domingo, 16 de octubre de 2016

Una leche (2 de 2)

   El coste ecológico de un litro de leche es desproporcionado. Hay que criar una vaca durante unos años, con lo que eso supone en pienso y, sobre todo, en agua. Su digestión genera, además, gran cantidad de gases residuales tales como el metano y el óxido nitroso, de importantes efectos contaminantes. Por tanto, si se consiguiera sustituir la leche de vaca por otro tipo de leche, contribuiríamos de un modo decisivo a la reducción de costes de la industria y, lo que resulta más importante, a la reducción de los efectos contaminantes. Probemos con la soja. La soja como tal no tiene mucho que ver con la leche, pero si se la modifica genéticamente, podremos obtener proteínas que acaben por parecerse mucho en textura y sabor a la leche, hasta el punto de que habremos encontrado un sustitutivo barato de producir y sostenible ecológicamente... ¿O no? Ni que decir tiene que la soja modificada genéticamente se halla sometida a patentes, patentes que, como es natural, están en manos de los grandes consorcios alimenticios. Puedo decir lo mismo de otro modo, los beneficios de las plantaciones de soja no van a ir a los países pobres o en vías de desarrollo, más bien, por el contrario, sobre ellos van a caer todos los problemas, pues si la soja llegara a desplazar a la leche de vaca, buena parte de las zonas forestales que aún quedan en el mundo, acabarían por desaparecer debido a la demanda de suelo cultivable. Aún más, la cantidad de agua que acabaría por necesitarse para ello dejaría en ridículo la que se necesita para atender al ganado vacuno y, no lo hemos de olvidar, esta demanda de agua se produciría en países donde está lejos de ser abundante. De modo que hemos llegado al mismo punto con que concluíamos la entrada anterior, por mucho que se produzcan alimentos, sobra gente en el mundo o, para ser más exactos, sobran pobres en el mundo. A menos, claro está, que, como buenos ciudadanos con conciencia ecológica aceptemos desayunar leche de cucaracha...
   Lo cierto es que, todo este “científico” argumento tiene truco, pues el problema, el problema real, no está en las bocas que hay que alimentar, ni en la cantidad de alimento que hay que producir, el problema radica en cómo se produce ese alimento o, mejor dicho, en para qué se produce ese alimento. Porque el alimento que se produce en el mundo, desde los tiempos de Malthus, no se produce para ser consumido, se produce para ser vendido. Volvamos a la segunda frase de esta entrada y preguntemos lo que habitualmente no se pregunta: ¿contamina lo mismo una vaca europea que una de la India? La respuesta es no. La razón por la que nuestras vacas resultan tan contaminantes es porque se las alimenta con piensos compuestos muy útiles para acelerar su crecimiento y con pastos ricos en abonos nitrogenados, cosas todas ellas que causan una digestión particularmente ineficaz. Si la industria alimentaria tuviera verdadero interés por saciar las necesidades humanas y no por maximizar beneficios, nuestras vaquitas serían tan inofensivas para el medio ambiente y tan generosas dándonos leche como lo han sido siempre.
   Supongamos, no obstante, que la leche de soja o la de cucaracha fuese la solución, que pudieran proporcionar un alimento tan rico como la bovina y que ninguna de ellas tuviera efectos negativos sobre la salud humana como consecuencia de su consumo a largo plazo. ¿Habríamos acabado con el problema de la escasez de recursos? Sigamos el proceso. La leche, sea de la procedencia que sea, se fabrica, se le añaden los conservantes y colorantes necesarios, se envasa... y se le coloca una fecha de caducidad muy por debajo del máximo que la conservarán apta para el consumo humano los muy tóxicos conservantes que se les ha añadido. A continuación, los productos así etiquetados llegan a los supermercados, donde, una vez más, para aumentar las ventas, serán sometidos a agresivas campañas de 2x1 o, todavía mejor, al “maxitamaño” que genera un “maxiahorro”. Presionado hasta lo indecible, el consumidor particular, es decir, Ud. o yo, acabamos comprando cantidades que difícilmente podremos consumir antes del breve plazo que nos impone la fecha de caducidad con que ha sido etiquetado. Y así llegamos a la verdad de Malthus, a la verdad de “la escasez de alimentos que amenaza a la humanidad”, a la razón última de por qué sobran tantos pobres en este mundo: la mitad de la comida que se produce se tira a la basura. La tiran los supermercados, la tiran los restaurantes, la tiran los hospitales y los cuarteles, pero, sobre todo, la tiramos Ud. y yo, porque se nos ha birlado, deliberadamente, cualquier criterio de racionalización de nuestras compras. El problema no está, pues, en el progreso “aritmético” o “geométrico”, el problema no está en lo que la técnica pueda hacer o dejar de hacer por nosotros, el problema es que al sistema capitalista le importa un comino que nos alimentemos o no, lo único que le interesa es que compremos. Y si compramos para tirar a la basura, mucho mejor. Tiramos la comida porque está erróneamente etiquetada, porque hay que demostrar la propia opulencia sirviendo más comida de la que cualquiera puede comer o porque no se corresponde a la imagen idealizada que tenemos de lo que debe ser una lechuga, una manzana o un pollo y que, en verdad, nos hace compararlas con la lechuga, la manzana o el pollo de plástico que sale en los anuncios pero no con lo que podía verse en la granja de nuestros abuelos. Tiramos la comida, insisto, porque existe una presión disimulada pero extremadamente eficaz, para que nuestros frigoríficos se vacíen antes de lo que conseguirían hacerlo nuestras necesidades alimenticias. Tiramos la comida, en definitiva, porque es la única manera de que compremos más de lo que necesitamos, o dicho de otro modo, porque es la única manera de que haya gente que pase hambre en el mundo. 

