domingo, 18 de diciembre de 2016

DSM-V (1 de 2)

   El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, contiene una clasificación de los trastornos mentales y proporciona descripciones claras de las categorías diagnósticas, con el fin de que los clínicos e investigadores de las ciencias de la salud puedan diagnosticar, estudiar, intercambiar información y tratar los distintos trastornos mentales. Se halla en la quinta edición, conocida como DSM-5 publicada el 18 de mayo del 2013. En él se incluyen (entre otros) los siguientes trastornos:
   - Dislexia, trastorno psicológico caracterizado por  una dificultad de aprendizaje que afecta a la lectoescritura, posee un carácter específico y persistente y se calcula que afecta a un 5% de la población.
   - Discalculia o dificultad de aprendizaje específica en matemáticas, equivalente a la dislexia, sólo que en lugar de tratarse de los problemas que enfrenta un niño para expresarse correctamente en el lenguaje, se trata de dificultad para comprender y realizar cálculos matemáticos, al igual que la dislexia. Al menos un 5% de la población se ve afectada por ella.
   - La disgrafía se trata de un trastorno que se manifiesta en la dificultad para escribir las palabras de manera ortográficamente adecuada y que afecta a cerca del 5% de la población.
   - El trastorno del lenguaje expresivo se caracteriza por una capacidad de uso expresivo del lenguaje hablado muy por debajo del nivel adecuado para la edad mental. Afecta a un 3% de los niños escolarizados.
   - El trastorno mixto del lenguaje receptivo-expresivo consiste una alteración tanto del desarrollo del lenguaje receptivo como del expresivo verificada por las puntuaciones obtenidas en evaluaciones del desarrollo del lenguaje receptivo y expresivo que afecta a un 3% de los niños.
   - El trastorno fonológico se caracteriza porque los niños no utilizan ninguno o utilizan sólo algunos de los sonidos del habla que se esperan para su grupo de edad, afecta a un 3% de los niños.
   - La tartamudez consiste en un trastorno de la comunicación que se caracteriza por interrupciones involuntarias del habla que se acompañan de tensión muscular en cara y cuello, miedo y estrés, lo padece un 5% de los niños.
   - Los trastornos del espectro autista (TEA) engloban diagnósticos relacionados con déficit en la comunicación, dificultades para integrarse socialmente, una exagerada dependencia de las rutinas y hábitos cotidianos, y una alta intolerancia a cualquier cambio o a la frustración. Aunque su incidencia inicial no llegaba a uno de cada 2.500 niños, actualmente se considera que cerca del 1,5% de la población lo padece y se considera un género de trastorno en expansión.
   - El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es un trastorno del comportamiento caracterizado por distracción moderada a grave, periodos de atención breve, inquietud motora, inestabilidad emocional y conductas impulsivas. Aunque se suele considerar que un 5% de los niños lo padece, los diagnósticos superaran ya el 6% en España y comienza a considerarse que acaba afectando a las personas también en su edad adulta.
   - El trastorno de pica consiste en una variante de un tipo de trastorno alimentario en el que existe un deseo irresistible de comer o lamer sustancias no nutritivas y poco usuales como tierra, tiza, yeso, virutas de la pintura, bicarbonato de soda, almidón, pegamento, moho, cenizas de cigarrillo, papel o cualquier otra cosa que no tiene, en apariencia, ningún valor alimenticio. Hasta el 30% de los niños menores de seis años presentan este trastorno.
   - El síndrome de Tourette se caracteriza por múltiples tics físicos (motores) y vocales (fónicos) que afecta casi a un 4% de los niños.
   - El trastorno de tic transitorio consiste en una afección en la cual una persona hace uno o muchos movimientos o ruidos (tics) breves y repetitivos sin proponérselo, en torno al 12% de los niños lo padecen.
   - La encopresis infantil consiste en la defecación involuntaria que sobreviene al niño mayor de 4 años, sin existir causa orgánica que lo justifique y que padecen hasta el 6% de los niños.
   - La enuresis radica en la persistencia de micciones incontroladas más allá de la edad en la que se alcanza el control vesical, afecta al 13% de los niños.
   - El trastorno depresivo se caracteriza por un estado de ánimo invasivo y persistente acompañado de una baja autoestima y una pérdida de interés o de placer en actividades que normalmente se considerarían entretenidas. Más del 11% de la población lo padece. 
   - El trastorno bipolar se da en aquellos individuos que han experimentado un episodio maníaco añadido a un episodio depresivo cosa que ocurre casi en el 2% de la población.
   - El trastorno de ansiedad engloba varias formas diferentes de un tipo de trastorno mental, caracterizado por miedo y ansiedad anormal y patológica. Afecta a casi el 20% de la población. 
