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domingo, 11 de junio de 2017

El descontrol del control.

   El pasado 22 de marzo, un sujeto recorrió el puente de Westminster a más de 100 Km/h atropellando a cuantas personas pudo para empotrarse posteriormente contra la verja del Parlamento. Cuando la policía salió a su encuentro, apuñaló a uno de los agentes y fue abatido por otro. El asesino adoptó por nombre Khalid Masood tras convertirse al Islam, habiendo nacido como Adrian Russell Ajao. Casado y con tres hijos, había sido fichado por la policía y condenado en varias ocasiones por agresión, tenencia de armas y delitos de orden público. La última condena databa de 2003. Había sido investigado por la inteligencia británica y por el MI5 en relación con sus contactos con sectores extremadamente violentos del islamismo radical, pero se lo dejó tranquilo por considerarlo un elemento periférico carente de mayor peligro. Como es habitual, en cuanto se enteró por las noticias de que el gobierno británico trataría lo ocurrido como un atentado terrorista, el ISIS lo reivindicó como una acción propia.
   El 22 de mayo, a la salida del concierto de la otrora estrella infantil Ariana Grande, un terrorista suicida hace explotar una carga con metralla matando a 22 personas e hiriendo a 59. Este atentado sigue un modelo de actuación sobre aglomeraciones ampliamente utilizado por el terrorismo suní contra chiíes en Oriente Próximo y contra la población en general por Boko Haram en Nigeria entre otros. Los medios de comunicación publican que el autor, Salman Abedi, llamó a su madre para “pedirle perdón” antes del atentado. Su familia había regresado a Libia de donde era originaria, pero Salman, excusándose con un viaje a La Meca, volvió a Manchester, la ciudad de su infancia, para cometer el atentado. Testigos que aseguraban conocerle relataron que tuvo problemas para adaptarse al estilo de vida occidental, sus relaciones familiares resultaron tortuosas y sus padres trataron varias veces de llevárselo a Libia. El motivo lo cuentan otros testigos, Abedi no escondía su “apoyo al terrorismo” y con frecuencia señalaba lo positivo que resultaba “ser un atacante suicida”. Sus declaraciones no debieron parecer la típica baladronada adolescente porque hasta dos personas parecen haber llamado a la línea de la policía para advertir de sus puntos de vista. En sus últimos tiempos en Manchester le dio por rezar a gritos en mitad de la calle. Gracias a las filtraciones de los servicios de información norteamericanos sabemos que el dispositivo que utilizó para activar la bomba no era el típico interruptor, sino que más bien parecía una ficha con circuitos, algo compatible con la idea de que fue accionada a distancia, siendo Abedi una simple mula de carga. La propia elaboración del explosivo, así como la selección de la correspondiente metralla, muestra una naturaleza elaborada que responde a una red más bien amplia, asentada y estructurada. De hecho la policía ha detenido a más de 20 personas en relación con este atentado. El ISIS lo reivindicó en cuanto los periódicos de todo el mundo hubieron recogido la noticia.
   El 3 de junio, sábado por la noche, un grupo de tres terroristas, cruza el puente de Londres atropellando a todo el que puede. Tras dejar inutilizado el vehículo se dirigen a Borough Market atacando con cuchillos a los clientes de restaurantes y viandantes. Uno de ellos es Ignacio Echeverría, joven español nacido en el Ferrol. Licenciado en derecho, hablaba cuatro idiomas y trabajó en varios bancos españoles nada menos que vigilando la posible naturaleza delictiva de transacciones financieras internacionales. Tenía ideas propias, cierta tendencia a defenderlas frente a cualquiera y no era de los que reía los chistes de los jefes. Obviamente con tales credenciales terminó donde únicamente puede terminar alguien así en este país, en la cola del paro. Decidió probar fortuna en Londres. El todopoderoso HSBC lo contrató en cuanto llamó a su puerta. Armado con un patinete (sic) se lanzó contra los terroristas cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. Su arrojo le costó la vida. Unos minutos después la policía llegó al lugar de los hechos, tras disparar 50 tiros, acabó con los terroristas. En cuanto el gobierno británico hizo público que trataría el incidente como un atentado y pese a los contactos de varios de los atacantes con Al-Qaeda, el ISIS lo reivindicó como propio.
   Los terroristas fueron identificados como Youssef Zaghba, Khuram Shazad Butt y Rachid Redouane. Youssef Zaghba, nacido en Marruecos, era hijo de una ciudadana italiana convertida al Islam. En 2016 fue detenido en el aeropuerto de Bolonia. Había comprado un billete sólo de ida para Turquía y viajaba sin equipaje, apenas con algo de ropa en una mochila y un móvil lleno de vídeos de decapitaciones. La policía italiana, sospechó que de Turquía pretendía viajar a Siria como tantos otros y no le perdió la pista a partir de entonces. Avisaron a las autoridades británicas de que Zaghba pasaba a su territorio. 
   Khuram Sazad Butt, figuraba en el círculo de Anjem Choduray, predicador que cumple condena por incitación al terrorismo. Expulsado de dos mezquitas por sus reiterados enfrentamientos con los imanes, había sido denunciado varias veces en la línea telefónica de la policía británica por sus ideas radicales. Una de las llamadas hacía referencia a una charla que mantuvo en un parque con un grupo de jovenzuelos ante los que sostuvo que “estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por Alá, incluso matar a mi madre”. Acostumbraba a ofrecer caramelos a los niños a cambio de adoctrinarlos. Un mes antes del atentado la policía debió tener indicios suficientes de que algo estaba ocurriendo porque sometió a un estrecho marcaje a los habitantes del barrio donde vivía, obviamente, a todos ellos, en tanto que comunidad, para que todo el que pudiera se radicalizara aún más.
   Rachid Redouane había luchado contra Gadafi en una milicia que acabó afiliándose al yihadismo y enviando reclutas a Siria. Sus contactos con Abedi no están claros pero en Londres residía en el mismo barrio que Sazad Butt, además de haber pertenecido también al círculo de Choduray. Un equipo de las fuerzas especiales de la policía irrumpió en la casa de Redouane en Irlanda y detuvo a su esposa, de la que ya se había separado. En su declaración ante la policía, reconoció que Reduane le pegaba y que prohibía a su hija ver la televisión para que no se volviera gay.
   Recordemos, en Gran Bretaña hay una cámara de seguridad por cada sesenta habitantes. Según fuentes oficiales, existen ahora mismo abiertas 500 investigaciones no relacionadas con estos hechos que involucran al menos a 3.000 personas. El pasado año la cifra de investigados por sus relaciones con el terrorismo superaron ampliamente los 20.000 individuos. Los últimos gobiernos conservadores recortaron el presupuesto de la policía en más de 600 millones de libras. Por otra parte, Gran Bretaña es un miembro destacado de la alianza Cinco Ojos (FVEY), lo cual significa acceso ilimitado a todas las comunicaciones de sus nacionales interceptadas por la NSA. ¿Qué significa 600 millones de libras menos para investigar a 20.000 personas por año? Muy fácil, significa sacar a policías de las calles y sustituir su labor por la vigilancia electrónica, muchísimo menos controlable desde un punto de vista jurídico. 20.000 personas por año ven violada la intimidad de sus comunicaciones para que terroristas como Masood, Abedi, Zaghba, Shazad y Redouane puedan seguir exhibiendo su radicalismo en calles y parques sin que nadie los vigile. ¿Cómo se podrían haber evitado estos atentados? Ya lo ha dicho Sadiq Khan el alcalde de Londres y su guante ha sido recogido por la Sra. May: hace falta más dinero para policías, hace falta interceptar más comunicaciones, hay que investigar a 30, 40, 50.000 personas por año, hay que seguir violando sistemáticamente la intimidad de los ciudadanos, nadie se quejará ahora que tiene metido el miedo en el cuerpo. En definitiva, se necesita más, más control de la población.
   ¿De verdad que promover que unos vecinos denuncien a otros, un clima de sospecha generalizado, la estigmatización del Islam, de barrios enteros de las grandes ciudades, evita atentados? ¿De verdad que controlar nuestros viajes, nuestros desplazamientos, nuestros paseos, evita atentados? ¿De verdad que inmiscuirse en nuestras llamadas telefónicas, en nuestros mensajes electrónicos, en nuestras comunicaciones, evita atentados? ¿De verdad que tenernos a todos fichados, clasificados, etiquetados, evita atentados? ¿No será justo al revés, que los atentados constituyen la excusa perfecta para tenernos a todos vigilados minuciosamente? Infiltrar a los movimientos terroristas fue una táctica que derrotó al anarquismo violento del siglo XIX, al IRA y a ETA, entre muchos otros. ¿Cuántos movimientos terroristas ha conseguido derrotar veinte años de vigilancia electrónica?

domingo, 9 de abril de 2017

La presciencia de Trump (1 de 2)