domingo, 9 de octubre de 2016

Una leche (1 de 2)

   Thomas Robert Malthus publicó su Essay on the Principle of Population en 1798. En él afirmaba que el crecimiento sin control de una población se produce en progresión geométrica, mientras que la producción de alimentos sólo puede aumentar aritméticamente, por lo que, más pronto que tarde, se llega a un límite en el que los alimentos escasean, anulando cualquier progreso conseguido anteriormente. El Essay estaba dirigido contra el núcleo mismo de los ideales ilustrados y, más en concreto, contra la “ley de pobres” aprobada por aquella época en Inglaterra, que trataba de proteger a los más desfavorecidos del alza de precios originado ya en las primeras etapas de la revolución industrial. Ayudar a los pobres era para Malthus un disparate, quienes no hubiesen conseguido subirse al carro de las clases medias merecía la muerte, pues cualquier migaja que se le arrojase la aprovecharía para engendrar más hijos, pobres como sus progenitores, multiplicando el problema en lugar de disminuirlo. Naturalmente, la sutileza de que cualquier ayuda proporcionada a los pobres es, en realidad, una inyección de liquidez a las empresas productoras por parte del Estado, se hallaba más allá de las entendederas de Malthus, para quien el mercado debía ser libre y los hombres emprendedores o sobrantes. 
   Como casi todos los libros que han cambiado la mentalidad europea, en el de Malthus escasean los datos y aun los argumentos y cuando unos u otros aparecen bordean el ridículo, hasta el punto de que los ejemplos que aporta de crecimiento de la población proceden, casi indefectiblemente, de situaciones históricas en que las fuentes de alimentación eran virtualmente ilimitadas. No obstante, su influencia ha sobrepasado lo estimable, contaminando todo tipo de pensamientos a izquierda y derecha. Se lo suele citar como una desafortunada influencia en Darwin, cuando Darwin, con la genialidad que le caracterizaba, supo ver que la teoría de Malthus era aplicable únicamente allí donde la cultura no actúa, esto es, a los animales y a etapas de la evolución humana en que ni la técnica, ni el cultivo, tenían un peso suficiente para influir en la producción, la procreación o el consumo. Mucho más desafortunada fue no la influencia sino la crítica que originó en Marx. En uno de sus arrebatos ilustrados, Marx consideró que el progreso técnico daría con el modo de esquivar las predicciones malthusianas, sobre cuya exactitud, por supuesto, no dudaba, como tampoco dudaron los ecologistas que las esgrimieron para alertar de la hecatombe a la que nos aproximábamos. De hecho, las tesis de Malthus han calado profundamente en nuestra manera de entender las cosas y todos asumimos, más o menos, que los alimentos son escasos y que o bien se los arrebatamos a los demás del plato o bien nos unimos a la lista de los que, como Malthus decía, “sobran”. Aún mejor, nadie duda de que buena parte de los problemas de los países subdesarrollados se acabarían “si tuvieran menos hijos”, bonito eslogan que soslaya el hecho de que para criar cualquiera de nuestros escasos vástagos europeos se necesita diez veces los recursos que consume un niño africano. Dicho de otro modo, somos nosotros, los europeos que hemos asumido la inevitabilidad de las familias monofiliales, los que tenemos demasiados niños.