   - Un 11% de la población presenta fobias que se caracterizan por un miedo intenso y desproporcionado ante objetos o situaciones concretas.
   - El trastorno obsesivo-compulsivo se caracteriza por pensamientos intrusivos, recurrentes y persistentes, que producen inquietud, aprensión, temor o preocupación, y conductas repetitivas denominadas compulsiones, dirigidas a reducir la ansiedad asociada. Lo padece un 3% de la población.
   - La hipocondría lleva al paciente a creer, de forma infundada, que padece alguna enfermedad grave, hasta un 9% de la población la padece.
   - Los trastornos disociativos se definen como todas aquellas condiciones patológicas que conllevan disrupciones o fallos en la memoria, conciencia, identidad y/o percepción, hasta un 10% de la población podría padecerlos.
   - Al menos un 50% de la población mundial padece algún género de trastorno sexual entendido como alteraciones del deseo, cambios psicofisiológicos en la respuesta sexual normal, malestar o problemas interpersonales relacionados con el tema.
   Mientras escribo la continuación de esta entrada le sugiero que vaya sumando los porcentajes que le acabo de proporcionar, verá qué gracia.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Un futuro sombrío.

   La receta económica de Donald Trump para engrandecer América (del Norte) es tan desquiciante como lo fue la de aquel Reagan a quien los norteamericanos recuerdan con tanto cariño. La simple expulsión de tres millones de inmigrantes que han cometido un delito (ni que decir tiene que la cifra es inventada), elevaría el costo de la mano de obra a niveles insostenibles para la economía, especialmente en el sector alimentario y la industria de base. Trump, como tantísimos tontísimos que hay en el mundo, no entiende que la fraternal acogida de nuestros hermanos de otros países encierra, en realidad, la exigencia del capitalismo de aumentar el paro para mantener los salarios al nivel de la subsistencia. ¿Por qué creen que Alemania se muestra tan generosa con los inmigrantes?
   Una subida de los costos laborales conllevará, inevitablemente, una subida de precios, quiero decir, un aumento de la inflación. Pero Trump no se conforma con eso, quiere emprender una agresiva política de obras públicas que no sólo inundará las bolsillos de los amigotes de dinero, sino que, además, retirará lo que quede de mano de obra barata del mercado laboral, presionando la inflación hacia arriba por partida doble. ¿De dónde va a salir todo ese dinero? De los impuestos no. Como buen reaccionario, Trump ya ha anunciado una significativa rebaja de impuestos con un IRPF de tres tramos, lo cual significa que se dejarán de recaudar miles de millones de las grandes fortunas. Cuando un político dice que va a bajar los impuestos todo el que tiene dos dedos de frente entiende lo que se está diciendo, a saber, que se van a subir los impuestos. Se bajarán los directos que gravan en función de las rentas y se subirán los indirectos que gravan los productos que todos compramos o, mejor aún, que compramos los que menos ingresos tenemos. ¿Hace falta decir que nos hallamos ante otro factor que incrementará la inflación? Pues súmenle a los anteriores un mercado especulativo absolutamente desregulado como el que se está buscando.
   Difícilmente se podrá atajar toda esa masa inflacionaria que se va a crear artificialmente mediante una subida de los tipos de interés, pues eso enfriaría la economía en contra de los deseos presidenciales. Más bien se piensa, como ha sido costumbre, en exportar la inflación. Durante décadas EEUU pudo hacerlo por dos motivos: era la fábrica del mundo y su moneda era el patrón con el que se comparaban el resto de monedas. Hace tiempo que ambos factores se han vuelto algo más que cuestionables. Ni EEUU es ya la fábrica del mundo ni su moneda es el único patrón que ahora impera. Resulta poco probable, pues, que se pueda desaguar mucha inflación por aquí. Sólo queda, pues, una manera de amortiguar los efectos inflacionistas de todas las políticas que Trump ha propuesto: inyectando oro en circulación, oro negro. Producir enormes cantidades de petróleo le permitiría bajar a precios irrisorios la factura energética, amortiguando el efecto de los otros factores. 
   Una de las pocas cosas por las que pasará Obama a la historia, además de por el color de su piel, es por haber convertido el petróleo en el arma para vencer a sus enemigos internacionales. Inundar el mercado de petróleo en una época de crisis, o, lo que viene a ser sinónimo, disminuir la cantidad de petróleo que EEUU compra, fue un movimiento genial que colocó contra las cuerdas a Irán, Venezuela y Rusia, además de convertir en irrelevante a un aliado incómodo como fueron siempre las monarquías del golfo pérsico. Particularmente para Rusia fue la puntilla a sus ambiciones imperialistas. Unida a las sanciones internacionales por su adhesión de media Ucrania, la bajada del petróleo la pilló en plena modernización de las fuerzas armadas, en la que había comprometido gran parte de los recursos que se suponía que iba a obtener. 