   18 de febrero de 2017, a las 17:00 el presidente Donald Trump da un discurso en el aeropuerto internacional de Orlando-Melbourne, Florida, durante el cual dice: 
"We've got to keep our country safe. You look at what's happening in Germany, you look at what's happening last night [es decir, el viernes] in Sweden. Sweden, who would believe this. Sweden. They took [inmigrantes] in large numbers. They're having problems like they never thought possible. You look at what's happening in Brussels. You look at what's happening all over the world. Take a look at Nice. Take a look at Paris".
   Las redes sociales no tardan mucho en hervir comentando estas palabras. La prensa sueca no da noticia alguna acerca de ningún incidente de importancia. El propio gobierno sueco acaba pidiendo explicaciones al Departamento de Estado norteamericano.  El ex primer ministro sueco, Carl Bildt, escribe en su cuenta de twitter: 
"¿Suecia? ¿Un ataque terrorista? ¿Qué se ha fumado?" 
Al día siguiente, 19 de febrero, al menos desde las nueve de la mañana, la prensa ya parece haberle encontrado un sentido a las palabras del presidente. El viernes por la noche, la cadena Fox, emitió una entrevista con Ami Horowitz acerca de su próximo documental. En él se atribuye el aumento de la criminalidad en Suecia a la política de puertas abiertas con la inmigración. Todo el mundo sabe que Trump ve la Fox, así que ahí podría estar la explicación de sus palabras. Ese mismo día, tras más de doce horas de especulaciones periodísticas, es decir, a las once de la noche, el presidente tuitea un mensaje en el que confirma esta versión. Se trata del primer tuit de Donald Trump del que se tiene noticias en el que explica, matiza o parece pedir excusas por algo que ha dicho. Hemos de recordar sus enfrentamientos con numerosos líderes mundiales, por ejemplo, el primer ministro australiano y sus numerosas salidas de tono, sin más explicaciones. Lo de Suecia parece requerir algo diferente.
   A principios de marzo, el gobierno sueco hace públicas una serie de medidas destinadas a reforzar el ejército del país. Supone la reinstauración del servicio militar obligatorio (si bien sólo acabarán cumpliéndolo un 5% de la población en edad de hacerlo). El propio gobierno sueco lo indica en el comunicado oficial: 
“Hay una situación de seguridad nueva. El restablecimiento del servicio militar obligatorio es una señal al mundo de que estamos aumentando nuestra defensa militar”. 
Nadie tiene la menor duda de que “el mundo”, significa “Rusia”. Al menos desde 2014, los servicios de inteligencia suecos han estado informando a su gobierno de un creciente interés ruso por el Báltico. Entre numerosos incidentes menores, en marzo de 2015, el ejército ruso realizó unas maniobras en las que simulaba tomar la isla de Gotland, situada frente al enclave de Kaliningrado y de soberanía sueca. A finales de ese año, el gobierno sueco decide incrementar un 11% el gasto militar. Para septiembre de este año 2017 están previstas unas maniobras conjuntas de la OTAN con el ejército sueco en territorios de este país, que incluyen ejercicios de defensa de sus fronteras, en particular, de la citada isla de Gotland.
   El 3 de abril de 2017, Vladimir Putin se encuentra en San Petesburgo. Le esperan dos eventos importantes. El primero es la visita de Alexánder Lukashenko, tiránico gobernante del otrora país hermano, Bielorrusia. Tras décadas de servilismo, Lukashenko ha comenzado a recelar de la voracidad de su vecino y a hacerle ojitos a Europa. Primero quiso comprobar la bondad de los rusos pidiéndoles una rebaja en la factura del gas y, al no recibirla, ha entrado en negociaciones con la Unión Europea que, de momento, ya han fructificado en la eliminación de visados para los ciudadanos de aquélla que quieran visitar Bielorrusia. Los rusos están interesados en reconducir a Lukashenko al redil sin necesidad de sacar músculo. En San Petesburgo, Putin también va a tener un encuentro con periodistas de provincias y participará en el foro de un movimiento fundado por él mismo. La propia visita a la ciudad es significativa. Es su ciudad, en la que ejerció como agente del KGB e hizo sus primeros pinitos en política. Por otra parte, la oposición ha decidido desafiarle en las calles recientemente y Rusia, particularmente Moscú, ha sufrido varios atentados en los últimos tiempos, en especial, en su metro. ¿Alguien se imagina San Petesburgo esos días sin policías en las calles, sin agentes de paisano infiltrados en la multitud, sin un peinado continuo de los servicios secretos? ¿Tampoco habrá agentes bielorrusos protegiendo a su presidente e impidiendo cualquier manifestación de esos opositores a los que se machaca en su país? ¿Y las comunicaciones electrónicas? 
   Casualmente desde que Snowden llegó a Moscú los servicios secretos rusos parecen haber dado un salto cualitativo en su capacidad para intervenir en el espectro radioeléctrico. Es algo extraño. Nos contaron que Snowden era empleado de una subcontrata. Aunque tuviera acceso a material clasificado, difícilmente podría reconstruir la tecnología que utilizaba. Otra cosa sería si estuviésemos hablando de alguien mucho más cercano al núcleo duro de la NSA, un ingeniero de alto nivel, alguien a quien los EEUU estuviesen interesados en juzgar por alta traición. En cualquier caso, ¿unos servicios secretos capaces de intervenir en el proceso electoral de otro país no habrían cribado exhaustivamente las comunicaciones de una ciudad a visitar por su presidente en las semanas, si no meses, anteriores a la visita? ¿Y no fueron capaces de encontrar nada?

domingo, 22 de noviembre de 2015

Ni siquiera es terrorismo

   El lunes 29 de enero de 1979, Brenda Ann Spencer, que por aquel entonces tenía 16 años de edad, acudió a su escuela armada con una pistola. Mató a dos adultos e hirió a ocho niños y un oficial de policía. Cuando le preguntaron por qué lo hizo, respondió: “no me gustan los lunes”. De vivir en estos inicios del siglo XXI, podría haberse convertido al islam un par de meses antes de los hechos, haber gritado “Alá es grande” mientras disparaba y respondido que lo hizo para que los americanos sintieran lo que estaba ocurriendo con sus hermanos musulmanes. Ciertamente, Bob Geldolf no habría escrito su famosa canción, no habría llegado a ser Caballero de Honor de la reina ni hubiese recaudado dinero para los niños de África, pero eso no habría cambiado la suerte de los muertos y heridos. Esta es la razón por la cual los movimientos terroristas suelen buscar algún tipo de carga simbólica a sus acciones, para que se diferencien de la simple carnicería organizada por un lunático. A diferencia de un psicópata, el terrorista mata por una causa. O, todavía mejor, en realidad no quieren matar, es su enemigo el que no le deja otra opción. Si se estudia la historia de los movimientos terroristas que en el mundo han sido, desde los zelotes hasta nuestros días, podrá observarse que han tenido cierta fobia a los ataques indiscriminados salvo por dos tipos de circunstancias: que se pudiera decir que el objetivo atacado era, digamos, el continente y no las personas contenidas en él (por ejemplo, el ataque contra los torres gemelas o, muy típicamente, contra algún género de medio de transporte); o bien, que se tratase de señalar al conjunto de los atacados como el objetivo (por ejemplo, el reciente atentado contra un mercado en Beirut en pleno barrio chií). Puede observarse fácilmente que ninguna de estas dos opciones es aplicable en la reciente matanza de París. Como objetivo del ataque los continentes son irrisorios desde un punto de vista político o religioso: un estadio de fútbol, una serie de restaurantes y una sala de fiestas. También es peliagudo considerar que se trata de designar a un grupo poblacional como objetivo. ¿Acaso el objetivo son los franceses, incluyendo sus cinco millones de musulmanes? ¿el objetivo son los clientes de los restaurantes (de comida no francesa por lo demás)? ¿los amantes del fútbol y el heavy metal
   Una adecuada hermeneusis de estos atentados exige ir más allá de la lógica característica del terrorismo. Y es que el Estado Islámico no es exactamente un movimiento terrorista, de hecho, la razón por la cual se escindió de Al-Qaeda fue, entre otras cosas (de las cuales no gozó de poca importancia la de quién se quedaba con qué), su disconformidad con los métodos utilizados por dicha organización. El Estado Islámico se concibe a sí mismo, precisamente como un Estado, es decir, domina un territorio geográfico bajo el cual una población es administrada. El paso lógico subsecuente es la declaración del califato, como efectivamente han hecho. Que el califato históricamente fuese entendido como un contrato entre la población y el califa por el cual éste se comprometía a no dictar leyes injustas y a buscar el progreso del país, entre otras cosas, promoviendo la investigación científica; que el califato exija el respeto a los derechos de todo el mundo, incluyendo quienes profesan otra religión; o que el califa esté sometido a un consejo que controla cada una de sus decisiones y puede destituirlo, eran, evidentemente, minucias que la trupe de neófitos que conforma el Estado Islámico sólo podía despreciar. Lo importante era apiolar a todo el que no estuviese dispuesto a apiolar a más gente y, lo que es más importante, poner el acento en que cualquier buen musulmán tenía la obligación de acudir a defender el califato. De este modo, la comunidad musulmana quedaba claramente dividida en dos mitades, los auténticos musulmanes, cuyo único rasgo distintivo era tomar las armas y estar a las órdenes del califa y los otros, los impíos que sólo merecen morir.
   El Estado Islámico no responde, pues, a los golpes que se le infligen como suele hacerlo un movimiento terrorista, no se trata de denunciar matanzas atroces ni torturas. Como cualquier Estado, responde intentando “igualar el marcador”. Contabiliza muertos en un sentido deportivo, para buscar el empate en cuanto el enemigo crea que se acerca el silbido final. Por eso, la referencia última de sus acciones fuera del territorio que controlan, no puede buscarse en ningún movimiento terrorista tradicional. Son mucho más parecidas a las balaceras de los narcotraficantes mexicanos (que hasta han asaltado fiestas de cumpleaños) que a las típicos bombazos terroristas. Sin embargo, precisamente aquí es donde surge el problema que éstos quieren evitar. No hay nada en la carnicería organizada en París en lo que un musulmán pueda reconocerse. No hay manera de que ningún creyente pueda interpretar el asesinato de comensales o seguidores de un grupo musical como defensa de la fe. Sin duda, estas acciones habrán servido para elevar la moral en las propias filas, que debe haber bajado un tanto cuando del cielo, en lugar de las bendiciones del Profeta han comenzado a caer bombas. Sin duda, atraerán nuevas huestes, personal como Brenda Ann Spencer que no necesitaba ningún motivo para matar, pero que pensará que teniéndolo podrá matar más y mejor. La cuestión está en que esta buena gente, tan ansiosa de ir al paraíso, no va a tener muy claro dónde está su puerta de entrada. En efecto, si se puede luchar por la fe de Mahoma, en el disparatado sentido en que estos recién llegados la entienden, en las calles de París, ¿qué necesidad hay de peregrinar allí donde el califato ha sido declarado? Aún más, ¿qué sentido tiene dicha declaración?