   Pues bien, tomemos los disparates malthusianos y, sin someterlos al menor análisis crítico, solucionémoslos mediante el método de Marx, ¿cuál será el depurado producto de semejante proceder? ¿qué nombre podríamos ponerle? ¿leche de cucarachas tal vez? En contra de lo que nos enseñaron en la escuela, existen insectos vivíparos, por ejemplo, la Diploptera Punctata, una cucaracha asiática que cuida de sus crías y les suministra un líquido rico en proteínas, grasas, azúcares y con todos los aminoácidos esenciales, como no podía ser menos. Un grupo de investigadores indios ha propuesto, no ordeñar a las cucarachas, que podría resultar complicado, sino extraer la forma cristalina de esta sustancia que queda en el tracto digestivo de sus larvas y encontrar un modo de sintetizarlo. Como digo, se trata, simplemente, de una posibilidad, los insectos, en general, están siendo estudiados como una fuente de proteínas mucho más barata de producir y algunos no dudan en considerarlos la fuente alimenticia del futuro, dada la consabida “escasez de alimentos” a la que estamos abocados. ¿Que la leche de cucaracha le da asco? ¿que se niega a sustituir su filete por un buen plato de grillos? ¿que no quiere reemplazar las palomitas con mantequilla por una bolsa de hormigas fritas? Bueno, no pasa nada, simplemente, hágase a la idea de que una parte de la humanidad está de sobra. Pero tranquilícese, Ud. está en la otra parte, en la protegida por modernísimos ejércitos, por vallas con alambres de púas, por sensores de movimiento, que impedirán que los pobres le roben la comida de su plato.

domingo, 2 de octubre de 2016

Retraction Watch (y 4. Valor y precio)

   Cuenta la leyenda que Galileo conminó a los miembros de la Inquisición que le juzgaban a que mirasen por el telescopio y verían lo que él había visto, pero éstos se negaron a hacerlo aduciendo que sabían lo que había en los cielos por sus libros. Los científicos recitan cual papagayos este mito y se sienten reconfortados sabiéndose la vanguardia de la civilización en su lucha contra el oscurantismo y el principio de autoridad. Después se van a sus despachos, abren el sobre en el que alguna revista les ha enviado un artículo para que lo revisen y lo primero que hacen es averiguar en qué institución trabaja el autor del artículo, con quién se formó y a quién cita. En función del prestigio que parezca encerrar todo ello, se dignan mirar los datos que figuran en el artículo o no, suponiendo que la realidad se conforma a lo que dice la autoridad y no se muestra mirando a través de las tablas de datos. El funcionamiento de la ciencia como institución hoy día no es muy distinto del que exhibía la iglesia en la época en que se juzgó a Galileo. Todavía peor, si comparamos el número de retractaciones que los jueces obligan a publicar a las revistas de cotilleos con el número de artículos retirados por las más prestigiosas revistas científicas, habremos de concluir que la prensa del corazón tiene criterios editoriales más rigurosos que las publicaciones supuestamente científicas. Todos aquellos científicos y filósofos que concluyen que “ciencia” es lo que publican dichas revistas, no hacen más que colocar el rigor de la ciencia actual apenas por encima del nivel de los chismorreos.
   Que el sistema de peer review no funciona es ya una vieja canción. Nadie tiene tiempo de revisar los artículos que recibe cuando, a la vez, se le exige un rendimiento académico e investigador de modo continuado en el que no tiene cabida la repetición de experimentos realizados por otros. Si alguien tuviera tiempo para ello, desde luego, sería incapaz de encontrar financiación para hacerlo, pues ninguna fuente de financiación está interesada ni por la verdad en general, ni, mucho menos, por el buen funcionamiento de alguna ciencia en particular. Si alguien pudiera obtener financiación, sus críticas reiteradas a los artículos de ilustres investigadores como fueron Stapel, Boldt y Fujii, acabaría por hacer que las revistas dejaran de enviarle sus artículos para la revisión. Y si alguna revista tuviese la honradez hacerlo pese a ello, acabarían por recordarle que ellas, las revistas científicas, tienen que publicar algo, algo llamativo e impactante, algo que las haga la comidilla de la prensa generalista y que amplíe la base de suscriptores. Al fin al cabo, son revistas y hace tiempo que se apuntaron al lema de cualquier publicación periódica: no dejes que la verdad te estropee una buena noticia. La única verdad que persiguen las revistas científicas es la verdad que arroja la cuenta de resultados anual y a ella quedan supeditadas todas las demás. ¿En serio creen que los miembros del comité redactor de Science, de Nature, de Cell, se jugarían no ya la vida como hizo Galileo, sino sus honorarios para proteger el buen funcionamiento de la ciencia? ¿Creen que al comité de redacción de Anesthesia & Analgesia le importa más la verdad que los ingresos que generan sus anunciantes? ¿Me van a decir que el comité de redacción de cualquier revista médica está preocupado por las personas se van a curar gracias a los descubrimientos que muestran sus páginas y no por la generosa aportación que le proporcionan las empresas farmacéuticas?
   Cada falsificación, cada dato inventado, cada media verdad, es una mancha de aceite en el mundo de la ciencia, cuyos efectos se extienden en el tiempo haciendo difícil predecir sus resultados a medio y largo plazo. Cada falsificador encumbrado es una generación de científicos que han tenido que dirigir sus investigaciones en una dirección más que dudosa si querían recibir ayudas y subvenciones para sus estudios. Cada artículo retirado es una denuncia contra un sistema, el sistema creado por una industria cultural que ha usurpado el papel de faro de la cientificidad con la nada disimulada intención de hacer caja y envolver cada verdad en una bruma de mentiras. 
