domingo, 29 de julio de 2012

Una de mallas

   Fui más de mallas en mi juventud que ahora, en mi senectud. Tanto para mujeres como para hombres. Entre los hombres con mallas, mi favorito siempre fue Spiderman. Spiderman era la versión urbanita de Tarzán. Iba de liana en liana y tenía una novia que se llamaba Jane, eso sí, su jungla era la de los rascacielos. En la ciudad, claro está, hay que ir vestido para que no crean que eres un anuncio de calzoncillos y el Barcelona debió pagar una pasta considerable para que Spiderman luciera una versión psicodélica de su uniforme. Spiderman, además, era mucho más locuaz que Tarzán, lo cual no dejaba de ser preocupante porque, al no tener mona Chita, iba por ahí hablando solo. Al principio eso choca, pero cuando uno comprende los motivos de su neurosis, acaba por ser uno de los rasgos que lo convierten en simpático. Y es que, el bueno de Peter Parker, además de superhéroe nocturno, con los consiguientes trastornos del sueño, era un buen chico que tenía que hacerle los mandados a tía Mae, ganarse la vida como fotógrafo mileurista, terminar unos estudios que, por supuesto, no terminaba nunca, aguantar a los matones que le robaban el bocadillo y satisfacer a esa pelirroja explosiva que era Mary Jane. La verdad es que lo del pelo rojo de la novia de Spiderman para mí siempre fue un mito. Los comics que yo leía eran en blanco y negro, así que tenía que imaginármelo. Cuando por fin comenzaron a aparecer cómics de Spiderman en color, lo habían remozado para un público que apenas acababa de abandonar la niñez. Por si fuera poco, la cosa se complicaba, Mary Jane se iba a otra ciudad, a Peter Parker le crecían como setas chicas facilonas al aroma del glamour de los superhéroes y la propia tia Mae acababa casándose con su peor enemigo. Por aquel entonces yo ya tenía mis propios líos de faldas y no me apetecía tragarme los problemas de otro, así que le perdí un poco la pista y ya no he sido capaz de recuperarla. Las versiones cinematrográficas que han ido apareciendo no me han ayudado. Mary Jane me sigue pareciendo un mito. En la gran pantalla ni es pelirroja ni explosiva. Kristen Dunst tiene un palmito la mar de gracioso, pero con aquel teñido caoba de bote, parecía en permanente luto. Este es un problema bastante generalizado. Los homosexuales que dominan Hollywood y las pasarelas, han impuesto un tipo de mujer con menos curvas que el palo de mi fregona. ¿Resultado? Cada día hay más bisexuales, metrosexuales y demás masculinidades ligth. No me extraña lo más mínimo. Mi generación merendaba viendo una serie que se llamaba "V" y que estaba plagada de lagartonas enfundadas en monos superajustados. Todavía hoy, recordamos a la jefa de los malos, es decir, a la más lagartona de todas, y nos ponemos de tal modo que somos capaces de salvar al planeta y a lo que haga falta.
   Bien, comparen ahora a Spiderman con Batman, por ejemplo. Spiderman se enfrentaba con el doctor Octopus (el pulpo contra la araña, ¡a ver quién da más patadas!), al Cóndor, al Duendecillo Verde, a su propia imagen en negro... ¡Ahí era nada! En cambio, ¿a quién se enfrenta Batman? ¿a un pingüino? ¡Por favor! Batman volando y el pingüino, ¿deslizándose sobre su barriguita? ¿Y el Joker? ¿pero, a quién se le ocurrió pintarle la cara a Jack Nicholson, si está claro que él es el Joker? Y si no eres Jack Nicholson, ten por seguro que te va a costar la vida darle algo de profundidad al personaje... Peter Parker tenía que soportar un jefe que jamás estaba de buen humor, le pagaba una miseria, y sólo quería fotos de Spiderman cometiendo atracos. Batman es un dandy, un niño bien, un pijo con la raya a un lado, heredero de un imperio económico al que no afecta la crisis, guapo a rabiar y con un criado que lo sigue mimando en todos sus caprichitos. Sí, es cierto que el personaje tiene un lado oscuro. Yo siempre lo sospeché. Mucha mujer desmayada a su paso, mucha fama de playboy, y a él nunca se le veía llegar a nada con ninguna. Y encima estaba Robin. Que si soy el señor de la noche, pero sólo salgo con mi amigo Robin, que si móntate en el Batmóvil, Robin... Un día apareció un libro que confirmó mis sospechas: Técnicas de masturbación entre Batman y Robin. Frank Miller trató de remasculinizar al personaje en El regreso del señor de la noche, convirtiendo a Robin en una jovencita cañera a la que le iba un tanto la marcha. Ni aún así. Batman terminaba el relato yéndose de excursión con una banda de jovencitos con chaquetas de cuero y cadenas.
   Quiero dejarlo claro, no tengo nada en contra de Batman, es sólo que no conecto con el personaje, por mucho que mi admirado Christopher Nolan esté tratando de revitalizarlo. A quien sí detesto es a Superman. Este no sólo era cachas y guapo, además, lo único que podía vencerlo era cierto material de un planeta que está donde Cristo perdió el mechero. Más fácil, imposible. ¿Qué emoción tenían sus aventuras? La vida de Superman era incluso más fácil aún. Todo era ponerse (o quitarse) unas gafitas y su novia ya no lo reconocía. La repera, podía morrearse con otra en el mismo restaurante en que cenaba su novia, que, en cambiándose de gafas, ella ni se coscaba. Pero, vamos a ver, ¿qué es lo que le miraba esa mujer a Superman, que nunca le vio la cara? Y Clark Kent, ¿qué pasa? ¿que no se quita las gafas ni para ducharse? ¿que siempre las tiene limpias? ¿a nadie le ha parecido sospechoso que no se gradúe la vista nunca? De todos modos, lo que me revienta de Superman, no es que pueda volar a donde le da la gana sin pasar por los aeropuertos (¡casi nada!), lo que me revienta es que, además, el tipo va tan de sobrado que no le importa lo más mínimo mentir como un bellaco. "No puedo verte desnuda porque tu ropa interior tiene refuerzo de plomo y mi vista de rayos X no penetra el plomo". ¡¡Venga ya, hombre!! Entiendo que, además de lo que le pagaba el Barcelona (a este también), sacara dinero de los fabricantes de ropa interior, pero eres Superman, macho. No he oído trola mayor desde que dejé de salir con aquel amigo mío que lo primero que le decía a las chicas era: "me gustas mucho, es una lástima que yo sea impotente. Me han desahuciado los mejores urólogos de España y de los EEUU". Se lo tenía trabajado y, a poco que lo dejasen, iba describiendo, pormenorizadamente, las consultas y los tratamientos aplicados por cada uno de los especialistas. Si la chica se resistía, era capaz hasta de soltar una lágrima furtiva. Cuando el resto de nosotros estábamos empezando a ahogar en alcohol la certeza de otra noche sin sexo, él ya estaba en la cama, gritándole a la incauta de turno: "¡¡No me lo puedo creer!! ¡¡No me lo puedo creer!!" Un día, Pfizer lanzó Viagra® y se le acabó el chollo. Lo intentó durante algún tiempo con el truco de "soy un actor porno con crisis de vocación", pero, claro, ya nunca fue lo mismo.

