jueves, 27 de octubre de 2011

¡Viva España!

   Quizás estoy cargando tintas en demasía contra los nacionalismos y no sé si me estoy explicando. En realidad, entiendo muy bien a los independentistas. Yo también quiero irme de España y no volver a casa ni en navidad. Si hubiese podido, no hubiese vuelto la primera vez que me fui. Cuando digo esto, siempre me espetan que en este país se vive muy bien. Curiosamente siempre lo dicen quienes no han vivido fuera de él ni tres meses. Ahora que estamos en crisis es menos frecuente encontrar a estos defensores de nuestra peculiar calidad de vida. En la época de bonanza nos invadió una oleada de chauvinismo español que llegó a su culminación cuando ganamos el mundial de furgo. Entonces pude observar lo que hubiese jurado que no iba a ver nunca: la gente colocaba banderas de España en su azotea, en su balcón, en su coche. Cuanto más grandes mejor. Después, claro está, llegó el otoño y, con él, la caída de las banderas. Fueron unos años buenos. Empezó a circular la especie de que en nuestro país la droga, la prostitución, la delincuencia eran cosa desconocida hasta que llegaron los sucios inmigrantes. Era de dominio público que los españoles, santos varones, jamás habíamos robado, ido de putas ni nos habíamos drogado hasta que llegaron los primeros inmigrantes, ¿verdad? Tampoco eran españoles los inmigrantes que, en Alemania, en Suiza, en Francia, tenían fama de pendencieros, de borrachos y de sucios. Por ensalmo, se borró de nuestra memoria atávica aquellos carteles de restaurantes franceses que decían: "prohibida la entrada a perros y españoles". ¡Lo que hace el dinero!
   En aquellos años de pizza con champán, de coches caros y viviendas de cien millones, hasta llegó a decirse que era de izquierdas sentirse orgulloso de ser español. Y esta es una idea que nunca he entendido. ¿Qué puede querer decir sentirse orgulloso de ser español? Yo me siento muy orgulloso de la enseñanza que me dieron en mi colegio público, por parte de gente muy implicada que, de verdad, quería hacer cosas nuevas. Me siento muy orgulloso de las pequeñas cositas que he ido consiguiendo con mi propio esfuerzo. Me siento orgulloso, ya lo he dicho, de ser hombre, cuando veo a otros hombres haciendo lo posible por ayudar a las mujeres a seguir adelante en la lucha por sus derechos. Pero, ¿orgulloso de ser español? ¿qué puede significar eso? ¿sentirse orgulloso de compartir la misma procedencia geográfica, la misma lengua, la misma cultura que Millán-Astray, que Pepe Mari Aznar, que Escrivá de Balager? Todavía, si me dijeran que comparto orígenes con el Dioni...
   A lo mejor, sentirse orgulloso de ser español significa sentirse orgulloso de nuestra historia, que, al fin y al cabo, nos ha constituido como somos. En mi caso esta posibilidad resulta problemática. Mi primer apellido es típico de judíos y el segundo de clara procedencia árabe, es decir, llevo sangre conversa se mire por donde se mire. Algo de lo que, por cierto, se me olvidó ponerlo en la lista anterior, también me siento enormemente orgulloso. Por tanto, no tengo muy clara cuál debe ser "mi" historia, la historia en la cual yo deba reconocerme. Supongamos, para simplificar, que es de verdad la historia de España. ¿Qué hay en ella para sentirse orgulloso? La transición democrática, por supuesto, lo ocurrido en mayo de este año... Y, ¿antes de eso? ¿la guerra civil? ¿el Desastre de Annual? ¿la derrota de Trafalgar? ¿Rocroi? Sí, estoy siendo muy negativo. También hay grandes victorias en nuestra historia, empezando por la conquista de América. Pero también en este caso me acosan las dudas. La cuestión de la conquista de América no es que masacráramos mucho o muy poquito. La cuestión es por qué lo hicimos. Lean Uds. la biografía de los grandes conquistadores, son todas iguales. Todos nacieron en pueblos perdidos de la mano de Dios, pueblos de niños enfermos y malnutridos, de grandes señores infames, pueblos de miseria sin parangón. Nuestros antepasados (o los antepasados de quienes no son marranos, como yo), no fueron a conquistar perdidos reinos con el corazón henchido de lemas imperiales, ni con las cabezas plagadas de prejuicios racistas, fueron con algo terriblemente peor, con la ferocidad de quien tiene el estómago vacío desde que su memoria recuerda. Poco o mucho, masacramos, esclavizamos, sometimos, tratando de huir del hambre. ¿Quién puede sentirse orgulloso de eso? Creo que la única manera de sentirse orgulloso de un país es desconociendo su historia real, olvidando las derrotas, tapando los espantosos ridículos y las viles traiciones. Leer mucha historia no forja grandes patriotas.