   Por supuesto, los propagandistas de “lo científico”, que continuamente nos escamotean la pregunta por la naturaleza de la ciencia, quieren hacernos creer que se trata de cuestiones menores. A esos filosofillos de la ciencia que se han hecho grandes en su especialidad leyendo las alucinaciones de Popper, las incoherencias del Kuhn de La estructura de las revoluciones científicas y cosas semejantes, no se les puede pedir que comprendan la importancia de Retraction Watch para tomarle el pulso a la ciencia real, pues no estamos hablando de casos aislados, hablamos de 500 ó 600, casos al año detectados, la punta de un iceberg que nadie se atreve a cuantificar. Todavía más grave, hablamos, en el fondo, de la misma historia repetida hasta la saciedad, la historia de alguien con notables habilidades sociales, con una ambición desmedida, que produce muy por encima de la media, con un prestigio que se ampara en el prestigio de quienes se avienen a publicarle o a publicar con él, en definitiva, hablamos del prototipo de lo que en economía se llamaría un emprendedor de éxito. Si, efectivamente, medimos una teoría científica por los réditos económicos que puede producir, si “saber venderse” resulta mucho más importante que saber hacer las preguntas correctas, si la vida de un equipo investigador depende de las subvenciones que puede lograr, si medimos la importancia de un experimento por el dinero que gana la revista que lo publica y si hemos sustituido el modelo de científico brillante por el de hombre de negocios exitoso, ¿cómo pretendemos que la ciencia nos cuente algo parecido a la verdad? A lo sumo, podremos pedirle que haga lo que hace cualquier empresa importante, que invente eslóganes sonoros, que fabrique anuncios ingeniosos y, sobre todo, que proteja los intereses de sus accionistas.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Retraction Watch (3. La persistencia del engaño)

   Si los casos de Stapel y de Boldt han llegado a sorprenderle, he de decirle que el número uno de los falsarios de la lista de Retraction Watch, tiene él solito más artículos retirados que Stapel y Boldt juntos. Se trata del honorable Dr. Yoshitaka Fujii, con ¡¡183!! artículos retirados de los 212 que llegó a escribir. Y, ¿a que no lo hubiesen adivinado? el Dr. Fujii también es anestesista. Su especialidad eran los medicamentos para tratar las nauseas y vómitos posoperatorios. En cierto modo, su éxito a la hora de publicar vino de la mano de su fracaso. Pese a que sus artículos aparecieron en las más prestigiosas revistas internacionales, fueron poco citados, así que el Dr. Fujii comenzó inventando los datos, después falsificó las autorizaciones de los comités de ética de los hospitales en los que se suponía que había realizado los ensayos, posteriormente añadió colaboradores a sus artículos por el procedimiento de falsificar sus firmas y, supongo que fatigado de tanta falsificación, acabó plagiando artículos, entre otros, de él mismo. Por mucho que el Dr. Fujii no supiera qué hacer para que le echaran el guante, desde 2000 había levantado las sospechas de un grupo de colegas alemanes que alertaron a Anesthesia & Analgesia sobre su prolífico colaborador. Anesthesia & Analgesia, prestigiosa publicación del sector que ya había sufrido en sus páginas el caso de Joachim Boldt, llegó a publicar 11 artículos más del Dr. Fujii antes de iniciar una investigación coordinada con otras revistas. El grupo alemán, encabezado por el Dr. Kranke, incluso se puso en contacto con la FDA para denunciar lo que a todas luces eran artículos de ciencia ficción del Dr. Fujii, lo cual es una muestra de su desesperación pues la FDA, como todos sabemos, sólo actúa con prontitud contra herbolarios y productos naturales.
   En 2012, 19 años después de su primer artículo, un comité de 23 revistas científicas, determinó que 126 de los artículos del Dr. Fujii habían sido inventados en su totalidad, sobre otros 37 existían sospechas que no podían ser confirmadas y únicamente tres de los analizados parecían auténticos. ¿Encabeza Yoshitaka Fujii la lista de falsificadores en cantidad de artículos retirados y duración de su carrera porque no ha habido hasta ahora nadie como él o porque hay falsificadores que van a batir de largo el tiempo que durarán sus engaños? Por mucho que la pregunta pueda parecer preocupante, su respuesta se queda en mera anécdota si la comparamos con otras cuestiones.