domingo, 22 de julio de 2012

Todo es mentira

   Hacia principios de los años treinta la radio era un lujo que sólo una pequeña parte de la población alemana se podía permitir. La emisoras estaban en manos de las autoridades de cada uno de los Estados federales y la variabilidad de sus consignas hacían de ellas un modo más de generar confusión en los confusos estertores de la República de Weimar. Erich Scholz, por entonces ya muy cercano al nazismo, fue quien puso orden en aquel descontrol desde su puesto de "Comisario para la Radio del Ministerio del Interior". Scholz se aseguró de uniformizar las líneas editoriales, el formato y la programación misma de las diferentes emisoras, hasta hacer de ellas una voz única. Para Scholz, la radio alemana debía de estar al servicio "del pueblo alemán" y excluir todo lo que fuese en contra de los intereses "del pueblo". Scholz dimitió de su cargo el 22 de noviembre de 1932, unos cuarenta días antes de que Hitler fuese nombrado Canciller. Hitler y Goebbles no "se dieron cuenta" de las potencialidades de la radio una vez llegados al poder, el ascenso del totalitarismo y la desaparición de la pluralidad en la radio corrieron paralelos, hasta el punto de que cabe preguntar si hubiese ocurrido lo primero de no haberle allanado el terreno lo segundo.
   Hasta entonces, escuchar la radio era un acto social. Dado el coste de los aparatos, grupos de conocidos o amigos se reunían en torno a él y debatían el contenido de las noticias. Lo que hicieron Hitler y Goebbles fue encargarle a Otto Griessing la fabricación de un modelo barato, muy barato, de modo que cada hogar alemán se lo pudiera permitir. Se trataba de conseguir que la voz de Hitler, hablase personalmente a cada alemán, eliminando cualquier posibilidad de discutir el mensaje transmitido. No obstante, como acabo de decir, Erich Scholz realizó su fecunda labor bajo un gobierno no dictatorial(1). Existen multitud de métodos para lograr la unificación de mensajes de un modo mucho más sutil, aunque no menos peligroso, que las drásticas amenazas nazis. Uno de los más fáciles se llama "reducción de costes" y consiste en subcontratar el suministro de informaciones con alguna de las agencias de noticias al uso. De este modo, lo que el oyente entiende que es un contraste de fuentes por oír la noticia en dos emisoras de signo político contrapuestos, se trata, simplemente, de la repetición de una y la misma fuente. Pongamos ahora esta situación en contexto. Hoy día la radio no se escucha habitualmente en la intimidad del hogar y, mucho menos, prestándole nuestra atención plena como en época de los nazis. Se escucha mientras se conduce, se trabaja manualmente o se hace ejercicio, actividades todas ellas que exigen una parte de nuestra atención, mientras que la otra va absorbiendo la información de trasfondo con bastante poca capacidad crítica. Por tanto, aunque el porcentaje de población al que se alcanza se ha reducido, el poder intonxicador de la radio permanece intacto. Comprobarlo es simple, preste atención a lo que dice cualquier grupo de ciudadanos "bien informados", con independencia de que sean abogados, médicos, albañiles o barrenderos. Si han acudido a sus puestos de trabajo con la radio puesta, podrá observar en ellos la más sorprendente uniformidad en la consideración de cuáles son los "hechos" y de qué es "lo importante" de ellos. Apenas entorne un poco los ojos, hasta podrá oír las expresiones del comentarista radiofónico que habla por sus bocas.
   La demostración última de que nadie en su sano juicio puede dudar de que esos son los "hechos", de que eso es lo "importante", lo da el que otro medio (al cabo, de nuevo, la misma fuente), viene a confirmarlo y de ese otro medio no se puede dudar pues en él "vemos" lo que ocurre, la televisión. Es verdaderamente irónico que hoy día, que todos tenemos en nuestro ordenador un eficiente programa para manipular imágenes, llamado Photoshop, sigamos creyendo en la fidelidad de las imágenes que proyecta nuestra pantalla de televisor. Cualquier estudio que consulte le dirá que la televisión es el mejor medio para mentir.