domingo, 11 de enero de 2015

Terror

   En la oscura Edad Media, toda corte que se preciara tenía su bufón, un tipo extravagante o medio loco que, con frecuencia, era el único capaz de cantarle las cuarenta al rey o noble de turno. Normalmente, manchar su espada con la sangre de un bufón era considerado algo innoble, vil, indigno de un caballero. Vivimos en la era de la ciencia, de la información, de la tecnología, la luz inunda nuestros hogares disipando la oscuridad y, con ella, los ideales caballerescos. Vivimos en la era en la que los que ametrallan a un bufón son “héroes”, modelos a imitar por cualquier joven que quiera defender la religión y cultura de sus padres. Vivimos unos tiempos no menos oscuros que los medievales, en la era del miedo y el terror o, si lo quieren expresado de otro modo, de la mentira. 
   Mentira es que estemos “haciendo frente a un desafío terrorista sin precedentes”, como ha afirmado el impresentable de Manuel Valls y repetirán hasta la saciedad políticos cuya estulticia sólo es comparable con la de los terroristas. Este terrorismo tan religioso, tan inspirado por un profeta y tan defensor de las tradiciones, copia su modo de operar, de la estructura desestructurada del terrorismo anarquista de finales del XIX y principios del XX y puede ser combatido exactamente como se hizo desaparecer aquél, mejorando las condiciones sociales para que dejara de haber la masa de desesperados entre los que reclutaban sus miembros.
   Mentira es que el terrorismo se combata con más presencia policial, con más cámaras de vídeo en las calles, con más controles en los aeropuertos, restringiendo las libertades y los derechos de los ciudadanos. “Protegidos” por la policía estaba el director de Chalie Hebdo y el propio edificio de la publicación, con la utilidad que se ha podido comprobar. Las idas y venidas de los terroristas han sido grabadas por cámaras que llevan años violando la intimidad de los ciudadanos que pasan diariamente ante ellas a cambio de tener un puñado de grabaciones que subir a youtube. Ni la lectura de nuestros e-mails, ni de nuestros whatsapps, ni de nuestros tuits, ni el policía que me hizo quitarme los zapatos en el aeropuerto de Orly, han impedido que un puñado de kalashnikovs, explosivos y lanzagranadas hayan llegado al corazón de París.
   Mentira es que los descerebrados que se han llevado por delante 17 personas pertenezcan a ninguna “organización”, medianamente organizada, que defiendan el Islam o que estén movidos por ideales, ideas o creencias reconocibles de algún modo. En el cerebro de alguien que asegura a la prensa que se ha llevado tres años planificando el atentado y que después se deja el carnet de identidad en uno de los coches que roba, puede haber una idea o una creencia a lo sumo, dudosamente habrá sitio para  algo más. Desde que en 2011, recibieran el encargo de un emir de la rama yemení de Al-Qaeda, no se les ha ocurrido preparar un piso franco en el que aguardar que la búsqueda policial aflojara para prolongar el terror. Procedentes de la delincuencia común, la era post-atentado la han copiado de Fast and Furious, una huida sin fin en la que llevarse por delante cualquier cosa que fuesen encontrando, incluidos los amantes de la comida kosher. No es de extrañar que dos de ellos se digan miembros de Al-Qaeda en Yemen y el tercero, integrante del Estado Islámico en “sincronización” con los anteriores. Hay que recordar que el Estado Islámico es una escisión de Al-Qaeda y que entre ambos ha habido algo más que palabras hasta el punto de que los milicianos de Al-Qaeda en Siria se ofrecieron voluntarios para defender la ciudad kurda de Kobane del asedio del Estado Islámico. En cualquier caso, de ser verdad su pertenencia a estos grupos terroristas, sería un hito que hayan matado franceses pues si por algo se caracterizan Al-Qaeda en Yemen y el Estado Islámico es por haber asesinado brutalmente un sinnúmero de ciudadanos yemeníes, iraquíes y sirios, musulmanes todos ellos hasta la médula. 
   Mentira es que la hipocresía de Occidente consista en denunciar estos atentados y no las muertes que causa en Oriente sin hacer ruido, como ha dicho el actor Willy Toledo que ganaría mucho si sólo abriese la boca para recitar lo que otros le escriben. Esto es algo muy típico. Si yo mañana salgo a la calle y denuncio todos los aires acondicionados y antenas parabólicas que vea y que si efectivamente se ven desde la calle son contrarios a la ley, nadie me alabará por haber cumplido con mi deber de buen ciudadano. Sin embargo, si en vez de denunciarlos me dedico a disparar contra los propietarios de dichos aires acondicionados y parabólicas en nombre, por ejemplo, de los derechos de autor de los arquitectos que diseñaron las fachadas de esos edificios, seguro que aparece alguien defendiendo mi acción. No hay nada como matar para que la gente busque razones.
   Mentira es que forme parte de los ideales republicanos franceses la libertad de expresión. La libertad de expresión no le interesa lo más mínimo a ningún gobierno de ningún país por muy democrático que se diga. Porque la hipocresía de Occidente no radica allí donde la encuentran progres pseudointelectuales. La hipocresía de Occidente consiste en defender cierta libertad de prensa en ciertos momentos y para ciertas cosas. Los caricaturistas franceses muertos por publicar viñetas de Mahoma, son mártires de la libertad. Los caricaturistas, los periodistas, los blogueros presos o muertos en Argelia, en Egipto, en Arabia Saudí, en Qatar, en Yemen, en Siria, en Irak y en tantos y tantos otros lugares, no existen, porque su existencia va contra los intereses (económicos) de estos gobiernos tan preocupados por la libertad de expresión y que jamás osarán convocar una marcha para defenderlos ante sus respectivos gobiernos.
   Mentira es que el Islam sea una religión cerrada, proclive a la violencia y caldo de cultivo de todo género de integrismos. Estoy seguro de que el asalto a Charlie Hebdo no ha sido celebrado únicamente en los desiertos del norte de Yemen. En hogares cristianos y judíos, mucho más próximos a nosotros, también se ha celebrado, pues con todos ellos se metieron sus redactores. Durante treinta años ETA discutió largamente si era o no socialista. Lo que no se discutió nunca fue su naturaleza católica, para eso nació en el belén de los seminarios. El IRA llevó a cabo durante décadas una guerra santa contra los protestantes, sin que nadie acusara nunca a sus miembros de integristas católicos, pese a que lo eran. Y mejor no hablamos de lo que está ocurriendo en la CIA, inundada desde hace años por los acólitos del Opus Dei. Ya lo hemos dicho en otra entrada, lo primero que hace una religión es colocarnos una venda en los ojos que nos impide ver los integristas de nuestra propia tribu y resaltar los integristas de las demás.
   Mentira es que hayamos sido puntualmente informados estos días atroces por medios de comunicación que disfrutan de la libertad de prensa. Apabullados por tantos vídeos, por tantas imágenes, por tantas fotos, infogramas, gráficos y mapas, casi han conseguido que olvidemos dos preguntas claves que no interesa que nos hagamos: ¿quién era el tercero de los asaltantes al edificio de Charlie Hebdo? y, sobre todo, ¿cómo y por qué un puñado de delicuentes de poca monta consiguieron meter en el corazón de París varios fusiles de asalto, un lanzagranadas, granadas y explosivos?
   Mentira es, en fin, que en España se sepa distinguir entre unos musulmanes y otros como han declarado dirigentes de asociaciones musulmanas, decididos a mantener un perfil bajo. Visiten Ceuta y Melilla, tomen el pulso de las ciudades, acérquense, si tienen valor, a sus barrios marginales, allí donde el radicalismo ha comenzado a desplazar al modo tradicional de entender el Islam en el norte de Marruecos. En realidad, no hace falta que vayan tan lejos. En esta ciudad de Sevilla que con tanto orgullo exhibe su pasado musulmán, ciudad tan acogedora, tan comprensiva, la comunidad islámica viene reclamando al Ayuntamiento terrenos para una mezquita desde hace cuatro décadas, generando enormes protestas en todos y cada uno de los barrios sucesivamente designados para su instalación. Naturalmente eso no es islamofobia, no, es miedo al musulmán, al musulmán pobre. Porque, eso sí, los mormones, cuya historia no está plagada de paz y amor precisamente y cuya falta de tolerancia es vista con recelo por los propios norteamericanos, obtuvieron rápidamente el permiso para una macro iglesia en cuanto mostraron sus posibilidades económicas al cargo político de turno.
   Y es que, cuando el terror aparece, las balas silban y las explosiones aturden, la primera víctima siempre es la verdad.

