domingo, 16 de septiembre de 2012

El curso ha empezado con normalidad

   Hay un colegio cuya fachada está protegida por una malla, pero la autoridad educativa asegura que no hay peligro de que caigan cascotes demasiado grandes.
   Hay un colegio, inaugurado hace cinco años, que imparte clases en el comedor y en la sala de profesores y que el curso que viene ya no podrá acoger más alumnos porque no tiene sitio.
   Hay un centro de secundaria en el que se invirtieron varios miles de euros para dotarlo de una red wi-fi. Hace dos años una avería impidió su funcionamiento en uno de los edificios. Está en una lista de espera de la empresa encargada de las reparaciones y ahí sigue. En el otro edificio, cuando todos los ordenadores que existen en él se conectan, la red wi-fi se cae. No tiene capacidad para absorber ese tráfico. Este centro tiene más suerte que otros en los que, cuando se encienden todos los ordenadores, lo que se cae es su anticuada instalación eléctrica. Han llegado a un acuerdo para que la mitad de las aulas enciendan los ordenadores los días pares y la otra mitad los días impares. No obstante, se acusa a los profesores de luditas, de negarse a utilizar las nuevas tecnologías y no querer desarrollar contenidos multimedia para impartir sus clases, contenidos multimedia de los que, por lo demás, la Junta de Andalucía se apropia, negándose a reconocerles derechos de autor a los profesores.
   Hay un centro en el que ciento cuarenta y tantos alumnos de segundo de bachillerato van ser repartidos en cuatro cursos. Para disminuir la ratio, la única solución otorgada por la autoridad educativa era eliminar un curso de primero de bachillerato. No era factible. La ratio en primero de bachillerato es de 37 alumnos por clase. En uno de ellos, será integrada una alumna con necesidades educativas especiales. La ley dice que no puede tener más de 24 compañeros. La autoridad educativa va a obligar al centro a incumplir la ley. Es lo habitual.
   Los centros educativos andaluces han sido obligados a instalar pizarras digitales al precio de 3.000 € la unidad. Ningún centro las solicitó. Con un proyector y una pizarra táctil se puede conseguir algo igualmente operativo. El precio total de esta instalación ronda los 700 €. 2.300 € de sobrecoste por aula han salido de lar arcas públicas para acabar en cuentas privadas sin necesidad alguna y en plena época de recortes.
   Los directores medianamente inteligentes se han negado a que las pizarras tradicionales abandonen las aulas. La utilización de las nuevas tecnologías exige que haya que esperar el encendido de un ordenador y la inicialización de una pizarra digital para escribir un nombre que los alumnos no entienden. Simplemente, no es funcional. Ahora bien, no todas las aulas son lo suficientemente grandes como para que ambas pizarras quepan una al lado de la otra. En la mayoría, cada pizarra ocupa una pared. Como la mesa del profesor debe estar en las inmediaciones de la pizarra digital, pues en ella se instala el ordenador que la controla, los alumnos tienen que cambiar la dirección de sus sillas y/o pupitres cada vez que el profesor necesita escribir algo en la otra pizarra. Las nuevas tecnologías han conseguido que las pizarras tradicionales tampoco sean ya funcionales.
   Gracias a los recortes y al aumento de horas lectivas, los profesores de filosofía van a impartir música; los de geografía e historia, educación física; y los de francés, latín. El ilustrísimo, aunque más valdría decir, el ilustrativo (de lo que es el actual gobierno) Sr. Wert, quiere convertir este desaguisado en norma. Un proyecto de ley obligará a los profesores "de letras" a dar lengua y a los profesores de "ciencia" a dar matemáticas. Los habrá implicados que intentarán asumir el reto con dignidad. Los habrá tan desmoralizados que no llegarán ni a eso. Ni unos ni otros tendrán el entusiasmo mínimo que exige esta profesión para que las cosas salgan bien. Los economistas neoliberales aplaudirán el ahorro. Socialmente es el mayor despilfarro de la historia. Todos los millones gastados en formar especialistas se tira a la basura por el ocurrendo de un ministro, como si ese dinero hubiese crecido en los árboles.
   Este curso comienza un nuevo modelo educativo. Hasta ahora, se podía elegir entre educación pública y educación privada. Dada la red de centros privados que existe fuera de Madrid y Barcelona, la elección, en realidad, era entre educación pública y educación para élites económicas. Con mucha dedicación, algunas artimañas y un poco de suerte, una familia trabajadora podía conseguir para sus hijos una educación pública bastante aceptable. A partir de ahora, la educación pública ofrecerá, exclusivamente, el gran encierro de los adolescentes, sin otra finalidad que el control social y el adocenamiento. No se trata de un logro del Sr. Wert. El sólo ha culminado un intento que comenzó hace unos treinta años. Por ello, la única conclusión posible es que el curso ha empezado con normalidad.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Más basura (genómica ahora)

