domingo, 11 de diciembre de 2011

Watchmen

   Una de las muchas desgracias que acompañaron a la filosofía del siglo XX fue que, de tantos giros lingüísticos y tantos intentos por recordar dónde nos dejamos olvidados el ser, se abandonó la tarea de responder a ciertas preguntas, al menos tan interesantes como las que, supuestamente, respondió. Una de ellas, las pautas del devenir histórico, parecía, en realidad, muy cercana de ser solventada tras la monumental obra de autores como A. Toynbee. Era ésta una pregunta extraña, asentada en el núcleo de una disciplina igualmente extraña, quizás por su procedencia. En efecto, la filosofía de la historia llegó a Europa de la mano de un filósofo africano, bereber para más señas y antiguo maniqueo, Agustín de Hipona. En aquella época, el Imperio Romano se hundía y más de uno debió tener claro que la historia se acababa y llegaba la hora de hacer recuento. A partir de aquí, se desarrolló a trompicones, conforme los desastres parecían abrir épocas nuevas, y uniendo en el viaje elementos dispares. En ella podemos encontrar autores cristianos coqueteando con su carácter circular (Leibniz) o revolucionarios, a punto de ser devorados por la revolución, que afirman su progreso indefinido (Condorcet).
   Justo cuando Toynbee nos mostraba cómo el decurso de las civilizaciones da cuenta del aparente retorno de ciertas situaciones históricas, la física moderna se estaba acercando a modelos más complejos y, probablemente próximos a la realidad. Uno de ellos es la teoría del caos y su propuesta de que existen atractores caóticos en torno a los cuales orbitan los sistemas. “Orbitan” es un término que hay que comprender exactamente. La “órbita” del sistema se produce en lo que se denomina un espacio de fases, esto es, un espacio abstracto cuyas dimensiones están constituidas por los valores posibles de cada una de sus variables. Es en este espacio abstracto y multidimensional en el que se dibuja la trayectoria del sistema y es esta trayectoria la que se curva en torno a ciertos atractores, es decir, puntos de equilibrio. El modelo más simple es un sistema en el que sólo existe uno de estos puntos de equilibrio. Incluso en este sistema, la trayectoria del sistema no es una órbita exacta en el sentido en que se la entiende cuando se habla de los planetas. Más bien, lo que suele llamarse su "órbita" es el trazo de una gota de tinta en un bote de melaza conforme se la va removiendo. Por supuesto, tal modelo simple rara vez se halla en la realidad. Lo que abundan son los sistemas con dos, tres o más atractores y trayectorias endiabladamente enrevesadas. Un modelo de esta naturaleza explica muchas cosas cuando se aplica a la historia. Sin embargo, aunque ha habido propuestas en este sentido, como las de Prigogine, nadie, que yo sepa, se ha molestado en bajar hasta el detalle e identificar esos atractores concretos y en qué han consistido esas "órbitas" alrededor de ellos.
   Es la ida y venida en torno a atractores, esas trayectorias complejas, las que dan provocan la apariencia de que las naciones siempre están tratando de resolver los mismos problemas. Uno de estos problemas que obstinadamente salen a nuestro paso, apareció formulado de un modo brillante en las Sátiras de Juvenal. Planteaba este poeta romano que si alguien decidía encerrar a las mujeres para no ser engañado, se encontraría con que quienes debieran vigilarlas se convertirían en los primeros candidatos para engañarle. Y aquí viene su famosa locución quis custodiet ipsos custodes? Lo que viene a ser: ¿quién vigila a los vigilantes? En 1986-7  ese genio alucinógeno llamado Alan Moore publicó una de sus obras maestras titulada Watchmen. Era una lúcida reflexión sobre las implicaciones políticas a las que se suele hacer alusión cuando se usa la frase de Juvenal. En un mundo en crisis, en el que los superhéroes han sido prohibidos, Moore nos narra una historia de rencillas personales, nostalgia y el consabido plan diabólico, que atrapa a unos superhéroes del pasado dignos de ser encerrados con una camisa de fuerza. Moore parece preguntarse qué es peor, un mundo con vigilantes o un mundo sin ellos porque, desde luego, si asumimos que debe haber vigilantes la cuestión es quién los vigila.
   La verdad es que si me encontrase en un callejón oscuro con Alan Moore, saldría corriendo sin dudarlo. Sin embargo, preferiría ser gobernado por él que por quienes actualmente detentan el mandato de los ciudadanos. Está un poco sonado, aunque no dudo de su inteligencia. Este fin de semana hemos vivido algo que suena a manido déjà vu: Frau Merkel y Herr Schäuble, una vez más, decidiendo que hay que cambiar Europa para que sea gobernada desde Berlín. Gobierno fiscal, naturalmente, porque lo demás da muchos quebraderos de cabeza y tampoco tienen las ideas muy claras. Naturalmente, no existe gobierno real sin poder coercitivo, así que ya tenemos en negro sobre blanco (otra vez) las sanciones para quien se salte las normas fiscales impuestas. Recapitulemos. Tenemos un país con un sistema financiero podrido que, muy pronto, necesitará fuertes ayudas de su gobierno para mantener las ventanillas de sus oficinas abiertas. Ese mismo país tiene una población tan envejecida que difícilmente podrá mantener el nivel actual de sus pensiones sin un fuerte endeudamiento. Casualmente, es el mismo país que incumplió los anteriores pactos fiscales, saltándose a la torera las sanciones que ellos mismos habían  fijado para quien las incumpliera. Y ahora resulta que precisamente ese país es que el quiere controlar las finanzas de sus vecinos. ¡Estupendo! ¡magnífico! siempre me sedujo vivir en Alemania y ser gobernado desde de Berlín es lo más parecido a ello que voy a conseguir. El problema, el pequeño problemilla residual que queda, es el que planteó Juvenal en el siglo II después de Cristo: quis custodiet ipsos custodes? ¿Qué va a ocurrir cuando, más pronto que tarde, Alemania se salte los límites fiscales fijados? ¿Qué pasará cuando quede en evidencia que este gobierno germano es lo suficientemente idiota como para haberse pegado otro el tiro en el pie? El problema, el problema real, no es ser gobernado desde Berlín. El problema es que nos gobierne gente que no tiene la más remota idea de a qué viene toda esta crisis ni de cómo salir de ella. Y eso es lo que está ocurriendo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Por una nueva praxis pedagógica

   Decía Freud que los niños se educan no siguiendo el Yo de sus padres, sino su Superyó. Si uno lee la Anatomía del fraude científico de H. F. Judson, el mito de Freud se le cae un poco a los pies. Resulta que las decenas de curaciones por la palabra que Freud aseguraba haber realizado, se reducen a ocho historiales clínicos en los que más parece que Freud indujo una enfermedad en sus "pacientes" que una verdadera curación. No obstante, como todos los charlatanes, Freud era un agudo observador del comportamiento humano. Cuando hablaba de cómo se educan los niños, se refería a que lo hacen siguiendo las normas que sus padres ejecutan de un modo consciente o inconsciente, más que las normas que sus padres dicen que se deben seguir. Esta sería la razón por la cual cuesta tanto trabajo que dejen de gritar y tan poco que aprendan a apagar y encender el televisor. Les decimos, a gritos, que dejen de gritar, con lo que el mensaje se vuelve confuso. Nos ven cotidianamente, con un gesto casi mecánico, encender y apagar el televisor, es un mensaje nítido, sin "ruido" y lo captan a la primera.