   “Visfatin: A protein secreted by visceral fat that mimics the effects of insulin” fue un artículo publicado por la prestigiosísima revista Science el 21 de enero de 2005. Los firmantes eran un equipo de 22 médicos japoneses, encabezados por Atsunori Fukuhara. La Universidad de Osaka inició una investigación sobre el artículo concluyendo, entre otras cosas, que existía un sesgo en la recopilación de los datos. Los autores no se arredraron y llegaron a amenazar al comité de la universidad con acciones legales. No obstante, tras numerosos tiras y aflojas, decidieron pedir ellos mismos la retirada del artículo, procedimiento al que Science dio curso en 2007 sin, como es habitual, explicar por qué un comité de una universidad había visto sin mayores problemas lo que los muy prestigiosos ojos de su equipo de redacción no había logrado encontrar. Hasta aquí, una historia como otra cualquiera. Pues bien, Retraction Watch recoge que el artículo en cuestión ha sido citado 1.023 veces. Dicho de otro modo, este artículo es lo que se suele llamar un "artículo de impacto", lo que cualquier chupatintas encargado de conceder subvenciones o ayudas exige escribir o, al menos, citar como apoyo de las teorías expuestas si uno quiere conseguir dinero para sus investigaciones. Todavía mejor, de esas 1.023 citas, 776, las tres cuartas partes, se produjeron después de la retirada del artículo. De hecho, el artículo puede consultarse en múltiples lugares de Internet en los cuales no se anuncia por ninguna parte que haya sido retirado. 
   Algo semejante ocurrió con “Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children”, artículo que otra revista puntera, The Lancet, publicó el 28 de febrero de 1998 y cuyo autor principal no es otro que A. J. Wakefield, el cirujano que demostró fraudulentamente el vínculo entre el autismo y la vacuna triple vírica. Pese a la magnitud de este escándalo y que fuese abundantemente aireado por la prensa generalista, fue citado 308 veces después de que fuese retirado en 2010.
   Podemos resumir todo lo anterior de un modo muy simple: lejos de perseguir “la verdad”, en la ciencia actual parece haber un singular empeño por perpetuar el engaño.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Retraction Watch (2. Stapel y Boldt)

   Diederik Alexander Stapel obtuvo su doctorado cum laude en psicología social por la Universidad de Amsterdam en 1997 y tres años más tarde era profesor en la Universidad de Groningen. En 2006 pasó a la universidad de Tilburg, donde fundó el Institute for Behavioral Economics Research, convirtiéndose en decano de la Facultad de Ciencias Sociales y del Comportamiento en 2010. Un año antes, la Sociedad de Psicología Social Experimental le había concedido un premio a su trayectoria académica. Y es que, por entonces, Stapel era uno de los psicólogos sociales más importantes y reconocidos de su Holanda natal y de Europa en general, pues su ascenso institucional había venido acompañado por 124 publicaciones en las más prestigiosas revistas científicas del mundo incluyendo, por ejemplo, las todopoderosas Science y Nature. Obviamente, tal cantidad de artículos en revistas prestigiosas había generado en torno a mil citas de ellos, convirtiendo a Stapel en un factor de impacto, es decir, para cualquier revista suponía un valor añadido publicar un artículo suyo y cualquiera que quisiera mostrar que estaba al día en psicología social, tenía que citar algo de tan notable prohombre. El resultado es que algunas revistas llegaron a publicarle hasta 23 artículos. 
   Pero 2010 no fue sólo el año de la culminación de la carrera de Stapel, también marcó el inicio de su declive. Denunciado por varios compañeros de disciplina, se creó una comisión encargada de revisar sus artículos. A fecha de hoy, 58 de ellos han sido retirados por las diferentes revistas que los publicaron. Stapel no había dado “un empujoncito” a sus datos, ni había tenido una máquina que ofreciese lecturas erróneas, ni siquiera podía echarle la culpa a un “currito impaciente”, lo suyo era mucho más fácil: se inventaba los datos. Algunas de las más prestigiosas revistas científicas del mundo, ésas que establecen en qué consiste “la verdad de la ciencia”, se tragaron las patrañas de Stapel con la misma ingenuidad con que los niños se tragan el cuento de los reyes magos. Para sus colegas, encargados de revisar sus artículos y enviar el informe en el que se recomendaba o no la publicación, la voz de Stapel era la voz de Dios en persona.
   Stapel ha sido definido por su propia esposa como una persona enferma y todos sabemos en qué consiste la psicología.  Los psicólogos se ufanan de haber abandonado la palabrería de sus primos los filósofos porque hacen experimentos. Los filósofos les recuerdan que los experimentos científicos se caracterizan por ser repetibles y que en psicología no hay experimento que se pueda repetir ni aunque se haga con ajos y pimientos. Entonces los psicólogos llaman “casos clínicos” a los filósofos, los filósofos llaman charlatanes a los filósofos y comienza el reparto de tortas. Pero no, por una vez, la culpa no es de los psicólogos. De hecho, Stapel sólo ocupa la tercera posición en la lista de autores con más artículos retirados de Retraction Watch.