   Ahora, los descendientes de aquellos a quienes nosotros masacramos, han venido a nuestro país exactamente como nosotros fuimos al suyo, huyendo del hambre y ¿los llamamos qué? ¿los acusamos de qué? ¿y se supone que debo sentirme orgulloso de eso? Igual que no me puedo sentir orgulloso del pasado, tampoco puedo sentirme orgulloso del presente. ¿Qué clase de país es éste? Tantos años de bonanza ¿en qué nos ha hecho mejores? ¿qué lecciones hemos aprendido? ¿cómo ha mejorado nuestro comportamiento? Cualquier respuesta que se pueda dar a estas preguntas se resume en algo que todos hemos vivido. Llega uno a su casa y trata de entrar en su cochera. Observa que hay un coche aparcado delante de ella, obstaculizando nuestro paso. No parado, como dice la ley, con el conductor al volante, no, aparcado, con los retrovisores bien plegados y, por supuesto, sin nadie en su interior. Ud. pita. ¿Aparecerá un Sr. con prisas, pidiendo disculpas y esbozando una excusa? No. Para empezar, no aparecerá al primer pitido, sino al segundo, al tercero o, simplemente, cuando le dé la gana. Si le oye pitar le preguntará que a dónde va con tanta prisa. No le conteste. En caso de hacerlo, se le pondrá borde, sonreirá con suficiencia y, naturalmente, volverá a aparcar en el mismo sitio cuando Ud. haya pasado. Puede llamar a la policía. Tendrá mucha suerte si le ahorra esta escena. Así es España. No es que se haga lo que está prohibido, es que parece que tenemos el imperativo moral de hacerlo. Y si, además, se molesta al prójimo, entonces hasta es una acción meritoria. El español es incapaz de disfrutar sin joder a los demás. Poderse se puede, pero es como una primitiva sin bote, no se hace con la misma ilusión. La sodomía es la obsesión nacional. Nos resulta imposible dormir en paz si el recuento de la cantidad de veces que hemos conseguido penetrar analmente a los demás durante el día no es bien largo. ¿No me creen? pues averigüen, averigüen en cuántos países del mundo la gente practica el bonito deporte de rayar el coche nuevo del vecino.
   ¿Tengo que sentirme orgulloso de nuestra pulsión sodomita? La verdad es que, por mucho que me cuenten que es la manera de encontrar el punto G masculino, no me entusiasma. Porque el problema, el problema real de este país, es que no todas las sodomizaciones las padecemos por igual. Las hay que nos joden y nos joden bien. Las hay que ya no las olvidamos y esperamos ansiosos la ocasión de devolverlas. Sin embargo, las gordas, las que son más bien una violación en toda regla, esas las ignoramos, hasta las disfrutamos sin que dejen rastro en nuestra memoria. La lista es interminable. Pondré un solo ejemplo. Hacia 1.990 se terminó de construir el Teatro de la Maestranza de Sevilla, primer auditorio de la capital en el que se podrían montar óperas más o menos grandes. Era una de las obras estelares de la exposición universal del 92. Costó una millonada. Presentó todo tipo de espectáculos durante la mencionada exposición, con un lleno más que respetable. El público de Sevilla se volcó. Cerró sus puertas con la expo. La programación que se había efectuado llegaba hasta esa fecha. Nadie tenía ni idea de qué hacer con él después. Lo contrario hubiese significado romper la regla de oro que rige este país: no planificar nunca nada. ¿Para qué planificar si podemos derrochar?
   Pasaron un par de años y, entonces, a algún consejero de la Junta se le ocurrió que estaría bien eso de asistir en el palco de honor al estreno de una ópera. Al cabo se reabrió. ¿Qué fantástica máquina de hacer dinero tenemos, para presuponer en todo momento, que podemos gastarnos millones en cosas cuyo uso no está en absoluto claro? La historia no termina aquí. Si Sevilla tiene un Teatro de la Maestranza, ¿por qué Alcalá de Guadaíra no puede tener un espacio escénico comparable? Al fin y al cabo, el alcalde de Sevilla era alcalde de Sevilla, pero el de Alcalá ha sido Alcalde-Senador. Así nació el Teatro Auditorio Riberas del Guadaíra, nada, una chuchería de 479.000 € (reconocidos, claro). Aforo completo en la práctica totalidad de representaciones desde que se inauguró hace siete meses. Aforo completo, entre otras cosas, porque la mitad de las localidades de cada función han sido generosamente regaladas por el ayuntamiento y/o quienes en él ocupan un cargo. El uno de enero echa el cerrojo. No hay dinero para mantenerlo. Carece de programación para el próximo año y no hay perspectivas de cuándo volverá a tenerla. Alguien está durmiendo muy a gusto. Su lista de sodomizados incluye unas 75.000 personas, todos los contribuyentes de Alcalá y, lo que es todavía mejor, los sodomizados, lejos de echar pestes como cuando alguien aparca en su cochera, están encantados. Gracias a nuestro ilustre personaje podrán ver cantar (es un decir) en directo a David Bisbal.
   Mejor lo dejo aquí y me voy a una asamblea de indignados.

