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domingo, 31 de mayo de 2015

El velo de la verdad

   Arthur Schopenhauer fue un filósofo alemán nacido en 1788 en el seno de una familia acomodada. Sus padres le procuraron una exquisita formación que incluyó contactos con lo más granado de la intelectualidad alemana y viajes por media Europa. Además del griego y el latín, parece que manejó con soltura el sánscrito y él mismo, en el prólogo de su obra capital, El mundo como voluntad y representación, recomienda a sus lectores un conocimiento profundo de los Vedas. Del mismo modo, les recomienda manejar con soltura la filosofía de Platón y Kant, fuentes todas estas que ayudaron a construir su filosofía aunque su filosofía, dice Schopenhauer, no está contenida en ellas, pues va mucho más allá. Como ya habrán podido deducir, Schopenhauer es un ejemplo de que una educación exquisita y una amplia cultura no bastan para hacer de alguien una buena persona. Desde luego no lo fue. Predicó el misticismo y el ascetismo al tiempo que desparramaba por su obra todo tipo de comentarios misóginos. Escribió mucho acerca del sufrimiento en el mundo y nunca hizo nada por mitigarlo en su más pequeña medida. Eso sí, puso de moda una género de misantropía que a muchos de sus seguidores les ha servido para esconder, bajo una cierta pose desencantada, el deseo de medrar a costa de los demás. 
   Después de exigir conocimientos tan amplios como los que él poseía, pide, igualmente, dos lecturas de su libro “para comprender bien el pensamiento aquí desarrollado”. Es cierto que, tras dos lecturas, uno acaba entendiéndolo bien, pero también acaba preguntándose si Schopenhauer llegó a leerse dos veces los textos de Platón, Kant y los Upanishades porque no parece haber entendido gran cosa de ellos. El “Kant” de Schopenhauer está interesado, sobre todo, por lo que hay más allá de los fenómenos que es, precisamente, lo que el Kant real dijo que jamás podemos llegar a conocer. A Platón se lo despoja de pretensiones ontológicas para hacer de su sistema una filosofía del arte, algo que, de vivir en ella, le hubiese costado a Schopenahuer la inmediata expulsión de la República platónica. Peor fue, sin embargo, el atentado contra los textos sagrados del hinduismo. Lo único que Schopenhauer parece haber leído en ellos es algo relacionado con un cierto "velo de Maya" que cubriría la realidad y que la intuición intelectual kantiana (ésa que Kant dijo que no teníamos), nos permitiría levantar para observar cómo son realmente las cosas. 
   La razón por la que digo que el atentado contra el pensamiento sagrado hindú fue peor es porque creó escuela. El “velo de Maya” se convirtió en un tópico común a la hora de entender dicho pensamiento. Todavía más, a partir de él, intentaron entenderse otras tradiciones. A principios del siglo XX, Martin Heidegger descubrió el velo de Maya no en el lejano pensamiento oriental sino en el seno mismo de la tradición occidental, esto es, en el pensamiento griego. La verdad, en griego antiguo, se designaba con la palabra “aletheia”, en la cual