   Observar y copiar es algo que la naturaleza ha puesto en nosotros. Se trata de pura supervivencia. Del mismo modo y por los mismos motivos, la naturaleza ha puesto otros tipos de comportamientos en nosotros. Uno de ellos es buscar y procurar la atención de nuestros padres. En nuestra vida civilizada no tiene mucho interés, en la naturaleza salvaje es crucial. El polluelo que atrae la atención de sus padres es el que recibe el gusanito en su pico, el resto pasa hambre. Los niños hacen cualquier cosa para atraer la atención de sus padres, gritan, lloran, rompen cosas o se vuelven tiernos y graciosos. Cuando aprecian una disminución en el grado de atención paterna, recurren a todo tipo de comportamientos extremos para recuperarla: se vuelven agresivos, tartamudean crónicamente o, todavía peor, enferman. He llegado a oír casos de alopecia en niños con síndrome de Down profundo cuando notaban que dejaban de ser el centro de atención.
   Ahora unamos los dos hechos anteriores y veamos qué pasa con la educación en nuestro país. Tenemos un sistema educativo cuyo centro de interés fundamental es evitar el fracaso escolar. Todo está pensado para que los alumnos consigan aprobar de alguna manera y acaben obteniendo un título como sea. Estamos, incluso, dando un paso más, tratamos de que los alumnos no abandonen. El centro de atención son, por tanto, los alumnos con los peores expedientes académicos. Sin embargo, los resultados académicos no dejan de empeorar, cada vez hay más abandono y el fracaso escolar alcanza cotas alarmantes. ¿Por qué? Los pedagogos de turno, es decir, los nombrados a dedo por nuestros políticos, no los que luchan cotidianamante al pie del cañón, insisten en que el problema está en lo que los profesores enseñan y no en lo que los alumnos aprenden y que el centro de todo el proceso educativo son los alumnos, no el profesor. Pues bien, pongámonos en la cabeza de un alumno. Un alumno que procede de un hogar disfuncional (es decir, según las estadísticas psicopedagógicas, uno de esos que conforma el 86% de los hogares españoles), es un alumno que, con toda seguridad, no recibe en casa la atención que él quisiera recibir. Va a un centro educativo y allí no hace nada. Por "nada" quiero decir nada, no lleva el material escolar, no saca el libro en clase, ronca (dormir no es un motivo por el que se le vaya a llamar la atención), etc. Muy pronto sus profesores comenzarán a hablar con él y tratarán de conseguir de él algún compromiso. Probablemente intervendrá el tutor. A poco que se descuide tendrá una charla a solas con el orientador en su despacho. Esfuerzo realizado por el alumno: ninguno. Resultado obtenido: todo el interés que no le dan en casa. ¿Qué piensa el alumno? Muy fácil: "¡guau! ¡qué chollo! Si sigo sin hacer ni el huevo, todo el mundo seguirá prestándome atención". En realidad, una vez alcanzado cierto compromiso con los profesores y "diagnosticado" por el orientador, la atención disminuirá. Así que el alumno tenderá a buscar de nuevo atención. La manera más fácil es llamando a un profesor cualquiera, por ejemplo, "hijo de p." El protocolo que se activa a partir de ese momento es el siguiente. El profesor deberá enviar al delegado de clase a buscar al profesor de guardia, éste lleva al alumno ante un miembro del equipo directivo, el cual, a su vez, lo remite a la biblioteca. Con posterioridad a la clase, el profesor en cuestión llamará a los padres del alumno. A continuación se reúne la comisión de convivencia que, una vez escuchados a los padres, determina el castigo. Mientras todo esto sucede, el alumno sigue acudiendo a clase con normalidad. Dicho de otra manera, con tres palabras, el alumno ha conseguido la atención de una docena de adultos incluyendo ("¡al fin!" pensará él) a sus padres. ¿Cuánto tiempo tardará en repetir su comportamiento?
   Un alumno que no aprueba una asignatura al final del curso debe recibir un informe personalizado, en el que se recojan sus problemas de aprendizaje, los puntos en los que han fallado, el programa de recuperación y el tipo de prueba que se realizará en septiembre. Si aún así el alumno no aprueba (hablando en plata, si hace todo lo posible por impedir que el profesor lo apruebe) la asignatura le quedará pendiente. En este caso, el profesor debe realizar un programa personalizado para ese alumno y un seguimiento puntual del mismo. Piénselo, todos conocemos ese dicho de: "que se hable de ti, aunque sea mal". El mensaje que se está transmitiendo a los malos alumnos es horrorosamente confuso, como el que transmitimos cuando le decimos a nuestros hijos, gritando, que no deben gritar. Por una parte se les dice que deben ser buenos alumnos. Por otra se les regala lo que más desean precisamente por no estudiar. Los profesores dedican el 80% de su tiempo al 20% de los alumnos, es decir, a los problemáticos. De ellos se habla mucho, demasiado, incluso peor, nuestro sistema educativo sólo habla de los malos alumnos, habla continuamente, su verborrea incesante no para de darle vueltas a un discurso sin fin sobre ellos. Alumnos que en otras condiciones saldrían adelante sin mayores problemas, sienten una cierta envidia, consciente o no, de tanta atención, de tanta gente hablando de otros, quieren ver sus nombres escritos en un documento oficial y buscan denodadamente fracasar para que el sistema acabe por mencionarlos.
