Mostrando entradas con la etiqueta mónada. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta mónada. Mostrar todas las entradas

domingo, 30 de septiembre de 2012

Monadología como mercadología (1)

   Este viernes he terminado de leer el libro de Leigh Stevens, Essential Technical Analysis. Tools and Techniques to Spot Market Trends (John Wiley & Sons, 2002). Es un libro magnífico. Da gusto leer algo escrito de un modo tan claro por una persona inteligente, especialmente, si el tema no es baladí. Y, desde luego, el tema de este libro no lo es. A lo que hace referencia el "análisis técnico" es al conjunto de técnicas estadísticas para predecir el comportamiento de un mercado, sea de acciones, de futuros o de cualquier otro bien negociable. Dicho de otro modo, son las herramientas con las cuales los actores que conforman "el mercado" toman sus decisiones. Existe toda una panoplia de ellas. La más elemental es el trazado de "canales" por los que circula el precio de un valor, enlazando al menos tres mínimos o máximos. Se supone que, al llegar al borde inferior de ese "canal", el precio "rebotará" y otro tanto, aunque en sentido inverso, ocurrirá cuando llegue al borde superior. No obstante, hay que vigilar el valor medio entre ambos extremos, pues marca la tendencia y ésta puede desembocar en nuevos valores mínimos y máximos del "canal". También hay que tener en cuenta el volumen total negociado, ya que, como estableciera el padre de todo esto, un tal Charles Dow (fundador de Dow, Jones & Co.), el volumen precede al precio. Además, hay que vigilar otro género de gráficas, como uno ideado por un japonés del XVIII, conocido popularmente como el modelo de "velas". "Velas" que, por supuesto, pueden ser blancas o negras (les juro que no estoy de coña). Por si fuera poco están los ángulos y arcos que es preciso reconocer en las gráficas, las islas, los rectángulos, las banderas, las oscilaciones, cuándo un mercado es un "toro" y cuándo un "oso", etc. etc. etc. Si ahora ponemos todo esto a funcionar tomando un valor cualquiera y realizando su análisis técnico, indefectiblemente, un tercio de los resultados le dirán que el valor bajará sin duda, el otro tercio le indicará un alza más que probable y el tercio restante no le señalará ni en una dirección ni en otra. Stevens cuenta una anécdota esclarecedora al respecto. Dicen que si uno hace meditación trascendental durante cinco años, las casas dejan de parecer casas y los árboles dejan de parecer árboles. Pero si se sigue haciendo meditación trascendental cinco años más, al final, las casas vuelven a parecer casas y los árboles, árboles. Algo muy semejante puede decirse del análisis técnico. ¿Cómo toman entonces sus decisiones los actores económicos? ¿cómo saben de qué elementos del análisis han de fiarse? Para ello es necesario un buen conocimiento del mercado o, dicho de otro modo, una mezcla de suerte y corazonadas. En definitiva, las decisiones se toman, habitualmente, por motivos que no pueden calificarse de racionales. Digo "habitualmente", porque hay casos en los que todos los parámetros están de acuerdo en que habrá subidas o bajadas. Son esos casos en los que Ud. y yo también somos capaces de augurar una subida o bajada sin necesidad de ningún análisis técnico.
   Stevens es inteligente y no deja de advertir contra el uso "mecánico" de las herramientas que él proporciona. Llega, incluso, a calificar de "ideología", el aferrarse a la pura matemática (pág. 306). No obstante, todo este conjunto de precauciones, resultan un tanto misteriosas. Su punto de partida era la ya consabida "eficiencia de los mercados", esto es, la inconmobible fe neoliberal en que el precio acabará por reflejar toda la información que existe sobre un activo. Si los mercados son eficientes, ¿por qué no son tan predecibles como la trayectoria de una bala de cañón? La razón es que hay dos errores en esta manera de enfocar las cosas, errores que, sin duda, Stevens conoce, pero que, de aclararlos, harían inútil este libro.
