sábado, 25 de junio de 2011

El realismo (socialista) de Disney


   Nunca he sido muy de Disney. Yo me crié con los dibujos animados de la Warner. Me lo pasaba genial viendo al pobre coyote sufrir todo tipo de desgracias mientras el correcaminos pasaba un kilo de todo y me tronchaba de risa cada vez que al pato Lucas se le caía el pico. Hacia la década de los noventa vino la moda de lo políticamente correcto. Al parecer, mi generación, que protestó contra todas la guerras y contra la propia obligación de ir al ejército, estaba inevitablemente contaminada por un espíritu violento. No me canso de despotricar contra lo inauditamente noños que se han vuelto los dibujos animados desde entonces. El resultado ha sido la aparición de unos personajes y unas tramas cada vez más extrañas.
   Tomemos el caso del buque insignia de la Disney, Mickey Mouse y sus amiguitos. ¿Se acuerdan Uds. del pato Donald? Era un tipo gruñón y pendenciero, a quien el menor roce ponía al borde de un ataque de ira. Parte de ese carácter podía atribuirse a sus problemas sexuales. Aunque presumía de su heterosexualidad, lo cierto es que vestía de marinerito y no usaba pantalones. Fuera de cámara debía beber como un cosaco porque rara vez se le entendían los diálogos. Si observan hoy día al pato Donald que aparece en Canal Disney, podrán comprobar que sigue sin entendérsele nada, pero creo que el motivo ahora es otro. Donald debe haber ido a un psiquiatra que lo tiene sometido a un fuerte tratamiento con litio. Tratamiento que, sin duda, ha sido un éxito en lo referente a su carácter agresivo y colérico. Pero ahora, el pobre animal se limita a hacer lo que le mandan, como aturdido, sin fuerzas para tomar ninguna iniciativa. Así está Daisy. En realidad, a ella le ponían las malas purgas de Donald y desde que forman parte de su pasado, casi ni le dirige la palabra. No hablemos ya de darle un piquito. Claro que la relación entre Daisy y Donald no es la única que se ha deteriorado con la llegada de lo políticamente correcto. ¿Se acuerdan de que Mickey estaba deseando coger su coche y llevarse a Minnie al campo? Es fácil imaginar en qué empleaban su tiempo una pareja de ratones en plena naturaleza. En un episodio relativamente reciente, todos los amiguitos se fueron de acampada. La distribución en tiendas de campaña fue la siguiente. Daisy con Minnie, para hablar de sus lacitos y Donald y Mickey durmieron con los perros (Pluto y Goofy). A mí que me dejen de tonterías, si tú prefieres dormir con tu perro mejor que con tu novia es que tu relación con ella no va como debería. Yo creo que esta gente está ya como los de Pink Floyd, en cuanto se apagan los focos, ni se miran.
   Más extraño aún es el giro realista que han tomado algunas de las series de Disney. Un caso es el de "Manny Manitas". A los neorrealistas italianos les hubiese encantando porque es casi un documental. La serie va de la vida cotidiana de un chapuzas de la América profunda. Naturalmente es hispano. Sus padres no pudieron cruzar la frontera, así que sus vínculos familiares se restringen a su abuelo (que sí lo consiguió). En cualquier caso, él vive el sueño americano, porque el tío ha conseguido hacerse con un utillaje high tech de herramientas que hablan y flotan. Y aquí aparece el primer toque de realidad, lo de la inteligencia artifical va más lento de lo que se pensaba porque todas las herramientas son bastante tontorronas. Los capítulos tienen siempre la misma estructura. Comienzan con Manny haciendo el ganso con sus herramientas. Entonces recibe una llamada explicándole la existencia de una avería en una cinta de transporte de ropa, en un columpio, en un timbre o algo así. A partir de aquí la trama es como la vida misma. Para empezar ¿creen Uds. que Manny se lanza a toda velocidad calles abajo para llegar al hogar de su angustiado cliente? Nada de eso. Tras departir un rato con su vecino, el Sr. Lompard, Manny emprende un tranquilo paseíto hasta la casa de la persona en cuestión. Llega allí, observa el problema y dice algo así como "este timbre está estropeado" o "este columpio está roto". Su desolado cliente lo mira y, aunque no dice nada, piensa lo mismo que pensamos todos en esta situación: "ya te lo dije por teléfono, tontito". En realidad, los tontitos somos nosotros, porque aturdidos con semejante obviedad, nos olvidamos de la obligación que Manny tiene de darnos un presupuesto. Ahora se abren dos opciones. La primera es que, como es natural, Manny no ha traído lo que necesita para hacer la reparación. La segunda es que sí lo ha traído, pero sus herramientas causan algún destrozo. De una manera u otra, Manny acaba volviendo sobre sus pasos hasta la ferretería de su novieta con la que pelará la pava un rato antes de volver al trabajo. Y entonces sí, en un periquete todo queda arreglado. En consideración a la tierna edad de su público objetivo, la serie no nos muestra el momento en que Manny presenta su factura. Empleando como emplea herramientas high tech, hay que suponer que sus facturas son high cash. El hecho de que pocos clientes repitan con él demuestra que éste es el caso. Realmente sólo hay dos que lo llaman con insistencia. Uno es su abuelo. El otro lo hace porque no paga con su dinero. En varios episodios puede verse cómo la alcaldesa del lugar le adjudica contratos a dedo sin mediación de un concurso público. O bien a Manny no le importa inflar las facturas y repartirse el sobrecosto con la alcaldesa o bien ésta va con segundas pues, pese a ser una mujer ya entradita en años, no vean Uds. qué trajes más ceñidos se pone cada vez que tiene que entrevistarse con Manny.
   Pero el realismo de "Manny Manitas" no es nada comparado con "Los héroes de Higglytown". Gorki se hubiese comprado el pack con todas las temporadas de estos dibujitos. En sí mismos los personajes son un tanto raros. Esencialmente son huevos que, en lugar de llevar las cosas dentro de los bolsillos, las llevan dentro de la barriga. Pero lo que llama la atención es que "los héroes" de que habla el título de la serie no son otros que trabajadores comunes, cuya labor es exaltada presentando su vida y trabajo como algo admirables. Los capítulos son todos iguales. El grupo de niños-huevo protagonista encuentra u organiza alguna trastada que hay que resolver. Tras una serie de idas y venidas y el encuentro con el chico de las pizzas que siempre pasa por allí (hay que suponer que la Asociación Americana de Pizzeros financia la serie), una de las niñas propone alguna solución fantástica. Según ella, los campos los siembran, pongamos por caso, hurones bailarines, la basura la recogen los rinocerontes albinos y las vacas paren gracias a la ayuda de pingüinos voladores. Entonces, una ardilla que tiene toda la cara de Trotsky le dice algo así, como "mira niña, déjate de rollos que lo que necesitamos es..." un agricultor, un barrendero o un veterinario. Acto seguido los niños comienzan a cantar "... un héroe ¿quién podría ser?" Y aparece el obrero de choque en cuestión cantando en qué consiste su trabajo y cómo lo realiza. Es cierto que, a veces, no son obreros de choque sino profesionales liberales, tales como médicos. No obstante, incluso en estos casos, lo que se ensalza es la actividad manual que desarrollan y no sus conocimientos teóricos.
   Es relativamente frecuente citar el nazismo de Walt Disney. Su interés por la conservación de la naturaleza me inclina a pensar que, más que nazi, Disney fue admirador del más famoso de los filósofos nazis, Martin Heidegger. Siempre me ha parecido que Mickey Mouse tenía algo de arrojado, de eyectado, en el contexto de sus filmes. Como el Dasein de Heidegger, Mickey, parecía el centro (el kentron, diría Heidegger), de una historia que, sin embargo, no controla ni domina. Sin duda aquí hay material para una tesis doctoral mucho más interesante que las que se suelen escribir sobre el alemán. Por eso el hipertecnológico Mickey actual, que vive en un casa que es el prototipo de la domótica y con un iPad circular que le soluciona todos los problemas (hay que suponer, vía Amazon) junto con el giro realista que han tomado otras series salidas de la factoría, deben hacer que Disney se revuelva en su escarcha. Pero, al fin y al cabo, la empresa no ha hecho más que seguir la política de su creador, adaptarse a los tiempos conforme iban llegando o, como se suele decir, la pela es la pela.