   Cuento todo esto a propósito de la situación actual. Puede entrar Ud. en cualquier bar, participar en cualquier reunión, acudir a cualquier cena y oirá hablar de la prima de riesgo como si, efectivamente, fuese la prima de todos los presentes. Un borrachín de taberna cualquiera, es capaz hoy en día de disertar acerca de las implicaciones de que la deuda pública tenga un tipo de interés cercano al 7% en el mercado secundario. Y, por supuesto, por encima de todo, hasta los niños de parvulario saben que estamos en crisis. Que esté tan claro, que todo se pueda explicar de un modo tan simple, que todo sea tan obvio, lejos de ser una prueba de que estamos ante hechos "objetivos", muestra que estamos ante una buena campaña publicitaria. Los síntomas se acumulan.
   El sistema educativo conocido como "Ley del 70" fue sustituido, sin evaluar sus ventajas o desventajas, por una ley orgánica conocida como LOGSE. La LOGSE fue seguida por la LOSE a la que sucedió la LOE, la cual, a su vez, ha sido modificada en múltiples ocasiones. Todos estos cambios han tenido una dirección nítida, el sistema educativo español es cada vez peor, como lo demuestran hasta las evaluaciones más proclives al mismo. ¿Casualidad? ¿Lleva la educación española treinta años en manos de tontos?
   Nuestro queridísimo y amadísimo Sr. ex-Presidente del Gobierno, el Zapatitos, ejecutó un drástico recorte del sueldo de los funcionarios para ajustar el gasto público. La reducción del poder adquisitivo de los funcionarios generó una contracción de la economía y, con ello, hizo imposible alcanzar el objetivo de reducir el déficit público porque el Estado no recaudaba lo suficiente. Para solucionarlo, el gobierno de D. Naniano Rajoy ordenó a las autonomías un recorte en el gasto del sueldo de sus funcionarios que ha generado una nueva contracción de la economía, volviendo a hacer imposible alcanzar los objetivos marcados. Para solucionarlo, se acaban de aprobar nuevas medidas que implican nuevos recortes en el sueldo de los funcionarios y un aumento del IVA, cuya única consecuencia posible es la congelación total de la economía española y condenarnos al rescate o la bancarrota.
   Dado que estamos en crisis, las empresas tienen que despedir tantos trabajadores como puedan para reducir costes, aumentando la jornada laboral de los que quedan. Cuantos más trabajadores despidan y mayor la jornada laboral de quienes queden, menos consumidores potenciales tienen, con lo que menos demanda habrá en el mercado y menos ventas, lo cual sólo puede conducir a despedir a todos los trabajadores y cerrar la empresa.
   Si alguien tropieza en una piedra y se cae, es humano. Si tropieza dos veces en la misma piedra, es tonto. Si tropieza tres... es que tiene un plan.
   Para empezar, como ya he dicho, no hay ninguna crisis. Quien hable de crisis miente y, lo que es peor, miente porque tiene un motivo para ello, porque trabaja para quienes hacen todo lo posible por ocultar los hechos. El capitalismo no está en crisis y, mucho menos, es Europa la que está en crisis. De lo que se trata es, simplemente, de que a los ciudadanos de a pie nos han dado el timo de la estampita y ahora pretenden que nos conformemos con los recortes de periódico en lugar de nuestro ahorros. Nos han timado. Nos han timado diciéndonos que no había ningún motivo para endeudarnos más allá de nuestras posibilidades, nos han timado diciéndonos que nuestros pisos valían un precio irreal, nos han timado con escandalosas hipotecas que escapaban al más simple criterio del sentido común, nos han timado diciéndonos que podíamos confiar en las Cajas de Ahorro y nos siguen timando al pretender que paguemos (por partida doble) a los bancos. Por tanto, reducir sueldos, reducir empleo, reducir salarios, reducir la calidad de la educación, reducir el tamaño del Estado, no es la forma de salir de esta crisis, porque no hay tal crisis. Todo es un plan preconcebido para hacernos creer que los timadores son, en realidad, nuestros amigos y que nos están protegiendo, cuando lo que realmente están haciendo es volvernos más tontos, más pobres y más indefensos.


   (1) Sobre la relación entre el nazismo y la radio, pueden consultar este magnífico post del blog Cabovolo.