   Resumamos, un sistema educativo centrado en evitar el fracaso escolar genera fracaso escolar en cantidades industriales; un sistema educativo que trate de evitar el abandono escolar genera abandono escolar; un sistema educativo que no deja de mencionar qué y cómo se enseña provoca que los alumnos no aprendan. ¿Queremos mejorar nuestro sistema educativo? Muy fácil, centrémonos en la excelencia. Los dos mejores alumnos de cada curso serán felicitados personalmente por los directivos del centro, sus padres se reunirán con el equipo educativo para intercambiar impresiones, sugerencias de mejora del centro y sugerencias de mejora en los aspectos en que sus hijos flaqueen un poco. Recibirán, trimestralmente, un informe personalizado con posibles lecturas o proyectos de investigación que puedan realizar. La tercera parte del horario del orientador estará dedicado a procurarles becas e intercambios con centros del extranjero. Por ley los profesores deberán dedicar el 80% de su tiempo a ese 80% por ciento de los alumnos que de veras quieren estudiar. En cuanto a los malos alumnos, llamar "hijo de p." a un profesor implicará que éste lo acompañe hasta la sala de espera del centro, le imponga una expulsión por X días y llame a sus padres para que vengan a recogerlo, pues la sanción entra en vigor ipso facto. Después, por supuesto, los padres podrán presentar todas las alegaciones que consideren oportunas ante el equipo directivo, la comisión de convivencia y/o la inspección, pero después. A estos alumnos hay que enviarles un mensaje simple y nítido: la mano para ayudarles siempre va a estar ahí, eso sí, tendrán que cogerla. Esa mano no va a tratar de agarrarlos una vez tras otra si, previamente, ellos no la agarran. Se los va a ayudar, se los ayudará mucho en verdad, aunque para ello, previamente, tendrán que pedirlo. En definitiva, si queremos que el sistema educativo mejore, centrémonos, de una vez, en los mejores... Pero, ahora que lo pienso, la educación en España no puede mejorar, ya va de maravilla. Al fin y al cabo, proporciona ordenadores gratis y nadie parece interesado en que procure ninguna otra cosa.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Bienvenido Mr. Rajoy

   Como profesor, me acompaña siempre el miedo de no haber sido entendido plenamente. Es pura deformación profesional, pues, en realidad, nunca nos entendemos plenamente. Nuestro flamante presidente, el Sr. Naniano Rajoy, me parece alguien tan capacitado como los anteriores para el cargo que va a ocupar. Por lo que sé de él, cuando no tiene que ejercer de Mariano Rajoy, es un tipo campechano, que odia la arrogancia y tan alejado del ideario de Intereconomía como se puede estar sin dejar de ser de derechas. Siempre que lo han dejado hacer las cosas a su manera, y no ha tenido más remedio que hacer algo, ha dado muestras de cuál es su verdadero talante. Ahí están Soraya Sáez de Santamaría y María Dolores Cospedal para confirmarlo. Ambas son mujeres, detalle éste que a mí personalmente no me dice nada pero que, según parece, hay que señalar para resaltar los méritos de ciertas personas. La primera casada por lo civil y la segunda madre soltera por inseminación artificial. Cuando las nombró se había corrido por el PP la especie de que a Rajoy había que darle cuerda para que se ahorcase él mismo. Más de un barón regional sonrió con suficiencia cuando ambas alcanzaron sus respectivos cargos. Con el paso del tiempo, la sonrisa se ha helado en sus rostros.
   Don Naniano Rajoy es, pues, ese político de derechas "europea" o "civilizada" que tanto decían la gente del PSOE ansiar ver en su rival directo. Es bueno que en un país exista una derecha bien preparada, espolea a la izquierda a hacerlo mejor y la política entra en un círculos virtuoso enormemente productivo. Al fin, las aspiraciones del PSOE se han colmado. Sí, ya sé, que muchos en el PSOE y, todavía más, a su izquierda, ven a ese político de derechas europeo que tenía que venir en Ruiz Gallardón. Es un juicio que no comparto en absoluto. Ruiz Gallardón no es un político de derechas, es un político del Opus Dei. Se lo puede encontrar en la cola de un teatro donde se representa una obra experimental, seguro que tiene un buen repertorio de chistes verdes y que es capaz de dar excelentes consejos para ligarse a los más espectaculares pivones. No hay que dejarse engañar. Con la misma convicción defenderá que los homosexuales están enfermos, que el aborto es pecado y que el cilicio es lo mejor que se ha inventado después de la bicicleta. No, la derecha "europea" no está ahí. Pero esta afirmación, que podría considerarse un importante tributo a un político de derechas, es el origen de mis reparos.
   Antes que "europeo", "civilizado" o de derechas, el Sr. Naniano Rajoy es gallego, de esos a los que retrata perfectamente el tópico diciendo que no se sabe muy bien si suben o bajan una escalera. Podría haberse ganado un buen dinero como don Trancredo en las fiestas taurinas de los pueblos españoles si semejante lance siguiera existiendo. Un ejemplo de lo que va a ser la tónica de este mandato se ha podido observar estos días. Hasta Frau Merkel lo ha llamado ya para exigirle el nombre de un ministro de economía al que dictarle la tarea. Cuentan que, lejos de ceder, nuestro presidente llegó a preguntarle tres veces "¿por qué?" Es esta naturaleza tan gallega, tan esquiva a los grandes gestos o las grande frases, tan suya, la que convenció durante muchos años a los grandes barones de que era incapaz de manejar el partido y que podían hacer lo que quisieran sin contar con él. En su círculo íntimo saben que sus silencios, su mutismo, su inacción, es, en realidad, el principio mismo de su energía. Y si no me creen, ahí tienen a Francisco Camps. Sin decirle sí ni no, sin decir, en realidad, nada de nada, simplemente, esperando, acabó por apearlo de su cargo. Aquí hay otro serio problema para Don Naniano, su círculo íntimo. No es que sea malo, ni formado por personas incapaces, es que es un círculo y realmente íntimo. Tener que mandar a María Dolores Cospedal a Castilla la Mancha sin que dejara su cargo orgánico en el partido, fue todo un síntoma. En su partido son multitud los que siguen pensando que Mariano Rajoy es un líder temporal, el tonto que se va a llevar todos los tortazos que esta crisis le va a exigir, para darle la patada a continuación. Pocos son los que le auguran realmente un futuro prometedor a dos años vistas. La última crisis en el gobierno de Madrid, lo muestra bien a las claras. Esperanza Aguirre quiere llegar fuerte al congreso extraordinario de febrero y no es la única. Más allá de las fotos, más allá de los abrazos y los cantos áulicos al líder, quien más y quien menos, va a ir cogiendo posiciones para que el relevo de Don Naniano no le pille desprevenido.