jueves, 20 de octubre de 2011

Reflexiones sobre el fin de ETA

   Estas reflexiones en torno al fin de ETA no contienen realmente nada nuevo. Es un compendio, actualizado, de cosas que he ido escribiendo por aquí y por allá. Si ha tenido Ud. la encomiable paciencia de seguir mis escritos, puede obviar el presente. En caso de que no desee hacerlo, comenzaré señalando que un movimiento terrorista no nace debido a la situación de injusticia y/o marginación en la que vive la población por él defendido. Si éste fuese el motivo central de nacimiento del terrorismo, hace décadas que estaríamos combatiendo el terrorismo gitano. Sin embargo, pese a la discriminación, a las injusticias que se ha cometido contra ella y a poseer una lengua propia, hasta donde yo sé, la población gitana nunca ha desarrollado un movimiento terrorista. Un movimiento terrorista surge en el seno de lo que Martha Crenshaw llamaba una "cultura de la violencia" y debido a un bloqueo político y/o social. Sus posibilidades de mantenerse dependen de dos factores: el primero es que el propio movimiento terrorista permita perpetuar esa cultura de la violencia en cuyo seno nació; el segundo es que las fuerzas que conforman el juego político legal saquen partido de su existencia. Hace tiempo que ETA fracasó en lo primero. La kale borroka sirvió para hacer presente en fiestas y jolgorios "el conflicto" y para llenar las filas de ETA de ardientes jovenzuelos ansiosos de bronca y acción, aunque ignorantes de cualquier cosa parecida a la estrategia política, los sutiles compromisos y la frialdad del tiro en la nuca. El resultado quedó patente: los comandos caían antes de atentar, la "dirección" no sabía adónde dirigirse y a la excusa última de todo (los presos) se los dejaba de lado por carcamales.
   En un país de mantas, hasta nuestra seña de identidad más perdurable, el terrorismo de ETA, acabó en manos de unos descerebrados que tirotearon a un policía francés y trataron de convencernos de que "alto el fuego definitivo y permanente" son términos compatibles con un atentado mortal en la terminal de Barajas. Es normal, durante las conversaciones con un movimiento terrorista, que los interlocutores asignen significados diferentes a las palabras. Pero si uno habla con alguien para quien las palabras carecen de la más mínima atadura a un significado estable, es que no se está hablando. En tal caso, o se le recomienda un buen psiquiatra a nuestro "interlocutor" o se actúa. No hay diálogo posible. Con la gente que había en la cúpula de ETA en aquella época no se podía hablar, de nada. Había que actuar. Se hizo y se hizo muy bien.
   Pero he dicho que hacen falta dos elementos para mantener un movimiento terrorista vivo. El primero ha desaparecido. Quien más quien menos, en el País Vasco, está harto de la cultura de la violencia y deseoso de probar otras cosas. Lamentablemente, el interés de los partidos políticos por ETA no ha desaparecido. Esa es la razón por la que ahora los vemos a todos danzando un baile mágico alrededor del moribundo para mantenerlo vivo, al menos hasta el próximo 20 de noviembre (por cierto, esta situación me recuerda la de otro moribundo al que se mantuvo con vida hasta un 20 de noviembre, ¿quien era? ¿quien era?... vaya, no consigo acordarme). ¿Que no concibe cómo todos los partidos políticos han sacado tajada de la existencia de ETA? Vamos a empezar por lo más fácil. Gracias a ETA, la izquierda abertzale ha conseguido permanecer unida durante más de treinta años, algo totalmente impensable analizando su propia naturaleza. Lo que une a sus fieles votantes no es la idea de una Euskadi libre, ni la idea de una Euskadi sozialista, ni nada semejante. La izquierda abertzale carece de cualquier cosa que suene a una ideología reconocible. Lo que la mantiene unida es la experiencia vital de haber sido detenido por las fuerzas de orden público o tener un familiar que ha pasado por semejante experiencia. Sin ese pastor que ha sido ETA, hace tiempo que se hubiese disgregado en una multiplicidad de grupúsculos.
   Lo del PNV también es muy claro. Xavier Arzálluz lo sabía. De un partido de recios hombres de palabra como fue en la Segunda República, ha pasado a un partido de gente con michelines que, de no ser por ETA, hubiese acabado por convertirse en una suerte de partido regionalista como la Chunta Aragonesista, pero sin cantantes en sus filas. Ahora bien, ¿qué sería del PP si no hubiese podido defender la sacrosanta unidad de España? Todo nacionalismo necesita de un nacionalismo contrapuesto a él para subsistir, sin una némesis, la cosa no tiene chiste. No hay nada como poner a la gente a seguir una bandera para convencerla de las mayores estupideces. Y si no me creen, piensen en los hinchas de fútbol. Por eso, siempre que alguien me habla de su nación milenaria, de la unidad de la patria, de la defensa de la lengua de sus mayores y cosas así, sigo el consejo de Don Miguel de Unamuno y me echo mano a la cartera, porque ése, ése viene a por mi dinero. Piensen Uds. en el gobierno de Artur Mas. Llegó ahí predicando la soberanía de Catalunya y lo primero ha hecho ha sido meterle la mano en los bolsillos a todos los ciudadanos, catalanoparlantes o no.
   Quien mejor ha sabido exprimir el tema de ETA, con sucesivas modulaciones de su política, ha sido el PSOE. Comenzó con un disparatado y chapucero "ojo por ojo" que condujo a ETA a la mayor situación de fortaleza de su historia. Eso sí, el PSOE empezó a pescar votos en caladeros en los que jamás se pensó que podía obtenerlos. Todavía hoy la gente de derechas habla con admiración de Felipe González. En lo referente al terrorismo, las cosas fueron hasta tal punto mal, que se aceptó unas conversaciones con el movimiento terrorista en Argel. La verdad es que fueron lo más cerca que se ha estado nunca de acabar negociadamente con el terrorismo en España. Durante esas conversaciones, comenzó a forjarse entre los socialistas la idea de que podrían ganar muchas elecciones si conseguían, por fin, acabar con ETA. Así, que, sin otra opción, empezaron a hacer las cosas bien y en el año 92, la cúpula de la organización fue detenida en Bidart después de una investigación policial como hay que hacerla en estos casos. Aquello fue el principio del fin de ETA. Pero he aquí que, ahora, ETA está a punto de morirse antes de tiempo. El santo grial del harakiri etarra parece a la vuelta de la esquina. Cuál sea el día exacto en que se produce, es la última esperanza del PSOE para ganar las próximas elecciones. A cambio de participar en la astracanada de la conferencia de paz, los socialistas esperan la noticia de la defunción de ETA en la jornada de reflexión, para lograr un inesperado vuelco de los sondeos. Mientras, el PP espera que se produzca en el inicio de la campaña electoral o después de la misma. En el primer caso, acusarían al PSOE de connivencia con ETA. En el segundo se apuntarían un tanto nada más empezar. Pero ¿y ETA?
   Ante todo, no hay que esperar de los etarras que tengan las menor intención de disolverse. Dudo mucho de que haya ahí alguien con los dedos de frente necesarios para darse cuenta de que el momento ideal para hacerlo es... hace mucho tiempo. No hay un solo indicio objetivo que muestre la intención de la banda de disolverse si exceptuamos la supuesta noticia de que está vendiendo sus armas. Sus últimos comunicados no dicen nada diferente de lo que han venido diciendo siempre. Cierto, está el llamamiento de su aparato político, el cual ni suspira sin pedir permiso a los de Francia. Yo les sugiero que vuelvan a leer su declaración. No hay ninguna petición expresa a la banda para que se disuelva. Otra cosa es lo que los lectores de esta declaración (dudo mucho que la hayan redactado ellos), han expresado en entrevistas varias... ¿a título personal? Por fin, después de muchos meses de ostracismo, los etarras vuelven a salir en primer plana de los medios de comunicación. Parte de la campaña electoral puede estar centrada en ellos. Todo el mundo los mira. Luego... ¿para qué disolverse ahora? No creo que lo vayan a hacer para contentar al PSOE y mucho menos como "gesto de buena voluntad" ante el nuevo gobierno. Más bien, conociendo su trayectoria, yo apostaría porque anunciarán su renuncia a la lucha armada (sin renunciar por ello a cometer atentados), su abandono de las armas (sin dejar de usarlas), y su compromiso con las vías estrictamente políticas (sin dejar de estar comprometidos con todas las demás vías). Y, creánme, no saben Uds. hasta qué punto me pondría contento si me equivocase.