domingo, 15 de julio de 2012

Segmenta y venderás

   De la segmentación ya hemos hablado, pero sólo de un género muy concreto, aquella que convierte a los individuos en una amalgama de cajones sin principio unificador alguno. Existe otro tipo de segmentación no menos peligroso. Quizás ha observado que los banners que aparecen mientras da vueltas por Internet en su casa no son los mismos que aparecen cuando lo hace desde su oficina, que recibe ofertas telefónicas de su banco distintas a las que recibe su pareja y que le llega publicidad por correo que no reciben sus vecinos. Todo esto obedece a una técnica de ventas llamada "segmentación" y va mucho más allá de la inocente apariencia que pueda proyectar. El objetivo de una técnica de segmentación es dividir el mercado en tantas categorías como resulte manejable, convertirse en líder de ventas o, más exactamente, en el cuasi monopolio de una o unas cuantas e ignorar todas las demás por no resultar rentables. Si Ud. ve unos anuncios en Internet, recibe ciertas promociones bancarias, o cartas con publicidad de determinados productos es porque una serie de empresas le han incluido en uno de sus cajones para los que tiene adaptados esos productos. Evidentemente, segmentar una realidad, una población, exige tener información actualizada sobre su tamaño, características demográficas y comportamentales. Pero lo fundamental, es saber elegir los factores clave que permiten identificar cada segmento. El mejor método es estudiar, perseguir, a los individuos que traten de fugarse de cada grupo, a los casos fronterizos. Su categorización y aislamiento permite determinar de modo nítido el segmento que se desea acotar. La segmentación asume que cada grupo tiene un principio rector por completo diferente del que rige en el grupo adyacente. Y si no es obvio por sí, se "descubre", esto es, se impone.
   En torno a la segmentación se ha levantado cierto debate. Mentes bienpensantes del progresismo internacional la han señalado como una forma de discriminación hacia la población más humilde. Hasta tal punto es así, que en un país tan poco dado al socialismo como los Estados Unidos, varios Estados han promovido leyes para impedir que grupos importantes de población (evidentemente, negros e hispanos) sean incluidos por los bancos en el segmento de clientes indeseables y se les impida abrir cuentas bancarias, cosa que estaba ocurriendo. Desde el mundo del marketing se rechaza tajantemente que la segmentación sea un género de discriminación y están en lo correcto. Segmentar es algo mucho más sutil y perverso que discriminar. Se discrimina a una minoría por parte de una mayoría. Lo segmentando, por el contrario, siempre es el mercado en su conjunto, la sociedad como un todo. Esto debe quedar claro, las estrategias de segmentación, no tienen como objetivo un grupo de población concreto, sino a la totalidad de ella. Toda ella queda segmentada, dividida y es dentro de esas divisiones donde se elige a qué grupo perseguir. Obviamente, el grupo perseguido debe reunir unas características en cuanto a su tamaño, estabilidad, accesibilidad y posibilidad de influir sobre él. Cuanto más pequeño sea el grupo, menos preparados estarán para esquivar el bombardeo comercial al que va a sometérselos. De hecho, un proceso de segmentación ideal acabaría por aislar a cada individuo de todos los demás.
   La segmentación nunca es muy difícil. Básicamente es una cuestión de convicciones y de voluntad. Si se está convencido de su existencia y se tiene voluntad para perseguirla, al final se consigue. A partir de aquí, el procedimiento es siempre el mismo. En primer lugar, comprometer a los individuos con capacidad para tomar decisiones relevantes. A continuación, ejecutar la estrategia de segmentación elegida. Es también conveniente cambiar el sentido de la responsabilidad, es decir, convencer a la población como un todo y a la minoría en cuestión, de que son los responsables de la segmentación y no el grupo de acción concreto que ha decidido ponerla en marcha: "sólo se les ofrecen estos productos porque son los únicos que demandan" (versión sutil del "se aísla a los judíos para protegerlos", que utilizaron los nazis). Finalmente, es fundamental manipular los medios de comunicación para que faciliten toda la estrategia de segmentación, especialmente, utilizando hábiles categorizaciones que ya llevan en sí mismas su esquematismo, es decir, que incluyen una breve explicación (que en realidad no explica nada) y que, por tanto, están preparadas para circular de boca en boca. Así aparecen los yuppies, los jasps, o "la generación ni ni".
   En manos de grandes empresas o de partidos ansiosos de poder, la segmentación es una forma de ingeniería social que sólo sabe considerar a los seres humanos en tanto que piezas de una maquinaria, de hecho, fue la gran estrategia fascista para destruir cualquier red social que pudiera oponérseles. Hoy día, sin embargo, se presenta como un paradigma de la libertad, quiero decir, del mercado libre.

domingo, 8 de julio de 2012

El nuevo biopoder (1)