   Aunque, efectivamente, el Sr. Rajoy viniera dispuesto a hacer algo, aunque su partido estuviese dispuesto a secundarle, la propia etiqueta de "derecha europea" lo descalifica como alguien capaz de sacar al país de la crisis. Lo descalifica por la parte de "derecha". No hay más que ver sus primeros pasos. Se ha entrevistado con el presidente del BBVA, de La Caixa, de Bankia, vamos, con la gente de la calle. Le habrán contado aquello de lo que todos hablamos cuando nos reunimos a tomar café: las dificultades para llegar a final de mes, la cantidad de recursos que se está llevando nuestra hipoteca, en fin, ya saben, habrá tenido con ellos una conversación entre currantes. Es fácil imaginar qué le habrán pedido, lo que Uds. y yo le pediríamos si nos dejara hablar con él: que le robe más dinero de sus pensiones a las viejecitas para que se lo dé a las pobres instituciones financieras. Desde diferentes sitios le están llegando mensajes muy claros, soluciones prefrabricadas, excelentes respuestas a problemas que no son los que hay planteados. Un perfecto ejemplo lo dio hace poco un alto cargo de la FAES: "la mejor política social es crear empleo", dijo. Sin duda es la mejor política social que se le puede ocurrir a alguien que no visita un barrio obrero desde hace décadas. ¿Ésa es la política social que se le va a ofrecer a un joven que viva con su abuelo, pensionista, porque sus padres están en la cárcel por traficar con drogas y que quiera ir a la universidad? ¿y en qué consiste? ¿en apartarlo de ella a cambio de un contrato temporal para trabajar 45 horas a la semana por 500 € mensuales?
   Lo de "europea" es peor. Ahí tienen a Frau Merkel, engatusando a Sarkozy y Monti con su danza de los siete velos, aseverando que los eurobonos taparían a los culpables de la crisis, mientras los verdaderos culpables de la crisis, las entidades financieras, especialmente las alemanas, se esconden tras los velos de su bienamada canciller. 48.000 millones de euros, decía Herr Schäuble que costaría a los alemanes los eurobonos. Esta semana los mercados han empezado a sumar dos más dos: si el 80% de las exportaciones alemanas va a países en aguda crisis económica, ¿qué clase de valor refugio son los bonos alemanes? Si Alemania sigue llevando a Europa por el camino que va, la debacle será tan gigantesca que los 48.000 millones de Herr Schäuble parecerán calderilla. En fin, ojalá me equivoque y el Sr. Rajoy pase a la historia como el hombre que el país necesitaba en este momento. Suelo equivocarme con frecuencia. Dije que la solución a lo problemas de Europa eran los eurobonos y con la deriva que han tomado los acontecimientos por culpa de la derecha europea, ni siquiera los eurobonos pueden salvarnos ya.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El bienestar del Estado

   Decía nuestro presidente in pectore, Don Naniano Rajoy, en una reciente entrevista, que tendremos el Estado del bienestar que podamos permitirnos. La idea subyacente está clara, el Estado del bienestar es un privilegio, un lujo para los tiempos en que la economía vaya bien, desmontable con la misma facilidad y falta de consecuencias que supuso su construcción. Esta idea, tan común, es un ejemplo de hasta qué punto nos gobiernan (y nos seguirán gobernando) necios incapaces de ver más allá de sus narices y, además, chatos.
   Lejos de tratarse de un privilegio, de un lujo concedido, esencialmente, a los trabajadores, para acallar sus luchas sindicales, el proyecto del Estado del bienestar era la respuesta ideal a una multitud de problemas. En primer lugar se trataba de la solución al problema de cómo controlar a la población en nuestras sociedades modernas, tarea esta, encomendada a una policía mucho más sutil y de rostro mucho más amable que la existente hasta ese momento, los funcionarios de sanidad y educación. Por otra parte, había que proporcionar la ilusión de que la riqueza se estaba redistribuyendo, suscribiendo un contrato tácito con quienes menos tendrían que perder en caso de una revolución. A cambio de su aquiescencia, se les proporcionaba, de este modo, la ilusión de poder abandonar un día su miseria. Pero ninguna de estas dos funciones se hubiesen llegado a cumplir de no existir un aspecto mucho más importante. El Estado del bienestar ha supuesto siempre aliviar los gastos de las familias en los aspectos más habituales y onerosos, es decir, salud y educación (y, últimamente, atención de mayores y discapacitados). Los gastos generados se repartían espléndidamente entre los trabajadores en general, los empresarios y el Estado. De este modo, se liberaban unos recursos inmensos que podían lanzarse al mercado a la compra de bienes en cantidades cada vez superiores. No es casualidad que el nacimiento del Estado del bienestar sea contemporáneo del nacimiento de la sociedad de consumo y del progresivo desplazamiento de la industria pesada como motor de la economía.
   Naturalmente, no se trataba sólo de liberar una cantidad enorme de recursos a los que sólo se les iba a permitir dirigirse a la compra de no importaba qué. Con ello y, además, se generaban unas nuevas y cada vez más costosas necesidades que contribuían igualmente al impulso de la economía. El caso más claro es el de la industria farmacéutica. De fabricar antibióticos y algunos antiinflamatorios, que es a lo que se dedicaban en los años cincuenta, han ido cubriendo sectores cada vez más amplios de los males de la humanidad, hasta el punto de que ahora ya casi no queda ámbito sobre el que no hayan extendido sus tentáculos y que la manera más fácil de introducir medicamentos sea convencer previamente a la opinión pública de que tiene una nueva enfermedad. A costa del erario público, la industria farmacéutica ha pasado en sesenta años de ser poco más que un apéndice de la industria química a convertirse en el sector que más dinero mueve en el mundo por encima de las drogas o las armas. Que se hecho de la totalidad de la población consumidores, reales o potenciales, de un montón de productos que no sólo no curan enfermedades (todo lo más las alivian), sino que, a la corta o a la larga, generan nuevas enfermedades, sólo puede entenderse como una ventaja más. Si no cree nada de lo que acabo de contar, haga lo siguiente: vaya a ese botiquín que todos tenemos en casa, meta en una bolsa los medicamentos que hay en él que curan y en otra los que alivian síntomas. ¿Cuál estará más llena? Pues ahora, lea los efectos secundarios de todos esos productos aliviadores, empezando por ese inocente jarabe para la tos que tantas veces ha usado y nunca le ha servido para nada.