   Además del levantamiento de las sanciones, Rusia buscará algún tipo de pacto con los EEUU que eleve el precio del petróleo, un movimiento que todos los humillados por Obama están buscando desesperadamente. De hecho, esta semana, la OPEP acordó reducir su producción. Tan pomposa declaración, que atrajo de nuevo a los especuladores al mercado del crudo, es poco más que un brindis al Sol. Su papel en la producción mundial se ha reducido sensiblemente y, por eso, su segundo movimiento ha consistido en intentar acordar una reducción semejante con los países que no forman parte del cartel, iniciativa que Rusia ha apoyado de modo entusiasta. No obstante, la parte divertida de esta maniobra es que si consiguieran alcanzar la solicitada reducción atraerían de nuevo hacia la producción a todas las empresas norteamericanas que la abandonaron precisamente por la caída de los precios, además de activar las colosales reservas canadienses, dejando su maniobra en agua de borrajas. Por si fuera poco algunas de las economías de los integrantes de la organización están ya tan dañadas, que difícilmente soportarán la reducción de ingresos que, a corto plazo, supondrá el recorte en la producción, por lo que no parece muy probable que el acuerdo llegue a materializarse.
   El resumen de todo lo anterior es simple: el imperialismo ruso exige un barril por encima de los 60$, el recalentamiento artificial de la economía norteamericana exige un barril claramente por debajo de los 40$. A menos que la “admiración” por Putin que padece Trump le lleve a entregarle las llaves de la caja fuerte, el acuerdo parece improbable. No obstante, en toda esta ecuación falta un elemento importante.
   En el año 2000, unas reñidas elecciones entre Al Gore y George Bush (hijo) se decidieron cuando el primero renunció a que se continuara la revisión del recuento en Florida. El país quedó dramáticamente dividido “como no lo había estado nunca” en palabras de la prensa. No faltaron voces que acusaron a los republicanos de haber dado un golpe de Estado privando de su cargo al candidato legítimamente elegido por los ciudadanos. Casualmente, apenas un año después, un terrible atentado y sus guerras subsiguientes unieron al país tras su comandante en jefe como un solo hombre. Este noviembre hemos vivido unas elecciones presidenciales en las que la candidata más votada se ha quedado sin su cargo. El país vuelve a estar dividido “como no lo había estado nunca”. ¿Qué sangrientas casualidades habremos de vivir para que se una en torno a su presidente como un solo hombre?

domingo, 4 de diciembre de 2016

Enhorabuena, Sr. Putin.

   Lo que hace a Donald Trump mucho más terrible que Reagan y que los Bush, lo que exige que cualquiera que tenga valores de verdad se oponga radicalmente a su gobierno, más allá de que cumpla o no la ley, lo revela, precisamente, la naturaleza de sus nombramientos. Quienes han obtenido cargos hasta ahora lo han hecho por tres razones, razones que han dejado fuera a quienes hasta ahora no han obtenido nombramiento alguno. La primera de ellas es la lealtad ciega y absoluta al líder. Priebius, Sessions, Flyn, Bannon y todos los demás que están siendo nombrados, estuvieron con Trump cuando subía y cuando caía en las encuestas, cuando llamaba a Hillary Clinton “asquerosa” y cuando se jactaba de agarrar a las mujeres por el coño y hubiesen seguido estando con él si Trump hubiese salido a la calle pegándole tiros a los transeúntes. De ninguna de sus muy blancas y libres bocas saldrá nunca nada que pueda interpretarse como un atisbo de crítica, de cuestionamiento, hacia las decisiones del líder, Trump tiene siempre razón, porque es Trump. Ni siquiera son cabezas capaces de pensar por sí mismas, de tomar decisiones por sí mismos, de ninguno de ellos se podrá escuchar un juicio acerca de lo que es bueno o malo sin que su líder lo haya hecho previamente. Este es el requisito que Carson no cumple.
   Si el primer requisito es el requisito básico de cualquier dictador, de cualquier tiranía, el requisito que Christie no cumple es aún más preocupante. Christie no está ahí, no porque sea capaz de pensar por sí mismo o porque su mezquindad le lleve a aprovechar su cargo para venganzas personales. Christie no está ahí porque no es del agrado de la corte que Trump ha montado a su alrededor. Encerrado en sus propiedades, el acceso al presidente está controlado por la Santa Trinidad de sus hijos varones y su yerno, en una suerte de corte fantasmal que inauguró en los tiempos modernos Boris Yeltsin, que no ha dejado de reactualizarse en las pseudodemocracias de Asia Central y que importó a América su majestad Ortega I de Nicaragua. Más que Priebus, más que Bannon, más que cualquiera de los cargos que hasta ahora ejercían esas funciones controladas por la ley, el acceso a Trump necesitará pasar el filtro de sus familiares inmediatos, con sus propios intereses, finalidades y negocios y, desde luego, ajenos al control del Congreso o el Senado.