   Esta semana hemos asistido al primer gran descubrimiento científico del siglo XXI. Ha sido llamativo, pero, desde luego, no sorprendente. Como ya dijimos en una entrada anterior, la basura es tremendamente informativa, lo cuenta todo acerca de nosotros. Y eso, a nivel molecular, es lo que acaba de hacer público el llamado Proyecto Encode. Para entender de qué estamos hablando, hay que contextualizar el hallazgo. Hay por ahí un gusanito, llamado Caenorabditis elegans, que, de tan elengante, contiene 19.000 genes en su DNA. Por otra parte, hay un sabroso (y venenoso) pez globo japonés, cuyo DNA está constituido, en más de un 95% por genes (tiene alrededor de 30.000). Bien, si ahora añadimos el dato de que una cadena de DNA humana, es ocho veces más grande que la del pez globo, ¿cuántos genes hacen falta para crear un ser humano? Piénselo bien, en nuestro cerebro hay 100.000 millones de neuronas con sus 1.000 billones de conexiones. El Caenorabditis elegans tiene 302 neuronas. Si Ud. repasa la literatura científica sobre el tema, encontrará que las primeras estimaciones no bajaban de los 400.000 genes. Poco a poco la cifra se fue reduciendo, 300.000, 100.000, 40.000... La transcripción del mapa genético humano a cargo del Proyecto Genoma dejó la cifra en torno a 23.000. Sí, sí, 23.000, un poco más que el gusanito elegante de las narices.
   Pero, ¿y toda esa cantidad enorme de DNA que nos constituye? 23.000 genes son menos del 2% de nuestro DNA. El 98% restante es basura, secuencias que no dan información acerca de ninguna estructura significativa de nuestro organismo. Dicho de otro modo, un pececito que nos zampamos tiene un 95% de DNA significativo, nosotros un 1,5%. Tomemos el DNA humano, eliminemos todo esa basura y compactémoslo, ¿saldrá de ahí un ser humano? La apasionante respuesta es, no.
   ¿Cómo puede salir nuestro cerebro de 23.000 genes? Obviamente, nuestros genes tienen que estar pluriempleados. Muchos, la mayoría quizás, tienen que codificar más de una proteína, dependiendo de a partir de qué punto sean leídos, incluso, en qué dirección sean leídos. Y aquí viene la gran pregunta: ¿cómo sabe nuestro organismo en qué dirección y a partir de qué punto hay que leer en cada momento un gen concreto?
   Veamos, si estamos constituidos por 23.000 genes y de ellos salen el millón de proteínas que nos constituyen, péptidos aparte, las instrucciones para el desarrollo humano, las correspondientes a la especialización que debe sufrir cada célula para formar parte de un organismo y los 1.000 billones de conexiones neuronales, ¿cómo demonios puede haber un gen para la agresividad, un gen de la homosexualidad y un gen del talento? ¿De dónde han salido esos genes tan especializados que copan, con frecuencia, espacio en los medios de comunicación de masas y en las revistas de difusión científica? ¿No será que todo esto es pura ideología carente de la más mínima base científica? Si Ud. le pregunta a un especialista medianamente serio le dirá que un gen por sí mismo no es nada. Todo gen tiene un mecanismo regulador, que indica cuándo tiene que expresarse y cuándo tiene que dejar de hacerlo. Sin ese interruptor, el gen no sirve para nada. Y ese mecanismo regulador no puede funcionar si no es en interacción con la expresión de otros genes y con el medio ambiente. Ningún gen determina nada por sí mismo sin un mecanismo que lo lleve a expresarse y ese mecanismo es extremadamente sensible al contexto. Dicho de otro modo, sólo somos uno de los resultados posibles de la interacción de los genes que nos constituyen.
   Como pueden imaginarse, los mecanismos reguladores de los genes, la clave de todo, son de una complejidad extrema. Aquí se ha abierto paso la biocomputación con el uso de modelos matemáticos, topología avanzada y, por supuesto, supercomputadores de procesamiento en paralelo. Con todo, sólo se conocen las formas más simples y aplicadas a organismos elementales... Hasta ahora. Lo que el Proyecto Encode ha puesto de manifiesto es, precisamente, que el 98% de nuestro DNA codifica mecanismos reguladores de nuestros genes. El DNA "basura", dice cómo y, lo que es todavía más importante, cuándo, se tienen que expresar los diferentes genes. La sucesión física de pares de base del DNA, lleva implícita una red abstracta, en la que cada instrucción es un nodo. Cada secuencia de DNA ocupa un lugar, guardando relaciones de vecindad con otras secuencias, pero también una posición en una red, en la que sus vecinos ya no tienen por qué estar próximos físicamente. Dos nodos son adyacentes si uno ejerce influencia directa sobre el funcionamiento del otro. Y toda esa red de interacciones entre fragmentos de DNA es muy sensible a la situación en la que se encuentra el organismo. La cartografía de esa red nos permitirá entender cómo saben las diferentes células del embrión a qué órgano tienen que dar lugar, qué mecanismo llevan al organismo adolescente a secretar hormonas y de qué modo el malfuncionamiento de un gen afecta a todos los demás, entre otras muchas cosas. Ciertamente estamos más cerca de curar enfermedades con cuya curación jamás se soñó. La verdad es que, contrariamente a lo que dicen los medios de comunicación, no mucho más cerca. Queremos alcanzar la Luna y nos hemos subido en una escalera. Pero, al menos, hemos avanzado algo. Si el Proyecto Genoma Humano permitió asomarse al ojo de la cerradura de la vida, el Proyecto Encode ha entornado esa puerta. Aún queda un proyecto más ambicioso, la proteómica, la secuenciación de cada una de las proteínas que nos constituyen. Entonces, entonces sí, la puerta estará abierta definitivamente.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Radriografía de la opinión pública española