   Esta semana, la empresa farmacéutica GlaxoSmithKline ha emitido un comunicado reconociendo haber alcanzado un acuerdo extrajudicial con las autoridades norteamericanas, por el cual, a cambio de paralizar las acciones legales emprendida contra ella por malas prácticas, accedía a pagar una multa récord. La multa en cuestión asciende a los 3.000 millones de dólares. ¿Qué futuro le espera a GlaxoSmithKline teniendo que afrontar un pago de este monto en plena época de crisis? Veamos, el anterior récord en cuanto a multas lo ostentaba otro honorable miembro de lo que suele llamarse el big pharma, Pfizer. En 2.009 a Pfizer le cayeron 2.300 millones de dólares de multa. ¿Se arruinó Pfizer? ¿ha dejado de existir? Según diversas estimaciones, Pfizer gana un millón de libras... a la hora. No le costó más de 2.300 horas reunir el dinero de la multa, es decir, algo menos de 100 días. En 2.009 todavía le quedaron 265 días para hacer caja. Aunque sacadas de contexto estas cifras parecen desorbitadas, en el marco de las astronómicas cifras de ganancias del big pharma son poco más que una multa de tráfico. Esto es algo así como si a Ud. le tocaran 160 millones en la primitiva y Hacienda le reclamara un pago del 25% de esa cantidad. ¿Sentiría alguna pena?
   Que una empresa farmacéutica gane una millonada a la hora da idea de cuál es realmente el problema. Y el problema es que las empresas que constituyen el big pharma tienen presupuestos anuales más elevados que los presupuestos de la mayoría de Estados del mundo. Aunque la comparación real no debe hacerse con el presupuesto de los Estados, sino con el presupuesto que éstos dedican a sus respectivas agencias para el control de fármacos. La propia FDA, el organismo norteamericano al que le corresponde esta función, reconoce no perseguir más que el 5% de los delitos por falta de personal y presupuesto.
   En esencia, a GlaxoSmithKline se la acusaba de ofrecer a los médicos suculentas "becas" para ir a congresos que, casualmente, se celebraban en paraísos turísticos de playas cristalinas. Se la acusaba, igualmente, de haber promocionado dos fármacos más allá de los límites legales establecidos para ellos, consiguiendo que se generalizara la prescripción a menores de 18 años de un antidepresivo cuyo uso había sido aprobado únicamente en adultos y que otro antidepresivo se hiciera común en el tratamiento de los problemas de erección. Finalmente, se la acusaba de haber ocultado los graves efectos secundarios de un tercer medicamento. En definitiva, a GlaxoSmithKline se la acusaba de lo que son prácticas habituales en el sector. Como digo, la cuestión es que los Estados carecen de recursos para enfrentarse al big pharma y se limitan a arañarles unos cuantos milloncejos al año. En esta ocasión le ha tocado a GlaxoSmithKline, en los próximos años la dejarán seguir haciendo las mismas cosas, hasta que le vuelva a tocar contribuir a las arcas públicas. Las empresas farmacéuticas saben que éste es el juego y lo aceptan con deportividad.
   De todos modos, lo anterior es un planteamiento demasiado simplista. No se trata de que los Estados no tengan recursos para enfrentarse al big pharma, tampoco desean tenerlos. Teniendo en cuenta la magnitud del negocio de que estamos hablando, estas empresas se aseguran de que las líneas maestras de la política vayan por el camino que les interesa en la mayor parte de los países. Numerosísimos partidos políticos del mundo, de las más diversas tendencias, reciben generosas donaciones de las grandes multinacionales farmacéuticas, simplemente, para que "comprendan" sus problemas. Un ejemplo es Europa, donde la "comprensión" con las empresas farmacéuticas es un consenso entre los políticos. No podrá esperar de ningún político europeo una sola declaración acerca de la industria farmacéutica que no pase por considerarla eso, una industria, es decir, un sector que promueve empleos y genera riqueza, sin la menor alusión a la salud de los consumidores de los productos de esta industria.
   Porque la cuestión es que, detrás de cifras millonarias y de tejemanejes políticos, están personas de carne y hueso, personas que no entienden cómo y hasta qué punto, sus vidas están tan medicalizadas a los treinta años como la de sus padres a los sesenta. Personas que están atentas a prevenir enfermedades, como la osteoporosis o la hipertensión, que sus abuelos no sufrieron. Personas que, como Ud. o como yo, tienen ya un botiquín en su casa, compuesto por medio centenar de medicamentos que, supuestamente, han contribuido a mejorar nuestra salud. Pues bien, el día en que esté particularmente aburrido, tome cada una de esas cajas, lea sus prospectos y pregúntese: ¿contiene la curación de alguna enfermedad? no; ¿contiene algún principio que contribuya sin dudas a mejorar nuestra salud? no. Tírese entonces a las llamas porque no puede contener más que publicidad y engaño. Si procediéramos a revisar las farmacias convencidos de estos principios, ¡qué estragos no haríamos!