   Pero aún queda un tercer requisito, un tercer indicio no menos inquietante de qué nos aguarda. Algo común a todos los designados, incluyendo el presidente, es su rusofilia o, para ser más precisos, su “admiración” por (Ras)Putin. “Admiración” que, casualmente, comparten con Igor Dodon, recién elegido presidente de Moldavia, con Rumen Radev, recién elegido presidente de Bulgaria, con Marie Le Pen, futura candidata a la presidencia francesa, con los líderes de la emergente Alternativa para Alemania, con los mandamases de los “Auténticos Finlandeses” y con quienes promovieron el referendum sobre el brexit en Gran Bretaña, entre otros. ¿Han mirado Uds. a (Ras)Putin? ¿lo han mirado de cerca, detenidamente? ¿han sido capaces de encontrar en él algo que, en algún acceso de fiebre, pudiera poder parecerles admirable? “Yo admiro a Putin”, pues, sólo puede significar una cosa: “yo he recibido dinero/ayuda de Putin” o “yo le estoy agradecido a Putin”. 
   Durante la guerra fría, el KGB demostró reiteradamente lo fácil que le resultaba infiltrar el FBI. El descarado acoso que su director ha realizado durante toda la campaña a Hillary Clinton, demuestra que tales prácticas no han cesado. Trump tiene motivos para admirar a Putin, quiero decir, para estarle agradecido, no sólo por eso, también por el continuo espionaje electrónico ejercido sobre la campaña de Clinton y del cual apenas si hemos atisbado a ver la filtración de sus e-mails a través de Wikileaks. No me cabe la menor duda de que Trump es muchas cosas, pero no un desagradecido, especialmente cuando quien tiene semejante poder puede utilizarlo contra él, que tantos cadáveres tiene en los armarios. Lo que Trump va a entregarle a Putin a cambio va a ser una minucia: el mundo entero para que Rusia haga y deshaga a su antojo. El problema es que los grandes dictadores nunca se han conformado con aquello que se les ha dado por las buenas y siempre han querido más, siempre han querido aquello que sólo se puede obtener por la fuerza de sus malas artes. Y Putin, en efecto, quiere algo más, quiere el petróleo.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Dime con quién andas...

   Si Trump fuese diferente de Ronald Reagan o de George Bush (de cualquiera de ellos) por lo que dice, si fuese un problema de “valores”, quiero decir, de imagen, nos hallaríamos ante un futuro inmediato poco halagüeño. La cuestión está en que los valores que realmente se hallan en juego no son los que atisban a ver los Popovich de este mundo. Averiguar la gravedad de la situación que se avecina apenas exige recapitular los primeros movimientos del presidente in pectore. Como jefe de gabinete ha sido designado Riece Priebus, hasta ahora presidente del Comité Nacional Republicano, es decir, un hombre del partido. En apariencia, por tanto, se trata de una designación muy pertinente. El jefe de gabinete en EEUU es un cargo clave, pues se trata de una especie de fontanero que tiene que hacer lo posible para que las políticas del gobierno se pongan en práctica, además de ser quien permite o impide el acceso al presidente. Teniendo en contra a casi todo el aparato del partido republicano, que domina ambas cámaras, resulta muy sensato elegir como jefe de gabinete a una de las máximas autoridades dentro del partido. A la vez que Priebus, en lo que la prensa interpretó, erróneamente, como un movimiento de contrabalanceo, fue designado como estratega jefe y consejero principal Stephen Bannon. Ídolo del Ku Klux Klan, homófobo, antisemita, racista, xenófobo, el honorable Sr. Bannon, tenía todas las papeletas para ocupar un puesto de relevancia dentro de la nueva administración. 
   El cargo de Loretta Lynch, mujer negra que ocupó la fiscalía general, va a parar a Jeff Sessions, cuya carrera en la administración comenzó con una serie de nombramientos bajo el mandato de Ronald Reagan y que tiene a sus espaldas un largo historial de persecución de toda persona de color que bordease los límites de la ley y de tolerancia con los criminales blancos pertenecientes al KKK. Partidario de la tortura, del maltrato a los detenidos y de considerar a los inmigrantes delincuentes, y pese al generoso apoyo de numerosas empresas de sanidad y seguros, el propio partido republicano tuvo reparos para seguir otorgándole ascensos... hasta ahora.