   Según las estadísticas de Google, en el último mes, 191 personas visitaron este blog. De ellas sólo 53 residían en España. No estoy muy seguro de que este dato sea correcto porque, últimamente, cada vez que entro en Google desde uno de los ordenadores de mi casa, todos los resultados me salen en portugués, pero, en fin. Menciono todo esto porque quizás debiera aclarar que las opiniones y juicios vertidos en este blog, para nada representan las opiniones y juicios del ciudadano medio español en estos momentos. De un modo muy burdo, yo diría que en torno a siete de cada diez españoles tienen una actitud que oscila entre la defensa más encendida y la indiferencia hacia el actual gobierno. Hasta el momento, he escuchado tres tipos de argumentos para sustentar dicha actitud: el gobierno actual no puede hacer otra cosa, dada la situación heredada; el gobierno actual está mejor preparado que el anterior para afrontar la situación; y, bajo ningún concepto, se puede permitir que los sinvergüenzas del PSOE vuelvan al poder (ya). Si Ud. no vive en España, como es lógico, no entenderá a qué vienen estos argumentos (en realidad, si Ud. no vive en España es poco probable que entienda nada de lo que ocurre en este país de locos), por lo que voy a tratar de explicarlos.
   En el caso de que Ud. resida en Sudamérica, puede llegar a comprender el primero de ellos gracias a un símil. "No se puede hacer otra cosa con la situación que hemos heredado" es la versión patria de: "la culpa es del colonialismo español". Como todos sabemos, el colonialismo español es el causante de todos los males de Iberoamérica, desde la gripe hasta la reciente explosión de una refinería en Venezuela pasando por el golpe de Estado contra Allende y la presencia ocasional del fenómeno de El Niño. En nuestro caso, "no se puede hacer otra cosa con la situación heredada", forma parte del pecado original de nuestra democracia. Franco no sólo fue el dictador más longevo de Europa, llegada la democracia se convirtió en la excusa perfecta para justificar todo lo que iba mal. ¿Qué las cárceles estaban saturadas? Culpa de Franco. ¿Que la policía disparaba balas de verdad en las manifestaciones? Culpa de Franco. ¿Que la economía no levantaba cabeza? Culpa de Franco. ¿Que había mucho paro? Culpa de Franco. Los sucesivos gobiernos de Felipe González hicieron de esta cantinela una forma de gobernar. "La situación heredada" abarcaba no ya los cuarenta años de la dictadura, también los desaguisados cometidos por los gobiernos de UCD. A Felipe González lo pudimos ver justificando cada escándalo de sus ministros por "la situación heredada". Poco a poco, tras repetir recurrentemente la misma canción, ésta fue penetrando en las capas más profundas de la mente de los españoles y la "situación heredada" resulta ser la causante, incluso, de la caca que el perro del vecino ha dejado en la acera. Hasta tal punto ha penetrado en la mente de los españoles, que hace unos meses, una mandataria del gobierno andaluz, echó la culpa de la mala calidad de la enseñanza a la "situación heredada", lo cual no está nada mal si tenemos en cuenta que el partido de esta eminencia lleva tres décadas gobernando en Andalucía. La "situación heredada", como el colonialismo español, es el capote con el que se nos torea para que no nos hagamos la pregunta obvia: ¿no debería gobernarnos alguien capaz de obtener resultados pese a la situación heredada? Para obtener resultados cuando las cosas van bien, sirvo hasta yo.
   Que el gobierno actual esté mejor preparado que el anterior se refiere a que los actuales ministros hacen exhibición de su buen nivel inglés. La respuesta a la pregunta que Ud. se está haciendo es no, hasta ahora ningún político español había demostrado un nivel de inglés superior al de los niños de seis años alemanes o fineses. Entiéndaseme, no es un logro menor. De ahí a considerar que por eso ya tienen méritos para gobernar hay un trecho. También Pocholo habla inglés y yo no lo pondría de ministro economía. ¡Claro! digo, yo, don Naniano Rajoy, ya veremos cómo acaba. El resultado es que todo el mundo se queda muy satisfecho viendo cómo el Sr. de Guindos es saludado efusivamente por sus colegas europeos. La verdad, a mí esas escenas no acaban de tranquilizarme. Un día de estos Schäuble lo va a besar como don Vito Corleone y entonces igual acaba por entenderse el significado último de tanta efusividad.
   Finalmente, los menos proclives al actual gobierno suelen argumentar que no se puede permitir la vuelta al poder del PSOE. Este argumento suele tomar una forma muy concisa, del tipo: "pues vuelve a votar al PSOE ¡idiota!" La gracia del asunto está en que quien así argumenta, votó en su día al PSOE y volverá a hacerlo en cuanto le digan que la crisis ha pasado. Para buena parte de la ciudadanía de este país la democracia consiste en elegir entre dos partidos que están de acuerdo en qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo, aunque no en cómo hay que explicarlo. Si a este ciudadano trata Ud. de aclararle que el duopolio no es algo muy diferente de la dictadura, no tardará mucho en llamarle "golpista", "perroflauta" y/o "comunista".
   Quedan, naturalmente, los tres ciudadanos que sí están dispuestos a criticar a este gobierno. Unánimemente, le ofrecerán un argumento para hacerlo: que es un gobierno "fascista". Lo que quieren decir al tachar a este gobierno de "fascista", es que no es del PSOE, porque, para estos ciudadanos, como para los anteriores, la democracia consiste en elegir entre dos refrescos de cola, uno envasado en rojo y el otro en azul, que, a lo mejor, difieren en su sabor, pero que, al cabo, son la misma fucsina.
   Nadie o, por lo menos, nadie con quién yo haya tenido la oportunidad de conversar en los últimos meses, será capaz de ofrecer un argumento a favor o en contra del actual gobierno por cuestiones como que no tenemos un problema de gasto excesivo sino de recaudación; que subir el IVA, a lo mejor crea inflacción y al gobierno le viene muy bien para pagar la deuda, pero va a hundir el consumo y con él, una vez más, la recaudación; que quienes necesitan una línea de financiación europea no son los bancos, sino las familias; y muchas más cosas que vengo diciendo aquí y que no me apetece repetir una vez más. ¿Por qué resulta tan infrecuente oír estas perroflautadas?
   No se puede entender este país si no se sabe que en la inmensa mayoría de los hogares españoles se almuerza viendo el telediario. Telediario que esquematiza, empaqueta y predigiere las informaciones para que sean engullidas y asimiladas como un bocado más. Terminado este ritual de avinagramiendo cotidiano, los españoles vuelven a su interminable jornada laboral, preguntándose si son los tonos rojizos o celestes los que mejor combinan con el decorado de cartón piedra que los rodea. Y, claro, con estos mimbres, sólo nos puede salir un país de opereta, que es lo que siempre hemos tenido.