   El primero es un error básico de planteamiento. El punto de partida es la idea de que hay, por una parte, un sujeto y, por otra, un objeto, llamado "el mercado". La realidad es muy diferente. No se trata de un sujeto confrontado a un objeto, sino de una multiplicidad de sujetos que interactúan de forma compleja entre sí. Por poner un modelo filosófico, no estamos ante en sujeto cartesiano, que trata de conocer un mundo absolutamente diferente de sí mismo. Más bien, estamos ante la mónada leibniciana. Leibniz definía su mónada como un reflejo del universo, pero este "universo" no era sino una pluralidad de mónadas que se reflejaban unas a otras. Exactamente eso es el mercado, una pluralidad de sujetos en todo momento pendientes de todos los demás. Ahora bien, la pregunta que cabe plantear respecto de esta manera de entender las cosas es, precisamente, la inversa de la que vimos anteriormente, a saber, cómo puede haber pautas de regularidad en el comportamiento de una masa de sujetos, todos pendientes unos de otros, dispuestos a reaccionar el menor síntoma de pánico o de euforia. Y la respuesta está en Leibniz y en el análisis técnico. El universo leibniciano era un todo ordenado porque todas las mónadas estaban constituidas de la misma manera y el mercado presenta regularidades porque todos sus actores utilizan las mismas herramientas para analizarlo. Son estas herramientas las que conducen a soluciones equivalentes y las que garantizan una cierta homogeneidad de comportamientos. Evidentemente, no todos los actores van a una porque, como hemos visto, estas herramientas proveen soluciones dispares y dependerá de a cuál de ellas se le preste atención preponderante. Estamos, en cualquier caso, lejísimos del modelo clásico de un sujeto que tiene que conocer un objeto llamado "mercado". Esta es la razón del éxito de los paseos aleatorios por la bolsa.
   Hace ya tiempo, unos periodistas demostraron que, vendándose los ojos, lanzando dardos sobre las páginas de cotizaciones del Wall Street Journal y comprando las acciones así "seleccionadas", se podían obtener beneficios superiores a los obtenidos mediante la utilización de cualquier método de análisis. Es significativo que Stevens dedique un considerable esfuerzo a demostrar que los instrumentos por él descritos proporcionan resultados mejores que un paseo aleatorio. A tal efecto cita muy pronto un estudio del MIT que vendría en apoyo de sus procedimientos aunque, como acabaremos descubriendo si seguimos leyendo, los resultados del MIT sólo dicen que el análisis técnico es mejor que un paseo aleatorio para ciertos mercados, bajo ciertas condiciones y a largo plazo, cuidándose mucho Stevens de cuantificar el porcentaje de aciertos (por no mencionar de dinero) del que estamos hablando.
   Que las herramientas de análisis son la causa de los resultados y no, simplemente, el método que conduce a ellos, explica una curiosa paradoja. Charles Dow, Muchisa Homma, W. D. Gann y otros padres del análisis técnico, fueron exitosos inversores que lograron obtener notables fortunas personales utilizando algunos instrumentos de su invención. En realidad, nunca se nos aclara, ni se nos aclarará, si esa fortuna se debió a su éxito como inversores o como escritores de libros que se vendieron como rosquillas, pero, bueno, supongamos lo primero. Todos los que vinieron después, usaron sus herramientas, progresivamente con menos éxito. Ninguno de ellos logró repetir la acumulación de dinero de que hicieron gala los fundadores del método. ¿Por qué? Pues porque cuando todo el mundo utiliza las mismas herramientas de análisis, la ventaja que éstas proveen desaparece, pasando a integrarse como canales reguladores del propio flujo económico. Con ello, dejan de ser parte de la solución y se convierten en parte del problema. La prueba más simple de lo que venimos diciendo es que cuando los análisis coinciden en que un valor debe subir o bajar, éste sube o baja, sin que haya necesariamente nuevas informaciones sobre él, simplemente, porque las herramientas de análisis conducen a una profecía que se autocumple.