martes, 21 de junio de 2011

Lo llaman crisis y no lo es


   La mejor descripción del capitalismo que conozco aparece en Uno, dos, tres, por boca de un joven comunista de la DDR a punto de alcanzar un título nobiliario. Dice así: "el capitalismo es como una sardina podrida, brilla ¡pero apesta!" En efecto, lo que ha hecho al capitalismo el sistema económico imperante no es su eficacia a la hora de aprovechar los recursos, ni su eficiencia en la distribución de bienes, ni su capacidad para incorporar innovaciones tecnológicas. Lo que hace superior al capitalismo es que brilla y mucho. Es estéticamente atrayente. Cualquiera que tuviese la oportunidad de pasear alternativamente por las calles del Berlín Este antes de la caída del muro y por las del Oeste, no tendría la menor duda de qué sistema era el mejor. Los anuncios de neón, los escaparates, el arco iris sin fin de los anuncios, conferían una alegría, un fulgor a las calles del Berlín occidental que la oferta cultural del comunismo no podía igualar. El propio Billy Wilder, para quien esta idea parece haber sido una obsesión, lo cuenta con detalle en Ninotchka. La gélida comisaria soviética acaba convertida al capitalismo gracias a las luces de París, un disparatado sombrero y el bigotillo de Melvyn Douglas.
   Los filósofos en general han entendido mal hasta qué punto los ideales estéticos son un poderoso motor de conducta. Cuando Marx analizaba el capitalismo de su época no acababa de ver por qué los individuos se enrolaban en un sistema tan perverso y aportaba como única explicación que se veían forzados a ello. Ningún sistema funciona durante mucho tiempo si la recluta de participantes en él se hace por la fuerza y el capitalismo dura ya demasiado. Los obreros nunca bajaron a la mina porque alguien les azotara. La levita del burgués, los restaurants recién importados de París, los lujosos coches y los empolvados lacayos, ejercían sobre ellos una fascinación como la que ejerce la luz sobre los mosquitos. Desde entonces el capitalismo no ha dejado de embrujarnos con visiones cada vez más sofisticadas y hermosas. De hecho, se ha inventado un aparato cuya única finalidad es embaucarnos cotidianamente, con su promesa infinita de un mundo mejor.
   Digámoslo de otra manera. El capitalismo es el mejor sistema económico que existe porque es el que con más profusión genera ilusiones. Vivimos en un mundo de ilusiones continuamente recreadas a nuestro alrededor para que no nos demos cuenta de que la sardina está podrida. Existen infinidad de ellas, pero aquí quisiera centrarme en dos.
   La primera es la que yo llamaría la ilusión de los lunes por la mañana y figuraba como lema a la entrada de Auschwitz. Somos atraídos hacia un trabajo que nos empobrece física y/o mentalmente gracias a la ilusión perpetua de que el trabajo nos hará libres. Sí, es lunes y nuestro jefe nos va a cantar las cuarenta delante de todo el mundo y la montaña de papeles que me aguarda da miedo, pero... el año que viene me espera un ascenso, las vacaciones se acercan, el próximo fin de semana me lo voy a pasar de lujo o, lo mejor de todo, dentro de poco me podré comprar... Demostrar que es simplemente un espejismo es fácil. Esta ilusión se propaga a lo largo de todas las jerarquías laborales. También nuestro jefe cree tener al alcance de la mano el ascenso, las vacaciones soñadas, o la compra del fueraborda. Ascender, económica o socialmente no significa alcanzar los sueños deseados, significa cambiar de segmento, es decir, que el sistema proyectará para nosotros otro tipo de espejismos que nos hagan seguir hacia delante. Y cuando parece que ya no hay forma alguna de ilusionar a la gente, el capitalismo siempre se saca de la chistera su conejo favorito: "gracias a mí puedes tener suerte". A este conejo se le suele llamar lotería, quinielas o cupones. Siempre hay una zanahoria delante de nuestro hocico, lo bastante jugosa para que sigamos moviendo la sempiterna noria de lo mismo.
   Si analizan la biografía de las personas que conocen, de sus jefes, de los triunfadores y fracasados de esta vida, descubrirán que, en realidad, el trabajo no hizo nunca libre a nadie. Todo lo más, el trabajo unido a un golpe de suerte, el sacrificio durante años por una visión, una amplia red de contactos sociales cuya fuente última suele ser la familia, permitió a un puñado reducidísimo de individuos alcanzar sus sueños. Diferentes estudios lo indican, el ascensor social está parado, la cantinela de que cualquiera puede triunfar si se esfuerza es mentira. Los hijos de obreros acaban siendo obreros y los hijos de familias pudientes acaban teniendo pudientes negocios con contadísimas excepciones. El sacrificio, el esfuerzo, la sucesión interminable de lunes horrorosos, puede llevarnos a subir un tramo o dos en el IRPF... hasta que nos jubilemos. Poco más.