domingo, 26 de agosto de 2012

4 Lions

   Aprovechando que tenía que planchar, el otro día conseguí verme (eso sí, doblada), 4 Lions, película de Christopher Morris de 2010. En esencia, es un desarrollo, netamente británico, de lo mejor de Zohan: licencia para peinar (Dennis Dougan, 2008). Zohan tenía mucha escatología chabacana, como es habitual en el cine (supuestamente) de humor norteamericano, pero la escena de un grupo de aspirantes a terroristas llamando al teléfono de Hezbollah, merece entrar en el mismo Olimpo que el famoso camarote de los hermanos Marx. 4 Lions lleva esta idea mucho más allá, desvelando las miserias de cinco aspirantes a mártires, tan obcecados como tontos. La película es descacharrante y, pese a ello, tremendamente realista o, por decirlo mejor, realista por descacharrante.
   Empezar no empieza demasiado bien. Casi al comienzo, dos de los protagonistas se van a un campo de entrenamiento en Pakistán, donde se las apañan para pegarle un bombazo no al avión espía norteamericano al que apuntaban, sino a la casa del emir que los acogía. Aunque divertida, esta escena parece situar la película en un tono de parodia que no se corresponde con todo lo que viene a continuación. En realidad, de los campos de entrenamiento terroristas, se pueden contar muchas cosas tan o más divertidas que ésta. Todo campo de entrenamiento terrorista, proporciona, en efecto, tres tipos de enseñanzas: militar, ideológica y armamentística. Lo cierto es que la mayoría de reclutas que acuden a ellos, lo único que quieren es pegar cuantos más tiros mejor (algo que sí queda reflejado en la película) y hacer explotar el mayor número posible de artefactos en el menor plazo de tiempo. Cuando a estos reclutas se los pone a reptar bajo una alambrada o a escuchar largas conferencias sobre las maldades del imperialismo, suelen ponerse gallitos y las broncas con sus adiestradores alcanzan niveles antológicos. Ahora las cosas están un poco mejor, pero de la época de ETA, el IRA, la RAF y demás movimientos de izquierda, se cuentan historias rayanas en el surrealismo. Los anfitriones de la Rote Armee Fraktion, por ejemplo, los describen como gente que lo único que quería era tomar el Sol (desnudos, por supuesto), fumar porros y disparar. A más de uno le tendieron una encerrona para matarlo. Por su parte, los miembros de esta organización que pasaron por esos campos de entrenamiento, narran que sus instructores daban lecciones también a grupos de extrema derecha alemanes, alojados unos barracones más abajo...
   El primer objetivo que se fijan los cuatro leones de la película es, naturalmente, una mezquita. Siguiendo el modo en que los terroristas razonan realmente, el personaje llamado Barry, expone que, matando musulmanes, lograrán que los musulmanes moderados se radicalicen y los radicales se pasen a la acción directa, sumiendo Gran Bretaña en el caos. Otro de los miembros del grupo, incrédulo, le plantea que su padre va a esa mezquita. Entonces Barry le pregunta si su padre compra naranjas. Habiendo obtenido una respuesta afirmativa, concluye: "entonces tu padre financia el programa atómico judío". Como casi siempre que Barry abre la boca, sus comentarios provocan una hilarante estupefacción y, sin embargo, no hace otra cosa que enunciar axiomas que defendería cualquier terrorista que se precie. El primero de todos, el ejemplificado por este diálogo es: no hay inocentes. Y eso si están vivos, porque si ya han sido "ejecutados", entonces su propia ejecución los convierte en pérfidos enemigos. La disparatada voladura de una oveja que podemos presenciar en otra escena, la convierte, en efecto, en un objetivo legítimo, "por formar parte de la cadena alimenticia del enemigo", dice Barry y su involuntario autor es, por supuesto, un mártir.
   Toda la película es el ejemplo de algo que ya decía Descartes, que el sentido común es el menos común de los sentidos. Podemos presenciar cómo la familia del líder del grupo, con idílica unanimidad, le da ánimos para que se inmole, llenando de orgullo así a su próxima viuda y a su hijo. Hijo que, no hay que darle muchas vueltas, tratará de seguir pronto el camino del padre, pues, como muestran las estadísticas reales, el terrorismo, al igual que el color de ojos, se hereda. La cosa comienza a girar hacia la catástrofe cuando descubrimos que la falta de sentido común no es exclusiva de los terroristas. En una sucesión de actuaciones policiales, podemos contemplar: dos tiradores de élite de la policía discutiendo acerca de si un Wookiee es un género de oso o no; un grupo de asalto, matando a un rehén; un político, justificando que, en realidad, ese rehén era el terrorista, si bien, el otro tipo, es decir, el terrorista real, por motivos que el político asegura que no merece la pena analizar, activó el explosivo; a todos los servicios secretos, con la CIA detrás, machacando al (pacifista) hermano del líder del grupo por ser (supuestamente) la fuente inspiradora de todo...
   Ni que decir tiene que la estulticia mostrada por la película queda en mantillas si se la compara con la realidad. El 12 de octubre de 2001, miembros de ETA colocaron un coche bomba en Madrid, justo debajo de la señal de vado permanente de un edificio de Telefónica. La hora de la explosión debía ser las doce de la mañana. Los terroristas avisan de la colocación del coche bomba. Llegan las unidades de desactivación de explosivos con sus perros adiestrados. Los perros olisquean todos los coches de la calle pero no detectan nada. El guarda jurado del edificio, que ve el coche, llama a la policía local. También los terroristas vuelven a llamar insistiendo en la colocación del coche bomba. Hay una segunda pasada, igualmente infructuosa, de la policía. Cae la tarde. Llega la policía local. Efectivamente, parece que hay un coche mal aparcado. Algo después la grúa municipal se hace cargo de la situación. No hay manera de mover el coche. Lo empujan, lo zarandean, pero nada. Tras un buen rato de pelear contra él, la grúa consigue llevárselo. Lo pasea por media ciudad. A las doce de la noche, el coche bomba explota en el aparcamiento de la policía local para vehículos retirados de la vía pública. Afortunadamente, no mata a nadie. Los terroristas confundieron las doce de la mañana con las doce de la noche cuando activaron el temporizador.
   Al final, entre la estupidez de unos y la de los otros, en la película acaban muertos cinco terroristas, dos ciudadanos de a pie, tres policías, una oveja y un cuervo. Y es que lo terrible, lo terrible de toda esta historia, consiste en que matar, está al alcance de cualquiera, por muy tonto que pueda ser.