domingo, 12 de enero de 2014

La paz de los muertos

   Vuelvo a casa con una entrada sobre los escándalos financieros de nuestro país en la cabeza y me sorprende la noticia de la muerte de Ariel Sharon. Aunque me vanaglorio de no odiar a nadie, hay personajes a los que uno solo puede desearles una muerte larga, dolorosa o, al menos, denigrante y, sobre todo, en el olvido. En el caso de Sharon mis deseos se han cumplido. Con Sharon muerto, el mundo es bastante mejor, aunque ya lo fue cuando un infarto cerebral lo apartó por fin de la primera línea de la política israelí. 
   Para quienes no lo recuerden o para quienes se hayan olvidado de él después de 8 años en coma, Ariel Sharon (Arik o “el rey israelí” o “el león de Dios”) fue pieza fundamental en la creación de la Unidad 101 que, allá por los años cincuenta, se hizo famosa por poner bombas en los mercados árabes, llevándose por delante, ancianos, mujeres, niños y, sobre todo, cualquier esperanza de que hubiese algún género de entendimiento entre judíos y palestinos. Con los años, se fue retirando de la primera línea del combate contra la paz y la tolerancia, pero jamás dejó de ser fiel a los más puros principios del matonismo mafioso, convirtiendo el terrorismo en política de Estado por parte de Israel. Desde luego, se le puede acusar de terrorista, de criminal de guerra, de genocida (siempre que tuvo la ocasión), pero nadie puede acusarle de doblez, hipocresía u ocultar sus intenciones. Promovió la invasión del Líbano en 1982 con la intención expresa de expulsar a los palestinos allí residentes al mar. Como el proceso parecía tardar demasiado, entregó los campos de refugiados de Sabra y Chatila a los falangistas cristianos que hicieron lo único que cabía esperar de ellos, masacrar un mínimo de 2400 civiles indefensos. Su modo de hacer política como miembro del gobierno fue el mismo que utilizó como “militar”, la embestida anticipada antes de que el enemigo consiguiera retirarse. Creó escuela. El actual gobierno israelí se lo reparten dos personajes que nada tienen que envidiarle a Sharon en cuanto a radicalidad derechista: Benjamin Netanyahu y Avigdor Lieberman.
   Y es que, lo peor de Sharon, nunca fue su brutalidad sin límites, lo peor es que sólo era otro producto de uno de los conflictos más longevos de la historia, el que enfrenta desde hace un siglo a judíos y palestinos. Es un conflicto mal entendido. Su origen está en la creación del Estado de Israel, pero no porque los judíos pretendieran volver a la Tierra Prometida, ni porque allí ya hubiese población, como se suele aducir. El problema, el problema real, estaba en dos elementos centrales que aparecen cuando el sionismo plantea la idea del retorno. La primera de estas ideas es que el “nuevo” judío, el judío que debe colonizar su “propia tierra”, ya no es el judío que hasta ese momento había tratado de integrarse en las sociedades europeas, americanas o africanas en las que había vivido. El “nuevo” judío debe ser activo, debe estar orgulloso de su procedencia y no temer a nadie, sino hacerse temer por todos. La segunda de estas ideas es el gran disparate. La evidencia de que “sus” tierras llevaban siglos pobladas por árabes, fue resuelta con la ingenua asunción de que éstos quedarían tan admirados por el esfuerzo civilizador de los colonos que aceptarían de buen grado ser ciudadanos de segunda en su propio país. Si a ello le añadimos un armamento netamente superior al de cualquier enemigo posible, tenemos ya servido un conflicto secular.
   Ahora es fácil entender que los judíos, los “nuevos” judíos, no llegaron a Palestina con aire conciliador. Y la actitud de la otra parte tampoco es difícil de entender. Imagínese Ud. que mañana llega alguien a su casa y, pistola en mano, le explica que su casa ha dejado de pertenecerle porque en el libro sagrado de quien le apunta dice que le pertenece a él. ¿Buscaría Ud. la paz y el diálogo con esa persona? Desde entonces la historia siempre es la misma: crímenes de unos que son respondidos con crímenes por los otros. Si lee los acontecimientos que se desarrollaban en Palestina en 1909 o en 1914, le parecerá estar leyendo las noticias actuales. Son las mismas bombas, puestas en los mismos sitios, matando los mismos inocentes.
   Lo que Ariel Sharon entendió, los objetivos de la política que persiguió desde el primer momento, fue que abocar a los palestinos a la lucha armada, dejarles como única opción el enfrentamiento directo o el desgaste infinito del terrorismo, era un camino que acabaría conduciendo a la victoria de Israel. Desde que tuvo voz en las altas esferas del gobierno, se ha llevado a cabo una sistemática campaña de exterminio de cualquiera que tuviese el menor perfil moderado, conciliador o, simplemente, de intelectual puro en el bando rival. A un Gandhi palestino, Sharon lo habría matado antes de nacer. Hasta tal punto es así que muchos vieron la llegada de Hamas a la Franja de Gaza como una maniobra de los servicios secretos israelíes. De hecho, Israel sólo tembló realmente en los inicios de la Primera Intifada, cuando la protesta consistió en marchas pacíficas y lanzamientos de piedras. A ellos respondieron del único modo que lo ha hecho siempre, disparando contra la población civil y quedaron en evidencia ante el mundo. Luego, las piedras dieron paso a las bombas, los atentados, los cohetes y los suicidas, con lo que Israel no tuvo muchos problemas para reconducir la situación y sentarse a negociar unos acuerdos que, al final, dejarían las cosas como deseaba.
   Hoy día, cuando unos y otros han conseguido que hablar de una protesta pacífica en los territorios palestinos suene a chiste, su rendición ante el dominio israelí es prácticamente un hecho. Porque Sharon ha muerto, pero la política de la brutalidad que él simbolizaba, buscar siempre que el otro tenga motivos para la agresión y nunca para el acuerdo, está a punto de triunfar.

domingo, 30 de junio de 2013

El panóptico global (3): No hay 100% de seguridad con 100% de privacidad.

   En el discurso del XVIII, el justificante último de las medidas disciplinarias siempre fue el miedo, el miedo sanitario. Dado que locos, mendigos y enfermos en general, podían contagiar de sus males al global de la población, nada mejor que encerrados en lugares “apropiados”, los “hospitales generales”. Ahora bien, en esa época, las más elementales medidas de asepsia eran desconocidas por completo, incluso en la práctica médica habitual. Por tanto, los hospitales generales se convirtieron en focos de contagio de enfermedades más que en instituciones dedicadas a su curación. Era imposible, pues, garantizar, a la vez, la ausencia de contagios en la población amenaza de encierro y la ausencia de contagios en la población efectivamente. Sólo posteriormente, de hecho, en el siglo XIX, con la introducción de renovados protocolos médicos, podrá atribuírsele con pleno derecho al hospital un carácter curativo. 
   En el siglo XX, la enfermedad, el contagio, el higienismo, el control médico de la población, ha sido externalizado, pasando del Estado a otra institución aún más poderosa: la industria farmacéutica. El pánico que la posibilidad de enfermar causa ya no se utiliza para justificar la imposición de medidas disciplinarias, al menos, de entrada. Su utilidad práctica es mucho más sutil, aumentar el consumo. Hay que aterrorizar a los ciudadanos con enfermedades improbables para consumir. Consumir, en primer lugar, medicinas y, después, cualquier cosa ante la expectativa de una vida en continuo riesgo. Por tanto, si los Estados quieren seguir imponiendo medidas disciplinarias, si quieren seguir ejerciendo su poder sobre los ciudadanos, sometiéndolos a control e impidiendo cualquier reacción de éstos a restricciones de las libertades ya acordadas contra ellos, es preciso infundirles miedo con otra excusa.
   Casualmente la progresiva derivación del uso del terror médico a manos privadas, vino acompañada desde finales del siglo XIX por el aumento de la atención hacia el terror de origen “político”. Los ciudadanos que ya no aceptarían quedarse en sus casas por una epidemia, cierran disciplinadamente sus ventanas por temor a un atentado. La mano de la que ya no tememos que nos contagie una enfermedad es la que vemos ensangrentada en cuanto sabemos que se utiliza para rezarle a cierto dios. Tenemos derechos como pacientes, pero no si se trata de perseguir a quienes son sospechosos de poner bombas. El ensañamiento médico es indefendible, la tortura de los terroristas no.
   Si se trata del terrorismo todo está permitido. Los Estados lo saben, por eso existe el terrorismo. ETA mató en España alrededor de 800 personas en más de cuarenta años de existencia. La gripe mata cada año unas 1.400 personas en nuestro país. El atentado de las Torres Gemelas causó algo más de 3.000 víctimas, la décima parte de los muertos anuales por accidente de tráfico en EEUU. 56 personas murieron en el atentado de 7 de julio de 2005 en el metro de Londres. Ese año las estadísticas de muertos en el metro se doblaron, pues su media es de unos cincuenta muertos al año, la mayoría, suicidas.
   Acabar con el terrorismo exige medidas extremas, de acuerdo, pero ¿por qué no las exigen también la gripe, los accidentes de tráfico o los intentos de suicidio en el metro? ¿cuántas vidas se hubiesen salvado de dedicar a estas tres simples cuestiones la riada de millones invertida en la lucha contra el terrorismo? ¿por qué no se hace? La respuesta parece obvia, porque no se trata de salvar vidas. De lo que se trata es de controlar a la población, de meterse en sus existencias, en sus casas, debajo de sus sábanas, escudriñar sus comportamientos, sus pensamientos, sus más íntimos deseos. Se trata de prevenir cualquier acto de rebeldía, cualquier forma de asociación fuera de los marcos institucionales (es decir, inocuos para el sistema), de cercenar, en su misma raíz, cualquier cosa que suene a un atisbo de cambiar las cosas, a un amago de impedir que sigan capitalizando el poder los mismos de siempre. De eso es de lo que se trata.
   Bernardo Provenzano, el que fuera máximo dirigente de la Cosa Nostra siciliana desde principios de los 80 hasta su detención en 2006, mantuvo cohesionada una compleja organización transoceánica mediante los pizzini, trocitos de papel con mensajes mecanografiados. Desconfiaba de los teléfonos, los ordenadores y demás medios modernos. ¿Qué dificultad hay en dirigir una organización terrorista, en general, mucho más pequeña y disciplinada, por un procedimiento semejante? ¿Cuánta seguridad nos otorgaría frente a una organización de ese género entregarle toda nuestra intimidad a un centro de espionaje? Las víctimas del atentado de Boston, el personal del consulado en Bengasi, los dos muertos en el atentado de Atlanta durante los Juegos Olímpicos, ¿a cambio de cuánta seguridad dieron toda su privacidad? ¿Quién obtiene el 100% de seguridad por la entrega de toda nuestra intimidad, de lo que, en definitiva, nos constituye como seres humanos dignos? ¿los ciudadanos o los que velan por que nada cambie jamás y sus compinches, los que sacan tajada del statu quo?