domingo, 1 de julio de 2012

Por qué soy misántropo

   De entre las muchas cosas desagradables que me han ocurrido hoy, quizás la peor, ha sido rellenar un test para averiguar si soy misántropo y descubrir que no lo soy. Esto me pasa por rellenar un test, un test hecho por psicólogos y, por si fuese poco, por Internet. Cosas así son, precisamente, las que me hacen ser misántropo. Hay un inevitable sesgo profesional. Soy profesor y no asesor fiscal, de modo que si la pregunta es si la gente miente para conseguir lo que quiere, mi respuesta, inevitablemente, es: más que hablan. Lo malo no es ya que mientan mientras juran decir la verdad, lo malo es que mienten hasta explicándote cuándo mintieron.
   ¿Ayuda un alumno/a al profesor desinteresadamente o buscando algo? Desde luego, un alumno/a va a buscar tiza, esencialmente por dos motivos, uno es darse un paseíto a ver si encuentra a un amigo y el otro es pensando en la nota que va a obtener al final del trimestre. Y nada de esto es producto de la misantropía, es que las cosas son así. Por tanto, ¿considero que la gente me malinterpreta cuando trato de ayudar a alguien? Siempre. Si yo pienso que los demás me ayudan para conseguir algo, en justa reciprocidad, les concedo el derecho a que piensen lo mismo de mí (acertadamente, por lo demás). En realidad, nadie quiere ayudar a los demás porque sí, pero, claro está, quiere ser ayudado en cada circunstancia. Y si no me cree piénselo. Un tipo se viene hacia Ud. le insulta y le saca un arma amenazadoramente. ¿Desearía que alguna de las personas que hay a su alrededor le ayudase de alguna manera? Pongamos ahora la situación del revés, supongamos que Ud. es, simplemente, un espectador, ¿ayudaría a la víctima de alguna manera?
   En el test en cuestión había una serie de preguntas sobre conducta sexual e infidelidad que no he acabado de entender muy bien. Por ejemplo, una de ellas consistía en responder afirmativa o negativamente a la cuestión de si muchas personas tienen "una mala conducta sexual". La verdad es que no sé qué es "una mala conducta sexual". Esencialmente considero que cualquier conducta sexual entre adultos y mediando la aquiescencia de ambos, es una conducta sexual "buena". Que incluya practicar únicamente la postura del misionero, vestirse de marinerito o el beso turco, es asunto de los implicados. Por otra parte, violar a alguien con una botella no es algo que, por fortuna, hagan "muchas personas". En cuanto a la infidelidad me ocurre lo mismo, no tengo muy claro lo que significa. Si se trata de copular con alguien que no es nuestra pareja, no creo que los seres humanos seamos la especie más infiel del planeta, más bien, creo que estamos en la media (incluso por debajo de ella si tomamos en consideración sólo los primates). Pero, claro, ahí tienen a Bill Clinton asegurando que la felación no es una infidelidad. Y es que, si incluimos la felación, los tocamientos, los besos, los coqueteos y los pensamientos, la cosa cambia y dudo que exista alguien absolutamente fiel. Sí, sí, ya sé que por aquí aparecerá alguna mujer asegurando que sólo piensa en su marido. No voy a decir que sea mentira, simplemente, lo dudo, lo dudo mucho.
   A propósito de guerra de sexos, también tengo que decir que me parece estupendo que las mujeres tengan derecho a que su "no" signifique "no" o "puede", según las circunstancias y las personas. Es nuestro problema como hombres averiguar en qué parte del filo de la navaja estamos, a ver si así vamos aprendiendo a escucharlas de una vez. No obstante, me pone un poco nerviosillo que me planten una pista de aterrizaje delante de las narices repleta de luces verdes por todas partes y con un inmenso cartel que dice "aquí, aquí, por favor" y que justo cuando voy a sacar el tren de aterrizaje las luces se vuelvan todas rojas y traten de convencerme de que soy daltónico. Vamos a ver, no, no soy daltónico. A lo mejor había alguna luz roja que no he visto, o quizás no he efectuado bien la maniobra de aterrizaje. Todos cometemos errores. Es más, todos tenemos derecho a cambiar de opinión en cualquier momento. Pero eso no quita que aquí hubiese más luces verdes que en una aurora boreal y no traten de convencerme de lo contrario.
   ¿Hay tontos en el mundo? pues sí, los hay y muchos. ¿Tienen derecho los tontos a vivir? Pues claro, pues naturalmente que sí. ¿Tiene que valer igual el voto de un tonto que el de una persona inteligente? Pues sí, todos los ciudadanos deben tener el mismo derecho a decidir su futuro. Ahora bien, ¿significa esto que los tontos tengan derecho a mandar y decirle a los demás en cada momento qué deben hacer? Pues no, ni hablar. Si eres tonto, pues muy bien, yo te respeto, no por ser tonto, pero sí por ser persona. Si eres tonto y quieres hablar, pues vale, pues muy bien, yo te escucho, una vez más, porque te respeto como persona. Pero, ¡hombre! no te pases todo el rato diciéndome qué es lo que yo tendría que hacer, porque entonces te pediré que, antes, me expliques qué significa "heteróclito". Y, entendámonos, tonto para mí no es el que no sabe qué significa "heteróclito", tonto es el que cuando se le pregunta no responde: "vamos a buscarlo en un diccionario".
   Pero, la principal razón por la que soy misántropo es porque la humanidd está llena.... de misántropos.