domingo, 19 de agosto de 2012

Una historia que es una bomba (3. Hechos, leyendas y moralejas)

   El año 1941 fue crucial para el proyecto nuclear alemán. Por un lado tenemos a un Hitler deseoso del arma definitiva y por otro a unos científicos erráticos que avanzan al paso de una tortuga con reúma. En octubre de ese año Heisenberg se entrevista con Niels Bohr. Hay dos versiones de esa entrevista. Una es la de Heisenberg, según la cual, le contó a Bohr su frustración por un programa nuclear que iba de cabeza hacia el fracaso. Otra es la de Bohr, que llega a EEUU alarmado por lo extraordinariamente cerca que están los alemanes de la bomba atómica. ¿Qué fue lo que le contó de verdad Heisenberg a Bohr? En sus memorias Heisenberg asegura que sólo le insistió sobre su intento de reconducir el proyecto nuclear hacia usos civiles, algo, desde luego, nada alarmante. Pero quizás, también deslizara su preocupación por no ser el único que estaba investigando la energía nuclear en Alemania...
   En efecto, un poquito hartos ya, la verdad, los nazis llegan a la consecuencia que también habían pergeñado los japoneses, a saber, que si uno quiere fabricar algo, lo mejor es ponerlo en manos de ingenieros y no de científicos. Justamente cuando Speer está entregando una enorme suma de dinero para su proyecto a Heisenbreg, se crean dos grupos paralelos al proyecto "oficial" para la fabricación de la bomba atómica. Uno, a cargo de Manfred von Ardenne, progresa vertiginosamente en la producción de Uranio 235, entre otras cosas. El otro, liderado por un misterioso general Kammler, no se sabe muy bien qué hacía, pero termina por fusionarse con el primero en 1944. A partir de aquí es difícil desligar lo que son hechos, de lo que son teorías, de lo que son simples leyendas urbanas.
   Es un hecho que el general Kammler nunca estuvo enterrado en la tumba que llevaba su nombre. Es un hecho que von Ardenne acaba siendo pieza clave en la fabricación de la bomba atómica soviética. Es un hecho que, en los últimos días de Hitler, un submarino, el U-234, zarpa rumbo a Japón cargado de material nuclear y de un detonador ideal para hacer explotar una bomba de Plutonio. El detonador acabará llegando a Japón, más en concreto, a Nagasaki... ¡dentro de Fat boy, la bomba de Plutonio de los americanos! El submarino acabó entregándose a éstos tras la rendición de Alemania.
   Si el submarino portaba un detonador para una bomba de Plutonio y si fue fabricado por von Ardenne, cabe teorizar que éste, en realidad, acabó aceptando las conclusiones de Bolthe y que su contribución consistió en suministrar combustible nuclear y preparar la fabricación de un ingenio que utilizase los residuos de la fisión nuclear que se producen en un reactor. Pero por aquí aparece un periodista italiano que asegura haber asistido a una prueba nuclear alemana en la isla de Rügen en 1944, prueba que se mantuvo en secreto a la prensa alemana para... ¿no subir los ánimos de la tropa? No es algo muy original, otro periodista adjudica una prueba nuclear (también exitosa, claro) a los japoneses y no en una isla remota, no, en las mismas barbas del ejército ruso al que le faltó tiempo para hacer prisioneros a todos los científicos japoneses. ¿Qué queda? ¡Ah sí, el avión! Hubo, efectivamente, un modelo modificado de avión a reacción del que, dicen, de haber volado alguna vez, hubiese podido bombardear New York. Y eso, sin necesidad de que una escuadrilla de cazas le diera protección de ningún tipo y saltándose a la torera la aplastante superioridad aérea que los aliados tenían desde principios de 1944. Pero este avión no es que pudiera volar, es que lo hizo efectivamente y no hacia el Oeste, no, sino hacia el Este, es decir, hacia donde la guerra aérea era más desfavorable. Piénselo bien, es Ud. Hitler, tiene una bomba atómica, está decidido a lanzarla contra los rusos, ¿dónde la lanza? Pues en Tunguska, claro, en plena Siberia, no vaya a ser que lanzándola en Moscú, mate a Stalin, algo que podría haberlo molestado un poco (1).