   Hallados métodos de control mucho más sutiles y eficaces, externalizados o subcontratados la mayoría de ellos, la escuela y el hospital han perdido prácticamente su papel de controladores sociales. Comparado con lo que Google o la empresa de nuestras tarjetas de crédito, sabe de nosotros, lo que puedan saber los maestros o médicos es poco más que cotilleo barato. Por otra parte, ya no hace falta ningún contrato tácito con las capas más levantiscas de la población. Existen sutiles métodos de ideologización de las mismas (por supuesto me estoy refiriendo a la televisión), que difícilmente van a permitir que surjan en sus cabezas ideas más revolucionarias que participar telefónicamente en algún concurso. El desajuste que produce en cualquier comunidad de vecinos que se precie la avería de la antena colectiva muestra el triunfo de esa forma de ideologización pues no sólo no es percibida como tal, sino que es reclamada como vía de escape de una realidad supuestamente diferente de lo justificado por ella. Finalmente, como ya dijimos en otra ocasión, el desfase entre quienes tienen y quienes no, ha alcanzado tal nivel que limar mínimamente la redistribución de bienes hace ya imposible que se materialice realmente. Y ésta es la razón última de las reformas que se produjeron en los años ochenta del siglo pasado, circunscribir las funciones del Estado del bienestar a incentivar el consumo.
   Siempre que surge una formación histórica, desaparecidas las condiciones que justificaron su aparición, las generaciones posteriores pierden rápidamente conciencia de su significado, aunque siga cumpliendo sus funciones y éstas sean esenciales. Como consecuencia, tienden a investirlas de nuevos sentidos, en muchas ocasiones incoherentes con lo que fue la razón de su afloramiento. Y aquí es donde nos encontramos hoy. Como ha demostrado el gobierno británico, se pretende hacer caer sobre los hombros de la población los gastos de una educación que, por su propia universalización previa, se ha convertido ya en una necesidad perentoria. Igualmente, la generalidad de enganchados a una infinidad de medicamentos que, en buena parte, o no necesitan o son la propia causa de sus enfermedades, deben hacerse ahora cargo de su propia dependencia respecto de ellos. Una vez más, se nos afirma que ésta es una condición imprescindible para la recuperación económica. Recuperación que se volverá definitivamente imposible si los ciudadanos, ya de por sí endeudados más allá de sus posibilidades, tienen ahora que hacer frente a esos gastos. Dicho de otro modo, se pretende retirar del mercado toda la impresionante masa monetaria que hasta ahora lo vivificada con la insensata esperanza de reactivar la economía. Los miopes mentecatos que nos han conducido al fracaso actual ya son hasta incapaces de ver las raíces del que hace poco menos de cuatro años era su éxito, tan patente, que acusaban, a su vez, de miopía a quien no quisiera extasiarse ante él.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Arbeit macht frei

   Hace unos años, Branko Kurtanjek tuvo la amabilidad de enviarme un panfleto contra el trabajo que yo cometí la estupidez de borrar de mi ordenador después de haberlo leído. He deseado volver a repasarlo en múltiples ocasiones. Como no lo recuerdo con claridad no sé si en él aparecía el término "trabajo virtual" en el sentido en que lo uso hoy o si este concepto llegó a mi cabeza por otra vía. El caso es que estoy repasando los Textos contra el trabajo y el manifiesto sobre el mismo tema que publicó el grupo Krisis. Sigo manteniendo mis distancias con ellos. Allí donde creen ver una serie de desajustes producidos por la muerte del trabajo, yo considero que todo es una consecuencia más de nuestro paso de la época de la representación a la época de la imagen. Hace más de un siglo que vivimos en el reino de la imagen y seguimos pensando en términos de representaciones. Esto nos lleva a quejarnos de un régimen político que ya no es una democracia sino una imagocracia y a observar el trabajo desde la óptica de la producción cuando el trabajo se ha convertido en trabajo virtual. Además, los textos de estos vagos (me consta que no lo considerarán un insulto y yo tampoco lo uso con pretensiones de tal), parecen carecer de otra armadura lógica que la mera concatenación de hechos repetidos varias veces. Pese a ello, deberían ser lectura obligatoria de todos los expertos y opinadores profesionales que pueblan las ondas electromagnéticas y los periódicos de este país, dando sesudos consejos acerca de cómo salir de la crisis. Les sugiero que guarden sus declaraciones para dentro de cinco o diez años, cuando haya quedado demostrado lo disparatado de sus teorías y ellos estén ya diciendo algo absolutamente contrario a lo que dicen ahora.
   Algunos de los datos utilizados por estos autores contra el trabajo no dejan lugar a discusión. Uno es que las sociedades de cazadores-recolectores vivían en un estado ideal en que el que el trabajo, tal y como lo entendemos hoy día, básicamente, la fabricación de arcos, flechas y azagayas, difícilmente ocuparía más de dos horas diarias. Sin embargo, estos cazadores-recolectores estaban mejor alimentados que los primeros agricultores. Tampoco a éstos le fue tan mal. Los recuentos de días festivos en la Edad Media muestran que los tristemente famosos siervos de la gleba trabajaban más o menos lo mismo que un ejecutivo actual. ¿Para qué ha servido entonces la introducción de las máquinas? Para acortar la jornada laboral no, para disminuir el número de días laborables, tampoco. ¿Para qué entonces? Un obrero actual tiene a su disposición una fuerza de trabajo equivalente a la de cien o mil campesinos medievales, pero los cien o mil obreros cuya fuerza de trabajo ha sido reemplazada por la máquina y el que la opera siguen teniendo los mismos días festivos que los campesinos medievales. ¿Cómo puede ser? ¿qué ha ocurrido? ¿acaso no ha habido aumento de la productividad? Pues no, ni lo habrá. El trabajo real que efectúa la inmensa mayoría de los trabajadores actuales se puede conseguir con unas cinco horas de trabajo diario tirando muy lejos. ¿Por qué tiene que permanecer tres o cuatro horas más en su puesto de trabajo si, realmente no van a producir nada en él? Todo el tiempo que el trabajador ya no tiene que trabajar para producir lo que realmente se necesita, se lo ocupa con trabajo virtual o, directamente, ficticio. La forma más habitual de trabajo ficticio consiste en rellenar papeples, papelillos y papelotes que, al parecer, es imposible que un ordenador rellene de modo automático. ¿Para qué? Bueno, en algunos casos para tener la excusa de contratar al cuñado, al primo o, en el caso del Estado, a algún compromiso del partido, para que revise esos papeles, papelillos o papelotes. En otros, porque se sospecha que, en su tiempo libre, los trabajadores sólo pueden dedicarse a cultivar sus perversiones, leer, adquirir conocimientos, hacer el amor y cosas así.