   La segunda ilusión que deseo citar es una ilusión de cuño reciente. Se trata de la ilusión de que el capitalismo funciona porque los ricos reparten su dinero en forma de salarios, inversiones, consumo, etc. Es una ilusión que no existía en la época de la Revolución Industrial porque, entonces, el mismo patrono que te empleaba, te alquilaba una casa y te vendía el alcohol en su cantina, con lo que quedaba muy clara la dinámica del sistema. La externalización contribuyó a oscurecerla. Así surgió una ilusión que el propio John Rawls presupone como una verdad absoluta en sus planteamientos y que los neocons convirtieron en bandera de sus propuestas como si fuera un hallazgo. En realidad, el capitalismo funciona precisamente por lo contrario, porque siempre encuentra maneras de que quienes tienen menos le  den dinero a quienes tienen más. Hay varias formas en que esto puede llegar a ocurrir. La más simple es cuando pagamos el recibo de la luz.
   Una forma un poco más compleja es la que ha tenido lugar en los últimos años. Comienza por un generoso patrón que reparte dinero en forma de salarios entre personas menos ricas. Digamos, 2.000 € mensuales. No está mal, son 28.000 € al año. Una pequeña fortuna. ¿No se compraría con este dinero el coche de su vida, el coche que le hará libre, feliz, la envidia de sus vecinos? Claro que su vecino está en la misma dinámica que Ud. Es posible, por tanto, que en los últimos años Ud. se haya comprado no uno sino dos coches de su vida. ¿De cuanto dinero estamos hablando? ¿30, 40, 50.000 euros? Bueno, han pasado unos años, el FMI, la OCDE, las agencias de calificación, todo el mundo dice que todo va bien. ¿Por qué no atreverse con la casa de sus sueños, la casa que le hará libre, feliz, la envidia de sus vecinos? Sólo tiene que llevar fotocopia de sus dos últimas nóminas al banco. Una casa a cambio de dos papelillos de nada. La vida es de los que se arriesgan. ¿Tiene ya la casa y el coche de sus sueños, esos que estaba harto de ver en televisión? Bien pues ahora está Ud. en el paro. ¿Cuál es el saldo neto de siete, ocho años de bonanza? ¿cuánto ha ganado gracias a la generosidad de quienes tenían más que Ud.? En realidad tiene 226.000 € menos que antes de empezar el ciclo de bonanza. Eso si no ha confiado Ud. en el buen corazón de quienes tienen más dinero que Ud. y ha "refinanciado" su deuda o se ha embarcado en una de esas hipotecas que "para facilitarle la vida" implicaba pagar menos los primeros años y más después.
   La casa de sus sueños, la que le haría libre y feliz, costaba 300.000 € euros sobre el papel. Con los intereses de la hipoteca y la subida del euribor tendrá suerte si se le ha quedado por debajo de los 400.000 €. "Bien, se me dirá, pero tengo una casa". ¡Enhorabuena, ha llegado el momento de ver qué había en su sobrecito! ¿Habrá dinero de verdad? ¿habrá estampitas? Ni una cosa ni otra. Lo que hay es un papel que pone "puede valer por 200.000 €". Ése es el precio por el que algún día, no hoy, podrá vender la casa por la que tendrá que pagar hasta dentro de doce años el doble. ¿Qué ha pasado? Es un viejo truco de los tahures del póker. Al novato que llega a la partida hay que dejarle ganar al principio, de este modo se le podrá sacar todo después. Esto es cuanto hay tras la propaganda que exige facilitarle la vida a quienes poseen más recursos porque acabarán invirtiendo. 
   Los artesanos del timo de la estampita saben que, una vez realizado el intercambio hay que quitarse de en medio antes de que el primo abra el sobre. Cuando este timo se realiza a gran escala, no hay posibilidad de salir por piernas, de modo que se busca una supuesta explicación que impida a las víctimas del timo, es decir, a toda la población, darse cuenta de su condición de timados. La mejor manera de hacerlo es diciendo que "hay crisis". La "crisis" es, simplemente, el momento final de la partida, cuando todas las cartas han sido ya repartidas y sólo queda ajustar las cuentas para ver quién tiene que pagar a quién y ¡miren qué casualidad! les toca pagar a quienes llegaron con menos dinero a la timba.