   El número dos corresponde Joachim Boldt y, abróchense los cinturones, el Dr. Boldt es anestesista. Ni que decir tiene que era extraordinariamente prolífico, casi cada mes llegaba un artículo con su firma a alguna revista de postín y, por supuesto, se lo consideraba una eminencia en su campo, el manejo de sustancias intravenosas, particularmente los coloides y, más en concreto, las soluciones de hidroxietilo de almidón. Pese a que los primeros experimentos con esta sustancia mostraron que podía producir muertes durante las intervenciones quirúrgicas, pérdidas excesivas de sangre e infarto cardíaco, el infatigable trabajo del Dr. Boldt, su carisma y la brillantez de su exposiciones en congresos y revistas convencieron a la comunidad científica de lo contrario. Boldt consiguió que el hidroxietilo de almidón fuera considerada al par con otras alternativas y se incluyera en los protocolos de tratamiento con fluidos intravenosos hasta el punto de que es una sustancia de uso común en toda Europa. Conforme aumentaba su prestigio, le fue resultando cada vez más fácil encontrar colegas que firmaran sus artículos sin pedir demasiadas explicaciones. Y cuantos más autores tenían, menos rigurosas eran las revisiones que se efectuaban de ellos, pues se daba por supuesto lo contrastado de los datos. En el artículo que acabó levantando las sospechas, Boldt era el primero de seis co-autores. Alguien encontró sorprendente que, pese al escaso número de sujetos en el experimento, los datos no mostraban desviación alguna respecto de lo deseado y lo denunció al comité de redacción de la revista en que publicó el artículo, Anesthesia & Analgesia. Ésta inició una investigación que se extendió a otras publicaciones. Al final del proceso noventa y cuatro artículos de Joachim Boldt habían sido retirados y, entre medias, se había descubierto que Boldt había cobrado de B. Braun, Baxter y Fresenius Kabiara, empresas con patentes sobre la fabricación del hidroxietilo de almidón. De modo que no, no es la psicología la única ciencia que tiene problemas a la hora de contar “la verdad”, particularmente cuando hay dinero de por medio.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Retraction Watch (1. No va de esto)

   Como ya he explicado reiteradamente, uno de los eslóganes que con más éxito se ha colado en nuestras mentes es el de que “la ciencia cuenta la verdad”. Que se trata de un eslogan y, para más señas, de un eslogan que permite que algunos consigan dinero, resulta extremadamente fácil de demostrar, pues una de las características de todo eslogan es que, en cuanto se lo analiza un poco, se queda en nada. En efecto, ¿qué es la “ciencia” ésa que dice la verdad? ¿lo que hacen los científicos? ¿”ciencia” es lo que hacen los científicos cuando van al cuarto de baño? ¿o se nos está afirmando que ciencia es lo que hacen los científicos cuando hacen ciencia? ¿”ciencia” es lo que figura en los libros... científicos? ¿lo que figura en las publicaciones... de ciencia? Profundicemos un poco más en este último aspecto. ¿Todo lo que publica una revista científica es “la verdad”? Fuera de los cuentos de hadas, es decir, en el mundo real, una publicación científica no se dedica exclusivamente a publicar artículos científicos, también debe retirarlos. Intuitivamente parece muy claro lo que significa “retirar un artículo”. En la práctica la cosa conlleva enormes complejidades. Antes, cuando las publicaciones científicas se hacían en papel, se daba por supuesto que nadie iba a ir por las bibliotecas con una cuchilla cortando las páginas del artículo retirado. Simplemente, se publicaba una nota del comité de redacción anunciando que tal o cual artículo ya no se consideraba digno de aparecer bajo las cubiertas de la revista en cuestión... pese a que, obviamente, no dejaba de hacerlo. Ahora que las revistas científicas tienen una versión digital todo parece más fácil, pues basta con borrarla del servidor de la misma. Sin embargo, la retirada sigue siendo simbólica  pues cada artículo es replicado en una pluralidad de bases de datos, ordenadores personales y servidores, de los cuales resulta tan improbable borrarlos como antes lo era el procedimiento de la cuchilla. De aquí la importancia de la tarea emprendida por Ivan Oransky y Adam Marcus, los creadores de Retraction Watch, en resumen, un blog en el que se intenta indexar los artículos retirados de las publicaciones científicas.
   A veces el o los autores de un artículo descubren que ciertos datos contenían errores, han sido mal tipografíados o cualquier cosa de este género. Entonces se envía una nota a la redacción de la revista en cuestión comentando lo sucedido. Es lo que se denomina una “corrección”. El contenido de esta nota puede no afectar para nada a las conclusiones del artículo, cambiarlas drásticamente o, lo que resulta el caso más frecuente, comprometerlas en un grado difícil de determinar. Retraction Watch no considera ninguno de estos casos una retirada, lo cual me parece un criterio correcto aunque no todo el mundo esté dispuesto a suscribirlo.