domingo, 9 de junio de 2013

Sobre la estupidez

Hace muchos, muchos años, cuando era joven y tenía ilusiones, mis amigos de la revista Blitiri me propusieron que colaborara con un artículo en el número que estaban elaborando, un monográfico dedicado a la estupidez. Yo que, como digo, tenía ilusiones, es decir, era estúpido, no consideré el tema de suficiente elevación y no hice grandes esfuerzos porque se me ocurriese algo. Ahora no es que sea menos estúpido, pero, sí que tengo mayor sensibilidad hacia temas menos trascendentes. Con la edad, he llegado a un punto parecido a Kant. El de Königsberg decía que dos cosas le causaban admiración, el cielo estrellado sobre su cabeza y la voz del deber en su interior. A mí también me asombra el cielo estrellado sobre mi cabeza y algo no menos inmenso, la estupidez humana.
Si está empezando a sentirse ofendido/a, le ruego que lo piense detenidamente durante unos momentos. ¿Qué es exactamente lo que nos impide aprender en cabeza ajena? ¿quién se prepara para recibir un palo cuando ve que lo recibe el que está a su lado? ¿quién echa sus barbas a remojar cuando ve afeitar las del vecino? Hay cierto género de jovencitas que casi se sienten alagadas cuando su novio la emprende a mamporros con el primero que las roza en la discoteca. Después se quedan estupefactas al descubrir que su valiente novio también está dispuesto a pegarle a ella en cuanto el alcohol o la ira se le suben a la cabeza. Pero este tipo de comportamiento no se debe a que sean mujeres. En las propias discotecas se puede observar una conducta bastante curiosa. Hay cuatrocientas chicas apurándose una noche más y una pareja de chicas que ya han largado con viento fresco a media docena de chicos que han intentado entablar conversación con ellas. ¿A quién dedicarán su atención, preferentemente, los chicos presentes en el local? 
Tampoco es este tipo de comportamiento típico, únicamente, de los jóvenes. Cuando los franceses vieron a su ministro del Interior soltar todo tipo de bravuconadas contra los chicos que la banlieu que quemaban coches, les faltó tiempo para acudir en masa a votarle y convertirlo en Presidente de la República. En menos de una semana comprobaron, aturdidos, que el flamante presidente no se cortaba un pelo en lanzar bravuconadas contra todo el mundo, incluyendo el primer ciudadano de a pie que se cruzaba en su camino.
En los parques públicos es muy frecuente ver a padres que se toman a risa que su hijo haya pegado a otro. Si el padre del agredido se encara con ellos tardarán menos de un segundo en espetarle que “es cosa de niños”. Cuando el niño ya no es un niño, esos padres ya no suelen encontrarle gracia a ser ellos mismos agredidos por su hijo. El caso, insisto, es que ese comportamiento lo tenemos todos, porque todos tenemos ese amigo al que es sumamente divertido oír ridiculizar a personas que no están presentes. Nos reímos con él y le cobramos afecto, hasta que un día alguien nos comenta que ha estado lanzando comentarios sarcásticos contra nosotros mismos a nuestras espaldas. ¿Acaso esperábamos otra cosa? ¿por qué? Todavía peor, por la vida de todos nosotros ha pasado esa persona tóxica con la cual nuestra relación ni funcionó ni podía haber funcionado de ninguna de las maneras. ¿Exactamente cuánto tardaríamos en darle una segunda (o tercera, o cuarta) oportunidad si insistiera? 
Sabemos de personas que lo han perdido todo a las cartas, con las apuestas, invirtiendo en bolsa y tenemos un afán irrefrenable por imitarles. ¿Cuántos conocidos han muerto por culpa del tabaco o del alcohol que nosotros no dejamos de consumir? Quien más, quien menos, recuerda a ese amigo que comenzó con los porros y acabó con la jeringuilla, lo cual no evita que sigamos aferrándonos a la idea de que hay drogas más inocuas que otras. Pregúntele a un cocainómano, heroinómano o poliadicto en general. Cada uno de ellos tiene la absoluta convicción de ser un caso especial, de dominar su vida y de tener un futuro muy diferente al que ya ha podido observar en compañeros directos de adicción.
Mario Moretti, el que fuera líder de las Brigate Rosse, recordaba en una largísima entrevista publicada como libro (Brigadas Rojas, Akal, Madrid, 2002), que lo primero que le decía a los nuevos reclutas es que en seis meses estarían muertos o encarcelados. Además de una estrategia de disciplina mental, era la pura verdad. De los miles de jóvenes implicados en acciones terroristas a lo largo del siglo XX, apenas un puñado (los pertenecientes al EOKA de Chipre) pudieron paladear la victoria (durante un tiempo). Quienes lograron esquivar el cementerio y la cárcel, acabaron por tener que reconocer, más pronto o más tarde, lo que la historia no se cansa de ejemplificarnos, que por ahí no se va a ninguna parte que merezca la pena.
El problema es que no hay modo de imaginar de dónde procede semejante interés en estrellarnos. Evolutivamente, nuestra especie debió tener algún mecanismo de seguridad que impidiese envenenarnos con la hierba que el vecino tuvo la ocurrencia de probar. De hecho, los niños aprenden por generalización y generalizando, necesariamente, tendríamos que evitar todos esos tropiezos. Sin embargo, en algún momento de nuestra evolución filogenética y ontogenética, parece desarrollarse un mecanismo que, sistemáticamente, nos ciega con un optimismo irracional o con la absurda idea de que somos inmunes a cosas que el resto de la humanidad no lo es. Si adoptásemos la simple máxima de evitar a las personas que hemos visto hacer daño a otros o, al menos, prepararnos para que nos hagan daño también a nosotros, nos evitaríamos más de la mitad de los sinsabores de esta vida. Y si a ello añadimos el corolario de evitar los comportamientos cuya naturaleza dañina hemos podido comprobar en los demás, evitaríamos casi la otra mitad. Pero, claro, para eludir la estupidez hemos de pagar un precio muy alto, el de ser felices.

sábado, 12 de enero de 2013

Nada es lo que parece (esto tampoco)

    El titular de El País decía que en torno a 200 políticos españoles están implicados en causas judiciales sin dejar de estar protegidos por su condición de aforados o por sus correspondientes partidos. Los hay de izquierda, de derecha, de centro, de nada, de Cataluña, de Andalucía, de Valencia, de Baleares, procedentes de los ayuntamientos, de las diputaciones, de los parlamentos, altos cargos de la administración... Quien más y quien menos sospecha que son sólo la punta del iceberg, los más torpes cubriéndose las espaldas o los más descarados en sus tejemanejes, pero que hay muchos otros que han hecho y siguen haciendo cosas aún peores. Basta leer entre las líneas de los periódicos, charlar con personas medianamente conocedoras de algunos temas, para acabar siendo apresado por tal impresión. A poco que se escarbe, uno acaba preguntándose si hay algo pagado con dinero público en este país, desde los parques infantiles a las grandes obras de infraestructura, pasando por los contratos de suministros para hospitales, que no haya originado la correspondiente comisión.
Supongamos que alguien, alguien con un trasfondo intelectual de cierto nivel, llegado hace poco a la arena política, reclamase “salvar al Estado, no a los políticos”, exigiendo, por ejemplo, pasar un control de integridad a cualquier político que pretendiese presentarse a unas elecciones. Control que, entre otras cosas, implicase averiguar cuánto paga de impuestos. Se trataría de refundar el Estado sobre bases éticas, de permitir que los desfavorecidos participasen también en el poder, de un cambio radical en las bases del juego político. Supongamos que, para apoyar sus reivindicaciones, convocase una marcha sobre la capital, una marcha que aspirase a concentrar un millón de personas. Es fácil imaginar que desde el poder alguien le respondería que sus ideas son imposibles de llevar a la práctica, que lo que de verdad se esconde tras sus palabras es un intento de golpe de Estado, que es “ilógico” salvar al Estado sin salvar a los políticos porque, en el fondo, la clase política es el Estado. 
Vamos a realizar un experimento mental. Tómese unos segundos y piense de parte de quién estaría. 
¿Ya lo ha decidido? Bien, ahora vamos a añadir un poco de información más y veamos si eso altera su decisión. En realidad, quien ha convocado esa marcha no es ninguna persona ni colectivo español, lo ha hecho Muhammad Tahir ul Qadri en Pakistan. La marcha, partiendo de Lahore debe llegar el día 14 a la capital, Islamabad. El Dr. Tahir ul Qadri es el líder de la organización Minhaj ul Quran International. Por su parte, el gobierno pakistaní es un fiel aliado de Estados Unidos y de occidente en general, en su lucha contra los talibanes a uno y otro lado de su frontera con Afganistán. ¿Sigue estando de parte de los mismos en este desafío? Y si ha cambiado de opinión, ¿por qué lo ha hecho?
Continuemos. Minhaj ul Quran International es una ONG, con cierto reconocimiento por parte de la ONU, cuyo objetivo es la ayuda a los paquistaníes, en particular, y los musulmanes en general, repartidos por el mundo, la defensa de una visión sufí y moderada del Islam y el diálogo intercultural. Implantada en multitud de países, entre otras cosas, ha promovido fiestas en institutos catalanes para celebrar el fin del Ramadán y es muy activa, por ejemplo, en el barrio del Raval de Barcelona. El Dr. Tahir ul Qadri, en su faceta de estudioso del Corán, publicó una fatwa en 2010 que constituye un poderoso alegato contra el terrorismo. Entre otras cosas, recordaba que el Corán también es un manual de reglas de compromiso, es decir, indica cómo y cuándo deben actuar las tropas en combate. Básicamente, decía Tahir ul Qadri, los únicos objetivos legítimos según el Corán son las tropas combatientes enemigas, ni las mujeres, ni los niños, ni los ancianos, ni, de modo generalizado, quienes financian indirectamente los ejércitos. Las 600 páginas de su fatwa no dejan muchos resquicios a quienes deseen encontrar apoyo en los textos sagrados para justificar sus bombazos.
Dicen las estadísticas que hasta un 70% de la clase política paquistaní no paga nunca sus impuestos. El propio presidente, Asif Ali Zardari, era conocido en su época de presidente-consorte (de Benazir Bhutto), como “Mr. 5%”. Si bien el gobierno apoya a los Estados Unidos, realmente quien hace y deshace en el país es el todopoderoso ISI (Inter-Service Intelligence, la inteligencia militar -sí, ya sé el chiste de que son términos incompatibles), que pone y quita gobernantes (caso, por ejemplo, del golpista Pervez Musharraf), organiza atentados contra India en cuanto las diplomacias de uno y otro país acuerdan el menor paso para la reconciliación y da cobertura a Al-Qaeda y a los talibanes como brazos ejecutores de muchas de sus políticas. “Casualmente” el desafío de Tahir ul Qadri ha sido seguido, casi de inmediato, por una oleada de atentados contra la minoría chií, azuzando un conflicto interreligioso justo a las puertas de la primera transmisión del poder de un gobierno civil a otro. 
¿De parte de quién está ahora? ¿Acaso ha vuelto a cambiar  sus preferencias? ¿por qué?
Quedan todavía dos datos. El primero es la ingente cantidad de dinero que parece manejar Minhaj ul Quran International. A su implantación en medio mundo hay que añadir que ha comprado, prácticamente, cada cuña publicitaria de las diferentes televisiones paquistaníes y no existe una esquina de las grandes ciudades que no esté empapelada con carteles de dicho movimiento. Hasta la página en la versión española de la wikipedia dedicada al movimiento, ha sido cuidadosamente redactada por alguien cuya lengua materna, obviamente, no es la de Cervantes. Si nada se mueve en Pakistán que no sea supervisado por el ISI, y éste es el segundo dato, es poco imaginable que alguien como Tahir ul Qadri lo haya hecho y sólo su supervivencia física nos dirá hasta qué punto es tolerado o no por aquél. Pese a ello, si sus preferencias han vuelto a cambiar, le recordaré que las revoluciones populares existen, pueblan la historia y sólo el paso del tiempo permite disipar las dudas acerca de su naturaleza.