domingo, 16 de octubre de 2011

Ascensor averiado, usen las escaleras de incendio

   Recuerdo una mujer que subió en el autobús que hacía el trayecto de Alcalá a Sevilla. Parecía que le habían cortado el pelo con unas tijeras de podar setos. Llevaba una camisa blanca y unos pantalones de hombre atados con una cuerda. Iba descalza. En brazos llevaba un niño de corta edad semidesnudo. La acompañaban dos niños más. Eran menores de cinco años y sus ropas parecían habérseles quedado pequeñas meses atrás. Ella se sentó en un escalón del autobús y pasó todo el trayecto con la mano en la mejilla. Los dos niños estuvieron todo el rato peleándose, se dieron una infinidad de golpes en el estómago y se insultaron de modo terrible. Después me fui a mi facultad y un profesor del Opus, con un chaleco de Burberry, me expuso una brillante teoría suya, según la cual el sufrimiento en el mundo demostraba la existencia de Dios.
   La parada en la que se había subido aquella mujer pertenecía a una de las peores barriadas de Sevilla. Durante décadas, sus jóvenes estudiaron en el mismo instituto que lo hice yo. Un puñado de ellos llegaron a la universidad y alcanzaron la licenciatura. Recuerdo en concreto a dos compañeros de mi promoción. Eran hijos de obreros, vivían en una zona relativamente buena de aquella barriada y acabaron impartiendo clases de química. No destacaban especialmente en nuestra promoción en el sentido de que, la mayoría de nosotros, también éramos hijos de obreros. De hecho, el modelo familiar de los que acabamos formando parte de una promoción de licenciados en diferentes especialidades era el mismo: madres amas de casa y padres trabajadores de escasa cualificación. A lo mejor algún tendero, algún tabernero, cosas así. No recuerdo que hubiese hijos de licenciados entre nosotros. Con toda seguridad los hubo, pero eran la minoría.
   Visité las casas de muchos de mis compañeros de promoción. En la mayoría de ellas, los primeros atisbos de una biblioteca lo constituían los ejemplares que ellos mismos habían comenzado a comprar. Lo que sí había en nuestros hogares era la conciencia, el estímulo, la voluntad decidida de nuestros padres, para que fuésemos un paso más allá de lo que ellos habían ido en la vida. Todo el mundo parecía estar de acuerdo en que, el mejor modo para conseguirlo, era estudiar. Recuerdo discusiones muy desagradables entre nuestros mayores, verdaderos piques, por tal nota en tal asignatura y a los segundones de cada casa intentando obtener notas superiores a las de sus hermanos mayores para atraer la atención parental.
   No tengo la sensación de que las cosas sigan igual. Un número significativo de mis alumnos son hijos de licenciados. Pero existe una especie de fatalismo familiar. Son ellos los que en mayor proporción alcanzan la universidad. Los hijos de obreros, los hijos de obreros de baja cualificación o ninguna, como fuimos nosotros, sólo lo consiguen en muy escaso número. Casi se palpa el ansia, las ganas de aprender, la curiosidad, de quienes están acostumbrados a tener libros en casa. Los hogares dominados por la televisión e Internet no parecen estimular a los jóvenes en el mismo grado.
   Las estadísticas que vengo leyendo me indican que no es una sensación mía. Todos los análisis que se realizan coinciden en que el nivel de estudios y lectura de los padres es determinante en las probabilidades de éxito educativo de los hijos. El sistema educativo no consigue limar las diferencias sociales, muy al contrario, las acentúa. Estamos inmersos en una situación en la que los hijos de obreros tienen que cambiar su destino si quieren llegar a ser algo más que obreros ellos mismos. Mientras, los hijos de licenciados, sólo tienen que seguir la corriente para llegar a ser licenciados y los hijos de clases altas sólo tienen que evitar las tonterías para no caerse desde su altura. Se puede decir de otro modo: el ascensor social está parado. Para la mayoría, la única manera de ascender socialmente es por la escalera de emergencia, es decir, adhiriéndose a las corruptelas políticas y practicando el tristemente famoso "pelotazo".
   Hace al menos treinta años que las primeras podas neoliberales del Estado del bienestar condujeron a un drástico cercenamiento de las aspiraciones de los ciudadanos. Desde entonces, todo ha conspirado para ir atrapando a los individuos en la franja de ingresos en la que nacen a medio o largo plazo. Es difícil sobrevalorar las consecuencias de una situación así. Cuando un individuo cae en la cuenta que no le espera nada diferente de lo que puede ver que han vivido sus padres, primero lo embarga la desesperanza, pierde el interés por cualquier esfuerzo, desfallece al primer obstáculo. Pero, poco a poco, con los años, va naciendo en él el resentimiento hacia todos aquellos que, únicamente merced a su nacimiento, pueden aspirar a algo más. Ese resentimiento lo adquirirán con la leche materna sus descendientes y ya no tendrán que pasar por la primera fase para llegar a la segunda. Al cabo de unas generaciones, lo que queda es el puro odio desde la más tierna infancia. Un ascensor social parado, un mundo en el que a los individuos sólo les cabe aspirar a lo que ven que aspiraron sus padres, es una bomba de relojería puesta en marcha, cuyo estallido será tanto más violento cuanto más tiempo pase.
   Por todo ello, las actuales discusiones acerca del recorte de las políticas sociales, son ridículas por desenfocadas. La única política social con sentido es aquella que ayuda a los hijos de una mujer descalza a embarcarse en unos estudios con la misma probabilidad de éxito que los hijos de un cirujano. Todo lo demás es demagogia política, despilfarro a manos llenas, limosna encalada de populismo. Y eso es lo que ha venido ocurriendo con las política sociales en los últimos treinta años. Los billetes, por su uso inconsistente y por insuficientes, se han ido convirtiendo, uno tras otro, en barquitos de papel circulando alcantarillas abajo. Si de verdad se quiere crear empleo, si de verdad se quieren poner los cimientos para un crecimiento sólido, si de verdad se quiere cambiar el modelo productivo, si de verdad se quiere sanear la economía, no hay mejor camino que invertir en el futuro, invertir en nuestra base social, invertir en nuestros jóvenes. La mejor manera de crear empleo en sectores en los que difícilmente se va a destruir, es con una poderosa política social que de verdad ayude, que permita la movilidad social, que ofrezca la posibilidad a todos de llegar a lo que aspiren. ¿Quieren que nuestros jóvenes sean emprendedores? Ofrézcanles a todos la oportunidad de emprender. ¿Quieren acabar con el défict? Ofrézcanles a todos la oportunidad de tener ingresos con los que pagar impuestos. ¿Quieren reactivar la economía? Reactiven el ascensor social.

