sábado, 26 de enero de 2013

Lecturas del cuerpo (2)


La razón por la cual I can read You like a book es un mal libro sobre lenguaje corporal es porque en él Hartley y Karnich no cuentan nada que no pueda descubrir cualquiera de nosotros por simple sentido común. Aún peor, la casi totalidad de los ejemplos están sacados de películas o entrevistas con actores. Es cierto que un buen actor debe tener la habilidad de copiar gestos de su entorno para saber usarlos en las situaciones adecuadas. No obstante, el resultado siempre es, aún más, tiene que ser, estereotipado, para que cualquiera pueda reconocer el gesto en cuestión. Esto lleva a que en el cine se empleen gestos reconocibles por todos pero que jamás emplearíamos en nuestra vida cotidiana. Uno muy característico y llamativo es el típico gesto de ir continuamente moviendo el volante en una escena en la que se supone que el personaje está conduciendo. Si cualquiera de nosotros hiciera eso, sería detenido inmediatamente por conducción bajo los efectos del alcohol. No obstante, se puede ver actores de la talla de Walter Matthau agitando ferozmente el volante mientras habla tranquilamente con un copiloto que, en la vida real, estaría vomitando incontroladamente.
Otro tanto cabe decir de lo que constituye el grueso de los restantes ejemplos de Hartley y Karnich: los políticos. Entre otras cosas, los políticos de cierto nivel tienen asesores encargados de enseñarles determinados gestos y eliminar otros de su repertorio para pulir la imagen del político en cuestión. Tampoco a ellos se los puede considerar una fuente fidedigna de gestos no estereotipados. Con esta base de datos no resulta extraño que Hartley y Karnich acaben concluyendo que, en realidad, ningún gesto significa nada. Todo depende del sujeto, de la circunstancia, de la hora del día y puede que hasta de los cafés que se hayan tomado. Uno acaba preguntándose qué demonios le enseñaron a Hartley en la US Army Interrogation School y temiéndose que si el ejército de los Estados Unidos interroga con estos supuestos, la información que maneja sea tan válida como la que se puede obtener en los foros de Internet sobre sexo. Es obvio que Hartley ha escrito cerca de 285 páginas para no contar nada, marear un poco la perdiz y hacer caja. La verdad está en otra parte.
Y la verdad es que todos los especialistas en el tema están de acuerdo en que el gesto de cruzar los brazos encierra una actitud defensiva. Es uno de los gestos denominados “de barrera”, que pone un obstáculo entre el sujeto en cuestión, que no necesariamente está hablando y que, normalmente, no lo está haciendo, y su interlocutor. Esa barrera puede implicar una actitud claramente defensiva o bien puede consistir en un marcar distancias, en un alejarse del otro para ejercer una actitud crítica sobre él. Por supuesto, la inmensa mayoría de las veces que adoptamos esta postura no somos conscientes ni de que la estamos adoptando, ni del género de barrera que estamos levantando, ni, mucho menos, de por qué lo estamos haciendo. Lo que sí alcanza nuestra conciencia es la comodidad que nos otorga esa postura en ese momento concreto. Pues bien, esta postura no es exclusiva de la audición, también la adoptamos al leer un texto y es muy frecuente que uno de nuestros brazos genere también una barrera menos firme mientras el otro escribe, por ejemplo, a bolígrafo. Hay estudios que demuestran que quienes leen con los brazos cruzados tienen una actitud más crítica y menos receptiva hacia un texto que quienes lo hacen colocando ambos brazos a los lados del mismo. Todavía mejor, ese estudio demuestra que si se obliga a un grupo de estudiantes a adoptar esta última postura, inevitablemente, se vuelven más receptivos y menos críticos hacia lo que han leído. Que nuestra postura incide en nuestra actitud lo sabe cualquier maestro y, sin lugar a dudas, lo conoce Hartley muy bien, por más que se cuide muy mucho de mencionarlo.
Si ahora trasladamos estos hechos a la moderna tecnología, encontraremos que los actuales ebooks nos invitan disimuladamente, con su ligereza y sus pantallas que rápidamente pierden el ángulo óptimo de lectura, a sujetarlos con nuestras manos en sus laterales mucho más que a poner una barrera ante ellos. Dicho de un modo simple, los modernos aparatos de lectura nos hacen adoptar para con ellos una postura en la que nuestra capacidad crítica disminuye y nuestra permeabilidad para aceptar lo que se nos dice aumenta. Y esto, que todavía puede ofrecer matices, es rotundamente cierto respecto de los teclados y el ratón. El espantoso Word® de Microsoft hace imposible el menor género de barrera entre lo que se está escribiendo y el sujeto en cuestión. Quizás esta sea una de las razones por las que hoy día muy poca gente lee y todo el mundo escribe, hemos perdido capacidad de crítica respecto de nuestros propios textos... Pensándolo bien, mejor dejo de escribir y me releo todo esto.

domingo, 20 de enero de 2013

Lecturas del cuerpo (1)