   En fin, esto es lo que tienen las leyendas, que cualquier mente golosa acaba atrapada en ellas como las moscas en la miel. Pero lo que me gusta de toda esta historia no son las leyendas a las que ha dado pie. Lo que realmente me fascina es la actitud de Heisenberg, de Hahn, de Bolthe y quienes con ellos trabajaron. Tuvieron extraordinariamente fácil declarar, tras la guerra, que siempre habían sido opositores, desde dentro, al régimen nazi. Muchos otros, en Francia y en Alemania, con menos méritos objetivos, se convirtieron de la noche a la mañana en resistentes contra el nazismo en cuanto vieron ondear la bandera norteamericana. Y es que, si uno se ciñe a los hechos, la conclusión inevitable es que hicieron todo lo posible por sabotear el proyecto nuclear alemán desde el primer día. Sólo hay un pequeño detalle que no encaja con esta manera de interpretar los hechos: las propias declaraciones de Heisenberg y de Bolthe. Cada vez que tuvieron ocasión, insistieron en que no hubo sabotaje alguno por su parte, simplemente, cometieron errores, errores incomprensibles y sistemáticos. Esta generación de científicos en particular y de alemanes en general, fue educada en la creencia de que tenían una deuda para con su país y que esa deuda tenían que pagarla aunque el país estuviese gobernado por una camarilla de sinvergüenzas. Para ellos "traidor" siempre fue un insulto peor que "colaborador", aunque esa colaboración fuese la colaboración con un gobierno criminal. Ni siquiera en el caso de que hubiesen saboteado el proyecto, cosa que no creo que hicieran deliberadamente, lo hubiesen reconocido.
   No obstante, es innegable, que durante su desarrollo, nunca mostraron la mejor versión de sí mismos. Y ésta es la primera moraleja que quisiera sacar de esta historia. Como los libros de management empresarial insisten en subrayar, está muy bien centrar todo el negocio en el cliente, pero si los empleados no son capaces de mostrar la mejor versión de sí mismos, ningún negocio dura más de seis meses. Da igual las bondades del producto, da igual la capacidad de liderazgo de la dirección, da igual los mecanismos de control, al final todo depende de que el empleado sonría, o no, al cliente, de que notifique, o no, que las bolsas de pipas no se están cerrando correctamente, de que se dé cuenta, o no, de ese tornillito más flojo de lo normal que puede parar toda la cadena de montaje. Cada uno de nosotros conoce esa multitud de pequeños detalles que, con buena voluntad, corregimos cada día y que, si no lo hiciésemos, acabarían por echarlo todo a perder. Y, a lo mejor, como Heisenberg, como Hahn, como Bolthe, deberíamos comenzar a preguntarnos si de verdad todo este proyecto nos entusiasma tanto como para que sigamos teniendo buena voluntad. Si el ideal de nuestros empresarios y políticos es sumirnos a todos en la esclavitud, quizás debamos complacerles. Seamos esclavos. Y como esclavos, dejemos de arrastrar los pies únicamente cuando azoten nuestra espalda. Habrá que contratar muchos capataces y que comprar muchos látigos para azotar tantas espaldas. Ya veremos si les salen las cuentas.
   Sí, lo sé, no son éstas las cosas que se espera oír a un filósofo. No es de extrañar, los filósofos ni siquiera se han enterado de que la ciencia necesita comunicación, intercambio de ideas, de teorías, flujo de información y que si no se quiere eso, si lo que se quiere son patentes y mantener los secretos, entonces es mejor echar a los científicos y contratar ingenieros. Pero entonces, entonces queridos lectores, ya no es de ciencia de lo que estamos hablando, estamos hablando de tecnología. Porque (y ésta es la segunda moraleja que quería sacar de esta historia), lo cierto es que, si uno deja de aprenderse de memoria párrafos enteros de los escritos de Heidegger y de Habermas y le echa un vistazo, aunque sea somero, a cómo han llegado hasta nuestras manos los aparatos que manejamos, descubrirá, inevitablemente, que ciencia y tecnología no son lo mismo.
  