domingo, 9 de octubre de 2011

First we take Manhattan...

   Cuando el año 2.012 comience, habrá quedado en claro la cuestión que va a decidirse en los próximos meses. Esta cuestión es bien simple, a saber, si las revoluciones mediterráneas supondrán un hito histórico o bien se quedarán como un fugaz rayo de esperanza. Los contendientes saben de la seriedad de lo que se avecina y están tomando posiciones. No hace falta más que mirar las diferentes trincheras. En Túnez y Egipto, las fuentes de esta revolución, los detentadores del poder han optado por imponer un ritmo lento de reformas para conseguir que, de tanto esperar, al final la ciudadanía se olvide de qué estaba pidiendo y se acabe acostumbrando a otro dictadorzuelo "provisional". En Libia, ha comenzado la cuenta atrás para la fotografía que nos muestre al sátrapa colgado cabeza abajo, como aquella gloriosa instantánea de Mussolini. En Siria falta muy poco para que se "libianicen". En España quedan seis semanas para las elecciones. Hay que recordar que unas elecciones son la gran fiesta de la democracia. Es responsabilidad de todos nosotros que sea eso, una fiesta, una gigantesca fiesta y una gigantesca fiesta de la democracia, de la democracia real. Y, lo más sorprendente, el Mediterráneo ha resultado tener una orilla en New York. El movimiento "Ocupa Wall Street", se ha propuesto, algo tan extraño en los Estados Unidos como expropiar a los expropiadores, rescatar nuestro futuro de las manos de aquellos que ya se quedaron con nuestro pasado.
   Qué se espera de nosotros, los ciudadanos, está claro y qué debemos hacer también. Túnez, Egipto y España necesitan de una acción decidida por nuestra parte. Como ya he dicho, la democracia se convierte periódicamente en una gran fiesta. Hemos de festejar nuestras democracias por venir en cada calle, en cada plaza, en cada mitin, en cada rueda de prensa, en cada acto en que alguien que no sean los ciudadanos quiera robarnos el protagonismo de una fiesta que nunca debió de dejar de ser nuestra, de todos. No obstante, no hay que ser ingenuos. No va a ser fácil. El ejemplo de Gadafi, de Al Assad cunde. Hasta 700 detenidos hubo en New York por ocupar un puente y su alcalde ya ha amenazado con hacer valer los derechos de la mayoría silenciosa, es decir, con sofocar cualquier intento de no ser obediente. En Bruselas la policía ni siquiera permitió la concentración de los peligrosísimos manifestantes. En España las señales también son nítidas. El pasado viernes, una valerosa unidad de élite de ese cuerpo de seguridad que tienen en Cataluña, apellidado "escuadra"(1), detuvieron a un puñado de perroflautas que tomaban una copa en la cafetería de la Ciudad de la Justicia a la espera de entregarse al juez en cuanto éste se lo permitiera. Dicen que los miembros de la "escuadra" de asalto, haciendo gala de la habitual contención policial, no emplearon sus armas reglamentarias para repeler un durísimo roce de las rastras de uno de los detenidos. El juez de guardia intentó ponerse en contacto con el juez competente y éste, actuando conforme a la ley (del Talión), se negó a aceptar su entrega si no era esposados y previo paso por los calabozos. No era menos lo que merecían, ciertamente, estos facinerosos que hasta se atrevieron a arrojar pintura a uno de los que hace tiempo que debería estar en el calabozo donde ellos durmieron por apropiarse de lo que es de todos en nombre de los necesarios recortes.
   Andalucía no es como Cataluña. Aquí gozamos de un espléndido gobierno de izquierdas que ha tenido la gentileza de aprobar una ley de participación ciudadana, calcada de la estatal aprobada hace ya hace unos años. Una comisión del 15-M explicó a los miembros del Parlamento andaluz lo que ellos ya sabían, que con una ley de este género van a llegar a dicho Parlamento el mismo número de leyes por iniciativa ciudadana que los que han llegado al Parlamento nacional. ¿Cuántas leyes se han aprobado hasta ahora por iniciativa popular en este país? Pues, en números redondos, cero. Es normal, la cantidad de trámites es tan elevada, el procedimiento tan prolijo, las molestias que ocasiona a sus promotores de tal calibre, que sólo alguien con enormes recursos y fácil acceso a los medios de comunicación podría tramitar una cosa así. ¡Adivinen! Los únicos con medios para lograr que una ley sea aprobada por iniciativa popular son los ricos. Pero, insisto, esto es muy diferente al modo de gobernar en Cataluña. Es un gobierno de izquierdas. Un gobierno de izquierdas tiene siempre en la sensatez del gasto y su beneficio para la mayoría la guía de su actuación. Por ejemplo, para restaurar el Palacio de San Telmo, patrimonio de todos los andaluces y, por casualidad, sede de la presidencia de la Junta de Andalucía, se han gastado 53.000.000 de euros. Aunque la oposición asegura que la factura real asciende a 100 millones de euros y los rumores que circulan por Sevilla la elevan a 200 millones. Y si Ud. se está preguntando cuántos desahucios se podrían evitar con cincuenta y tres millones de euros, es que Ud. también es un maldito antisistema con rastras, más o menos como yo.
   Lo anterior demuestra que, en las actuales circunstancias, las reivindicaciones de cualquier movimiento social que se precie no pueden ser estrictamente políticas. Poco a poco, las cartas van quedando al descubierto. La última rebaja del rating de la deuda española por parte de la agencia de calificación Fitch muestra cuál es la dinámica real. Siempre se nos ha contado que las agencias de calificación analizan los datos de determinadas entidades, emiten informes resultantes de esos análisis y los inversores actúan en consecuencia. Es mentira. El funcionamiento real de las agencias de calificación es otro. Son los grandes inversores internacionales los que analizan la situación de determinadas entidades para ver las posibles acciones que pueden conducir a pingües beneficios. Una vez establecidas éstas, piden a las agencias que suban o bajen la calificación para que el movimiento consiguiente de los inversores medianos y pequeños acabe por proporcionarles los beneficios ya calculados. A España se la ha bajado dos escalones en la escala de riesgo de Fitch sin ninguna justificación objetiva. Simplemente, la acción concertada de los bancos nacionales había tirado por tierra las apuestas ya hechas por los grandes inversores de un despeñamiento de las economías europeas. Había que poner en marcha una reacción brutal de los mercados que sobrepasara toda capacidad de actuación por parte de los bancos nacionales y la respuesta era, obviamente, una bajada de dos escalones. Ahora los beneficios de los grandes inversores quedan salvaguardados.
   Si los movimientos ciudadanos quieren convertirse en actores reales de los acontecimientos que van a venir, es imprescindible un programa económico. En qué debe consistir éste resulta claro. A partir de este momento a España lo que le queda es ver cómo los tipos de interés solicitados para su deuda aumentan exponencialmente. Como consecuencia, aumentará nuestra deuda soberana, lo cual provocará, en un círculo vicioso, el aumento de los intereses. Al final, el FMI se ofrecerá para "ayudarnos". El caso de Suramérica en los años 70, de los países africanos en diferentes etapas y de Grecia, Irlanda y Portugal recientemente, muestra que, lo que debemos evitar, no es la bancarrota sino, precisamente, es "ayuda" del FMI que, después de sacrificios bestiales sin fin acaba conduciendo.... a la bancarrota. Por tanto los ciudadanos debemos exigir una reestructuración inmediata de la deuda soberana y autonómica. Debemos reestructurar nuestra deuda ¡ya! haciendo una quita significativa y progresiva, mayor para los grandes inversores. Reestructurar nuestra deuda ahora significará ahorrarnos varios años de sacrificios absolutamente inútiles que, como demuestra el caso griego, al final sólo agravan el mal que pretendían curar. Naturalmente, esta reestructuración debería hacerse sin la "ayuda" del FMI ni de Europa, quiero decir, deberá hacerse mediante una salida del euro a partir del próximo 1 de enero de 2.012. De hecho, deberíamos invitar a todos los países de la zona euro a salirse del mismo, salvo aquellos países sin problemas fiscales. Es cierto que esto dejaría al euro circulando únicamente por Alemania y Finlandia, pero las circunstancias lo exigen. Quizás esta medida suponga que se dispare la inflación, pero hay que recordar que ese aumento de la inflación conduciría, en realidad, a la práctica cancelación de la deuda que quede tras la reestructuración.
   En este punto se me puede acusar de inconsistente, pues en una entrada anterior manifesté mi adhesión a la idea de Europa y a su moneda única. No hay tal inconsistencia. Únicamente se trata de una diferencia entre táctica y estrategia. Los países con problema fiscales deben abandonar momentáneamente la zona euro. ¿Durante cuánto tiempo? ¿hasta que acaben sus problemas fiscales? Tal vez no sea necesario esperar tanto, bastará con volver a la zona euro cuando en ella no manden ni Herr Schäuble ni Frau Merkel. Aunque, claro, habría que ver cuánto tiempo sobrevivirían, políticamente hablando, si un solo país concretase su amenaza de abandonar el euro. Y entonces... entonces tomaremos Berlín.