jueves, 16 de junio de 2011

Un buen día para los políticos

   No soy pacifista. No creo que la paz sea el único camino. Hay conflictos que únicamente pueden ser resueltos mediante la utilización de la violencia. El nazismo, el régimen de Slobodan Milosevic, sólo podían pararse mediante el uso de la violencia. De hecho, crecieron y se expandieron gracias al pacifismo que los circundaba. Creo que podremos convenir que estas conformaciones históricas, como, en general, este tipo de conflictos, es la excepción, no la norma. La cuestión, por tanto, es en qué tipo de conflictos es legítima la utilización de la violencia. A este respecto he de decir que, felizmente, he errado en múltiples ocasiones. Creí que no se podría derribar la dictadura de Pinochet si no era mediante el uso de la violencia. Me equivoqué. Creí que el Apartheid no desaparecería sin una violenta revolución de la mayoría negra. Me equivoqué.
   Resulta evidente que el potencial de la lucha no violenta es muchísimo mayor de lo que mucha gente, incluido yo, podíamos pensar. Pero ¿cuándo resulta insuficiente? En realidad, ya hemos dado el criterio. El uso de la violencia es legítimo si las circunstancias que conducen a ese uso son absolutamente excepcionales. Desgraciadamente las dictaduras, la discriminación, no son circunstancias excepcionales. El genocidio, Gadafi, los al-Assad, sí lo son. A esto lo llamaría yo un criterio de violencia mínima. Mínima no en cuanto a su puntualidad o en cuanto a la cantidad de violencia empelada. Mínima en lo que se refiere a la absoluta excepcionalidad de las circunstancias en las que se debe emplear. Podemos ver a qué me refiero si analizamos los argumentos que se suelen emplear para justificar la violencia.
   Habitualmente suele decirse que la violencia es legítima si es en defensa propia o, de un modo más general, defensiva. Ahora bien, toda violencia es defensiva. Es la presente en el mundo animal y si se repasan las motivaciones que históricamente se han dado para justificar las guerras difícilmente se encontrará alguien que no se declare defensor de... la fe cristiana, el orgullo alemán, el pueblo oprimido o cualquier otra cosa de ese género. Por tanto, si este tipo de justificación fuese válido, en realidad, siempre habría que utilizar la violencia, lo cual va contra el criterio que hemos establecido.
   Una modificación del anterior es el argumento de que la violencia reactiva es legítima. Esta es la defensa favorita de los movimientos terroristas. Su violencia es, meramente, una reacción a la violencia del Estado. ¿Qué quiere decir esto? La manera más fácil de entenderlo es que la violencia reactiva es una forma de venganza. Por ejemplo, los indignados de Barcelona ejercieron la violencia contra los miembros electos del Parlament como reacción a la violencia que previamente la policía había ejercido sobre ellos.
   La violencia como reacción, la violencia como venganza, es un tipo de violencia más común en el reino animal de lo que se piensa. Hay un típico experimento de psicología conductista que así lo muestra. Se acostumbra (técnicamente se dice “se condiciona”) a una paloma a recibir una bolita de comida cuando pulsa un botón. Al cabo de los días, o semanas, de tener a la paloma habituada a comer a capricho, se la coloca en una jaula con el mismo botón y otra paloma inmovilizada. Según su costumbre, la paloma se acerca al botón y lo picotea. Primero con un ritmo pausado, después frenéticamente. Cuando se convence de que la comida no vendrá, se vuelve hacia la otra paloma y le picotea la cabeza. Lo normal es que vuelva a intentarlo con el botón y regrese para maltratar a su congénere si la comida sigue sin hacer acto de presencia.
   Violencia como reacción, violencia como venganza, es sinónimo de violencia instintiva, no racional. Esto es algo fácil de observar, el nivel de violencia física capaz de ejercer un individuo es inversamente proporcional a su nivel de inteligencia. Las personas inteligentes saben que su razón les suele proporcionar mayores probabilidades de conseguir lo que quieren que la violencia física y encuentran el camino adecuado. Para quienes su nivel de razonamiento no supera el de las palomas, es normal que se encuentren en situaciones en las que la única salida que son capaces de contemplar es machacarle la cabeza a algún congénere. Sí, ya sé, Ud. conoce a alguien muy inteligente que acabó en ETA. No creo que eso sea un argumento en mi contra, más bien demuestra lo mal que solemos utilizar el término "inteligencia". Por eso yo propondría una definición de inteligencia que incluyese evitar la violencia. En cualquier caso, si hubiésemos de ejercer la violencia cada vez que estamos frustrados, la violencia como reacción no sería algo excepcional y eso va, de nuevo, contra nuestro criterio.
   Por tanto, pese a que sea difícil evitar una sonrisa al ver a un montón de políticos metidos en furgones policiales, justificar la violencia de los indignados de Barcelona por ser una reacción es sinónimo de violencia injustificada. De hecho, una vez más, en este caso podemos ver la relación inversamente proporcional entre violencia e inteligencia. Si lo que se reclama es poner fin al despilfarro que cotidianamente protagonizan nuestros políticos, no es inteligente provocar una situación que les obliga a emplear un helicóptero. ¿Quién cree que lo va a pagar? ¿Artur Mas? ¿los diputados del Parlament a escote? ¿No acabaremos por pagarlo todos, como viene siendo la norma?
   Finalmente, los terroristas suelen utilizar un argumento para justificar su violencia que consiste en decir que el Estado no entiende otro lenguaje. Por tanto, si se quiere conseguir cosas, hay que emplear su lenguaje. No estaría yo de acuerdo con esta afirmación. Habitualmente conseguimos cosas del Estado rellenando impresos, hablando con funcionarios y cosas de este género. Una vez más, si utilizáramos este tipo de justificación, la violencia debería emplearse siempre, en contra del criterio que hemos adoptado.
   Sí estaría de acuerdo en que la violencia es el lenguaje que el Estado domina. En las fotos aparecidas en la prensa con ocasión de los disturbios de ayer se puede apreciar hasta qué punto el Estado domina este tipo de situaciones. Policías enfundados en sus armaduras flexibles, con cascos antigolpes y porras de metro y medio se defendían valientemente de sujetos que los agredían con tupidas rastras, afiladas flautas y feroces perrillos. En general no suele ser muy inteligente retar a un rival en un terreno que él domina. Mientras el movimiento 15M se mantuvo en las acampadas pacíficas, las manifestaciones llenas de familias y el ciberactivismo, nuestras autoridades eran incapaces de responder, de encontrar un terreno firme en el que estuvieran seguros de dominar la situación. En cuanto han aparecido las agresiones, nuestras autoridades respiran tranquilas, ya saben cómo sojuzgar a la sociedad civil: con imponentes discursos en defensa de la democracia y porras. Créanme respiran muy tranquilos.
   Esos señores metidos en sus armaduras flexibles, son funcionarios que llevan seis meses cobrando un 5% menos de su sueldo entre otras cosas. Están indignados, muy indignados. Y desde hace tiempo. Muchos de ellos estaban realizando acciones de protesta en su ámbito bastante antes de que hubiera nadie ocupando las plazas públicas. Después de proteger a los políticos del Parlament, escucharon cómo el Gobernador del Bando de España aseguraba que hay margen para seguir bajándoles el sueldo. Sin violencia yo no sé, y creo que nuestros políticos tampoco, qué hubiera podido pasar. Con sus porras y metidos en medio de una multitud que les insulta, nuestros políticos les están dando la oportunidad de desahogar su frustración contra palomas atadas. Sí, créanme, están empezando a respirar mucho más tranquilos.

