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domingo, 6 de octubre de 2013

¿Es inhóspita la filosofía para las mujeres? (y 4)

   Me parece que haré bien en resumir hasta dónde hemos llegado. Lo primero que debemos tener claro es que cuando se habla de sexismo es muy difícil que algo esté claro. Una cosa es lo que uno dice y por qué, otra lo que una mujer puede llegar a entender y por qué y otra, totalmente distinta, es que si no se lanzan vítores entusiastas a los tópicos feministas, se tiene que estar incurriendo en algún género de machismo. Lo segundo es que en la historia de la filosofía no hay más ni menos sexismo que en la historia de la humanidad en general, lo cual no dice nada bueno a favor de la filosofía, pero tampoco nada tan malo como se suele insinuar. Lo tercero es que los problemas de sexismo en la filosofía norteamericana tienen más que ver con las características del mundo académico norteamericano que con la filosofía en general. Nos queda, pues, averiguar si la situación de la mujer en el mundo académico de la filosofía norteamericana es peor que en otros ámbitos. En caso de que no sea peor habría que explicar por qué tampoco es sensiblemente mejor y, finalmente, por qué, pese a todo, llama tanto la atención el caso de la filosofía. Comencemos, pues.
   Realmente, dudo mucho que, sea cual sea la situación de la mujer en el mundo filosófico norteamericano, sea peor que su situación en el mundo de la economía, por poner un ejemplo. También la historia del pensamiento económico es obra de hombres, los premios Nobel de economía son hombres y mejor no meternos con cuántas ejecutivas, miembros de consejos de dirección o brokers existen en cualquier parte del mundo. Y aquí nos encontramos con algo que no me cansaré de repetir, que el mundo no está hecho a imagen y semejanza de los hombres, sino que hombres y mujeres, tienen que entrar cómo sea en la imagen de los triunfadores que nos ofrece nuestra sociedad. ¿Por qué digo esto? Porque estoy deseoso de ver algún estudio sobre las estrategias que ponen en práctica las mujeres ejecutivas, directoras generales o empresarias del mundo, a ver si de verdad son más democráticas, más humanas y más dialogantes que las puestas en práctica por hombres.
   En cualquier caso, los diferentes testimonios aportados por The New York Times tampoco concluían que las cosas en filosofía fuesen muchos peores que en otros ámbitos, sino, simplemente, que no eran mejores. De hecho había una comparación muy desfavorable para la filosofía con el mundo de las matemáticas. ¿Por qué? La respuesta puede encontrarse en un libro que debería ser de obligada lectura para cualquiera que quiera dedicarse a esto, el  Companion to African Philosophy, de cuya edición se encargó Kwasi Wiredu en 2004. Allí, M. P. More explicaba detenidamente el papel que jugó la filosofía en la constitución del régimen del apartheid sudafricano. La conclusión que se puede extraer de esas páginas es muy simple, únicamente los filósofos de tendencias marxistas o materialistas, ejercieron una franca oposición al régimen racista sudafricano. Oposición que, en algún caso, pagaron con su vida. Los idealistas, particularmente los fichteanos, los fenomenólogos, los hermeneutas y, cómo no, los heideggerianos, colaboraron activamente en sentar los pilares ideológicos del apartheid. La propia filosofía de John Rawls fue adaptada sin muchas dificultades para sustentar la necesidad de segregar a blancos y negros. Todo aquel que quiso medrar sin mancharse demasiado las manos, los que preferían mirar para otro lado mientras sacaban tajada, se apuntaron a la filosofía del lenguaje. Cuando la policía racista asesinaba niños en Soweto, ellos se dedicaban a analizar los diferentes usos del término apartheid para ver qué significaba. Obviamente, a más de uno acabó revolviéndose el estómago y tomando postura contra lo que ocurría. Pero incluso ellos no tenían más remedio que hacerlo a nivel personal, con las mismas armas conceptuales para enfrentarlo que el tendero de la esquina, porque un buen filósofo del lenguaje no puede adoptar un papel distinto de un etnolingüista, analizar lo que ve sin juzgarlo.
   He aquí que ahora tenemos un país, los EEUU, cuyo panorama filosófico está dominado por la filosofía del lenguaje y, casualmente, volvemos a encontrarnos con gente que se limita a analizar el uso del término "sexismo" para ver su significado y, si viene al caso, sacar algo de tajada. No quiero decir que un filósofo del lenguaje tenga que ser un acosador sexual, pero sí, una vez más, que está tan desarmado conceptualmente para luchar contra el sexismo como lo estuvieron los filósofos del lenguaje sudafricanos para luchar contra el apartheid. Si de verdad se quiere hacer frente a lo que existe y no meramente constatarlo, hace falta algo más que el análisis lingüístico y esto ya no es una cuestión de cuál sea el lenguaje o de cuál sea la minoría oprimida.
   Obviamente los filósofos del lenguaje no tienen la culpa de todo, ya lo hemos dicho. El mundo académico de la filosofía está plagado de miserables de toda laya (y no únicamente el mundo de la filosofía del lenguaje). Es algo que, para los ajenos a este mundillo, sorprende, por esa imagen del filósofo tan elevada, tan espiritual, que casi equipara filosofía con santidad. Pero, como siempre que se habla de elevación, de espiritualidad, de santidad, la casa se nos llena de sinvergüenzas. No es culpa de la elevación, de la espiritualidad, de la filosofía, es culpa de los estómagos agradecidos de turno, que ya no saben poner freno a lo que viene después. Por ello, la verdad es que, más que “filosofía”, el nombre que le cuadra a esta disciplina es “escatología”, pues en ella se mezclan de un modo muy particular, las preguntas trascendentales con la mierda. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