domingo, 26 de agosto de 2012

4 Lions

   Aprovechando que tenía que planchar, el otro día conseguí verme (eso sí, doblada), 4 Lions, película de Christopher Morris de 2010. En esencia, es un desarrollo, netamente británico, de lo mejor de Zohan: licencia para peinar (Dennis Dougan, 2008). Zohan tenía mucha escatología chabacana, como es habitual en el cine (supuestamente) de humor norteamericano, pero la escena de un grupo de aspirantes a terroristas llamando al teléfono de Hezbollah, merece entrar en el mismo Olimpo que el famoso camarote de los hermanos Marx. 4 Lions lleva esta idea mucho más allá, desvelando las miserias de cinco aspirantes a mártires, tan obcecados como tontos. La película es descacharrante y, pese a ello, tremendamente realista o, por decirlo mejor, realista por descacharrante.
   Empezar no empieza demasiado bien. Casi al comienzo, dos de los protagonistas se van a un campo de entrenamiento en Pakistán, donde se las apañan para pegarle un bombazo no al avión espía norteamericano al que apuntaban, sino a la casa del emir que los acogía. Aunque divertida, esta escena parece situar la película en un tono de parodia que no se corresponde con todo lo que viene a continuación. En realidad, de los campos de entrenamiento terroristas, se pueden contar muchas cosas tan o más divertidas que ésta. Todo campo de entrenamiento terrorista, proporciona, en efecto, tres tipos de enseñanzas: militar, ideológica y armamentística. Lo cierto es que la mayoría de reclutas que acuden a ellos, lo único que quieren es pegar cuantos más tiros mejor (algo que sí queda reflejado en la película) y hacer explotar el mayor número posible de artefactos en el menor plazo de tiempo. Cuando a estos reclutas se los pone a reptar bajo una alambrada o a escuchar largas conferencias sobre las maldades del imperialismo, suelen ponerse gallitos y las broncas con sus adiestradores alcanzan niveles antológicos. Ahora las cosas están un poco mejor, pero de la época de ETA, el IRA, la RAF y demás movimientos de izquierda, se cuentan historias rayanas en el surrealismo. Los anfitriones de la Rote Armee Fraktion, por ejemplo, los describen como gente que lo único que quería era tomar el Sol (desnudos, por supuesto), fumar porros y disparar. A más de uno le tendieron una encerrona para matarlo. Por su parte, los miembros de esta organización que pasaron por esos campos de entrenamiento, narran que sus instructores daban lecciones también a grupos de extrema derecha alemanes, alojados unos barracones más abajo...
   El primer objetivo que se fijan los cuatro leones de la película es, naturalmente, una mezquita. Siguiendo el modo en que los terroristas razonan realmente, el personaje llamado Barry, expone que, matando musulmanes, lograrán que los musulmanes moderados se radicalicen y los radicales se pasen a la acción directa, sumiendo Gran Bretaña en el caos. Otro de los miembros del grupo, incrédulo, le plantea que su padre va a esa mezquita. Entonces Barry le pregunta si su padre compra naranjas. Habiendo obtenido una respuesta afirmativa, concluye: "entonces tu padre financia el programa atómico judío". Como casi siempre que Barry abre la boca, sus comentarios provocan una hilarante estupefacción y, sin embargo, no hace otra cosa que enunciar axiomas que defendería cualquier terrorista que se precie. El primero de todos, el ejemplificado por este diálogo es: no hay inocentes. Y eso si están vivos, porque si ya han sido "ejecutados", entonces su propia ejecución los convierte en pérfidos enemigos. La disparatada voladura de una oveja que podemos presenciar en otra escena, la convierte, en efecto, en un objetivo legítimo, "por formar parte de la cadena alimenticia del enemigo", dice Barry y su involuntario autor es, por supuesto, un mártir.
   Toda la película es el ejemplo de algo que ya decía Descartes, que el sentido común es el menos común de los sentidos. Podemos presenciar cómo la familia del líder del grupo, con idílica unanimidad, le da ánimos para que se inmole, llenando de orgullo así a su próxima viuda y a su hijo. Hijo que, no hay que darle muchas vueltas, tratará de seguir pronto el camino del padre, pues, como muestran las estadísticas reales, el terrorismo, al igual que el color de ojos, se hereda. La cosa comienza a girar hacia la catástrofe cuando descubrimos que la falta de sentido común no es exclusiva de los terroristas. En una sucesión de actuaciones policiales, podemos contemplar: dos tiradores de élite de la policía discutiendo acerca de si un Wookiee es un género de oso o no; un grupo de asalto, matando a un rehén; un político, justificando que, en realidad, ese rehén era el terrorista, si bien, el otro tipo, es decir, el terrorista real, por motivos que el político asegura que no merece la pena analizar, activó el explosivo; a todos los servicios secretos, con la CIA detrás, machacando al (pacifista) hermano del líder del grupo por ser (supuestamente) la fuente inspiradora de todo...
   Ni que decir tiene que la estulticia mostrada por la película queda en mantillas si se la compara con la realidad. El 12 de octubre de 2001, miembros de ETA colocaron un coche bomba en Madrid, justo debajo de la señal de vado permanente de un edificio de Telefónica. La hora de la explosión debía ser las doce de la mañana. Los terroristas avisan de la colocación del coche bomba. Llegan las unidades de desactivación de explosivos con sus perros adiestrados. Los perros olisquean todos los coches de la calle pero no detectan nada. El guarda jurado del edificio, que ve el coche, llama a la policía local. También los terroristas vuelven a llamar insistiendo en la colocación del coche bomba. Hay una segunda pasada, igualmente infructuosa, de la policía. Cae la tarde. Llega la policía local. Efectivamente, parece que hay un coche mal aparcado. Algo después la grúa municipal se hace cargo de la situación. No hay manera de mover el coche. Lo empujan, lo zarandean, pero nada. Tras un buen rato de pelear contra él, la grúa consigue llevárselo. Lo pasea por media ciudad. A las doce de la noche, el coche bomba explota en el aparcamiento de la policía local para vehículos retirados de la vía pública. Afortunadamente, no mata a nadie. Los terroristas confundieron las doce de la mañana con las doce de la noche cuando activaron el temporizador.
   Al final, entre la estupidez de unos y la de los otros, en la película acaban muertos cinco terroristas, dos ciudadanos de a pie, tres policías, una oveja y un cuervo. Y es que lo terrible, lo terrible de toda esta historia, consiste en que matar, está al alcance de cualquiera, por muy tonto que pueda ser.

domingo, 25 de marzo de 2012

Requiem por el periodismo

   Se han celebrado estos días unas jornadas patrocinadas por cierto grupo editorial, acerca de la situación actual del periodismo. Se intuía que algo no iba bien, especialmente, porque los ingresos por publicidad han caído sensiblemente y, como se sabe, éste es un factor esencial para el periodismo "independiente". Lo cierto es que esas jornadas han hecho saltar todas las alarmas. El tema estrella ha sido la muerte del periodismo. Tal diagnóstico ha generado un estupor sólo comprensible si se lo pone en su debido contexto. Hace ahora 20 años, un memo, no por casualidad, asalariado del Departamento de Estado de los EEUU, publicó un libro de gran impacto llamado El fin de la historia y el último hombre. Partiendo de unos análisis dignos de un mal estudiante de bachillerato, su autor, Francis Fukuyama, lanzaba la teoría (que, por cierto, no es suya, sino de Hegel, quien, a su vez, se limitó a incluir en su sistema una antiquísima tesis milenarista), de que, con la caída del muro de Berlín, habíamos alcanzado (de nuevo) el fin de la historia. La única novedad ingeniosa en este caso es que tras el fin de la historia nos aguardaban los felices tiempos del libre mercado y el juego democrático y no los jinetes del apocalipsis (aunque, la verdad, no sé qué da más miedo). Fukuyama, que conocía mejor las leyes del marketing que los escritos de Hegel, se cuidó mucho de añadir por detrás el corolario de que los historiadores eran un género en extinción. Cuando hubiesen acabado de establecer todo lo que ocurrió antes de 1989, habrían terminado de escribir la historia. Su lugar sería ocupado por los nuevos cronistas sociales, a los cuales se les abrirían las puertas de las academias, simplemente por tomar nota fiel de los discursos de nuestros gobernantes. Tal perspectiva llenó de ilusión a los periodistas, quienes no se cansaron de jalear el talento y brillantez del mencionado ensayo y de su egregio autor.
   El libro cumplió su función: supuso la última puntilla en una izquierda que, a partir de entonces, hasta abandonó su identificación con el lugar de la cámara que ocupan para colgarse la ambigua etiqueta de "progresistas" e hizo que los periodistas abandonaran cualquier cosa relacionada con el periodismo de investigación como algo arcaico y fuera de lugar en las modernas sociedades tecnológicas. Pero, claro, lo malo de ganarse la vida anunciando que se avecina una catástrofe es que, al final, más pronto o más tarde, el día llega y uno tiene que buscarse otras fuentes de sustento. Existen varias posibilidades. Una de ellas es afirmar que la catástrofe no ocurrió gracias a que el profeta de la misma trabajó para que no ocurriera (como hicieron los que se lo llevaron calentito con el efecto 2000). Otra es echarle la culpa a alguien que, lejos de salvarnos, ha pospuesto lo inevitable, agravando así su magnitud. Fukuyama ha elegido esta segunda opción y anda por ahí echando pestes de sus patronos neoconservadores y tratando de demostrar que siempre luchó contra ellos (desde dentro, por supuesto, que fuera hace frío). No obstante, Fukuyama tenía razón. La historia ha muerto, la historia entendida como lucha bipolar capaz de dar sentido a todos los acontecimientos periféricos. Lo que ahora tenemos es lo que, en realidad, siempre tuvimos, antes de la anomalía que supuso la irrupción de los EEUU y Marx en el devenir de los pueblos, una infinidad de historias que se entrelazan, superponen y aíslan de modo confuso y heterogéneo.
   Quienes se han quedado con el culete al aire han sido los periodistas. No han entrado en la academia y, además, han sido sobrepasados por una legión de cronistas mucho más minuciosos, profesionales y cercanos a la noticia, los blogueros. Espantados, descubren que, ellos sí, se han vuelto prescindibles. Una experta señalaba que el periodismo hubiese evitado fácilmente su muerte de no haberse suicidado y esta consideración lanzó, de inmediato, a los periodistas a ver cómo podían interpretarla para aguarla lo más posible. Evidentemente, la mejor manera de hacerlo era afirmar que lo que estaba en vías de extinción no era el periodismo, sino el "mal" periodismo. Sin pretenderlo, se ha puesto el dedo en la llaga. En efecto, ¿qué es el "periodismo malo"? Veamos un ejemplo reciente.
   En las portadas de muchos "buenos periódicos" puede leerse aún las secuelas del "caso Merah", un joven terrorista francés que mató a cuatro judíos (tres de ellos niños). Como informa la prensa, se trata de un islamista que recibió formación en Afganistán, se radicalizó en la cárcel y mataba por Alá. Tras una brillante operación de cotejo de datos, la policía logró cercarlo y, pese a la orden presidencial de llevarlo ante los tribunales, no tuvo más remedio que matarlo de un certero disparo. Ahora se investigan sus posibles conexiones, pues, como todo el mundo sabe, los terroristas islámicos no suelen actuar solos. Mientras, sesudos expertos hablan de las nuevas caras de Al-Qaeda y debaten acerca de si los servicios secretos debieran quebrantar más libertades civiles con la excusa de identificar individuos así, antes de que maten. Todo un caudal de noticias bien contadas... bien contadas para los intereses de los poderes establecidos con quienes los periodistas colaboran de un modo cada vez más descarado.
   Merah fue detenido en Afganistán por recibir entrenamiento sobre el manejo de explosivos, ¿por qué no atentó con explosivos? Aseguró haber matado a judíos por su trato al pueblo palestino, asunto más que secundario en las diatribas de Al-Qaeda que sólo ocasionalmente ha atentado contra intereses israelíes. Está claro que era un islamista radical, pese a que sus conocidos aseguran que, como mucho, respetaba el ramadán. Mató a tres soldados franceses porque las tropas de Francia matan a sus hermanos en Afganistán, aunque los tres muertos eran magrebíes, mucho más hermanos suyos que los pastunes. En realidad, el certero disparo que lo mató fue más bien un ráfaga y va resultando cada vez más evidente que, por más que el presidente diera públicamente la orden de llevarlo vivo a los tribunales, los policías recibieron instrucciones en un sentido diametralmente opuesto. ¿Qué terrorista elegiría como arma para cometer sus atentados un Colt 45, la pistola de los vaqueros del Oeste? ¿Quién era su ídolo, Osama bin Laden, Carlos el Chacal o Terminator? ¿Por qué ningún periodista se ha hecho la pregunta obvia, a saber, si de verdad era un terrorista o, simplemente un sociópata, ansioso de encontrar excusas? ¿Qué hemos presenciado, la voladura del metro de Madrid trasladada a Toulouse o el asalto a un instituto norteamericano por parte de un lunático?
   En todo terrorista hay un importante factor de rencor, de venganza, de resentimiento hacia aquello contra lo que se atenta. Cuando se trata de un terrorista solitario, es muy difícil establecer si este factor es el determinante frente a una ideología que no va estar trufada de los lugares comunes que suelen identificar a los grupos, porque no hay tal grupo. De ahí la necesidad que sienten estos personajes por explicarse, a ser posible extensamente, caso de Unabomber, de Timothy McVeigh  o del asesino de Utoya (*). ¿Hasta qué punto puede hablarse de terrorismo y hasta qué punto son simples perturbados mentales? ¿Por qué ningún periodista ha escrito acerca de estas cuestiones? Muy fácil. El periodista que lo hubiese hecho se habría quedado sin titulares como "el muyahidín de Toulouse" o "el yihadista solitario". Todavía más, ésos eran los titulares que tenían que ser impresos. En medio de una campaña electoral como la francesa, Sarkozy necesitaba esos titulares para mostrar su papel de gobernante serio, decidido y capaz de proteger al pueblo francés. Hollande necesitaba esos titulares para acusar al presidente de haber fracasado en sus políticas de integración y pacificación de la banlieu. Hasta Le Pen necesitaba de ese titular para intentar capitalizar el miedo. La policía necesitaba de esos titulares para evitar recortes en época de crisis. Los expertos en terrorismo necesitaban esos titulares para justificar seis años lanzando alarmas acerca de la proximidad de un atentado en Francia como los que ya habían sufrido los EEUU, Inglaterra y España. Rápidamente, los periodistas acudieron, cual perritos falderos, a dar el titular que se necesitaba.
   Si, efectivamente, está próxima la muerte del periodismo, creo que será otro funeral en el que no lloraré.