   (1) Por cierto que, como siempre, no todos los miembros del colectivo están cortados por el mismo patrón y, si no me creen, lean, lean

jueves, 6 de octubre de 2011

Hoy me siento orgulloso de ser hombre

   Hay días en los que no me siento nada orgulloso de ser hombre. Este no es uno de ellos. La Asociación de Hombres por la Iguadad de Género, ha convocado una manifestación en Sevilla para el próximo 21 de octubre bajo el lema: "Planta cara a la Violencia - Ponle cara a la igualdad". Me caen simpáticos estos chicos de la AHIGE. Hace un tiempo organizaron una planchada, en Málaga, si no recuerdo mal. Acudieron allí con sus generadores de electricidad, sus planchas y sus camisas a demostrar que a uno no se le cae el pito por quitar arrugas. Este tipo de acciones es fundamental para desmontar todo ese cúmulo de tópicos que se van acumulando para ocultar la gravedad de una situación escandalosa. Nuestras valientes y democráticas sociedades occidentales parecen haberse vuelto ciegas ante el asesinato gratuito de algunos de sus miembros por ser trabajadores y/o mujeres. "Accidente laboral", "violencia de género", "cualquiera puede ser un agresor", son las nítidas etiquetas con las que se tapan los cadáveres y ya podemos mirar hacia otro lado y tragarnos otra noticia predigerida. Desde AHIGE, hay gente esforzándose por mostrar que la realidad es, como siempre, más compleja y que si estos problemas se han enquistado es porque responden a pautas muy alejadas de las que suelen vociferar los medios de comunicación. No son las mujeres o los hombres quienes tienen un problema llamado "violencia de género", son nuestras sociedades las que tienen un problema y tenemos que tratar de resolverlo todos desde nuestro ámbito de actuación, nuestras responsabilidades y nuestros niveles de compromiso.
   Lo anterior incluye, por supuesto, a los jueces. Como ya dije con anterioridad, hay algunos a los que parece que el cargo les tocó en la tapa de un yogurt. Recientemente, cierto juez ha considerado que decirle a una mujer "te voy a regalar una caja de pino" es desvelarle el obsequio de cumpleaños, que llamarla "zorra" es alabar su astucia y, cabe suponer, que gritarle "perra" será alabar su fidelidad o que etiquetarla de "puta" será recalcar la antigüedad de su trabajo. No quiero imaginarme qué pensará la mujer en cuestión de su marido, del juez y de la justicia. Por si las mujeres no estuvieran suficientemente desamparadas ante la violencia, el silencio de la sociedad, la insuficiencia de los recursos para protegerlas y la lentitud de los medios judiciales, cuando por fin se dictan sentencias, es para esto.
   ¿Qué está pasando para que un país añada sin sonrojo a las brutales cifras de asesinadas por sus maridos o novios, el encogimiento de hombros generalizado? ¿Cuál es el problema al que nos enfrentamos? La respuesta es simple y fácil es: el machismo, esa perversa ideología por la que los hombres se consideran superiores/mejores a las mujeres. Mi formación filosófica me hace huir de las respuestas simples y fáciles. ¿De verdad es ése el problema? Veamos. Uno de los tópicos de cualquier pensadora feminista que se precie es que la pornografía cosifica a la mujer, la convierte en una mercancía más, una mercancía intercambiable, esencialmente, por dinero. Una vertiente de esa pornografía son las revistas eróticas y, entre ellas, una de las más conocidas es Playboy. La cosificación, la fetichización que Playboy hace de las mujeres llega a tal límite que ni siquiera las trata como verdaderas mujeres, sino como "conejitas". Playboy no presenta despampanantes mujeres desnudas (según me han contado), presenta animalitos carentes de razón, a los que no se debe respeto y que, cualquier hombre que se precie de serlo, debe estar deseando cazar. Difícilmente se puede pensar en un mejor ejemplo de cosificación de la mujer. Pues bien, no sé en otras partes del país o del continente, en el pequeño trocito de globo terráqueo por el que suelo pasear, se ha convertido en una plaga entre las mujeres la típica conejita símbolo de Playboy. Las jóvenes llevan pegatinas en su coche con su silueta, se la cuelgan del cuello o se la tatúan en los brazos. Son las mismas jóvenes conductoras a las que si un varón no les cede el paso en una calle, lo insultarán prestamente llamándolo "machista".
   Pero el problema no es de esta generación de jóvenes. Cada año suelo pedir a mis alumnas que se pongan en la misma situación. Supongamos, les digo, que vuestra madre está tendiendo la ropa. Supongamos que vuestro hermano (caso de que lo tengáis) está viendo la televisión y vosotras, estudiando. Si necesita ayuda ¿a quién llama vuestra madre? Cada año suelo encontrarme la misma respuesta. Una inmensa mayoría de mis alumnas con hermanos me cuentan que sus madres las llaman a ellas para ayudarlas. La razón fundamental que aducen para disculpar a sus madres es que sus hermanos "no saben" hacer semejantes cosas. Una joven puede saber su madre es una persona con los mismos derechos y deberes que su padre gracias a la educación recibida en el colegio acerca de la igualdad de género, pero nada de eso tendrá el menor efecto si se la confronta con una realidad cotidiana en la que ella tiene que realizar todas las labores que los hombres "no saben" hacer. Y, obviamente, no las saben hacer porque nadie ha considerado conveniente enseñárselas.
   Las cosas van más allá. Muchas mujeres son perfectamente conscientes de que su "liberación" ha consistido en que ahora pueden trabajar fuera de casa casi tanto como lo hacen en casa. Incluso, las hay tan "liberadas" que han conseguido trabajos tan bien retribuidos como para que otra persona haga las tareas de casa... Otra persona no, más bien otra mujer. Y aquí, las cuestiones comienzan a volverse realmente delicadas y, sinceramente, no tengo respuestas fáciles a ellas. Supongamos que sea Ud. mujer, ¿contrataría a un hombre para hacer las tareas del hogar mientras está Ud. trabajando? ¿y para cuidar a los niños? Recientemente he tenido una discusión (creo que absolutamente cordial) con mis alumnas por un comentario ocasional en clase. Me dijeron y prácticamente todas estaban de acuerdo, que si su novio aparecía un fin de semana vestido de un modo hortera, le exigirían inmediatamente que se cambiase de ropa. Les pregunté, malintencionadamente, qué pensarían si fuesen sus novios los que las mandasen a casa a ellas a cambiarse de ropa por lucir minifalda. Ese comportamiento ya no era "lógico" ni "normal", era "machismo". Lo digo con toda honestidad, no sé si tenían razón. Hagamos abstracción del sexo de los implicados en esta situación. En una relación entre iguales, si el otro hace comentarios acerca de mi indumentaria, yo puedo hacer comentarios acerca de la indumentaria del otro. Si introducimos el sexo en los implicados la cosa no cambia mucho: si mi novio no puede ir vestido de un modo que a mí me parece inapropiado, mi novia no puede ir vestida de un modo que a mí me parece inapropiado. Pero si ahora concretamos en qué consiste ese carácter inapropiado, esto es, un escote demasiado amplio, por ejemplo, la naturaleza de la situación cambia por completo. ¿Por qué? ¿qué es lo que estamos buscando? ¿qué debemos perseguir? ¿unas relaciones entre sexos igualitarias? ¿más equilibradas? ¿armónicas? ¿O, quizás, no es ahí donde radica el problema? ¿Y si el problema fuese ese "mi"? ¿y si el problema consistiese en que ya no sabemos tratarnos unos a otros de un modo diferente a como tratamos el resto de nuestras propiedades? Al fin y al cabo, si yo tengo un televisor y lo puedo poner al volumen que quiera, tengo un coche y lo puedo aparcar donde quiera, también tengo una novia/mujer (o un novio/marido) y puedo...
   De ningún modo creo que sean identificables todas las ideas que hay en las cabezas de los hombres con un modo de pensar machista, ni todas las ideas que hay en las cabezas de las mujeres con un modo de pensar feminista. Me parece que hay hombres que están trabajando muy duro por desmontar los planteamientos sexistas que imperan en nuestras cabezas, caso de AHIGE, y que hay mujeres reproduciendo constantemente esos esquemas mentales, por más que después se quejen de sufrirlos. Nadie tiene automáticamente la razón por pertenecer a una minoría perseguida igual que nadie está inevitablemente equivocado por pertenecer a una mayoría opresora. Es totalmente cierto que los hombres tenemos que desterrar determinadas ideas de nuestra mente que hacen de nosotros algo verdaderamente patético, siempre buscando la competición, demostrar lo grande que la tenemos o lo gallitos que podemos llegar a ser. Es totalmente cierto que hay que construir otro patrón de masculinidad mucho más apegado a nuestras sociedades culturales y lejano de los cazadores-recolectores que hace ya milenios que no somos. Pero, como siempre, tampoco esto seremos capaces de hacerlo solos.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Paisajes otoñales