He terminado de leer, por fin, I can read You like a Book  de Gregory Hartley y Maryann Karinch. Es un (mal) libro acerca del lenguaje corporal. El tema del lenguaje corporal es un tema de sumo interés para la filosofía o, dicho de otro modo, un tema sobre el que pocos filósofos, particularmente del lenguaje, han mostrado interés. La práctica totalidad de primates acompañan la emisión de sonidos con mímica, generando una duplicidad de sentidos para sus mensajes. Mientras el sonido se desplaza hasta lugares desde los que no se puede observar al emisor, la mímica va dirigida hacia los congéneres en la proximidad inmediata. En el caso de los seres humanos hay algo muchísimo más complicado que una mera duplicidad de mensajes. Por una parte, la proferencia de sonidos va acompañada de una entonación que, con frecuencia, determina la naturaleza del mensaje transmitido. Esto es precisamente lo que hace tan penosa la comunicación a través de las modernas tecnologías, desde una llamada telefónica hasta WhatsApp, pasando por sus antepasados el correo electrónico y los chats. Hemos tenido que inventar unos signos tan convencionales como cualesquiera otros, para dar un género de entonación a una sucesión de palabras que, por sí mismas, podían significar muchas cosas. Pues bien, estos marcadores de entonación artificiales, los emoticones, son caras. Ponemos caras con gestos estereotipados a nuestras palabras para que éstas puedan adquirir un significado pleno. Se puede decir de un modo mucho más directo, los seres humanos logramos comunicarnos gracias a que tenemos rostros y no por las simples virtualidades del lenguaje. Obviamente, no se trata sólo de rostros. Acompañamos nuestras palabras de gestos, poses, miradas y de una escenografía completa que les otorga el marco imprescindible para hacerlas significativas. Todo esto es lo que conforma el contexto de la comunicación lingüística, lo que según Wittgenstein hacía del lenguaje un juego o una forma de vida. Hasta aquí llega el territorio medianamente explorado por los filósofos del lenguaje, cuando, en realidad, éste es el comienzo de algo mucho más interesante.
Es un lugar común en la filosofía del lenguaje asumir que la entonación, los gestos, las posturas y las miradas que acompañan una prolación son parte integrante de la misma, dado que proceden del mismo sujeto, de la posición cero del lenguaje ocupada por quien está hablando. Indudablemente, puede haber mayor o menor congruencia entre lo que se está diciendo y los gestos que se están utilizando, pero, dado que el significado de cualquier expresión se hace equivalente a su uso, un sujeto sólo puede estar queriendo decir una cosa. La incongruencia entre gestos y palabras sería, simplemente, la demostración de que el sujeto en cuestión no sabe usar de modo adecuado el lenguaje. Si ponemos esta afirmación a la inversa, comprenderemos lo alejada de la realidad que se encuentra. En efecto, el reverso de esta afirmación es que los gestos que habitualmente no suelen acompañar una determinada intención comunicativa carecen de significado, esto es, si hay un gesto que habitualmente no acompaña una situación comunicativa, este gesto no significa nada. ¿De verdad es eso lo que ocurre? ¿hemos visto acompañar a situaciones comunicativas el jugueteo con cualquier objeto, el señalar con cualquier tipo de puntero, el colocar entre nosotros y el hablante cualquier tipo de obstáculo? Vamos a poner un ejemplo aunque, en una demostración más de lo que estamos diciendo, es muy difícil entender el significado pleno de lo que estamos diciendo sin vivirlo, es decir, sin ver exactamente la sucesión de gestos. Intentémoslo, no obstante. Supongamos que estamos recabando información de un vendedor, de un empleado, de un sujeto cualquiera. Mientras nos responde con un discurso bien construido y creíble, se obstina en mantener firmemente cruzados sus brazos salvo en las numerosas ocasiones en que se rasca la nariz. ¿Quedaríamos absolutamente convencidos por su relato? ¿por qué? ¿porque hemos visto mil veces cómo ese comportamiento forma parte del juego de mentir y de ningún otro? ¿sabríamos explicar racionalmente qué motiva nuestras sospechas? Todavía mejor, ¿sabría él por qué su relato no nos resulta totalmente creíble? 
En realidad, hay una alianza profunda entre las modernísimas filosofías del lenguaje y las antiquísimas filosofías de la conciencia. Piénselo detenidamente. Siempre tenemos claro qué es lo que queremos significar con nuestras palabras y por qué es sobre eso sobre lo que queremos hablar. Rara vez puede decirse lo mismo respecto de la postura que adoptamos, de hacia dónde miramos o de los gestos que empleamos. Ellos también tienen un significado, un significado rara vez consciente y, por tanto, ignorado por las filosofías del lenguaje. El gesto de señalar con el índice lo hemos visto miles de veces con una intención muy clara. Miles de veces hemos visto también el gesto de cruzar los brazos, pero, ¿con qué intención? ¿qué significa? Aún mejor, ¿por qué en determinadas circunstancias nos sentimos cómodos con los brazos cruzados e incómodos cuando alguien los cruza delante de nosotros? Todavía podemos ir un poco más allá. Si al cruzar los brazos nos sentimos cómodos, ¿induce en nosotros cierta actitud el simple hecho de cruzar los brazos y de modo general, el adoptar una postura? ¿es nuestro pensamiento el que lleva a un cierto movimiento del cuerpo o es el movimiento del cuerpo el que lleva a ciertos pensamientos? ¿acaso hemos llegado por aquí al viejo problema de la relación entre alma y cuerpo o, como se dice hoy día, entre mente y cerebro?
Si he logrado despertar su curiosidad con estas preguntas y está esperando alguna respuesta a ellas, sólo le voy a dar una pista: Gregory Hartley es graduado de la US Army Interrogation School, posee numerosas condecoraciones por sus servicios a la nación como interrogador e instructor de interrogadores del ejército de los Estados Unidos y trabajó para la CIA.