   En medio de todo esto algún cenutrio del gobierno, sorprendentemente no español sino portugués, ha tenido la idea de suprimir todos los puentes del año para "aumentar la productividad". ¿La productividad de qué? ¿qué producción se va a ver incrementada? ¿la producción de trabajo virtual? Pongamos el caso de una fábrica de coches. Se suprimen los puentes, luego se fabrican más coches. Ahora bien, no hay puentes, luego no hay escapadas de puente, luego se usan menos los coches, luego la gente tarda más tiempo en comprarse un coche nuevo. ¿Qué va a pasar con nuestra muy productiva fábrica de coches? Pues que conseguirá llenar más rápidamente su almacén de coches destinados a la chatarra antes de tener su primer dueño. ¿Qué es lo que va a ocurrir en realidad? Lo que va a ocurrir es que los nuevos días "productivos" se dedicarán a reuniones de los trabajadores para que generen brainstormings con los que aumentar la eficacia de la empresa o... su productividad, a trabajo virtual en definitiva, que poco o nada tendrá que ver con la producción.
   ¿De verdad se quiere aumentar la productividad? Bien, pues quítesele a los trabajadores toda la burocracia de encima, que efectúen únicamente el trabajo por el que se supone que se les paga y déjeseles marchar a casa cuando hayan terminado. Contrátese a administrativos que hagan efectivamente el trabajo burocrático imprescindible y que también se vayan a sus casas cuando hayan terminado. Ahora ya tenemos a quienes están trabajando actualmente y a nuevo personal contratado, todos con una jornada laboral de cuatro o cinco horas diarias. ¿Qué van a hacer con el tiempo libre que tienen ahora? ¿plantarse delante del televisor? ¿dar vueltas por Facebook? ¿encerrarse en sus casas hasta la hora de dormir? Al principio, tal vez. Después se aburrirán, saldrán a pasear, se cansarán y se sentarán en la terraza de un bar, verán algo que se les antoje comprar, se apuntarán a clases de sevillanas... ¿Se dan cuenta? Acabamos de reactivar la economía. Dentro de muy poco, volverá a haber listas de espera para comprar un coche. Pero, claro, esta senda es peligrosa. Es lo que decía la Sra. Aguirre, a los profesores no se les puede dejar la tarde libre porque esa clase de gente es capaz hasta de pensar. Por esta senda muy pronto no habría paro y sin paro, la sociedad capitalista no es nada. Aún peor, alguien acabaría por darse cuenta de que, con la próxima revolución industrial, podría pedirse la jornada de dos horas o la de cero horas. A poco que nos despistásemos estaríamos en el pleno desempleo. Todavía peor, el populacho terminaría no gestionando su tiempo libre, sino gestionando libremente su tiempo. Y esto, amigos míos, es lo mismo que decir que el capitalismo habría muerto.
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jueves, 10 de noviembre de 2011

Habemus programmata

   Siempre me han gustado las campañas electorales, uno se lo pasa en grande oyendo a políticos angelicales haciendo promesas tan falsas como sus sonrisas. No obstante, la que estamos viviendo promete ser una de las más divertidas de la historia. Para empezar, ya tenemos programas electorales. La gente no suele entender muy bien de qué van estos programas electorales y después le echan en cara a los políticos saltárselos a la torera desde el primer día de gobierno. Parecen creer que estos programas son como los de ordenador, que van cumpliendo sus pasos conforme pasan los días. Otros piensan que son auténticos proyectos de gobierno y, al final de la legislatura, ajustan cuentas de hasta qué punto se han cumplido. Muy pocos los toman como es debido. "Programa", en este caso, no significa plan, ni proyecto, ni sucesión de instrucciones para hacer algo. En "programa electoral" la palabra "programa" designa lo mismo que en "programa televisivo", un espacio para distraerse un rato mientras llega la hora de gobernar o hacer oposición. Esta es la función de los programas electorales y, a decir verdad, los de PP y PSOE cumplen muy bien tal función.
   El programa del partido de Mariano Rajoy, en lo económico, es un breve resumen de neoliberalismo de guardería. Es difícil decir si está más alejado del sentido común o de la realidad. Se echa uno unas buenas risotadas leyéndolo. Si han seguido Uds. las medidas para reducir el déficit, sabrán que la contención del gasto público exigida por el FMI y la UE se va cumpliendo con creces. Mas, ¡oh sorpresa de las sorpresas! resulta que el montante del déficit no parece reducirse porque la contención del gasto va acompañada de una disminución de los ingresos que amenaza todos los cálculos. Naturalmente, esto era imposible de prever, entre otras cosas, porque a quienes lo previeron antes de iniciar los tijeretazos del gasto público (caso de Joseph Stigliz y demás perroflautas keynesianos), se los silenció convenientemente. Pues bien, el Sr. Rajoy propone, nada más y nada menos que disminuir los impuestos para rebajar aún más los ingresos del Estado y, cabe suponer, precipitar la bancarrota. Es cierto, la disminución de los impuestos le facilitará la vida a quienes el próximo puente de la Inmaculada Constitución estarán paseando por las playas de las Islas Seychelles (desde luego, ni a Ud. ni a mí) y, después de pillar un buen bronce allí, igual les entran ganas de invertir creando alguna empresilla. Ahora bien, como el PP también prevé moderar (aún más) los salarios, ninguna de estas medidas contribuirá lo más mínimo a disminuir el nivel de endeudamiento de las familias. En consecuencia, tampoco estimulará la demanda. Eso sí, gracias a estas medidas y otras complementarias, se aumentará la productividad, es decir, se lanzarán al mercado una cantidad cada vez mayor de productos. De este modo tendremos, por un lado, una demanda interna en estado de muerte clínica y un mercado saturado de productos de todo tipo y género. Lean cualquier manual de economía y les dirá lo que eso significa: deflación. Así que si alguien se tomara en serio el programa del PP (cosa que espero que no haga el futuro ministro de economía) nos encontraríamos de aquí a un par de años con un Estado en bancarrota y una economía deflacionaria. Sabemos que, en lo personal, Rajoy y Zapatero se tienen simpatía, nunca pensamos que el primero estaba empeñado en hacer que echáramos de menos al segundo.