   Recuerdo una novela, de autor ruso contemporáneo, que narraba el ascenso de un botarate a la cúpula de una organización mezcla de agencia publicitaria, secta y mafia. En su escalada, descubría que los personajes de la actualidad social, cultural y política eran, en realidad, el producto de unos buenos guiones y sofisticadísimas técnicas de animación. La totalidad de imágenes de los telediarios procedían de ahí, desde la visita a un hospital del Jefe de Estado, hasta los atentados en Chechenia. La cosa se complicaba porque, en un determinado momento, el protagonista recibía gruesos sobres de dinero y tarjetas de felicitación, enviados desde paraísos vacacionales y firmados por los nombres de los personajes, en teoría, sólo ficticios, de la actualidad del país. El relato terminaba con el tipo, ya encaramado en la cúpula de la organización, por voluntad de gente de un nivel superior de decisiones a quienes la novela no retrataba. Allí, aparte de una vida la mar de placentera, desarrollaba un cierto gusto por hacer apariciones, como personaje secundario, en diferentes anuncios. Toda esta historia me pareció horriblemente estrambótica y llegué hasta el final, sobre todo, porque estaba en la India y no conseguí encontrar nada más interesante que leer. Sin embargo, ha pasado a formar parte de esos libros y películas que, sin gustarme, recuerdo una y otra vez. De hecho, me acuerdo de ella siempre que leo noticias sobre Rusia. La última es que hasta la organización que se describía en la novela, ha llegado la crisis. Para reducir costes, han decidido no desarrollar nuevos personajes. Por tanto, los dos protagonistas principales de los telediarios de los últimos años, esto es, Putin y Mendeleiev, seguirán siéndolo durante seis o doce años más. Eso sí, para no conducir a los guionistas a un ataque de nervios, volverán a intercambiar sus papeles.
   Todos sabemos que Rusia es una democracia ficticia, España es diferente. Aquí tendremos la oportunidad, el próximo 20 de noviembre (bendita fecha), de elegir entre el PPSOE y el PPSOE para que nos apliquen una política de mercado. Hubo una época, que nos pareció espantosa, en que nuestros gobernantes tomaban sus decisiones basándose en los sondeos de alguna empresa creada a tal fin. Ahora parece una época gloriosa. Hace ya una buena temporada que las estadísticas que se consultan para tomar decisiones políticas son las que reflejan cómo va el mercado. Lo más divertido es ver a los políticos insistiendo en que deben ser los mercados quienes se plieguen a ellos, mientras miran de reojo el diferencial con el bono alemán para saber si van por buen camino o no. ¿Y quiénes componen ese mercado que decide sobre nuestro futuro? Pues, esencialmente, gente con muchísimo más dinero que el tal Alessio Rastani, pero con su misma mentalidad. Éste es un caso para la historia. La BBC, el paradigma de buen hacer periodístico, lleva a un programa de gran audiencia, un “experto” del que, al parecer, lo único que sabe, es su nombre, el monto de su hipoteca y que se dedica a invertir de modo privado (por el monto de su hipoteca, hemos de suponer que cantidades muy modestas). Si ése es todo el curriculum para ser citado como “experto” por la BBC, no quiero ni imaginarme cuál es el curriculum de los “expertos” que citan los medios de comunicación españoles.
   El tal Sr. Rastani, en sus quince minutos de fama, se dedicó a cocinar una buena receta de profecía que se autocumple y que, a buen seguro, le permitirá aparecer como “gurú” la próxima vez. De un modo nada disimulado comunicó a la audiencia que quienes no saquen inmediatamente su dinero de los bancos y lo inviertan en bolsa como hace él, lo perderán todo. Además, dio pistas de cómo hay que invertir: debemos apostar, y fuerte, porque la cosa se va a ir al garete. Tal y como están los mercados, lo único que les hace falta es una legión de pequeños inversores, corriendo como pollos sin cabeza, a la búsqueda de apuestas a la baja que les proporcionen un buen pelotazo. Efectivamente, eso lo mandaría todo al garete en un visto y no visto. Como digo, ésta es la mentalidad de quienes vienen haciendo dinero a espuertas desde hace más de treinta años, de aquéllos a quienes se suelen  considerar genios de las finanzas o, de un modo resumido, triunfadores. El moderno capitalismo nos ha enseñado de todas las maneras imaginable que la destrucción genera beneficios y que, cuanto más grande sea la destrucción, mayores serán los beneficios. Parece que ha llegado la hora de obtener beneficios récord tirando bombas H económicas por doquier. No sé si el Sr. Rastani es quien dice ser o no. Carece de importancia. Se trata de un revolucionario de primer orden al que le bastarían otros quince minutos ante las cámaras para lograr lo que Marx y su Partido Comunista no lograron en dos siglos.
   Afortunadamente, tenemos a nuestros políticos para salvarnos de estos subversivos. Sin pausa, avanza el plan de rescate para Grecia que, ¡adivinen! exigirá nuevos sacrificios, y también se está avanzando en un plan de rescate para la banca. Los buitres del FMI han descubierto que con otra subvención de tamaño descomunal los bancos podrán... ¿Esperar tranquilamente hasta la nueva subvención? Ya lo he dicho, soy viejo, he visto unas cuantas cosas. Recuerdo haber oído argumentar que el subsidio de desempleo no podía ser muy elevado ni demasiado duradero porque, de ese modo, los parados perdían el incentivo para buscar trabajo. ¿Las subvenciones a la banca sí pueden ser elevadas y duraderas? ¿para qué? ¿para que pierdan el incentivo de buscar clientes? Quien realmente necesita un plan de rescate, masivo e inmediato, no es Grecia ni la banca, son las familias. El nivel de endeudamiento alarmante es el de las familias, españolas en particular y europeas en general. Hasta que las subvenciones no vayan a las familias para que salgan de su asfixia cotidiana, esta crisis no va a hacer otra cosa que agrandarse. Pero claro, una de las cosas más graciosas de la macroeconomía es que los macroeconomistas olvidan que ése no es el nivel último de explicación posible, mejor todavía,  ése no es el nivel explicativo. Las explicaciones, las explicaciones reales, siempre están a nivel microeconómico porque la economía, como el poder, siempre es “micro”.
   Hablando de “micro” (es decir, de microcerebros), acabamos de enterarnos que el sueldo de Dña. Esperanza Aguirre es el de cinco profesores de secundaria. Como los profesores de secundaria sólo trabajamos 18 horas semanales, esto es, sólo trabajamos cuando estamos en clase con los alumnos/as, hay que suponer que ella trabaja 90 horas semanales. Lo cual significa, si mis cálculos no fallan, que la Sra. Aguirre se pasa 13 horas diarias en su despacho, porque, en justa correspondencia, consideraremos que ella, cuando no está en su despacho, es que no trabaja. Por supuesto, estas horas diarias incluyen sábados y domingos. Esas son las cuentas según la Sra. Aguirre y si resulta que ella no dedica 13 horas diarias a estar en su despacho es que trabaja menos que los profesores. Pero bueno, tampoco le vamos a pedir a la Sra. Aguirre que sepa de matemáticas. A estas alturas nadie le pide seriamente que sepa de nada. Son las cosas que pasan en Madrid. En la periferia estas cosas no pasan. Pasan otras.
   Es de agradecer la sensatez de CiU. Haciendo gala de una exquisita coherencia, ha decidido no inmiscuirse en las próximas elecciones del país vecino y ellos siguen recorta que te recortaré aquí y allá, hoy un geriátrico, mañana un hospital, pasado la enseñanza de nuevo, 1,6 millones de subvención al doblaje de películas americanas al catalán... ¡Huy, no! ¡Perdón! He leído mal la noticia. Los 1,6 millones sí que se los van a gastar. Es lógico, al fin y al cabo, con los recortes en educación, un profesor de lengua puede acabar dando matemáticas, eso sí, en catalán. Lo que los futuros catalanes aprendan, que se mueran en las salas de urgencia de los hospitales, no tiene mucha importancia. Que se enteren del discurso de Nochebuena del President, eso, eso es, fundamental. No sé si CiU va a presentar listas al parlamento de la nación vecina, quiero decir, al parlamento español. Quizás, debería sumarse al plan de ahorro y evitarse molestas porque, con cosas como éstas, no les van a votar ni los del Opus.
   Menos mal que, en medio de tanto desconcierto, uno siempre encuentra buenos motivos para reírse. Uno de ellos es que acaba de surgir un nuevo dúo cómico que son la monda. Se llaman Rubalcaba y Rajoy. La verdad es que no sé quién de los dos me resulta más gracioso. El primero ha dicho, muy serio, como mandan los cánones, que si los socialistas que bajaron el sueldo a los funcionarios ganan, les subirán el sueldo. Lo que no me ha quedado claro es si lo volverán a subir hasta donde estaba o si lo subirán a partir de donde estaba. Supongo que sólo es cuestión de que vayan pasando los días. El segundo ha asegurado que, si sale elegido, no vacilará en no mover ni un dedo, que se compromete a hacer ya veremos qué y que, con él, el país irá hacia alguna parte. Todavía mejor, su partido ya ha elegido lema de campaña. Es conciso, brillante, suena a honestidad, a ausencia de escándalos, a seriedad, a savoir faire. ¿Que cuál es el lema? Muy fácil: “Por el cambio”. Y el caso es que a mí este lema me suena de algo... En fin, para que después digan que estos señores no son capaces de crear ilusión.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Perdidos en la traducción (4)