   La retirada de un artículo puede producirse a petición de uno o todos los autores del mismo. Puede ocurrir, por ejemplo, que se sientan disconformes con los principios que dirigieron la investigación, o bien se descubre que una máquina estaba dando resultados erróneos o que una muestra estaba contaminada, o, cosa mucho más frecuente, que se produjo un error humano. Dentro de los “errores humanos”, hay de todo, desde la alteración de dos números a la “impaciencia”. En un artículo con múltiples autores, por ejemplo, en el caso de España, el primero que aparece es el catedrático, que ni ha realizado los experimentos, ni ha escrito el artículo, ni, en la mayoría de los casos, se ha molestado en leerlo. Su trabajo consiste en formar el equipo investigador, conseguirle subvenciones y firmar lo que vayan presentando. En segundo  lugar aparecerán uno o dos profesores de universidad que son los que han ideado el experimento en cuestión y han escrito el artículo. Finalmente están los “curritos”, normalmente becarios, que son los que de verdad han estado al lado de la maquinita en cuestión, mañana, tarde y noche, siete días a la semana, hasta que han aparecido los resultados. En ocasiones, a uno de estos curritos le pica la “impaciencia”, impaciencia de ver a su novia, impaciencia por conseguir resultados, o impaciencia por obtener reconocimiento a su trabajo y decide “acelerar” el proceso. Si  todo esto lo envolvemos en las guerras de sexos y/o de poder que existen en cualquier relación humana, puede entenderse que la retirada de artículos se haya convertido en una tarea tan cotidiana como su publicación.
   Tampoco hay que dramatizar las cosas. Por mucho que sea doloroso y un científico lo sienta como si hubiese tenido que matar a un hijo, la decisión de pedir la retirada de un artículo es una demostración de su integridad profesional y del buen funcionamiento de la ciencia. Aún más, un artículo científico no es un diario de laboratorio, por lo que sólo un ignorante de lo que ocurre dentro de uno de ellos puede pretender que los artículos científicos reflejen fielmente lo sucedido. Si se espera que una medición esté entre 5,675 y 5,695, pero en el experimento aparece reiteradamente 5,668, nadie se va a rasgar las vestiduras porque a los resultados se les dé un “empujoncito”. Y a la inversa, si el resultado de tres mediciones es 0,600, 0,800 y 0,700, cualquier científico hará constar en su artículo 0,589, 0,801 y 0,697, pues unas cifras tan redondas difícilmente serían creíbles. Esto (y cosas peores) es algo que todo el mundo sabe y asume. Al fin y al cabo, la ciencia nos proporciona una aproximación a la realidad, el mapa no es el territorio y lo dicho hasta aquí no evita que las cosas funcionen. Obviamente, el material que nos proporciona Retraction Watch no tiene nada que ver con lo comentado hasta aquí.

domingo, 4 de septiembre de 2016

España es una península.

   Hace exactamente un mes, no pude evitar una sonrisa de satisfacción al leer el artículo de John Carlin, “España: isla de decencia y sensatez”. El argumento de Carlin, era extremadamente simple: la vieja costumbre española de criticar a nuestros políticos nos impide ver que hoy día casi en cualquier país ocurren cosas peores que aquí. Carlin comparaba las insulsas campañas electorales españolas con los disparates lanzados en la campaña del brexit, las interminables guerras de cifras entre nuestros políticos y la ausencia a cualquier dato en la campaña norteamericana, el juicio a la infanta Elena y la absoluta impunidad con la que los miembros de la familia real británica realizan negocios mucho más turbios y, lo que no es detalle menor, la inexistencia de partidos con representación parlamentaria que apelasen al racismo, la xenofobia o, simplemente, a la separación, muralla mediante, entre un “ellos” y un “nosotros”.  No soy un seguidor fiel de los artículos del Sr. Carlin en El País, me parecen demasiado sesgados por sus simpatías políticas y poco profundos en su nivel de análisis, con lo que sus conclusiones suelen tener mucho más de proclamas emocionales que de rigor predictivo. No obstante, aprecio las buenas intenciones que suele haber tras la mayoría de ellos y no pude dejar de reconocer que cierta razón había en lo que decía en éste. Lo tuitiée y rápidamente, uno de mis alumnos del año pasado, Alex, me recordó que ya teníamos muros como el que quiere Donald Trump en Ceuta y Melilla, hasta el punto de que el propio Trump llegó a confundir la valla de Melilla con la frontera de México. Alex, efectivamente, acertó con el matiz que falta en el artículo de Carlin y es que aquí no ocurre lo que ocurre en Estados Unidos o en Francia o en Austria o en Gran Bretaña... de la misma manera. España no es una isla, es una península, para más señas, situada entre Francia y Marruecos y no estoy hablando de geografía.