sábado, 12 de enero de 2013

Nada es lo que parece (esto tampoco)

    El titular de El País decía que en torno a 200 políticos españoles están implicados en causas judiciales sin dejar de estar protegidos por su condición de aforados o por sus correspondientes partidos. Los hay de izquierda, de derecha, de centro, de nada, de Cataluña, de Andalucía, de Valencia, de Baleares, procedentes de los ayuntamientos, de las diputaciones, de los parlamentos, altos cargos de la administración... Quien más y quien menos sospecha que son sólo la punta del iceberg, los más torpes cubriéndose las espaldas o los más descarados en sus tejemanejes, pero que hay muchos otros que han hecho y siguen haciendo cosas aún peores. Basta leer entre las líneas de los periódicos, charlar con personas medianamente conocedoras de algunos temas, para acabar siendo apresado por tal impresión. A poco que se escarbe, uno acaba preguntándose si hay algo pagado con dinero público en este país, desde los parques infantiles a las grandes obras de infraestructura, pasando por los contratos de suministros para hospitales, que no haya originado la correspondiente comisión.
Supongamos que alguien, alguien con un trasfondo intelectual de cierto nivel, llegado hace poco a la arena política, reclamase “salvar al Estado, no a los políticos”, exigiendo, por ejemplo, pasar un control de integridad a cualquier político que pretendiese presentarse a unas elecciones. Control que, entre otras cosas, implicase averiguar cuánto paga de impuestos. Se trataría de refundar el Estado sobre bases éticas, de permitir que los desfavorecidos participasen también en el poder, de un cambio radical en las bases del juego político. Supongamos que, para apoyar sus reivindicaciones, convocase una marcha sobre la capital, una marcha que aspirase a concentrar un millón de personas. Es fácil imaginar que desde el poder alguien le respondería que sus ideas son imposibles de llevar a la práctica, que lo que de verdad se esconde tras sus palabras es un intento de golpe de Estado, que es “ilógico” salvar al Estado sin salvar a los políticos porque, en el fondo, la clase política es el Estado. 
Vamos a realizar un experimento mental. Tómese unos segundos y piense de parte de quién estaría. 
¿Ya lo ha decidido? Bien, ahora vamos a añadir un poco de información más y veamos si eso altera su decisión. En realidad, quien ha convocado esa marcha no es ninguna persona ni colectivo español, lo ha hecho Muhammad Tahir ul Qadri en Pakistan. La marcha, partiendo de Lahore debe llegar el día 14 a la capital, Islamabad. El Dr. Tahir ul Qadri es el líder de la organización Minhaj ul Quran International. Por su parte, el gobierno pakistaní es un fiel aliado de Estados Unidos y de occidente en general, en su lucha contra los talibanes a uno y otro lado de su frontera con Afganistán. ¿Sigue estando de parte de los mismos en este desafío? Y si ha cambiado de opinión, ¿por qué lo ha hecho?
Continuemos. Minhaj ul Quran International es una ONG, con cierto reconocimiento por parte de la ONU, cuyo objetivo es la ayuda a los paquistaníes, en particular, y los musulmanes en general, repartidos por el mundo, la defensa de una visión sufí y moderada del Islam y el diálogo intercultural. Implantada en multitud de países, entre otras cosas, ha promovido fiestas en institutos catalanes para celebrar el fin del Ramadán y es muy activa, por ejemplo, en el barrio del Raval de Barcelona. El Dr. Tahir ul Qadri, en su faceta de estudioso del Corán, publicó una fatwa en 2010 que constituye un poderoso alegato contra el terrorismo. Entre otras cosas, recordaba que el Corán también es un manual de reglas de compromiso, es decir, indica cómo y cuándo deben actuar las tropas en combate. Básicamente, decía Tahir ul Qadri, los únicos objetivos legítimos según el Corán son las tropas combatientes enemigas, ni las mujeres, ni los niños, ni los ancianos, ni, de modo generalizado, quienes financian indirectamente los ejércitos. Las 600 páginas de su fatwa no dejan muchos resquicios a quienes deseen encontrar apoyo en los textos sagrados para justificar sus bombazos.
Dicen las estadísticas que hasta un 70% de la clase política paquistaní no paga nunca sus impuestos. El propio presidente, Asif Ali Zardari, era conocido en su época de presidente-consorte (de Benazir Bhutto), como “Mr. 5%”. Si bien el gobierno apoya a los Estados Unidos, realmente quien hace y deshace en el país es el todopoderoso ISI (Inter-Service Intelligence, la inteligencia militar -sí, ya sé el chiste de que son términos incompatibles), que pone y quita gobernantes (caso, por ejemplo, del golpista Pervez Musharraf), organiza atentados contra India en cuanto las diplomacias de uno y otro país acuerdan el menor paso para la reconciliación y da cobertura a Al-Qaeda y a los talibanes como brazos ejecutores de muchas de sus políticas. “Casualmente” el desafío de Tahir ul Qadri ha sido seguido, casi de inmediato, por una oleada de atentados contra la minoría chií, azuzando un conflicto interreligioso justo a las puertas de la primera transmisión del poder de un gobierno civil a otro. 
¿De parte de quién está ahora? ¿Acaso ha vuelto a cambiar  sus preferencias? ¿por qué?
Quedan todavía dos datos. El primero es la ingente cantidad de dinero que parece manejar Minhaj ul Quran International. A su implantación en medio mundo hay que añadir que ha comprado, prácticamente, cada cuña publicitaria de las diferentes televisiones paquistaníes y no existe una esquina de las grandes ciudades que no esté empapelada con carteles de dicho movimiento. Hasta la página en la versión española de la wikipedia dedicada al movimiento, ha sido cuidadosamente redactada por alguien cuya lengua materna, obviamente, no es la de Cervantes. Si nada se mueve en Pakistán que no sea supervisado por el ISI, y éste es el segundo dato, es poco imaginable que alguien como Tahir ul Qadri lo haya hecho y sólo su supervivencia física nos dirá hasta qué punto es tolerado o no por aquél. Pese a ello, si sus preferencias han vuelto a cambiar, le recordaré que las revoluciones populares existen, pueblan la historia y sólo el paso del tiempo permite disipar las dudas acerca de su naturaleza.