   (*) Por cierto, ¿por qué, para los periodistas, los asesinos siempre son personas "normales" y "muy inteligentes"? ¿porque las personales normales son muy inteligentes? ¿porque conviene sospechar de las personas muy inteligentes aunque normales? ¿porque si uno desconfía de las personas normales y de las inteligentes ya sólo puede confiar en los periodistas?

jueves, 8 de marzo de 2012

Ciberterrorismo

   El famoso baby-boom que siguió a la Segunda Guerra Mundial, pobló Occidente de una generación de jóvenes que tuvo fácil el acceso a la Universidad. Estos jóvenes salieron suficientemente preparados a un mundo que, en realidad, no los esperaba en absoluto. Pocas empresas pensaron en ellos como compradores potenciales, pese a su incipiente poder adquisitivo. Tampoco tenían esperanzas de un fácil acceso al mercado laboral y, políticamente, nadie se rebajaba a hacer campaña entre barbilampiños. Rápidamente llegaron a la conclusión de que si el mundo no estaba hecho para ellos, tendrían que cambiarlo. Por si fuera poco, esta toma de conciencia acompañó al deseo de los trabajadores de la época de ser tenidos en cuenta por el sistema capitalista como algo más que productores. La conjunción de ambos desajustes vino acompañada en los años sesenta del siglo pasado por otra serie de bloqueos sociales y políticos peculiares de cada país. Italia, por ejemplo, votaba mayoritariamente al Partido Comunista pero, por los acuerdos de Yalta, pertenecía al bloque capitalista, de modo que el resto de partidos se coaligaba para excluir al partido más votado del poder. Otro tanto cabe decir de Grecia. En Alemania, los mismos jueces que aplicaron las leyes racistas del régimen nazi, administraban las leyes emanadas de la democracia. La población católica de Irlanda del Norte vivía una suerte de apartheid por parte de los protestantes y, en España, el estado de excepción y los abusos policiales indiscriminados, acompañaron la vida cotidiana de los ciudadanos vascos hasta más allá de la Transición.
   En un principio, el malestar social de los años sesenta, condujo a huelgas y manifestaciones de todo tipo. Pero es un fenómeno bien conocido que cuando este tipo de protestas populares van perdiendo fuelle, se radicalizan cada vez más, quedando, finalmente, en manos de grupúsculos violentos. La no menos violenta represión policial condujo en multitud de países a la creación de lo que Martha Crenshaw llamaba una "cultura de la violencia", en la que los movimientos terroristas, que asolaron los años setenta, encontraron propicio caldo de cultivo. Así nacieron ETA, la última versión del IRA, la RAF, las Brigate Rosse, etc.
   Probablemente, el desapego de los ciudadanos por su clase política es hoy mayor que en los años sesenta. El 15-M es un buen ejemplo de ello. Resulta difícil mostrar apego por unos políticos que en mayo del año pasado decían que los jóvenes saldrían de las plazas públicas si se les diera trabajo y hoy, teniendo sólo que ofrecerles tasas cada vez mayores de paro, los etiquetan como "el enemigo". Las protestas de la Grecia actual recuerdan mucho aquélla primera época de huelgas y manifestaciones de los sesenta. Tampoco el manejo de las mismas está resultado muy inteligente. En España, la policía se ha empleado contra los jóvenes como si les hubiesen prometido reintegrarles el dinero que les han recortado a todos aquellos que rompieran sus porras en la espalda de algún adolescente. Después, nuestro queridísssimo presidente del gobierno, D. Naniano Rajoy, pidió a los manifestantes que mostraran responsabilidad en sus protestas contra la irresponsabilidad de los políticos. Un lema de una manifestación posterior contra la brutalidad policial fue: "somos el pueblo, no el enemigo". Más pronto que tarde, alguien abandonará la inocencia de tal proclama para sacar su consecuencia lógica: vosotros sois los enemigos... del pueblo.
   ¿Significa todo esto que estamos a las puertas de una nueva oleada terrorista? Más aún, ¿forma parte de la misma el ciberterrorismo que se atribuye a grupos como Anonymous? Desde luego, resulta difícil imaginar a estos jóvenes atados a su Blackberry® e incapaces de abandonar su cuenta de Twitter en la clandestinidad que exigen los movimientos terroristas. Por contra, no hay que ser muy perspicaz para imaginarlos detrás de un ataque de denegación de servicio mientras parlotean con sus amigos en el parque. Ahora bien, ¿puede calificarse el hackivismo o, directamente, los ataques atribuidos a Anonymous o Luzlec como ciberterrorismo? Los Estados ya han respondido a esta cuestión.
   Si se analiza fríamente, la respuesta de los sucesivos gobiernos a los movimientos terroristas, siempre parece sobredimensionada. A lo largo de más de cuarenta años, ETA mató unas ochocientas persona, algo así como la mitad de los muertos en carretera el año pasado. ¿Se ha dedicado ochenta veces más dinero, tiempo y personal a mejorar nuestra red de carreteras que a luchar contra ETA? Pues bien, tras la detención (otra vez) de la supuesta cúpula en España de Anonymous, un alto cargo policial declaraba que su desarticulación había costado muchas horas por parte de mucho personal especializado. Es curioso, si alguien publica mis datos personales en la red, a mí me costará considerable tiempo y dinero conseguir, a lo sumo, que esos datos sean descolgados. Ahora bien, si soy un actor que ha puesto su granito de arena en la defensa de la "pobre" industria cultural, la policía, de motu propio, me ahorrará ese esfuerzo y, además, detendrá a los culpables. ¿No se trata, también, de una reacción sobredimensionada?
   Pese a tantas analogías, la respuesta a la cuestión de si Anonymous es un movimiento ciberterrorista, debe ser respondida negativamente. Hace unos cuantos años propuse que la mejor manera de definir el terrorismo era hacer caso de lo que se dice en ese subgénero de literatura fantástica que son los documentos y panfletos de los movimientos terroristas. En no pocos de ellos se afirma que han cometido tal o cual atentado contra este o aquel símbolo de la postergación de los vascos, de la opresión, del capital, etc. La propia víctima era recubierta con todo tipo de simbolismos, tachándolo de "esbirro del capital", "miembro de las fuerzas de ocupación" o, más simplemente, "perro". En base a ello cabía decir que terroristas son todos aquellos que atentan contra símbolos.
   ¿Lanzar un ataque de denegación de servicio contra la página de PayPal es atentar contra un símbolo? ¿Es la página web de PayPal un símbolo de PayPal o, más bien, PayPal misma? ¿Es una página web un símbolo? En general, toda empresa que se precie trata su página web como parte integrante de su imagen corporativa y hacer sinónimos símbolo e imagen es una bonita manera de liar las cosas, pero tiene poco que ver con el comportamiento que desarrollamos respecto de unos y otras. Acaso, se puede acusar a Anonymous de iconoclastas, si bien de un tipo muy concreto pues no tratan de destruir todas las imágenes, sino algunas muy particulares. Aunque, quizás, el calificativo que mejor cuadra con lo que hace es el de ciberguerrilleros, y no el de ciberterroristas.
   Y, sin embargo, sí estamos asistiendo a claros ejemplos de ciberterrorismo, aunque de dirección diametralmente opuesta. El brutal encarcelamiento del soldado Manning, el precioso montaje sexual contra Julian Assange, el propio cierre de Megaupload y la detención de sus propietarios, tienen mucho de castigo ejemplarizante contra algo terriblemente peligroso para los poderes establecidos, que iba tomando cuerpo en Internet. La situación actual de estos personajes se debe, precisamente, al hecho de haberse convertido en símbolos de ese algo. Todavía más claro, cuando el FBI asaltó la página de Rojadirecta, difícilmente pudieron pensar que estaban acabando con semejante fenómeno. Fue, a todas luces, una acción simbólica, para señalar quién era el enemigo a batir y cuál iba a ser a partir de entonces su estrategia en defensa de la sacrosanta industria audiovisual. Efectivamente, estamos viviendo los primeros pasos de un nuevo terrorismo, un nuevo terrorismo que no se ampara en las manifestaciones populares, sino que va directamente contra ellas, porque no es otra cosa que ciberterrorismo de Estado.

