencionadas por papá Estado son fabulosas. Una fábula mucho más útil sería que las científicas pudieran incluir en sus curricula la maternidad, pues ésta suele ir acompañada de una ralentización en sus investigaciones que las pone en inferioridad respecto de sus compañeros varones. Luchar por la igualdad de género en nombre de papá Estado está muy bien. Lo ideal, sin embargo, es luchar por la dignidad de las personas, con independencia de qué les cuelgue en la entrepierna. Pero, claro, esto es peligroso, pues no sólo acabaría con los acosadores, los maltratadores y las discriminaciones por razón de sexo.

   * ¿O miembra? Ahora bien, si toda parte femenina integrante de un organismo es una miembra, mi pierna no es uno de mis miembros, sino una de mis miembras.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Por qué soy neomachista (1)

   En estas entrañables fechas de fervor religioso y devoción a la figuras de Jesús, la Virgen, San José, la mula y el buey, es decir, de consumo frenético, he sufrido una iluminación. Venden en las tiendas Imaginarium un globo terráqueo... de color rosa. He caído en la cuenta de que la representación de nuestro planeta tiene un indudable sesgo machista. De todos es sabido que el color celeste en particular (y azul en general) identifica a los niños, a los varones, a la testosterona. El rosa, por el contrario, es el color de lo femenino, lo sensible, lo dialogante. Identificar nuestro planeta como "el planeta azul" es un hito más en el largo camino por dejar fuera, literalmente, del planeta, a la mitad de la humanidad. Sustituir la expresión "planeta azul" por "planeta rosazul", constituye, pues, condición imprescindible para mejorar la integración de las mujeres en la sociedad y disminuir la violencia sexista.
   Con ocasión de alguna guerra he escuchado a ciertas líderes feministas quejarse de la proliferación de símbolos fálicos que inundaban las noticias (cañones, misiles, etc.) Esta queja, en realidad, se puede llevar mucho más allá de las guerras. Es ya un lugar común afirmar que los órganos sexuales masculinos son mucho más agresivos a la vista que los femeninos. Parece que nuestro balanceo es ostensible cuando andamos, pero que a ninguna mujer se le notan los pechos en ninguna circunstancia. Pues bien, las mujeres no sólo tienen que soportar la agresiva presencia de órganos sexuales masculinos, además, los hombres las rodean con todo tipo de símbolos fálicos para que no olviden que están sometidas al pene. Bolígrafos, cigarros, pepinos, han sido configurados para recordar permanentemente a las mujeres aquello que las domina. "¡Claro!", me dirán, "pero es que los pepinos tienen la forma que tienen". Error, craso error. ¿Acaso no se han cultivado calabazas cuadradas? El movimiento feminista no debería cesar en su empeño hasta conseguir bolígrafos, cigarrillos y pepinos con forma de vagina. Naturalmente, en justa contrapartida, deberían fabricarse botas, gorros y guantes con aspecto peneano.
   ¿Y qué decir del lenguaje? Todas las expresiones negativas hacen referencia a la mujer mientras los órganos sexuales masculinos connotan expresiones de júbilo y alegría. Pongamos algunos ejemplos: "pasárselo teta", significa pasarlo fatal; "ese tío es un capullo" es equivalente a "ese sujeto es absolutamente genial"; y "he tenido un día de cojones" quiere decir "he tenido un día maravilloso", ¿verdad? El lenguaje está, indudablemente, marcado de modo sexista, todos los términos que expresan ideas elevadas son de género masculino: libertad, democracia, justicia...
   La Junta de Andalucía tiene un departamento para la igualdad de género en el que un número indeterminado de personas se encarga de la función, absolutamente trascendental, de revisar todas las publicaciones oficiales para asegurarse de que allí donde aparece "el", figure igualmente "la" y que todos los masculinos plurales vayan acompañados de sus respectivos femeninos plurales. Dicho de otro modo, un departamento de la Junta de Andalucía se encarga de hacer más largo cualquier documento oficial. Ignoro si hay una oficina pareja, en algún departamento de protección del medio ambiente, encargada de calcular cuántos bosques más se han talado para hacer papel debido a esta nueva normativa.
   Mientras, siguen siendo asesinadas mujeres por el hecho de serlo, se sigue despidiendo a trabajadoras por quedarse embarazas, a las mujeres se les sigue pagando menos por hacer el mismo trabajo que los hombres, la prostitución es un plaga y hay hombres que aprovechan sus cargos para exigirle favores sexuales a las mujeres que quieren demostrar su valía, sin contar que está prohibida la participación en cualquier obra de albañiles que no sepan decirle borderías a las mujeres que pasen por delante de ellas. No hay que ser un genio para llegar a la conclusión de que tanta palabrería barata, tantas leyes, tantas reivindicaciones formales no han llevado demasiado lejos.
   La liberación de la mujer ha consistido en lo mismo en que consisten todas las liberaciones de nuestras sociedades postcapitalistas, introducirlas, inermes, en el libérrimo mercado de fuerzas de producción. Al fin, pueden ser exprimidas fuera de sus casas como lo habían sido siempre en el interior de las mismas. Por supuesto, han tenido que pagar un precio a cambio de tan gloriosa "liberación". Sus cuerpos tienen ahora que someterse a los estándares de productividad de nuestras sociedades. En consecuencia, un mínimo de curvas y nada de maternidad. Tales cosas no se consiguen modificando leyes, haciendo bonitos discursos y, ni siquiera, exigiendo nada. Es mucho más sutil. Pasa por llenar los escaparates de maniquíes anoréxicos hasta la androginia, popularizar vidas ideales de jóvenes sin estudios que alcanzan el rango de modelos gracias a que no tienen el cuerpo de una mujer media, mover delante de las narices de las trabajadoras el señuelo de carreras profesionales que nadie ha retocado para disimular que sólo pueden encajar con la vida de "auténticos machotes". Como puede verse, nada relacionado con el Estado ni sus resortes. ¿Qué podrá hacer, pues, el Estado para impedir todo esto? No, no podemos esperar que el fin de la discriminación sexual nos sea entregada cordialmente por el Estado.