Heidegger descubrió un prefijo negativo “a-“ que permitía traducirla como “des-velamiento”, “des-ocultación”. Mejor aún, liberado por completo de influencias racionalistas, Heidegger negaba la capacidad del sujeto para levantar ni siquiera un velo. Por tanto, nada de intuiciones intelectuales, ni de actitudes estéticas, y ni siquiera de música, como había propuesto Schopenhauer. Lo que uno debía escuchar era a esa realidad tras el velo en sus manifestaciones o, dicho de otro modo, debemos quedarnos “escuchando la voz del Führer”. ¡Uy, perdón! Me he equivocado, he querido decir “escuchando la voz del Ser”.
   Lo cierto es que la religión hindú es milenaria y sutil. Ha dado lugar a decenas de interpretaciones, doctrinas, teorías y prácticas. Resumirlo todo en la idea de que hay algo que des-velar, que des-ocultar, que hay que levantar un supuesto velo, como si fuese una alfombra para ver qué colillas se han ocultado bajo ella, es una manera de proceder muy occidental, pero poco respetuosa con el original. Es obvio que para el pensamiento hindú las apariencias no conforman la realidad, sin embargo, el velo de Maya no se puede ni se debe levantar. Si levantáramos el velo de Maya, caeríamos en el extravío pues más allá de él no hay nada sensible ni categorizable, nada captable por los sentidos ni por la razón, nada a lo que estemos acostumbrados ni que podamos utilizar, en definitiva, erraríamos en un vacío en el que no podríamos agarrarnos a nada. La verdad no es lo que está “debajo” del velo, la verdad es que el velo está ahí y cubre algo. No podemos, por tanto, levantar el velo, debemos explorarlo, seguir los hilos que lo constituyen para ver cómo está anudado, analizar cada uno de sus pliegues para deducir qué fuerzas lo han constituido. De ese modo, negándonos a quedarnos con lo dado y tratando de ir siempre más allá, llegaremos a la verdad.  Y la verdad, según el pensamiento tradicional hindú, insisto, no es lo que está más allá del velo, la verdad es que lo real está velado. Esta idea, ciertamente, no pertenece a una exótica manera de entender las cosas de una remota civilización, bien al contrario, parece haber sido una idea muy común en diferentes culturas tradicionales. Por eso no debe resultar extraño encontrarla también en el pensamiento clásico de Grecia. La “a-letheia”, la verdad griega, no es la “des-ocultación”, pues nada parece haber sido más patente que el hecho de que lo aparente no agota la realidad. La “a-letheia” es el des-cubrimiento, el resultado de una actividad exploratoria que nos hace salir al mundo y cartografiar sus posibilidades. Aquí hay quienes han querido ver una influencia de la India en Grecia o de Grecia en la India, incluso los hay que han encontrado en semejante coincidencia una prueba de cierta philosophia perennis. En realidad, la fuente de tal coincidencia es la vida cotidiana. Todos sabemos que des-cubrir cómo es realmente una persona, descubrir su verdad, no consiste en desnudarla (pues la silicona seguiría sin salir a la luz), consiste en comprender cómo y por qué sus acciones dimanan de ella.