domingo, 6 de enero de 2013

Estampas navideñas


Estas fiestas han proporcionado una serie de imágenes que quedarán para siempre en nuestro recuerdo. La primera de ellas es que tuvieron lugar. Como ya es de dominio público, todo estaba preparado para que se acabase el mundo el día que los mayas habían previsto. Cuando se estaban haciendo las comprobaciones finales, se descubrió que el encargado de acabar el mundo en España, no se había presentado. Al parecer, está de baja y su sustituto no tenía ni idea de qué botón había que pulsar. Por ello, en una rápida reunión de los dirigentes mundiales, se decidió aplazar sine die el fin del mundo, no fuese a ser que se acabase en todas partes salvo en España. A cambio, el ministro de economía, Sr. De Guindos, dio una rueda de prensa. No es algo que mate tanto como el Apocalipsis, pero acongoja casi lo mismo. Citando a mi añorado Arzalluz, vino a decir que a España le sobran michelines y que el objetivo del gobierno que él encabeza (porque, a pesar de que hay ministros que reconocen tenerla como los toros, su cabeza destaca sobre las demás), es que los españoles alcancemos niveles de colesterol inferiores a los de Corea del Norte, país donde no sé muy bien si sólo los que gobiernan están gordos o si es que ponen a gobernar a todos los que consiguen llegar a gordos. 
Que la cosa está muy mal no hace falta que lo diga el Sr. De Guindos. En el chino que hay junto a mi casa, están de rebajas desde finales de noviembre y los reyes magos, en lugar de caramelos, están lanzando guijarros porque son más baratos, hacen el mismo daño sobre la cabeza de los viandantes y se pueden chupar durante mucho más tiempo. No obstante, es verdad que seguimos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Que se lo digan a Mediamarkt. Han sacado unas tablets a 250€ y ha habido guantazos por ellas. Eso sí, todo el mundo las ha financiado sacándose la correspondiente tarjeta de esta popular cadena de retales electrónicos. La pregunta, claro está, es a qué dedicó el dinero la gente en la época de bonanza para no tener ahora ni 250€ con los que comprar una tablet. Si esta pregunta le parece ofensiva, la puedo formular de otra manera: ¿para qué quiere una tablet alguien cuya cuenta corriente no alcanza los 250€ de saldo en positivo?
Si los españoles viven por encima de sus posibilidades, lo de las españolas ya es de traca. Calculo que están viviendo unos doce centímetros por encima de sus posibilidades. Recuerdo que, cuando estaba en el colegio, ansiaba ir al instituto para estar rodeado de chicas con tacones altos y pantalones ajustados. Desgraciadamente, el mismo año en que entré en el instituto, una alianza entre los partidarios de que siguiésemos siendo la Reserva Espiritual de Occidente y los que desfilan bajo la bandera arco iris, consiguió imponer la moda de vaqueros holgadísimos y zapatos planos. Adivinar los contornos de mis compañeras fue mi primer ejercicio de hermenéutica. La verdad, la etapa de instituto me resultó bastante triste. Durante una generación se nos ha machacado con la idea de que los tacones altos eran lo peor para la salud de las mujeres y, de pronto, se ha impuesto la moda de los supertacones y con plataformas. Quizás sea la edad o quizás que, después de una generación sin ellos, se ha perdido la sabiduría acerca de cómo emplearlos, el caso es que me resulta grotesco. Las calles se han llenado de jóvenes y no tan jóvenes subidas en unos tacones enormes, haciendo malabarismos para no partirse la crisma. Suelen quedar en casa de una amiga. Hasta allí llegan con sus zapatitos planos y se cambian para salir las dos agarradas, bajo el supuesto de que es más fácil mantenerse en pie sobre cuatro zancos que sobre dos. La otra opción es agarrarse al primero que pase, con independencia de que sea guapo o no. Es mejor ligar con un impresentable que caerse de bruces. Mientras están paradas la cosa tiene un pase. Uno las ve y por su modo de sujetarse a lo primero que tienen a mano, busca instintivamente la cámara fotográfica, pues es fácil pensar que están posando. Cuando andan parecen cigüeñas borrachas. La idea de que los tacones perjudican la salud de la mujer es falsa. Lo que va en contra de sus espaldas, beneficia sus hígados. Difícilmente se atreverán a tomar una copa cuando ya están mareadas viendo el mundo desde esa altura. En cualquier caso, han tenido suerte, ha llovido poco. La mayoría habrá podido regresar a su casa con los zapatos en la mano y los pies fríos, pero secos. Porque, a diferencia de lo que ocurre en los cuentos, en la vida real, las mujeres felices no son las que se pueden poner el zapatito de cristal, sino las que, por fin, pueden quitárselo.
Así, entre unas risas y otras, he pasado estas navidades, tratando de no ver lo que ocurría a mi alrededor e intentando desear prosperidad en el nuevo año sin que me saliese un tono demasiado sarcástico.