   Ciertamente, comparado con Donald Trump, Mariano Rajoy parece el adalid de la decencia y Pablo Iglesias un antipopulista. Pero es que el único político actual que puede salir perdiendo en una comparación con Donald Trump es el recién elegido presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, “El castigador”, que ha llegado al cargo presumiendo de la creación de escuadrones de la muerte contra los narcotraficantes bajo su mandato en Davao y que ya ha animado a sus ciudadanos a matar a todos los drogadictos que encuentren a su paso (sí, para esto murió Benigno Aquino). Los propios chicos del UKIP o Mme. Le Pen, parecen encantadores adalides de la libertad comparados con  Mr. Trump. Sin embargo, aquí Carlin tiene razón, nuestra situación no es la de Francia, donde pronto podrán “elegir” entre Manuel Valls, Marie Le Pen y Nicolas Sarkozy, que es como elegir entre un mini-Trump, una mini-Trump y un llavero de Donald Trump. Estas navidades nosotros podremos “elegir”, por tercera vez, entre políticos que no van a hacer nada y políticos a los que “las circunstancias” no les van a dejar hacer nada. Insisto en esta idea, tal y como está el patio, un político que no hace nada casi parece lo mejor que nos puede pasar.
   Es cierto que hemos llevado a miembros de la familia real al banquillo, lo cual no evita que Joseph Blatter haya pedido como abogados defensores a los fiscales encargados de “acusar” a tan ilustres reos. Y también es lógico que Donald Trump confundiera la valla de Melilla con la frontera con México, primero porque estoy convencido de que Donald Trump no sabe dónde está México, de hecho, sospecho que ni siquiera sabe qué es México y segundo, porque esa frontera salvaje que sale en las películas, que tanto nos espanta y que recorre el río Bravo, la tenemos aquí, a un tiro de piedra, en Ceuta y Melilla, mientras hacemos todo lo posible por no verla. Pero esa valla no es (todavía), un muro, ni lo ha pagado Marruecos sino Bruselas, ni está ahí para impedir la llegada de ciudadanos del país vecino, sino de subsaharianos, aunque bien que sirve para dejar sin corderos halal a la población musulmana de dichas ciudades con objeto de que los de siempre hagan su agosto en septiembre.
   Suele preguntarse por qué en España no ha fraguado ningún partido de ultraderecha como esos que avanzan por Europa. Hay muchas respuestas a esa pregunta. La primera es que no hay tradición. ¿Se imaginan un campo de exterminio español? El día en que hubiese gas, no habrían llegado los judíos; el día en que hubiesen llegado los judíos, no habría gas y el día en que hubiesen llegado los judíos y el gas, el tipo encargado de tirárselo se habría dado de baja y el becario no sabría cómo hacerlo. Pues lo mismo sería nuestra "rigurosa" política de expulsión de extranjeros, por eso nadie que pretenda ser tomado en serio la ha propuesto. Otra respuesta posible es que somos más abiertos, más tolerantes, en el fondo, mucho más democráticos de lo que jamás se sospechó de nosotros. Váyase Ud. a los barrios populares de cualquier gran ciudad, ésos donde el alto nivel educativo no es la tónica, ésos que nuestros años de pizza con champán llenaron de emigrantes, y escuche lo que allí se dice. En la carnicería, en la frutería, alrededor de un par de cervecitas, quien menos lo piense soltará comentarios que llenarían de orgullo a cualquier partido xenófobo europeo. El miedo al inmigrante, la xenofobia, la búsqueda de una estirpe que sirviera como chivo expiatorio de las propias miserias, no ha permitido ocupar escaños en Madrid porque mucho antes de que se dieran las condiciones sociopolíticas para que ocurriera, ya se lo utilizaba para copar escaños en Álava y hoy está sirviendo para construir ese país futuro llamado Catalunya. Escuchen el discurso de cualquier catalanista convencido, de ésos que se han criado oyendo en las escuelas que los invadieron en el siglo XVIII; oigan las propuestas para la futura democracia de los estómagos agradecidos que ya van haciendo hueco para lo que van a devorar y que quieren, no prohibir, por supuesto, que suena muy mal, pero sí “no autorizar” otra lengua que no sea el catalán; miren con detenimiento el rostro de todos los que se han sumado al carro en marcha y que no está claro si hay en ellos más de Rufián que de tonto o más de tonto que de Rufián y estarán contemplando la vidriosa mirada que adorna a los integrantes del Frente Nacional, la Alternativa para Alemania, el Amanecer Dorado, el Partido de los Finlandeses, el Partido Popular danés, o el Partido Liberal holandés. 
   No, España no es los EEUU, ni Francia, ni Alemania, ni Gran Bretaña, ni lo ha sido nunca, pero, si no lo remediamos, será sólo cuestión de tiempo que nos pongamos a su altura y no precisamente en lo bueno.