   (1) Pueden leer más sobre estas historias aquí y, particularmente, aquí.



domingo, 12 de agosto de 2012

Una historia que es una bomba (2. El error de Bolthe)

   ¿Qué significaba recibir una oferta de un ministro del gobierno de la Alemania nazi? Hay una historia parecida de un personaje de enorme talento en lo suyo, que, como Heisenberg, se las tuvo de todos los colores con los nazis y que también recibió una oferta que no podía rechazar, Fritz Lang. El director de Metrópolis, M y demás joyas del cine expresionista, confesaba haberse quedado de piedra cuando un coche del Ministerio de Propaganda paró ante su casa. Fue conducido al despacho de Goebbels, donde éste, en persona, le ofreció el puesto de director de la más gloriosa factoría de cine de la época, los estudios UFA. Uno se puede imaginar la escena. Lang con su monóculo y un cigarrillo humeando en la punta de su larga boquilla negra, sonriendo amablemente y pidiéndole a Goebbels, un par de días antes de aceptar un cargo de semejante responsabilidad. Según contó en una entrevista, llevaba por casualidad el pasaporte encima, así que, tal como salió del despacho de Goebbels, se fue a su oficina bancaria, retiró todo su dinero, tomó el primer tren que salía hacia París y, desde allí, telefoneó a su mujer para decirle que se iba a los EEUU. Lang lo sabía, el principio rector del nazismo era: "con nosotros o contra nosotros".
   A Heisenberg le hubiese resultado todavía más fácil. En julio de 1939, recibió una oferta en firme durante un viaje a los EEUU para quedarse allí. La rechazó y eso acabó por conducirlo al despacho de Speer. Pero a Speer tampoco le dijo exactamente que sí. Al parecer, lo que le dijo fue que la bomba atómica era i-m-p-o-s-i-b-l-e (ahora veremos por qué). A lo mejor, un reactor para propulsar submarinos, sí se podía, pero que, de bomba, nada de nada. Acto seguido le presentó un presupuesto absolutamente ridículo para la construcción de un reactor nuclear a tres o cuatro años vista (recordemos, estamos en 1942). Speer le entregó veinte veces el presupuesto solicitado. El proyecto, bajo la supervisión de Kurt Diebner y Walter Gerlach, quedó en manos del propio Heisenberg y de Otto Hahn. Dicho de otro modo, "el arma definitiva" que asegurará la supervivencia del Tercer Reich depende del interés y voluntad de un "judio", "blanco", eso sí, y de un declarado pacifista (a raíz de su intervención en el programa de armas químicas alemanas de la Primera Guerra Mundial).
   Para entender lo que viene a continuación, hace falta dar algunas explicaciones básicas. Hacia finales de los años treinta del siglo pasado se sabía que la carrera por el manejo de la energía nuclear tenía que afrontar, de entrada, dos problemas. El primero es la escasez en la naturaleza del combustible nuclear por excelencia, el Uranio 235. El segundo es que, alcanzada una cierta cantidad de Uranio 235 se inicia de modo espontáneo una reacción en cadena que libera enormes cantidades de energía. Por tanto, es fundamental encontrar algún material que, sin "apagar", por completo la reacción, mantenga esa masa crítica de combustible nuclear dentro de un cierto umbral. Para este fin, existían dos candidatos fundamentales, el grafito y el agua pesada. La industria alemana se había mostrado muy ducha en la utilización del grafito con diversos fines, de modo que Heisenberg calculó las características que habría de tener para funcionar como moderador de la reacción nuclear. El experimento crucial y las mediciones que dejarían en claro si el grafito servía o no para tal fin, quedaron en manos del profesor (y futuro premio Nobel) Walther Bolthe. Que Heisenberg dejara en sus manos la realización de un paso clave en todo el proceso tiene su miga, porque sus relaciones con él no eran exactamente cordiales. Y no porque Bolthe fuera un exaltado nazi. A Bolthe, su cautividad como prisionero de guerra (de la Primera, claro) en Siberia, lejos de enseñarle a detestar a las (desde un punto de vista nazi) "inferiores" razas eslavas, le llevó a enamorarse de una rusa con la que se casó y vivió hasta su muerte.
   Bueno, pues, casualmente, Bolthe se equivocó en sus cálculos. Se equivocó de un modo disparatado, contrario a todo lo que se había previsto hasta entonces y contrario a los propios cálculos de Heisenberg, a quien no dudó en adjudicarle la culpa de todo. El error de Bolthe, simplemente, cambió el curso de la historia, porque llevaba a pensar que el grafito, lejos de moderar la reacción en cadena del Uranio (como efectivamente hace y se demuestra todos los días en las centrales nucleares), la apagaba por completo. Aceptar el resultado de Bolthe implicaba que sólo se podía moderar la reacción en cadena con agua pesada. Dicho de otro modo, olvídense Uds. de manejar y transportar con facilidad el ingenio atómico. A su vez, esto significaba que o los reactores nucleares serían tan pequeños como para carecer de relevancia militar o construir gigantescas piscinas de agua pesada, con el "pequeño" añadido de que la principal fábrica de agua pesada que tenían a su disposición los alemanes en esos momentos estaba ¡en Noruega! El disparatado resultado de Bolthe lanzaba el proyecto de bomba atómica alemana a una extenuante travesía del desierto. Lo más lógico hubiese sido, por tanto, asegurarse de que era correcto. Ahora bien, ¿qué hicieron Heisenberg y el resto de científicos del proyecto? ¿repasar los cálculos de Bolthe? ¿repetir sus experiementos? Pues no, los aceptaron a pie juntillas. En consecuencia, rechazaron el grafito como moderador nuclear y optaron por reactores que utilizaran agua pesada. Hablando de un modo simple, eligieron el camino más largo, costoso e improbable para fabricar un arma nuclear(1).