¿Es inhóspita la filosofía para las mujeres? (1)

   Las aguas filosóficas del mundo académico norteamericano bajan revueltas. La razón no es, naturalmente, alguna disputa teórica. Más bien las ha revuelto la dimisión de Colin McGin, prominente filósofo del lenguaje británico, defensor de la imposibilidad de llegar a entender el fenómeno de la conciencia, que ha tenido que dejar su puesto en la Universidad de Miami por acosar sexualmente a una estudiante. Hasta qué punto es un caso aislado puede mostrarlo el hecho de que existe, desde 2010, un blog llamado What Is It Like to Be a Woman in Philosophy?,  en el que se recogen testimonios acerca del desprecio hacia las mujeres en el entorno de la filosofía universitaria. Todo esto era lo suficientemente llamativo como para que el The New York Times, haya abierto una serie de entrevistas con cinco mujeres filósofas para dar cuenta de la situación de la mujer en la filosofía. Lo que surge de estos testimonios es una suerte de fuego graneado contra la filosofía en general con la conclusión unánime de que la filosofía es un territorio que la mujer sólo puede sentir extraño cuando no enemigo. Aún más, no se trata sólo de las mujeres, cualquier otra minoría encuentra escaso refugio en él. Los números son muy claros. Mujeres en particular y minorías raciales en general, están infrarrepresentadas en el mundo académico de la filosofía norteamericana. El número de mujeres que estudian filosofía o hacen tesis doctorales está por debajo de disciplinas como las matemáticas, la economía o la química, lo cual genera una especie de círculo vicioso porque también las publicaciones realizadas por mujeres son menos citadas que las de sus correspondientes colegas varones... 
   A partir de los datos, las teorías. Una posible explicación es que la filosofía es una disciplina construida por varones blancos. Mujeres, negros y chinos, son incapaces de identificarse con el modelo de filósofo imperante. Los filósofos fueron hombres y como tales hablaron. No es difícil encontrar todo tipo de mensajes sexistas, cuando no misóginos. La filosofía, como no podía ser de otra manera, ha sido construida de acuerdo con un modelo racional basado en el modo de pensar de los hombres, por no decir, en un modo de pensar machista, con el que las mujeres sólo pueden sentirse hostigadas. El propio carácter abstracto de la filosofía lo demuestra. Las mujeres están mucho más interesadas por cuestiones concretas, prácticas, alejadas del etéreo mundo de la filosofía, muy típico de la mentalidad varonil. De hecho, el propio alejamiento de las mujeres respecto de la filosofía demuestra ese espíritu práctico, porque, como concluye alguno de los escritos referidos a este tema, la filosofía es cosa del pasado, una disciplina anquilosada y a punto de desaparecer.
   No estará de más centrar el tema en medio de semejante diatriba. Para mí el problema es que en el mundo de la filosofía académica hay demasiados casos de acoso sexual porque si hay uno, ya hay demasiados. La cuestión es si esto es culpa de la filosofía o de una filosofía, es decir, cuál es el papel de la mujer en la filosofía y cuál es el papel de ciertas filosofías respecto de la situación de la mujer. Inevitablemente ambas cuestiones nos obligarán a plantearnos si la situación de la mujer en la filosofía es distinta a la que se presenta en otras disciplinas y otros países. Pero antes de empezar, me temo que es imprescindible decir algo acerca de “What Is It Like to Be a Woman in Philosophy?”