   Entiéndaseme, no tengo nada en contra de los vendedores de seguros. Amigos míos lo han sido durante largo tiempo. Es una profesión que contribuye al progreso de la humanidad tanto (o tan poco) como otras muchas. No obstante, hay algo particular en vender seguros. Si Ud. va a un concesionario de coches, podrá tocar el modelo deseado, subirse en él y puede que hasta arrancarlo. Naturalmente, no se va a comprar un traje sin probárselo y difícilmente se le ocurrirá asociarse a un club sin echarle un vistazo a sus instalaciones. Cuando se trata de un seguro, la cosa varía. Nadie pide probar la eficacia de un seguro. La verdad es justo lo contrario, estamos deseando no tener que probarla. Ciertamente, uno se puede hacer una idea leyendo las cláusulas de cobertura, pero eso no es nada comparable con probarse un traje. Sólo se las leerá cuando ya lo tiene contratado. A menos que sea un experto en leyes, no alcanzará a comprenderlas todas y, lo que es aún mejor, a los pocos meses le comenzarán a llegar "actualizaciones" de determinados supuestos que, en poco tiempo, compondrán un volumen más grueso que el conjunto de cláusulas originales. Los vendedores de seguro lo saben. Por eso llaman a su puerta ofreciéndole un seguro "mucho mejor", aunque difícilmente podrán especificar en qué consiste esa mejoría, salvo en una disminución de la prima que paga Ud. Por decirlo de un modo breve, un vendedor de seguros vende aire.
   Benjamin Lee Whorf fue agente de seguros. Se ganaba la vida vendiendo aire, hasta que un día decidió vender también aire en un campo al que era aficionado: la sociolingüística. Así nació la famosa tesis de Sapir-Whorf. Esta tesis afirma que nuestro lenguaje determina el modo en que captamos la realidad por lo que, en última instancia, determina el pensamiento. Dos individuos pueden coincidir en sus maneras de percibir la realidad únicamente si sus trasfondos lingüísticos son equivalentes.
   La relación de Edward Sapir con la tesis que lleva su nombre es más compleja de lo que parece. Es cierto que en su escrito Language: An Introduction to the Study of Speech, afirma que el lenguaje no se puede considerar el rótulo final que se le pone al pensamiento, sino que tiene "una función pre-racional", dándole a aquel sus clasificaciones y sus formas. Pero, en el mismo libro, se puede leer que es necesario clasificar las lenguas, que entre ellas se produce convergencia evolutiva, que es "una verdad a medias" el que cada lengua tenga su propia historia, que no se pueden identificar lengua y cultura, y que no se puede hablar de relación causal alguna entre ellas.
   En apoyo de la tesis de Sapir-Whorf, se suele citar la colección de palabras que tienen los esquimales para designar la nieve. Sin duda tienen muchas, pero ¿cuántas? Según me contaron a mí en la facultad el número no estaba por debajo de las trescientas. En realidad, el último conteo es de 1978, de un editorial de The New York Times y las cifra en unas cien, es decir, unas 93 más de las que daba Whorf en su artículo original. Claro que el propio Whorf había inflado la cifra de Boas, quien había mencionado la existencia de cuatro palabras para la nieve1.  En realidad, ni los esquimales tienen tantísimas palabras para designar la nieve, ni en inglés, francés o castellano existe sólo una. Y esto es curioso, el castellano, idioma originario de unas latitudes poco propicias para las nevadas, tiene, por supuesto, la palabra "nieve", pero también "aguanieve", "nevisca", "escarcha" y lo que solemos añadir al gin-tonic, es decir, hielo. Si echamos bien las cuentas, veremos que los que tienen muchos términos para designar la nieve no son los esquimales, sino los castellanohablantes. Cinco palabras para cubrir una realidad que los castellanos originarios difícilmente verían más de un puñado de horas al año implica una gran riqueza lingüística.
   En la primera mitad del siglo XX, los sociolingüistas estaban deseosos de algún género de teoría que diera amparo a la multitud de estudios empíricos existentes, de modo que acogieron la tesis de Sapir-Whorf con satisfacción. Poco después se expandió el estructuralismo y los lingüistas la abandonaron con la misma satisfacción con que la habían acogido. Pero el virus ya estaba en circulación y los siguientes en contagiarse fueron los antropólogos. Deseosos de dar una fundamentación al relativismo que Franz Boas había puesto en circulación contra el eurocentrismo de la antropología evolucionista decimonónica, Sapir y Whorf aparecieron como los profetas de una nueva verdad.
   A finales de la década de los 60, Eleanor Rosch y, posteriormente, Brent Berlin y Paul Kay, demostraron la falsedad de la tesis de Sapir-Whorf. Sus estudios pusieron de manifiesto que la percepción de los colores no depende del número de palabras que se tengan para ellos. Fácilmente hallaron una serie de patrones comunes que permitían articular las divisiones entre colores en las más diferentes categorías. Ciertamente, hay lenguas que hacen sutiles distinciones ausentes en otras lenguas, pero esas sutiles distinciones no se hacen en lugar de otras más burdas y universales, se hacen además de ellas. Es, por tanto, ridículo decir que estas lenguas deben ser inconmensurables con el resto.
   Para cuando los antropólogos comenzaron a renegar de la consabida tesis, ésta ya había dado el salto a otra disciplina, la filosofía. Los filósofos no sólo mostraron una propensión fuera de los común a contraer la enfermedad sino, lo cual es más preocupante, una enorme resistencia a cualquier tipo de tratamiento, ya provenga de la más pura lógica, de la experiencia o de su práctica cotidiana.
   Yo tengo un amigo que, cada vez que le digo, "fíjate qué casualidad, ha ocurrido que...", él me mira condescendiente, sonríe y me dice: "las casualidades no existen". Por ejemplo, supongamos que yo le dijese: "fíjate qué casualidad, una semana después de salir los papeles de Wikileaks sobre Guantánamo van y matan a Bin Laden, gracias a las confesiones de un preso de Guantánamo". Él me miraría, sonreiría condescendientemente y me repetiría: "las casualidades no existen". Si yo le dijese: "pues, casualmente, la aceptación de la tesis de Sapir-Whorf en filosofía es contemporánea con la explosión de las campañas de marketing", estoy seguro que él me respondería...
   Tengo que reconocer que, en efecto, aquí hay algo que no cuadra. Los filósofos llevan más de cuarenta años afirmando que es imposible pensar lo otro, que no hay manera de meterse en la cabeza de una persona de otra cultura y ver el mundo como él lo ve. Sólo un esquimal puede saber cómo piensa un esquimal y esto se puede reiterar a múltiples niveles: sólo un gitano sabe cómo piensa un gitano, sólo una mujer sabe cómo piensa una mujer y sólo los vecinos del quinto podemos saber cómo pensamos los vecinos del quinto. Sin embargo, hay unos señores que llevan cuarenta años averiguando, precisamente eso, cómo piensan los otros, cómo meterse en sus cabezas, cómo ver el mundo igual que ellos lo ven. A estos señores se los suele llamar técnicos en marketing y algo de razón deben tener cuando mueven un negocio de varios miles de millones de euros anuales. De modo que aquí nos hallamos ante una disyuntiva incómoda: o bien los técnicos en marketing son unos estafadores y es imposible averiguar cómo piensan los habitantes de la India o bien son unos estafadores los que defienden la inconmensurabilidad entre las culturas. Mi amigo, el que no cree en las casualidades, dice que no se trata de una disyuntiva, que en realidad, ambos forman parte del mismo tinglado. Me cuenta que los teóricos de la inconmensurabilidad sólo han lanzado una cortina de humo consistente en negar que fuese posible lo que los técnicos de marketing estaban de hecho haciendo con nosotros. Yo no quisiera ser tan radical, pero sí creo tener una pista sobre quién nos ha estado mintiendo: la India está infectada de carteles de Pepsi-Cola.

   1 La historia completa, mucho mejor contada, la pueden encontrar en el magnífico blog de zrubavel Pons asinorum.