lunes, 13 de junio de 2011

Somos un ejemplo a seguir

   Hará unas cinco horas, la policía turca ha detenido a 32 supuestos miembros de “Anonymous”, en una operación que no ha hecho más que empezar, pues afirma tener una lista de hasta 250 personas por detener. Hay que recordar que Turquía acaba de pasar un proceso electoral en el que se jugaba que el partido islamista en el poder rehiciera la Constitución a su antojo. Hay que recordar, también, que este proceso electoral se ha desarrollado con la presencia de sus propios “indignados”. Y hay que recordar, por último, que no ha hecho más que seguir el camino iniciado por otra democracia mínima: España.
   En una meritoria acción, la policía española desarticuló el pasado viernes a la cúpula de Anonymous, que después resultó ser la cúpula de Anonymous en España, que después resultaron ser tres administradores de chats en los que se había jaleado a Anonymous. Entre los indicios de sus actividades criminales, la policía halló un servidor y que dos de ellos carecían de conexión a Internet en sus casas. Al parecer administraban sus respectivos chats desde la conexión wifi de sus vecinos. No debe pasarse por alto el mérito que implica el hallazgo de estos indicios. O bien la policía ha descubierto que lo que afirman las empresas que instalan redes wifi, a saber, que son invulnerables, es falso, o bien la policía ha descubierto dos genios. En cualquier caso, conozco a más de una empresa que los contrataría.
   Entiéndaseme, soy un ciudadano respetuoso de la ley. Si en este país meterse en la red del vecino y tener servidores para actividades alegales lo convierte a uno en sospechoso, que se investigue a todos lo que lo hagan. Lo que no estoy seguro es de si la policía tiene efectivos para hacer todos los seguimientos que tendría que hacer.
   Los facinerosos han sido acusados de entregar documentos clave para la seguridad del Estado a los terroristas, cargo que, como se aclaró después, consistía en meter en foros proetarras datos de políticos y altos cargos de seguridad y que después consistió en que, alguien que participaba en los chats administrados por ellos, propuso hacer algo parecido a lo que acaban de hacer los de Lulzsec. Igualmente se los acusa de asociación ilícita, interrupción de sistema informático ajeno y atacar las páginas de Sony, cargo que después se transformó en atacar la tienda online de Sony. También meritorio, primero porque Anonymous ha negado cualquier relación con el ataque a Sony, segundo porque la propia ley Sinde es una manera de interrumpir un sistema informático ajeno y tercero porque, hasta donde yo sé, ningún tribunal ha declarado que Anonymous sea una asociación ilícita. Pero lo que de verdad va a tener mérito es que la policía logre convertir todo esto en algo llevable a juicio. Especialmente si topa con uno de esos jueces que hay por ahí, que van entorpeciendo la acción policial con fruslerías como que no se puede condenar a alguien sin pruebas.
   Anonymous ha respondido de un modo muy claro. Nada de las amenazas que suelen utilizar los gobiernos, una simple advertencia: “espérennos”.  En lugar del secretismo de las motivaciones políticas, una convocatoria en la plaza virtual de Twitter. Y, finalmente, la respuesta, la página de la policía cayéndose mientras a nuestras autoridades se les quedaba la cara que se merecen. Este gobierno es hasta tal punto capaz de hacer el ridículo que, frente a ellos, la gente de Anonymous parece gente seria.
   Quiero imaginar que si la policía hubiese estado gastando el dinero público en seguir las andanzas de tres ciberactivistas hasta encontrar algo de lo que acusarles, lo habría ocultado de un modo menos burdo. Pero si no me imagino eso, me veo obligado a vincular esta chapuza policial con las desproporcionadas actuaciones que ocasionaron los cuerpos de seguridad del Estado el pasado día 11 en Madrid, Vitoria, Logroño, Sevilla... y que ya habían tenido su prólogo en Valencia. Todo parece señalar que nuestras autoridades han decidido mandar un claro mensaje a la población: “votad si queréis, pero ¡callaros ya! Y quien no se calle que hable... con la policía”. Han esperado a que desaparecieran las grandes aglomeraciones para dejar una advertencia de lo que se avecina si los ciudadanos osan alzar la voz de aquí a la próxima convocatoria electoral. El movimiento 15M ha mostrado cordura quitándose de debajo de los focos, se acercan tiempos difíciles. Tiempos como los que dieron lugar, en la mente de Alan Moore, a “V”, el misterioso personaje que se ocultaba bajo una máscara de Guy Fawkes. Curiosamente la máscara  que se ha convertido en el símbolo de Anonymous.