jueves, 6 de octubre de 2011

Hoy me siento orgulloso de ser hombre

   Hay días en los que no me siento nada orgulloso de ser hombre. Este no es uno de ellos. La Asociación de Hombres por la Iguadad de Género, ha convocado una manifestación en Sevilla para el próximo 21 de octubre bajo el lema: "Planta cara a la Violencia - Ponle cara a la igualdad". Me caen simpáticos estos chicos de la AHIGE. Hace un tiempo organizaron una planchada, en Málaga, si no recuerdo mal. Acudieron allí con sus generadores de electricidad, sus planchas y sus camisas a demostrar que a uno no se le cae el pito por quitar arrugas. Este tipo de acciones es fundamental para desmontar todo ese cúmulo de tópicos que se van acumulando para ocultar la gravedad de una situación escandalosa. Nuestras valientes y democráticas sociedades occidentales parecen haberse vuelto ciegas ante el asesinato gratuito de algunos de sus miembros por ser trabajadores y/o mujeres. "Accidente laboral", "violencia de género", "cualquiera puede ser un agresor", son las nítidas etiquetas con las que se tapan los cadáveres y ya podemos mirar hacia otro lado y tragarnos otra noticia predigerida. Desde AHIGE, hay gente esforzándose por mostrar que la realidad es, como siempre, más compleja y que si estos problemas se han enquistado es porque responden a pautas muy alejadas de las que suelen vociferar los medios de comunicación. No son las mujeres o los hombres quienes tienen un problema llamado "violencia de género", son nuestras sociedades las que tienen un problema y tenemos que tratar de resolverlo todos desde nuestro ámbito de actuación, nuestras responsabilidades y nuestros niveles de compromiso.
   Lo anterior incluye, por supuesto, a los jueces. Como ya dije con anterioridad, hay algunos a los que parece que el cargo les tocó en la tapa de un yogurt. Recientemente, cierto juez ha considerado que decirle a una mujer "te voy a regalar una caja de pino" es desvelarle el obsequio de cumpleaños, que llamarla "zorra" es alabar su astucia y, cabe suponer, que gritarle "perra" será alabar su fidelidad o que etiquetarla de "puta" será recalcar la antigüedad de su trabajo. No quiero imaginarme qué pensará la mujer en cuestión de su marido, del juez y de la justicia. Por si las mujeres no estuvieran suficientemente desamparadas ante la violencia, el silencio de la sociedad, la insuficiencia de los recursos para protegerlas y la lentitud de los medios judiciales, cuando por fin se dictan sentencias, es para esto.
   ¿Qué está pasando para que un país añada sin sonrojo a las brutales cifras de asesinadas por sus maridos o novios, el encogimiento de hombros generalizado? ¿Cuál es el problema al que nos enfrentamos? La respuesta es simple y fácil es: el machismo, esa perversa ideología por la que los hombres se consideran superiores/mejores a las mujeres. Mi formación filosófica me hace huir de las respuestas simples y fáciles. ¿De verdad es ése el problema? Veamos. Uno de los tópicos de cualquier pensadora feminista que se precie es que la pornografía cosifica a la mujer, la convierte en una mercancía más, una mercancía intercambiable, esencialmente, por dinero. Una vertiente de esa pornografía son las revistas eróticas y, entre ellas, una de las más conocidas es Playboy. La cosificación, la fetichización que Playboy hace de las mujeres llega a tal límite que ni siquiera las trata como verdaderas mujeres, sino como "conejitas". Playboy no presenta despampanantes mujeres desnudas (según me han contado), presenta animalitos carentes de razón, a los que no se debe respeto y que, cualquier hombre que se precie de serlo, debe estar deseando cazar. Difícilmente se puede pensar en un mejor ejemplo de cosificación de la mujer. Pues bien, no sé en otras partes del país o del continente, en el pequeño trocito de globo terráqueo por el que suelo pasear, se ha convertido en una plaga entre las mujeres la típica conejita símbolo de Playboy. Las jóvenes llevan pegatinas en su coche con su silueta, se la cuelgan del cuello o se la tatúan en los brazos. Son las mismas jóvenes conductoras a las que si un varón no les cede el paso en una calle, lo insultarán prestamente llamándolo "machista".