   El nuevo asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, es un demócrata, criado, según propias palabras, en una familia extremadamente demócrata, contrario a la tortura, el maltrato de prisioneros, defensor del derecho a decidir de las mujeres en el tema del aborto, militar de carrera y jefe de la unidad de inteligencia del Pentágono durante la administración Obama. Ha sido la persona que le ha enseñado a Donald Trump dónde está México. Tras su retiro de la vida militar, fundó una empresa de “asesoría” con su hijo que, entre otros clientes, tuvo al gobierno del muy islamista presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. 
   Mike Pompeo es miembro del Tea Party y de la National Rifle Asociation, se opone al aborto, a la idea del calentamiento climático, al sistema de seguridad social impulsado por Obama y es partidario, eso sí, de darle carta blanca a la NSA para que espíe a quien le dé la gana cuando le dé la gana sin necesidad de pedir autorización a nadie. De hecho, Pompeo ha pedido la extradición de Snowden para que sea juzgado en los EEUU por alta traición. Nadie mejor que él, por tanto, para dirigir la CIA. Finalmente, esta semana se ha nombrado a las dos primeras mujeres del gabinete: Nikki Halley, estrella emergente del partido republicano como embajadora ante la ONU y Betsy DeVos, no menos republicana, como secretaria de Educación.
   Pero aún más significativos que los nombrados, son los no nombrados. Por el camino se ha quedado Ben Carson, figura bastante popular en los EEUU por ser un neurocirujano de color que ha realizado espectaculares operaciones como la separación de gemelos tras 70 horas de quirófano. Filántropo, protagonista de un par de películas, entró en la carrera por la nominación que acabó ganando Trump. Por supuesto, Carson está contra el sistema de asistencia sanitaria universal y gratuita, contra el aborto y contra la admisión de nuevos inmigrantes. Tras figurar en las quinielas durante varias semanas, él mismo dijo preferir “apoyar al nuevo gobierno desde fuera”.
   No menos popular, ni menos reaccionario es Chris Christie, la gran esperanza blanca del partido republicano a quien todos daban como rival de Hillary Clinton en estas elecciones. Gobernador del Estado de New Jersey, no le ha dolido prendas reconocer algunas actuaciones del gobierno de Obama. Contrario a los matrimonios homosexuales, apoya que se ayude a los padres que lleven a sus hijos a colegios confesionales, considera que cualquier protección del medio ambiente implica reducir las oportunidades de negocio, que a las empresas contaminantes hay que ponerles unas multas mínimas y, naturalmente, cree que hay que levantar un muro en las fronteras del país. Aunque su figura declinó con el descubrimiento de que dos de sus asesores se habían dedicado a crear atascos en el pueblo de un alcalde republicano a quien Christie se la tenía jurada, no es ése el motivo por el cual se ha quedado, una vez más, en la cuneta.
   Por último, Trump parece tener problemas para encontrar al futuro secretario del tesoro. Los requisitos son simples, debe ser algún género de “lobo de Wall Street” cuyo nombramiento deje patentemente clara la bacanal de desregulación que se avecina. Sin embargo, por más que ha removido JP Morgan con Golman Sachs (es decir, Roma con Santiago), el nombramiento no acaba de cristalizar. ¿Por qué? O, de un modo más general, ¿qué tienen Priebius, Sessions, Flyn, Bannon, que no tengan Carson o Christie? El caso de Halley y DeVos no tiene misterio. Como mujeres que son, Trump las ha nombrado para cargos que no le importan un bledo. El hecho mismo de que Halley lo criticase durante la campaña muestra que su nombramiento es un gesto de desprecio hacia una institución que, simplemente, será ignorada a partir de ahora, la ONU.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Valor y política.

   Sé que muy pocos estarán de acuerdo conmigo si digo que Gregg Popovich es uno de los entrenadores más sobrevalorados de la NBA. En mi opinión, los San Antonio Spurs han sido campeones cinco años a pesar de él, más que gracias a él. Arisco, cuando no arrogante con los periodistas, que, naturalmente, no entienden sus “genialidades”, aprovechó una rueda de prensa la pasada semana para lanzar una durísima proclama contra el recién elegido presidente de los EEUU e ídolo de los fabricantes de peluquines, Donald Trump. Lo que dijo no fue muy diferente de lo que dice la inmensa mayoría de americanos con dos dedos de frente y tampoco destacó de la postura nada tibia adoptada por la NBA en su conjunto, con su comisionado actual, Adam Silver y su ex-comisionado David Stern a la cabeza. Sin embargo, me llamó la atención el porqué de su invectiva, que coincide, probablemente, con los motivos que han llevado a la NBA y a otros muchos a adoptar la postura que han adoptado. “No estoy diciendo esto por una cuestión de política, se trata de una cuestión de valores”, afirmó. Cuando Ronald Reagan consiguió componer uno de los Tribunales Supremos más reaccionarios de la historia y regó de dinero a los islamistas radicales que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán, convirtiéndolos en líderes del Islam, se trataba de una cuestión de política. Cuando George Bush hijo decidió montarse una guerrita particular para enriquecer a los amigotes, se trató de política. Ahora, sin embargo, no se trate de política, se trata de valores. ¿Por qué? ¿qué ha cambiado? ¿Es Donald Trump más fascista, más reaccionario, más retrógrado que los últimos presidentes republicanos? No dice nada que otros con anterioridad no hayan hecho y parece un requisito de su administración haber sido promovido previamente por algún presidente anterior si se quiere optar a un cargo. Por tanto, ¿qué ha cambiado? ¿acaso que Trump no disimula lo que es? 