lunes, 6 de junio de 2011

Don Tancredo o de la virtud del político

   Echo de menos a Xavier Arzalluz. Durante muchos años, lo primero que buscaba en el periódico era alguna declaración suya. Pero su talento lo hacía dosificarse. Esperaba a que hubiese una cierta calma, un lunes en que faltasen titulares y ¡zas! soltaba algo como: "los vascos somos una nación como lo demuestra el gran número de personas que hay aquí con Rh negativo". Y yo me acordaba de mi vecino, guardia civil y con Rh negativo y me tronchaba. "Los españoles en un País Vasco independiente vivirían como los alemanes en Mallorca" y no me vean la que se liaba, cuando el hombre, lo único que quería decir es que en un País Vasco independiente, los castellanohablantes podrían elegir el idioma en que se celebrasen las reuniones de vecinos, como hacen ahora los alemanes en Mallorca. Pero le llegó la jubilación y la política española ya no ha sido lo mismo. Es cierto, Carod Rovira intentó heredarle, el problema es que no daba la talla. Como buen showman, Arzalluz soltaba sus fracesitas serio, casi solemne. Carod Rovira se reía de sus propios chistes. ¿Cómo se le iba a tomar en serio con ese bigote pintado como Groucho Marx? No obstante, había algo que yo admiraba en Arzalluz, algo que lo colocaba muy por encima de otros políticos de su generación: conocía sus propios límites. Sabía que lo suyo era la frase lapidaria, la agitación política y que su punto débil era su capacidad negociadora. Por eso siempre buscó botijeros que hicieran ese trabajo por él y, aún así, los jovenzuelos de ETA le tomaron el pelo varias veces. No es una virtud baladí, de hecho, escasea entre nuestros políticos. En cuanto son nombrados se encierran en sus despachos y empiezan a creer que pueden cambiar la realidad social a golpe de leyes. Después se creen sus propias mentiras y acaban por creerse los más listos del mundo mundial. Y si piensan que estoy exagerando, no tienen más que leer la declaración de Francisco Camps ante el juez.
   Otra virtud que yo admiro en los políticos, por escasa en nuestro país, es el dontancredismo. El don Tancredo era un lance del toreo, ya en desuso, que consistía en cubrir a algún infeliz de harina de los pies a la cabeza, colocarlo en un pedestal en medio de una plaza y soltarle un toro. El animal salía, lo inspeccionaba, lo olía y trataba de catalogarlo como empitonable o no empitonable. De la habilidad para hacer de estatua dependía la posibilidad del sujeto para salir con vida del evento. Sinceramente, admiro a los políticos que no hacen nada. Para hacer lo que hace la mayoría, más vale que se queden quietecitos, porque lo que tocan suelen estropearlo. En otro tiempo, con la proximidad del día de los inocentes, los periodistas repartían en el Congreso jocosos premios a los políticos destacados del año. Uno de ellos era el "premio al ministro desconocido". Se otorgaba al ministro que no había tramitado ninguna nueva ley, que no había hecho ninguna declaración a recordar. Con frecuencia lo recogían los únicos ministros que no habían metido la pata en alguna ocasión. No es ésta la manera habitual de obrar de nuestros políticos. En cuanto los eligen les entra el mal del director general y piensan que tienen que hacer algo, cuanto antes, para dejar huella. Curiosamente ninguno llega a la conclusión de que ese "algo" que tienen que hacer es informarse. Se trata de cambiar algo, cambiar una ley, cambiar un organigrama, cambiar un estado de cosas (que, con frecuencia, no cae en el ámbito de competencias de su cargo), con independencia de que el anterior funcionase bien o no.
   No conozco ningún ejemplo mejor de don Tancredo que el Sr. Mariano Rajoy. Si estudian Uds. la trayectoria política de nuestro presidente in pectore, observarán que sólo ha hecho cosas cuando verdaderamente no ha tenido más remedio. Lo suyo no es mandar, sino fumar puros y ver partidos del Real Madrid. Lleva cuatro años intentando, por encima de todo, no hacer nada. Estaba convencido de que, dada la rara habilidad del Sr. Zapatero para pisar todos y cada uno de los charcos de esta tierra en vías de desertificación, acabaría por ganar las elecciones. Tenía razón. Su esperanza es poder gobernar de la misma manera. Nombrar una serie de ministros ansiosos por destacar, que tomen todo tipo de iniciativas, incluida la de pelearse entre ellos y quedarse él como guía inspirador, interviniendo sólo cuando no haya más remedio. Lo que no quiere ver es la cantidad de gente que está dispuesta a moverle el sillón en cuanto gane las elecciones.
   Insisto, admiro el dontancredismo en un político. Incluso estaría dispuesto a admitir que nos hubiese ido mejor si en los últimos ocho años nos hubiesen gobernado con ese principio rector. Lo que dudo es que en este momento sea lo que necesita este país. Más bien, necesitamos a un Néstor Kirchner. Con todas su derivas autoritarias, fue capaz de decirle a los buitres del FMI lo que éstos no quieren nunca escuchar: "no vamos a pagar cuando Uds. nos lo digan, pasen y embarguen si lo desean". Eso es lo que necesitamos, alguien que le diga a Frau Merkel, "nosotros no vamos a realizar ningún nuevo reajuste, háganlo Uds. los alemanes, que para eso son los más beneficiados con el euro. Y si no quieren hacerlo, no se preocupen porque el euro se va a hundir con nosotros... ¡Por cierto! en nuestro país se han detectado cientos de casos de infectados por E. Coli entre conductores de coches alemanes..."
   En fin, Sr. Rajoy, si es Ud. el que nos ha de gobernar y si, evidentemente, no va actuar de esta manera, al menos, siga haciendo de don Tancredo. No cambie nada, ni siquiera de ministra de economía. La Sra. Salgado parece una chica aplicada, con pocas ideas propias, pero que sabe obrar al dictado. Eso sí, nombre a Joseph Stiglitz como asesor (si puede ser, asesor ejecutivo) del ministerio. Saldremos pronto de la crisis, habrá poco sufrimiento social y Ud. podrá seguir fumando sus puros y viendo partidos del Real Madrid. Por supuesto no todo el mundo estará contento. Una minoría, la formada por los banqueros, no lo estará. Pero los banqueros no mandan en una democracia, ¿verdad?