domingo, 24 de junio de 2012

Es tiempo de sacrificios

   Hace unos años, Justin Clemens y Dominic Pettman, publicaron un curioso libro titulado Avoiding the Subject. Media, Culture and the Object (Amsterdam University Press, Amsterdam, 2004). Recuerdo que incluía un extraño capítulo dedicado a algo así como la ubicuidad del conejo en la cultura visual australiana y un apartado que analizaba el concepto de sacrificio siguiendo las pistas ofrecidas por Slavoj Zizek.
   En esta época de sacrificios, no estará de más recordar que "sacrificio" viene del latín "sacro facere", es decir, hacer sagrado. El sacrificio es, pues, un acto por el cual se convierte algo profano en sagrado. Como todo acto, tiene un objetivo concreto y unas pautas de realización más o menos estrictas. En el caso del sacrificio, estas pautas conducen a la ritualización. Aparentemente, estamos hablando de una tradición habitual en pueblos "primitivos", completamente imbuidos en la etapa mágica del desarrollo cultural, ésa en la que todo gira alrededor de la religión. Lo que desvelaba el análisis de Clemens y Pettman es que, lejos de ser síntoma de "primitivismo", el sacrificio es característico de los pueblos "civilizados". Sólo allí donde haya una organización nítida de la sociedad que establezca determinadas prohibiciones, por ejemplo, las concernientes a matar, y donde estas leyes son lo suficientemente fuertes como para imponerse, cobra valor el sacrificio. En caso contrario, perdería todo su significado real, todo su poder de excepción máxima. El sacrificio, convierte en sagrado algo profano, precisamente, sometiéndolo a una transformación excepcional, fuera de lo común, que aniquila lo que de mundano hay en lo sacrificado. No existe, por tanto, sacrificio sin ley. En el fondo, es la ley la que exige el sacrificio. Puede entenderse que la barbarie de la guerra no sólo no se haya extinguido con el progreso de la "civilización", sino que se haya acentuado.
   Hasta aquí, el análisis de Zizek, de Clemens y Pettman, es impecable. Pero en este punto, comienzan a aparecer los extravíos. Zizek está pensando en y ejemplificando con las sucesivas guerras yugoslavas y su punto de partida, por lo demás correcto, es que la distinción entre serbios, croatas y musulmanes, es posterior a la decisión de iniciar una política de exterminio contra un enemigo, en principio, a determinar. Insisto, este punto de partida descansa en una profunda verdad. No se puede decir lo mismo de la conclusión que saca Zizek, a saber, que siempre se sacrifica algo de la propia comunidad, que es la propia comunidad la que ofrece algo, cuanto más propio mejor, como víctima propiciatoria. Esto es a todas luces erróneo, ni casa con los hechos históricos, ni explica por qué no se sacrifica toda la comunidad en conjunto. Como tales consecuencias son implausibles históricamente hablando, Clemens y Pettman retocan los planteamientos de Zizek, pretendiendo que lo sacrificado es reconocido, pero reconocido únicamente en su sacrificabilidad. La consecuencia última es muy clara, si el sacrificio lo es de lo propio y si el sacrificio es algo que nos constituye, el propio sacrificio debiera ser él mismo sacrificado, como llega a ser efectivamente el caso con la desaparición o transformación de los sacrificios en prácticas cada vez menos sanguinarias. Aparentemente, llegamos por aquí a la optimista conclusión de que los sacrificios que nos exigen nuestros gobernantes tienen un límite temporal claro. Pero sólo aparentemente, pues este razonamiento conduce a la paradoja de que los Estados deben resucitar periódicamente el acto sacrificial para volver a sacrificarlo.
   En realidad, lo sacrificado, siempre es lo "otro". Incluso cuando se trata de una parte de la propia comunidad, ésta es señalada, acotada, delimitada, para que pueda ser reconocida como lo "otro". Podemos entender esto fácilmente si nos colocamos en la situación límite, es decir, cuando somos nosotros quienes nos sacrificamos. Sacrificarnos por nuestros padres, por nuestros hijos, por aquellos hacia los que sentimos un deber, implica tratarnos a nosotros mismos en tercera persona, como si alguien ajeno a mí, en realidad, yo mismo en un pasado más o menos reciente, fuera sometido a una pena. Sacrificarnos por otra persona significa tratarnos a nosotros mismos como un otro al cual niego caprichos, deseos o autonomía para decidir su (mi) propio futuro.
   Pero es fundamental para entender el sacrificio y sus implicaciones que a lo "otro" no se lo sacrifica para aniquilarlo, se lo sacrifica para obtener reconocimiento. Y aquí volvemos a la etimología, se sacrifica algo para hacerlo reconocible ante alguien, por ejemplo, ante los dioses, con quienes pasa a compartir, en cierto modo, naturaleza. La finalidad del sacrificio siempre es que la comunidad o el individuo sea reconocido por sí mismo o por los otros como racialmente pura, interlocutor válido, sujeto de deber, o cualquier otra cosa. El sacrificio es un modo de que los demás nos reconozcan, pero también un modo de reconocer a lo "otro", de reconocer la sacrificabilidad de lo "otro". Y, en última instancia, de reconocernos a nosotros mismos en el acto de sacrificar a lo otro. De aquí se deriva la ritualización de todo sacrificio y su conversión en una suerte de creación original que tiene que ser revivida periódicamente para mantener la unidad del Estado, quiero decir, el reconocimiento de su existencia por parte de los propios ciudadanos.
   Por fin, estamos en condiciones de entender a qué se refieren nuestros gobernantes cuando nos advierten que estamos en una época de sacrificios. Lo primero y más importante es que se va a delimitar nítidamente un sector de la población, para arrancarles el corazón de modo civilizado. En este caso, ese sector de la población no va a ser elegido por el color de su piel, su religión o su etnia, es mucho más simple, encerrará a todos aquellos por debajo de un cierto nivel de ingresos.
   En segundo lugar, se los va a sacrificar con un objetivo muy preciso y en un plazo de tiempo lo más breve posible, pues todo sacrificio es un acto. De hecho, hay que someterlos al rito sacrificial antes de que puedan reaccionar. En tercer lugar, se los va a sacrificar, no porque sea necesario, no porque beneficie al país en su conjunto, no porque sea la única posibilidad o el único remedio, sino para obtener reconocimiento, en este caso, para que los merkados, reconozcan la disposición de nuestros gobernantes a sacrificar una parte de su población. Y, finalmente, este acto se va a repetir tantas veces cuantas sea necesario actualizar este reconocimiento. Ciertamente, todo ello es una excepción, pero una excepción que carece de carácter excepcional, pues es la reiterada historia de cualquier país, como puede observarse, en el caso de España, desde su acto inaugural, con la expulsión de judíos y musulmanes, hasta la cruzada franquista.

domingo, 17 de junio de 2012

¿Por qué confiamos?