   Trump es repugnante no por lo que piensa sino porque lo dice y lo dice públicamente y se jacta de ello. Que, como ha indicado Popovich, la cuestión haya dejado de ser política y se haya convertido en una cuestión de valores quiere decir, por consiguiente, que los valores son algo que aparecen por la televisión. Lejos de residir en el respeto a los seres humanos con independencia de su origen, en tratar a las personas como personas y no como cosas, en anteponer determinados principios a cualquier interés privado o público, el valor consiste en la actitud, en la pose, en el modo en que uno se deja atrapar por las imágenes. Trump sería nauseabundo por la imagen que proyecta. En este sentido, Trump no dejaría de ser un síntoma de una época que apesta por ella misma o, mejor dicho, el tufo hediondo que suelta el personaje no procede de su peluquín, ni de sus testículos, ni de sus negocios, procede de todos nosotros, que hemos perdido la más liviana noción de lo que representa un valor. Resulta lógico que quienes se solazan en la idea de que el valor de las cosas es la etiqueta que lleva encima con su precio, que quienes están acostumbrados a considerar que cualquier cosa que se poseen se puede vender, incluyendo la dignidad, que quienes ven como normal que la libertad del mercado exija la esclavitud de los asalariados, no hayan podido resistirse a la pesturria de macho alfa que las feromonas de Trump generan a su alrededor. Le han votado, precisamente, por una cuestión de “valores”, porque, como los partidarios del brexit o de la independencia de Cataluña, querían atención mediática, salir en películas, noticiarios y programas de televisión en general, que se hablase de ellos, vamos. “Sí, yo voté a Trump/por el brexit/por la independencia de Cataluña y me siento orgulloso de ello”, proporciona atención de las cámaras, algo que los seres humanos de nuestra era desean con más fuerza que los griegos la felicidad. Naturalmente, la mayoría de quienes así alardean de su zafiedad, son hombres. Esperan, ilusionados, que se haga realidad la promesa de su líder, ésa que lo ha catapultado a la Casa Blanca, a saber, que con poco más que cinco minutos de fama, las mujeres les dejarán agarrarlas por el coño.
   Lo cierto es que también la idea de “yo vote por la primera mujer presidenta de los EEUU”, hubiese proporcionado atención de los medios y ésa es la razón por la que estas elecciones han acabado siendo tan apuradas desde el punto del vista del número real de votos (cosa que, dicho sea de paso, resulta absolutamente irrelevante en cualquier sistema democrático que se precie de serlo). Hillary Clinton consiguió, de hecho, más votos que Donald Trump, lo cual viene a demostrar, una vez más que, en realidad, los EEUU son y ha sido siempre un país de demócratas y bastante liberal, pero ésa es otra historia.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Crítica de la razón tableteada (y 3)

   He sido demasiado ingenuo. Decía que las nuevas tecnologías condicionan deliberadamente nuestro modo de escribir. Es mentira, su objetivo no es condicionar nuestro modo de escribir, su objetivo declarado es que no escribamos. Nadie espera que lo hagamos en una tablet. El dispositivo está hecho para que tomemos imágenes o, mejor aún, para que reproduzcamos imágenes, para que continuemos la infinita cadena de su (re)transmisión sin abrir la boca o, a lo sumo, balbuceando algo. Somos libres de elegir entre unas imágenes u otras, pero no para expresar lo que pensamos acerca de ellas. Inténtelo, intente escribir algo medianamente profundo, una reflexión serena, un tratado, con el endiablado teclado en pantalla de una tablet o, aún mejor, con uno de esos teclados que proporciona Apple como funda. Descubrirá que unos y otros han sido diseñados para seres irracionales, es decir, para niños o, al menos, para quienes tengan manitas del mismo tamaño que ellos. El esfuerzo para no pulsar varias teclas a la vez, hará que cese pronto su actividad, que se rinda al predictor, sin llegar a la mitad de páginas de una Crítica de la razón pura, aunque, eso sí, teniendo ya la misma chepa que Kant. 
