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domingo, 4 de septiembre de 2011

Lecciones de una crisis

   La verdad es que Bienvenido Mr. Chance, película protagonizada por Peter Sellers en 1979, me aburrió soberanamente. Contiene, sin embargo, una lección que debería figurar en el frontispicio de las facultades de economía de todo el mundo. El Sr. Chance, jardinero analfabeto que sólo conoce la vida por lo que aparece en televisión, acaba teniendo una conversación con el presidente de los EEUU. Para burlarse de él, éste le pregunta qué opina de la situación económica. La respuesta del Sr. Chance es algo así como que en otoño las hojas de los árboles se caen, en invierno todo parece estar muerto, pero luego llega la primavera y las plantas vuelven a florecer. El presidente se queda perplejo y le contesta que es la opinión más favorable que ha recibido nunca de su política económica. Es, desde luego, una gran lección de economía política. El crack bursátil que nos aguarda a dos años vista, marcará el invierno de esta crisis que vivimos. Después, volverán las lluvias de primavera, el calorcito y con ellos, las flores. Y volverán los expertos, esos que ahora nos dicen que vivimos un cambio de era, a vaticinar un sempiterno crecimiento iniciado sobre bases sólidas y estables. No estaría de más que entonces nos acordemos de las lecciones que nos está enseñando esta crisis, que son muchas y muy provechosas, tanto que deberíamos llevarlas marcadas a fuego en la piel.
   La primera de ellas, es que nuestra Constitución no es un andamiaje oxidado, que sirvió en su momento, pero se ha quedado anticuada. Esta crisis nos ha dejado claro que nuestra Constitución es tan sabia, que contiene los elementos necesarios para reformarla. Y que para reformarla, no se tiene que dar ningún fantástica confabulación de astros o una larguísima y fundamentada reflexión. De hecho, ni siquiera hace falta el consenso. Simplemente, hay unos procedimientos establecidos. Si se cumplen, se la pueda modificar y modificar en el sentido que se quiera. En consecuencia, no se le puede esgrimir a ninguna de las nacionalidades que componen este país, que su proyecto no tiene cabida en la Constitución. No lo tiene si no hay voluntad política para que no lo tenga. Porque si hay voluntad política, se puede cambiar la Constitución para que todos tengamos cabida bajo ella.
   La segunda es que una reforma constitucional no tiene que ser para siempre, ni por muchos años, ni siquiera duradera. Recordemos, los que han establecido el tope de déficit que va a figurar en nuestra Constitución, son los mismos que hace algo más de tres años decían que no había crisis y que, caso de haberla, ésta era psicológica. De hecho, son los mismos que vaticinaron una duración de la crisis de un año, máximo de catorce meses. ¿De verdad hemos de creer que ha venido a iluminarlos el Espíritu Santo de las finanzas para que, ahora sí, acierten con la cifra justa y necesaria?
   La tercera es que hubo un señor llamado Karl Marx, que, a lo mejor, no se lució mucho ideando modelos de sociedad, pero que caló hasta lo más hondo la naturaleza de nuestras democracias burguesas. Lo que no pudieron hacer los ochocientos muertos de ETA, lo que no pudo hacer el plan Ibarretxe, lo que no pudo hacer un gesto en favor de la igualdad de género como era la modificación de la línea de sucesión en la corona, lo que era imposible hacer para satisfacer cualquier proyecto político, lo ha logrado fácilmente el poder económico de unos mercados cuya opinión está por encima y, en muchos casos, en lugar de la opinión de los ciudadanos. Después hay quienes preguntan qué significa el lema "democracia real, ya". Bueno, pues muy fácil, es lo mismo que decir: "de esto, ¡basta ya!"
   La cuarta es que PP y PSOE, izquierda y derecha, el dóberman y la socialdemocracia, en lo fundamental, están total y absolutamente de acuerdo. Sin duda, hay matices, modos de presentar las cosas, actitudes, que diferencian a determinadas alas de un partido de determinadas alas de otro. Incluso, estoy dispuesto a admitir, que existen diferencias entre ellos si se trata de despilfarrar el dinero de las arcas públicas cuando éste corre a raudales. Hasta ahí llegan las diferencias. Cuando se trata de afrontar una crisis, cuando el dinero escasea y los fondos se agotan, la socialdemocracia es pura palabrería y todo lo que queda es el liberalismo neoconservador que riega las venas tanto de unos como de otros.
   La quinta es que ese pilar del "estado del bienestar" que es la sanidad, no está ahí para mejorar la salud de los ciudadanos, ni siquiera para mejorar su capacidad productiva. Puede observarse cómo, todos los debates en torno a la misma, son debates puramente mercantiles. La salud es una mercancía regida por los dictados de una industria que sólo quiere que consumamos cantidades progresivamente incrementadas de sus productos. Cuántos pacientes van a ser atendidos por un ATS en las noches de un hospital, cuántos enfermos se van a morir en las salas de espera de las urgencias, cuántos diagnósticos erróneos se van a producir por la saturación de las consultas, son asuntos cuya importancia se diluye ante la gran cuestión: cuánto va a dejar de ganar la industria farmacéutica si se siguen aplicando recortes en sanidad.
   La quinta es que a nadie le importa un comino la educación. No le importa a nuestros políticos que son lo suficientemente estúpidos para considerarla desde una perspectiva exclusivamente económica. La sangría de dinero público que se va en ella les escandaliza por la sencilla razón de que sus resultados no se podrán mostrar antes de las próximas elecciones. No le importa al conjunto de administraciones públicas, a las que sólo le interesa la publicidad de un curso que "comienza con normalidad" y la foto de consejeros regalando ordenadores portátiles a niños que están hartos de manejar modelos mucho mejores en sus casas. No le importa a los padres y abuelos de esos niños, que celebran el látigo de siete colas aplicado a los profesores porque, en este país, los que logran algo por su esfuerzo, como aprobar unas oposiciones libres, es que "han tenido mucha suerte".
   La sexta, que dejaremos como última, es que nadie debe temer que haya "más Europa", que la política fiscal escape de las manos nacionales o que sea terrible no poder hacer los presupuestos generales del Estado sin consultar con otros países. Ni siquiera debemos temer que "nos intervengan". Ya estamos intervenidos. Nos gobiernan desde fuera, son otros países, otros gobiernos, los que toman las decisiones acerca de lo que debemos hacer. Es el precio que pagamos por haber aceptado que "gobernar también es improvisar".