domingo, 30 de diciembre de 2012

El nuevo biopoder (2)


Además de en educación, los recortes que se están aplicando a los servicios públicos afectan especialmente a la sanidad. Se ha aumentado el horario de los profesionales del sector, con la inevitable pérdida de calidad del servicio, y, de todos modos, se ha recortado personal, procediéndose, además, a la disminución de camas disponibles en determinadas fechas. La consecuencia ha sido una inevitable degradación de ese intangible que se llama “bienestar social”, pero, a veces, lo que ha producido es una serie de dramas personales muy tangibles. Por si fuera poco, estas medidas han ido acompañadas de un tijeretazo semejante al caudal de productos farmacéuticos pagados por el Estado. Ciertamente es una dimensión trágica para enfermos crónicos necesitados de ciertas medicinas que, a partir de ahora, tendrán que pagar de su bolsillo. No obstante, junto a este aspecto, indudablemente negativo, hay un aspecto positivo en esta medida, muy positivo. Pongamos un ejemplo. Víctima no de este tijeretazo sino de otro anterior que se produjo en época de bonanza económica, se cayeron de la bolsa de productos pagados por el Estado, todos los jarabes antitusígenos. Resulta difícil hacer una lista de cuántos hay en el Vademecum, cada uno con una diana específica. Existen antiespasmódicos, dilatadores bronquiales,  algunos que se dirigen a los centros neuronales que originan la expectoración y, cómo no, mezclas de los anteriores. La pregunta obvia que se plantea es por qué se los sacó de la bolsa de los subvencionados. Yo, que he tomados litros de la mayoría de ellos, puedo dar una explicación fácil: ninguno sirve para nada. De entre toda la infinidad de antitusígenos que he probado, el único que ha producido real eficacia en mí ha sido la infusión de tomillo con miel. El resto no produce una mejoría sensible superior a la de un vaso de agua (literalmente). Independientemente de que mi experiencia personal tal vez no sea generalizable, el hecho de que los jarabes contra la tos hayan dejado de ser financiados por el erario público conduce a la inevitable pregunta de por qué lo fueron alguna vez.
Hace unos años, era fácil encontrar algún médico que, en cuanto los análisis de sangre mostraban un colesterol elevado, recomendaban el inicio de un tratamiento que, además de la consabida dieta, incluía algún tipo de medicamento. La industria alimenticia no tardó en montarse al carro y sacó todo tipo de productos que “ayudaban a controlar el colesterol”. No se trataba de un simple diagnóstico. Tener el colesterol alto, significaba entrar en la categoría de los enfermos crónicos, pues, por mucho que se siguiera el tratamiento y que se consiguiera reducir los índices de colesterol, no se podía abandonar la dieta ni la medicación sin que pendiera sobre nosotros la amenaza de recaer. Pues bien, la parte divertida de esta “enfermedad crónica” es que no se trata de ninguna enfermedad crónica, de hecho, no es ninguna enfermedad. Un colesterol elevado es, únicamente, un índice de riesgo, un índice de riesgo de sufrir una enfermedad coronaria. A partir de aquí las cosas se vuelven cada vez más divertidas.  En primer lugar, ¿de qué riesgo estamos hablando? Un análisis riguroso de los ensayos clínicos al respecto muestra que ningún tratamiento logra disminuir el riesgo de infarto en mujeres que no han sufrido previamente uno por muy elevado que sea su colesterol. Para mujeres con un infarto el riesgo bajaba del 18 al 14% en cinco años. Entre los hombres, el riesgo bajaba del 15 al 13% si ya habían sufrido un infarto y es difícil decir si había algún beneficio para hombres que no hubiesen sufrido  infarto alguno. Dicho de otro modo, para más del 95% de la población tener el colesterol alto no implica ningún género de riesgo real y, sin embargo, se los condena a un tratamiento de por vida. Tratamiento, eso sí, que, con toda probabilidad, les llevará a contraer nuevas enfermedades que no hubiesen aparecido de no seguirlo. Incluso se puede escarbar un poco más en la misma dirección. ¿Cuál es la frontera que marca lo que es un “colesterol alto”? Esencialmente, esa frontera no se traza por criterios objetivos, sino por criterios de beneficios, de beneficios de la industria farmacéutica. La diferencia entre poner ese límite en 220 ó en 240, es un 2% de un mercado potencial de cientos de millones de personas o, si lo quieren en plata, la diferencia entre poner el límite en 220 ó en 240 es que la industria farmacéutica gane o no unos centenares de millones de euros más o menos al año.
Con las cosas como están, si los análisis de sangre revelan un colesterol alto, los médicos son mucho más proclives a pedir otro régimen de vida al paciente, a darle una lista de alimentos prohibidos y recomendados y nada más. Los medicamentos contra el colesterol que tanto bien hacían, teóricamente, a la humanidad, han sido, igualmente, víctimas del tijeretazo que se ha efectuado en la sanidad pública y, nuevamente, cabe preguntar por qué se los ha sacado de la bolsa de medicamentos subvencionados y por qué, en su día, fueron incluidos dentro de ella. 
El resumen de estas dos historias es una famosa huelga de médicos que sufrió Israel allá por los años 70. Los hospitales  se cerraron y durante más de quince días no hubo asistencia primaria ni pública ni privada, simplemente, no había médicos que atendieran a los pacientes. Las estadísticas muestran que en aquellos quince días, prácticamente, no hubo defunciones. En medicina, como en muchas cosas de la vida, se revela como una hermosa verdad el principio rector del minimalismo enunciado por Mies van der Rohe: menos es más.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Reflexiones en torno a una matanza