sábado, 4 de junio de 2011

Organización del Miedo Sistemático

   La OMS (Organización Mundial de la Salud) es una de las agencias de la ONU, creada casi a su par. Su labor de coordinación, de protección de los países con sistemas sanitarios más débiles y de prevención en la expansión de epidemias es encomiable. Probablemente nadie ha hecho más por la generalización del uso del preservativo para contener el virus del SIDA. Pero en esta vida nada es blanco ni negro y la OMS ha sido frecuentemente acusada de falta de transparencia en la toma de decisiones. Con toda probabilidad no es lo peor que se puede decir de ella. Al ser un organismo serio, eficaz y mundial, se ha convertido en el codiciado paraguas bajo el que las grandes compañías farmacéuticas han pretendido colocar sus estrategias a largo plazo. ¿Por qué digo esto? Veamos.
   ¿Se acuerdan Uds. del SARS? Ahora tal vez ni recuerden a qué correspondían estas siglas, pero la OMS y los medios de comunicación aterrorizaron a media población mundial con el Síndrome Agudo Respiratorio Severo. Esta forma de neumonía atípica apareció en China en 2003 y, según la OMS, podía trasmitirse como un resfriado común, pero con una tasa de mortalidad de casi el 10%. Dada la movilidad que caracteriza nuestra época, en pocos años, la enfermedad habría matado a varios miles de personas en todo el mundo. Lo cierto es que la tasa de infectados pasó en un año de más de 8.000 a 500. La última actualización de datos procede de 2005 y hablaba de 9 casos en China. Por entonces el SARS había dejado de estar de moda porque ya había surgido una "nueva pandemia", la gripe aviar.
   En realidad, la gripe aviar no tenía nada de nueva. Virus de la gripe han existido siempre en las aves y en 1978 hubo un caso que afectó a humanos con una tasa de mortalidad del 33%. Pero, por alguna razón especial, ahora estábamos ante algo nuevo. Era un virus que se contagiaba de modo particularmente fácil entre las aves, que las mataba (o no) y que, además, podía saltar la barrera entre especies, afectando a mamíferos y al hombre. Rápidamente los medios de comunicación alertaron de la llegada de la nueva gran catástrofe. Se inició una taxativa campa para evitar los contactos entre aves y humanos en los espacios públicos. El sensible sector ecologista alemán tuvo que ver imágenes de toda una isla "limpiada" de aves. El ministerio de sanidad español creó una página web para que pudiéramos estar informados, en tiempo real, del progreso de la enfermedad y de las barreras (se sospechaba que inútiles) que se iban levantando. La página dejó de actualizarse en 2.009. Y es que, para entonces, ya teníamos una nueva pandemia.
   2.009 es el año de la gripe A. Otra vez, el insidioso virus de la gripe (este virus es un filón), pero ahora en su vertiente porcina, había comenzado a afectar a los seres humanos. Su modo de transmisión era el habitual en la gripe, esto es, muy eficaz, pero su tasa de mortalidad era altísima (44 de cada 1.000 infectados en México). Afortunadamente ahí teníamos a la OMS para desatar el pánico, perdón, quise decir, para dar la alerta y dejar claro que había un remedio casualmente fabricado por una de las grandes empresas farmacéuticas mundiales. Los Estados se apresuraron a reservar grandes partidas del antiviral en cuestión que, desgraciadamente, llegarían tras la campaña de gripe estacional. Los expertos de turno acudieron rápidamente a los medios de comunicación para aclarar que la situación podía empeorar sensiblemente si el virus de la gripe porcina se recombinaba con el virus de la gripe estacional. En los hospitales se reservaron zonas especiales para los afectados por gripe A. El otoño se aproximaba y acabó por llegar... y por marcharse, dejándonos una campaña de gripe con la tasa de mortalidad más baja que se recuerde. Repasemos las cifras. Una gripe que se contagia como una gripe normal y que deja en México ¿1.204 casos para una población de 100 millones de habitantes? De ellos, 44 muertos. En Estados Unidos hubo 1639 casos y ¿2 muertos? Una de dos, o alguien no ha sabido contar bien los casos o alguien no ha sabido contar bien los muertos.
   En 2.011 ya nadie le teme a la gripe A, pero, afortunadamente, ya no hace falta, porque tenemos a la E. Coli. A esta pobre bacteria le ha ocurrido como a muchos colectivos, que lleva toda su vida haciendo el bien por la humanidad y por unos pocos ejemplares malignos, ha saltado a la primera página de los periódicos. Hay una decena larga de muertos por una variante enterohemorrágica y varios miles de infectados. Por sus propias características (es el tipo de bacteria más abundante en el intestino de los mamíferos), una infección por E. Coli difícilmente puede extenderse más allá de un foco localizado y mucho menos generar una pandemia, a menos que la coprofagia (y no, no voy a explicar en qué consiste), sea una práctica más extendida de lo que parece. No obstante, aquí tenemos ya a la OMS declarando: a) que estamos ante una epidemia; b) que ya existe un caso de contagio entre humanos sin mediación de heces; y c) que, miren Uds. qué casualidad, sí hay medicamentos contra la E. Coli.
   En Bowling for Columbine, Michael Moore sostenía que una población aterrorizada consumía más que una que no lo estuviese. El motivo es obvio. ¿Se va Ud. a comprar el próximo lunes una botella de su licor favorito? ¿y si creyera que se va a morir el martes? Cabe ampliar esa tesis y afirmar que una población aterrorizada por la llegada de una enfermedad tiene un consumo farmacéutico superior a otra no aterrorizada. Si a esta tesis añadimos el enorme poder económico de las grandes empresas farmacéuticas y la multiplicidad de contratos com médicos que trabajan o van a acabar trabajando para la OMS, nos encontraremos con una explicación que encaja más con los hechos que la fortuita aparición de potenciales pandemias.