   La economía no es el único tema en que el programa del PP homenajea al PSOE. El otro tema es el aborto. ¿Se acuerdan de aquel PP que llamaba "asesino" a Felipe González por aprobar una ley del aborto con tres supuestos? Ahora resulta que la ley de los tres supuestos es el objetivo del PP en este tema. Dicho de otro modo, el PP es el PSOE con treinta años de retraso. Uno se pregunta a qué viene esa insistencia del PP en el tema del aborto. La respuesta que se le ocurre a todo el mundo es que detrás del PP está el Opus Dei. La verdadera respuesta es todavía peor. El tema del aborto es uno de los temas favoritos de los políticos de todo espectro por tres razones: está fuertemente cargado de ideología, hagan lo que hagan no va a cambiar ninguna realidad y, lo más importante, es gratis. Cambiar una ley sobre la protección del medio ambiente cuesta millones de euros, cambiar una ley sobre el aborto sólo cuesta el precio del papel en el que va impresa. Por lo demás, las mujeres seguirán abortando bien en la seguridad social y conforme a la ley, bien en la seguridad social buscando los subterfugios de la ley, bien en clínicas privadas de acuerdo con la ley o bien en clínicas privadas de modo ilegal. Por supuesto, no existen estadísticas al respecto, pero no estaría de más averiguar qué incidencia han tenido los cambios legislativos sobre las tasas de aborto real en los últimos cincuenta años de nuestro país. Yo apuesto porque no ha tenido ninguna. La única diferencia, la única diferencia significativa, es que en los sesenta sólo podían abortar con garantías sanitarias las hijas de familias con fuerte poder adquisitivo y con la última ley aprobaba puede abortar con garantías sanitarias cualquier mujer. Sinceramente, yo preferiría una ley que permitiese que ninguna mujer tuviera necesidad de abortar. Pero claro, esta ley sí que sería cara, es decir, no resulta "progresista" pedirla.
   El programa del PSOE es igualmente un guión digno de "Vaya semanita", el genial programa humorístico de la televisión vasca. El Sr. Rubalcaba, ese miembro de un gobierno que se acostó socialista y se levantó convertido en Eduardo Manostijeras Liberal, propone ¡aumentar el gasto público! No sabemos si con "aumentar el gasto público" quiere decirse volver al nivel de gasto que había antes de que el gobierno del que él formaba parte metiera las tijeras o superar ese nivel. Lo que realmente se teme uno cuando oye estas palabras en boca de un socialista es una versión corregida y aumentada del famoso plan E (plan español de estímulo a la economía). Hasta ochenta y tres mil millones de euros se entregaron a los ayuntamientñs, no para que sanearan sus economías, no, sino para que los tirasen en lo que fuera. Hablo por lo que conozco. En mi pueblo sirvieron para construir una preciosas cataratas en una de las entradas, plantar petunias en las rotondas y terminar la parte correspondiente a nuestro municipio de un ramal del metro de Sevilla, cuya entrada en funcionamiento ni está prevista ni lo estará hasta que las ranas se peinen con la raya en medio. Mientras tanto, ir de Alcalá a Sevilla sigue suponiendo, como hace cincuenta años, tomar un autobús que se las apaña para emplear una hora en recorrer quince kilómetros.
   Cuando hablan de aumentar el gasto público, estos socialistas siempre mencionan a Roosevelt, que ganó unas elecciones y no a Keynes, que fue quien explicó cómo funcionaba la cosa. ¡Claro! a Keynes hay que leerlo y con Roosevelt basta ver un documental. Y en los documentales, Roosevelt aparece inaugurando rotondas con petunias. Pero lo fundamental que hizo Roosevelt no fue inaugurar rotondas con petunias sino modernizar, entre otras cosas que incluían la educación, el sistema de transporte norteamericano. Un auténtico plan de aumento del gasto público en nuestro país sólo tendría sentido si contribuyera, por ejemplo, a mejorar nuestro disparatado sistema de transporte. En España sobran aeropuertos y faltan trenes, sobran trenes de alta velocidad y faltan trenes de mercancías, sobran sistemas radiales y faltan modos de llegar, por ejemplo, de Cádiz a Jaén sin pasar por Sevilla. Pero, obviamente, inaugurar un aeropuerto luce mucho e inaugurar una vía de tren convencional viste muy poco, por muy útil que sea.
   Las cataratas, las fuentes, la petunias están muy bien. Yo, personalmente, preferiría que hubiesen construido colegios, por lo escasos que son por aquí y porque no suelen perder sentido cuando surge eso tan imprevisible y raro en este país que se llama "sequía". Entonces se iniciarán las consabidas campañas para el ahorro de agua. Si leen cualquier estudio serio les dirá que, en España, el agua para consumo humano, supone un 12% del total. Una campaña que consiguiese un éxito espectacular reduciría ese consumo a la mitad, es decir, conseguiría un ahorro de agua del 6%. El 88% del consumo de agua es para usos industriales. La gestión de ese agua es tan desastrosa que los cálculos más moderados indican que la mitad del caudal empleado se pierde, entre otras cosas, por deficiencias de la canalización. Dicho de otro modo, el 44% del agua destinada al uso industrial se desperdicia. Un plan E sensato, un aumento del gasto público inteligente, debería empezar precisamente por aquí, por mejorar nuestra gestión del agua, por conseguir ahorrar ese 44% de agua que se desperdicia. Eso generaría verdaderamente mucho empleo, mejoraría la competitividad de nuestras empresas e impediría que nuestros campos quedaran a merced de la pluviometría. El problema está en que mejorar una red de tuberías no es algo muy fotogénico, las rotondas con petunias, sí. Adivine, pues, dónde se va a ir ese aumento del gasto público que preconiza el Sr. Rubalcaba.
   En fin, ya sabe, "rebélate", "pelea por lo que quieres" y "súmate al cambio", pero no vaya a gritar lo que piensa en una plaza pública porque entonces le tacharán de antisistema y, lo que es peor, será verdad.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Demasiado bonito para ser cierto

   Una de las características de todas las tragedias es que personajes, en apariencia, secundarios, acaban por ser claves en su desenlace. Los griegos saben mucho de esto, por algo fueron los inventores de las tragedias (también saben mucho del eterno retorno y si no me creen busquen, busquen apellidos como Papandreu, Venizelos o Karamanlis). Este Papandreu (y digo "este" porque yo ya conocí a otro Papandreu gobernando Grecia), parece el actor ideal para desempeñar ese papel. Si algún historiador hubiese tenido que describir el desarrollo de la actual crisis europea, apenas le hubiese dedicado dos líneas. Es el típico político que se gana el apodo de "el compresa", porque está en el mejor lugar pero en el peor momento. Parecía uno de esos perritos que estuvieron tan de moda hace tiempo. Se los colocaba en la bandeja posterior del coche e iban diciendo que sí con la cabeza todo el viaje. Hasta ahora Papandreu había sido el correveydile de la Unión Europea, sirviendo de mensajero y paragolpes a la vez. Lo malo de ir de un lado a otro recibiendo recriminaciones por donde se pasa es que uno acaba cansándose. Tal vez han sido presiones familiares, tal vez se le ha aparecido en sueños su abuelo, tal vez estaba harto desde hacía tiempo, tal vez ha visto las fotos del mausoleo de Néstor Kirchner y le ha entrado envidia, el caso es que el bueno de Papandreu se sacó de la manga un referéndum sobre el último paquete de "ayudas" comunitarias. Por supuesto, este "nuevo" paquete de "ayudas" tiene tanto de "nuevo" como de "ayuda". A cambio de otra reducción del tamaño del Estado, que, según tengo entendido, incluye vender la sede del gobierno a una inmobiliaria y celebrar las reuniones debajo de un puente alquilado, otorga una cierta calderilla para llegar a los aguinaldos. La novedad ha consistido en que nuestro hombrecillo, en lugar de decir que sí, se ha sacado de la manga una consulta popular. "Con ella Grecia recuperará el papel que le corresponde en Europa", dicen que le ha largado a Merkel en toda la cara (por teléfono, claro). Efectivamente, Grecia hubiese recuperado, gracias a una consulta popular, la capacidad para negociar, para decidir su propio futuro, en definitiva, su soberanía.