Es de dominio público que la reciente matanza de 20 niños y 4 adultos en Newtown  (Connecticut) ha permitido a un sector de Partido Demócrata poner sobre la mesa, una vez más, la cuestión del control de armas en los EEUU. A este respecto no hay que ser hipócritas. Los europeos y, más concretamente, España, vende armas a todo el mundo, incluso a los países más indeseables. Balas españolas están matando inocentes en todas las guerras que hay ahora mismo en curso. Ni siquiera los políticos más de izquierdas plantean la necesidad de suprimir ese comercio. A lo sumo, hacen un guiño a sus conciencias proponiendo cambiar la lista de clientes, pues, como es sabido, la supresión de la industria armamentística crearía paro y nada hay que teman más los ideólogos de la izquierda que una masa de población no encadenada al tripalium*. Lo que hace llamativo el caso de los EEUU es que la población víctima de la libertad del mercado (de armas) es la propia, los mismos habitantes del país, incluso los que, por edad, están fuera de ese mercado, es decir, niños y adolescentes. De hecho, lo que ha causado conmoción en el último incidente no es el número de víctimas, sino su edad (en torno a los seis años). Frente a los intentos por reformar la Constitución, la Asociación Nacional del Rifle (NRA), ha esgrimido siempre una línea defensiva muy clara: “no son las armas las que matan, matan las personas”. En un reciente artículo para la NBC, Ned Resnikoff, traía a colación el ataque realizado contra esa línea de defensa por el joven filósofo Evan Selinger a propósito de la que, hasta ese momento, era la peor masacre de la reciente historia americana, el tiroteo en un cine de Colorado durante el estreno de la última película de Batman (y que, para dar una idea de cómo están las cosas, se produjo en una fecha tan “remota” como el 22 de julio de este año).
Amparándose en unas reflexiones de David Dobbs para Wired, Selinger argüía que, si bien existen diferentes culturas de las armas y uno puede usar un fusil para remover la colada, lo cierto es que un arma, particularmente un arma de asalto, divide al mundo en dos, el que está del lado de la culata y los que resultan encañonados. La idea de que no matan las armas sino las personas, continuaba Selinger, además de ser un eslogan más que un argumento, liquida la diferencia entre máquinas e instrumentos y supone que cualquier instrumento es indiferente a su uso. Dicho de otro modo, la intención del usuario lo es todo. Tenemos aquí la vieja excusa cristiana de que es la libertad del hombre, no Dios, la causante del mal en el mundo, sólo que el nuevo dios es la libertad del mercado, inevitablemente pervertida por algunos individuos en su beneficio y de la que muchos otros salen perjudicados por su natural impericia para pertenecer al género de los primeros. Unir ambos planteamientos es cualquier cosa menos un sofisma. Si recordamos que Marx era un ferviente determinista tecnológico, que, para él, la introducción de nueva maquinaria conllevaba, inevitablemente, cambios en el sistema productivo y, por ende, en la sociedad en su conjunto, entenderemos que hay una línea que enlaza la inocencia social de la máquina con su indiferencia ética, con el indeterminismo tecnológico y con la panacea neoconservadora de quienes militan en la NRA. Frente a todo ello, Dobbs y Selinger, trataban de mostrar que un arma, especialmente un arma de asalto, sólo puede servir para una cosa, que las pistolas siempre acaban por dispararse y por dispararse contra alguien y que ningún fabricante de armas puede encogerse de hombros ante las matanzas como si fabricase pañales para bebés.