   Pero si Ud. pretende anular por completo la capacidad crítica, cercenar la divergencia, enmudecer los posibles discursos alternativos, existe una herramienta aún mejor, que lo consigue sin que nadie llegue siquiera a sospechar de sus intenciones manipulativas, se llama PowerPoint y no por casualidad se ha convertido en algo tan popular que cualquier imberbe lo maneja con la habilidad de un experto. El truco resulta extremadamente simple. Para empezar, se condena a la pretendida audiencia a la triste condición de los prisioneros en la caverna de Platón. Se apagan las luces para que no quede más claridad que la que emite la pantalla en la que se proyectarán las sombras, las paupérrimas copias de la realidad que los prisioneros no tendrán más remedio que aceptar como el mundo verdadero pues en la oscuridad a la que se hallan sometidos difícilmente podrán consultar ningún dato o informe que contradiga lo que ven. 
   Por supuesto, nada de argumentaciones, nada de soportar las propias ideas con datos, nada de aportar contrastaciones. “En presentaciones, cuanto menos texto y más imágenes, mejor”, aconseja Gonzalo Alvarez Marañón, “asesor y entrenador de comunicación de altos directivos y lideres empresariales”, que dirige un blog llamado “El arte de presentar” y que, con los mismos méritos, podría llamarse “El arte de no pensar”. Exponer críticamente las ideas de cierto autor “recarga las mentes de forma innecesaria”, mejor se presenta una fotografía del autor en cuestión y se comenta poco o nada de lo más tópico de sus ideas. “El arte de presentar” consiste en simplificar, pero no en simplificar para que la información compleja se haga asimilable, simplificar para que no exista información alguna que asimilar pues “la gente no quiere que le informen, quieren que le entretengan”, asevera nuestro ínclito experto. Se trata de eso, de divertir, de entretener, de pasar el rato haciendo creer que se ha aprendido algo. PowerPoint es exactamente lo contrario de un instrumento revolucionario, “debería usarse sólo para transmitir información, no para inspirar o motivar a la gente”.  Difícilmente se puede conseguir desmotivar más a las personas que leyéndoles lo que ellos ya pueden leer por sí mismos. Así se consigue un doble objetivo. Por una parte, la sobrelectura conseguirá una especie de hipnosis en la que lo leído suena a algo que “ya se había escuchado antes” (de hecho, se está escuchando en ese momento) y que, por tanto, tiene que ser verdad. Por otra parte, a fuerza de repetirlo, puede lograrse que los individuos no deseen leer a solas, acto extremadamente peligroso del que han nacido todas las subversiones. Todavía mejor, si Ud. tiene que dar cuatro conferencias en un mes, no necesita redactar cuatro textos diferentes, basta con que encuentre cuatro modos distintos de ordenar una presentación, cuatro fondos de pantalla distintos, cuatro ritmos distintos y cualquiera que haya asistido a sus cuatro ponencias jurará que Ud. trató también cuatro temas distintos. De este modo, todos los discursos se reducen al discurso único de la imagen que, como todos sabemos, consiste en el mutismo. Porque, en efecto, ¿cuántas cosas se pueden decir acerca del Guernica? Pero, ¿cuántas imágenes distintas se pueden presentar de él? Para PowerPoint, la Crítica de la razón pura es la portada de un libro, El Quijote un viejo con barbas sobre un caballo escuálido y la teoría de la relatividad un tipo canoso y mal peinado sacando la lengua. Al final gracias a las nuevas tecnologías, gracias a su sólida implantación en toda forma de transmisión del saber, nuestro espíritu ha acabado alimentándose del mismo pan con que se alimenta nuestro estómago, un pan en el que la cascarria va por una parte y la miga por otro, aunque, como ya no estamos acostumbrados a ella, la tiramos a la basura.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Crítica de la razón tableteada (2)

   Si el pan industrial nos priva del goce de los sentidos, las nuevas tecnologías nos cercenan el disfrute de las emociones. Aquellas cartas emborronadas por las lágrimas, aquellas misivas perfumadas de amor, aquellas grandiosas declamas en letras temblorosas de pasión, han dejado paso a un texto uniformado, homogeneizado, sometido a los cánones de unos tipos de letra preestablecidos. Primero perdimos el rostro de nuestro interlocutor, Whatsapp nos ha privado hasta del tono de su voz. Quien quiera expresar una emoción, quien quiera hacernos llegar algún gesto cálido, humano, tendrá que buscarlos en el catálogo de estereotipos que le permita su terminal. Todos los guiños se han convertido en el mismo guiño, todos los pulgares levantados se han convertido en el mismo pulgar, todas las sonrisas en la misma sonrisa de máquina, se nos insinúa, sin mucho disimulo, que todos los cuerpos son el mismo cuerpo, el cuerpo digitalizable, pixelable, transmisible en forma de paquetes de datos, en el que no hay lugar para la individualidad, para la singularidad y, en consecuencia, tampoco para la innovación, para la libertad. El gesto, la gestualidad  característica que nos diferencia a todos, ha dejado paso al emoticón, al estándar, al prototipo con el que nos podemos identificar pero que no nos identifica. Si las nuevas tecnologías nos hubiesen privado únicamente del rostro, ya habríamos perdido nuestra humanidad, pero no han terminado ahí nuestras pérdidas.