   Pero el problema no es de esta generación de jóvenes. Cada año suelo pedir a mis alumnas que se pongan en la misma situación. Supongamos, les digo, que vuestra madre está tendiendo la ropa. Supongamos que vuestro hermano (caso de que lo tengáis) está viendo la televisión y vosotras, estudiando. Si necesita ayuda ¿a quién llama vuestra madre? Cada año suelo encontrarme la misma respuesta. Una inmensa mayoría de mis alumnas con hermanos me cuentan que sus madres las llaman a ellas para ayudarlas. La razón fundamental que aducen para disculpar a sus madres es que sus hermanos "no saben" hacer semejantes cosas. Una joven puede saber su madre es una persona con los mismos derechos y deberes que su padre gracias a la educación recibida en el colegio acerca de la igualdad de género, pero nada de eso tendrá el menor efecto si se la confronta con una realidad cotidiana en la que ella tiene que realizar todas las labores que los hombres "no saben" hacer. Y, obviamente, no las saben hacer porque nadie ha considerado conveniente enseñárselas.
   Las cosas van más allá. Muchas mujeres son perfectamente conscientes de que su "liberación" ha consistido en que ahora pueden trabajar fuera de casa casi tanto como lo hacen en casa. Incluso, las hay tan "liberadas" que han conseguido trabajos tan bien retribuidos como para que otra persona haga las tareas de casa... Otra persona no, más bien otra mujer. Y aquí, las cuestiones comienzan a volverse realmente delicadas y, sinceramente, no tengo respuestas fáciles a ellas. Supongamos que sea Ud. mujer, ¿contrataría a un hombre para hacer las tareas del hogar mientras está Ud. trabajando? ¿y para cuidar a los niños? Recientemente he tenido una discusión (creo que absolutamente cordial) con mis alumnas por un comentario ocasional en clase. Me dijeron y prácticamente todas estaban de acuerdo, que si su novio aparecía un fin de semana vestido de un modo hortera, le exigirían inmediatamente que se cambiase de ropa. Les pregunté, malintencionadamente, qué pensarían si fuesen sus novios los que las mandasen a casa a ellas a cambiarse de ropa por lucir minifalda. Ese comportamiento ya no era "lógico" ni "normal", era "machismo". Lo digo con toda honestidad, no sé si tenían razón. Hagamos abstracción del sexo de los implicados en esta situación. En una relación entre iguales, si el otro hace comentarios acerca de mi indumentaria, yo puedo hacer comentarios acerca de la indumentaria del otro. Si introducimos el sexo en los implicados la cosa no cambia mucho: si mi novio no puede ir vestido de un modo que a mí me parece inapropiado, mi novia no puede ir vestida de un modo que a mí me parece inapropiado. Pero si ahora concretamos en qué consiste ese carácter inapropiado, esto es, un escote demasiado amplio, por ejemplo, la naturaleza de la situación cambia por completo. ¿Por qué? ¿qué es lo que estamos buscando? ¿qué debemos perseguir? ¿unas relaciones entre sexos igualitarias? ¿más equilibradas? ¿armónicas? ¿O, quizás, no es ahí donde radica el problema? ¿Y si el problema fuese ese "mi"? ¿y si el problema consistiese en que ya no sabemos tratarnos unos a otros de un modo diferente a como tratamos el resto de nuestras propiedades? Al fin y al cabo, si yo tengo un televisor y lo puedo poner al volumen que quiera, tengo un coche y lo puedo aparcar donde quiera, también tengo una novia/mujer (o un novio/marido) y puedo...
   De ningún modo creo que sean identificables todas las ideas que hay en las cabezas de los hombres con un modo de pensar machista, ni todas las ideas que hay en las cabezas de las mujeres con un modo de pensar feminista. Me parece que hay hombres que están trabajando muy duro por desmontar los planteamientos sexistas que imperan en nuestras cabezas, caso de AHIGE, y que hay mujeres reproduciendo constantemente esos esquemas mentales, por más que después se quejen de sufrirlos. Nadie tiene automáticamente la razón por pertenecer a una minoría perseguida igual que nadie está inevitablemente equivocado por pertenecer a una mayoría opresora. Es totalmente cierto que los hombres tenemos que desterrar determinadas ideas de nuestra mente que hacen de nosotros algo verdaderamente patético, siempre buscando la competición, demostrar lo grande que la tenemos o lo gallitos que podemos llegar a ser. Es totalmente cierto que hay que construir otro patrón de masculinidad mucho más apegado a nuestras sociedades culturales y lejano de los cazadores-recolectores que hace ya milenios que no somos. Pero, como siempre, tampoco esto seremos capaces de hacerlo solos.