Dobbs y Selinger tienen razón en varios puntos. Lo primero que fabrica una nueva tecnología no son nuevos productos, sino nuevos sujetos. Esto es cierto desde el sentido obvio de que una nueva tecnología crea un tipo de sujetos que la compra y sabe manejarla, hasta el sentido abstracto de que cada uno de nosotros puede caracterizarse por ser un punto en un espacio de fases con tantas dimensiones como tecnologías hay funcionando en una época. En este último sentido, cada máquina nueva nos define a todos, tanto si la usamos como si no, pues cualquiera que se niegue o que sea incapaz de usar la nueva tecnología, correrá el riesgo de ser excluido de las redes que ésta tienda. En el caso que nos atañe, no hay más que pensar en la introducción o la prohibición de nuevas armas más rápidas, más potentes, más manejables. ¿La comprará si ya tiene otra? ¿mejorará el blindaje de sus puertas? ¿la entregará si tiene una y acaban de ser prohibidas? Las máquinas transforman a las personas de un modo que no es jamás cierto en la recíproca. La moderna tecnología está llevando esto al límite. Nuestros netbooks, nuestras tablets, nuestros móviles, acompañan nuestro recorrido por las ciudades identificándose, identificándonos, ante cada red con la que toman contacto. Lo que antes pudo ser el deambular por las calles a la búsqueda de una buena taza de café, es ahora una trayectoria a través de redes, reconstruible y, por tanto, susceptible de ser seguida, hasta sus últimos detalles, a diferencia de lo que es capaz de hacer nuestra memoria.
Pero lo certero de las observaciones de Dobbs y Selinger va más allá. La tecnología no sólo nos cambia, no sólo nos permite identificarnos a nosotros mismos, también altera nuestro modo de relacionarnos con los demás. Naturalmente es el caso de un arma, pero también de Whatsapp y del email. Este último es ejemplo absolutamente pertinente para el tema de las armas. La inmediatez, la posibilidad de la respuesta instantánea a cada email, tiene una cara oculta, extremadamente peligrosa. En la época en que la gente escribía cartas, si se querían evitar tachaduras, era conveniente redactar un buen borrador. Esto permitía pensar y repensar lo que se quería decir, aún más, limar las asperezas del lenguaje, haciendo que se mimase el intento por reflejar fielmente los pensamientos que estaban tras él. La posibilidad de escribir sobre un medio que no deja rastro de las tachaduras, caso del ordenador, ha generado una tendencia ferozmente impulsiva, que nos entrega al infantilismo del principio de placer, la satisfacción inmediata de nuestras pulsiones. A poco que uno se descuide, la respuesta a un email nace directamente de las vísceras, exacerbando cualquier tono crítico, cualquier contraofensiva a lo que ha podido parecer algo desagradable. Ese impulso, esa descarga inmediata de una emoción que surge, igualmente, de modo instantáneo, no es muy diferente cuando, en lugar de mensajes electrónicos, estamos lanzando de balas.
Sí, es cierto que el fabricante de armas no es responsable, moral o jurídicamente, de lo que con ellas se hace. Es cierto que una tecnología no determina su uso, de hecho, cuanto más indeterminado, cuanto más abierto sea el uso que pueda dársele, más fácil es que esa tecnología se difunda. Pero cualquier tecnología crea nuevos sujetos y si no hubiese fusiles automáticos, no habría autores de masacres. Por tanto, la introducción de una nueva tecnología conlleva, inevitablemente, una responsabilidad, cuando menos, social, que, de ninguna de las maneras, puede permitirse que la libertad del mercado diluya.