   Leer “What Is It Like to Be a Woman in Philosophy?” es una experiencia que yo les recomiendo. Cualquier jovencita que se esté planteando entrar en la carrera de filosofía sacará fácilmente la conclusión de que se va a adentrar en un campo minado en el que será violada en cuanto se descuide. Es un fenómeno sociológico que descubrieron hace tiempo las compañías farmacéuticas y del que han sacado un partido extraordinario. Ud. crea una enfermedad, por ejemplo, el síndrome de los dedos gordos inflamables, lo describe someramente, crea un blog sobre él y cuelga un par de testimonios. Al cabo de unos años tendrá tres centenares largos de personas describiendo el calvario que ha supuesto para sus vidas que los pulgares se les inflamen. Por supuesto no estoy diciendo que el acoso sexual sea una enfermedad inventada, pero sí que en ese cúmulo de testimonios hay algunos que deberían estar en un juzgado y otros que hablan de sexismo en la filosofía porque un profesor comparó la conclusión de un artículo con un orgasmo o porque un compañero de estudios borracho sostuvo la tesis de que las mujeres no pueden aprender lógica. Mejor aún, resulta que la situación del mundo académico de la filosofía norteamericana es el que hay en todo el globo porque un profesor europeo visitante en una universidad norteamericana acosó a una alumna con la excusa de que “era lo normal en Europa”. Para confirmarlo, nada mejor que un par de testimonios procedentes de Suecia, país al que el patriarcado romano no llegó ni en envases de plástico pero que compite con España por los primeros puestos en las estadísticas de violencia de género...
  Una de las cosas que me preguntó el Prof. Otto Saame la primera vez que hablé con él fue si yo sabía leer griego. Le dije que no y él me respondió que entonces yo no era un verdadero filósofo. No le tuve demasiado en cuenta ese comentario y acabé tomándole el aprecio que le tomaron todos los que tuvieron la suerte de conocerle, pues era una persona absolutamente encantadora. Haber estudiado matemáticas, química y geología en el bachillerato me convertía en miembro de una minoría dentro del campo de la filosofía y si alguien nos hubiese hecho conscientes de la discriminación de que éramos objeto, probablemente me hubiese tomado el comentario del profesor Saame como ofensivo contra mi minoría. Lo que quiero decir es muy incorrecto políticamente hablando pero real, una ofensa existe si hay alguien que ofende y alguien que se siente ofendido. El acoso sexual es acoso sexual y no tiene más vueltas. Referirse a una miembro del departamento como “el bello espécimen” sólo puede significar una cosa. Pero comentarle a una mujer que “la filosofía no es una disciplina para mujeres” puede ser un agravio, una ofensa, una descripción de los hechos, una provocación o un acicate, entre otras cosas, dependiendo del tono y el contexto en que se diga. Recuerdo haber oído una entrevista con el creador de un museo de la negritud. Afirmaba que decidió crearlo cuando uno de sus profesores comentó que “los negros no tienen historia”. Es un claro ejemplo de que un profesor, un buen profesor, debe saber lanzar semejantes provocaciones por mucho que alguien encuentre en ellas la excusa que estaba buscando para ofenderse.
(Continuará...)