   Crúcese de brazos y trate de mostrar un comportamiento amigable hacia algo o alguien. Ahora trate de hacer lo contrario, abra los brazos, extienda las manos con las palmas hacia arriba y adopte un comportamiento crítico con algo o alguien. ¿Puede hacerlo? Le costará, como poco, varios ensayos. Acabo de leer After Phrenology de Michael L. Anderson y explica cómo en multitud de áreas neuronales en donde se ha “localizado” determinado comportamiento, como, por ejemplo, el verbal (el archiconocido “área de Broca”), se llevan a cabo también, muchas veces simultáneamente, otras tareas que no parecen tener que ver con las lingüísticas. Un caso típico es la activación del mapa neuronal que corresponde a los dedos de nuestras manos cuando se está contando. El “área de Broca”, tantas veces citada como ejemplo de perfecta localización cerebral de un comportamiento lingüístico, en realidad se encarga de regular diversas actividades motoras. Eso explica que el lenguaje verbal vaya acompañado de lo que se llama el lenguaje corporal, no porque todo juego del lenguaje sea una forma de vida, sino porque el recorrido por ciertas posiciones mentales se manifiesta físicamente de diferentes formas. 
   ¿Puede Ud. leer lo que aparece en la superficie de una tablet con los brazos cruzados? ¿durante cuánto tiempo? ¿utiliza Ud. varias tablets dispuestas a su alrededor para contrastar lo que figura en cada una de ellas con las demás como puede hacerse con los libros? Pues entonces, el simple hecho de leer en una tablet disminuye su capacidad crítica, haciéndole más proclive a creer cuanto en ella figura con independencia de que sea algo verdadero o no. Y esa actitud crítica, sutilmente reducida por las nuevas tecnologías, se aplica igualmente a sus propias producciones. Cuando escribíamos a mano, cuando hacíamos bocetos de nuestras obras con carboncillo, cuando teníamos que construir una maqueta para hacernos una idea de cómo iba a ser un edificio, el momento final en el que considerábamos terminado nuestro acto creativo se dilataba en el tiempo. Todavía necesitaba un penoso pasado a limpio, una corrección que podía prolongarse durante días porque en la transcripción mecanográfica de nuestros pensamientos descubríamos un error clave, un paso oscuro, una sentencia mal explicada, que necesitaba reflexión. La pestaña “enviar” acabó con todo eso. Apenas tipeado, el texto se puede mandar, como si todo acto creativo hubiese terminado en el instante mismo de su producción, como si todos nosotros fuésemos un Mozart de cuyas cabezas nacen perfectas Minervas dispuestas a iluminar el mundo. Todavía mejor, los modernos sistemas predictivos hacen incluso superflua la necesidad de concluir el proceso de escribir un texto, apenas marcadas las primeras letras ya nos atosigan con sus sugerencias para que no dilatemos más el acto de enviar y dar por concluido el proceso. Descartes fundó la filosofía moderna gracias a su retiro en Amsterdam, donde pudo reflexionar tranquilamente, alejado del bullicio y las distracciones. Kant se negó a publicar durante diez años para trabajar en torno a los problemas que siempre le habían preocupado y que acabaron cristalizando en sus escritos del período crítico. ¿Quién de nosotros puede hacer eso mientras le acecha, impaciente, la mirada del botón “enviar”? ¿Las prisas incrementan la creatividad o, por el contrario, cuando uno es presionado por la inmediatez del corto plazo tiende a engendrar cosas que no destaquen mucho para no meter demasiado la pata, dado que han sido hechas con prisas? ¿Cómo pueden, pues, incrementar nuestra creatividad las nuevas tecnologías mientras la tentación del envío inmediato acecha cualquier perspectiva innovadora? ¿Reflexionar? ¿quién se para a reflexionar cuando todo está ya dispuesto para el envío desde el mismo momento en que se inicia la redacción? “Thinking on speed” se ha convertido en la atroz exigencia que las nuevas tecnologías nos imponen. Hay que recibir inmediata información de lo que está ocurriendo, información estandarizada, clasificada, predigerida, lo más lejos posible del dato bruto, que exija una racionalización. Ésta ya ha sido hecha por la propia tecnología para que todos los que son como nosotros reciban lo mismo, puedan ver lo mismo, respondan, a toda velocidad, lo mismo y, a posteriori para que todos acabemos pensando lo mismo.