domingo, 1 de julio de 2012

Por qué soy misántropo

   De entre las muchas cosas desagradables que me han ocurrido hoy, quizás la peor, ha sido rellenar un test para averiguar si soy misántropo y descubrir que no lo soy. Esto me pasa por rellenar un test, un test hecho por psicólogos y, por si fuese poco, por Internet. Cosas así son, precisamente, las que me hacen ser misántropo. Hay un inevitable sesgo profesional. Soy profesor y no asesor fiscal, de modo que si la pregunta es si la gente miente para conseguir lo que quiere, mi respuesta, inevitablemente, es: más que hablan. Lo malo no es ya que mientan mientras juran decir la verdad, lo malo es que mienten hasta explicándote cuándo mintieron.
   ¿Ayuda un alumno/a al profesor desinteresadamente o buscando algo? Desde luego, un alumno/a va a buscar tiza, esencialmente por dos motivos, uno es darse un paseíto a ver si encuentra a un amigo y el otro es pensando en la nota que va a obtener al final del trimestre. Y nada de esto es producto de la misantropía, es que las cosas son así. Por tanto, ¿considero que la gente me malinterpreta cuando trato de ayudar a alguien? Siempre. Si yo pienso que los demás me ayudan para conseguir algo, en justa reciprocidad, les concedo el derecho a que piensen lo mismo de mí (acertadamente, por lo demás). En realidad, nadie quiere ayudar a los demás porque sí, pero, claro está, quiere ser ayudado en cada circunstancia. Y si no me cree piénselo. Un tipo se viene hacia Ud. le insulta y le saca un arma amenazadoramente. ¿Desearía que alguna de las personas que hay a su alrededor le ayudase de alguna manera? Pongamos ahora la situación del revés, supongamos que Ud. es, simplemente, un espectador, ¿ayudaría a la víctima de alguna manera?
   En el test en cuestión había una serie de preguntas sobre conducta sexual e infidelidad que no he acabado de entender muy bien. Por ejemplo, una de ellas consistía en responder afirmativa o negativamente a la cuestión de si muchas personas tienen "una mala conducta sexual". La verdad es que no sé qué es "una mala conducta sexual". Esencialmente considero que cualquier conducta sexual entre adultos y mediando la aquiescencia de ambos, es una conducta sexual "buena". Que incluya practicar únicamente la postura del misionero, vestirse de marinerito o el beso turco, es asunto de los implicados. Por otra parte, violar a alguien con una botella no es algo que, por fortuna, hagan "muchas personas". En cuanto a la infidelidad me ocurre lo mismo, no tengo muy claro lo que significa. Si se trata de copular con alguien que no es nuestra pareja, no creo que los seres humanos seamos la especie más infiel del planeta, más bien, creo que estamos en la media (incluso por debajo de ella si tomamos en consideración sólo los primates). Pero, claro, ahí tienen a Bill Clinton asegurando que la felación no es una infidelidad. Y es que, si incluimos la felación, los tocamientos, los besos, los coqueteos y los pensamientos, la cosa cambia y dudo que exista alguien absolutamente fiel. Sí, sí, ya sé que por aquí aparecerá alguna mujer asegurando que sólo piensa en su marido. No voy a decir que sea mentira, simplemente, lo dudo, lo dudo mucho.
   A propósito de guerra de sexos, también tengo que decir que me parece estupendo que las mujeres tengan derecho a que su "no" signifique "no" o "puede", según las circunstancias y las personas. Es nuestro problema como hombres averiguar en qué parte del filo de la navaja estamos, a ver si así vamos aprendiendo a escucharlas de una vez. No obstante, me pone un poco nerviosillo que me planten una pista de aterrizaje delante de las narices repleta de luces verdes por todas partes y con un inmenso cartel que dice "aquí, aquí, por favor" y que justo cuando voy a sacar el tren de aterrizaje las luces se vuelvan todas rojas y traten de convencerme de que soy daltónico. Vamos a ver, no, no soy daltónico. A lo mejor había alguna luz roja que no he visto, o quizás no he efectuado bien la maniobra de aterrizaje. Todos cometemos errores. Es más, todos tenemos derecho a cambiar de opinión en cualquier momento. Pero eso no quita que aquí hubiese más luces verdes que en una aurora boreal y no traten de convencerme de lo contrario.
   ¿Hay tontos en el mundo? pues sí, los hay y muchos. ¿Tienen derecho los tontos a vivir? Pues claro, pues naturalmente que sí. ¿Tiene que valer igual el voto de un tonto que el de una persona inteligente? Pues sí, todos los ciudadanos deben tener el mismo derecho a decidir su futuro. Ahora bien, ¿significa esto que los tontos tengan derecho a mandar y decirle a los demás en cada momento qué deben hacer? Pues no, ni hablar. Si eres tonto, pues muy bien, yo te respeto, no por ser tonto, pero sí por ser persona. Si eres tonto y quieres hablar, pues vale, pues muy bien, yo te escucho, una vez más, porque te respeto como persona. Pero, ¡hombre! no te pases todo el rato diciéndome qué es lo que yo tendría que hacer, porque entonces te pediré que, antes, me expliques qué significa "heteróclito". Y, entendámonos, tonto para mí no es el que no sabe qué significa "heteróclito", tonto es el que cuando se le pregunta no responde: "vamos a buscarlo en un diccionario".
   Pero, la principal razón por la que soy misántropo es porque la humanidd está llena.... de misántropos.