domingo, 20 de enero de 2013

Lecturas del cuerpo (1)


He terminado de leer, por fin, I can read You like a Book  de Gregory Hartley y Maryann Karinch. Es un (mal) libro acerca del lenguaje corporal. El tema del lenguaje corporal es un tema de sumo interés para la filosofía o, dicho de otro modo, un tema sobre el que pocos filósofos, particularmente del lenguaje, han mostrado interés. La práctica totalidad de primates acompañan la emisión de sonidos con mímica, generando una duplicidad de sentidos para sus mensajes. Mientras el sonido se desplaza hasta lugares desde los que no se puede observar al emisor, la mímica va dirigida hacia los congéneres en la proximidad inmediata. En el caso de los seres humanos hay algo muchísimo más complicado que una mera duplicidad de mensajes. Por una parte, la proferencia de sonidos va acompañada de una entonación que, con frecuencia, determina la naturaleza del mensaje transmitido. Esto es precisamente lo que hace tan penosa la comunicación a través de las modernas tecnologías, desde una llamada telefónica hasta WhatsApp, pasando por sus antepasados el correo electrónico y los chats. Hemos tenido que inventar unos signos tan convencionales como cualesquiera otros, para dar un género de entonación a una sucesión de palabras que, por sí mismas, podían significar muchas cosas. Pues bien, estos marcadores de entonación artificiales, los emoticones, son caras. Ponemos caras con gestos estereotipados a nuestras palabras para que éstas puedan adquirir un significado pleno. Se puede decir de un modo mucho más directo, los seres humanos logramos comunicarnos gracias a que tenemos rostros y no por las simples virtualidades del lenguaje. Obviamente, no se trata sólo de rostros. Acompañamos nuestras palabras de gestos, poses, miradas y de una escenografía completa que les otorga el marco imprescindible para hacerlas significativas. Todo esto es lo que conforma el contexto de la comunicación lingüística, lo que según Wittgenstein hacía del lenguaje un juego o una forma de vida. Hasta aquí llega el territorio medianamente explorado por los filósofos del lenguaje, cuando, en realidad, éste es el comienzo de algo mucho más interesante.
Es un lugar común en la filosofía del lenguaje asumir que la entonación, los gestos, las posturas y las miradas que acompañan una prolación son parte integrante de la misma, dado que proceden del mismo sujeto, de la posición cero del lenguaje ocupada por quien está hablando. Indudablemente, puede haber mayor o menor congruencia entre lo que se está diciendo y los gestos que se están utilizando, pero, dado que el significado de cualquier expresión se hace equivalente a su uso, un sujeto sólo puede estar queriendo decir una cosa. La incongruencia entre gestos y palabras sería, simplemente, la demostración de que el sujeto en cuestión no sabe usar de modo adecuado el lenguaje. Si ponemos esta afirmación a la inversa, comprenderemos lo alejada de la realidad que se encuentra. En efecto, el reverso de esta afirmación es que los gestos que habitualmente no suelen acompañar una determinada intención comunicativa carecen de significado, esto es, si hay un gesto que habitualmente no acompaña una situación comunicativa, este gesto no significa nada. ¿De verdad es eso lo que ocurre? ¿hemos visto acompañar a situaciones comunicativas el jugueteo con cualquier objeto, el señalar con cualquier tipo de puntero, el colocar entre nosotros y el hablante cualquier tipo de obstáculo? Vamos a poner un ejemplo aunque, en una demostración más de lo que estamos diciendo, es muy difícil entender el significado pleno de lo que estamos diciendo sin vivirlo, es decir, sin ver exactamente la sucesión de gestos. Intentémoslo, no obstante. Supongamos que estamos recabando información de un vendedor, de un empleado, de un sujeto cualquiera. Mientras nos responde con un discurso bien construido y creíble, se obstina en mantener firmemente cruzados sus brazos salvo en las numerosas ocasiones en que se rasca la nariz. ¿Quedaríamos absolutamente convencidos por su relato? ¿por qué? ¿porque hemos visto mil veces cómo ese comportamiento forma parte del juego de mentir y de ningún otro? ¿sabríamos explicar racionalmente qué motiva nuestras sospechas? Todavía mejor, ¿sabría él por qué su relato no nos resulta totalmente creíble? 
En realidad, hay una alianza profunda entre las modernísimas filosofías del lenguaje y las antiquísimas filosofías de la conciencia. Piénselo detenidamente. Siempre tenemos claro qué es lo que queremos significar con nuestras palabras y por qué es sobre eso sobre lo que queremos hablar. Rara vez puede decirse lo mismo respecto de la postura que adoptamos, de hacia dónde miramos o de los gestos que empleamos. Ellos también tienen un significado, un significado rara vez consciente y, por tanto, ignorado por las filosofías del lenguaje. El gesto de señalar con el índice lo hemos visto miles de veces con una intención muy clara. Miles de veces hemos visto también el gesto de cruzar los brazos, pero, ¿con qué intención? ¿qué significa? Aún mejor, ¿por qué en determinadas circunstancias nos sentimos cómodos con los brazos cruzados e incómodos cuando alguien los cruza delante de nosotros? Todavía podemos ir un poco más allá. Si al cruzar los brazos nos sentimos cómodos, ¿induce en nosotros cierta actitud el simple hecho de cruzar los brazos y de modo general, el adoptar una postura? ¿es nuestro pensamiento el que lleva a un cierto movimiento del cuerpo o es el movimiento del cuerpo el que lleva a ciertos pensamientos? ¿acaso hemos llegado por aquí al viejo problema de la relación entre alma y cuerpo o, como se dice hoy día, entre mente y cerebro?
Si he logrado despertar su curiosidad con estas preguntas y está esperando alguna respuesta a ellas, sólo le voy a dar una pista: Gregory Hartley es graduado de la US Army Interrogation School, posee numerosas condecoraciones por sus servicios a la nación como interrogador e instructor de interrogadores del ejército de los Estados Unidos y trabajó para la CIA.