   Epílogo.
   En realidad, de los agentes patógenos conocemos muy poco. Por uno del que se conoce su procedencia, modo de transmisión y toxicidad, hay diez o cien de los que se ignora todo. La mayor parte de ellos tienen un patrón de conducta muy típico y que viene repitiéndose desde que ellos y nosotros compartimos este mundo. Una mutación al azar convierte un agente de escasa incidencia en una plaga, mata a un número más o menos grande de individuos y después desaparece. A veces, vuelve a su reservorio en donde se quedará por algún tiempo reapareciendo más tarde. A veces, simplemente muta en otra forma que causa menor mortalidad. Por mucho que los expertos de turno digan lo contrario, la tendencia suele ser hacia formas menos letales. Simplemente, un patógeno que mate a su portador no se expandirá como uno que no lo haga. Un animal muerto no se mueve y entra en contacto con otros, a menos, claro está, que el virus lo convierta en un zombi. Pero ésta ya es otra historia.

miércoles, 1 de junio de 2011

Manual de guerrilla cívica

   Se llama guerrilla a una táctica militar consistente en invertir la relación de fuerzas entre dos contendientes mediante la ocupación de un territorio, sin importar la pequeñez del mismo ni la brevedad de la ocupación. En este territorio mínimo y durante un corto espacio de tiempo, el bando inferior logra concentrar fuerzas numéricamente superiores a su rival. La guerrilla urbana es un género de guerrilla que se desarrolla en ciudades y que se caracteriza porque el territorio a ocupar ya no es el correspondiente a una zona selvática o montañosa, como es habitual en las guerrillas. Al presuponer mejores vías de comunicación, el territorio debe ser ocupado de un modo mucho más fugaz.
   A lo que estamos asistiendo en España desde el 15 de mayo es a una forma de guerrilla que se podría denominar guerrilla cívica. Se diferencia de las dos anteriores en la renuncia frontal a cualquier forma de violencia. Sus armas no son el tristemente famoso AK-47 ni el cóctel Molotov. Sus armas son las propias del marketing de guerrilla, en especial, los anuncios virales. La lucha se desarrolla en todo momento dentro de los estrictos márgenes de la legalidad. A veces en los márgenes mismos de la legalidad, caso de la continuidad de las acampadas tras la prohibición de la Junta Electoral Central. Pero la mayor parte de las veces, sin embargo, no se fuerzan tanto las cosas. Se trata más bien de utilizar la creatividad para intentar sabotear el sistema, haciendo palanca con actos usualmente banales. Las propias acampadas se realizaron previa petición de permiso a la autoridad competente. La consecuencia inmediata es que cualquier respuesta por parte del Estado aparece como brutal y desproporcionada, caso del desalojo de los acampados en Barcelona. Además, cada acción, si bien tiene resultados poco espectaculares en apariencia, suponen una carga de profundidad contra el sistema. Y es que la guerrilla cívica no renuncia a invertir puntualmente la correlación de fuerzas que caracteriza a toda guerrilla.
   Un ejemplo de lo que venimos diciendo lo hemos podido ver en la reciente campaña para sacar 155€ de los bancos. Un acto cotidiano de sumisión al sistema es transformado, por efecto de una convocatoria viral, en un acto de subversión. Los ciudadanos no pueden contrarrestar los flujos de capital que se movilizan en el mercado a diario, pero, como queda demostrado por esta convocatoria, pueden dirigir los flujos del mismo contra sus propios cimientos. Una vez más, la campaña se desarrolla dentro de los límites legales, pues la cantidad sugerida garantiza que no se va a hundir ningún banco. Una vez más, no parece haber pasado gran cosa. El pasado 30 de mayo no fueron más de unos pocos de miles de ciudadanos los que secundaron el llamamiento. Pero la advertencia ha sido lanzada. Nadie sabe cuánta gente se sumará en las próximas convocatorias. La propia lógica de la guerrilla conducirá a matizar esta acción. Con toda probabilidad, la autocrítica subsiguiente señalará que ha sido demasiado global y que debe achicarse aún más el territorio a ocupar. ¿Qué ocurrirá si los convocantes de  esta acción deciden concentrarse en unas pocas oficinas bancarias o en unos pocos cajeros? ¿y si a alguien se le ocurriese “quedar” con sus contactos de Facebook para sacar dinero? ¿cuántos podría convocar? ¿300, 400 personas en una sola oficina? Por pequeña que fuese la cantidad a retirar ¿lograría el banco satisfacer la demanda de sus clientes antes de lanzar el temido “no hay suficiente dinero disponible”? Y, en tal caso ¿se produciría un efecto contagio?
   Hemos llegado, por fin, a la clave de todo el asunto. Lo importante para una guerrilla no es el tamaño del “territorio liberado” ni el tiempo que pueda mantenerlo, lo importante es el efecto psicológico causado en el enemigo y en la población que se pretende atraer a la causa. De modo análogo, lo importante para la guerrilla cívica es el efecto mediático de sus acciones. La razón es que éste multiplicará el efecto de las próximas. Una guerrilla puede esperar que determinado tipo de individuos se sume a sus filas (jóvenes, personas sin nada que perder, marginados) y que el resto apoye tácitamente sus movimientos. En una guerrilla cívica todo el mundo puede participar activamente, jóvenes, niños, ancianos, marginados, funcionarios, amas de casa, profesores universitarios... Cualquiera puede practicar la guerrilla ciudadana en cualquier momento. Por esta razón, las acciones de guerrilla cívica, cobran el alegre aspecto de una sociedad civil movilizada.