jueves, 20 de octubre de 2011

Reflexiones sobre el fin de ETA

   Estas reflexiones en torno al fin de ETA no contienen realmente nada nuevo. Es un compendio, actualizado, de cosas que he ido escribiendo por aquí y por allá. Si ha tenido Ud. la encomiable paciencia de seguir mis escritos, puede obviar el presente. En caso de que no desee hacerlo, comenzaré señalando que un movimiento terrorista no nace debido a la situación de injusticia y/o marginación en la que vive la población por él defendido. Si éste fuese el motivo central de nacimiento del terrorismo, hace décadas que estaríamos combatiendo el terrorismo gitano. Sin embargo, pese a la discriminación, a las injusticias que se ha cometido contra ella y a poseer una lengua propia, hasta donde yo sé, la población gitana nunca ha desarrollado un movimiento terrorista. Un movimiento terrorista surge en el seno de lo que Martha Crenshaw llamaba una "cultura de la violencia" y debido a un bloqueo político y/o social. Sus posibilidades de mantenerse dependen de dos factores: el primero es que el propio movimiento terrorista permita perpetuar esa cultura de la violencia en cuyo seno nació; el segundo es que las fuerzas que conforman el juego político legal saquen partido de su existencia. Hace tiempo que ETA fracasó en lo primero. La kale borroka sirvió para hacer presente en fiestas y jolgorios "el conflicto" y para llenar las filas de ETA de ardientes jovenzuelos ansiosos de bronca y acción, aunque ignorantes de cualquier cosa parecida a la estrategia política, los sutiles compromisos y la frialdad del tiro en la nuca. El resultado quedó patente: los comandos caían antes de atentar, la "dirección" no sabía adónde dirigirse y a la excusa última de todo (los presos) se los dejaba de lado por carcamales.
   En un país de mantas, hasta nuestra seña de identidad más perdurable, el terrorismo de ETA, acabó en manos de unos descerebrados que tirotearon a un policía francés y trataron de convencernos de que "alto el fuego definitivo y permanente" son términos compatibles con un atentado mortal en la terminal de Barajas. Es normal, durante las conversaciones con un movimiento terrorista, que los interlocutores asignen significados diferentes a las palabras. Pero si uno habla con alguien para quien las palabras carecen de la más mínima atadura a un significado estable, es que no se está hablando. En tal caso, o se le recomienda un buen psiquiatra a nuestro "interlocutor" o se actúa. No hay diálogo posible. Con la gente que había en la cúpula de ETA en aquella época no se podía hablar, de nada. Había que actuar. Se hizo y se hizo muy bien.
   Pero he dicho que hacen falta dos elementos para mantener un movimiento terrorista vivo. El primero ha desaparecido. Quien más quien menos, en el País Vasco, está harto de la cultura de la violencia y deseoso de probar otras cosas. Lamentablemente, el interés de los partidos políticos por ETA no ha desaparecido. Esa es la razón por la que ahora los vemos a todos danzando un baile mágico alrededor del moribundo para mantenerlo vivo, al menos hasta el próximo 20 de noviembre (por cierto, esta situación me recuerda la de otro moribundo al que se mantuvo con vida hasta un 20 de noviembre, ¿quien era? ¿quien era?... vaya, no consigo acordarme). ¿Que no concibe cómo todos los partidos políticos han sacado tajada de la existencia de ETA? Vamos a empezar por lo más fácil. Gracias a ETA, la izquierda abertzale ha conseguido permanecer unida durante más de treinta años, algo totalmente impensable analizando su propia naturaleza. Lo que une a sus fieles votantes no es la idea de una Euskadi libre, ni la idea de una Euskadi sozialista, ni nada semejante. La izquierda abertzale carece de cualquier cosa que suene a una ideología reconocible. Lo que la mantiene unida es la experiencia vital de haber sido detenido por las fuerzas de orden público o tener un familiar que ha pasado por semejante experiencia. Sin ese pastor que ha sido ETA, hace tiempo que se hubiese disgregado en una multiplicidad de grupúsculos.
   Lo del PNV también es muy claro. Xavier Arzálluz lo sabía. De un partido de recios hombres de palabra como fue en la Segunda República, ha pasado a un partido de gente con michelines que, de no ser por ETA, hubiese acabado por convertirse en una suerte de partido regionalista como la Chunta Aragonesista, pero sin cantantes en sus filas. Ahora bien, ¿qué sería del PP si no hubiese podido defender la sacrosanta unidad de España? Todo nacionalismo necesita de un nacionalismo contrapuesto a él para subsistir, sin una némesis, la cosa no tiene chiste. No hay nada como poner a la gente a seguir una bandera para convencerla de las mayores estupideces. Y si no me creen, piensen en los hinchas de fútbol. Por eso, siempre que alguien me habla de su nación milenaria, de la unidad de la patria, de la defensa de la lengua de sus mayores y cosas así, sigo el consejo de Don Miguel de Unamuno y me echo mano a la cartera, porque ése, ése viene a por mi dinero. Piensen Uds. en el gobierno de Artur Mas. Llegó ahí predicando la soberanía de Catalunya y lo primero ha hecho ha sido meterle la mano en los bolsillos a todos los ciudadanos, catalanoparlantes o no.
   Quien mejor ha sabido exprimir el tema de ETA, con sucesivas modulaciones de su política, ha sido el PSOE. Comenzó con un disparatado y chapucero "ojo por ojo" que condujo a ETA a la mayor situación de fortaleza de su historia. Eso sí, el PSOE empezó a pescar votos en caladeros en los que jamás se pensó que podía obtenerlos. Todavía hoy la gente de derechas habla con admiración de Felipe González. En lo referente al terrorismo, las cosas fueron hasta tal punto mal, que se aceptó unas conversaciones con el movimiento terrorista en Argel. La verdad es que fueron lo más cerca que se ha estado nunca de acabar negociadamente con el terrorismo en España. Durante esas conversaciones, comenzó a forjarse entre los socialistas la idea de que podrían ganar muchas elecciones si conseguían, por fin, acabar con ETA. Así, que, sin otra opción, empezaron a hacer las cosas bien y en el año 92, la cúpula de la organización fue detenida en Bidart después de una investigación policial como hay que hacerla en estos casos. Aquello fue el principio del fin de ETA. Pero he aquí que, ahora, ETA está a punto de morirse antes de tiempo. El santo grial del harakiri etarra parece a la vuelta de la esquina. Cuál sea el día exacto en que se produce, es la última esperanza del PSOE para ganar las próximas elecciones. A cambio de participar en la astracanada de la conferencia de paz, los socialistas esperan la noticia de la defunción de ETA en la jornada de reflexión, para lograr un inesperado vuelco de los sondeos. Mientras, el PP espera que se produzca en el inicio de la campaña electoral o después de la misma. En el primer caso, acusarían al PSOE de connivencia con ETA. En el segundo se apuntarían un tanto nada más empezar. Pero ¿y ETA?
   Ante todo, no hay que esperar de los etarras que tengan las menor intención de disolverse. Dudo mucho de que haya ahí alguien con los dedos de frente necesarios para darse cuenta de que el momento ideal para hacerlo es... hace mucho tiempo. No hay un solo indicio objetivo que muestre la intención de la banda de disolverse si exceptuamos la supuesta noticia de que está vendiendo sus armas. Sus últimos comunicados no dicen nada diferente de lo que han venido diciendo siempre. Cierto, está el llamamiento de su aparato político, el cual ni suspira sin pedir permiso a los de Francia. Yo les sugiero que vuelvan a leer su declaración. No hay ninguna petición expresa a la banda para que se disuelva. Otra cosa es lo que los lectores de esta declaración (dudo mucho que la hayan redactado ellos), han expresado en entrevistas varias... ¿a título personal? Por fin, después de muchos meses de ostracismo, los etarras vuelven a salir en primer plana de los medios de comunicación. Parte de la campaña electoral puede estar centrada en ellos. Todo el mundo los mira. Luego... ¿para qué disolverse ahora? No creo que lo vayan a hacer para contentar al PSOE y mucho menos como "gesto de buena voluntad" ante el nuevo gobierno. Más bien, conociendo su trayectoria, yo apostaría porque anunciarán su renuncia a la lucha armada (sin renunciar por ello a cometer atentados), su abandono de las armas (sin dejar de usarlas), y su compromiso con las vías estrictamente políticas (sin dejar de estar comprometidos con todas las demás vías). Y, creánme, no saben Uds. hasta qué punto me pondría contento si me equivocase.