   (1) Pueden conocer más detalles sobre este tema en este excelente artículo.

domingo, 5 de agosto de 2012

Una historia que es una bomba (1)

   Oficialmente, el Proyecto Manhattan, fue el esfuerzo norteamericano por fabricar la primera bomba atómica. Constituyó una especie de salto con el que los EEUU se colocaron en el centro del mundo científico del pasado siglo. Por supuesto, habían existido inventores en el nuevo mundo antes de 1945, pero nunca se había producido una integración semejante de ciencia y técnica en un proyecto común y con una financiación semejante. Era, en efecto, un nuevo modo de hacer ciencia, de hecho, el modo de hacer ciencia que caracterizaría nuestro mundo a partir de entonces. La filosofía ha construido una manera muy clara de entender estos hechos, categorizando a la ciencia como mero apéndice teórico de los procesos productivos y tecnológicos. El problema, como casi siempre, es que todo esto no son hechos, es propaganda y la filosofía que de ella ha surgido ha sido filosofía propagandística. Vayamos por partes.
   El Proyecto Manhattan no fue el proyecto para la fabricación de una bomba atómica, fue uno de los proyectos puestos en marcha a finales de la década de los treinta del siglo pasado para la fabricación de un arma atómica. Los hubo, entre otros, en la Unión Soviética, Francia, Reino Unido, China, Japón y Alemania. Estos dos últimos casos son realmente interesantes, por las implicaciones que pudieron haber tenido. El proyecto japonés es, desde un punto de vista teórico, el primero. En 1934, Hikosaka Tadayoshi, había demostrado las posibles aplicaciones armamentísticas de la energía atómica y, años más tarde, Yoshio Nishina, ex-alumno de Niels Bohr, propuso al gobierno japonés llevar a la práctica las ideas de Tadayoshi. El gobierno japonés desestimó el proyecto, no por considerarlo inviable científicamente, sino porque carecía de los recursos necesarios para poner un proyecto de semejante magnitud en marcha. Si bien la Armada, inició investigaciones por su cuenta, lo cierto es que la negativa del gobierno japonés a poner los recursos necesarios sobre la mesa cerraron la puerta a la posibilidad de que Japón obtuviese la bomba atómica. Eso sí, apenas Hiroshima fue bombardeada, tuvieron información absolutamente cierta de qué era lo que se les había venido encima. Aquí tenemos ya una primera lección que aprender, una cosa es la ciencia y las posibilidades que ella abre y otra, muy diferente, que las circunstancias económicas permitan o impidan llevar tales posibilidades a la práctica. O, por decirlo de un modo más drástico, nunca hay una trayectoria recta desde la pizarra del científico a la estantería de la tienda donde se venden los nuevos productos.
   Pero el caso más interesante es, sin duda, el alemán. De todos es sabido que Hitler amenazó hasta el último instante con "el arma definitiva" que destruiría a todos sus enemigos aunque sus vanguardias estuviesen a unas pocas horas de Berlín. Hay que admitir que aquí la megalomanía de Hitler se mezcla con la fantasías de más de uno, con las toneladas de papeles del Reich todavía clasificados en los archivos norteamericanos y... con la realidad. El caso es que en 1942 el brillante arquitecto y flamante ministro Albert Speer se reúne con un señor llamado Werner Heisenberg, premino Nobel, padre fundador de la mecánica cuántica y persona de inusitado talento para ver atajos donde los demás sólo veían densos bosques. La trayectoria teórica de Heisenberg hasta ese momento, había sido recta como una bala. Aceptó de Einstein que si no hay modo de sincronizar dos relojes separados por una distancia de magnitud astronómica, es que no existe algo así como un "instante universal" . De aquí extrajo la consecuencia de que si no se puede medir simultáneamente la posición y el momento lineal de una partícula es que ésta no las tiene definidas en cada momento. El resultado es que no se puede predecir exactamente el estado final de un sistema porque es imposible conocer con absoluta exactitud el estado de ese sistema en cada momento. El mundo es indeterminado, exactamente lo contrario de lo que quería Einstein ("Dios no juega a los dados", había dicho el padre de la Teoría de la Relatividad).
   Pero si la trayectoria teórica de Heisenberg es, como digo, absolutamente clara, la "aplicación" de sus conocimientos resulta mucho más ondulada. Su padre, de formación humanista, simpatizaba con los socialdemócratas de la época. Él fue un apasionado del piano y participó con entusiasmo en el retorno a la naturaleza que pareció embargar la Alemania del período entre guerras. Estos intereses le llevaron al Bund Deutscher Neupfadfinder y a protagonizar conciertos para los obreros. Heisenberg recuerda en sus memorias cómo sus primeras discusiones con Niels Bohr, versaron no acerca de la mecánica cuántica, sino acerca de la naturaleza de dicho grupúsculo. Y es que Bohr era danés y desde Dinamarca se veía con infinita preocupación todo lo que estaba ocurriendo en Alemania, en especial, las "nuevas formaciones" que ya habían desembocado en Italia en "novedades" de signo muy claro. Pero si Bohr sospechaba de él por su nuevo romanticismo, los nazis tampoco se quedaban cortos. Hacia 1936 ya está en boga toda una campaña contra la "ciencia judía" que se ceba con particular virulencia en Einstein y en el "judío blanco" Heisenberg. Su familia tuvo que intervenir ante Himmler en persona para que las SS lo dejaran en paz.