   Hace algunos años, mi amigo y profesor en la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Pablo de Olavide, Joaquín García Cruz, inició una investigación sobre confianza y compromiso en el mundo empresarial. Aprendí una barbaridad mientras seguía el camino que él iba abriendo en el bosque que, por aquel entonces, era la bibliografía sobre confianza. Lo primero de todo, por supuesto, la enorme trascendencia de este concepto en el mundo de la ética y la economía. Si trabajamos cada lunes sin recibir una recompensa por ello hasta treinta días más tarde, si le damos la espalda a un desconocido en la calle sin ponernos nerviosos, o si rechazamos la proposición de una atractiva mujer sin plantearnos que, tal vez, nuestra pareja nos espera en casa con una petición de divorcio, es porque confiamos. Cada mañana nos levantamos llenos de confianza en que todo cuanto consideramos seguro y estable lo es con absoluta firmeza. Lo cierto es que la relación es exactamente la inversa, cuanto de inamovible hay a nuestro alrededor se apoya únicamente en nuestra absoluta confianza de que las cosas no van a cambiar. La prueba es que, en el mismo momento en que perdemos esa confianza, todo lo sólido se desvanece en el aire (que decía Marx).
   Esencialmente los seres humanos necesitamos confiar en algo o en alguien. En las primeras formaciones sociales de nuestra especie, los pequeños grupos de cazadores-recolectores, aprendimos a confiar los unos en los otros, dividiendo nuestro trabajo y coordinando las acciones de caza. A los niños se les enseña a confiar en que sus papás siempre estarán ahí para ayudarles y sacarles de cualquier apuro. Cuando somos adultos y nos damos cuenta de que, en realidad, no deberíamos confiar en nada ni en nadie, siempre ponemos un colchón de salvaguardia por debajo que, curiosamente, es el mismo factor que sabemos que nos lo arrebatará todo, el tiempo. Por supuesto, nada nos garantiza que nuestra relación vaya a durar eternamente o que el dinero que hemos invertido no se vaya a volatilizar, pero eso es a largo plazo. Hoy, ahora mismo, todo está bien atado y nada se nos puede escapar.
   Es muy difícil establecer qué factores nos hacen confiar en determinadas cosas o personas y no en otras. Cedemos nuestros ahorros a personas con las que no nos iríamos de copas, nos vamos de copas con amigos a quienes no cederíamos nuestros ahorros y confiamos que nos ayudará a ganar un partidillo de fútbol alguien con quien no queremos compartir ahorros ni copas. Los más desconfiados, acaban sucumbiendo a los trucos de un estafador y personas desbordantes de confianza no son capaces de invertir en nada que no puedan ver o tocar. En ciertas personas confiamos nada más verlas, pero resulta extremadamente difícil restaurar la confianza perdida en alguien con quien llevamos media vida compartiendo colchón.
   Todo lo anterior se vuelve un poco más inteligible si nos damos cuenta de que, en realidad, no confiamos en otras personas o, por lo menos, no confiamos en ellas en tanto que personas, sino en la medida en que se hallan insertas en una situación, en un entramado social u organizativo. La razón es que esa situación, la estructura de esa sociedad o institución, hace su comportamiento predecible. Cuanto más predecible sea el comportamiento de una persona, más confiaremos en ella. Por eso decía Cicerón que la confianza se basa en la justicia y la sabiduría. El hombre sabio, como el hombre justo, rigen su comportamiento por unas reglas muy claras y esto nos induce a confiar en ellos. Pongamos un ejemplo, si un gobierno quiere generar confianza no se puede permitir tener un ministro como el Sr. Wert que siembra sus declaraciones de datos falsos o burdamente manipulados. Un hombre sabio, se informa concienzudamente antes de hablar y si tiene seis meses para elaborar un plan de ajuste, éste no se hará metiendo las tijeras por donde más bulto hay (por ejemplo, el sueldo de su personal), sin buscar formas más inteligentes de reducir gasto. Para ello hay una razón adicional, hacer recaer sobre personas que no han tenido la culpa de algo, la obligación de repararlo, es casi una definición de injusticia. Por tanto, cualquier gobierno que obligue a pagar los platos rotos a personas que no los han roto, estará haciendo lo posible para que los ciudadanos dejen de confiar en él.
   Frente a los dos factores que menciona Cicerón, la comunicación es algo menos relevante para generar confianza, sin dejar de ser importante. Al hablar de comunicación referida a la confianza, de lo que se está hablando no es tanto del contenido de esa comunicación. Más importante es cuándo y la forma en que se haga. La comunicación debe ser frecuente y detallada, la univocidad del mensaje debe ser absolutamente patente, por más que adquiera diferentes expresiones y matices, y, por encima de todo, debe ser un camino de ida y vuelta, es decir, se deben admitir preguntas y sugerencias. Observados estos preceptos, que, efectivamente, se esté contando todo lo que se puede contar o no, resulta poco importante, de hecho no es necesario. Una persona que, como todos nosotros, necesita confiar, ni puede ni, probablemente, quiere, tener toda la información. Como decía uno de los mayores teóricos de la confianza, William Godwin, en su Enquiry Concerning Political Justice and Its Influence on Morals and Happines de 1793, un cierto grado de ignorancia es fundamental para que exista confianza en un gobierno.
   ¿Qué ocurrirá si un presidente del gobierno hace declaraciones cada vez que hay eclipse de luna, si no admite preguntas en sus intervenciones, si los ministros se creen tan listos que sonríen con suficiencia ante cualquier propuesta, si un banco quiebra y en el plazo de una semana se dan tres cifras distintas para nacionalizarlo sin nacionalizarlo, si cada ministro, cada secretario general, cada subsecretario y hasta cada diputado del partido del gobierno dice una cosa distinta a cada momento, si hoy se afirma lo contrario de mañana que, en cualquier caso, resultará lo contrario de lo que se hace, si se habla de un rescate exigido mientras se deja constancia escrita de que se suplicó? Muy fácil, un gobierno de esa naturaleza sólo podrá conducir al país cuyos destino rija al más oscuro de los abismos, porque sus ciudadanos, sus aliados internacionales y los merkados, dejarán rápidamente de confiar en él.