   * Instrumento de tortura del que deriva el término “trabajo”.

domingo, 16 de diciembre de 2012

NBA (1)


  Me gustan todos los deportes que no se me ocurriría practicar. El baloncesto es uno de ellos. Mi madre me hizo ver los primeros partidos internacionales del Real Madrid. De ahí pasé a la liga nacional, a los partidos de la selección y, finalmente, a la NBA, mucho antes de que Ramón Trecet nos dejara pegados al televisor las noches de los viernes. Yo no diría que la NBA es la mejor liga que existe y, desde luego, cada día que pasa está menos claro que quien la gane sea “campeón del mundo”. No obstante, es una competición que me fascina porque, como me ocurre con otros deportes, cuanto más partidos veo, menos entiendo. Y veo muchos partidos. Todavía no comprendo por qué todos los equipos rotan a sus jugadores igual. Vayan ganando o perdiendo, lo estén haciendo bien o mal, los titulares sólo juegan la primera mitad de los cuartos impares y la segunda mitad de los cuartos pares.  El resultado está claro, uno mira las estadísticas de cualquier superestrella y sí, es espectacular, 25, 30 puntos por partido. Pero ¿con cuántos tiros? ¿con qué porcentaje de acierto? Un Kobe Bryan sigue en pista en la parte decisiva del encuentro aunque su porcentaje no supere el 30% de aciertos. En cualquier equipo europeo de medio pelo Bryan no haría otra cosa más que chupar banquillo durante casi toda la temporada. Hay otro aspecto de la misma cuestión. ¿Alguien les ha explicado a los entrenadores de la NBA que el baloncesto es un juego de equipo? ¿Cuántos pases se dan antes de efectuar un tiro en un partido cualquiera? ¿Qué estrategias existen para jugar la última posesión cuando se va perdiendo, salvo que el chupón de turno se la juegue a falta de nueve segundos? Dicho de otro modo ¿cuál es el sistema de ataque básico de cualquier equipo de la NBA? ¿existe tal cosa? Si han pasado el balón dos veces después de atravesar la mitad del campo, parece como si ya quemara en las manos y hubiese que lanzar como fuese. Por supuesto eso contribuye a que el juego sea más vivo, más rápido, más brillante... siempre que se acierte, porque, volvemos a lo mismo, cuando los porcentajes de tiro no acompañan, cosa que suele ser la tónica en la Conferencia Este, todo es un ir y venir sin orden ni concierto.
Insisto, ¿a qué se dedican los entrenadores de la NBA? Tomemos algunas de las leyendas vivas de los banquillos norteamericanos. Phil Jackson, por ejemplo. El más laureado de los entrenadores de la NBA, el mítico entrenador de los Bulls de Chicago, de los Lakers... Vamos a ver, Phil Jackson, aparte de llegar a unos equipos plagados de megaestrellas y mirar cómo éstas maduraban por sí mismas, ¿ha hecho algo más? ¿Cuántos equipos ha sacado Phil Jackson de la nada? ¿Qué hubiese hecho Phil Jackson con un equipo como el Limoges? Bozidar Maljkovic (que no es santo de mi devoción) consiguió hacerlos nada menos que campeones de Europa. Después de mucho observar cómo jugaban sus estrellas y racionalizarlo a toro pasado, a Jackson se le atribuye el famoso “tridente ofensivo”, “innovación táctica” que consiste en ponga Ud. tres cracks en pista y déjeles que hagan lo que quieran.
Popovich, el odiado aunque admirado entrenador de los San Antonio Spurs ha logrado, ahí es nada, que su equipo esté sistemáticamente entre los mejores de la Conferencia Oeste, hacerlo campeón varios años y que, en el peor de los casos, cualquier equipo tema vérsela con ellos. Muy bien. Pero vamos a ver, si Ud. ha tenido en un mismo equipo a David Robinson y Tim Duncan (o Tim Duncan y Manu Ginobili), la cuestión no es si ha ganado o no algún título, la cuestión es: ¿por qué no los ganó todos? La brillantez de Popovich, la agudeza intelectual de este buen señor, su profundo conocimiento del juego se resume en una anécdota. Cuando Memphis traspasó a Pau Gasol a los Lakers a cambio, entre otras cosas, de los derechos sobre su hermano, un tal Marc Gasol, Popovich comentó que la NBA debía investigar este tipo de traspasos porque, más que traspaso, había sido un regalo de Memphis a los Lakers. No les voy a contar lo que me reí cuando Memphis eliminó a San Antonio en los play-offs.
No sólo hay tontos y tontos de relumbrón en los banquillos de la NBA. Marc Gasol llegó a los Grizzlies, cuando su plantilla era una nueva versión de los famosos Portland Jail Blazers, ¡hasta tenían a Zach Randolph! Nadie apostaba porque su futuro fuese muy diferente allí del que tuvo su hermano, aguantar mecha hasta que lo traspasaran. Al menos él entraba más dentro de lo que los americanos quieren ver en un pívot: altura, corpulencia y rebote. Y en esto colocaron a Lionel Hollins como entrenador principal. Hollins ha hecho algo muy europeo e infrecuente en la NBA, ha construido un equipo a base de coser, con enorme sensatez, un conjunto de retales. La dimensión real de su trabajo puede apreciarse en cada partido. Vayan bien o mal las cosas, los jugadores no tratan de resolver los problemas por su cuenta y riesgo. Aunque la desventaja en el marcador sea grande, echan mano de los sistemas que Hollins les ha inculcado, como si lo llevaran en los genes, como si tuvieran una fe infinita en lo que pueden hacer como equipo. A Hollins no le molesta que Gasol no tire todo lo que podría, que se dedique a dar pases desde la posición de cuatro, que acumule más asistencias que muchos bases. De hecho se puede decir que Hollins juega con dos bases, Conley y Gasol. No hay más que ver cómo estos dos se pasan los partidos hablando entre sí. Si se quiere entender dónde está la grandeza de Hollins, el secreto de Memphis este año, no hay más que comparar a Marc con su hermano. En realidad, hacen lo mismo, de hecho, tienen los mismos números. Por hacer eso Marc es un héroe en Memphis, un pilar de su éxito, alguien que contribuye con su juego a los triunfos del equipo porque no destaca mucho respecto de sus compañeros, todos están a lo mismo. Pau, por contra, es el chivo expiatorio favorito de todos los entrenadores que llegan a los Lakers, el clavo que sobresale y recibe todos los martillazos, el raro que juega como los demás no juegan.
Y si aún se están haciendo la misma pregunta que todo el mundo, la respuesta es: sí, Marc es un jugador tan bueno como su hermano y sí, Marc llegará, si las lesiones y la suerte le acompañan, a ganar, como mínimo un anillo. La única diferencia entre uno y otro es que Pau explotó con 18 años en aquella final de la Copa del Rey de 2001 y Marc no es un jugador de explosiones, sino de progresión. Simplemente, cada año juega mejor que el anterior.