   Dicen que a Papandreu lo han "invitado" a una cena en la próxima cumbre del G-20. Me lo imagino. Veinte mandatarios internacionales con enormes tenedores y cuchillos para cortar la carne en sus manos y el bueno de Papandreu, sentado en un taburete más bajo que los demás, tratando de alzar la voz. Si se hubiese atrevido a hablarles del derecho del pueblo griego a decidir su futuro, de la supremacía de la democracia sobre los mercados, de que Europa se debe construir tomando como base una libertad diferente a la de horarios comerciales, lo hubiese nombrado "héroe de la Torre de Marfil". Naturalmente, a título póstumo. La primera decisión después de anunciar la convocatoria de un referéndum fue destituir a la cúpula del ejército por si las moscas. Difícilmente hubiese salido vivo de Cannes y mucho menos para volver a Grecia. De hecho, es un cadáver político. Incluso si hubiese convocado un referéndum, le hubiese quedado la hercúlea tarea de decidir cuál hubiese sido su propia postura en el referéndum. Es obvio que hubiese ganado el "no" al último acuerdo con la Unión Europea. ¿Hubiese sido capaz Papandreu de encabezar una campaña por el "sí" y ganarla contra toda lógica? Caso de lograrlo, le estaría reservado en Europa un sillón que no ha ocupado nadie desde que Felipe González ganase el referéndum sobre la OTAN. Pero si hubiese perdido, las voces llamándolo tonto se podrían escuchar desde aquí. La otra posibilidad era encabezar una campaña por el "no", tratando de ponerse a la cabeza de la contestación ciudadana. Era un poco tarde para ello, pero igual hubiese podido ingeniárselas para presentarse como gran líder patriota y sacar algún rédito. El problema era, nuevamente, que, contra todo pronóstico, el "sí" hubiese conseguido la victoria, en cuyo caso, hubiese terminado en un psiquiátrico.
   La victoria del "no" sólo podía conducir a un camino. La Unión Europea cancelaría sus ayudas a Grecia, el país se declararía en bancarrota y abandonaría el euro. Adoptaría una moneda en caída libre que sanearía las cuentas públicas a cambio de reducir a nada los ahorro de los griegos. En medio de este reajuste salvaje, Grecia arrastraría a los tenedores de su deuda pública y a los tenedores de los seguros contra impago de su deuda, es decir, la banca francesa y alemana. Francia tendría que optar entre recapitalizar sus bancos o dejar que se hundiesen. Lo primero significaría aumentar brutalmente su ya enorme deuda pública, acabando en el mismo precipicio en el que ahora se encuentra la propia Grecia. Por el camino quedarían otros exquisitos cadáveres, Italia, España, Bélgica... ¿Y el euro? Ya lo dije con anterioridad, sería la moneda común de Alemania y Finlandia. ¿Cuánto podría exportar Alemania a unos vecinos con divisas hundidas? ¿podría exportar? Pero éste es sólo un escenario posible.
   En esta vida siempre suele haber opciones. Para evitar un escenario de esta naturaleza, Alemania podría garantizar la deuda pública griega con su propia deuda. Hay algo de justicia poética en ello, pues, gracias a las penurias griegas, Alemania ha estado financiando su propia deuda a precios ridículos a pesar de que, como ya he dicho varias veces, su sistema financiero está tan podrido o más que el irlandés o el islandés. Más simple todavía, podrían dar el sí definitivo a la creación de los eurobonos. Claro, que, de ser lo suficientemente inteligentes para adoptar esta solución, la habrían adoptado el primer día de la crisis y se hubiesen ahorrado tanto sufrimiento y quedar ahora como estúpidos. El gobierno alemán tendría que tragarse sus palabras del último año y medio, pero, bueno, al fin y al cabo son políticos, hubiesen sabido cómo hacerlo y quedar bien. Finalmente había otra opción: volver a invadir Grecia. Teniendo en cuenta que ésta hubiese sido, probablemente, la opción más barata, estoy seguro de que la hubiese apoyado Herr Schäuble.
   Sí ya sé, no es del todo justo insinuar que el señor Schäuble es un neohitleriano. No se merece ese título... él solo. De Durao Barroso a Frau Merkel, son muchos quienes han amenazado con gravísimas consecuencias a quien deseara ejercitar las libertades democráticas y consultar al pueblo. Esto públicamente. Entre bambalinas la componenda no resulta difícil de imaginar. ¿Cuánto dinero le hubiese costado a los principales bancos europeos la decisión de Papandreu? ¿y cuánto les ha costado convencer a algunos políticos griegos para que "le hagan entrar en razón" o le den la patada? ¿cuántas llamadas han recibido los parlamentarios griegos en el día de hoy desde las altas esferas de los principales bancos franceses y alemanes? ¿a cuánto se ha llegado a cotizar el voto contra Papandreu en la moción de confianza? La mitad de los gobiernos europeos y todos y cada uno de los que se lanzaron a una espiral de ventas después del anuncio de Papandreu, se han desenmarscarado al fin y han dejado claro lo que son y ha sido siempre, una peligrosísima banda de neofascistas. Nadie, desde Hitler o Mussolini había dejado tan claro que al pueblo ni se lo debe ni se lo puede consultar. Al pueblo, asfixia económica y antidisturbios, robarle sus salarios, sus ahorros, su salud y su futuro y si quieren protestar, que griten en las calles o que elijan, cuando se les pida, entre dos partidos que están dispuestos a compartir el poder bajo la premisa de pagar y callarse. Cualquier otra posibilidad, ya lo sabemos, es una majadería irrealizable típica de los perroflautas.¿Y éstos son los que van a darles lecciones de democratización a los chinos, a Siria, a los libios, a los tunecinos? ¿Éstos son los que se asombran de que pidamos democracia real ¡ya!?